viernes, 27 de enero de 2012

Por los beneficios

Martos se hace una pregunta: "¿Qué sucede cuando sólo se busca el beneficio personal? Bien pudiera ser esto..."


Se palpaba la tensión en la sala de juntas. Los presentes, incapaces de soportarla, evitaban cruzarse las miradas. Unos miraban y remiraban en sus papeles como si buscaran en ellos el alivio que necesitaban. Otros incómodos, se revolvían en sus asientos, tamborileaban con los dedos, se cruzaban y descruzaban las piernas… Los más sosegados, se abstraían del enrarecido ambiente fijando la vista en algún punto indeterminado enfrente de ellos o perdiendo su mirada en un infinito que sólo ellos podían ver. Todos aguardaban expectantes, sin atreverse a romper aquel ominoso silencio. Nadie se decidía a romperlo, aunque sabían que no presagiaba nada bueno. De vez en cuando, una posecilla nerviosa rompía la pesada calma. Entonces, sin excepción todas las miradas se clavaban en el causante de tan estentórea interrupción. Éste, abochornado por su desafortunada intervención, se disculpaba en silencio con la mirada, mientras suplicaba para sus adentros, como hacían todos los demás, que alguien interviniera en serio.

Para ser del todo sinceros, no todos los presentes aguardaban en tensión. Al fondo, presidiendo la mesa, el Sr. Urrutia, leía perezosamente el voluminoso y completo informe de viabilidad de la empresa. Ya lo había leído y estudiado con detenimiento antes de asistir a la mesa de negociación, pero estaba disfrutando del momento. Los tenía a todos a su merced, arrodillados bajo sus pies, podía exigir lo que le diera la gana por muy alocado o exigente que fuera… ¡Ah! ¡Qué dulcísima sensación era aquella! No era la primera que la experimentaba, como propietario de la empresa, estaba acostumbrado a ejercer el poder y actuar con autoridad con sus subordinados. Pero ahora, ahora no tenía solamente a sus trabajadores bajo sus pies. Tenía todo un pueblo, más que eso, toda una comarca rendida ante él. Los representantes de los ayuntamientos, alcaldes y algún político de cierto postín estaban a su derecha. Los socios, accionistas y comerciantes a su izquierda. Los representantes sindicales, ingenieros y trabajadores al fondo. Y todos sin excepción aguardaban sumisos y expectantes para conocer su decisión.

Y no era para menos, el señor Gustavo Adolfo Urrutia y Garmendia era el dueño de la fábrica. La fábrica que daba empleo a más de dos mil obreros y que generaba infinidad de riqueza en la región. Bajo su sombra, habían prosperado multitud de negocios pequeños. Negocios que habían atraído a banqueros e inversores y con ellos los pueblos de la comarca habían prosperado y crecido. Un nuevo juzgado y dos escuelas y hasta un instituto recién construidos daban fe del rápido crecimiento experimentado tras la construcción de la fábrica hará ya algo más de cincuenta años. Sin embargo, la situación actual era completamente diferente. La fábrica iba a ser trasladada. La búsqueda de mayores márgenes de beneficios aconsejaba su reubicación en un país extranjero. No es que la fábrica actual hubiese dejado de ser rentable, lo seguía siendo. Pero en la futura ubicación, los sueldos serían más bajos, las materias primas un poco más baratas y los gastos de construcción, quedarían rápidamente amortizados. Es más, con un poco de suerte hasta recibirían subvenciones gubernamentales que le permitirían erigir la nueva factoría sin invertir un céntimo.

La decisión, por supuesto estaba tomada. A pesar del nuevo plan de ajuste, de las facilidades prometidas por los alcaldes y las diputaciones, obtendría mucho más beneficio si trasladaba la fábrica. Es cierto que con aquel nuevo plan de ajuste, el margen de beneficios aumentaba considerablemente. Seguramente la planta seguiría siendo rentable otros cincuenta años más sin tener que invertir demasiado en mantenimiento. Pero aquello no le importaba al señor Urrutia. Al señor Urrutia poco o nada le importaba que el cierre de su factoría sumiera a más de veinte mil personas en la miseria. Sí no solo los dos mil empleados con sus familias perderían su fuente de ingresos, los pequeños negocios también la perderían y sin ellos… Bueno, calificarlo de desastre sería poco. Mas como hemos dicho, nada de aquello le interesaba al señor Urrutia que sólo tenía en mente una palabra: Beneficios. Nada estaba mal, si se obtenían beneficios y éstos cuanto mayor fuesen mejor… Así pues la cosa estaba clara. La factoría sería trasladada a finales de año, los pingues beneficios que obtendría con su traslado así lo justificaban… Sólo importa el beneficio, dijo finalmente cuando explicó las razones del temido cierre.

Sólo importa el beneficio, el infame lema se extendió por el pueblo como una plaga. El señor Urrutia, antaño benefactor, los había condenado a la miseria por ansiar mayores beneficios. Nada más importaba, ni el bien ni el mal, sólo el provecho que uno pudiera obtener. Y la insensible y cruel consigna se grabó indeleble en la mente de todos los habitantes de la comarca. Aquella filosofía hedonista y egoísta forjó el carácter de toda la infeliz comarca. Así fue como Sergio vio cambiar toda su vida. Tenía ante sí un luminoso porvenir, él como otros jóvenes se habían formado en la escuela de maestría donde había adquirido las dotes que le hubieran permitido ingresar en la fábrica. Pero tras la desaparición de la misma, no solo él, también sus padres, familiares y conocidos habían perdido el modo de ganarse la vida. Muchos se habrían ido ya en busca de nuevas oportunidades. Sin embargo, no resultaba tarea sencilla encontrar empleo ni siquiera marchándose. La prosperidad se había tornado en pobreza y los jóvenes como Sergio malvivían haciendo chapuzas y a veces, cometiendo pequeños hurtos.

Sergio tenía su pandilla, un grupito reducido de amiguetes con los que compartía las escasas cosas que tenía. No lo hacían por verdadera amistad o por altruismo. Pertenecer a una pandilla era el mejor modo de asegurarte algo de protección y sustento. Así que era el beneficio obtenido el que cohesionaba aquellos pequeños grupos de jóvenes descorazonados. La ganancia, el provecho obtenido, era el motor que movía aquella nueva sociedad mísera y codiciosa. La vieja fábrica les proporcionaba refugio muchas veces. Una vez se desmontaron las enormes máquinas, la factoría quedó a expensas de los saqueadores que acabaron de llevarse todo lo que pudiera ser de utilidad en forma de chatarra. Sin embargo, las paredes y el tejado seguían conservándose bien, de modo que aquel seguía siendo un buen lugar para reunirse; un lugar discreto para pasar un buen rato con los amigos, bebiendo cerveza y whisky barato.

Pocos eran en el pueblo los valientes que se acercaban a aquellas naves abandonadas. La pandilla de Sergio se encargaba de amedrentar o escarmentar según el caso a los que osaban meter sus narices por allí a determinadas horas. Por eso se sorprendieron tanto cuando vieron aproximarse un coche cerca de la hora del crepúsculo. Del vehículo se bajaron dos personas, dos estúpidos que no sabían dónde se estaban metiendo. ¡Ya tenían cara al acercarse a la vieja fábrica como si aquel terreno les perteneciera! ¡Niños ricos, ya les enseñarían a no presumir! En cuanto se hubieran alejado lo suficiente del coche...

La noticia voló y se extendió como la pólvora, en unas horas todos los habitantes del pueblo y las localidades circundantes se habían enterado. ¡La señorita Teresa había vuelto con la intención de reabrir la fábrica! La hija de Don Gustavo había decidido usar parte de su fortuna en reconstruir la vieja fábrica donde se había criado. Su padre había accedido a regañadientes, pero no podía negarle nada a la niña de sus ojos. De modo que tras mucho insistir, la señorita Teresa había logrado convencer a su padre para que le permitiera visitar la finca con un ingeniero y estudiar el costo de la reapertura. Un cierto optimismo se abría paso conforme los rumores se esparcían, ampliaban y en parte se confirmaban. La habían visto por la mañana hablando con el alcalde y el director del banco. Iban en un coche lujoso pero no ostentoso, todos coincidían en alabar su sencillez y buen gusto.

- ¿Qué hacemos ahora?

- Tenemos pasta… Vámonos de putas.

- ¿De putas? ¿Para qué vamos a irnos de putas cuando tenemos a una aquí mismo?

La joven que presenciaba la escena firmemente atada y amordazada, abrió desmesuradamente los ojos aterrorizada. Chilló y se revolvió desesperada al tiempo que negaba con la cabeza. Como si eso sirviera de algo, siguió contorneándose y chillando, mientras las ávidas manos de sus secuestradores comenzaron a recorrerla. Aquello solo excitó aún más la sucia lascivia de aquellos hombres enfebrecidos. Los miraba aterrada intentando en vano recibir algo de misericordia. No encontraría piedad en esos ojos llenos de lujuria. Era una batalla perdida pero no se rendía, quizás tuviese algo de suerte, quizás alguien se apiadase de ella, tal vez alguno de aquellos hombres recapacitara…

El bofetón le cruzó la cara pillándola de improviso. A su paso, despertó mil hogueras en sus ya maltratadas mejillas. Un hilillo de sangre le bajaba por la comisura del labio. Se calló y se calmó de inmediato ya sabía lo que le esperaba. No habría ayuda, no habría clemencia, nadie iba a recapacitar. Miró temblorosa a la fría navaja que con pulso firme se acercaba hacia ella. Pasó ante sus ojos y después se fue presta a cortar las ligaduras que la ataban por los tobillos. Chilló una vez más, a sabiendas que su grito ahogado no sería escuchado por nadie. Chilló y lloró y pataleó mientras aquellas manos desaprensivas la abrían de piernas.

