martes, 16 de marzo de 2010

PsicóTRico

Masulokunoxo nos advierte en este escrito sobre las consecuencias del consumo abusivo de relatos. O quizá no...y está animándonos a darnos un atracón.


PSICÓTRICO


¡Qué putas son las tías! ¡Todas, no se salva una!

Yo tenía por delante un brillante futuro como registrador de la propiedad, hasta que se cruzaron en mi camino esos chochos con patas y me arruinaron la vida. Porque menuda ruina es tener que pasar, como mínimo, los próximos veinte años en esta mierda de institución psiquiátrica, con sentencia judicial firme, sin apelación posible. A ver si exponiendo mi caso por escrito, y haciéndolo llegar a la página de relatos de mis amores (TR), consigo que se me escuche y poner a la opinión pública de mi parte.

Empezando por el principio, tengo que reconocer que siempre he sido un "pringao" para ligar. ¡No te jode! A ver si se creen que una nota media de matrícula en Derecho y aprobar las oposiciones de registrador al tercer intento, se consigue yendo de botellón y perdiendo el tiempo ligando churris. Eso sí, novias he tenido muchas…tres.

La primera, Helenita, me dejó cuando aún estudiaba en el instituto. La muy puta me llamó "mingafría" y me mando a paseo en mitad de la proyección de Titanic. No vean el pitorreo que tuve que aguantar el resto de la película, escuchando los comentarios de los que habían oído el plantón. También podía haberme ido, como hizo mi ex después de dejarme con tres palmos de narices, pero las entradas me habían costado una pasta y la película me estaba gustando. Vamos, es hoy, y cuando me dijo al oído si nos íbamos y nos dábamos un homenaje en su casa –sus padres se habían ido al pueblo de fin de semana -, no me lo pienso dos veces y la reviento polvos. Pero le dije que si estaba loca y que yo era un tipo formal que no pensaba en guarrerías antes de pasar por la vicaría.

La segunda, Francisca, una chica mucho más formal que la anterior, pero maniática en extremo con el tema del aseo personal, me dio calabazas por una ligera alitosis. ¡Coño, qué culpa tengo yo si me chiflan los bocatas de chorizo y ajo! Yo creo que le sentó mal cuando le respondí que los dedos me olían a pescadilla podre durante toda la semana…después de meterle mano los sábados.

Lo que desencadenó la crisis, quizá porque estaba convencido de que era la mujer de mi vida, fue lo de Yolanda. Después de cinco años de años de noviazgo formal, de habérsela presentado a mis padres, de comer todos los domingos en su casa y aguantado el encierro de tres años preparando las oposiciones, me manda a paseo el día en el que celebrábamos mi ingreso en el Cuerpo Oficial de Registradores de la Propiedad. ¡Eso no se hace!

Estábamos cenando en un restaurante de postín –sin reparar en gastos, como verán ustedes- y, después de armarme de valor con dos copazos de vino, le sugerí que podíamos terminar la fiesta en mi cama. Entornó la cabeza, me dirigió una mirada de desprecio que debería ser constitutiva de delito y me soltó que ya estaba hasta el gorro de un polvo cada mes y medio, que follaba mal y que la tenía pequeña. ¡A voces! Claro, me calenté, le solté una hostia que la tiró de la silla y salí por la puerta del restaurante con la cabeza muy alta; diciendo, también a voces, para que todos los clientes supiesen lo zorra que era, que no se cortase un pelo y que se tirase al primer caballo que encontrase.

¡Me cago en la madre que la parió, decirme que la tengo pequeña!

La citación judicial llegó a la semana siguiente –para que luego digan por ahí que el sistema judicial es lento…según para qué-; menos mal que un amiguete movió algunos hilos y evitó que me detuvieran en casa, o a mi madre le da un patatús. El juicio fue rápido y me libré por los pelos de no dar con mis huesos en la cárcel –no tenía antecedentes penales-, pero nadie le libró al viejo de tener que pagar el pastón de la indemnización. Lo peor fue que me expulsaron del Colegio Oficial de Registradores de la Propiedad, antes de haber debutado en la profesión.

Pillé una depresión de las gordas. Me pasé casi un año encerrado en casa, sin querer hablar con nadie –los pocos amigos que tenía, ni se molestaron en llamar a ver qué tal me iba-, hasta que me hice un firme propósito: convertirme en un semental de esos que aflojan el elástico de las bragas con una sola mirada insinuante. Casualmente, navegando por internet, una de esas tardes de encierro domiciliario, tropecé con la página de TR. ¡Una revelación!

Enseguida me di cuenta, por los testimonios de primera mano que se publican en TodoRelatos, que tenía muchísimo que aprender; así que no perdí el tiempo y me puse manos a las obra. Al principio me costaba bastante entender todo lo que leía –había testimonios muy bestias que chocaban con mis convicciones, y más de una vez acabé con la cabeza dentro de la taza del váter, después de leer alguno particularmente salvaje-, pero perseveré en el empeño y, apenas sin darme cuenta, empecé a leer relatos antiguos, además de todos los que se publicaban a diario. Hubo días en que leí hasta ciento cincuenta. Después pasé a tomar apuntes, anotando todas aquellas conductas que se repetían en los relatos; formulando teorías sobre la manera de resolver cualquier tipo de situación, de forma que siempre terminase bien –follando, claro-, confirmándolas o descartándolas según lo que leía; en fin, y los mil y un detalles que distinguen al follador profesional del resto de los mortales.

Diez meses más tarde, después de haber leído decenas de miles de relatos, emborronado multitud de cuartillas con apuntes y habérmela cascado compulsivamente en el proceso, se produjo el ansiado milagro: mi polla alcanzó los treinta y cinco centímetros, lo que me capacitaba para salir a la calle y poner en práctica lo aprendido con tanto esfuerzo. Tengo que decir que me apliqué muchísimo más que cuando preparaba las oposiciones.

La mañana de mi debut me sentía eufórico, a pesar de no haber pegado ojo en toda la noche…los nervios, ya se sabe. Le pedí a mamá que me preparase un desayuno a base huevos fritos, bocata de chorizo con ajo, un buen tazón de Cola-Cao con galletas y un copazo de orujo –"¡Benditos los ojos que ven a mi chiquitín en plena forma!", me contestó- y salí a la calle dispuesto a arrasar con todos los conejos del barrio.

¡La leche, ni llegar a la calle pude! La primera pieza del día fue Doña Joaquina, la viuda de militar del quinto. Coincidimos en el ascensor, cambiamos dos palabras de saludo y, antes de darme cuenta, la tenía arrodillada delante de mí, dando gracias al cielo y tratando de tragarse entero mi nabo. Claro, es que ya tenía tan interiorizados los diálogos que ponen cachondas a las viejas, que ni cuenta me di de lo que le decía…pero funcionó.

Dejando un par de pisos de margen para la charla, calculo que debió de mamármela entre el tercero y la planta baja. Como por entonces aún no conocía mi capacidad de aguante en las mamadas –hoy sé que son de nueve pisos en adelante, siempre que no se trate de un cacharro de esos supersónicos que instalan en los rascacielos-, no me corté un pelo a la hora de soltarle un trallazo de leche que la tumbó de espaldas. Salí silbando del ascensor, intentando meter dentro de los pantalones mi polla –por supuesto, sin calzoncillos, como reza el primer mandamiento de TR-, poniendo cardiacas a otro par de vecinas, indecisas entre mirarme el paquete o al espectáculo que en ese momento ofrecía la vieja del ascensor, escupiendo leche hasta por las orejas y dejando el suelo del portal hecho unos zorros.

Más tarde, me dio por pensar que Doña Joaquina siempre fue un adefesio, pero aquella mañana, no sé por qué, tenía el puntito morbosón de las beatas de rosario con hambre de cinco lustros. ¡Quiero decir que me pareció que estaba como un queso, coño!

La que no había duda de que estaba que rompía la pana, era Mari Luz, la camarera del Starbucks de la esquina. La cabrona siempre se descojanaba con mis torpes intentos de antaño de causarle una buena impresión, echados a perder por la dichosa manía que yo tenía de balbucear, cada vez que tenía que dirigirme a cualquier tía follable. Pero eso eran cosas del pasado. Ahora tendría que vérselas con el arquetipo del tío irresistible, el pirata de sangre caliente y polla dura que las pone cachondas cuando sonríe de medio lado y enseña el colmillo, el follador nato de olfato infalible y el tipo de personalidad arrolladora con el que sueñan todas las nenas. ¡O sea, conmigo!

¡Joder, no pude ni tomar el café tranquilamente! No me extraña, después de haberle pedido un café con leche, nata, canela y trocitos de chocolate –asqueroso, pero es lo que recomiendan nueve de cada diez expertos de TR en estos casos-, con mi grave voz varonil –ensayada innumerables veces delante del espejo y con la lengua escocida por un lingotazo de coñac-, a la chavala le flaqueaban las piernas detrás de la barra.

Vino dando saltitos hasta la mesa, dejando parte del uniforme por el camino, me agarró de la mano, me metió en la trastienda, echó a cajas destempladas a un par de compañeras que fumaban a escondidas –eso fue entonces, porque al día siguiente anduve más listo y montamos un cuarteto de flauta- y follamos como leones hasta la hora de comer.

Miento, follamos hasta que debuté por la puerta trasera y le enchufé los cuarenta centímetros de polla por el culo, en seco y de golpe, como les gusta a estas golfas. Sonó a algo roto y Mari Luz quedó desmadejada sobre las cajas de azúcar estuchada. -¡Qué raro!-, pensé –Si, en estos casos, lo normal es que chillen como si las estuvieran matando, aunque es sólo por aparentar, ya que piden más caña si aflojas el ritmo-. Así que seguí dale que te pego, soltándole alguna nalgada, a ver si reaccionaba. Cuando acabé con la enculada, feliz y contento por haber cumplido como un campeón en mi debut, reparé en que tenía los ojos en blanco, espuma en la comisura de los labios y una hemorragia anal de considerables dimensiones. Pero respiraba, así que no debía ser nada grave y me fui a casa a comer y a dormir la siesta. Y no piensen ustedes que soy un tipo egoísta e insensible, porque al día siguiente Mari Luz estaba como una rosa y pidiendo más caña…como debe ser.

Esto…creo que he dicho cuarenta centímetros –y conste que no soy nada puntilloso con la talla, pero en TR, un quítame allá un centímetro es motivo suficiente para tirar de navaja; así que haz lo que vieres-, cuando antes eran treinta y cinco. Es que, con la práctica, la cosa aumenta. Ahora son sesenta y cuatro.

Allí estaba yo, roncando feliz mientras echaba una siesta, cuando me despertaron unos gritos espeluznantes…que procedían de la habitación de mi querida mamá. Temiendo que hubiera sufrido un accidente –o algo peor…no sé, que se hubiera colado en casa un indeseable y la estuviera violando-, volé por el pasillo, con sólo el pantalón del pijama puesto. Ya saben ustedes que esas prendas no tienen unas braguetas muy de fiar, así que no tuvo nada de raro que me colara en la habitación de mamá con la polla asomando y colgando –en estado de reposo, veinticinco centímetros de colgajo-.

