miércoles, 27 de septiembre de 2017

La tormenta, por DDBold



El desierto paseo marítimo adquirió su aspecto habitual, al llenarse de transeúntes que curioseaban el ajetreo de las embarcaciones que se disponían a zarpar. Un majestuoso SUV negro se detuvo frente a la barrera de acceso al puerto deportivo, del que se apeó Marcos, un hombre de mediana edad y gran corpulencia. Caminó grácilmente hacia la oficina de información, de la que salió, minutos más tarde, con un sobre de papel manila en las manos y una permanente sonrisa en el rostro. Regresó al vehículo y ocupó el asiento del conductor; una vez acomodado, miró a Silvia, su esposa, quien tenía los ojos vendados.
—Ya hemos llegado –expuso, colocando su mano derecha sobre el muslo izquierdo de su compañera.
Silvia se sobresaltó por el inesperado contacto y respondió:
—Entonces, ¿ya me puedo quitar esto? ‒preguntó, refiriéndose al pañuelo que cubría sus ojos.
—Aún no, ten paciencia.
—¿Acaso tengo otra opción?
Marcos bufó con frustración y puso en marcha el vehículo. Meditó unos segundos antes de continuar el recorrido y dibujó una mueca traviesa al imaginar la cara de Silvia al ver lo que tenía preparado. Dirigió el vehículo al amarre que le habían indicado en recepción y estacionó en la zona reservada. Volvió a apearse y bordeó el automóvil; a continuación, abrió la portezuela del acompañante y ayudó a Silvia a bajar del vehículo, la cual se movía con torpeza al no poder ver nada.
La tomó de las manos y la condujo hasta situarla frente al Fantasía, un lujoso Sunseeker 75 yatch, de poco más de veinte metros de eslora. Le retiró el pañuelo de los ojos y la mujer parpadeó repetidamente, solo el tiempo que necesitaron sus pupilas para adaptarse a la luz. Miró extrañada alrededor y preguntó:
—¿Qué hacemos aquí? ¿Dónde está la sorpresa?
Marcos señaló la embarcación y añadió:
—Ha llegado el momento de compensarte por todas mis meteduras de pata.
—¿Me has comprado un barco?
—Ya me gustaría, pero no; lo he alquilado. En el trabajo llevan tiempo hablando maravillas de Ecos del pasado, dicen que no solo alquilas un yate, si no que contratas una aventura.
‒‒¿Vamos a navegar? ‒preguntó Silvia, a la que se le activaron todas las alarmas.
—Efectivamente –respondió, orgulloso, asintiendo enérgicamente con la cabeza–. Tenemos por delante unas pequeñas vacaciones en alta mar. ¿Qué te parece la idea?
—La verdad es que pinta bien, pero siendo una recomendación de tus amigotes… Bueno, bueno, no quiero sacar conclusiones precipitadas.
Dieron por finalizada la conversación y trasladaron el equipaje del vehículo a la embarcación; seguidamente iniciaron los preparativos que los llevaría a surcar las profundas aguas del inmenso mar que se mostraba ante ellos.

Tras varias horas de travesía, que transcurrieron sin contratiempos, Marcos inició la maniobra de fondeo, terminada la cual, dirigió sus pasos a la cubierta de proa, donde se encontraba Silvia tomando el sol. Se despojó de la ropa, saltó por la borda y nadó en las cristalinas aguas ajeno a las palabras de Silvia, que desde su posición, le reprendía constantemente por su falta de juicio.
Bien entrada la tarde, con la luna haciendo su aparición, junto a las miles de estrellas que salpicaron el cielo con sus destellos, decidieron poner fin al día con un reconstituyente baño caliente, preámbulo de una ligera cena que remataron en la calidez del camarote principal.
—He de reconocer que esta vez has acertado –indicó Silvia, acercándose melosa a su compañero.
—Celebro oír eso, pero aún…
—Shhh… –le interrumpió–. Hablas demasiado.
Silvia se colocó a horcajadas sobre él, reclinó el torso sobre su cuerpo y le ofreció sus pechos, los cuales Marcos devoró a besos. Minutos después se reincorporó, colocó las manos sobre el pecho de su compañero y le practicó un suave masaje, trazando leves círculos que descendieron hasta llegar al exaltado miembro, el cual sujetó con decisión entre sus manos. Acercó sus labios al sonrosado glande y le obsequió con un sutil beso en la punta, beso que abrió hasta engullirlo por completo. Acunó el tronco con la lengua e inició un continuo vaivén, manteniendo su verticalidad con la mano, la misma que acompañaba esporádicamente el recorrido.
Con el miembro estuvo bien lubricado, apuntó con él a la entrada de su vagina y descendió lentamente, hasta que un espasmo de satisfacción recorrió su cuerpo al sentirse llena. Trazó leves círculos para acomodar al deseado intruso, oscilando levemente las caderas y aumentando la cadencia a medida que lo hacía su ardor.
Marcos la tomó con sus fuertes manos de las caderas, no quería perder el compás que Silvia, agitándose con fuerza, marcaba al evidenciar la llegada del clímax. La atrajo hacia sí y bombeó con fuerza, como a ella le gustaba. Silvia se arrulló sobre su torso y explotó en un intenso orgasmo; mientras tanto, él enfatizó el abrazo a la par que cesaba paulatinamente sus acometidas.
Una vez Silvia se recuperó del placer recibido, tomó entre sus manos el aún erecto miembro de Marcos y lo acarició con suavidad. Descendió lentamente hasta quedar entre sus piernas, sujetó con firmeza el grueso mástil y se lo introdujo por completo en la boca. Marcos no pudo aguantar por mucho tiempo y terminó derramándose, hecho que Silvia aprovechó para no dejar escapar ni sola gota de su esencia.

Reinaba el silencio cuando un agudo pitido, proveniente de la cabina, alertó a Marcos. Hizo a Silvia a un lado con delicadeza y acudió al origen de la alarma. Al entrar en cabina le llamó la atención la misteriosa luz que iluminaba la estancia, ya que el cielo se había convertido en el escenario de un increíble espectáculo de colores, acompañado por una racheada lluvia que ayudaba a expandir la luz. Fue hasta el puesto de mando y detuvo el molesto aviso, percibiendo en el recorrido un repentino aumento de la temperatura. Una espesa bruma purpúrea cubrió la atmosfera y Marcos sonrió al ser consciente de que el proceso que iniciaría la verdadera sorpresa, acababa de iniciarse.

Despuntaban las primeras luces del alba cuando Silvia se percató de la ausencia de Marcos, momento que aprovechó para curiosear por el camarote hasta que una carta, colocada meticulosamente sobre una brillante bandeja metálica, llamó poderosamente su atención. Contenía un escrito y lo que parecía ser la llave de una cerradura de seguridad. Una vez terminó de leer la misiva, fue en busca de Marcos.
—Cariño, he encontrado una carta de lo más interesante. Según dice, pronto se desencadenará una extraña tormenta que nos trasladará al Siglo XVIII, ¿te lo puedes creer? –anunció mientras subía la escalera que daba acceso al puente.
—¿En serio? ‒respondió fingiendo sorpresa‒. Hay que ver lo que inventa la gente.
Silvia se situó junto a él, y apartando los ojos de la lectura, le mostró la hoja de papel.
—Mira, es esta. Deberías leerla, va dirigida al patrón.
—No hace falta, imagino lo que pone.
—¿Cómo que…? –Silvia le miró fijamente, todas sus alarmas internas se habían activado–. Un momento, ¿hay algo que no me has contado?
Marcos no dijo nada, se limitó a sonreír de forma traviesa.
—¿Y esa sonrisa? –le interrogó Silvia–. ¿No irás a decirme que todo lo que pone aquí es cierto?
—Si no te lo crees, mira al frente.
Silvia obedeció la orden recibida, quedándose sin palabras al ver que hacia ellos avanzaba un galeón a gran velocidad; Marcos aprovechó el momento para matizar.
—Ahí tienes la respuesta.
—¿Es de verdad? ‒Marcos asintió con la cabeza‒. Entonces, ¿todo lo que pone en la carta es verdad?
Marcos volvió a asentir con una sonrisa de medio lado, orgulloso por haberla sorprendido.
—Entonces deberíamos alejarnos lo antes posible ‒objetó Silvia, sacando a relucir su lado más conservador‒. En la carta pone bien claro que no debemos interactuar con nadie.
—¡Bah! –exclamó Marcos con indiferencia–. ¿Qué puede pasar? Además, tengo entendido que hay un arsenal con munición suficiente para defendernos.
—¿Ah, sí? –replicó Silvia–. ¿Desde cuándo eres un experto en armas? De poco sirve tener muchas si no sabemos cómo funcionan.
—No será tan difícil, de todas formas, ¿no te gustaría conocer a piratas auténticos?
Marcos la miró con ojos suplicantes, pero Silvia, tal como manifestó sin posibilidad de réplica, no estaba dispuesta a correr ningún riesgo.
—No ceñirte a las normas, es lo que suele convertir tus planes en desastre, así que pon en marcha este trasto y alejemos cuanto antes.
Frustrado por la falta de apoyo a su propuesta, pulsó el botón de arranque de la embarcación y el motor empezó a girar impulsado por la fuerza de las baterías, pero sin intención de mantenerse por combustión. Pasados unos segundos, volvió a intentarlo obteniendo el mismo resultado.
—¿Qué pasa ahora? –preguntó Silvia, cuya angustia y nerviosismo crecía por momentos.
—¡Este maldito trasto no quiere arrancar! –respondió Marcos, renegando–. ¡Me aseguraron que las revisiones estaban al día!
—¡Vale, vale, pero no te enfades conmigo! A ver, ¿hay gasolina? Porque como sea eso lo tenemos crudo, principalmente porque no veo ninguna estación de servicio por aquí; aunque he de suponer que esas cosas se tienen en cuenta antes de zarpar, ¿no?
Marcos la tomó por la cintura y la atrajo hacia sí, la miró fijamente a los ojos y respondió:
—No te preocupes por eso, tenemos combustible para dar la vuelta al mundo –exageró con la certeza de saber que ese no era el problema.
—Pues ya me dirás qué hacemos, los tenemos encima.
—Tendrás que entretenerlos como puedas.
—¿¡Cómo quieres que los entretenga!? ‒preguntó Silvia, con evidentes signos de irritación.
—Estoy seguro que se te ocurrirá algo
—¿Ah, sí? Y, ¿qué hago, me los follo uno a uno?
—No creo que tengas que llegar a eso, aunque…
Miró a Marcos con los ojos encendidos de ira y salió a toda prisa a cubierta, donde vio al galeón fondeado a pocos metros. Habían arriado velas e izado la Jolly Roger, señales que le hicieron deducir un inminente asalto.

—¡Por todos los demonios, qué tenemos aquí, una sirena! ‒vociferó el que parecía estar al mando‒. ¡Y bien hermosa que es!
Desde el yate se podía oír un gran revuelo, ya que aquellos hombres nunca habían visto a una mujer en biquini, hecho que Silvia tuvo presente tras escuchar esas palabras. Dio media vuelta y regresó a la cabina, donde estaba Marcos, leyendo un manual.
—Será mejor que salgas tú a atenderlos, mi ropa no es la más adecuada para recibirles.
—¿Cómo que no es la…
Se quedó mudo al mirar hacia la puerta. Silvia caminaba hacia él portando un minúsculo biquini amarillo, que destacaba con creces sobre su generosa figura de piel morena.
—Tienes razón –continuó–, será lo mejor. Claro que si me ocupo yo, ¿quién va a poner en marcha el motor?
Silvia meditó unos segundos y respondió:
—Déjalo en mis manos. Te avisaré cuando lo tenga todo preparado; mientras tanto, entretenlos como puedas.
Marcos fue al camarote, se puso unas bermudas y salió a cubierta. Caminó boquiabierto hasta proa, ya que se encontraba ante un auténtico barco pirata totalmente operativo.
—Buenos días tengáis, ¿en qué puedo ayudaros? –saludó cordialmente al llegar.
—¿Ayudarnos? –respondió el pirata entre risas–. Yo diría que somos nosotros los que deberíamos ofreceros ayuda.
—Se agradece, pero no necesitamos nada, gracias. Podéis continuar vuestro rumbo, siento mucho que hayáis venido hasta aquí para nada.
—He dicho que deberíamos, no que lo vayamos a hacer.