No le veía la cara, borrosa por las copiosas lágrimas; pero ahí estaba, dentro de ella. Quemándole las entrañas con su abyecta polla. La penetraba con fuerza, clavándosela hasta el fondo; y con furia, bombeándola sin descanso al compás de un ritmo frenético. La estaba matando, parecía que la iban a partir en dos. Seguía gritando a pesar de los bofetones, no podía hacer otra cosa, tenía que dar salida a la lacerante angustia que palpitaba en su entrepierna. Tuvo suerte, se corrió pronto, con un gruñido más propio de una bestia que de una persona, el desaprensivo se vació dentro de ella. Se quedó un instante dentro de ella apretándose como si no deseara separarse nunca. Y de repente se salió de ella y se levantó tan bruscamente como había entrado.

Al momento otro ocupaba su puesto. Éste como el anterior, comenzó a follársela sin miramientos, buscando su propio y egoísta placer. El dolor seguía sin remitir, las bruscas sacudidas a las que era sometida, los incesantes pellizcos y manoseos, las hostias que a veces recibía por “no colaborar”, las rígidas ataduras que le forzaban las articulaciones de manos y brazos… en definitiva, todo le hacía un daño atroz. Pero lo que más le dolía era el alma. Aquellos hombres se estaban desfogando en ella como si fuese un mero objeto. Como si ella no fuese nada. La humillaban y vejaban como si eso fuese lo más natural del mundo, y eso duele. Duele mucho más que un bofetón o un pellizco. Duele porque te hace creer que no eres nada, que no vales nada, que no le importas a nadie. Por supuesto, es mentira, tú sabes que es mentira; pero ¿por qué se comportan así? entonces. El segundo estaba a punto de acabar, menos mal, sus embestidas eran ahora más profundas y más acompasadas. Como el primero, se quedó clavado dentro de ella mientras descargaba su mala leche dentro de ella. Y como hiciera su compañero bruscamente se retiró. Dejando lugar para un nuevo violador…

El tercero no parecía tan ansioso, no se dio tanta prisa al penetrarla. Lo hizo con más calma, controlando la situación. Parecía más viejo y más experto. Quería disfrutarla durante más tiempo, y vaya si lo hizo. Para empezar, comenzó a jugar con sus tetas. Hasta ese momento, habían permanecido ocultas por la chaqueta, la blusa y el sostén; pero ahora forcejeaba por liberarlas de aquellas prendas. Las cuerdas con que la habían atado le molestaban ahora. Pero sus compañeros que se dieron cuenta de las lascivas intenciones comenzaron a ayudarle. Dejaron de sujetarle las piernas, total ya no era necesario, y deshicieron un par de nudos. Mientras, el viejo seguía con su parsimonioso bombeo, por lo menos así no dolía tanto. Lo que no podían retirar, lo cortaban, al poco apareció un pezón, después el otro. Una vez liberados, la lasciva boca del viejo se amorró a uno de ellos, mientras su mano se paseaba por el otro.

Aquello era peor, su maltratado cuerpo reaccionaba ahora con gratitud a las falsas ternuras. Para su vergüenza, se le endurecieron sin querer los pezones. El experto viejo, sabía cómo calentarla. Y al hacerlo, no desaprovechaba la ocasión para insultarla y rebajarla. No era ella la que se estaba excitando, no era ella. Pero su cuerpo seguía ignorándola y continuaba traicionándola mientras se preparaba para una cópula que ya se había iniciado.

El viejo sonreía con sorna, sabía que estaba teniendo éxito. Decidió acelerar el proceso, pronto se vendría de continuar así. Su mano se deslizó a la entrepierna de la desconsolada joven y comenzó a machacarle el clítoris. Sabía hacerlo, lo había hecho muchísimas veces y por lo tanto estaba seguro de su éxito. Un leve rubor le confirmó sus sospechas. La chica se debatía pero no parecía luchar sino acompasar sus movimientos a los de él. Ella le rehuía la mirada, pero no importaba se iba a correr de un momento a otro. Y así fue, sin poder evitarlo, sintió como su cuerpo se tensaba, y en el clímax, una corriente de doloroso bochorno. El alivio de la tensión no le supuso ningún placer, sino mayor angustia y vergüenza. Si antes ya se sentía mal al ser utilizada como un objeto, ahora la respuesta condicionada de su cuerpo la hacía hundirse aún más. No necesitaba las burlas de aquellos hombres para maldecirse. En realidad, no había sentido verdadero placer, ni deseo, ni amor. Simplemente había experimentado un acto reflejo que la asqueaba por las falsas interpretaciones del que era objeto.

Afortunadamente, las burlas duraron poco. El viejo no tardó en correrse una vez consiguió su propósito. Y en cuanto dejó el sitio libre, un nuevo villano ocupó su lugar, deseoso de gozar de la espléndida hembra que tenía delante. Como los anteriores, buscando saciar su libido, sin pensar en nada más. Y después un quinto, un sexto… perdió la cuenta pues todos sin excepción la trataban igual. La cálida estrechez de su maltrecha vagina los atraía como la miel a las moscas. Y ellos, sin escrúpulos, se regodeaban maltratando su inocencia mientras saciaban sus más animales y primitivos instintos.

La joven se dejaba hacer, total ya había sido mancillada ni se sabe las veces. Había dejado de patalear y gastar energías inútilmente. También había dejado llorar, sus ojos sin mirar a ninguna parte se perdían en el infinito a donde había huido su consciencia. Creía que ya había pasado lo peor, que sólo debía aguantar un poco más de humillación y todo habría pasado, como un mal sueño como una horrible pesadilla… No fue así. De repente, sin mediar palabra uno de aquellos sujetos, le dio la vuelta. Un agudo chillido salió de su garganta y se oyó perfectamente a pesar de la mordaza, aquel malnacido le había reventado el ano de un solo empellón. Volvieron las lágrimas, el maldito fierro que la taladraba le quemaba las entrañas. Era un dolor agudo, incisivo, constante; no cesaba, únicamente variaba en intensidad conforme se iban sucediendo las estocadas. Trató en vano de zafarse al castigo, fue inútil. Lo más que consiguió fueron nuevas cachetadas, más moretones a la larga colección que ya tenía. Y cuando se vació éste, vino el siguiente. Y así la rueda de horror e ignominia volvió a completarse una vez más. Pero aún no habían acabado con ella…

Estaba desecha, no podría aguantar nada más. Hasta se había desmayado. Pero la habían reanimado con sales. No disfrutaban de una muñeca rota e inerme. Disfrutaban con el dolor y la humillación y aquellos degenerados parecían saber mucho de eso. El líder había vuelto a tener una idea luminosa… Le quitaron la mordaza, total ya tenía la garganta en carne viva y no podría gritar más. Decidieron darle uso también a la boca y a su garganta. La usaban como a una muñeca rota a su antojo. Lo mismo estaba limpiándole el sable a uno que montando con dos a la vez. A veces boca arriba, otras bocabajo, de costado, uno por delante y otro por detrás, hasta con tres y cuatro a la vez, los minutos se hicieron horas y las horas años…

Cuando se cansaron de ella, no quedaba ni rastro de la joven que llegara confiada a la vieja fábrica. Era un simple bulto arrebujado con forma de mujer. Era una mujer hermosa pero no lo parecía cuando mediada la mañana la encontró la policía. Tan ajada estaba que costó reconocerla. Dicen que uno de los policías vomitó al verla en aquel estado. De inmediato la llevaron al hospital junto con el pobre ingeniero que la acompañaba. A él también lo habían golpeado hasta desfigurarle la cara, de hecho lo sorprendente era que estuviera vivo pero por alguna razón no le habían hecho nada más. En cambio a la pobre Teresa… El señor Urrutia fue informado de inmediato, y llegó enseguida todo lo rápido que le permitieron los medios. Llegó furioso, lleno de ira y de miedo. Exigió responsabilidades nada más llegar y se volvió mucho más exigente cuando vio a su hija. Tenían que pagar por ello… Malditos bastardos, ¿Por qué lo habían hecho?

La policía no tardó en capturar a los culpables. No fue difícil, la banda de Sergio ni se preocupó por esconderse. Los muy estúpidos no sabían a quién habían agredido. Estaban repartiéndose los beneficios cuando los atrapó la policía. Allí en el calabozo mientras los interrogaba la policía estaba el señor Urrutia. Inquieto, nervioso por no poder desfogar su furia. ¡Malditos! ¿Por qué lo habéis hecho? ¿Por qué? La fría respuesta le llegó de boca de Sergio, el joven al que él sin saberlo arruinó la vida para siempre.