La que chilló entonces fue Adelita, la empleada de hogar, que parecía tomarse muy en serio el trabajo de ponerle el culo morado a mamá, a base de zurriagazos de fusta. Y, cosa curiosa, en lugar de indignarme y armar un escándalo de cojones con la escenita –había que ver lo bien que le sentaba a mamá el corsé negro-, lo que me cabreó de verdad fue descubrir que me había mentido, cuando, un par de años antes, pregunté por la fusta –para ir a montar…al picadero…a montar mi yegua…¡La de cuatro patas, coño!- y me dijo que hacía tiempo que no la había visto.

Pues nada, que esa tarde debuté en el rollito sado-maso, en el de filial, en el de travestismo –el corsé de mamá me queda divino- y en el de cerdo explotador de la clase obrera –a ver cuándo ponen en TR la categoría correspondiente-.

Enseguida empezó a correrse por el barrio el rumor, el teléfono no paraba de sonar, y raro era el día que no me encontraba una manifestación de marujas desesperadas, chillando enloquecidas a la puerta de casa: "¡Toda tuya, cabrón! ¡Mátame de gusto! ¡No quiero un hijo tuyo, quiero una familia numerosa!" El caso es que me pareció ver, más de una vez, a una tipa con un sospechoso parecido a "Espe"…y era de las que más énfasis ponía gritando.

Para ir abreviando, porque una pormenorizada exposición de los hechos daría para un tocho de novela, diré que, en poco más de dos semanas, la fama del menda traspasó fronteras. Traspasé coños, culos bocas, sobacos, canalillos de tetas y, un día que estaba particularmente inspirado, la ventanilla de un taxi. Es que detrás, con la boquita abierta y la lengua fuera, había una taxista empeñada en cobrar en especie la carrera…pero la muy puta se olvidó de bajar el cristal.

Y cuando me quise dar cuenta, me vi otra vez delante de un juez, acusado de múltiples agresiones sexuales –la cola de testigos, todo tías, daba la vuelta al juzgado-, consumadas o en grado de tentativa. Eso me cabreó, porque donde pongo el ojo pongo la punta del nabo. -Así que dejémonos de chorradas. Apúntemelas todas en la cuenta, porque las rondas de polvos nunca bajaron de dieciocho diarios- le solté a la cara al juez y a la fiscal; pero a esta ya le había soltado antes un par de corridas benéficas…es que me pareció que la cara de estreñida de la moza tenía que ver con un prolongado periodo de abstinencia. ¡No vean lo contenta que se la veía mientras duró el juicio!

Y aquí estoy ahora, pudriéndome en vida en un loquero de mierda, sin que nadie me haga caso cuando digo que es una vergüenza desaprovechar mis cualidades –con lo falto de amor de anda este mundo y lo mucho que yo puedo dar-, que me han condenado injustamente con testigos amañados -¡Coño, ninguna se quejó cuando les hacía el favor!...vale, alguna sí, pero casi siempre coincidía con una enculada-, y que estoy hasta los huevos de que me pongan el culo como un bebedero de patos, un día sí y al otro también.

¿No decía al principio que todas las tías son cabronas y putas? ¡Juzguen ustedes!

Ahora, que lo que más me jode, es la rompehuevos de la psiquiatra, tratando de convencerme de que sufro un episodio de personalidad disociativa, con delirios de grandeza y desconexión de la realidad. ¡Me cago en la leche! El día que le pueda echar el guante, se va a enterar ésta de lo bien que sienta que te disocie el coño con una polla como la mía, va a delirar con el polvazo, me va a decir que soy el más grande y que no quiere volver a la triste realidad que la espera en casa. ¡Al tiempo!


[ Hoy ] PsicóTRico.
Categoría: Parodias

Masulokunoxo nos advierte en este escrito sobre las consecuencias del consumo abusivo de relatos. O quizá no...y está animándonos a darnos un atracón.

jueves, 11 de marzo de 2010

Mi primer día


Martos resume así su relato para el ejercicio psiquiátrico: El primer día de una psiquiatra con unas terapias muy particulares.






MI PRIMER DÍA

Hoy estoy un poco nerviosa. Es mi primer día. Después de muchos años estudiando y estudiando para terminar la carrera de psicología y la de medicina con la especialidad de psiquiatría y de otros pocos más estudiando para aprobar las oposiciones he conseguido por fin mi sueño. Ejercer como doctora en la cínica Santana un centro especializado en tratar los problemas relacionados con los desórdenes de la personalidad. La verdad es que me muero de ganas por atender a mi primer paciente y así hacer realidad todas las fantasías con las que soñaba desde pequeña. Desde muy niña me atrajo el mundo de la medicina, mis juegos preferidos era jugar a ser doctora o enfermera. No seáis mal pensados, era demasiado joven para "jugar a los médicos"… Bueno, el caso es que en la adolescencia descubrí el fascinante universo que se alberga en todos nosotros, el cerebro, el órgano más asombroso, fascinante y desconocido que nos dirige a todos. El caso es que desde entonces no paré por aprender y conocer los muchos secretos que se encierran en la mente humana. Y claro, una cosa llevó a la otra y aquí me veis sentada detrás de esta mesa, revisando los historiales de los pacientes que tendré que atender hoy. He llegado bastante temprano. Quiero empezar con buen pie.

Bueno mientras espero a Luis, así se llama el primer paciente os cuento un poco más de mi persona para irnos conociendo un poco mejor…

Me llamo Sonia, no os quiero decir mi edad pero no llego a la treintena. Sí soy muy joven, he estudiado mucho. Además de un buen cerebrito como habéis podido deducir por lo que os he contado, creo que no tengo mal tipo. Al menos consigo que la mayoría de los hombres se paren un poco para verme mejor cuando me cruzo con ellos, algunos hasta se dan media vuelta para una segunda ojeada. No tengo los pechos demasiado grandes, pero tampoco pequeños, creo que en general estoy bastante bien proporcionada, con una cinturita y unas caderas sugerentes que me gustan lucir en verano. Para eso también me machaco con regularidad en gimnasio casi todas las semanas. En cuanto a mi rostro decir que tengo las facciones suaves, con una nariz algo respingona y unos ojos color miel que me han permitido algún que otro ligue. No me considero un bellezón no os creáis pero tampoco me considero feucha, normalita tirando a guapa diría yo. Soy morena y como podéis comprobar no me gusta el pelo largo ni llevarlo suelto, suelo recogerlo en una coleta. Mis amigas me dicen que no me favorece y estoy pensando en cambiar de peinado. ¡Uy! perdonad con tanta charla se me ha pasado el tiempo volando. Ya es la hora, llaman a la puerta. Debe ser Luis mi primer paciente…

  • Buenos días. Usted perdone. ¿El doctor Beltrán?
  • Soy yo. Pase, y póngase cómodo…

Tras la puerta, aparece el azorado rostro de un joven. Desde luego cuando lo convencieron para que acudiese a la clínica para que le atendieran de… Bueno de su problema, jamás se imaginó que le atendería una mujer, y menos una mujer como aquella. Si no hubiese sido por la amable disposición de la doctora que rápidamente se levantó y le dio la bienvenida estrechándole la mano, habría salido corriendo como alma que lleva el diablo. ¿Cómo le podría contar su problema a la doctora, una mujer, si resulta que era incapaz de hacer nada a derechas cuando estaba con una de ellas? Intimidado y apabullado por el ánimo y determinación que derrochaba la médica, no tuvo más remedio que tomar asiento delante de ella. Apenas si apartaba la vista de sus rodillas. Afortunadamente, parecía llevar la delantera en la conversación y conocer la causa de sus problemas.

  • Veamos… Se llama usted… Luis Romero Parada. ¿Correcto?
  • Sí… Sí doctora.
  • Y según su historial tiene usted 25 años y según parece es usted excesivamente tímido.
  • Er… Sí. Así es.
  • Bueno, la timidez no es un trastorno psiquiatrico. No sé cómo podríamos ayudarle pues no entra dentro de… Un momento según parece hay algo más en su historia…
  • Sí hay más… hay más. (Se apresuró a decir el joven con tal de no tener que explicarse.)

La verdad es que calificar su trastorno como simple timidez con las mujeres era quedarse corto, demasiado corto. Lo cierto es que a sus 25 años Luis era virgen. Hecho completamente normal si uno así lo decidía, pero el caso es que Luis llevaba años intentando dejar de serlo. Claro si eres incapaz de cruzar más de dos palabras con una chica como que no ayuda. Pero si además lo intentas pagando y resulta que tampoco… El caso es que cuando sus amigos vieron que ni pagando él, ni pagando ellos a una profesional en el negocio más antiguo del mundo, para que se lo pusiera fácil eran capaces de conseguir algo; que al final accedió a acudir al médico.

  • Bueno… según cuenta en su informe. Es usted lectolagne…
  • ¿Cómo dice?
  • Perdone, a veces abusamos del lenguaje profesional. Según parece le resulta a usted excitarse sexualmente y sólo lo consigue leyendo relatos pornográficos. ¿Es cierto eso?

El pobre Luis no podía estar más abochornado. Jamás hubiese pensado que una mujer le hablase con tanto desparpajo sobre el sexo. Claro que era doctora… Haciendo acopio de amor propio asintió con la cabeza…

Lo cierto es que como os podréis imaginar, el pobre Luis además de despertar mi curiosidad intelectual y el deseo de éxito profesional, me daba bastante pena. No es que fuese un efebo pero tanto como considerarlo el hermano gemelo de Frankenstein era pasarse. Lo cierto es que desde la pubertad Luis había experimentado un rechazo continuo por parte del sexo femenino que desembocó en una timidez exacerbada y en un terror subconsciente a todo trato con los miembros de mi sexo. En otros hombres hubiese desembocado en psicosis y misoginia pero en Luis había desembocado en una imposibilidad en tratar con cualquier hembra. No es que no le gustasen las mujeres, según consta en su historial se excita leyendo relatos eróticos donde se habla de sexo con mujeres pero tratar con una de carne y hueso era otra cosa. Al parecer, no consta nada de los efectos de las fotos y videos pornográficos pues extrañamente no ha tenido acceso a ellos… Habrá que comprobar este aspecto empíricamente.

Como podéis comprobar me conozco perfectamente el historial de mi paciente. Me he leído y releído los historiales de todos mis pacientes de hoy, quiero hacerlo mejor que bien. Así que como podéis suponer tengo un plan de acción perfectamente estudiado. Es un poco atrevido y arriesgado pero estoy decidida a llevarlo a cabo. Muchos lo tacharían de poco ético y profesional pero estoy decidida a darlo todo por mis pacientes. Vosotros atentos y juzgad el resultado…

Luis no se lo puede creer. ¿Será verdad lo que ha visto? "No, no puede ser… Una doctora tan profesional, tan seria como parece… Habrán sido imaginaciones mias. Maldito Evaristo y sus ideas… desde que le había comprado aquella revista hará un par de días ahora no veo más que tetas por todas partes… Lo cierto es que parece que detrás de la bata esa no hay nada y tantos botoncitos abiertos dan que pensar… No puede ser, desde los doce años todas las chicas con las que he mediado más de dos palabras han acabado descojonándose de mí. Son imaginaciones mías, espero que no se dé cuenta. Con el trabajo que me ha costado venir y con lo que sabe ya de mí… vamos que como la cague. ¿Por qué tenía que ser una doctora y no un doctor? Es que eso de los apellidos ¿Eeeh?…"

Sonia sonríe para sus adentros, parece que su plan está dando resultados. Debajo de su bata blanca se esconden no demasiado bien, sus dos hermosos y generosos pechos. Los botones desabrochados forman un interesante escote que fugazmente permite la visión de las turgentes mamas. Luis parece no escuchar a la joven doctora y apenas acierta a contestarle con monosílabos las preguntas que le hace una y otra vez mientras juega distraídamente con su botón. Evidentemente, la doctora ha conseguido captar su atención de un modo mucho más eficaz de lo que lo harían las palabras.