Mientras la conversación fluía con relativa tranquilidad,habnteriormente satisfecho, dirigi++++ que ten Silvia preparaba el escenario para llevar acabo su plan. Cogió todas las sábanas que encontró y las colocó de manera que tapasen todo lo posible el moderno mobiliario. Perfumó el ambiente y atenuó las luces para crear un clima cálido. Una vez terminó los preparativos, fue hasta la cabina y habló por megafonía.
—Disculpe nuestra falta de hospitalidad. Sería un honor para nosotros que subiera a bordo.
—¡Por las barbas de Neptuno! ¿Qué demonios es eso? –preguntó el pirata.
Marcos estaba tan descolocado como él, y no por escuchar a Silvia, si no por lo que dijo, saliendo del trance al volver a escuchar la voz.
Un bote se acercó al yate, el pirata desembarcó y el bote regresó al galeón; Marcos presenció la escena totalmente anonadado, saliendo del trance al volver a escuchar a Silvia.
—Cariño, acompaña a nuestro invitado al salón.
El aludido obedeció la orden y lo condujo al interior del yate. Desconocedor de los planes de Silvia, creyó que esta se había vuelto loca al ver la decoración.
—Gracias, cielo, puedes retirarte y seguir con tus quehaceres, ya sabes, el motor y todo eso –matizó guiñándole un ojo–. Mientras tanto le mostraré a nuestro invitado el interior de la nave; presumiendo que acceda a mi invitación.
—Ya lo creo, damisela –bramó el pirata–, será un honor teneros como guía.
Puso el brazo en jarra y Silvia avanzó hacia él. Al pasar junto a Marcos, le susurró al oído:
—Lo tengo todo controlado.
Marcos tardó unos segundos en reaccionar, para cuando lo hizo, ya habían bajado al nivel donde se encontraban los camarotes, teniendo total libertad para obrar sin distracciones.
En primer lugar revisó punto por punto la guía de navegación, constatando que todos los sistemas funcionaban correctamente, salvo los que requerían de señal GPS, ya que no había satélite que le ofreciera servicio, aun así, el dichoso motor seguía sin funcionar. Miró alrededor y posó la vista en la carta que le refirió Silvia, depositada cuidadosamente sobre la mesa junto a una llave. Tomó el escrito entre sus manos y esbozó una ligera sonrisa, ya que la mesa también estaba cubierta por una sábana, y sobre ella, la brillante bandeja metálica en la que reposaban ambos objetos. Llegó a la conclusión de que esa carta debía ser importante si Silvia se había tomado tantas molestias, de modo que tomó asiento y la leyó atentamente.

Silvia mostró al pirata distintas estancias del yate, hasta que llegaron al camarote que había dispuesto para llevar a cabo su plan. Le hizo desnudarse y meterse en la bañera, orden que aquel hombre obedeció sin rechistar. Su mente se obnubiló al ver el cuerpo de aquel hombre, musculatura perfectamente definida y firme, protegida por una suave capa de piel tersa. Sin ningún tipo de pudor o disimulo, desvió la mirada hacia su masculinidad, completamente erecta y de tamaño considerable.
Un cosquilleo le recorrió el cuerpo, acentuándose al llegar a la zona púbica debido al ardor que recorría sus entrañas. El corazón comenzó a latir con fuerza, los pezones se le endurecieron y las piernas comenzaron a temblarle. Todos ellos, signos evidentes de algo inconcebible en una situación como esa: estaba excitada.
Inicialmente su plan consistía en darle un baño, con su correspondiente masaje, durante el tiempo que Marcos necesitase para arreglar la avería, pero al ver aquel cuerpo, toda su entereza se fue a pique y se dejó llevar por sus instintos.
 Cogió la esponja, vertió en ella un abundante chorro de jabón y comenzó a frotar con energía cada centímetro de piel, prestando especial atención a la importante erección que presentaba. Acarició el miembro de arriba abajo con una mano, mientras la otra jugueteaba con sus grandes y duros testículos. Un prolongado gemido brotó de la garganta del pirata mientras su verga disparaba desiguales ráfagas de semen, impactando varias de ellas en la fina bata que Silvia llevaba; se despojó de ella y del biquini amarillo.
Condujo al hombre hasta la cama, le instó a tumbarse y se abalanzó sobre su semi erecto miembro, que lamió y besó hasta que recuperó el vigor perdido. Se colocó en cuclillas sobre él y apuntó a la entrada de la vagina, descendiendo lentamente para adaptarse poco a poco al calibre de la herramienta. El pirata posó las manos sobre las caderas de Silvia, la cual botaba salvajemente sobre él.
Minutos más tarde cambiaron de postura, Silvia se colocó a cuatro patas y el pirata tras ella, ensartándola una y otra vez hasta que ambos culminaron en un brutal orgasmo.

A Marcos no le costó mucho encontrar la avería después de leer el escrito, pero antes de poner en marcha el motor, quiso informar a su mujer sobre los avances. Bajó a la cubierta inferior y miró camarote por camarote. Su entereza se vino abajo cuando los vio, quedándose atónito durante unos instantes observando. No quiso interrumpir para evitar poner a Silvia en peligro, ya que dedujo que aquel hombre había forzado a su mujer a hacerlo. Regresó a la cabina y tomó asiento, en su cabeza no dejaba de reproducirse la imagen vista, aumentando así su sed de venganza.

—Ha sido muy satisfactorio, bella dama, pero he de regresar con mi tripulación ‒expuso el pirata una vez terminó de vestirse.
Silvia lo miró desde la cama con la esperanza de haber conseguido ganar el tiempo suficiente, aun así, suplicó a aquel hombre que los dejara en paz.
—Me alegra haberos complacido, espero que esto sirva para que no nos abordéis.
El pirata la miró sorprendido, cogió su sombrero y se dirigió a la salida. Se detuvo en el umbral de la puerta y se giró hacia ella.
—No sé de dónde habéis sacado esa idea, jamás se me pasó por la cabeza tomar esta nave.
—Yo pensé que…
El hombre soltó una risotada y respondió al comentario:
—Siempre igual, todos decís lo mismo. No es la primera vez que vemos esta nave, aunque sí que es la primera que me invitan a bordo.
El pirata expuso sus motivos mientras Silvia escuchaba atentamente la explicación del porqué se mostraban pacíficos, una vez finalizó, regresó al galeón y reemprendieron la marcha.

—¿Has conseguido solucionar el problema? –preguntó Silvia, que había subido a la cabina.
—El del yate, sí, pero todavía me queda algo por hacer –respondió Marcos mientras golpeaba la gran caja de madera que tenía a su lado.
—¿Qué hay ahí dentro? –quiso saber Silvia.
—La solución a mi angustia.
Terminó de decir esto y abrió el cofre. De él extrajo un lanzacohetes RPG, salió a cubierta y fijó al galeón como objetivo. Silvia salió tras él, y al ver lo que tramaba, le preguntó:
—¿Se puede saber qué haces? Ese hombre me ha dicho que no pretendía hacernos daño.
—Es posible…
Marcos accionó el gatillo y el proyectil salió disparado. La providencia quiso que fuese la bodega donde almacenaban los barriles de pólvora la que recibiese el impacto, provocando que el galeón estallase en mil pedazos. Satisfecho con el resultado, volvió a la cabina y puso en marcha los potentes motores del yate para alejarse.
Silvia vio desmesurada la actitud de Marcos y se quedó en cubierta contemplando la escena. Perdidos de vista los restos del galeón, fue hasta donde se encontraba Marcos.
—¿Por qué lo has hecho? Te dije que lo tenía todo controlado, no corríamos ningún peligro –matizó Silvia al ver la cara de satisfacción de Marcos.
—Porque no voy a permitir que alguien se folle a mi mujer y se vaya de rositas.
El rostro de Silvia se tornó pálido al saber que los había visto en plena faena, lo que Marcos no sabía, era que no fue el pirata quien forzó la situación, si no que ella, por despecho, tomó la iniciativa.

La puesta de sol estuvo acompañada por una fina lluvia y el mismo espectáculo de luces que inició la aventura, señales que indicaban que la normalidad había regresado a sus vidas. Meses más tarde, Ecos del pasado cesó su actividad, ya que por más que lo buscaron, el galeón jamás volvió a mostrarse.