- ¿No lo sabe? No existen ni el bien ni el mal, sólo el beneficio… Y nosotros nos beneficiamos de ella… ya lo creo que nos la beneficiamos…

Los dos habían buscado el beneficio egoísta sin tener en cuenta nada más. Los dos se habían beneficiado, y los dos pagaban por ello. Pero entre tanto, otros muchos pagaban por su insensato egoísmo. Por el provecho de unos pocos, pagaban los inocentes…

Martos

lunes, 23 de enero de 2012

Cenizas del deseo

Magela Gracia resume así su relato: "Si cuando llega la hora de escribir mojo las bragas, porque te imagino a ti, y no a otro... no me tengas en cuenta que tu rostro no conozca. Al fin y al cabo son sólo tus palabras las que me follan"

Deseo.

Puro, simple, inalterable.

Hay cosas que no se pueden fingir. Probablemente, este sentimiento, sea una de ellas. Y ahora, mientras me miras, mientras me hueles, mientras me tocas… Ahora no finjo. Soy tuya, tú me tienes alterada, tú me tienes ardiente entre las manos viriles.

Ahora, que sé quien eres… ahora sé para quien me excito.

Mientras me imaginas como yo quiero que me sueñes…

Ahora te deseo.

Si esas yemas de los dedos que me marcan la piel con su ardiente textura dejaran de perfilar mi figura atrapada entre tu cuerpo y la pared… te seguiría deseando.

Si los párpados de esos ojos cayeran más despacio al recorrer mis facciones contraídas por ese sentimiento traidor que me ha atenazado las entrañas… te seguiría deseando.

Si la nariz que me roza el cuello buscando trazas de sudor, perfume y restos de alcohol de la noche desenfrenada dejara de respirar sobre mi piel, calentando los caminos que humedeces… te seguiría deseando.

Hay cosas que no se pueden fingir, y ahora me estás probando… Y sé que el sabor que te llevas a la boca es de sexo… No puedo fingir mi sabor… y tampoco quiero.

No me avergüenzo de desearte…

No me avergüenza que me desees, seas quien seas.

Si ahora me humedezco bajo el hechizo de tu persona, ese detalle te lo regalo. Si ahora mi cuerpo tiembla al pensarte, al imaginarte, al hacerte patente a mi lado… a eso es a lo que me dedico, eso es lo que hago, y de lo que me enorgullezco. Gracias a mi perversa mente estás aquí conmigo, mirándome, oliéndome, tocándome…

Saboreándome…

Deséame, de eso vivo.

Me gustaba que te encendieras como yo lo hago, porque así te fundías conmigo en mis palabras. Me gustaba saberte empalmado tras las líneas que te dedicaba, aunque fueras cientos de hombres al mismo tiempo leyendo lo que escribía, aunque tu nombre se repitiera mil veces y nunca acertara a imaginarte tal como eras. Aunque fueras mil hombres yo solo imaginaba a uno. No te conocía, y probablemente tampoco lo necesitaba. Me encantaba pensarte, con eso me bastaba… Hasta que realmente apareciste en mi vida. Te imaginaba como quería hasta que te hiciste patente en mi correo. Allí por fin te conozco, aunque me resistiese.

Un nombre como miles de ellos, un mensaje como tantos. Algunos muy acertados en el contexto en el que se escriben. Pero otros… otros me mojan las bragas. Ese mensaje es el que hace que te imagine a ti, y no a otro, cuando me siento a rellenar la hoja con mi ingle y no con mi cerebro, cuando estoy excitada. A ti, que me hiciste estremecer cuando simplemente me escribiste unas cuantas palabras. Para ti escribo, sin conocerte. Para ti imagino, como escritora pornográfica. No me pidas fotos, y tampoco las quiero. Mira mi cuerpo tal y como te lo describo, conoce mi alma tal y como te la ofrezco; porque esa es la relación que doy a mis lectores, aunque me muera por su cuerpo. O por el de otro… solo por el tuyo.

Pero no… tú no podías hacerlo así. No podías conformarte. No me dejaste ser solo la pornógrafa, quisiste que fuera la mujer. La que soy.

Ese mensaje… ese que cambió mi forma de escribir relatos… Ese mensaje me enviaste, y ese es el que guardo.

Por él te deseo y me consumo.

Por él te escribo, por él suspiro y me excito. Por él reniego del resto. Mala suerte tuve de abrirlo y encontrar tu ser en tus palabras. Desde que soy tuya en la distancia, y me excito con la facilidad de una colegiala ante el cuerpo desnudo no probado, mis dedos se deslizan raudos a aparentar serenidad y madurez donde no la hay y no quiero encontrarla. Demostrar indiferencia y no sentirla, morir por tu polla sin tocarla. ¡Qué fácil era escribir antes, y qué duro es desearte ahora!

La capacidad de tu mente de imaginarme como soy y no como me muestro… eso me complica la existencia, y me hace transformarme en cenizas tras arder en tu sexo. No querer haberme desnudado nunca hasta tal extremo, porque mostrar más de lo que puedo es cruzar la línea que nunca debe ser rebasada. Estar ante el precipicio y avanzar un paso; mirarte y decidir entonces si merece la pena ese último instante.

¿Decidir sobre el deseo? ¿Quién puede hacerlo? Yo no puedo…

Soy pasional, ardiente e indecorosa. Soy sexo, así me siento. Me nublan los sentidos tus cosas, y sé que hago lo mismo contigo. Mi entrepierna es tuya desde el mismo instante en que me humedeciste, y para sentirla siempre mojada sólo tengo que imaginarte, desnudarte, follarte…

¡Cuántas veces lo habré hecho!

Besar tu boca, morder tu piel, lamer tu polla… Abrir las piernas y dejarte enterrar entre ellas las caderas. Dejarme follar sin reservas cuando cierro los ojos, que se me escape tu nombre de los labios entreabiertos cuando me toco y me corro. Probar mi sabor y saber que tú harías lo mismo si estuvieras presente…

Imaginarte. Escribirte. Follarte.

Y después consumirme.

Cuando sólo a mí me deseas, si es verdad que no me mientes cuando me hablas… cuando eso pasa, y soy yo la que te calienta la verga aunque no me tengas cerca… Cuando te excito, me excito contigo. Voy a creerte cuando me dices que no buscas a otra, cuando tus labios me susurran en tus letras que el calor del otro lado de tu cama se inicia cuando aparezco yo en escena.

Cuando tu leche riega tus dedos con mi lectura quiero que sea el esperma que me dedicas a mí, y no a otra, aunque nunca me hayas mirado a la cara. Quiero tu corrida… en tu baño, en tu cama, en tu cocina… En el trabajo, en el coche o en el coño de una furcia. Me importa poco donde te corras siempre que sea mi nombre el que salga de esa boca pecaminosa.

Yo me excito al escribirte, al poner mi morbosa mente frente a la hoja en blanco para que al leerme recorras mi cuerpo y me traspases el alma. Me conoces así mejor que muchos de los que me rozan a diario, que me saludan a la cara, que me toman de la mano. Porque a ellos no me entrego como lo hago contigo. Y el resto de mujeres no te conocen sino por la piel que cubre tus huesos, y eso es conocerte poco.

Te creo…

Voy a afirmarlo por fin, que soy la única a la que quieres aferrada a tu verga, con mi boca en el capullo hinchado, pasando la lengua probando tu esencia. Voy a suspirar de gozo cuando me digas que en el coño de otra anoche te derramaste y te escupió a la cara al decir mi nombre en ese instante. Voy a dejarme pervertir por ti, y voy a hacer lo mismo contigo. Seré el mejor de tus polvos si me lo permites, porque tú ya has sido parte de mi mejor orgasmo. Grité tu nombre, a solas, en mi alcoba…

Y créeme tú, ahora…

Me consumo en tus deseos, seas quien seas… No me importa si el que me diste es tu verdadero nombre. No necesito saberlo, ni verte la cara, ni tú verme las tetas. Me perteneces como lector y yo soy tuya como escritora. Entre todos los que me escriben tú me clavaste tu daga. Entre todas a las que leíste, fui yo la que calentó tu bragueta. En la distancia, sin pretenderlo, pensaré en ti mientras levanto otras pollas, y tú te correrás sabiendo que igual que tú, otras vergas me dedican sus salvas.

Acepta que me consuma…

Acepta mis cenizas…


Magela Gracia


miércoles, 18 de enero de 2012

M & M… y sí, son unos bombones adictivos

Capra4 relata una historia entre dos personas que tras su reencuentro después de un tiempo separados no se preguntaron si hubiera sido mejor salvar todas las distancias...

Voy en el automóvil… me quiero alejar?… me duele, pero… seguro es lo mejor… ¿o no?

No estoy segura cómo me metí en esta situación, si siquiera cuando comenzó, menos aún si la deseo o no. Supongo que una parte de mí la desea, de otra manera no habría ocurrido. Pero me incomoda, seguro que no está bien, quizás hasta sería ilegal, no lo sé.

Tal vez tenga que tomar una decisión además de manejar hacia no sé dónde y por no sé cuánto tiempo. Pero esa decisión sería la diferencia entre el riesgo de una nueva y buena vida, y perder todo lo que tengo, que es una buena vida… extraño, muy extraño. No sé… ayuda!