Como quien no quiere la cosa, Sonia se levanta y acercándose al distraído Luis lo invita a acercarse a la camilla para reconocerlo mejor. En realidad Luis no se da cuenta de las intenciones de la doctora hasta que prácticamente lo empuja levantándole de la silla. Antes ha estado absorto boquiabierto admirando de cerca sus pectorales cuando se acercó a donde él estaba. Extrañamente, le sigue sonriendo y no se enfada aunque es evidente de que no le está prestando la más mínima atención a lo que le dice.

  • ¿Luis?
  • ¿sí? Perdone no la he escuchado…
  • Que si hace el favor de quitarse la camisa para poder auscultarle…
  • Oh sí desde luego usted perdone…
  • Y la camiseta… si hace el favor. Deje que le ayude…

Un extraño estremecimiento recorre al pobre muchacho cuando las suaves manos de la doctora le rozan al quitarle la prenda. Eso, y la asombrosa panorámica que ha podido obtener a través del generoso escote le han producido una inoportuna reacción. Algo se está endureciendo en su entrepierna en el peor momento. "Que no se dé cuenta. Que no se dé cuenta… Jodío Evaristo y sus revistitas… Lleva unas braguitas negras…Atiende idiota que te está hablando…"

  • Inspire… Eso es muy bien… espire…

Como habéis podido comprobar, hemos vencido la barrera de la timidez distrayendo la atención del sujeto. Ahora es el momento oportuno para obtener información valiosa pues su mente está ocupada en otros asuntos. Con un poco de suerte puede que consigamos vencer la barrera psicológica que le ha impedido intimar con las mujeres de su entorno… Es hora de dar un paso más en nuestra estrategia…

Luis mira entre preocupado e intrigado a la joven médica. "¿No se habrá dado cuenta del bultito? Me sigue sonriendo… Eso es bueno, si lo hubiese visto, ya me habría echado… ¡Luis! Atiende…"

  • Entonces, según parece no ha tenido usted nunca sexo con ninguna mujer ni siquiera intentos cuando era usted más joven. ¿Cierto?
  • ¡Eh!... Esto sí… digo no… no nunca tuve… he tenido sexo…
  • Pero se habrá masturbado alguna vez ¿no?
  • ¿Cómo?… no…
  • Que alguna vez se habrá hecho usted una paja pensando en alguna mujer.

Mientras la doctora le mira sonriente con la mayor naturalidad del mundo mientras le habla de sexo de un modo tan explícito, Luis apenas puede reaccionar. Está hablando de sexo con una mujer a la que apenas conoce y lo peor de todo es que está empalmado como un toro. El bulto de la entrepierna es ahora una tienda de campaña. "Es imposible que no se haya dado cuenta. Pero no debe haberlo hecho pues le sigue hablando con amabilidad y esa encantadora sonrisa. Cielos y esas manos que le recorren la espalda… ¡Eh! ¿Qué pasa? No cielos no… maldición todo a la mierda…"

  • Perdone… qué torpe he sido… ¡Vaya!… esto es muy interesante…

"Sin querer" el fonendoscopio cae al suelo y al agacharse a recogerlo, las "inocentes" manos de la doctora rozan la entrepierna del muchacho percibiendo la enorme tensión que se esconde tras los pantalones. Antes de que Luis pueda reaccionar, los ojos de Sonia se clavan en los suyos. Luis intenta reaccionar pero la doctora es más rápida y le impiden bajarse de la camilla. El momento es increíblemente incómodo y tenso para él.

  • Al parecer, no todas las mujeres le somos antipáticas…
  • Yo esto… perdone… yo no… (Luis apenas acierta a decir nada coherente pero la doctora le corta. "No puede ser verdad. Debe de estar soñando".)
  • Tranquilo su reacción es comprensible y perfectamente normal y natural. ¿Puedo tutearle Luis?

"¡Increíble, no solo no se enfada sino que me sigue sonriendo! ¡Y no aparta sus manos de mi entrepierna!"

  • Er… Sí… Claro que sí doctora…
  • Como te decía Luis tu reacción es natural. Hablar de sexo puede excitar a cualquier persona. Veamos más de cerca cómo está la situación…

Antes de que Luis pueda decir ni hacer nada, Sonia le abre los pantalones. Lo que ve la deja atónita. Jamás se habría podido imaginar que Luis pudiese tener semejante aparato y que ninguna otra mujer lo hubiese catado antes. Aún bajo la fina tela de los calzoncillos, las dimensiones parecen considerables y ni que decir tiene que su consistencia es más que aceptable. Ya no podía echarse atrás. Llegado a este punto, lo mejor era actuar abiertamente y aceptar las consecuencias.

  • Vaya, esto sí que es una sorpresa. No creí que tuvieses un pene tan grande.
  • ¿Cómo dice?
  • Que tienes un pollón de campeonato. Si me perdonas la vulgaridad.
  • Yo esto… Sí por eso mis amigos me llamaban el monstruo…
  • Sí ya leí lo del monstruo en tu historia pero no me pensaba que fuera por esto… (Mientras habla, Sonia no deja de acariciar la superficie de los calzones, hasta que finalmente se decide a liberar la polla y acariciarla directamente.) En realidad es una preciosidad. Las chicas que se burlaban de ti no sabían lo que se estaban perdiendo. Créeme no tienes motivo para avergonzarte delante de ninguna mujer todo lo contrario. ¿Me permites?

Ni corta ni perezosa, la doctora se lanza voraz sobre la enorme salchicha que se le ofrece. Debe actuar rápidamente antes de que los años de prejuicios y burlas sufridas desde la adolescencia se adueñen del pobre Luis. Este apenas si intenta responder y evitar que la doctora continúe con sus certeras manipulaciones. Lo cierto es que está desconcertado. Para ser una mujer, ni se ha reído, ni burlado, ni molestado por nada de lo que hace, todo lo contrario, no deja de tratarlo con simpatía y amabilidad. Sonriéndole abiertamente y acariciándole con ternura y suavidad. ¡Ay! ¡Qué tendrán las manos de la doctora que no dejan de excitarle! ¡Le toca sin ningún pudor en sus partes más sensibles y parece gustarle! "¿Qué me ha pedido? ¡Ooohhggg!"

Los suaves labios de Sonia aprisionan el sensible glande del desconcertado paciente provocándole un sonoro gemido. Es evidente de que las atenciones sanitarias surten efecto. Casi de un modo instintivo, las manos de Luis se apoyan sobre la cabeza de la médica instándola a introducirse más profundamente el enhiesto mástil. Nunca había experimentado una sensación tan agradable. La cálida y suave boca de la doctora despierta continuamente un sinfín de nuevos y placenteros estímulos. Su juguetona lengua no cesa de provocarle pequeños espasmos de placer que apenas puede reprimir. Quiere más, quiere que esa cálida boca le llegue hasta los huevos…

Sin poder evitarlo, Luis empuja de nuevo la nuca de la muchacha introduciendo su duro miembro con involuntaria violencia. Lo inesperado de la acción del muchacho y el enorme tamaño de su miembro le producen unas desagradables arcadas a la entusiasta doctora. "Ya está la he cagado ahora se enfadará como todas…"

  • Perdone… Yo… Ha sido sin querer…
  • No te preocupes Luis es normal que te dejes llevar por la pasión. A mí también me ha pasado en otras ocasiones…

"¡Increíble! No solo no se ha enfadado sino que quiere continuar." Antes de que pueda pensar nada más el capullo recibe las atenciones de la aterciopelada boquita de la doctora. Según parece no solo la sabe usar para hablar sino que es una verdadera experta en otros usos orales…

¿Qué os pensabais? ¿Qué era un ratón de biblioteca? Una no sólo ha dedicado el tiempo a estudiar. Además de que en ciertas situaciones una chica puede conseguir una ayudita extra si sabe usar su cabecita. Bueno, su cabecita y otras partes de su anatomía un poco más alejadas de la cabeza ustedes me entienden… La verdad es que se me han empapado las bragas en cuanto comprobé las dimensiones del "aparatito" de Luis. Si las jovencitas de su pueblo hubiesen conocido lo que se escondía en sus pantalones, no habría pasado tanta "hambre" ni se hubiese traumatizado con lo de su virginidad. Claro que entonces no le habría conocido yo ni hubiese podido disfrutar de su pollón. Se le nota un poco nervioso, es natural es su primera vez. Será mejor que me dedique a la tarea antes de que algo lo estropee. No creáis que me costará trabajo enfundármela entera. Perdonad que no os atienda durante unos minutos mi paciente requiere toda mi atención…

Luis está en la gloria y anonadado. ¡La doctora se ha tragado toda su herramienta! Le ha costado algo de trabajo pero a base de tesón y esfuerzo lo ha conseguido. No cabe duda de que es una chica que sabe lo que quiere y que no para hasta conseguirlo. Sin embargo ya va siendo hora de que haga algo más, que la corresponda…

Poco a poco empujado por su calentura y animado por las cálidas atenciones de Susana, Luis se va atreviendo a acariciar y explorar la anatomía femenina. Sus manos masajean los turgentes pechos, primero por encima de la tela, enseguida bajo ella y finalmente los libera al desabrochar completamente la bata de la doctora. Se embelesa con la suavidad de su piel y con la extraña consistencia de los mismos. Descubre por azar que sus atenciones agradan a su compañera. Se concentra en los desafiantes y duros pezones, se los acerca a la boca, saborea su piel, los lame, los besa…Consigue arrancarle un pequeño gemido a su doctora que le proporciona mayor seguridad. Sus manos continúan explorándola, se atreven con otras partes más delicadas, más sensibles…

Como hiciera con los pechos explora primero recorriendo la superficie de las braguitas, pero no tarda en internarse bajo ella y llegar a la rezumante y caliente rajita. "Nuevos gemidos, vamos bien. Pero esto es incómodo mejor cambiar de postura…"

Adivinando los pensamientos de su paciente. Sonia se sube a la camilla ofreciéndole una excelente visión de su entrepierna. Luis comprende enseguida los deseos de su médico y comienza un tímido cunnilingus. Las braguitas comienzan a estorbar. Sonia se detiene en su felación y se las quita, Luis aprovecha y termina de desnudarse con movimientos bruscos, está nervioso, tremendamente excitado. Nunca se había sentido así tan ansioso por seguir gozando con aquella hembra. No piensa en nada más, ni siquiera se acuerda de que todo lo que está haciendo es con una mujer de verdad. No hay miedos, solo deseo. Vuelven a la tarea continúan con el sesenta y nueve. ¿Lo hará bien? La doctora, esa maravillosa mujer, no se queja. Al contrario parece ofrecérsele cada vez más. Pero Luis comienza a querer otra cosa. Tiene miedo de correrse sin haberla probado. Sin probar en condiciones a una mujer de verdad…

Sonia no tarda en comprender los deseos que acucian a su paciente. Ella también tiene ganas de probar la magnífica herramienta de su paciente. Con la suavidad y amabilidad que la caracterizan luciendo su eterna sonrisa, se da la vuelta colocándose frente a su paciente. La enhiesta estaca deja de apuntar al techo para encontrarse con otro objetivo mucho más cercano y apetitoso, el jugoso conejto de la doctora. Sonia no tarda en clavarse la marmórea viga, pero lo hace sin prisas, despacio disfrutando de cada centímetro de su poderosa y dulce dureza. Los cálidos y sensibles pliegues se ensanchan para acoger al deseado y grueso intruso. La distensión favorece la sobre excitación del exaltado clítoris quien parece no cansarse de dar placer a su dueña. Oleadas de placer la hacen estremecerse y gemir con cada pequeño avance. Finalmente los labios mayores se posan sobre la base del falo, besando el escroto y el pubis. Sonia ya no gime, jadea y respira entrecortadamente; igual que su compañero.