domingo, 24 de septiembre de 2017

El Monasterio del Tiempo por Machi


Prologo
Existe un lugar, en las afueras de Madrid,  conocidos por muy pocos y donde los caminos del tiempo convergen en una especie  de autopista espacio temporal. Un lugar posiblemente de naturaleza mágica que no responde a las leyes de la física convencional y  donde  el pasado se abre al presente a través de  miles de puertas ubicadas en una espiral que se adentra en los confines de la tierra. Cada una de ellas puede llevarte a una época pasada determinada y, para viajar a un momento pretérito  concreto, solo tienes que saber abrir el portal adecuado.
Fueron descubiertas por un labrador en el lejano 1483, durante el reinado de los Reyes Beatos. Evidentemente, el ultra católico Tomas de Torrequemada, al no encontrar una explicación ni lógica, ni religiosa, consideró que aquellas puertas para viajar en el tiempo tenía que ser cosa de Satán. Como el  buen adelantado a su tiempo que resultó ser,  sus miedos a todo aquello que no entendía y a todo lo diferente, le empujaron a detener por herejes  al inocente campesino  y su familia.  Tras un interrogatorio, donde unas torturas desmedidas forzaron a que las respuestas deseadas salieran de sus labios. La pobre familia de granjeros fue sentenciada a arder en la  hoguera para calmar la ignorancia  y los temores del inquisidor franciscano.
Sin embargo, las entradas al pasado siguieron multiplicándose sin ninguna explicación aparente  y de nada sirvieron para evitarlo ni el fuego, ni hacerlas añicos con un hacha pues parecían ser indestructibles y como aves fénix volvían a resurgir de sus cenizas. Fueron inútiles también los  rezos, las penitencias y  los exorcismos. Cada día aparecían uno o varios corredores al pasado nuevos, que se iban sumando a las ya existentes y que se desperdigaban a lo largo del paisaje, sin ninguna disposición aparente, como fichas sobre un imaginario tablero de ajedrez.  
Una asimetría que dotaba aquel paraje de un aspecto de  lo más aterrador. Un buen número de efectivos de las tropas reales, por orden de sus majestades,  se atrincheraron alrededor para que los curiosos no  se acercaran e impedir que se propagara la noticia  de su existencia a lo largo de todos los reinos de la península ibérica.
Incapaz de encontrar una causa lógica a los pasadizos en el tiempo,  la reina Isabel de Castilla, siguiendo los consejos de su hombre de confianza, el Cardenal Mendoza, mandó construir un edificio en forma de Monasterio  en torno a  los terrenos que albergaban las puertas y así ocultar el fenómeno de miradas indiscretas. Quizás debido a la circunstancia de que  las paredes de la fortaleza estuvieran edificadas con piedras traídas desde Tierra Santa, las mágicas entradas  al pasado dejaron de aparecer fuera de sus muros y  limitaron sus apariciones al interior del convento, donde fueron supervisadas por el personal clerical asignado para estos menesteres.
Aunque al principio tanto su majestad Isabel Lamaloliente como su esposo el rey Fernando de Aragón se negaron a utilizar las puertas porque las consideraban cosas del diablo. Cuando llegaron a la conclusión de  que les podía sacar un nada despreciable redito para sus conquistas y que, gracias a ellas,  podían enmendar errores del pasado, decidieron organizar lo  que se llamaría  el primer Batallón de los Guerreros del Tiempo.
Los primeros soldados que, bajo la exhaustiva supervisión de los monjes, se adentraron en el pasado a servicio de sus majestades, fueron: Rodrigo Trueno, Crispín Bayona y Goliat Fuenterrabía. Gracias a la intervención de estos tres valientes, fueron favorables para la corona de Castilla y Aragón  acontecimientos tales como la derrota de Portugal en la Batalla del Toro, el descubrimiento de América y la conquista de Granada.
La existencia del Monasterio del Tiempo solo llegó a ser  conocida por los Reyes Beatos, sus hombres de mayor confianza, los monjes y, evidentemente,  los componentes del Batallón del Guerrero del tiempo. Pues la Maloliente, recelosa por naturaleza como era, temía que si alguno de sus muchos enemigos llegaban a descubrir las puertas, podrían arrebatárselas y usarlas en su contra.
Tras la muerte de Isabel, su marido Fernando Montatanto, más centrado en las conquistas amorosas que en la cruzada católica de su conyugue, se desentendió de la supervisión del Monasterio  y este pasó a ser gestionado al completo por los monjes que formaron una orden masónica bajo el nombre de los Benditos Relojeros del Sagrado Tiempo.
Con el paso de los años, esta orden masónica fue expandiendo sus dominios a lo largo del tiempo y, aunque les era imposible viajar al futuro, el número de puertas al pasado se fueron ampliando hasta el punto que tuvieron que construir una serie de pasadizos subterráneos para albergarlas. Llegaron a formar un laberinto que parecía internarse en el hades y al cual se tenía acceso por una intrincada escalera de caracol.  Escalera a la  que solo tenían permiso para internarse los monjes de más alto rango y los soldados que pasaban las  duras pruebas para ingresar en los Batallones de Guerreros del Tiempo.
Durante el reinado de Felipe II, y por  acuciantes motivos económicos, se vieron obligados a compartir sus secretos con la corona. El rey y algunas de los cortesanos de mayor confianza pasaron a formar parte de la dirección del Monasterio, hasta el punto que sus miembros fueron  nobles seglares y religiosos a partes iguales.
El secreto del Monasterio fue pasando de gobierno a gobierno durante siglos. Siglos donde la orden masónica había montado un verdadero ejército de Batallones de Guerreros del tiempo. Estos agentes habían sido  reclutados en las distintas épocas donde le llevaban las puertas, pues habían comprobado que quienes procedían del pasado se adaptaban  mejor a los viajes temporales que los coetáneos de la época.    Aunque   en el año 2017 son numerosos los Batallones que luchan por la estabilidad espacio temporal,  el más intrépido, exitoso y al que se le dan las misiones con mayor dificultad,  es el formado por: Juana la Locaercoño, hija de los Reyes Beatos, Don Cipote de la Mancha, el ingenioso hidalgo de la Mancha y  Francisco Marco Baquerizo, un teniente coronel de las tropas españolas en Marruecos de principio del siglo XX.
I Una reina traicionada escapa de su tiempo
Juana es hija de reyes, fue educada en una de las mejores  cortes y agasajada con toda clase de lujos a lo largo de su vida.  A la tierna edad de diecisiete años, tuvo que abandonar la seguridad familiar y la tierra que la vio nacer,  para contraer  matrimonio con el archiduque de Austria, Felipe Nabohermoso. Pese a que  su matrimonio fue convenido en base a  las estrategias de poder de los padres de ambos, no tardó en encariñarse de su futuro esposo y se desposó con él,  permitiendo que los cantos de amor que sonaban en su cabeza de novicia, llegaran a nublar su raciocinio.
Su recién estrenado marido daba muestras de ser todo un caballero: guapo, galante, gallardo, viril… La hizo conocer con sus caricias  la Gloria en la tierra, convirtiendo el acto sexual en un  perturbador disfrute,  bastante  lejos del deber conyugal que le habían inculcado su madre y las más allegadas damas de la corte.  Sin embargo, al igual que le sucediera a su progenitora con su padre, tuvo que soportar un calvario de infidelidades que, por su fuerte personalidad,  no supo callar como la entregada  esposa que debía ser. En más de una ocasión, se enfrentó al archiduque de Austria. Enfrentamientos que fueron estrepitosos fracasos,  pues lo único que consiguió es ser confinada día y noche en sus dependencias. Un lugar  en donde, las  innumerables felonías  de su cónyuge,    la fueron arrastrando a un estado de constante tristeza.
Traicionada por el hombre al que ella se había entregado sin reservas,  su existencia se convirtió en un verdadero calvario en vida. Apartada de los cortesanos de Castilla y  con la única compañía de personas que no consideraba digna de su confianza, se sintió una presidiaria a la que solo sacaban a pasear para los actos protocolarios, o con la que el archiduque  yacía de vez en cuando, con la única intención de preñarla  y conseguir la tan ansiada descendencia.
Las repentinas muertes de sus hermanos Juan e Isabel, la declararon sucesora del reino de Castilla. Por lo cual  su esposo y ella regresaron a la tierra que la vio nacer para prestar juramento como herederos. Tras fallecer su madre, fue proclamada reina de Castilla.
Quedó viuda  a la edad de veintisiete años, según la versión oficial por unas fiebres que le sobrevinieron a Felipe,  quien, muy acalorado tras jugar a la pelota,  bebió agua muy fría. Aunque aquello fue lo que se le contó a todo el mundo, ella nunca lo creyó del todo y siempre sospechó que tras la muerte de su amado estaba la mano negra de su padre, quien mandó envenenarlo en una de esas tramas palaciegas que tanto le entretenían y tan bien se le daban.
Con su marido fuera de la línea sucesoria, la siguiente en caer fue ella. La traición vino por parte de  su hijo Carlos I Gran Reserva y su padre Fernando Montatanto,  quienes conspiraron con los médicos de la corte para que le diagnosticaran  una falsa enfermedad. Locura de amor la llamaron.
Apartada del trono por la persona que la engendró y su primogénito, quienes la encerraron de por vida en el convento de Santa Clara en  Tordesillas.  Fue abandonada a su suerte entre las paredes de aquel hogar de retiro espiritual. Perdida toda esperanza  de volver a sentirse poseída por el que fuera su amante esposo y  demasiado joven para resignarse a  no volver sentir en su interior la virilidad de  hombre alguno, llegó a sumirse en el misticismo de la autocomplacencia. Una autocomplacencia que tenía poco de espiritual y mucho de carnal.
Aunque sus convicciones religiosas no eran muy fuertes,  aquello que le reclamaba su cuerpo le parecía de lo más impío. Lo que en principio fue una enfermedad inventada, se fue convirtiendo en algo real. Su “locura”, a cada día que pasaba enclaustrada,  se volvía más visible. En un primer momento se proporcionaba el placer  únicamente con sus dedos y de una forma delicada. Pero conforme fue aumentando  su necesidad de algo robusto entre las piernas, fue utilizando otros elementos orgánicos para satisfacer sus ansias de varón: zanahorias, pepinos, calabacines… Poco a poco, todas las variedades de la huerta murciana fueron atravesando su feminidad y proporcionándole ese éxtasis que tanto precisaba.
Si al principio, procuraba calmar el fulgor de su entrepierna en la intimidad de su celda.  Conforme iban transcurriendo los meses en aquel demencial encierro, menos precavida era y más de una vez sus damas de compañía la encontraron desnuda introduciéndose  hortalizas en su sexo como una posesa.
La noticia de su “locura”  no tardó en difundirse por todos los rincones del reino y, los que otrora fueran sus súbditos, la llegaron a considerar una paría, una mujer de la más baja de las raleas  a la que le pusieron el sobrenombre de lalocaercoño.
Repudiada por su familia y la gente que la rodeaba. Cuando los monjes del Monasterio del Tiempo vinieron a reclutarla, no sintió que dejara nada atrás que mereciera la pena  y se marchó  sin dudarlo ni  un segundo con ellos. Ignorando por completo que, debido a una anomalía de las puertas, su yo histórico seguiría con su vida en la línea temporal oficial  y se crearía un universo paralelo a partir del momento en que fue sustraída por los clérigos. Una paradoja  que quedaría capada para los viajes de los Guerreros y a la que no podría volver a tener acceso jamás.
Al llegar al siglo XXI, descubrió que Castilla formaba parte de un reino mayor llamado España, que aunque había Monarcas, solo tenían un papel representativo cuya función no era otra que inaugurar  monumentos, construcciones públicas y asistir a todo tipo de eventos (Mero postureo fue la palabra que  para describirlo uso Belén, su asesora sobre las costumbres del 2017). A diferencia de su época,  el reino de España  tenía un presidente elegido por el sistema ideado por los antiguos griegos: La democracia. Un sistema de elección que ella consideraba imperfecto, pues la plebe  carecía de   la omnisciencia  divina del Santísimo, que era quien designaba a los reyes en su época.
Aprendió que España formaba parte de un territorio mayor al que llamaban Unión Europea. Un gran mercado formado por veintisiete países donde la mayoría de ellos poseían la misma moneda.  Un conjunto de nacionalidades gobernadas por algo que llamaban la Troika: formado, según su forma de ver las cosas  por  banqueros, usureros y  cortesanos conspiradores. Una organización que obedecía las ordenes de unos a los que nadie ponía cara ni nombre y a los que todos conocían por el impersonal nombre de los Mercados.
Con los datos que recopiló y analizó, no tardó en llegar  a la conclusión de que, si esta sociedad secreta era la que orquestaba toda la política de la Unión, lo de votar a sus dirigentes era una mera representación  teatral para tener contenta a la chusma, pues los presidentes de los distintos países eran  meros vasallos de esta organización en las sombras, a la que ella comparó con las ordenes masónicas de su época.
Conforme más conocía de la España del siglo XXI más le fascinaba los inventos de este nuevo mundo. Descubrió que existían carruajes sin caballos, capaces de alcanzar velocidades demoniacas. Carreteras de hierro que unían unas ciudades con otras por las que circulaban unos vehículos conocidos como trenes.  Artefactos capaces de surcar los cielos y atravesar los océanos. Aparatos con los que se podía hablar con una persona que estaba a cientos o miles de kilómetros llamados teléfonos. La variedad más popular era la que se conocía por el nombre de iPhone. Un instrumento indispensable para cualquier ciudadano del moderno reino, pues necesitaban utilizarlos en  cualquier momento del día o de la noche.
Todo había evolucionado de una manera abrumadora, incluso el idioma castellano se había adulterado notablemente. Los caballeros hablaban como lacayos y la jerga de los siervos estaba plagada de blasfemias tales como “¡Coño”, “¡Mierda!” o “¡Cabrón!”, interjecciones con las que casi siempre terminaban adornando  cualquier conversación.
Al principio les costó adaptarse a la  forma que tenían de  usar la lengua romance de sus padres, pero una vez lo hizo, aprovechó al máximo el abanico de posibilidades culturales que ofrecía el Siglo XXI. Se volvió una voraz lectora, no había una rama artística que se escapara a sus ansias de conocimiento: Arquitectura, escultura, pintura, música, literatura, cine… Esta última tenía un matiz mágico que no dejaba nunca de sorprenderle.