Fue hace 17 años exactamente. Conocí a Michael cuando entré a la preparatoria, él ya estaba en segundo grado. Recuerdo el primer día que lo vi, simplemente quedé hechizada: Su sonrisa era limpia y espontánea, su humor ligero y agradable, su cuerpo delgado y atlético al mismo tiempo, sus ojos claros, brillantes. Su pelo castaño y crespo, su piel permanentemente bronceada… en una palabra: guapísimo… irresistible (fero dos). Pero no era que sólo alucinaba de verlo y estar con él, era que me inyectaba de energía, su sola presencia iluminaba mi día. Ah! Algo más: su aroma me hacía seguirlo. Recuerdo que me gustaba aspirar profundo para llenarme toda con ese delicado y dulce olor a… a… no sé.

Igual que Micky!... ….

Michael y yo nos hicimos novios, fuimos una pareja muy bonita y muy alegre por un par de años. Pasábamos las tardes juntos… nos gustaba salir el fin de semana a patinar… a tomar una nieve… a andar en bici… incluso a ir a misa. Todo momento era un buen momento para compartir. A su lado me sentía alegre, completa. Me encantaba que me besara con suavidad… tomándome por la cintura como sólo él sabía hacerlo. A veces me acariciaba al mismo tiempo la espalda y todo mi cuerpo se invadía de ese confort seguro… el beso se hacía más profundo… … sacaba su lengua y humedecía mis labios, y mi centro se estremecía, todo ello me turbaba. Quería seguir, explorar, saber que había más allá. Pero me daba miedo, no quería arriesgarme, no quería arriesgarlo, temía perder todo… todo a cambio de nada.

Una tarde, en su coche, ya estando oscuro, nos empezamos a besar. No era la primera vez, pero si fue la más intensa. La calle olía a jacarandas, se escuchaban las cigarras de los tabachines. Era verano, pero aún así soplaba aire freso, pero en el interior del auto empezó a hacer calor. Sus manos empezaron a volar por mi cuerpo, primero la cintura, el vientre, la espalda. Luego las piernas, los muslos, el vientre. El calor se hacía intenso. Mientras yo sentía un cosquilleo en mi intimidad, acariciaba el cabello, el pelo crespo, de mi hombre. Tocó uno de mis senos, que recibían una mano por primera vez. La situación era tan dulce y tan audaz al mismo tiempo. La sensación física tan agradable y el sentimiento de amor por Michael hacía pensar que eso no podía estar mal, pensé que era el momento correcto. Recuerdo que en medio de las cariciás y los besos húmedos, de las manos galopantes y por momentos del peso de parte de su cuerpo, dejé de pensar. Me mareó la sensación de ser poseída en mi intimidad.

Respondí con besos apasionados, casi violentos. Nuestras lenguas se entrelazaron en una lucha frenética por sentir, por dominar. No se bien que pasaba por la mente de Michael, pero yo no estaba en control de mis acciones, lo que nos dominó fue el deseo. Me acarició por debajo de la blusa, no sé cómo pero mi top desapareció. Sentí sus dedos en mis senos. Atrapó mis pezones, los masajeó con voluptuosidad. Sentí la humedad de su boca en mis areolas, succionaba como si en ello le fuera la vida. El placer exacerbado en mis pechos, más la sensación de alimentarlo, y el interés que Michael me mostraba… me hizo ver el cielo. Estaba sudorosa, invadida por las ansias de conocer más, de experimentar sensaciones que apenas lograba vislumbrar. La ropa me estorbaba, la suya también, había que hacerla desaparecer.

Mis manos en su cuerpo, también se sentía ansioso. Alternaba las caricias en sus hombros, su pecho y su espalda con caricias en su cabello, su pelo -¡cómo me excitaba su pelo crespo!-. Bajé de la línea del cinturón, lo exploré. Se sentía duro, caliente, interesante. Notaba claramente el cuerpo de Michael respondía a cada uno de mis movimientos. Era un mundo nuevo e imprevisto para ambos. Mientras lo acariciaba y jugaba con su masculinidad cada vez más caliente, nuestras lenguas exploraban cada centímetro de piel que encontraban a su paso. Sin duda la sensación era maravillosa. Pero… de pronto sentí aquel líquido tibio en mi mano. Su miembro estaba al aire. Su cara la percibí por primera vez asustada o culpable, no lo sé bien. Volví en mí, yo también me asusté: qué estaba haciendo? Ambos sabíamos que nos habíamos excedido, no se supone que fuera a ser así, estaba planeado de otra forma y no estábamos preparados para ello. ¿Cómo habíamos podido perder el juicio de esa manera? … Sin más, le pedí que me llevara a mi casa, no respondió, sólo encendió el auto y condujo.

En el camino de regreso no hablamos, al dejarme en mi casa, apenas nos despedimos. Pasaron días sin comunicación. El tiempo fue pasando. Me daba pena pesar en lo que había pasado esa noche, lo que me avergonzaba más no era haber conocido el pene de

Un par de años después escuche que se casó, no quise saber más. ¿Cómo era posible que me hubiera olvidado así? ¿Qué lo nuestro no era para siempre? ¿No habíamos conocido en exclusiva nuestros cuerpos?. Tal vez lloré una o dos veces. Los sentimientos se agolpaban y en ocasiones me torturaban: ¿no debía de haberme entregado aquélla tarde y habernos casado unos meses después? … pero ahora no lo sabría, era demasiado tarde. Y me dolió.

Recuerdo que fue un poco después de mi cumpleaños 28. Salí con un par de amigas de compras. En el centro comercial me quedé sentada en una silla tomándome una nieve mientras ellas se probaban unos zapatos o veían unas bolsas o no sé qué cosas. Estaba pensando en nada… cuando le miré… era Michael… era yo. Nos reconocimos al instante. Sonrió, me pareció de pronto, igual que siempre y sus ojos volvieron a brillar. Mi corazón dio un vuelco y se llenó nuevamente de alegría. Por un momento pareció que no habían pasado esos diez años. Su aroma era el mismo, su cabello también. … Los kilos no, estaba un poco gordo, y, ahora recordándolo, eso no me gustó. Pero bueno… ahí estábamos:

- Hola Laura, -dijo con su voz de siempre

- Hola Micky. –le llamé, como a veces, estando muy enamorada y contenta, le decía, aunque apenas diciéndolo me arrepentí y no volví a llamarle así, creo.

- Qué bien te vez! No has cambiado nada!, -me dijo con sinceridad

Reí, era el mismo encanto que me arrobó el día que le conocí.

- Tú tampoco, casi. –dije, y los dos no pudimos contener la risa.

Fue una tarde genial, y una semana genial, y varios meses de ensueño. La convivencia fue fluida y amable. Los detalles eran tiernos y cariñosos. El contacto físico que se había interrumpido años atrás se reanudó. Creo que en un momento los dos pensamos que había algo no finalizado, de manera que lo impensable, dado que ya no éramos preparatorianos, podría ocurrir de un momento a otro.

Una tarde me invitó al cine y luego a cenar. La velada fue maravillosa, en la cena no parábamos de intercambiar miradas provocativas. En un momento me descalcé y por debajo de la mesa acaricié su pierna con la planta de mi pie. Me encantó notar su excitación. Nos hicimos algunas insinuaciones verbales me dijo:

- Nunca debí haberte dejado ir… al menos no aquella tarde.

Era terreno peligroso, pues fui yo “aquella tarde” quien cortó abruptamente la situación, y nuestra relación y futuro. No me sentí cómoda, pero por lo visto se había lanzado. Y yo también estaba dispuesta a lanzarme, contesté:

- Me dejaste ir? Quedó algo por hacer?

Ahora fue él se descolocó, quizá interpretó que yo me refería –sin ser cierto, por supuesto, pero así funciona a veces la lógica masculina- al “liquidito” que mojó mi mano. Contraatacó:

- Bueno, no puedo avergonzarme de mi falta de experiencia, simplemente eras mi primera… todo.

Me dí cuenta de que yo no tenía nada que reprocharle. Éramos jóvenes, inexpertos, enamorados, sinceros e impulsivos. Ambos. Lo que haya pasado fue responsabilidad de los dos. Así que compuse, pues me emocioné:

- No sé si decirte que esa tarde la he atesorado… realmente, por mucho tiempo.

Ante mi rendición, echó su resto y con una sonrisa tiró:

- Ahora tengo un mejor lugar para estacionarnos, y mi auto es más grande… y aprendí la lección…

Pudo parecer una invitación, y si lo era, decidí que no la dejaría pasar, pero tampoco me iba a ofrecer el caso que él no lo estuviera haciendo, así que solo contesté:

- Cómo decir que no a una oferta como esa!

Mientras lo decía fije mi vista en él, con mi mirada más profunda, sexy y provocativa. Luego, coquetamente, baje los ojos. Por lo que dijo después, es evidente que él sí había hecho una oferta y que interpretó una aceptación en mí, pues sus siguientes palabras fueron:

- Nos vamos?