Luis sigue disfrutando de la sorprendente estrechez y cálida suavidad del coñito de Sonia. Sus paredes lo acogen y envuelven con firmeza y milimétrica exactitud pero con asombrosa ternura. Mientras descubre las maravillas del suave y rítmico vaivén de las caderas de su primera hembra, sus manos vuelven a jugar con los traviesos pechos que tan generosamente se le ofrecen. El tiempo parece no transcurrir mientras se besan y abrazan, pero una nueva tensión parece acumularse en su entrepierna. Sin poder contenerse ambos aumentan el ritmo de sus movimientos. Abrazando a su compañera, ahora es el ariete de Luis el que pistonea con frenética obsesión el no menos ansioso coñito. Sonia no para de chillar cada vez con mayor intensidad, ella parece también ida. De pronto con un gruñido animal Luis se descarga en el interior de su doctora. Sonia no parece enfadarse, todo lo contrario su rostro azorado parece feliz relajado. Ella también se ha corrido. Durante unos minutos ambos se olvidan de dónde están. Solo se abrazan sin soltarse, como queriendo prolongar el disfrute experimentado. Luis se esfuerza en almacenar en su memoria todas las dulces sensaciones que experimenta.

Poco a poco recuperan la respiración. Luis parece ser de nuevo consciente de lo que está haciendo. De lo que acaba de hacer. ¡Ya no es virgen! ¡Cielos acaba de hacerlo con una mujer! ¡Y qué mujer! "¡Mierda es tu médico!"

Sonia no tarda en percatarse de la nueva situación que envuelve a su paciente. Debe apresurarse para que sus anteriores experiencias no lo inciten a considerar lo que acaba de hacer algo traumático o perjudicial. Con su sempiterna sonrisa, la doctora vuelve a su labor terapéutica.

  • Bueno. Luis acabamos de comprobar que es usted perfectamente capaz de mantener con éxito relaciones sexuales. Acabamos de dar un paso muy importante para resolver sus conflictos con el sexo femenino. ¿No cree?
  • Sí… La verdad es que sí…
  • ¿Cómo se siente? ¿Se siente bien? ¿Ha disfrutado de la experiencia? ¿Le gustaría repetirla?
  • Sí la verdad es que me siento bien, muy bien. Y me ha gustado mucho… ¿Repetirla?
  • Claro con otras mujeres, con su novia cuando la tenga…
  • Ah… Pues claro. Ha sido maravilloso si me permite decirlo. Entonces ¿Ya estoy curado?
  • Me temo que no. Aún no está curado del todo. Tendremos que seguir con la terapia durante algunas sesiones más para poder dar por resueltos todos sus conflictos. Puede usted vestirse, perdona Luis, puedes vestirte. Es una lástima de que no dispongamos más de tiempo pero esto es una consulta.
  • Lo… lo comprendo doctora…
  • Sonia, me llamo Sonia Beltrán. Ahora que nos conocemos mucho mejor debemos tutearnos. ¿No crees?
  • Si ust… si tú lo dices Sonia…
  • Así te irá acostumbrando a tener mayor familiaridad con el sexo femenino. Y a tener mayor seguridad cuando trates con otras mujeres. Bueno creo que la próxima sesión la podremos tener… la semana que viene, el martes a la misma hora. Con este volante debe usted confirmar la cita. ¿De acuerdo?
  • Sí… el próximo martes no me olvidaré…
  • Eso es muy bien por cierto Luis. Debes guardar absoluto secreto sobre las técnicas terapéuticas empleadas. Muchas personas no llegarían a comprenderlas. ¿Me comprendes?
  • Sí doctora… ¿Algo más?
  • Sí… Si pudieras traer una cajita de preservativos para la próxima sesión, estaría muy bien.
  • Ay perdone yo…
  • No te preocupes hombre, ha sido un verdadero placer atenderte y como era tu primera vez he considerado conveniente darte un trato especial. Considéralo una atención especial por ser mi primer paciente. Al fin y al cabo para mí ha sido un honor ser tu primera mujer…
  • Gra… gracias. La… la semana que viene estaré aquí y no me olvidaré de nada…

Después de despedirse con un cariñoso beso, Luis abandona la consulta envuelto en una extraña y reconfortante nube de felicidad. Parece que ha sido todo un acierto acudir a la consulta con la nueva doctora. La verdad es que no le hacía ninguna gracia acudir a uno de los hospitales psiquiátricos más famosos del país pero lo que es evidente es de que sus técnicas son desde luego muy… eficaces y… estimulantes.

¿Qué os ha parecido? Se nota que me tomo muy en serio mi trabajo y mi vocación. ¿Verdad? La verdad es que he disfrutado de lo lindo con mi primer paciente. El pollón era de primera, de los que hay pocos, creedme. Y como no soy tonta, creo que tendré que programar bastantes sesiones para poder garantizar el éxito seguro de la terapia. Después de todo han sido más de diez años de angustia psicológica…

Uy… qué tarde es. Tengo el tiempo justo de adecentarme y atender a mi segundo paciente. ¿Pero dónde estarán las bragas?... Bueno no importa, ya os he dicho que vengo preparada, tengo otras en el bolso. El siguiente caso también es apasionante, otro grave conflicto sexual aunque por otros motivos. Creo que ya conocéis mi especialidad, soy psicóloga y psiquiatra especializada en patologías sexuales. Después de todo ¿Qué mejor oficio podría tener una ninfómana? Nos vemos…



Mi primer día.
Categoría: Hetero: General

Martos resume así su relato para el ejercicio psiquiátrico: El primer día de una psiquiatra con unas terapias muy particulares.

lunes, 8 de marzo de 2010

Desde el fondo de la pecera

En su primer relato para el ejercicio psiquiátrico, Masulokunoxo se pregunta sobre lo que hay detrás de la esquiva y perdida mirada de un autista.


DESDE EL FONDO DE LA PECERA

Recuerdo que de pequeño, rememorando mi anterior etapa como organismo acuático en el útero materno, me gustaba jugar a ser un pez. Me quedaba quieto en la cuna, miraba fijamente el techo de la habitación y esperaba a que llegase el genio de la brocha azul. Si estaba de suerte, y había un poco de corriente de aire –mi madre siempre le tuvo mucho miedo a las corrientes y se empeñaba en cerrar a cal y canto puertas y ventanas-, el pequeño cuarto se transformaba de pronto en un fondo marino, con remolinos de azul oscuro a ras de suelo, que se iban aclarando poco a poco al trepar por las paredes, hasta formar olas perladas de espuma que rompían contra la lámpara del techo, igual que lo harían contra la quilla de un barco.

Menuda tontería, ¿verdad? ¿Quién se acuerda de los pensamientos con los que nos entrenemos cuando aún no podemos hablar? Yo sí lo recuerdo. Lo recuerdo perfectamente. Y si no recuerdo el instante del parto, es porque me esforcé en borrar de mi mente ese momento de terror. También recuerdo las estupideces que me decían mis padres –menos mal que sólo eran sombras delante de mis ojos ciegos de recién nacido-, mientras me esforzaba en entender aquel galimatías de "cuchi-cuchis".

Nunca me ha gustado hablar mucho. Bueno, la verdad es que eso es un poco exagerado, teniendo en cuenta que no dije "mamá" hasta bien cumplidos los tres años; y después, sólo monosílabos, siempre que fuese absolutamente necesario, y no lo veo necesario muy a menudo. Tampoco saco nada en claro de la cháchara a la que son tan aficionados los tipos "normales" con los que no me queda más remedio que relacionarme: mi familia y el personal de asuntos sociales. El porcentaje de información relevante que extraigo de una parrafada no suele compensar la pérdida de tiempo que implica seguir las divagaciones del ponente, así que suelo mirar para otro lado…y como quien oye llover. Esto no es del todo cierto, porque los armónicos que producen las gotas de agua me resultan mucho más entretenidos que la mayoría de las conversaciones que oigo. Pero vamos a dejar el tema, antes de que alguien piense que estoy como un cencerro.

Los tipos como yo pueden ser o muy tranquilos o todo lo contrario, sin medias tintas. Afortunadamente para mis padres, siempre pertenecí a la primera categoría. Un par de años después, cuando nació mi hermana, las pagaron todas juntas. ¡Había que oír a la condenada berrear toda la noche! Yo no, no recuerdo haber llorado ni montado nunca pataleta alguna. Tuve una crisis cuando me destetaron, pero eso resulta hasta cierto punto lógico, porque nadie en su sano juicio cambiaría la teta por una papilla de cereales, ¿verdad?

Mamá enseguida empezó a sospechar que su niño no era como los demás. No es que hubiera que ser una lumbrera para darse cuenta, pero no puedo decir lo mismo de mi padre, que no se enteró de la fiesta hasta que una bomba hizo migas el casino del pueblo. ¿Una bomba? Pues sí, pero nada de Amonal, Goma-2 o demás moderneces explosivas por el estilo; ni tampoco por obra de ETA o Al-Quaeda. Un par de fajos de dinamita -de la de antes, con mecha y todo- y por obra y gracia –sí, menuda gracia- del comité anarquista local. Estamos hablando de 1.936, y yo acababa de cumplir nueve años. Total, que con el casino en estado ruinoso, al viejo se le fastidiaron las partiditas de billar hasta las tantas…porque, hasta entonces, raro era el día que le veíamos el pelo antes de las cinco de la mañana.

Me imagino que Eugenia, la psiquiatra, - hay que ver lo pesadita que se puso con que el grupo de terapia expresase por escrito sus vivencias- se llevará las manos a la cabeza cuando lea lo que "el señor del fondo, el que nunca dice nada y se pasa la hora de consulta mirando al techo", tiene que decir. Debo de tener un día tonto, porque, en circunstancias normales, no me habría dado por aludido. Pero me he dicho que ésta es una buena oportunidad para soltar lo que llevo dentro. "¡Suéltalo, Juanito! No lo dejes para más adelante y suéltalo mañana mismo. Si no, como te pongas a darle vueltas al asunto, analizando pros y contras, estarás criando malvas antes de que te decidas", me estuvo calentando la oreja toda la noche, esa vocecita interior que siempre me lleva la contraria.