Con el tiempo, se convirtió en un cumulo de conocimientos, una especie de enciclopedia andante que, dado su alto CI, la  llevo a ser ascendida a líder del Batallón de Guerreros del Tiempo en el que militaba. Algo que no fue acogido con mucho entusiasmo por sus compañeros: Don Cipote de la Mancha y Francisco Marco Baquerizo. El primero porque procedía de una época donde las mujeres eran consideradas bellas damiselas a las que había que rescatar y el segundo por su más que manifiesta misoginia. Pese a ello estaban obligados a obedecer sus órdenes  y a acatar sus decisiones.
II De 300, solo   uno
Juana se interna en sus aposentos temblando, todavía no se ha conseguido quitar el miedo del cuerpo por lo  que le acaba de suceder.  Desolada se tiende en su camastro, una copia exacta del  que disfrutaba en la corte de la Castilla del siglo XV. El Monasterio se ha encargado de que todo en su alcoba sea lo más parecido  posible a lo de su época. Fue lo que le recomendó el gabinete psicológico que los asesora, pues cuanta más cómoda se sintiera, menos peligraría su estabilidad mental. Pese a que aquella estancia le trae recuerdos de tiempos mejores y sirve para apaciguar un poco la tristeza que la invade, no lo  consiguen del todo. Se siente sucia por lo que acaba de hacer y, a pesar de que en su juventud se negó a menudo a cumplir sus obligaciones eclesiásticas, nunca ha dejado de creer en su Dios. El inmundo acto que acaba de perpetrar  es el peor de los pecados ante los ojos del Altísimo. Sin poderlo remediar se pone a llorar como una colegiala sobre su almohada,  es tal la furia que descarga en ellas, que el tejido de cáñamo  de esta se termina empapando rápidamente con sus lágrimas.
Lo que ella llama “pecado”, los miembros del gabinete psicológico del ministerio del tiempo lo diagnosticaron  como un trastorno de hipersexualidad. Una patología que  se conoce vulgarmente por ninfomanía y que podría  ser consecuencia directa de las innumerables traiciones de su marido o al encierro que determinaron su primogénito y su padre. Independiente  de cuales fueran las causa reales que lo motivaran,  concluyeron en que si el volcán que se agita en su interior no era calmado convenientemente y con cierta frecuencia, Juana podría terminar convirtiéndose en una persona inestable mentalmente.
Dada la enorme valía que tienen sus conocimientos y tácticas para el Monasterio del Tiempo, tras una intensa y reñida reunión del Consejo de Administración y, una vez se rechazó un tratamiento de  psicotrópicos porque mermarían sus actitudes, se optó por permitir que viajara en el tiempo para obtener los placeres  que le reclamaban su cuerpo. Libre de las ataduras que los convencionalismos sociales le imponían,  cuando esto sucedía, se convertía en la amante más entregada y libidinosa que cualquier hombre pudiera desear.
Desde su llegada al siglo XXI ha viajado a la Roma de Julio Cesar y ha fornicado con cuanto legionario romano se le ha puesto por delante;  a la Mongolia de Gengis Kan y ha organizado un orgia con un grupo de sus guerreros más salvajes; a la época que la vio nacer, donde se hizo pasar por una vulgar fulana y tuvo sexo con un nutrido grupo de los plebeyos de su reino…
De cada una de estas aventuras sexuales, ha vuelto creyéndose la mujer más obscena del mundo, pero saciada. No obstante,  su periplo al pasado de esta noche, no solo no la ha satisfecho lo que debiera, no es que la haga sentirse la peor de las cristianas, es que ha pasado tanto miedo y se ha sentido tan sucia que ha terminado tan triste  como cuando Felipe Nabohermoso la traicionaba con las damiselas de la corte.
La puerta que había escogido esta noche para calmar su hambre de sexo era la número 8923, un pasadizo espacio temporal que la llevaría a las Termopilas, a mediados de Julio del año 480 A.C, concretamente a unas semanas antes de la famosa batalla que hizo famosa al lugar y en la que trecientos espartanos dieron su vida intentando parar al invasor persa.
Juana había visto unos días antes en video  la superproducción que  Hollywood  realizó sobre la batalla. Tanto músculo, tanta testosterona, terminaron seduciendo a su libido y quiso hacer realidad su deseo de tener sexo con los históricos hombres de la pantalla, por lo que la decisión de viajar a aquella época no fue nada espontáneo y sí muy premeditado.
Cuando llegó a los pasillos de recepción, el vigilante del pasadizo le facilitó una indumentaria acorde con la época y camufló el botón del pánico  en un  colgante de cuero  para el cuello con forma de concha. Este artilugio fue diseñado por el gabinete técnico del Monasterio siguiendo los mismos principios del espacio temporal que permitían trasladarse de una época a otra a través de las puertas  y su función no era otra que tele transportarlos a la antesala de salida, en caso de que la integridad personal de los Guerreros del Tiempo corriera peligro.
Una vez estuvo ataviada debidamente, atravesó el portal que la llevaría a poder hacer su fantasía realidad. Según había leído en los libros de historia, durante aquellos días en el desfiladero de las Termopilas solo estaban los trecientos hombres que formaban el ejercito del rey Leónidas, que no había ninguna fémina entre ellos, con lo que imaginó que faltos de una buena hembra sucumbirían a sus deseos de una forma rápida, por lo que no encontraría ningún impedimento para seducirlos y poder hacer con ellos su antojo.
La entrada a la Grecia antigua, perfectamente mimetizada con las paredes del desfiladero, la dejó a unos escasos cien metros del campamento espartano. Centenares de tienda de piel se desplegaban ante sus ojos como un pequeño mar en calma.  Oteó a los vigías nocturnos, no eran demasiado numerosos y tampoco se les veía en una situación de alerta, por lo que, si actuaba con sigilo, podría cumplir su objetivo con más facilidad de la que tenía prevista.
Como suponía, los guardias estaban bastante relajados y no esperaba que ningún peligro les llegara desde  la dirección donde ella se encontraba, por lo que le fue fácil adentrarse en el interior del campamento. En el exterior de cada una de las tiendas se podían ver dos escudos, dos lanzas, dos corazas, dos pares de cnémidas para las piernas y dos cascos corintios. Lo que le llevó  a pensar que se adentrara en la carpa que fuera, podría disfrutar de dos vergas para ella en exclusiva.
Escogió una al azar y lo que encontró no le satisfizo nada: Dos robustos guerreros espartanos durmiendo  abrazados él uno al  otro como si fuera una pareja de recién casados. Incapaz de asumir que dos hombres tan varoniles, fueran capaces de una inmundicia tal  como la sodomía, salió de allí como alma que lleva el diablo.
En cada una de las tiendas que se asomó encontró algo parecido, incluso en una de ellas descubrió a dos viriles soldados entregados a los placeres de la carne. Uno de ellos se encontraba de rodillas  sobre el camastro y el otro le clavaba su lanza de carne en sus posaderas. Estaban tan entregados al pecaminoso acto que ni siquiera se percataron lo más mínimo de la  furtiva presencia de Juana.
Mientras procuraba dejar atrás, y  sin ser vista, aquel lugar de perversión, llegó a la conclusión de que la realidad nada tenía que ver con lo que había visto en el cine y comprendió porque las falanges espartanas eran tan invencibles, no solo luchaban por su pueblo y por su vida, eran tan terriblemente feroces porque defendían la vida de la persona a la que amaban, que  no era otro que su compañero de combate.
Se disponía a  llegar al lugar donde se hallaba la puerta hacia el siglo XXI, cuando fue interceptada por un enorme individuo. Sus ojos se posaron en él y se encontró   un enorme y  monstruoso jorobado luciendo  el manto escarlata de los espartanos,  sosteniendo en una mano un  enorme escudo  y en la otra una larga lanza.
—¿Dónde vas gentil, doncella? —A pesar del traductor universal que llevaba injertado en la nuca, la pronunciación del grotesco individuo era tan trapajosa que le costó un poco entender lo que le decía.
Conmocionada por su aspecto y su amenazadora presencia,  permaneció muda viendo como  el deforme guerrero avanzaba ineludiblemente hacia ella. No sabía que le desagradaba más de su rostro, sus  asimétricos pómulos, la bizquera de sus enormes ojos, sus deformados dientes  o los goterones de baba que resbalaban por la comisura de sus labios.
—¿Qué venias buscando al campamento a tan altas horas de la noche? —Le dijo mientras se metía la  mano bajo su túnica y se sobaba impúdicamente sus partes nobles sin ningún recato.
Juana está tentada de pulsar el botón del pánico, pero el terror que la embarga es tal que se queda como petrificada.
—¿Por qué no dices nada? ¿Eres muda? Para mí que no eres de aquí y venías buscando un guerrero que arremetiera su lanza contra tu muralla. ¡Pobrecita! ¿Ignorabas acaso que los espartanos siguen la disciplina del Batallón Sagrado de Tebas? Un soldado lucha mucho mejor  y de un modo más mortífero si quien tiene a su lado es su amante.
Los ojos de Juana parecían querer salirse de sus cuencas, nunca antes había visto un ser tan desarraigado de los cánones divinos. Un ser de aspecto tan amorfo que parecía salido de los propios infiernos.  Llegó a creer que era un discípulo que  Belcebú enviaba para secuestrarla,  pues cuando bajo la mirada hacia su entrepierna y vio el  enorme bulto que se marcaba bajo su túnica, no pudo evitar sentirse excitada.
El enorme jorobado se percató de ello, echó el escudo y la lanza a un lado, para terminar atrapando a la frágil reina entre sus enormes manos.  Pese a que la lujuria había comenzado a confundir a su raciocinio, tener frente a frente el deforme rostro de aquel peculiar espartano resultaba de lo más repugnante, sin embargo las ganas de sexo que bullían en su interior superaban el asco que el monstruoso individuo despertaba en ella.
—¡No tiembles, mujer! Efialtes, no es como ellos. No soy guapo, no tengo un buen físico y ni sé pelear como los leones de Esparta. Quizás por eso, me sigan gustando las mujeres como tú. ¿Quieres ser la novia de Efialtes?
Un escalofrió recorrió la espalda de la Guerrera del Tiempo al oír como aquella depravación del inframundo le declaraba su amor. Un amor que era producto de confundir el afecto con la pasión, pues él individuo lo único que quería era poseerla, pues   se limitó a empujarla al suelo y se abalanzó a continuación sobre ella como un animal.
Le subió el vestido, le abrió las piernas, buscó su sexo con los dedos  y condujo su verga hasta él. Tal como suponía el miembro viril del jorobado era de muy buenas dimensiones, ancha y larga como ella sola,  si no hubiera estado tan mojada como estaba le hubiera producido pequeños desgarros en las paredes vaginales. Al principio, la dureza manifiesta de la virilidad de aquella  bestia, consiguieron calmar sus ansias de varón. No le importaba lo incomodo de la postura, no le importaba que el deforme gigante bufara en su mejilla empapándola de babas, lo que sí le importó es que el miembro viril de Efialtes fuera perdiendo dureza conforme la cabalgada se hacía más frenética.
No tuvo tiempo de preguntar que le pasaba, pues el jorobado sacó repentinamente la polla de su coño y, antes de que se pudiera ser consciente de lo que ocurría, le dio la vuelta como a un muñeco de trapo. El gigantesco espartano comenzó a hurgar en su agujero trasero.  Juana volvió la vista para atrás y pudo comprobar que el miembro viril del espartano  se volvía a despertar de su letargo y de un modo descomunal
Observo su rostro, estaba impregnado de rabia y, cabeceando sin parar, comenzó a gritar de manera repetitiva:
—¡No soy como ellos, yo soy normal! ¡No soy como ellos, yo soy normal!
Sin detener su cantinela, la  cogió por la cintura y procedió a encularla. Una maraña de pensamientos incoherentes comenzaron a fluir por el cerebro de Juana. A pesar del que el pánico le impedía moverse,  imaginar  la dolorosa posibilidad de tener  su culo atravesado por aquella enorme estaca la dotó de   la habilidad suficiente para encontrar la  concha que colgaba de su cuello y pulsar el botón del pánico.
Apareció en los pasillos de recepción con  los efectos secundarios habituales de la tele transportación: nauseas, la cabeza le daba vueltas y tenía problemas de movilidad. El vigilante la atendió debidamente, le ayudó a cambiarse y no la abandonó hasta que comprobó que sus constantes vitales  volvían a la normalidad. Aun así ella, como si todavía siguiera viendo a los que no eran nobles como simples siervos, ni le dio las gracias  y cuando le pregunto qué le había ocurrido, se limitó a contestarle que aquello no era de su incumbencia.
A hurtadillas volvió a sus aposentos, sin siquiera cambiarse,  se tendió en su camastro y regó su almohada con lágrimas y, mientras se repetía una y otra vez que no lo volvería a hacer, dejó que los brazos de Morfeo la mecieran.
III La liga por la unidad de España
Bertín González Byass lee con atención el informe dejado esta mañana por el vigilante del pasillo de las Termopilas. Por primera vez en uno de los viajes al pasado de Juana, ha sucedido lo que tanto temía: le han surgido problemas ineludibles y se ha visto obligada a utilizar el botón del pánico.
Sabe que la decisión de que Lalocaercoño se le permitiera viajar al pasado a calmar su pasión desenfrenada fue de lo más arriesgada. Sin embargo, como Director Ejecutivo del Monasterio del Tiempo, reconoce que  era lo mínimo que podían hacer, no podían perder un efectivo tan válido como ella por posibles  problemas mentales.
«No puede haber nadie  más patriótico que la hija de los Reyes Beatos, los monarcas que llevaron a España a la época de esplendor que se merece», piensa mientras guarda el informe en una carpeta, para analizarlo después con más calma.
Deberá hablar con ella, saber si verdaderamente su vida estuvo en peligro. «A ver si va a ser peor el remedio que la enfermedad y en uno de esos viajecitos para calmar  el picor de las bajeras, la perdemos», se dice cabeceando preocupado.
Si dependiera de él, la muchacha no tendría que viajar a otras épocas en busca de sementales que la saciaran, pues  una vez él le demostrara lo que es un macho español de pura cepa, se le calmarían las ganas de sexo por un tiempo.  No obstante, ser “tan hombre” le ha ocasionado ya  demasiados problemas en el pasado y ha optado por seguir a rajatabla su lema de «donde tengas la olla no metas la polla». Está muy a gusto con su trabajo y no quiere echarlo todo a perder por una puta calentura. «Al fin y al cabo, hay más mujeres que botellines», piensa.