De camino los dos estuvimos nerviosos como preparatorianos, alternábamos silencios con comentarios pueriles y con sonrisas nerviosas. Finalmente detuvo el auto… nos miramos a los ojos… nos dimos permiso sin hablar… y me besó. Y por supuesto después me abrazó y sus manos viajaron a mí y las mías a él. Michael fue en extremo cuidadoso. Con toda pausa y ceremoniosidad me invitó al asiento trasero del auto. Volvió a besarme. Sin ninguna prisa besó mi cuello, mis hombros. Subió mi blusa y mi bra, todo muy despacio, y besó mis senos para rematar delicadamente con mis pezones. Los besó, los sorbió. Los acarició con suavidad con su lengua. Después los contempló, su mirada hizo un cumplido y alternó en cada uno de mis senos y pezones boca y manos. Me conmovió profundamente la ternura y suavidad de sus movimientos, hasta ese momento todo era parsimonia y tranquilidad. Después de un rato de tratar de esa manera mis senos, quise más; me quité la blusa y el bra, y le despojé de la suya también. Repetimos caricias, besos, y estimulaciones con boca y manos, de manera cada vez más acelerada.

Creo que el control se perdió cuando sentí su cuerpo sudoroso en contacto con el mío, también humedecido por el fragor del encuentro; el calor corporal ya era elevado, y se disparó la calentura. EL resto de la ropa voló y los besos se hicieron casi desesperados: Retomamos donde habíamos dejado la ocasión anterior, pero esta vez sin que Michael culminara. Para delicia mía, se aseguró de que yo alcanzara el clímax. - Michael, - decía mientras acariciaba el pelo crespo de su cabeza que se perdía entre mis piernas. Su lengua maravillosa recorrió mi intimidad, me saboreó y estimuló los puntos correctos. Mi humedad resbalaba por los muslos, Michael se esmeraba en la exploración de cada uno de los pliegues, de mi perlita expuesta e hinchada que no podía soportar más: exploté en un mar de sensaciones, como debió haber ocurrido –quizá- la otra tarde.

El placer había sido enorme, pero todavía no nos habíamos poseído completos. El pasaje iniciado en el otro auto, el pequeño, no estaba culminado. Jalé a Michael y lo llevé a que se sentara en el asiento junto a mí. Todavía quedaba duda de la entrega… había que disiparla… lo necesitaba… lo monté a horcajadas, descendí sobré él lentamente, mientras sentía su dureza avanzando. Disfruté cada centímetro que se abría paso por mi secreter de mujer. Fue increíble lo llena que se puede estar… quiero confesar que quizá derramé una lagrima de la emoción, tal vez soy una sentimental. … Empecé el movimiento, arriba y abajo… circular, mientras acariciaba su pelo crespo. Fui acelerando el ritmo conforme se construía mi excitación que crecía en espiral al mirar sus ojos que no se separaban de los míos. … La velocidad se hizo frenética, la ansiada consumación de nuestro amor que había comenzado hacía tantos años estaba completándose:

- Así Michael, sí Michael… sssí, ohhh, sssí.

Comenzó nuevamente mi explosión; Michael me sujetó con fuerza y me ancló empalada como siempre había soñado. Mis contracciones debieron desatar en él la cálida culminación que inundó mi interior. Alucinante el estar anclada e invadida toda por las palpitaciones que cimbraban nuestros henchidos sexos. … Me besó con suavidad el pecho, me besó con dulzura la boca.

Ohh! De lo que me había perdido! (Naahhh… sé que aquella primera vez no hubiera sido con la intensidad serena que ésta fue, pero acariciar la idea es tentadoramente romántico).

Para los dos era evidente que estábamos destinados a ser pareja. Las cosas habían vuelto a ser como antes, o casi.

Michael se había casado, y enviudó al poco tiempo. Tenía un hijo de siete años. Su viva imagen. Un chico alegre, respetuoso, inteligente. No lo conocí aquella tarde, sino hasta dos fines de semana después. Michael me dijo:

- Es hora de que conozcas a Micky, verás que se van a llevar bien.

Yo me sentía temerosa:

- Y si no le agrado?

- Cómo crees! Tú le agradas a todo mundo, porque simplemente eres agradable, - me tranquilizó.

La verdad es que no tuvimos problemas. Al poco tiempo Michael y yo nos casamos e hicimos una familia, yo diría, normal. Ya no tuvimos más hijos. La vida con Michael ha sido muy estable, pero ciertamente no espectacular. El es conservador y relativamente serio. Aunque mi esposo tiene personalidad, la verdad es que a veces siento que no soy muy importante para él. Eso ha hecho que quizá la relación se enfríe un poco.

¿El sexo? Escaso… más o menos bueno. Se supone que no me pudo quejar, puesto que ocurre cuando yo quiero, y Michael se esfuerza por cumplir; de manera que si tengo ganas, puedo quedar satisfecha. Bueno, la verdad es que él siempre está dispuesto… pero…

Micky en cambio es cariñoso y servicial. Heredó el buen tipo de su padre y por lo visto la afabilidad de su madre. De sus siete a sus catorce años, la convivencia fue más o menos de madre-hijo. Por poner un ejemplo, a Micky no le importaba, cuando se iba a meter a bañar, desnudarse frente a mí. La verdad es que en ese sentido yo nunca pensé en él como mi bebé. Cuando se desnudaba evitaba mirar, al menos de frente, con naturalidad. Debo confesar que sí me daba cierta curiosidad cómo se iba desarrollando, desde luego era guapo. En alguna ocasión al levantarse a través del pijama se notaba su erección que el portaba con naturalidad, pero a mí me desconcentraba definitivamente. Pensándolo, creo que en ese sentido siempre he estado consciente de que él es un hombre y yo una mujer.

En una ocasión, Micky tendría quizá unos 12 años, estábamos, estábamos una tarde los dos viendo televisión en el sofá. El reclinó su cabeza sobre mi cuerpo. Con toda naturalidad, la coloqué sobre mi regazo y en un momento ya estaba acariciando su cabello. Noté que él estaba disfrutando porque se reacomodaba continuamente y hacía leves ruiditos, como “ronroneos” con su boca. Pero quien de repente perdió la tranquilidad fui yo. Al voltear hacia abajo vi claramente que Micky se acariciaba levemente por sobre el pantalón y su erección era notoria. Me quedé de piedra. No sabía si continuar acariciando, si reprenderle, o si levantarme e irme de ahí. No sé porqué opté por la menos razonable de las opciones: continué acariciándolo, pero con más decisión: alternaba su cabello con su pecho, su espalda y su vientre. Wow!...

No llegó a más esa tarde, pero recuerdo que me sentí culpable por haber pensado como pensé y haber actuado como lo hice. Micky no parecía haber notado nada, de manera que pasados dos días le quité importancia al asunto. La situación, con variantes, se repitió indefinidamente. Además de ello, no era raro que en casa yo llegara por detrás de Micky y le abrazara. Pero algunas veces que él hizo algo similar conmigo, se me cortó la respiración. Notaba que en él no había malicia, pero tal vez en mí…

Por todo esto, me dio tristeza cuando lo mandamos por un año a un internado en el extranjero para que hiciera el primer año de preparatoria y “perfeccionara el inglés”. Desde el momento que supe que se iría, me sentí nuevamente abandonada. En esos 6 años lo había llegado a querer lo como a un hijo. Después de todo, esos años jugué con él, reí con él, lloré con él.

- No estés triste Laura –nunca me ha dicho mamá, siempre me ha llamado por mi nombre, lo cual no le reprocho. –regresaré pronto… y te llamaré todos los días… bueno, cada semana.

Los dos reímos, la verdad es que ese muchacho llenaba mi vida.

- Sí, hazlo!, -de dije, - te voy a extrañar mucho, porque ya sabes que te quiero

- Y yo a ti, - sonrió mientras me miraba con esos ojazos brillantes, y ese día, vidriosos.

Ciertamente iba a extrañar a ese pequeño de 15 años, bueno, ya no tan pequeño pero sí casi un niño, mi niño. Esos 12 meses se nos hicieron eternos. Michael y yo no tuvimos hijos por razones que no viene al caso explicar ahora. El sexo se hizo todavía más esporádico, pero no malo.

Faltaban tres semanas para que volviera Micky. Limpié su cuarto, arreglé su ropa, fui a comprar ingredientes para cocinar sus platillos favoritos, puse plantas y flores nuevas en la casa, fui al salón de belleza (¡?). Hasta soñé con él y con su llegada, mi niño –que ahora entraría a segundo año de preparatoria. Fuimos a recibirlo al aeropuerto: yo no puede hablar:

- Micky, ¡cómo has crecido,- dijo su padre mientras lo abrazaba

Cierto que había crecido mi “niño”, abrazados, viéndolos así, tenía exactamente la estatura de Michael. Y no pude evitar fijarme también que su cuerpo era delgado, pero atlético, justo el que tenía su padre cuando lo conocí, cuando –recordé- me enamoré de él. MIcky era –o lo ví como- todo un hombre. … Me miró, me pareció que se iluminó su rostro –o fue el mío- y se dirigió hacia mí con voz emocionada al mismo tiempo que profunda:

- Hola Laura!

Me abrazó, no atiné a decir nada, ni siquiera a devolverle el abrazo bien. Sentí que quien me hablaba era mi hombre. Me sentí como aquella jovencita de primero de preparatoria, que quedó hechizada cuando vió a aquel apuesto joven y se enamoró a primera vista.