Según figura en la ficha del centro, mi diagnóstico clínico es de autismo discreto, sin discapacidad intelectual asociada. ¡Hay que joderse! Si estos imbéciles de bata blanca se llegan a enterar algún día de la cantidad de trampas que he tenido que hacer para encajar en los parámetros de las tablas que manejan, les da un pasmo. Como esto concierne al secreto profesional que rige la relación médico-paciente, estoy a salvo de que la "loquera" se chive…y, de paso, aprovecho este escrito para recordarle que autista –lo de discreto sin discapacidad intelectual asociada me hace mucha gracia- no es igual a tonto.

No es que la pensión que cobro sea para tirar cohetes, pero sería una faena que, a estas alturas, alguno de estos "espabilados" cayese en la cuenta del engaño y me diese el alta. Total, tampoco me resulta tan molesto pasarme por el centro una vez por semana; y la diferencia entre la pensión que cobro y la no contributiva que realmente me correspondería, no es moco de pavo. Lo único que me saca de quicio es que cambien, cada dos por tres, al conductor de la ambulancia que me va a buscar a casa. A mí me chifla el orden: cada cosa en sitio y un sitio para cada cosa.

Del personal de la clínica no tengo ninguna queja. Seguro que esto suena a peloteo, pero aunque la doctora cumpla a rajatabla el código deontológico, y no diga nada de lo que aquí escribo, me juego algo a que los chupatintas de administración acaban enterándose…y no cuesta nada darles coba. Así que, empezando por el personal de recepción, pasando por las enfermeras y celadores, y terminando por el siempre ignorado colectivo de mantenimiento, todas unas excelentes personas y mejores profesionales. Y a los del fonendoscopio colgado al cuello, que les den. Más adelante le aclararé al lector –sólo al que demuestre la paciencia necesaria y posea unas tragaderas los bastante amplias como para leerse hasta el final este escrito-, el motivo de la tirria que me provocan estos fantasmas con el sempiterno fonendoscopio enroscado en el cuello.

No voy ahora a presumir de ser el tipo más popular de la comunidad de vecinos, pero seguro que no encuentran a ninguno que tenga algo en mi contra. Vale, reconozco que no devuelvo el saludo cuando me tropiezo con alguien en el portal, que ya nadie insiste en que suba con él en el ascensor y que, salvo a los perros, no miro a los ojos a nadie. En contrapartida, pago religiosamente mis cuotas, nunca saco la basura fuera del horario establecido y jamás nadie se ha quejado de ruidos molestos…salvo por los ronquidos de María Fernanda, mi sobrina, porque la muy bruta es capaz de romper la barrera del sonido cuando ronca. Esto último, además de una exageración, es científicamente inexacto, ya que el fenómeno requiere que el sujeto –en este caso, mi sobrina- se desplace a una velocidad superior a los 1.200 km/h; lo cual es imposible, dados los escasos veinte metros del pasillo de mi casa…aunque fuese sonámbula y piloto de caza. Pero nada, ninguno de estos argumentos termina de convencer al vecino de al lado, que además de llamar búfala a mi sobrina –y puedo confirmar que no existe ningún estudio que demuestre que estos simpáticos animalitos ronquen-, sigue empeñado en darme la lata con la dichosa barrera del sonido.

Ahora está de moda eso de respetar el espacio del prójimo. Menos mal, porque hay que ver la cantidad de berrinches que he pasado yo por culpa del puñetero espacio. Empiezo a ponerme nervioso cuando noto que alguien me mira con insistencia, el piloto de emergencia se pone rojo cuando alguien se aproxima, y la alarma empieza a sonar cuando el bípedo implume atraviesa la barrera de los dos metros. En caso de contacto físico –salvo, ya digo, que se trate de un ser irracional-, aúllo…y les aseguro que tengo buenos pulmones. Desconozco la razón por la que esto me pasa con los seres humanos y no con perros y gatos…aunque tolero bastante bien a los bebés. No creo que sea por la presunta "racionalidad" del personal, porque hay cada uno por ahí suelto, que válgame Dios. Sospecho, y esto no deja de ser una hipótesis sin fundamento científico demostrado, que se debe a una reacción alérgica motivada por la carencia de alguna vitamina. Así que, sabiendo que la doctora me medica como si lo mío fuese un problema de azotea mal ventilada, paso de tomarme las pastillitas que me receta. Me he convertido en un experto a la hora de regurgitar las cápsulas…porque estos cabrones hacen que abras la boca para asegurarse de que te las has tragado.

"Seguro que este tipo no se come una rosca", estará ahora pensando el lector de mente depravada y calenturienta –eso va por los cotillas de administración-. Pues sí, virgen a los ochenta y dos, lo cual no deja de ser un milagro en estos tiempos que corren. Pero me he enamorado una vez; y en una ocasión, a punto estuve de darle un beso a mi adorada Herminia.

Como no hay ningún episodio húmedo que contar, me gustaría dejar claro –dejárselo claro a la doctora, muy preocupada con que la falta de actividad sexual resulte nociva para mi salud- que para mí es tan satisfactorio compartir un pensamiento con la persona amada como una encamada con media docena de polvos…y después, si te he visto no me acuerdo. Como sospecho que esto le sonará a chino a mi querida doctora –y a los cotillas-, procuraré explicarme con claridad. Ahora que lo pienso, ¿no será que la doctora es de ésas raritas a las que les va la marcha con octogenarios?

¿Nunca han notado que, sin palabras, son capaces de conectar con los pensamientos de alguien que tienen al lado? Venga, seguro que alguien habrá por ahí al que le haya pasado esto alguna vez. ¿No? Pues es una pena, de verdad. A mí me pasa continuamente; aunque también es verdad que, la mayoría de las veces, no me gusta nada saber en qué están pensando aquellos que me rodean. ¡La de salvajadas en las que piensan los tipos "normales"!

Herminia y yo nos conocimos en una de las primeras sesiones de terapia del centro, hace más de cuarenta años. Yo tardé cuatro años en dirigirle una mirada…ella, seis. Después, todo vino rodado. Ojo, que nadie piense en un "aquí te pillo, aquí te mato", porque menuda era mi Herminia con los lanzadillos. Aún me acuerdo del mordisco que le arreó al celador que le tocó un día el culo. Cuatro puntos de sutura, le costó la broma al pichabrava ése. Quiero decir que procurábamos sentarnos cerca en las sesiones de terapia; y después, si el tiempo acompañaba, pasábamos un rato y nos sentábamos en uno de los bancos del jardín…uno en cada esquina del banco, claro. Así durante casi veinte años. Casi me da un ataque al corazón el día que, al despedirnos hasta la semana siguiente, me dijo, muy bajito, un "te quiero". Echarse novia formal a los setenta y tantos. ¡Quién te lo iba a decir, Juanito!

Entonces, cuando aún no había internet y el rollito virtual era cosa de ciencia ficción –de hecho, el primer ordenador que vi en mi vida, fue un par de años más tarde-, nuestra relación era motivo de chufla entre el personal del centro, por no hablar del escándalo familiar. Herminia estaba muy preocupada con la reacción de sus hermanos. Estaban convencidos de que, cualquier día, se presentaría en casa con un bombo de cuatro meses. Cuando me miraba fijamente a los ojos y, algo inaudito, aproximaba su mano a la mía, yo sabía lo que la preocupaba, sin necesidad de conectar nuestros pensamientos.

Hablando de temas más alegres, viajamos mucho. Desde que me trasladé a Madrid con papá y mamá, a finales de los cuarenta del siglo pasado, no me he alejado más allá de Pinto, pero he leído mucho y he visto bastantes documentales. Herminia, no. Por eso, cuando le describía mentalmente los inmensos bosques nevados de la taiga, el reflejo anaranjado de los últimos rayos de sol en las dunas del desierto de Namibia o la sinfonía de colores de los arrecifes de coral, los ojos de Herminia chispeaban de emoción, y yo me sentía el más feliz de los mortales.

La pobre se murió de una neumonía, justo el día después de anunciarme que la semana siguiente se despediría con un beso. De eso hace un par de años. Ya no me apetece contactar mentalmente con nadie más.

No he contado nada de cómo me gano la vida, salvo para quedar como un estafador que se aprovecha de las ayudas sociales. Pues no quiero que nadie piense que soy un gorrón, un parásito que vive de la sopa boba. ¡De eso nada! Desde que murió papá, de eso hace más de cincuenta años, me tocó ganarme las habichuelas y mantener a mamá y a mi hermana. Como mis nulas habilidades sociales me impedían tener un trabajo de esos de ocho a seis, tuve que ingeniármelas para sacar partido de mis dotes con los números. No quiero decir que sea un fiera de las matemáticas –para eso tendría que haber estudiado Exactas…y aunque aprobé el examen de ingreso, no pasé la entrevista-, sino que los números me hablan y me cuentan historias. ¿No entienden un carajo, verdad? Bueno, si dentro de un rato estoy de humor para aclararlo, ya veremos si pillan el truco. Ahora estoy cansado de escribir estupideces, así me perdonarán si me relajo dibujando curvas con el dedo encima de la mesa de cristal.

¡Jesús, han pasado tres semanas! ¿Por dónde iba?

¡Ah, sí, los números!, la pasión de mi vida. Siempre me han fascinado. Los números tienen propiedades ocultas que únicamente revelan a unos pocos iniciados. Tienen ritmo, son educados, discretos, fiables y -aunque esto es un secreto que no debería revelar- hasta tienen sentido del humor. Un humor que no tiene nada que ver con la falta de sentido común de los chistes que algún celador particularmente palizas se empeña en contarme.

Para el común de los mortales, un listado de media docena de páginas de datos es un caos de cifras. Cuando yo lo leo, al segundo vistazo ya sé si se trata de los datos del padrón municipal o las lista de códigos de los artículos del supermercado de la esquina. Y aplicándome un poco más, los números comienzan a mostrar patrones, tendencias y terminan contándome unas historias increíbles. Bueno, los de los bancos son para echarse a temblar…o a reír, según se mire.

Sin ir más lejos, hace un par de años, el director de la sucursal en la que ingresaba la pensión, me pidió –acepté sólo porque me lo pidió por favor y porque me regaló un juego de bolígrafos de colores- que le echase un vistazo a los informes de los créditos. No había pasado de la primera hoja del fajo de folios, cuando los números empezaron a chillarme. Le contesté retirando la cuenta y guardando mis ahorros debajo del colchón. Ahora aparece en la tele, día sí, día no, un abuelete muy simpático, diciendo que él ya sabía hace tiempo la que se nos venía encima. Tengo que enterarme si pertenece a un grupo de terapia de otro hospital.

Con toda esta parrafada, lo que realmente quería decir es que siempre me gané la vida –bastante bien, por cierto- interpretando listados de números. Hasta que llegaron los ordenadores, y los clientes decidieron que era más de fiar las predicciones de una caja de circuitos que las del chiflado ése que no abre la boca. ¡Y así les va desde entonces! Pero que se jodan, porque yo ya estoy retirado.