No obstante, la conversación con la locaercoño tendrá que esperar, pues ahora otras obligaciones reclaman su atención. La reunión  Extraordinaria con la Junta Directiva del Monasterio va a empezar. Ha sido convocada por la gestora de medios de comunicación: Victoria Friego, quien dice que tiene que comunicar algo que es de vital  importancia para España.
Camina por los lúgubres pasillos de la planta superior en dirección al salón de actos, cualquiera que desconozca lo que las paredes de aquel templo esconde no vería en aquel edificio más que un lugar de retiro espiritual. Aunque cada vez es menor la presencia de  la orden de los monjes fundadores, las más de mil personas que trabajan como funcionarios del Monasterio visten ropas religiosas para evitar tener que dar explicaciones en caso de  tener visitas inesperadas.
Llega a los vestuarios de acceso a la sala de reunión, busca su túnica en el armario que ocupa todo el frontal y se la coloca sobre su disfraz de monje. El espejo le muestra a un cincuentón  un poco pasado de kilos y con un atractivo trasnochado, sin embargo él se sigue viendo como un seductor irresistible.  Tras comprobar vanidosamente  que el atuendo de la orden le sigue quedando bien de hombros   y que no le hace demasiada tripa, se coloca la capucha.
Fieles a la tradición de los masones originales, los doce miembros de la Junta Directiva siguen ataviándose con los colores de esta: verde esperanza  y blanco. Aunque todos conocen la identidad de quienes están debajo de la máscara, lo de disfrazarse es algo que, según estiman todos sus miembros, le añade el sabor de los principios que lo vieron nacer y mucha, muchísima clase.
La mesa alrededor de la que se reúnen es la misma en la que antaño lo hicieran los primeros masones de  la orden de los Benditos Relojeros del Sagrado Tiempo. Aunque su nombre ha ido cambiando a lo largo de los siglos, nunca ha perdido la esencia de los principios en los que fundada.
Actualmente se la conoce por el apelativo de “La Liga por la Unidad de España”. Sus componentes son de  lo más variopintos y van desde el antiguo presidente de la conferencia episcopal, al presidente de un equipo de futbol, pasando por empresarios, banqueros, políticos e incluso representantes de la monarquía. La creme de la creme de la sociedad española, a quienes la capacidad de mover los hilos en el pasado les hace ser más fuerte cada día y lo convierten en una elite de futuro.
Tras los respectivos saludos y comprobar que están todos y cada uno de sus doce miembros. Bertín, con ese aire tan campechano y tan español suyo, da por iniciada la reunión. Como era de prever, en primer lugar da la palabra a Victoria Friego, artífice de esta reunión extraordinaria. 
—Patriotas, mis contactos en Washington me han confirmado lo que suponía: el ejecutivo de Donald Tirititrump está en posesión de un dispositivo para poder viajar al futuro que podría solucionar nuestro problema con Cataluña —Las palabras de la delgada sexagenaria dan muestra de una fuerza y aplomo que dista mucho de su delicado aspecto —Por lo visto, lo poseen desde hace  más de una década  y lo han sabido mantener en el más estricto de los secretos.
—Lo de ir al futuro podría ser una solución, porque todos los intentos por arreglar el problema desde el pasado ha sido en vano —Quien así habla es la joven y atractiva Ana Patricia Mocasín, una mujer que se ha hecho a sí misma, un ejemplo claro de que el esfuerzo personal consigue sus frutos. En pocos años, gracias a su afán de superación y su perseverancia,  ha pasado de ser una simple administrativa a ser una de las banqueras más influyente del panorama internacional —. Cada incursión en el pasado lo único que ha conseguido es un mayor número de independentistas y que la ruptura de España esté cada vez más cerca.
—Creo que la única opción para evitar la fractura de nuestro país es esa máquina —Sentencia Victoria.
—Mujer, como plan me parece estupendo —Interviene Bertín —, pero ya me dirás como lo hacemos, porque el Tirititrump es muy suyo. Ese simplemente nos ve morenitos de la playa, se cree que somos panchitos, nos pone el billete de avión en la boca  y nos manda a tomar viento para España otra vez. Así que, ni por todo el oro del mundo,  creo que nos deje usar la dichosa maquinita.
—Podríamos mandar a  un grupo de   chinos a robarlo. Conozco  a unos cuantos de miles que  hacen cualquier cosa por un módico precio —Dice con una absoluta seguridad Amancio Hortera, uno de los empresarios más acaudalados del mundo.  Un español al que muchos tienen como ejemplo de bondad y solidaridad.
—No, no lo veo muy viable. El gachón este, con lo racista que es, no dejaría pasar por la frontera ni al mismísimo “Circo del Sol” —Le corrige Bertín haciendo un uso sutil de su campechanería al hablar. 
—Si hasta mis jugadores han tenido problemas para viajar allí. A Benzema me lo tuvieron retenido tres horas en aduanas como si fuera un terrorista. El joputa este es un cateto harto de sopa  que no ha aprendido  la diferencia entre un árabe y un moro de mierda. ¡Mucho dinero y mucho saber hacer negocios, pero sin clase! ¿Qué se puede esperar de alguien que le gusta más  el oro que a Diego, el Cigala?
La indignación en la voz de Rosalino Pérez, presidente del mejor equipo de futbol de la  galaxia, nace porque es consciente de que ya llevan demasiado tiempo con esto. Sabe que si Cataluña se independiza, el clásico Madrid-Barca no se volverá a celebrar y son unos estipendios a los que no está dispuesto a renunciar así como así.
Durante unos segundos se hace el silencio alrededor de la mesa, hasta que la voz pesarosa y pausada  de Rouco Clave, antiguo presidente de la conferencia episcopal, se deja oír.
—No creo que robar sea el sendero que nos dicte nuestro Señor —Dice el delgado anciano, encogiendo su nariz aguileña —. Se podría copiar el mecanismo y así no despertar las iras de los demonios americanos. El Tirititrump parece estar poseído por Belcebú y es capaz de pulsar el botón rojo si se entera que le hemos sustraído la máquina.
—¿Qué sugiere su Excelencia Reverendísima?
—Nada, Bertín. Simplemente recordar que tenemos un Batallón de Guerreros del Tiempo que está tocado por la mano de Nuestro Amado Padre y al que ningún obstáculo podrá impedir su victoria.
—Sí, sé que el equipo de Juana es el mejor para esto, pero ellos son especialistas en viajar en el tiempo, no el equipo de la película esa de  “Misión Imposible”, por lo que no creo que sean capaces de colarse en las instalaciones del Hexágono sin que los pillen —El tono de Bertín es bastante condescendiente, intentando no ridiculizar al ministro de Dios.
—Pues tendrás que formarlos para que se infiltren en el Departamento de Defensa norteamericano. Además no creo que haya mucha diferencia con el trabajo que hacen habitualmente.
—Sí, pero para esas misiones tenemos a los agentes Morta008 y FileM23 del Centro de Inteligencia Nacional Español. No hace falta mandar a los Guerreros del Tiempo…
—Harías bien en escucharme y en no interpretarme. Estoy sugiriendo  que los envíes al pasado. A un momento donde las relaciones tanto de la Monarquía como del Gobierno de España  sean favorable a nuestro cometido.
La respuesta del Ministro de Dios consigue la atención de los once hombres y mujeres reunidos alrededor de la  legendaria mesa. Durante un instante todos se quedan mirando a Rouco, expectantes ante las palabras que puedan salir de su boca. Palabras que no tardan en llegar.
—Creo que deberían viajar al año 2004, en ese año  el presidente y los Reyes de España tenían muy buenas relaciones con la Casa White y nuestros sagrados hombres podían viajar con ellos para sustraer el dispositivo que según los informes facilitados a  Victoria,  se empezaron a gestar en aquella época en las instalaciones científicas del Hexágono.
La idea del Expresidente de la Conferencia Episcopal  es lo mejor que se ha dicho durante toda la reunión. Sin embargo, entre los participantes hay alguien que todavía no lo ve tan claro como los demás, ella es Leti I, la reina consorte de España.
—Entiendo que lo que se quiere hacer es enviar a los Guerreros del Tiempo de Juana a los años en que gobernaba José María Burrear, una época en la que mi marido seguía siendo el heredero al trono—La monárquica “itgirl” frunce el ceño en señal de desacuerdo,  mira al resto de miembros del Consejo como si les perdonara su ruin existencia y prosigue hablando—.Ahora el problema estriba en conseguir que mis suegros o el presidente acepten a unos extraños como Juana y los suyos en su sequito. Nuestro personal de seguridad pasa unos estrictos controles y no se acepta a cualquiera para ese puesto. Felipe y yo, de vernos en esa disyuntiva, lo mandaríamos definitivamente a la merde.
Rouco se queda callado durante unos segundos, después mira a sus compañeros y sonríe complacido,  dando a entender  con ello a los presentes que aquella contingencia la tenía prevista.
—Entre nuestros miembros tenemos al Presidente de España de aquellos años. He pensado que él podría enviar un mensaje a su yo pasado. Uno en el cual no podría haber ninguna duda de que es su yo del futuro quien les envía a esos dos hombres y esa mujer. Con lo que tendría su confianza de inmediato.
Todas las miradas se clavan en José María Burrear. Este en un alarde de esa falta de modestia que lo caracteriza, levanta la barbilla, coge un bolígrafo y un papel de la mesa, escribe unas cuantas líneas en él, lo dobla y se lo da a Bertín diciendo:
—Mi yo más joven, cuando reciba estas líneas sabrá, sin lugar a dudas, que es su yo futuro quien le envía a Juana y los suyos.
El director del Monasterio del Tiempo lee la nota detenidamente y en silencio, una vez concluye, sonríe complacido y dice:
—Sin lugar a dudas, tu yo del pasado no podrá negarse. ¡Presi, eres el mejor!
IV Misión: España mucha España y muy España.
Ataviado con un atuendo de monje dominicano, Francisquín Rivera espera el ascensor. Poco después aparecen sus dos compañeros de trabajo, Belén Estalinnao ataviada con ropas de monja de clausura  y  Felipe Juan Froilán de Todas las Fiestas con una vestimenta  parecida a la que lleva él.  Se saludan de un modo poco efusivo, aunque saben que es un lujo ser asesores del director de Monasterio del Tiempo y  los tres forman un muy buen equipo de trabajo, Bertín no ha sabido, o no ha querido, hacer que surja la química entre sus subordinados y la tirantez entre ellos es de lo más evidente.
En el momento que Manuel Marijoy tomó posesión del cargo de Presidente del Gobierno y, tras disolver a la anterior directiva, lo puso al frente de la gestión de las puertas espacio-temporales. Con carta blanca para escoger al personal que le debería ayudar en su cometido, Bertín podía haber elegido tres intelectuales, tres militares, tres artistas… a quien hubiera querido. Sin embargo, a la hora de escoger sus subalternos lo hizo en base a dos premisas básicas: Que fueran afines a su ideología (no estaba dispuesto a tener que bregar con, como él los llama, radicales bolcheviques) y que tuvieran  mucha menor preparación  académica que él (sabe que es la única manera de no parecer tonto todo el tiempo).
A Francisquín, un torero retirando que vivía de sus exclusivas a las revistas del corazón y de sus participaciones en tertulias televisivas, lo escogió por la buena amistad que tenía con sus padres y porque, al igual que Bertín, era un español, español y  macho de pura cepa.
Los motivos de traer a Belén fueron bien distintos, opinaba que, aun siendo mujer, ella había conseguido ser alguien en el mundo del famoseo, pese a tenerlo todo en contra. Su carácter beligerante y el llamar a las cosas por su nombre (aunque desconociera en muchos casos cual era este) fueron lo que hicieron que se terminara decantando por la princesa de Vallecas.
En cuanto a Froilán, lo hizo para quedar bien con su abuelo,  Juan Carlos Palote.  La infeliz de su madre, con el trabajo que le costó encontrar novio y lo caro que salieron los festejos de su enlace, a los pocos años de casada dio por acabada la convivencia con su esposo, con lo que se volvió a encontrar  más sola que la una otra vez.
La separación la dejó sin  su asesor particular de estilo y a cargo de dos críos, que al llegar a la adolescencia se convirtieron en un problema mayor.  Aunque la niña no  le daba demasiados problemas e iba con ella a cualquier sitio que se terciara. No era así con su primogénito, que había sacado lo peor de cada casa: juerguista como su abuelo y  un enorme complejo de ombligo del mundo como su papá. Le intentó dar una buena educación, pero el muchacho salió de lo  más pertinaz; repetía los cursos una y otra vez.
Menos mal que la gente de posibles siempre le quedaba el recurso de acudir al talonario para pagarles unos estudios a sus hijos.  En dos veranos se hizo con el grado doble de Ingeniería Informática y Matemáticas, pero sin nadie que quisiera darle una oportunidad laboral.
Su curriculum fue pasando de Institución gubernamental en Institución gubernamental, pero nadie le prestó la debida atención, hasta que derivó en el  Monasterio del Tiempo. Bertín, monárquico por convicción, se ofreció a darle una mano al chaval, con un contrato de becario. «Si no servía para mucho, por lo menos los café y las fotocopias podría traerlos », pensó el director del Monasterio, mientras firmaba los papeles de su admisión.
Las puertas del ascensor se abren y en su interior encuentran  tres soldados de la Infantería castellana del siglo XVII, posiblemente camino de una nueva misión. Nada más verlos, Francisquín pone cara de asco y se pone a mascullar algo entre dientes.
Una vez los tres viajeros del pasado se bajan, Belén, bastante enfurruñada, reprende a su compañero:
—Fran, ¿tú siempre tienes que ser el mismo?
—¿Qué quieres que haga? No soporto la gente que no se lava.
—Pero, tío, ¿tú eres tonto o prácticas en tu tiempo libre? —La rubia cuarentona, tal como si estuviera en un plató de televisión, se pone a gesticular y hablar de forma exagerada—Esos tres van de misión al pasado, ¿te enteras? ¡Al PA-SA-DO! Allí ni hay duchas, ni spa, ni nada de esas cosas pijas con las que a ti te han criado y estás tan acostumbrado. ¿ME  ENTIENDES? Si esos tres van oliendo a flores a su época, en el mejor de los casos lo que les puede pasar es que los soldados de su regimiento le terminen poniendo el culo como el bebedero de un pato, ¿TE ENTERAS?
—Sí, pero se podían haber echado un poquito de agua o acaso esas cosas tampoco se estilaban en su época. ¡Lo que pasa es que son unos guarros! ¡Cómo los perroflautas esos!