Me sentí intimidada por… ¿mi hijo? ¿Micky? ¿Michael junior, o más bien “reloaded”?. ¿o un Micky nuevo, mío? Todo el camino no hablé, sólo lo miraba y cuando él dirigía su vista hacia mí, yo inexplicablemente la evitaba… su aroma… su sonrisa… su cabello crespo.

Pasaron los días y yo seguí desbordada. Le pedía que me volviera contar sus anécdotas, los paseos, sus amigos. Algo me decía que además de su estatura, algo había cambiado en él. Me parecía que ahora “sabía de mujeres”. No sé bien qué me hacía intuirlo, pero lo llevé a esa conversación:

- Bueno, la verdad sí. Conocí a esta niña, Amelie.

- ¿Quién? ¿cómo?, -me sorprendí interrogándolo: - ¿y qué hicieron? ¿no se van a volver a ver verdad?

En sus ojos y su silenció leí que habían intimado. MI expresión debió haber sido de turbación o de tristeza o de no se qué, porque el notó algo y me dijo con vos suave, como justificándose ante mí:

- Calma Laura…. me dí cuenta que es muy inmadura, no le volvería a llamar…

¿Qué me había querido decir? Que las jóvenes de su edad no eran para él y que prefería mujeres mayores?. Me extrañó quedarme pensando así.

A partir de ese momento, definitivamente noté que la mirada de Micky había cambiado. Tengo la inequívoca sensación de que cuando yo me muevo por la casa, él mira mi cuerpo, se fija en mi escote, desde atrás se fija en cómo balanceo para él mi trasero… … ¿qué digo? ¿lo balanceo para él?.

Desde que regresó Micky, de eso hace dos semanas, mi humor es otro. Canturreo todo el día, me he ido a comprar ropa nueva, más juvenil y entallada. Michael y yo hemos estado haciendo el amor casi todos los días, con la animosidad con qué hacíamos de recién casados. No pierdo la oportunidad de acariciar su cabello, de pellizcarlo a la pasada, de rozarme con él. Parecería que ando por la casa con una permanente excitación, y eso me ha tenido un poco, turbada. En cuanto a Micky, me gusta y me excita un poco que esté atento a ver si mi ropa transparenta mis pezones. Me he sorprendido al darme cuenta de que por las mañanas salgo con una bata ligera y corta sin pijama abajo; y que me planto frente a él en todas posiciones, incluso me inclino para que sus ojos tengan acceso más cómodo. Ël no disimula: busca mirar mi cuerpo. Incluso se acerca a percibir mi aroma… ¡me encanta!!! Oh MIcky!!! … Pero lo que pasó anoche…

Por la tarde que Michael se fue a trabajar, nos quedamos con Micky viendo la tele. La película trataba de una maestra que se encapricha con uno de sus estudiantes y pasa mil peripecias para seducirlo. La verdad que ni la trama ni la actuación eran muy buenas, pero me sentí muy incómoda –o más bien celosa?- por el tema y en un momento dije:

- Esa lagartona! Ya viera! Quesque querer seducir al estudiante!

- Calma Laura… hoy en día eso es muy natural… no pasa nada… le puede pasar a cualquiera, -dijo, y completó

- Además, tiene derecho a buscar su felicidad no? Y si además puede ser la felicidad de él, sería injusto negársela no?

Hubo algunas escenas tórridas de la maestra con el muchacho. Esto no tendría nada de nada, si en ese momento no me hubiera dado cuenta que me empezaba a humedecer. Un cosquilleo se apoderaba de mi intimidad. Se podría pensar que mi excitación era independiente de Micky, pero me sorprendí de que yo estaba buscando con mi mirada su entrepierna con la esperanza de que estuviera en ristre. Por si fuera poco, yo había llevado una mano a uno de mis senos y lo rozaba ligeramente sobre la ropa … masajeaba mis senos imaginando que ¡era él quien lo hacía!... mientras estaba acariciando su cabello, su pelo crespo… de Micky como hacía cuando…

Me levanté sin decir nada, salí a manejar y distraerme un rato. Fui de tiendas… Pasé por una de lencería y me compré, como hacía muchos años que no hacía, un conjuntito de ropa interior “de dormir” muy sexy, revelador en color rojo, me sorprendí preguntándome: “- le gustará a Micky?. - ¿a quién me refería?. No pude evitar fantasear sobre regresar a casa y presentarme frente a él vistiendo solamente esa ropita, y él, fascinado con la escena, se acercaba a mirarla de cerca, y luego se atrevía a bajar un tirantito, luego el otro mientras besaba mi hombro y con su mano aprisionaba mis senos, los estrujaba y su lengua húmeda y caliente me… ¡basta!!!!! ¿Qué me pasa???? ¡es mi hijo!!!!!!! ¿o no? Bueno, realmente no lo es…. pero…

Llegué a la casa. Oí a Micky en su habitación, estaba oyendo música… tal vez estaría en bóxers… ¿y eso qué?. O estaría sin ropa? … ¡deja de pensar en eso! Es tu hijo! Bueno… no lo es realmente.

Me dio calor. Me metí a bañar. Me toqué, pensé en él…

Ya no quise salir de la habitación. Me encerré desconfiando de mí misma. Michael llegó y me encontró en la cama con el conjuntito. Por lo que me dí cuenta le encantó. De inmediato se dirigió hacia mí y no se acordó de cenar. Me susurró:

- A que se debe la ropita?

- Te estaba esperando

- Así voy a venir más temprano

- Bueno, no es necesario… te espero de todas formas.

Yo no estaba para conversaciones. Toda la tarde había sentido el fuego en mi interior, quería desahogarme con ternura y hacer el amor salvajemente. Lo atraje hacia mí y nos fundimos en un beso apasionado. Revivimos aquella escena del coche. Apenas masajeaba y besaba mis senos yo ya emitía mis primeros gemiditos de placer:

- Más, más

- Estás lista?

- No lo sientes?

No describiré cada detalle aquí, sólo diré imaginaba que un cuerpo esbelto era quien me cabalgaba, que grité en el paroxismo del placer, sin importarme - o al revés, intentando – que oyera alguien más en la casa el escándalo de mi expresión sensual. Mi cuerpo se arqueaba y mi centro vibraba a la frecuencia de su virilidad, yo acariciaba su cabello preparatoriano, pelo crespo, y gemía sin control:

- ¡¡¡¡¡Sí Micky, sí. Sí, así Micky!!!!!!!

Michael también alcanzó un orgasmo espectacular. Estoy seguro que todo el barrio me oyó (¡qué decir de Micky, imposible que no escuchara) Nos dormimos sin decir nada más, sólo abrazados.

Eso fue anoche, hoy, voy en el automóvil… me quiero alejar?… me duele, pero… seguro es lo mejor… ¿o no?


...

Sé que voy a regresar muy pronto. Amo a mi marido, sé que él me ama.. … Tengo que encontrar la forma de volver a la realidad y olvidar las fantasías insanas que no pueden conducir más que a la locura y la desgracia. Todo esto es mi mente que me juega una mala pasada. Michael y yo vamos a envejecer jutnos… Micky encontrará una “Amelie”, y se casará con ella.

Michael y yo vivimos en pareja. … Micky y yo, en mundos paralelos.

Relato dedicado…

Agradeceré enormemente sus comentarios,

Capra4

NOTA DE LA ADMINISTRACION DEL EJERCICIO:
Este relato, es uno de los que posiblemente no cumpla la temática del ejercicio al 100%, sin embargo al tratar el tema de la distancia y de la frontera que dos personas no debían haber traspasado, se ha tenido en cuenta que podría ser otra forma de ver esos afectos y deseos de dos personajes a los que les separa algo insalvable.

martes, 17 de enero de 2012

Lazos oscuros y desconocidos

Garganta de Cuero nos cuenta la historia de Ana María, la Gata, una hermosa prostituta, que comparte un lazo fuerte e irrompible con alguien que no conoce y de la que jamás ha oído. Un lazo que la ha torturado desde que inició su tormentosa vida sexual.


¡Oh, si! ¡Oh, si! Mike… MIKE… sos una máquina, ¡un animal!… ¡Oh, si! ¡Dale más duro! ¡¡DALE, DALE!!

– ¡¡¡UUUFFFFF !!! ¡¡UF, UF!! Ana… Ana… Ana María…

– ¡Dale! ¡Dale Mikey! ¡Soy tu perra, tuya!… ¡¡¡DALE DURO A TU PERRA AMOR!!!

La hembra estaba acostada y desnuda, con las piernas abiertas en el aire y aferrada con fuerza a las sábanas. Sus grandes senos se balanceaban violentamente de un lugar a otro mientras que su vientre, plano y duro, dibujaba su six pack, pues tenía los músculos totalmente tensados ante la intensidad de los ataques. Los gruesos anillos de sus pezones emitían destellos bajo la suave luz de la lamparita de noche. Estaba enrojecida y mojada, sufriendo al mismo tiempo que gozaba.

El semental estaba desnudo sobre ella, con la piel enrojecida y cubierta de sudor, oyéndola gemir de placer, sonriendo de satisfacción y pasándole encima sin piedad. Su enardecido trozo de carne de 25 cm se metía sin contemplaciones hasta el fondo de su sexo mojadísimo. Ella gritaba su placer cada vez que su él volvía a ensartarla, pegaba de alaridos que retumbaban por las paredes de aquel cuarto. Por eso es que él no la podía llevar a cualquier sitio a coger.