Supongo que en el carrete no me queda mucho más hilo que soltar, aunque estoy hecho un chaval. Lo digo porque vuelvo a soñar con peces, y ya se sabe que cuando uno vuelve a las andadas de cuando era un crío, es que le quedan un par de telediarios. Aunque, pensándolo bien, siempre he vivido en una pecera. Quieto, calladito y posado en el fondo de la pecera; a salvo del estruendo y el caos de ahí fuera.

Sospecho que, con la afirmación que hago en este penúltimo párrafo, voy a darles un disgusto a muchos, pero es algo que llevo rumiando desde que tengo uso de razón –recuerden, desde las treinta y dos semanas de gestación-: La evolución trabaja a favor del colectivo autista.

Tranquilos, con ello no estoy diciendo que sus nietos vayan a parecerse a mí…aunque vaya usted a saber cómo serán esos angelitos. De lo que sí estoy seguro es que, de aquí a cinco o diez mil años, este mundo pertenecerá a tipos que vivirán en el fondo sus peceras, mirarán al resto de la humanidad aún con más desconfianza que yo –por algo mi diagnóstico es "discreto"-, se aislarán física y psicológicamente del entorno y volcarán su capacidad intelectual en el desarrollo del pensamiento figurativo…siempre que sea posible una forma de reproducción alternativa a la actual.

No me hagan mucho caso; pero, yo que usted, amable chupatintas del departamento de administración, me leería algún artículo sobre el fenómeno "hikomori".

Como no pretendo dejar a nadie con mal cuerpo, terminaré este escrito con un asunto menos trascendente y más de andar por casa. ¡Ojo, que para mí es algo de capital importancia!

Antes de criar malvas, hay un misterio que me quita el sueño y me gustaría resolver: ¿Porqué los médicos llevan siempre colgando del cuello, a todas horas y en cualquier sitio, un fonendoscopio?

Que yo sepa, y ambas son también profesiones muy respetables, a ningún soldador se le ocurre ir a tomar el café arrastrando la máquina de soldar, ni el butanero se pasea por ahí con la bombona al hombro, sólo por poner un par de ejemplos.

Tengo una sospecha, relativa al bajo nivel de autoestima del colectivo –de ahí la exhibición compulsiva de artefactos del gremio…y reconozco que el fonendoscopio es más "ponible" que un TAC-, pero me gustaría poder confirmarla.

[ Hoy ] Desde el fondo de la pecera
Categoría: Otros Textos

En su primer relato para el ejercicio psiquiátrico, Masulokunoxo se pregunta sobre lo que hay detrás de la esquiva y perdida mirada de un autista.

jueves, 4 de marzo de 2010

Un chico normal


GatitaKarabo resume así su segundo relato para el ejercicio psiquiátrico: Las causas del comportamiento de Marcos de Aguilar, el asesino de la pala.


UN CHICO NORMAL

La fotografía muestra un niño rubito de unos diez años, sonriente, sosteniendo en sus brazos un cachorro de pastor alemán. Puedes observar con detenimiento su mirada, su sonrisa, su expresión… Intenta buscar algún indicio, pero no verás nada más que la imagen de un niño inocente, de un crío feliz.

¿Qué ocurrió entonces cinco años después? –Te preguntarás- ¿Cuál fue el clic que lo desencadenó todo? Marcos no sufrió abusos ni rechazo, no era un inadaptado social fruto de un hogar disfuncional. Sus padres no eran alcohólicos ni drogadictos ni delincuentes. Eran gente trabajadora, gente corriente.

El coeficiente intelectual del muchacho era bastante superior a la media, aunque sus calificaciones escolares rayaban el aprobado. No era un alumno conflictivo, nunca se metió en líos ni en peleas. Más bien era tímido y muy, muy callado. Marcos era un chico tranquilo. Un chico normal.

Otros vecinos, que apenas le conocían, pero que creen que lo saben todo, negarán con la cabeza. Marcos de Aguilar… ¿Un chico normal? Oh, vamos… Su mirada era huidiza, no saludaba a los vecinos, no se relacionaba apenas con nadie. Marcos era un chico raro. Siempre vestía de negro. Sentía una extraña atracción por los vampiros, por lo gótico, por todo lo relacionado con la muerte… Dicen que tenía símbolos satánicos en su dormitorio y un póster de Marilyn Manson. Escuchaba a todas horas esa música demoníaca. ¿Y los video-juegos? Se pasaba las tardes jugando en su ordenador o en su Play Station. Juegos violentos, juegos de roll. No sería raro que también se drogara. ¿Cómo es que sus padres no lo notaron? Había claros indicios de que el chico era extraño, que no era normal…

Los que tengan hijos adolescentes torcerán algo el gesto, porque probablemente sus pequeños vástagos, esos mismos de sonrisas infantiles e inocentes en las fotos de hace cinco años, ahora suelen vestir de negro, adoran a los vampiros y a los zombies, juegan sin descanso al GTA San Andreas, escuchan música marcada con el logo "Parental Advisory Explicit Lyrics" y se habrán fumado un canuto alguna que otra vez.

Los niños que antes contaban todo a papá y mamá, ahora ya no cuentan nada. El pequeño futbolista dicharachero y chistoso se ha convertido en una sombra silenciosa y tatuada que apenas sale de su habitación cuando está en casa, más que para comer. La preciosa princesita de cuento de hadas ahora es una reina oscura, de tez pálida, que se pinta los ojos y las uñas de color negro y lleva un piercing en la boca. Esos mismos padres volverán la vista atrás, a los maravillosos años ochenta, a su propia adolescencia… Y reconocerán que tampoco fueron tan distintos a como son ahora sus propios hijos. Los adolescentes son raros, polémicos, impulsivos, rebeldes… Pero la adolescencia no justifica el asesinato.

Asesinato... "El asesino de la pala". Ese ha sido su bautizo mediático en la prensa, en las crónicas de sucesos morbosos -como aquel "el asesino de la ballesta" o "el asesino de la catana"-. Ya nunca será conocido como Marcos de Aguilar García, sino como Marcos, el asesino de la pala.

¿Y qué es lo peor que le puede pasar después de lo que hizo? Pues amparado por su edad, lo máximo será de cuatro a cinco años de internamiento en un centro de menores. Probablemente antes de cumplir los veinte estará libre, con unas cuantas páginas Web de seguidores que le felicitarán por su hazaña y que incluso le ofrecerán donativos monetarios, estará liado con una fan suya -alguna de esas chicas a las que les atraen los chicos malos- y cobrando una paga del estado.

Pero esas serán las posibles consecuencias de su crimen, no las causas. O es posible que ambos factores estén relacionados. ¿Fueron las ganas de llamar la atención y de ser el centro de los medios de comunicación los motivos que desencadenaron ese crimen sangriento? ¿Hasta ese punto puede llegar el deseo de "ser famoso"?

¿Entonces? ¿Cuál es la explicación? Un adolescente normal no se levanta a media noche, agarra una pala del jardín y va al cuarto de sus padres, que duermen inconscientes del peligro que les acecha, y la emprende a golpes contundentes y rabiosos contra su propia madre. Cuando el padre intentó detenerle, el chico le dejó inconsciente de un palazo. Luego siguió golpeando la cabeza de la madre, machacándole el cráneo y destrozándole la cara hasta dejársela irreconocible.

Y como eso no lo hace un chico normal, la causa de su comportamiento anormal es su propia anormalidad. Tienden entonces, tanto especialistas como profanos, a denominar su peculiaridad con nombres y apellidos científicos y esdrújulos: Sociopatía psicópata, maníaco delirante, esquizofrénico paranoico, psicosis epiléptica idiopática…

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Loco. Esa fue la causa. Me volví loco. La opción más fácil, la mejor respuesta cuando se ignoran las verdaderas respuestas.

Trastornado, desquiciado… como una puta cabra. Visto desde fuera a mí también me lo parecería. Es complicado explicar lo sucedido sin parecer un majara.

¿Odiabas a tu madre? ¿Discutiste con ella ese día? ¿Acaso pasaba de ti? ¿Te hizo ella algo? No, no, no, no… ¡NO! No lo entienden. Yo amaba y odiaba a mi madre de la misma manera que todos odiamos y amamos a nuestras madres. Ella no me hizo nada, ni se portó mal conmigo, no discutimos ese día…

Todo empezó unos meses antes, cuando eso apareció en su barbilla, bajo la boca. Al principio era como un grano, un bultito, pero el médico de la seguridad social dijo que no tenía importancia. Era una simple queratosis seborreica. Tampoco es que yo le prestara demasiada atención.

Hasta que un día ella estaba en la cocina, se volvió hacia mí y me preguntó algo. No le contesté. No sabía ni lo que me decía. Su boca se movía pero yo estaba como ofuscado mirando eso. Y es que eso era enorme, terrorífico, horrible… ¿Cómo no lo había visto antes? Se había desarrollado y convertido en una protuberancia asquerosa: una excrecencia de color negro, como una uña de grande, de carnosidad abultada y superficie rugosa y estriada, rematada por un grupo de pelos que se erguían y vibraban desafiantes, acompasando el movimiento de la boca al hablar.

Apenas comí ese día. La tenía sentada a la mesa, enfrente de mí, como de costumbre. Pero ya no era lo mismo. Noté que todo había cambiado. Ella había cambiado. La cuchara subía y bajaba, los sorbidos de la sopa me crispaban aún más los nervios, intenté bajar la vista pero me era imposible dejar de mirar esa cosa, ese conglomerado negro y repulsivo soldado en su piel, muy cerca de la boca.

Unas gotas de sopa y un fideo resbalaron por la comisura de sus labios, regando esa plasta de carne muerta cubierta de pelos. Antes de que el fideo cayera, ella lo atrapó con la lengua, relamiendo esa cosa. Era más de lo que podía soportar, me levanté y me fui al baño. Las arcadas me volteaban el estómago y hubiera vomitado hasta las tripas de haber comido algo.

Y cada vez era más grande… Le veía crecer, burbujeante y deforme, usurpando, desbordándose, invadiendo. ¿Quitárselo? No. Ella ni lo pensó siquiera. A mi padre tampoco le importaba, parecía estar ciego.

Yo sabía la verdad. Era ridículo pensar en eliminar eso, cuando eso era lo que poseía toda la fuerza y la energía vital. No era una persona con una verruga. Era una verruga con una persona. Mi madre, siempre tan sumisa, un ente sin voluntad, había sucumbido a la dominación de esa cosa repugnante y vivía adosada a ella.

Pasé de observarla fijamente a evitarla por completo. Era algo visceral, una especie de impulso atávico que me hacía tenerle aversión. Ya no podía mirarla ni acercarme… Me daba tanto asco que no podía permitir que me tocara, ni comer nada que hubiera cocinado. Me alimentaba a base de cereales, o comida de lata o bocadillos que preparaba yo mismo. Solía comer en el bar del instituto. En una ocasión la sorprendí oliendo las toallas que salían de la lavadora. Acababa de ducharme y sentí un escalofrío que me estremeció hasta lo más profundo de mi alma. Comencé a lavar mi ropa en una lavandería y a ducharme en el vestuario del gimnasio.