Belén está tentada de responderle una fresca de las suyas, pero las puertas del ascensor se  vuelven a abrir, circunstancia que le obliga a dejar por terminada la conversación. Han llegado a su destino: la planta principal,  lugar donde se encuentra el despacho de su jefe.
Mientras caminan por los pasillos de las oficinas, la otrora princesa del papel cuché, no puede evitar pensar por qué carajo está allí, con lo bien que estaba ella meneando el palmito de plató en plató. La respuesta la sabe bien, lo que pasa es que se la niega una y otra vez, con cuarenta y largos años, con una belleza en decadencia y un repertorio cada vez más manido, las audiencias cada vez eran menores y con el tiempo esa falta de interés llevaría a que nadie la llamara. Al menos lo del Monasterio es un trabajo fijo y está  muy bien pagado. Lo único que tuvo, como todos los que trabajan allí, es firmar unas estrictas  cláusulas de confidencialidad.
El único consuelo que le queda es que sus compañeros están en la misma situación que ella y que la labor que hacen no es mala, aunque es mero postureo. Sus únicos cometidos son supervisar a unos subalternos mucho mejor preparados que ellos y asesorar a los viajeros temporales sobre los usos y costumbres de la época.
Nada más  entrar en la antesala del despacho, la secretaria de Bertín, una actriz española del siglo XX reclutada por el Monasterio, los saluda con una esplendorosa sonrisa.
—Gracita —Dice   Francisquín, dirigiéndose amablemente a la delgada y menuda madurita —¿El jefe está ocupado?
—Sí, está con Juana y los otros dos —Responde la otrora actriz, haciendo gala de su estridente voz —, pero me dejo dicho que en cuanto vinieran la señorita y los señoritos los hiciera pasar que lo que tenía que ver con vosotros era muuuuy urgente. ¡Así que rapidito, que si no me echa la bronca!
Belén escucha que dentro está el batallón de la locaercoño e intuye que la misión debe ser de las importantes, pues Bertín solo los usa para las más transcendentales.
Cuando entra en el despacho, se encuentran a Juana, Alonso Cipriano y Francisco Marco Baquerizo, de píe delante de la mesa de Bertín, en una actitud que roza lo marcial, mientras este habla animadamente por teléfono.
—… ¡No, presi! Ya sé que gobernar no es fácil, que es muy difícil, pero ahora mismito no puedo enviar a ningún batallón al pasado para evitar que alguno de los tuyos se meta en el bolsillo dinero que no es suyo, o por lo menos, como usted me pide que no los pillen. Así que lo que yo haría es pasar una de esas circulares que usted pasa por su grupo de WhatsApp  diciendo que  dejen las manitas quietas hasta nueva orden…
Mientras deja hablar a la persona al otro lado del teléfono, Bertín saluda a los recién llegados con la mano y pone cara de fastidio, dando a entender que su interlocutor es un verdadero pelmazo.
—Sí, presi. Que yo estoy con usted, que solo son dos mil novecientos casos aislados. Pero esta semana toca la unidad de España y entenderá que eso es primordial —Manuel Marijoy vuelve a hablar. Bertín cabecea y levanta los ojos en señal de desesperación ante la persistencia del Presidente de España.
—¡Qué sí, presi! Que ya lo sé, que la corrupción es la corrupción y la unidad de España es la unidad de España, que no es lo mismo, que son dos cosas bien distintas. Pero esta semana estamos de trabajo hasta el cuello. Nada más que solventemos lo de Cataluña, lo llamo y le digo algo. Mientras tanto dígale a los suyos que se estén quietecitos o por lo menos que sean más espabilados y no los pillen. ¡Es que son unos torpes de mucho cuidado! …Pues quedamos en eso. Yo lo llamo la semana que viene. Un abrazo y salude de mi parte a su mujer y a Jorge.
Nada más cuelga el teléfono, se queda mirando a sus subalternos, bufa en señal de fastidio y termina diciendo:
—¡Qué coñazo de tío! Es muy buena gente, pero cuando se le mete una cosa en la chola no hay quien lo pare. Además como buen gallego que es, te responde una pregunta con otra y entras en un bucle…   Froilán, por favor, tomate nota de que para la semana que viene tenemos una misión en la que hay que poner a todos los batallones que se pueda: Viajar a la época del Boom inmobiliario para impedir que esta gente meta la mano en la caja o por lo menos que no dejen pistas.
»Bueno, me imagino que habéis escuchado algo, pero de todas maneras yo os lo cuento y acabamos antes. Me han llegado noticias de que los yanquis tienen un prototipo de máquina del tiempo con la que se puede viajar al futuro.
—¿Al futuro? —Pregunta Juana desconcertada —, pero si Belén me explicó que eso era imposible.
—Era imposible hasta ahora, parece que los americanos han inventado algo y nosotros, si queremos evitar la fractura de España, deberemos conseguir los planos del  prototipo. Por lo visto llevan décadas haciéndolo en el más estricto de los secretos, según se ha acordado en la última junta extraordinaria, deberéis viajar al año 2004, contactar con el Presidente de España de aquella época y entregarle esta carta —A la vez que dice eso saca un sobre de uno de los cajones de su mesa y se lo entrega a la jefa del equipo de Guerreros del Tiempo.
—¡Fran! Belén y tú deberéis pasar por el departamento de gestión de datos para que os faciliten unos planos  del Hexágono, concretamente de la sección de investigación que es donde hay que entrar a mangar el prototipo de máquina del tiempo. Pasarles estos mismos planos a los espías del CINE,  Morta008 y FileM23, pues ellos deberán encargarse de los preámbulos de la misión para que el Batallón de Juana pueda llevar a cabo su trabajo.
»¡Froilán!, tú deberás llevar a Juana y los suyos al departamento de Historia, para que los asesoren sobre los usos,  costumbres, modas y demás de primero de este siglo.
—¿Para cuándo está prevista la misión? —Pregunta Juana haciendo alarde de su natural arrogancia.
Bertín se queda mirándola durante unos segundos, está tentado de responderle con una grosería, pues no hay nada que le siente peor que una mujer lo trate con aires de superioridad. Sin embargo, recuerda que ante sí tiene a la hija de los Reyes Beatos,  así que se guarda su furia donde buenamente puede y le dice amablemente.
—En tres días, ¡así que manos a la obra! —Hace una pausa se queda pensativo y dice — Otra cosa, Majestad.  El Consejo me ha pedido que os dé un curso de Formación. Como  no hay tiempo y sé que os gusta el cine, haría bien en verse las cinco películas de Misión Imposible del Tom Cruise… Los efectos especiales son cantidad de guapos y algo podréis aprender.
V La puerta de 2004 o como Don Cipote fue traicionado doblemente
El personal del departamento de Historia terminan de asesorar a Juana y su equipo sobre los acontecimientos más puntuales de la época a la que van, concretamente a primeros de febrero del año 2004.
—Lo que no entiendo, Sr. Arsenal —La voz de la otrora reina de Castilla está cargada de indignación —, es  que si sabemos que cientos de personas van a morir en un atentado pocos días después, porque no podemos hacer nada por impedirlo o por lo menos, si no evitarlo del todo, minimizar  el número de  víctimas.  
El intelectual con barbas descuidadas que tiene sentado frente a ella, guarda silencio unos minutos. Después mira a la atractiva madurita  que está sentado junto a él y, tras poner cara de circunstancia, invita con un gesto a que sea ella quien se lo explique.
—Juana, nuestros estudios dice que si evitamos el atentado de Atocha, muchas variables temporales se pueden ver alteradas, variables que pueden cambiar el futuro por completo.
—¿Qué variables, Sra. Goyanes?
—Pues todas. Sin el atentado Mr Zetapin no  hubiera llegado a ser Presidente, por tanto no se hubiera comido  durante su mandato el marrón de la crisis financiera mundial, con lo que Marijoy y su partido habrían perdido todo el prestigio que estar en la oposición durante esos cuatro duros años le dio.
—¿Me estás diciendo que para que mantener a Marijoy en el gobierno deben morir cientos de personas? ¡Esto es inaudito! Ni en la corte de mi padre se había intrigado de una manera tan descarnada.
—Cálmate, Juana —Prosigue la mujer cargando su voz en una absoluta calma —. Los motivos no es solo mantener al presidente en el poder, hay motivos de fondo más importante.
Juana se queda mirando altivamente a la catedrática de Historia, instándola a que continúe explicándose.
—¿Qué crees que hubiera pasado si el movimiento de indignados del 15-M se hubiera levantado durante un gobierno conservador? Hemos estudiado todas las posibles variables  sociales y políticas del momento, llegando a la conclusión de que todos los movimientos de Izquierda se hubieran adscrito a él y partidos como los Coletas Moradas o los Perroflautas Unidos no hubieran surgido, con lo que en, última instancia el partido de Zetapin se hubiera ganado  muchos más simpatizantes.
—¿Y?
—Que con un partido socialdemócrata más fuerte, con la corrupción  azotándolos como lo está haciendo más tarde o más temprano el partido de Marijoy hubiera desaparecido, con lo que el nicho conservador del país hubiera sido caldo de cultivo para la derecha más radical y es algo que Europa no se puede permitir en estos momentos, pues los nacionalismos lo que hacen es mermar la unidad de la UE.
Juana se queda pensativa durante unos segundos y dice:
—O sea que el temido fascismo impide que se puedan salvar cerca de doscientas personas. Acato las ordenes porque sé que es lo que debo hacer en esta época,  pero no puedo compartir tanta indiferencia ante la vida humana. Además no entiendo porque les tenéis tanto miedo  a posibles  gobiernos totalitarios, mi madre y mi padre  gobernaron durante todo su reinado simplemente haciendo valer su voluntad y fue la época más esplendorosa del Imperio Español.  
Tras decir esto, da la batalla por pérdida, y sin esperar una respuesta por parte de los dos hombres y la mujer que tiene frente a sí, se levanta. Agradece su atención  a las personas que la han atendido y  hace una señal a Alonso y Francisco, para que la sigan. Segundos después, haciendo gala de esa grandeza tan característica suya al caminar,  sale de la sala de reuniones del departamento de historia junto con sus dos subalternos.
Alonso Cipriano mira a la menuda mujer que camina ante sí y no puede evitar que le palpite el corazón. Desde que la conoció su belleza le sedujo y, cuando la conoció como ser humano, no pudo más que sentir admiración por ella. Ha ocupado el lugar  en su corazón que dejó libre Dulcinea con su traición. Dulcinea, su dulce Dulcinea. Solo es recordar su nombre  y  parece que un puñal le atravesase el pecho. Sin querer vienen a su memoria los acontecimientos que le trajeron a esta época. Una época que no ha llegado a asimilar del todo y donde mucha  gente tiene más por héroes a gente que da patadas a un balón,  que a quienes realmente se juegan la vida a diario por defender sus vidas.
1615
Quiso la fortuna que el Ingenioso Hidalgo Don Alonso Cipriano, conocidos por sus paisanos como Don Cipote de la Mancha, debido al enorme tamaño de su viril lanza, se encaminase junto con fiel escudero, Sancho Rancia, hacia la aldea del Toboso.
Por aquel entonces frisaba la edad de nuestro hidalgo los cuarenta años. De comprensión recia, no demasiado seco de carnes, alto y bastante opuesto. Se hacía llamar a sí mismo como el Caballero de la Alegre Figura. Su gordo escudero, en cambio era la noche y el día con él, donde en  uno había gallardía en el otro había cobardía, donde en uno había nobleza en el otro había mezquindad. Bajo como una pelota, tenía siempre un aspecto desaliñado, con barba de tres días.  Ignorante complacido, envidioso,  egoísta, oportunista, falso como un duro sevillano y, aunque le hacía ver a su señor que era su amigo,  no le suponía problema alguno traicionarlo en su  beneficio propio. Era glotón, borrachín y mujeriego, tres vicios que no le importaba gorronear a su buen señor, a quien le hacía pagar la cuenta de los dos primeros y  le sisaba los reales necesarios para el tercero.
El motivo de su viaje a la villa Toledana era encontrarse con la virtuosa dama que se había adueñado  de su corazón: Dulcinea. Aunque llamábase Aldonza Lorenzo, Don Cipote le pareció bien cambiarle el nombre y al variarlo, varió con él la personalidad de la moza. Buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla 'Dulcinea del Gozoso. Dulcinea por lo dulce de sus rasgos y  Gozoso porque tal era el sentimiento que  despertaba en su pecho  aquella  dama de gentil  figura y gráciles movimientos, cual delicada cortesana. Como por la vara mágica de genios y encantadores, desapareció de Aldonza la rudeza. Dulcinea del Gozoso, princesa lejana, compañera eterna del caballero, fue quintaesencia de belleza, de idealidad y de bondad
En esto llegaron a la tierra de su amada, donde Sancho lo condujo a una posada. Estando tomando un poco de vino con queso, aparecióse una dama que decía responder al nombre de Dulcinea. Pese a que  difería del recuerdo que le hidalgo guardaba de ellas,  su sonrisa y sus ojos eran merecedores de que se escribiera en su honor el mayor de los romances.  
Pese a que hacía tiempo que no yacía con hembra alguna, el valeroso caballero se limitó a hablar con ella y tratarla como la doncella que aparentaba ser. Una vez acostumbrose su fantasía  al aspecto real de la señora, Don Alonso se arrodilló ante ella y le ofreció su   corazón, pues era del parecer  que  al bien hacer jamás le falta premio.
La joven dama, quien no sabía si reír o llorar ante tal muestra de ingenuidad, lo aceptó. Como el apuesto y noble hidalgo quedose mirándola como si hubiera visto un ánima bendita y en completo silencio. La  gentil moza optó por agasajar los oídos de Don Alonso.
—¿Es cierto todas las asombrosas proezas que cuentan de vuesa merced?
A lo que él respondió que su profesión era la de caballero; sus ejercicios era salvar de los villanos a todos los seres desvalidos  y desamparados que lo precisaren y, para el entretenimiento de la lozana joven,  narró las hazañas más aguerridas que había llevado a cabo junto a su buen Sancho,  hasta bien entrada la noche.
Con la promesa de que su fiel escudero acompañaría a su señora hasta su morada, retiróse hasta el día siguiente para descansar,  pues el cabalgar durante toda la jornada lo había dejado extenuado. Despidióse de Dulcinea con la intención de continuar al día siguiente con la narración de sus gestas.
Quiso la mala fortuna que el Dios Hypto no lo acogiera en su reino. Pese a que sus cansados huesos le reclamaban un merecido descanso, el fulgor que el reencuentro con su dama había despertado en su ánimo no le dejaba conciliar el sueño. Sopeso en sacar brillo a su lanza sirviéndose de su amada Dulcinea como musa para ello, pero concluyó que amor y deseo eran  dos cosas bien diferentes; que no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama. Si se aliviaba en soledad,   sería una afrenta al honor de la virtuosa moza y declinó la idea.