Mike, el semental, era un hombre maduro de piel blanca como la nieve, originario del Reino Unido. Era muy alto y fornido, con un cuerpo robusto y musculoso, muy marcado aunque sin parecer artificial; era rubio, velludo como un oso, usaba barba y bigote y su cabello ya mostraba canas. Pero lo que más le llamó a ella la atención el día que lo conoció, fue su tremendo falo.

Ella, por su parte, era podada La Gata por el brillante e intenso color verde de sus ojos. Era una hermosa joven de 21, de pelo castaño, corto, alisado y pintado de rubio rojizo, lo que le daba un llamativo tono bermellón. Su rostro era bellísimo, como esculpido en mármol, con rasgos aniñados y ese par de bellos luceros a modo de ojos. Su cuerpo, de suave y sedosa piel blanca, estaba hecho para el pecado, con pronunciadas redondeses capaces de quitarle el aliento a cualquier hombre. Sus senos eran grandes y firmes, con pezones puntiagudos en medio de aureolas claras y amplias. Lo traía anillados por 2 gruesas argollas de plata. Más abajo poseía un vientre plano, que marcaba los abdominales, y una cintura muy estrecha, con unas caderas anchas y rotundas. Por detrás tenía un trasero grande, redondo y firme, por delante mostraba su sexo totalmente depilado, por lo que no podía ocultar una vulva carnosa y tierna. Su clítoris estaba perforado por un piercing de platino, regalo de Mike. Finalmente poseía unas piernas fuertes, largas y tornadas, como columnas de templo romano.

Mientras, él continuaba botando contra el cuerpo de su amante, viéndola embelesado al mismo tiempo, ese cuerpo desnudo y mojado, estremeciéndose a cada embate suyo, le excitaba mucho. Aparte le encantaba tenerla así, debajo de su cuerpo, entregada, oyéndola gemir como una desesperada mientras le hincaba sin compasión su gordo y largo pene. Y a ella la erotizaba sentirse sometida, ver el fuerte y nervudo cuerpo de su amante sobre el suyo, metiéndole sus dedos, o lo que tuviera a la mano, entre su cálida gruta, haciéndola berrear con ganas.

– ¡¡¡¡aaaggghhh, ooohhh, mike, mikey, dame duro mi maaachooouuuggghhh!!!! – sus gritos desaforados volaban por todo el recinto. Pero La Gata no gritaba solamente por placer, lo hacía también para acallar otra voz que la atormentaba.

Padre nuestro, que estás en el cielo… sacrificado sea tu nombre… te piedad de mi… por favor…

– ¡¡¡soy tu perra amo, tu perra sucia y de placer!!!

Padre… no escuches eso… saca los demonios que habitan en mi… cúbreme con tu manto de pureza y amor padre…

La pobre mujer había vivido, desde sus 15 años, atormentada por esa voz, que siempre aparecía en los momentos menos propicios, condenándola por su vida licenciosa. Mike lo sabía… de hecho era el único hombre que lo sabía. Y aún sabiéndolo, se enamoró de esa muchacha.

– Cambiemos… cambiemos de pose… – dijo él jadeando.

– Si amor… lo que querrás… ¡¡¡pero cogeme como a una perra yaaaahhh!!!

El señor es mi pastor, a su lado nada me falta… – ¡mierda!, exclamó ella, ahora ya no era solo la voz beata, las “otras” se le habían unido.

La Gata se concentró en no escucharlas, se obligó a no hacerlo, forzó su mente a centrarse únicamente en el placer que ese hombre le daba y en devolvérselo aumentado tanto como le fuera posible. No podía fallarle, Mike era lo mejor que le había pasado en su vida. Pero entonces pasó… ¡ZAP!… el primer relámpago de dolor le cruzó la espalda… ¡ZAP!… “¡¡AAAGGGHHH!!”… ¡ZAP!… tres súbitas ráfagas de dolor recorrieron su cuerpo, desde la nuca hasta la base de la cintura, arrancándole dolorosos gemidos.

Mike se dio cuenta de ello, a pesar de que ella ya estaba acostumbrada y hasta había aprendido a disfrutar con ellos. La puso en 4 y se apresuró a penetrarla de nuevo y a retomar la misma velocidad endiablada y la potencia devastadora del principio. Pero en su premura derribó la pequeña lámpara de noche que iluminaba la alcoba. “¡Noooohhhh!” gritó ella, la penumbra empeoraba aun más esa tortura de las voces. De pronto La Gata se encontró en un recinto amplio, iluminado por infinidad de velas. Estaba agazapada en el suelo, sobre sus rodillas y sosteniéndose con una mano, mientras la otra se hallaba metido entre sus piernas, acariciándole un sexo empapado y peludo. ¿De quién era eso?… ella siempre se lo depilaba por completo.

– Pater, in manus tuas super animam hæc pauper servus tuus, et torqueri daemonium luxuriae vitium. – Ana María no tenía ni idea de qué significaba eso – Rogamus vos et liberabit animam salvam eam sub pallio justitiae.

¡Noooohhh, déjenme en paz… malditos!

Se vio rodeada de extrañas figuras encapuchadas, espectros oscuros que recitaban oraciones que ella no comprendía con voces graves y retumbantes a un ritmo monótono. Y ella en 4 en el centro, desnuda y cubierta de sudor, frente a los pies de otro espectro más, ataviado con una larga y vaporosa túnica blanca.

– Ita fit secundum verbum tuum. – contestó el coro de espectros y ZAP, ZAP, ZAP, 3 nuevos azotes fueron descargados sobre su indefensa espalda.

– ¡¡¡MIIIIIIIIIKE!!! – gritó ella desesperada y su amante se apresuró a prender la luz del cuarto.

– Si querés podemos parar cielo. – le dijo él, con su español con acento británico.

– ¡¡NO!! ¡¡¡quiero que sigás cogiéndome… quiero que me destrocés, que no me des tregua, que me hagás gritar de tanto placer hasta que me vuelva loca!!! – Mike, sin estar convencido y en contra de su buen juicio, le dio gusto. Sabía que cuando su Gatita se ponía así no podía parar.

El hombre volvió a penetrarla con furia, sujetándola de las caderas con una mano y del pelo con la otra, jaloneándoselo sin piedad y metiéndole su grueso garrote con saña. Sus senos se zarandeaban bruscamente bajo su cuerpo, toda ella se estremecía ante cada acometida. Ella volvió a gritar, pero no era como antes, era un grito más desesperado, más ansioso y lleno de furia. Su boca abierta totalmente, derramando abundantes babas, y su ceño tensado le daban más la apariencia de un berserker enloquecido que de una amante entregada.

Las voces no se detenían, pero ella estaba decidida, el orgasmo o la muerte, así lo veía ella. Y él, obviamente, no la dejaría arrastrarse hasta su fin. Finalmente la caliente y perdida prostituta estalló en un orgasmo apoteósico y violento, como todos los que ella tenía.

– ¡¡¡¡mike, mike, aaaaagggghhhh!!!! ¡¡¡¡¡me mueeerooouuuggghhh!!!!! – él tampoco aguantó más y derramó los torrentes de su semen dentro del cuerpo de su hermosa amante.

Ahí acabó el encuentro, siempre que alcanzaba el orgasmo cesaban las voces, los rezos y los cánticos y todo volvía a la normalidad. Aunque Mike habría estado encantado, ella no se quedaba a recibir arrumacos, caricias ni besos, no esperaba palabras dulces al oído ni promesas de amor eterno. La vida le había enseñado a conformarse con el placer puramente carnal y con la satisfacción de ser bien remunerada. Claro, con él las cosas eran distintas, aquel hombre maduro, adinerado empresario, había visto en ella mucho más de lo que la misma muchacha se hubiese imaginado… y no lo comprendía.

Ana María, La Gata, se puso de pié sin esperar recuperar el aire y se encerró en el baño. Se quedó temblando junto a la puerta, con el corazón aun desbocado y sudando, ya no de calor, si no que de frío. Despacio, como un prisionero dirigiéndose al cadalso, se acercó al enorme espejo del lavamanos. Ya sabía que vería allí, ya sabía qué encontraría… también que se le helaría la sangre por enésima vez. Aun así caminó hasta quedar reflejada en él.

No era ella, ¡de nuevo era esa otra mujer, la beata que le susurraba al oído, la mojigata que la condenada, y que lo había hecho desde que perdió su virginidad hace más de 6 años! Era ella, con su semblante marchito, sus ojos vacíos y esa gesto de pavor en la cara. Lo peor de todo es que era igual a ella… ¡de hecho era ella, solo que en una versión caduca y abandonada!

La mujer del espejo también tenía los mismos ojos verdes brillantes, la misma piel blanca y la misma cara, solo que la de ella se veía reseca y descuidada. Su cabello tampoco era ni de cerca parecido, era largo, hasta la cintura, rizado y quebrado, oscuro. Su cuerpo también cambiaba, si bien conservaba las mismas proporciones de escándalo, era más rollizo y flojo. Sus senos era enormes y ligeramente caídos, sus caderas más anchas y su vientre aguado y flácido. Y su sexo, espesamente peludo. ¡Dios mío, ¿quién o qué era esa mujer?!