De noche apenas podía dormir. En cuanto cerraba los ojos, volvía a ver esa oscura abominación detestable y nauseabunda, erizando sus pelos altivos como patas de araña, intentando atraparme.

Sin embargo todas mis precauciones no sirvieron de nada… Una tarde, frente al ordenador, estaba tan cansado por la falta de sueño que me dormí en la silla del escritorio. Me despertó un cosquilleo inquietante en la mejilla. Mi corazón dio un vuelco y cayó a las profundidades para volver a subir encabritado golpeando mi pecho con furia. Me impulsé con la silla hacia atrás pero ya era demasiado tarde… ¡me había besado!

-Hijo, no te asustes. Soy yo. Te habías quedado dormido. Marcos… ¿Estás bien? ¿Marcos?

El sudor frío me envuelve de nuevo en estos momentos. Es como si volviera a sentir el roce de esa cosa inmunda en mi cara, con sus folículos como tentáculos tentando el terreno, con la intención de arraigar bajo mi piel y corromperla. ¡Ese era su propósito! ¡Infectarme! ¡No podía a dejar que ese ente antinatural me infectara a mí también! ¡Tenía que defenderme! ¡Tú hubieras hecho lo mismo! Fue instinto, instinto de supervivencia…

Sin embargo sé que no sirvió de nada. Ya estoy contaminado. Lo puedo notar ahora, eso, eso está dentro de mí. Siento un hormigueo bajo la piel de la mejilla, la semilla está plantada, echando raíces y a punto de emerger, eclosionando en mi rostro, como una fruta podrida, negra y peluda. Si tuviera un cuchillo me arrancaría la piel, limpiaría toda la carne contaminada, pero están prohibidos los objetos cortantes.

Llevo un día aquí. Me trasladaron tras el interrogatorio preliminar a este centro de menores. Mi habitación tiene la cama y la silla clavadas al suelo, la pared es acolchada, hay barrotes en las ventanas y una persiana sin cortinas El nudo en mi garganta no me deja ni tragar saliva. Otro nudo, situado en un extremo del cordón de la persiana, rodea mi cuello. Tengo la boca seca. Siento una opresión en el pecho que no me deja respirar. Me arde la mejilla… ¿mamá? Arrodillado en el suelo me inclino hacia delante, hasta que todo termine… ¿mamá? No puedo soportarlo más… Quiero que todo termine… que todo termine ya… mamá… mamaaaaaá…

**************************************************

Marcos, el asesino de la pala, se suicida en su habitación del centro de menores. Algunos pensarán que angustiado por los remordimientos puso fin a su vida, profundamente arrepentido por lo que le hizo a su madre. Otros seguirán pensando que era un sociópata y que esos justifican sus actos, pero nunca se arrepienten.

Eso sí, todos coincidirán en que el chaval se volvió loco, como una puta cabra… Mira, ahí está su foto, cuando tenía diez años, sonriendo con un cachorrillo en los brazos. Parecía un chico normal, ¿verdad?



Un chico normal
Categoría: Otros Textos

GatitaKarabo resume así su segundo relato para el ejercicio psiquiátrico: Las causas del comportamiento de Marcos de Aguilar, el asesino de la pala.

lunes, 1 de marzo de 2010

La increíble historia de Mandy y su locura felina


GataColorada resume así su segundo relato para el ejercicio psiquiátrico: Relato en seis escenas, donde se mezcla el incesto con el sadismo y la orgía.






La increíble historia de Mandy y su locura felina.

1. La razón de ser internada.

" La pequeña ala en la que va a estar ,es la de los mitómanos. A ninguno le da por ser una persona normal, todos son ilustres. La ventaja es que cada uno es un personaje, si tuviéramos dos Napoleones sería la guerra."- comenta con una sonrisa el Dr. Waldemar , el Director del Hospital psiquiátrico, mientras devora con los ojos, cargados de lascivia, a la mujer sentada frente a él . Es una morena en los treinta, el cabello a lo paje, de hermosas facciones en las que destacan unos labios mullidos y sensuales, la blusa entreabierta deja ver el canal de sus turgentes pechos y la pollera, por encima de las rodillas, muestra unas piernas escultóricas.

" Son tranquilos, mientras no se les lleva la contraria. Como ve, el ala del sanatorio es limpia y bien ventilada, tiene un buen jardín para pasear. Para lo que usted quiere es lo más adecuado. En otros pabellones sería un riesgo que no podemos asumir, pese a la recomendación del señor Freedman. Y más como quiere, que sólo yo sepa que su internamiento es voluntario, para escribir una novela. Es lo que le puedo ofrecer, y sin estar de acuerdo. Pero su hermano ha sido muy persuasivo y además usted va a pagar como cliente de lujo."

Mandy le mira satisfecha. Le va a permitir escribir ese libro, que espera sea un best seller como los tres anteriores. Siempre ha investigado sus novelas, viviendo lo que cuenta, ésta sobre la locura y el sexo en los manicómios, quiere que sea igual, por eso le ha pedido a su hermano Nestor, financiero del psiquiátrico, que le ayude.

"Estoy de acuerdo con Usted. Pero cuénteme, ¿cuántos serán mis compañeros? ¿ cómo son?."- pregunta Mandy , curiosa y con ganas de saber.

"Tenemos un Julio César y un Luis XIV, esos son a los que les va la historia. De la ficción: Tarzán y el Hombre Invisible. Mujeres, María Magdalena, que se cree la esposa de Jesucristo, el Código da Vinci, ha hecho mucho daño e Isabel la Católica. Como ve a nadie le ha dado por ser el vecino o la vecina de al lado. Usted, ¿quién va a querer ser?"

" Usted, ¿quién me aconseja? No se me ocurre nadie, así de pronto."

"Mañana cuando la traigan a las 10, me lo comunica. Y traiga ropa para vivir el personaje, todos van de acuerdo con sus manías"

2. El personaje.

Mandy desnuda, tumbada en el lecho deshecho tras el coito apasionado, mira la tele.

Ha pagado el favor a su hermano con sexo. Siempre ha sido así, desde que niños ambos jugaban a médicos, cuando uno necesitaba algo del otro sabía que tenía que darle placer. Era un acuerdo no escrito pero de obligado cumplimiento.

Recuerda la primera vez que vio saltar el semen de Nestor, tras manipular su pija con su manita inexperta y cómo aprendió a chupar vergas practicando con él. Debutó con su primo Peter, tras la fiesta de 15, pero luego había cogido regularmente con su hermano, descubriendo sus gustos y sus ritmos.

Al llegar a casa y verle esperando, sólo cubierto con un albornoz, sabía lo que quería. Su cuñada sólo le permite el sexo misionero, así que se va desnudando ante la mirada cargada de vicio del hombre, mientras cuenta la entrevista.

Abre la cama, como una perrita expone su cola redondeada y firme a su hermano. Él ensaliva el camino oscuro. Mandy se apoya en los almohadones dejando las manos libres para acariciarse. Nota el glande enfundado en el condón apretando la puerta trasera, despacio va entrando en su cuerpo. Se toca el sexo vacío mientras las embestidas aumentan la profundidad y el ritmo.

Nota como se retira, sabe el juego, se arrodilla ante él y sin dejar de masturbarse, ahora rápido el clítoris, espera que la verga palpitante llegue a la boca. Los labios acolchan el miembro, succiona, lame, chupa , mama hasta que liba la leche viril. Apenas unos segundos más alcanza su orgasmo, sigue con el hombre en su boca, hasta acabar sus espasmos.

" Si tú eres Lucrecia Borgia, yo entonces seré tu Cesar. El modelo de Maquiavelo. Cuídate y no hagas locuras"- le dice mientras acaba de vestirse.- "Hoy tengo una cena aburrida pero importante. Chao, hermanita"

Zapeando, medio adormilada, piensa en la hija del Papa Alejandro, no es un mal personaje. Ante sus ojos surge la belleza de Halle Berry enfundada en cuero negro, es como la caída del caballo de San Pablo, sigue viendo el film y sabe que ha decido quién va a ser: GATUBELA.

3. Conociendo a sus compañeros.

Mandy lleva cuatro días viviendo experiencias para su libro, sus compañeros de manicomio le proporcionan desde cultura a placer. Como todos van vestidos de su personaje, la pequeña ala parece una fiesta de disfraces.

Los personajes históricos le han impresionado, son una lección de época cuando habla con ellos.

Julio César y Luis XIV le han contado sus vidas, sus anhelos, y ha revivido con ellos desde el Senado Romano a las intrigas de Versalles. Y no son malos amantes, un poco dominantes pero incansables. El romano cree que es una esclava persa y el francés una de sus favoritas, y entre discurso y discurso se daban unas buenas cogidas.

Tuvo un problema inicial con Isabel la Católica, no se lavaba ni se cambiaba hasta que conquistase Granada. Con habilidad y un poco de ayuda de Luís XIV, lograron convencerla de que la batalla había acabado y lo que le tocaba vivir era el Descubrimiento de América. Pasada por el agua, resultó una hermosa pelirroja en los finales de los cuarenta, con espíritu libidinoso que Mandy encauzó hacia el francés. La unión entre las dos potencias se había convertido en una cuestión de Estado que necesitaba aceitarse en el lecho. La castellana sostenía que los Trastamara eran sexualmente hiperactivos, así que el rey Sol debía cumplir las expectativas de aquella hembra ansiosa. Mandy perdió un amante pues el pobre hombre apenas era capaz de satisfacer a la reina ardorosa.

María Magdalena era una morocha de pelo largo y enrulado que cuidaba a todos como una madre. Sobre todo en la comida, magnífica cocinera preparaba auténticos festines, manteniendo que no todos los días su esposo Jesús iba a hacer los milagros de los panes y los peces o del vino de Caná. Mandy descubrió que si estaban solas y se paraba de espaldas a la luz, la mujer la tomaba por su divino marido y le lamía los pies, limpiándolos y después secándolos con sus largos cabellos. Era un acto fetichista que la ponía caliente, nunca lo había practicado y aquel chupeteo de sus dedos la excitaba, le apetecía hacerla el amor, Mandy era bi y disfrutaba tanto de mujeres como con hombres, pero cuando le insinuó a la Magdalena el tema, ella le explicó que era fiel a su esposo, que se calmara como hacía ella, y sin mas preámbulos comenzó a masturbarse frente a Mandy. Y así comenzó una rutina en la que tras el lavado bucal de pies, las dos mujeres se pajeaban una frente a la otra.

Tarzán y el Hombre Invisible debían haber intercambiado de locura.

El primero era un gordito de apenas 1,50 que la seguía a todas horas, insistiendo que era el rey de la selva y que Mandy, una gatita o panterita, tenía que obedecerle y darle satisfacción. Ella se negó al principio, con el romano y el francés tenía cubierta su líbido, pero cuando éste se dedicó a la española, cedió a sus pretensiones. No es malo tener dos amantes. Y ahí se llevó la gran sorpresa, el miembro de Tarzán más que de hombre o mono parecía de elefante. Nunca en su vida le habían llenado la vagina con un instrumento similar, al punto que para coger, al principio sólo podía adoptar la postura del hombre tumbado y ella cabalgarle, pero dejando más de media verga fuera. Pero Tarzán quería ponerse encima, así que idearon un sistema en que Mandy le ponía las dos manos en la pija, reduciendo el tamaño del órgano penetrador. No les iba mal, y el hombre mono gozaba como un loco al tener toda la manguera apretada.