Tras media hora de dar vueltas sobre el mullido lecho que la hija del posadero había preparado con mimo para él. Decidió salir a dar una vuelta, quizás el aire de la noche apagara el fuego que bullía en su interior y poder así disfrutar de su tan necesitado descanso.
Hallándose cerca de las cuadras donde descansaban su fiel Sancho con sus monturas Rocinantes y Rulo. Temiendo que  su escudero, en habiendo regresado de acompañar a su dama,  estuviera ya dormido, entró  tan discretamente don Cipote en el pajar, que era casi imposible que sus cuidadosos pasos pudieran ser escuchados por oído alguno.
El silencio de sus movimientos contrastó con el jaleo que provenía de la parte alta de la caseta de madera, donde hallábanse  las alforjas de paja  que debían servir de lecho a Sancho. Afinó el oído y pudo distinguir los gemidos  de una mujer y  la voz de un hombre. Imaginando que se estaba realizando una villanía propia de un sátiro, cogió un biergo que se hallaba  entre los aperos de labranza, subió  presto la escalera de madera y se dispuso a enfrentar al bellaco que hacía sufrir a tan gentil moza.
Lo que halló en aquel piso superior no era ningún villano violentando a una damisela, sino  su escudero y su amada retozando impúdicamente sobre la paja. Dulcinea estaba sentada a horcajadas sobre el regazo de Sancho y, por lo que pudo intuir, con su tranca clavada hasta lo más hondo de su vientre. En la cara del gordo escudero pintábase una lujuria desmedida.
El poeta dado a contar o cantar las cosas, no como fueron, sino como debían ser; habría dicho que Don Cipote arremetió contra su compañero de batallas y le había hecho pagar con creces aquella falta contra la honra de su amada y la suya propia.
Sin embargo, los historiadores las han de escribir, no como debían ser, sino como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna. Por lo que se ha de contar que el Caballero de la Alegre Figura se quedó como una estatua al ver como su fiel escudero fornicaba con la dueña de su corazón, aguardando que después de aquellas tinieblas llegará alguna luz, no obstante, todo se fue oscureciendo más aún.
Sancho Rancia viéndose descubierto por su patrón en tal infamia, lejos de disculparse con su señor, siguió con lo que estaba haciendo con total descaro.
—Don Alfonso, no se quede ahí. La moza no nos va a cobrar más si vuesa merced se decide a beneficiarse de sus encantos. ¡Acérquese, acérquese y compruebe lo recio de sus pechos!
Con el puñal de la traición retorciéndose en su hígado, el dolor le hizo retroceder y marcharse por donde había venido. Después de aquel día,  nunca volvió a ser el mismo, pues su virilidad y su cordura lo abandonarían para no volver.
Si se hubiera quedado se habría enterado que en vez de una vil deslealtad, había sido víctima de una mentira piadosa. La moza que se le había presentado como Dulcinea no era tal, sino una ramera del burdel del pueblo, donde  su fiel escudero la había reclutado por hacerse pasar por Aldonza Lorenzo, quien ya no vivía en el pueblo pues casó con un comerciante de Toledo. Sancho Rancia, haciendo gala de su mezquindad, en vez de acompañar a la fulana a su “hogar”, decidió sacar provecho hasta el último maravedí invertido en aquella farsa.
Fueron muchas las deslealtades que el gordo aprovechado había perpetrado a Don Alonso y la primera vez que conspiraba para que el noble corazón de su señor no sufriera, quiso la malaventura que fuera la última. Pues a partir de aquel día, El Caballero de la Alegre Figura caminó en solitario y donde otrora se hallara un fiel defensor de los nobles, ahora hallábase un loco que veía enemigos imaginarios y era un peligro para cualquiera que  se cruzara  en su camino, pues lo podía llegar a  confundir con un malandrín.
Tras lo sucedido en la villa del Toboso, Don Cipote perdió completamente la razón, arremetió contra un rebaño de ovejas creyéndolos un ejército, atacó a seis hombres a caballos y otros tantos que llevaban a un muerto en una litera, fue atacado por unos galeotes a los que quiso liberar de su castigo, arremetió contra unos molinos creyéndolos gigantes…
Durante aquellos días que amaneció su locura, fue reclutado por los hombres del Monasterio del Tiempo que consiguieron curar su mente, pero no su impotencia. Aquella traición lo marcó en demasía, hasta el punto que   llegó a aborrecer  los placeres de la carne por completo,  cerrando rotundamente su mente y su cuerpo a ellos.  
*****
Juana mira a Don Alonso caminar delante de ella, a pesar de que es un plebeyo tiene porte de noble, opuesto y gallardo. Ha visto como la mira y sabe que la admiración  que ambos se profesan es mutua.  Si no tuviera que ocultar el abominable pecado de su locura, incluso se podría plantear una relación con él, es el único hombre que, desde Felipe Nabohermoso, ha sabido despertar en ella  unos sentimientos de afectos tan intensos. Pero su pecado siempre estará ahí y, cuando descubra la verdad,  no sabe si sabrá soportar el desprecio de su  admirado compañero, bastante tiene con no poder mirarse al espejo sin ver a un monstruo que resuma perversión por los cuatro costados.
 VI Un reto del futuro abre las puertas del pasado
Febrero 2004
José María Burrear está satisfecho con la vida que lleva. Tiene una esposa que lo adora y unos hijos que serían la envidia de cualquiera: guapos, cultos, inteligentes… unos verdaderos triunfadores.
Aunque sabe que si se  presentara a las elecciones del próximo mes las ganaría, ama el “American Way of life” y ha llegado a creer que la vida política de un presidente se debe limitar a dos mandatos.
Tiene asumido que a quien le toca seguir haciendo grande al Reino de España es a su sucesor en el puesto: Manuel Marijoy, un tonto útil que le servirá para seguir ejerciendo su poder desde las sombras. Sin embargo todavía se toma muy en serio las cosas del partido y una de las espinitas que tiene clavada es no haber podido arrebatar el feudo andaluz a la oposición. Así que sin pensárselo demasiado, coge uno de los móviles encriptados que tiene en el cajón inferior de la mesa de su despacho y, tras carraspear para aclararse la voz, marca el número del presidente de su partido en las provincias del sur.
—¿Señor Campeón Arenas? —Pregunta con una voz bastante impostada.
—Sí, ¿quién me llama?
—Soy su abogado.
—¿Qué abogado? —Pregunta bastante incomodo la voz al otro lado del teléfono.
—¡El que tengo aquí colgado! —Responde cambiando su voz por la que parece ser la suya habitual.
—¡Coño, Señor Presidente! Me la ha vuelto usted a pegar de nuevo —Responde Campeón entre unas risas que suenan a todo menos a naturales —. Es que usted buenísimo imitando voces.
—Ya te digo,  porque me he dedicado  a esto de la política, sino Carlos Latre iba estar de reponedor en el Mercadona…
Durante unos minutos se deja querer por su interlocutor quien le baila el agua y prosigue riéndole la gracia, mientras intercambian frases tan tontas como faltas de sentidos. Una vez lo cree oportuno, Burrear interrumpe secamente a su interlocutor.
—Bueno, Campeón. Ya sé que soy muy gracioso y un genio imitando voces, pero yo te llamaba para otra cosa —Hace una breve pausa, adoptando una postura solemne y prosigue hablando —Marijoy me ha pasado las encuestas de intención de voto directo, las buenas, no las que pasamos a la prensa, y vuelves a perder por goleada.
—Pues, Señor Presidente, ya lo que me queda por prometerle a los votantes son unas vacaciones con todos los gastos pagados en el Caribe.
—Ya… Pero creo que la cosa no en prometerle muchísimas más cosas, tampoco las masas son tan ignorantes. La dificultad estriba, según me comentan mis asesores,  en que no conectas con el público, quienes te siguen viendo todavía como el  señorito andaluz que has sido siempre.
—Entonces no sé qué hacer, hasta he dejado de ponerme los chalecos con el sello del caballo y ya apenas me junto gomina como usted me aconsejó.
—No creo que todo esté en el aspecto físico, creo que también es cuestión de actitud.
—¿De actitud?
—Sí, te deben mostrar más campechano.
—¿Más campechano? ¿Y eso cómo se hace?
—Ya sabía yo que ibas a tener problemas, por eso, de las últimas cosas que voy a dejar organizadas, antes de mi cese, van a ser unas ponencias de campechanía para que acudáis tú, algunos presidentes regionales más  y unos cuantos altos cargos del partido.
—Lo que usted mande. ¿Y cuándo tendrán lugar?
—Todavía tengo que cerrar las fechas, pero lo que sí tengo apalabrado son los ponientes: Su Majestad Juan Carlos Palote, Carlos Urkiñano, el cocinero y Bertín González Byass, el polifacético. Como ves, más campechanos que estos tres no hay nadie.
—Ya… —Responde con cierta condescendía Campeón Arenas.
En aquel momento el teléfono de la mesa suena.
—¡Oye, Campeón! Que me llaman por la otra línea, ya te digo algo cuando sepa las fechas. Un abrazo.
José María Burrear ha dado esta mañana orden a su secretaría de no ser molestado, que cualquier llamada se la pasara a Marijoy, por lo que deduce que se tratará de algo importante.
—Dime, Samantha, ¿qué ocurre?
—Mmmm, esto….Sr. Presidente, no soy Samantha … Soy Manuel Marijoy, pues mi voz es menos aguda y bastante más grave que la de…  
—¿Qué coño ocurre, Manuel? —Pregunta en un tono cortante el presidente del gobierno.
—Esto… Se ha presentado una chica en recepción que quiere verlo.
—¿Y tú no te sabes arreglar solo? ¡Coño, Manuel!, que te vas a quedar en mi puesto, ¡ya te podrías ir soltando un poco!
—Es que esto… conoce todos los protocolos y … eso que exige darle un sobre en persona. Y yo… ya sabe… he pensado que podría ser su amante…porque las amantes, según me han contado, son las que conocen todas las cosas de hombres con las que están, que dicho sea de paso son sus amantes…
—¿Una amante? Primero, no pienses que de eso me encargo yo. Segundo, ¿con quién te crees que estás hablando? ¿Un lío de faldas yo? Si eso es de pobres.
Durante unos segundos se hace el silencio.
—¡Oye, que estoy esperando a que me digas algo! —Recrimina el Presidente bastante enfadado a su posible sustituto.
—¿Qué?... bueno… ¿Qué hago entonces? Digo… esto… ¿La hago pasar o le digo que se vaya? Sé que son dos cosas…
—No,  simplemente pídele el sobre que me tiene que entregar y me lo traes —Responde con cierto retintín Burrear.  
Mientras espera que su sucesor designado le traiga lo que le ha pedido, Burrear se frota el bigote y medita sobre si ha tomado una buena decisión. Él sabe que en sus cincuenta años no se ha equivocado nunca y en esta ocasión no va a ser menos. Aunque Marijoy no es ni mucho menos de los más listos del partido, es de los más manejables y eso para él siempre ha sido una variante a tener cuenta.
Sus pensamientos son interrumpidos por Manuel que entra en el Despacho Ovalado y le entrega el sobre que le ha solicitado. Al abrirlo, el Presidente se encuentra con un papel manuscrito de su propia letra en el que pone: « Uno de mis mayores retos cuando deje el Gobierno será hacer quinientas abdominales diarias. Mi yo pasado, atiende a la persona que te ha entregado este sobre, es de vital importancia para el futuro de España.»
Cabecea un poco ante lo inquietante del mensaje. Lo de las quinientas abdominales es algo que no ha compartido ni con su mujer, por lo que no tiene ninguna duda de que ha sido su yo del futuro quien le ha enviado a la chica del sobre a través de una de las puertas del Monasterio del tiempo. Con cierta urgencia, pide a su subalterno que le haga pasar.
Unos segundos más tarde, cree tener frente a él la mujer más hermosa que ha visto en muchísimo tiempo. Ataviada con un traje azul que no esconde su voluptuoso cuerpo, pero que tampoco lo reafirma. Un tacón no demasiado alto, pero lo suficiente para darle un toque de distinción. Si a los rasgos de su cara que le recuerdan al mejor de los cuadros de Velázquez o Murillo, se le suma el peinado que luce  de mechas rubias que tanto le gusta y  un porte soberbio propio de gente de clase alta,  da como resultado que la recién llegada emane una belleza sin parangón que satisface por completo al aun Presidente.  
Si el sexo siguiera teniendo algún sentido para José María Burrear, el deseo por poseerla sería lo que primaría en este momento. Como no es así, disfruta contemplándola como si fuera un cuadro en una galería y cuando se cansa de hacerlo, le lanza su primera pregunta que no puede ser más directa:
—¿De qué año vienes?
—Del 2017.
Marijoy, que no entiende nada, no puede evitar musitar entre dientes:
—¡Carallo, viene del futuro como la de la lejía!
—¿A qué Batallón de Guerreros pertenece?
—Al 6480. Su Excelencia no podrá obtener datos de él en su sistema, porque se fundó en el  2014.
—¿A quién tengo el gusto de conocer?
—A su Excelentísima Majestad Juana de Castilla.
—¿La Locaercoño? —Pregunta sorprendido Marijoy.
—La misma —Responde con cierta acritud  la noble dama —, es terrible que el mote que me pusieron mis vasallos haya sido lo que ha transcendido de mi persona, más que mis múltiples logros por  los reinos de España.   
Durante unos instantes, el sucesor del presidente, incapaz de salir de su perplejidad, empieza a musitar palabras sin sentido:
—Si el futuro es el futuro y si el pasado es el pasado. Ella debe ser una actriz elegida por José María, y la actriz es la que es elegida por José María y no la Locaercoño. Cuanto peor, mejor para todos. Y cuanto peor para todos. Mejor para mí.  Esto no es que sea fácil sino que es una cosa bien distinta, es muy complicado…
—¡Manuel!
—Sí, Sr. Presidente —Responde Marijoy saliendo ipso facto  de su ininteligible soliloquio  y de un modo casi marcial.
—Dado que estos son  altos secretos de Estado y, según el protocolo establecido,  hasta que no seas presidente no podrás tener acceso a ello, agradecería nos dejará a Doña Juana y a mí a solas. Así tienes más tiempo para prepararte el discurso de mañana, que después siempre vas con el tiempo justo, te trabas y después no hay quien te entienda. No se te olvide que estamos en campaña y que debemos ganar estas elecciones.
Mientras su sucesor designado sale por la puerta, Burrear se queda mirando a Juana durante unos intensos segundos. Ante sí tiene uno de  los miembros de la casa real que llevo a España a su mayor época de esplendor y gloria. Le gustaría preguntarle mil cosas, saber si todo lo que estudió de niño en la Enciclopedia Santillana era cierto. Sin embargo sabe que los motivos por los que se envía alguien al pasado deben ser de los más apremiantes, así que simplemente la invita a tomar asiento y le pide que le cuente su historia. Media hora es lo que necesita Juana para poner en antecedente al Presidente del Reino de España.