La Gata no se quedaría mucho tiempo allí encerrada, afuera estaba Mike y la estaba esperando, no podía hacerlo esperar. Lo amaba, más de lo que podía expresar y sentir. Y lo que era más raro, él la amaba de regreso, no lo podía comprender. Lo que si comprendía perfectamente bien es que no podía perderlo, él era lo único que la mantenía con vida…

. . . . .

– Y… Señorita Dawlish, ¿cómo estuvo su primer semana de estancia en nuestro instituto?

– Muy bien, muy bien… he hecho muchas amigas y me la estoy pasando súper… – “je, como si le pudiera responder otra cosa a la madre superiora” pensó para ella misma.

– Qué bien, qué bien… muchas otras muchachas nunca llegan a adaptarse. – la anciana monja prosiguió hablando, sin haberse tragado ni una sola palabra de lo que la niña le dijo – Supongo que es comprensible, siempre he pensado que los internado no son para cualquiera…

“¡A esta vieja le gusta escuchar su propia voz!” se dijo de nuevo. La pobre de Adele aun seguía maldiciendo su suerte, su padre se empeñó en meterla a ese sitio dizque para que se “reencausara”. Ja, ja, como si él fuera muy “encausado”, solo había que ver la novia que tenía, la tal Ana María, La Gata. “Hija, ella era modelo”… si, claro, “modelo mis narices” volvió a pensar, no es que hubiese vivido mucho, pero la muchacha sabía distinguir perfectamente a una modelo de una puta de lujo… como ella.

Aun así no podía dejar de sentirse feliz que su papá la hubiese encontrado, llevaba ya mucho tiempo solo, Adele hasta llegó a pensar que jamás se recuperaría de la muerte de su madre. Y auque sabía que Ana María no era la mejor opción, a ella le caía muy bien por su jovialidad y forma despreocupada de ver la vida, era justo lo que su viejo necesitaba.

No pudo seguir distrayéndose en sus pensamientos pues la piadosa Madre Superiora era una zorra vieja y no quería buscarse problemas con ella… por lo menos no tan rápido. De nuevo volvió a maldecir su suerte y sintió que ardía de ira contra su papá… aunque en el fondo sabía que era culpa suya, fue ella la que se empeñó en meterse en problemas en su anterior colegio y hasta se hizo expulsar por algo que, ahora lo sabía, no era más que un berrinche tonto.

Pero de pronto la voz de la anciana pasó a un segundo plano, cuando a lo lejos vio un grupo de novicias caminado. Aquello, en cualquier otro momento, habría sido algo carente de cualquier tipo de interés, pero esa vez fue diferente, pues en medio avanzaba penosamente una figura que parecía querer desaparecer. De hecho, alguien tan perspicaz como ella no iba a pasar por alto que todas las otras hermanas la rodeaban como si fuese el miembro más débil del grupo, como protegiéndola. Y no fue sino hasta que estuvo junto a ellas que la vio bien y se le heló la sangre.

– ¿Ana María? – le preguntó en voz alta, pero fue como si hubiese dicho una blasfemia terrible, pues, inmediatamente, todas las monjas se quedaron inmóviles.

– ¿Cómo… cómo le dijiste? – preguntó la Madre Superiora en un tono serio que no aceptaba evasivas… Adele tragó saliva.

– Ah… es que… creo que la confundí… – y si, era lógico suponerlo, pues a pesar de ser como 2 gotas de agua, la joven monjita se veía pálida, ojerosa y más muerta que viva.

– ¿Por… por qué… por qué me dijiste así? – preguntó ella, y Adele sintió un escalofrío recorrerle la espalda, hasta su voz era la misma.

– Bueno… Ana María se llama la novia de mi papá…

Y eso fue todo, la monja se volvió loca y se lanzó contra la muchacha, gritando a todo pulmón: ¡Mike, tu papá es Mike, tu papá se llama Mike! ¡Demonios del infierno, déjenme YAAAHHH! Las otras religiosas se apresuraron a sujetar a la mujer y se la llevaron lejos, a encerrarla dentro de su celda. Aún así sus gritos desgarradores se escuchaban por todo el colegio, pidiendo piedad, rogando por su vida y por su alma.

Por su parte, una Adele paralizada del miedo fue llevada casi a rastras por la anciana hasta su oficina, en donde la depositó sobre un sofá. Le pidió un te caliente y luego se dirigió con ella.

– Adele, tu y yo tenemos que hablar…

– ¡Perdón… perdón… no sé qué pasó, de verdad… yo…!

– Quiero que me hablés de la novia de tu padre. – la muchacha no pudo evitar repara que la monja tenía papel y lápiz en la mano.

– ¿De Ana María?

– Si… quiero saber cómo se llama, quienes son sus padres, dónde vive… ¡su edad, si, su edad es importante junto con su fecha de nacimiento!

– ¡¿Y para qué quiere saber todo eso?!… mire, de verdad que no sé qué pasó, yo la llamé así porque se parece un montó, pero solo… no quise provocar tanto alboroto y… – un brusco además de la mujer la detuvo en seco, ella no estaba para oír sus disculpas.

– La hermana que viste perder el control se llama Aurora… ella ha vivido toda su vida aquí, creció en nuestro orfanato. Sé de buena fuente que no nació sola, – en ese momento un sudor frío recorrió la espalda de la muchacha – fue la primera de un parto de gemelas… solo que de la otra niña no sabemos nada… ¿Ana María la llamaste, verdad? – Adele asintió con la cabeza – Señorita Dawlish, ¿esta tal Ana María tiene familia? – Adele no sabía – ¿Y tiene la misma edad de la Hermana Aurora? – Adele asintió – Y su padre… ¿se llama Mike?

– Michael… – dijo casi sin voz.

– Y… ¿podría ser que… que Ana María tenga un pasado… digámosle poco halagador? – Adele volvió a asentir – Mmmm… je, je, je… ¿sabe algo?, la gente a veces cree que está totalmente sola en el mundo, que vino sola y que se irá sola. Usted puede creer en Dios o no… incluso creer en lo que sea, pero siempre se sorprenderá al comprobar los lazos que la unen a quien menos se imagina… a menudo son lazos oscuros, invisibles y desconocidos. Señorita Dawlish, me gustaría conocer a su padre y a su novia.

Como un acto reflejo, Adele tomó el teléfono del escritorio de la anciana y marcó el número de su padre. Tras 4 timbrazos el hombre contestó del otro lado.

– Hello…

– Papá…

– ¿Adele? – el hombre se sobresaltó, notó el tono agitado de su hija.

– Papi… tenés que venir al colegio… y traé contigo a Ana María…

Garganta de Cuero

Pueden enviarme sus comentarios y sugerencias a mi correo electrónico, besos y abrazos.

domingo, 15 de enero de 2012

Relación de relatos del XIX Ejercicio de autores

Una vez finalizado el plazo de recepción de relatos del XIX ejercicio que versa sobre el tema "Dos personajes que se afectan sin llegar a conocerse", se agradece la nutrida y variada participación de un total de 23 trabajos presentados en diversas categorias y que conforman la siguiente lista de títulos:

  • Lazos oscuros y desconocidos (Garganta de Cuero)
  • M & M… y sí, son unos bombones adictivos (Capra4)
  • La fiesta de Navidad (Garganta de Cuero)
  • Cenizas del deseo (Magela)
  • Por los beneficios (Martos)
  • La barbería (GatitaKarabo)
  • Diálogos (Gatacolorada)
  • Causa y efecto (Shadow)
  • El suicidio del samurai (Gatacolorada)
  • En toda la casa (Ana del Alba)
  • La puta de mi novia y su despedida (Juliaki)
  • El Cid (GatitaKarabo)
  • Aunque tu no lo sepas (Ana del Alba)
  • Nunca subas a la chica de la curva (Pokovirgen)
  • El sobre azul (Bubu)
  • Almas (Voralamar)
  • Noches de luna llena (Aleyxen Serenity)
  • Canción de despedida (Magela)
  • Del amor, la guerra y otras lindezas (Docestrange)
  • Una canción de 100 años (Aleyxen Serenity)
  • Las viejas tamaleras (Bonitaperocabrona)
  • En el fondo de su mente (Hellmaster)
  • Eva al desnudo (Lydia)
  • Legión de Ángeles (Vieri32)


Debido a la complejidad del tema, ha sido complicado valorar con exactitud si alguno de los relatos presentados no se ha ajustado completamente a las bases propuestas, por lo que se considera más oportuno publicarlos todos y que sean los lectores quienes hagan la valoración general sobre el tema.

Los relatos se irán publicando a partir de esta fecha, a ritmo de dos por semana en esta cuenta del ejercicio y también en el blog: http://ejerciciotr.blogspot.com y en el foro http://trovadores.mforos.com

El objetivo principal del ejercicio no es hacer ningún tipo de concurso o comparación, sino precisamente eso, un ejercicio, que nos sirva a todos los autores y autoras para intentar completar un objetivo o reto diferente a las publicaciones de las cuentas personales que tenemos, por eso sería de agradecer, aparte de la valoración del relato, se hagan también comentarios, consejos ó críticas constructivas que nos ayuden a saber las opiniones de nuestros lectores en esta nueva aventura.

Muchas gracias a todos.

EjercicioTR