El Hombre Invisible era un caso aparte, cuando se lo presentaron vestía un piloto largo, sombrero, y gafas de sol. Según él, era la única forma de que supieran donde estaba. Muy alto y muy fuerte, pasaría de los 2 metros, y de los 120 kilos, pero todos de músculo, impresionaba cuando se paraba desnudo ante Mandy y se masturbaba. Entraba en su habitación, la seguía cuando estaba con María Magdalena y sin ropa (según él nadie le veía) se pajeaba con total tranquilidad. Al principio se asustó, pero una vez acostumbrada, el tener un espía viéndola añadía un punto importante de excitación.

Mandy tomaba notas y disfrutaba de su estancia en la clínica.

4. La terrible verdad.

Mandy acude al despacho del Dr. Waldemar vestida de Selina Kely, tiene ganas de no usar el disfraz de Gatubela , el cuero o el látex, tiene un doble juego, le hacen sudar.

La conversación transcurre tranquila, pese que a la mujer le da la impresión que el médico sabe todo lo que ha hecho. No sospecha cuando entra la enfermera, sólo siente un pinchazo en el hombro.

Se despierta desnuda y amordazada, atada en aspa a una mesa de madera. Una luz fuerte la ilumina, en la penumbra ve al Dr. y la enfermera , ambos sólo llevan una bata blanca.

"Ya se ha despertado nuestra gatita. Le gusta mucho coger, es una viciosa, y va a disfrutar con los juegos que tenemos para ella."- dice el médico con voz ronca.

" ¿ Le importa que me la coma mientras Ud. prepara el material?- la enfermera se ha desnudado. Es una rubia grande, de casi 1,80, con pechos operados que pasan de los 100 y que mira con lujuria. No espera la respuesta del hombre para lanzarse entre las piernas de Mandy y comenzar a chuparle el sexo.

Le repugna la situación, no aguanta que la violenten, es lujuriosa pero cuando ella quiere. No soporta ser forzada a hacer nada que ella no decida como y con quien.

No goza con la lamida de sexo, la humedad es de las babas de la enfermera.

"Esta niña no es buena, se resiste al placer"

" No se preocupe ahora corregiremos sus malos hábitos"

Le pone una inyección en el muslo, no sabe qué es, pero a los pocos minutos siente una calor por todo el cuerpo, y cuando le ponen las pinzas en los pezones y en el clítoris está cachonda.

Las corrientes eléctricas no son fuertes, la excitan , y sin querer se va. Y vuelve a irse.

" Ahora penétrela"- Mandy mira asustada a la enfermera que se puesto un arnés con un falo negro enorme.

La coge durante un largo período, en el que la paciente va de orgasmo en orgasmo.

La sueltan los tobillos, está exhausta, no tiene fuerzas, la droga que le han dado, la ha convertido en un juguete erótico. Le alzan las piernas, el médico se aproxima y le clava su arma en el ano. Enculada sigue gozando, no necesita acariciarse, la electricidad sirve de afrodisíaco. El semen la inunda.

"Quita la mordaza, para oírla chillar. Después del placer viene el dolor"

Al poder hablar Mandy les amenaza con su hermano.

Se queda helada con el comentario del Dr. Waldemar.

" Ya me dijo el señor Freedman que te creías su hermana, una novelista en busca de experiencias. Te vas a quedar acá para siempre, así que ya puedes aprender a obedecer. Cuando te afees , o dejemos de cobrar nuestros honorarios, veremos que hacemos contigo, podemos venderte a una productora de esas que filman asesinatos rituales. Así que haznos gozar para que llegue lo más tarde posible. Y ahora aumentemos la potencia"

La mujer nota el incremento de la energía, el placer se convierte en un terrible dolor. Al cabo de unos minutos se desmaya.

5. La fuga.

El Dr. Waldemar mira a través en la pantalla lo que hacen los internados, a su lado, Inge, la enfermera, se masturba.

" Es buena la gatita, muy puta, en tres sesiones ha aprendido. Chupa bien y le gusta que la cojan, todo por reducir el dolor. Mira que cariñosa está con el Hombre Invisible. Cuando le hemos explicado que todo se graba, está montándonos buenos espectáculos"

Mandy tapada por la gabardina del hombre, le recuerda lo que debe hacer.

" Si, si , lo haré pero ahora chúpamela, que me da mucho gustito"

Gatubela , enfundada en cuero negro, logra la descarga de leche.

Tarzán y Julio César la esperan, se quita los pantalones, en corpiño y antifaz, va dejando que la enorme verga del hombre mono la penetre. Las dos manos que agarran el pene impiden que la destroce. Levanta las nalgas, el romano abre la túnica para sacar su miembro erecto, que aproxima al ano de la mujer, y sin miramientos lo introduce.

Mandy sabe que sus cuidadores la espían, y que graban el show que se enriquece con los locos reyes cogiendo excitados por el espectáculo. María Magdalena reza, el Hombre Invisible, satisfecho sexualmente, mira.

Empieza a caer la noche, no han encendido todavía las luces, la sala está en penumbra, los pacientes han acabado la actividad sexual, vueltos a vestir esperan la cena.

Mandy, mimosa, se acerca al Hombre Invisible: "Nadie te puede ver"- le murmura mientras él se desnuda.

Inge entra con la bandeja cargada de los tranquilizantes que han de tomar los pacientes, le acompaña un cuidador con una picana por si hay algún problema. No se dan cuenta de la presencia del Hombre Invisible, desnudo junto a la puerta. En silencio golpea a al enfermero que cae redondo, antes que la rubia pueda gritar, entre Julio César y Luis XIV la inmovilizan, tapándole la boca.

Ahora son los dueños de la situación, los atan, dejándolos al cuidado de la Reina Católica, no se fían de la bondad de María Magdalena, Julio César y Mandy se visten con las batas de Inge y del cuidador y con los otros cuatro compañeros salen de su ala , dispuestos a controlar el Psiquiátrico.

En menos de media hora han reducido a los tres guardianes restantes, queda el Dr. Waldemar. Al tercer guantazo del Hombre Invisible, uno de los prisioneros les indica donde descansa.

La puerta cae ante el golpe combinado del Hombre Invisible, Luís XIV y Julio César, el sádico está sentado en un sillón, mientras una hermosa muchacha, arrodillada ante él, le chupa el miembro , no tiene tiempo de reaccionar cuando ya está atado.

Ahora si son dueños absolutos del hospital.

"Antes el cruzar el Rubicón, debemos saber a donde vamos"- plantea el romano-" y hay que obtener información de los prisioneros"

" Waldemar nos dirá todo"- dice la Reina Católica que se ha incorporado en la sala de experimentos cuando llevaron a Inge a la misma.

" A los galos les ablandaba que un legionario les sodomizara, creo que podemos empezar por ahí. Tarzán ¿ no te importa encular al Dr.?"

"Gracias, en la selva jugaba mucho con otros monitos a esas cositas"

Colocan al malvado Waldemar en posición de perro y tras él, la selva poderosa enchufa su enorme aparato al pequeño esfínter. A medida que la inmensa arma empala al médico, este pasa de las lágrimas a los gritos, y de los de los gritos a los aullidos. Se desmaya.

Lo despiertan con un balde de agua fría, está temblando, de su ano desgarrado sale una mezcla de sangre, mierda y semen.

" Creo que son mejores los procedimientos de mi Torquemada"- sostiene la pelirroja, que excitada se ha levantado la falda para masturbarse frenéticamente- " Antes usábamos el fuego, ahora podemos utilizar la electricidad.

El Hombre Invisible, que como es bien sabido había sido un gran científico, es el que pone las pinzas en el pene del perverso Waldemar. Da al interruptor, y quizás por la potencia excesiva o el estar mojado el médico, se produce un chisporroteo en la carne que pasa a negra y que cae carbonizada. Un grito desgarrador es la expresión del paro cardíaco del médico.

" Se nos ha muerto"- comenta Luis XIV- " ahora la gente no aguanta nada. Habrá que interrogar a la enfermera"

Inge les mira con ojos aterrados, cuando el grupo se acerca a ella. Y empieza a dar toda la información que necesitan para el éxito de su fuga.

6. El placer de la victoria.

Mandy escribe en la notebook su novela. Por el enorme ventanal de la casa se ve el océano. Desnuda , con un falo de alabastro , regalo de César , en su vagina , meciéndose para gozarlo más, avanza en su narración.

Enciende un Camel, y mirando las volutas de humo piensa que fue fácil lograr el paraíso que ahora disfruta.

Salieron del hospital en una ambulancia, Tarzán, Luís XIV, Julio César y ella, con Inge de prisionera. Llegaron a la gran residencia donde vivía su hermano, no les esperaban, en pocos minutos se hicieron dueños de la situación.

Todo fue sobre ruedas, el Rey Sol, decidió que Néstor, el hermano de Mandy, era su gemelo Felipe y le puso una mascara , al principio de tela, pero luego de hierro. El pobrecito confesó la terrible maquinación, aprovechando la propuesta de Mandy , pensó que podría quedarse con la casa y la herencia, no sólo de los padres ya fallecidos, sino de la tía Enriqueta, multimillonaria, que acababa de morir, algo que desconocía la intrépida escritora que fue la que pasó a disfrutar de vivienda y dinero.

En muy pocas horas organizaron el sistema.

El hospital lo dirigía el Hombre Invisible. De vez en cuando había algún problema, pues recibía a la gente siempre con gafas de sol , bata, pantalones, zapatos y guantes, pero era un buen científico y algunos enfermos mejoraron, pudiendo salir al considerarlos cuerdos

María Magdalena se encargaba de la comida, nunca hubo locos mejor alimentados.

La administración en manos del César y el Rey iba perfecta, si bien Mandy debía controlar su afición a hacer obras, y convencerles para que no se vistieran de acuerdo con sus personajes.

Tarzán e Isabel disfrutaban de la casa.

El lector o la lectora , curios@s, querrá saber cómo era la vida sexual de nuestros héroes.

María y el Invisible seguían con sus masturbaciones.

Julio César y Tarzán solían sodomizar a Néstor para que recordarle que estaba preso.

La Reina Católica había ampliado el círculo de sus aliados, disfrutando no sólo del francés sino también del romano. El Rey Sol, de esa manera, podía llevar una vida más promiscua.

Las prisioneras Inge y Michele, su cuñada, servían de esparcimiento a hombres y mujeres, las dos han demostrado una enorme afición al sexo duro. De vez en cuando se las azota y tortura.

Mandy escribe tranquila, está segura de que la novela va ser otro bestseller. Con la concha llena de alabastro, meciéndose para gozar, piensa que tiene cuatro hombres y tres mujeres para darle placer. Gatubela pasa la lengua por sus labios carnosos como una felina satisfecha.



La increíble historia de Mandy y su locura felina
Categoría: Sadomaso

GataColorada resume así su segundo relato para el ejercicio psiquiátrico: Relato en seis escenas, donde se mezcla el incesto con el sadismo y la orgía.