—Entonces, Majestad, lo que su Excelencia desea es que infiltre a su batallón como mis guardaespaldas en mi próxima visita diplomática a los EEUU, para así poder tener acceso a las instalaciones del Hexágono.
—Sí, es la única manera de que podamos fotografiar los planos del prototipo de máquina para viajar al futuro.
—¡Vaya con el George Bull! Mucha fotito, mucho eres “The best” y de eso no me cuenta nada el muy …  —José María se disponía a soltar un taco, pero la presencia de la otrora grande de España lo cohíbe un poco y se la guarda para sí —¡Más falso que un billete de 300 Euros!
Aquella salida de tono tan vulgar por parte del primer mandatario español, no hace mucha gracia a la Guerrera del Tiempo, Burrear nota su inquisitiva mirada y se corta un poco. Durante unos segundos se instala entre los dos un silencio de lo más incómodo.
Quien rompe el hielo es el Presidente de España:
—Una pregunta, Majestad. ¿Tan mal están las cosas en el futuro con los catalanes?
—Sabe que el protocolo me impide contarle nada, lo único que puedo decirle es que su ayuda es indispensable para la unidad de España.
—Todo sea por una España grande y libre —Responde llenando sus palabras de una palpable energía —. Por cierto, por lo que sé, siempre vais en grupo de tres. ¿Quiénes son los otros dos miembros del batallón?
—Don Cipote de la Mancha y Francisco Marco Baquerizo.
Es escuchar los dos nombres y una inmensa felicidad invade a Burrear. Va a conocer en persona a dos de los españoles que él considera más ilustres. Es tan inmensa la alegría que le embarga, y aunque el deseo sexual no tiene nada que ver con ello, que siente como su polla se va llenando de sangre hasta ponerse dura del todo.
VII La importancia de llamarse José María.
Ofelia nació en una muy buena familia. Siempre le gustaron y se le dieron bastante bien los idiomas. Se licenció en Filología Inglesa, se fue a vivir un año a Londres y dos a Nueva York. Un desengaño amoroso con un artista vanguardista neoyorkino la trajo de vuelta a Madrid, al calor de su hogar.
Para tenerla ocupada y hacerle olvidar al malnacido de su novio, su familia decidió que lo mejor era que se pusiera a trabajar. Gracias a los muchos contactos de su padre, entró a formar parte del gabinete de asesores de José María Burrear para realizar las labores de intérprete. Su trabajo es bastante tranquilo y salvo traducir algún e-mail, correo postal y demás, se pasa las horas muertas recordando al mal nacido de su ex.
Hoy el presidente ha solicitado sus servicios, necesita llamar a su homónimo de la Casa White y ella deberá ejercer de enlace entre uno y otro. Esto es la parte que más odia de su trabajo. Tantos años estudiando idiomas para tener que hacer de  correveidile entre dos mandatarios. Dos hombres de los más poderosos del mundo, pero con menos neuronas en funcionamiento que un adolescente viendo la Teletienda de madrugada.
Frank Underwood, el asistente personal de George Bull, responde la llamada de la línea restringida presidencial. La chica española le cae bastante bien, ha hablado con ella en otras ocasiones y le parece simpática. Tras los breves saludos reglamentarios, le pide que si puede hablar con su jefe. Aunque sabe que George Bull le dijo que, si no era nada urgente,  no lo molestara, pues se disponía a ver el último documental de los amigos del rifle. Es muy amigo de putear al presidente y, siempre que encuentra una excusa, lo hace. Tras comunicarle  que José María Burrear necesita hablar con él de manera apremiante intenta pasarle la llamada.
—¿Quién es José María Burrear? Me suena mucho el nombre, pero ahora mismo no se me viene a la cabeza su cara.
—Es el socio hispano que le aconsejaron que se buscara los responsables de la campaña de marketing de la guerra de Irak.
—¡Ah, sí!... ¡Ya me acuerdo! El chiquitito con bigotes… El mexicano.
—Mexicano no, señor. Español.
—Sí… Sí… Español. Lo que pasa es que como los dos tienen toros, la siesta, son tan morenos y como están tan cerca en el mapa, a veces me confundo. Pero sé  muy bien dónde está España y  dónde está México.
—Señor, España está en Europa —Le responde Frank, haciendo un esfuerzo por no reírse.
George Bull se queda pensativo durante un momento, para terminar diciendo:
—En Europa, sí. Al lado de África, ya sabía yo que un poco tercermundista sí que era.
—Bueno, señor, ¿se lo pasa? —Pregunta Underwood con cierto fastidio, dando a entender que la conversación se está prolongando más de lo debido.
—¡Qué remedio! Primero las obligaciones y después las emociones. Ya veré otro día los nuevos modelos de rifle.
Coge el teléfono y a modo de saludo le recita:
—Dale alegría a tu cuerpo Macarena…
Ofelia con una voz tímida le responde:
—…que tu cuerpo es pa darle alegría y cosas buenas…
Cuando el máximo mandatario de los EEUU oye la voz de Ofelia, se siente un poco contrariado y exige hablar con el señor Burrear.
—Lo siento, Excelentísimo señor, pero me temo que el señor Presidente no domina muy bien el inglés.
—No importa, yo hablar muy bien su idioma.
—Señor Presidente —Dice Ofelia dirigiéndose a Burrear—quiere hablar con usted directamente.
José María pone cara de circunstancia y, con cara de tierra trágame, coge el teléfono.
Jelo,Yiorg. ¿Jau ar yu?
Muy bien, mi amigo españolo, pero no te esfuerces. Yo hablar muy bien su idioma. A mí gustar mucho música española. Encantar canciones de Paulina Rubio, Gloria Stefan, Shakira, Jennifer López… Son mujeres bellas y sus canciones muy hot.
Burrear está tentado de decirle que esas cantantes tienen de Españolas lo que Madrid de playas, pero como tiene que pedirle un favor, se guarda sus comentarios para sí.  
Las primeras frases que intercambian son de cortesía. Burrear alaba sus avances con el Español desde la última vez se vieron.  Preguntan por las respectivas familias. Se congratulan por lo bien que va la economía de los países que dirigen, pues si «España va bien», «Estados Unidos va mucho mejor».
-¿Cuál es el motivo de tu urgente llamado? —Pregunta en un tono bastante frio el Presidente de los EEUU.
—Me gustaría visitar las instalaciones del Hexágono, pues tengo una guerra en ciernes y necesito asesorarme.
George escucha la palabra guerra y casi tiene una erección. No obstante, sabe que se ha gastado hasta el último centavo que tenía designado para defensa y el Senado las únicas batallitas que le deja hacer son las de Stratego.
—¿Qué Guerra? —Pregunta entre excitado e indignado por no poder participar.
—Es una muy pequeña y, de ser posible, será contra Marruecos. Nos han quitado una islita. No es que sea muy grande, pero han herido nuestro amor patrio.
—No sé cómo tener la agenda en los próximos días,  yo consultar con mi asistente y si tener hueco el ponerse en contacto con el tuyo.
—Debe ser pronto, porque yo voy a dejar la presidencia en un mes y es un tema que me gustaría dejar solventado antes. Para ello llevaré conmigo al Monarca de España, para que informe sobre el tema a mis sucesores.
—¿Monarca? ¿España no ser República Bananera?
—No, España es una Monarquía —Responde visiblemente indignado José María por el comentario de Bull.
El Presidente de EEUU es consciente de que  su inoportuno comentario ha podido enfadar un poco a “su amigo españolo”, por lo que baja el tono e intenta mostrarse un poco más cordial.
—A mí gustar mucho reyes Europeos. Tienen mucha suerte porque vivir en primer mundo, no tener que presentarse a elecciones, ni que preparar campañas, no asistir a debates televisados… ¡Con lo cansado que son los debates! Además tener puesto de por vida y no tener que hacer mucho. Reina de Inglaterra  solo tiene que ir a conciertos benéficos, misas, hospitales, desfiles políticos…. Tener mucho tiempo para sus cosas: ver programas de cotilleos y beber ginebra.
—Nuestro Rey, no es mucho de beber, ni de ver la televisión. Él es más de cazar y de tener “girlfriend”. Es un verdadero macho español y muy campechano.
—¿Campechano? “What’s fuck is Campechano?”
—Pues no sé cómo explicárselo…. Gusta de las cosas naturales, es muy cercano a la gente del pueblo, con un lenguaje coloquial y sencillo…
—¡Ya entiendo! ¡Cómo la gente de Texas! Si gustar cazar, seguro que él y yo también hacer amigos. A mi gustar mucho los rifles…
En aquel momento Bull recuerda que tiene el documental a medio ver y termina la conversación diciendo:
—Bueno, amigo españolo, mi asistente decir que día tener libre y ya concretar con él la visita. Hasta pronto.
Naiz tu mit yu —Chapurrea José María bastante complacido.
VIII Las noches con Olvido no se olvidan
Francisco Marco Baquerizo se mira al espejo. Las barbas postizas, la peluca y las lentillas azules lo convierten en un hombre completamente distinto y con un aspecto  mucho más varonil.  Si a eso se le suma el chip modulador de voz que le han insertado en la garganta, no se conoce ni cuando habla. Su característica y peculiar voz de pito se ha  transformado,  mediante la tecnología exclusiva del Monasterio, en un sonido grave y modulado.
Los asesores del Departamento de Historia consideraron que, siendo tan conocido y procediendo de un momento tan reciente, tanto su aspecto como su voz deberían ser camuflados para no levantar sospechas sobre su verdadera identidad en 2004 y así proteger el secreto de  la existencia del Monasterio del Tiempo, con las repercusiones que esto podría acabar teniendo su descubrimiento por parte de la ciudadanía.
En 1920, fue apartado de la corriente temporal. Antes de la guerra entre hermanos, cuando todavía no se había convertido en el que muchos llegaron a considerar el  salvador de su patria. Sin embargo, al igual que Juana, se ha convertido en un devorador de información y ha recopilado todos los datos que ha podido sobre la historia de España del último siglo. Conoce perfectamente  quién llegó a ser y su papel en la historia de la nación que le vio nacer.
Aunque lo que más trabajo le cuesta asimilar de todo esto de los viajes por las puertas es lo de creación universos paralelos temporales. Siempre que los seleccionadores de Guerreros del Tiempo sacaban a alguien de su época, automáticamente se creaba una  bifurcación temporal a la que no se podía tener acceso a través de los corredores mágicos y seguía su camino de manera diferente a la línea temporal oficial. Con lo que los reclutados por el Monasterio se convertían en paradojas de esas personas, quienes proseguían con sus vidas de acuerdo a los parámetros históricos establecidos. 
Era algo que, después de cientos de viajes en el tiempo, le costaba mucho entender, pues sus misiones  la mayoría de las veces consistían en cambiar acontecimientos relevantes del pasado y esto no creaba paradojas de ningún tipo. Los expertos del Monasterio han llegado a la conclusión que los autores de las puertas temporales, fueran quienes fueran, las crearon con la intención de  cambiar acontecimientos pasados, pero no para que personas de otras épocas  viajaran al futuro, con lo que han llegado a considerar las bifurcaciones temporales una especie de fallo funcional.
Le es muy difícil imaginar que su yo pasado, ha tenido una vida distinta a la suya, pero si se ha de creer que se puede viajar a través de la corriente espacio temporal, no le queda más remedio que creer que su existencia poco o nada tiene que ver con el Francisco Marco Baquerizo del que habla la historia.
Sabe que la vida que ha leído en los libros no le pertenece. Que las cosas grandes que su yo histórico hizo por España no son obra suya. Sin embargo, se siente orgulloso pues, pese a que hace más de cuatro décadas que falleció, su legado sigue vivo, su nombre sigue estando en boca de todos, tanto de los que lo admiraban, como de los que los reprobaban. Incluso se llegó a construir un monumento en su memoria en el valle del Santo Tropiezo. Un templo propio de los faraones del antiguo Egipto, en él descansan sus restos y donde, como si fuera un lugar de peregrinación religioso, no dejan de acudir sus adeptos a rendirle pleitesía.
Está tan vivo su recuerdo, que hasta tiene un club de fans, quienes le rinden tributo  cada año en el aniversario de su muerte. Aunque todavía sigue siendo un agente de nivel tres y carece de permiso para salir del Monasterio, ha podido ver los informativos y, al ver el cariño que todavía le profesan sus fieles, no puede más que pensar que su yo histórico, tal como su ambición le ordenaba, consiguió ser una de las grandes figuras de la historia española.
No obstante, si algo hace que se sienta orgulloso es el sucesor que su yo real dejó designado: Juan Carlos Palote. Por lo que pudo leer, no pudo  traer descendencia, a pesar de que adoptó a la hija de su difunto hermano, no creyó que una mujer fuera válida para continuar su legado. Dado que no quería dejar a un plebeyo de un orfanato en su puesto, educó y preparó al heredero de la depuesta Corona de España para que prosiguiera con su obra.
Le hubiera gustado que su España fuera para un descendiente de su sangre, de su genética. No obstante, ya en 1920 (el año en el que fue apartado de la corriente temporal) sabía que ni él ni su esposa, Olvido Polo de Marco, estaban capacitados para traer niños al mundo. Él porque perdió un testículo en la guerra de África, ella porque un aborto clandestino practicado en su  juventud la dejó estéril. Algo que nunca fue impedimento para que “la collares”, apodo con el que la conocían en el burdel del que la rescató, lo satisficiera en la cama de las más  sofisticadas y variadas maneras.
Al principio, se limitaba a hacerle guarradas como morderle los pezones, comerle la polla, los huevos, el culo… Después, como si pudiera leer sus verdaderos deseos, fue avanzando y jugaba a meterle un dedito en su agujerito trasero. Conforme fue agrandando su hoyo, fue aumentando el tamaño de lo que le metía, dos, tres dedos, una zanahoria e incluso le llegó a introducir un pepino.
Cuánto más se dilataba su orificio anal, más disfrutaba del sexo. Ser tratado como la perra que en el fondo sabía que era, se había convertido en el mayor de sus vicios.  Después de contraer matrimonio, sus juegos alcanzaron un punto tan pecaminoso, que para esconder aquellos pecados a su Dios, cada vez que se adentraban en el lecho conyugal, escondían su rostro bajo un antifaz, su mujer se hacía llamar Malaska y él, Currita la culona. Dos entes ficticios que, según llegaron a creer firmemente, nada tenían que ver con ellos y por los que no tendrían que dar cuenta al altísimo.
Con el tiempo su idolatrada esposa necesitó satisfacer su fuego interior de manera adecuada. Un incendio que la pequeña manguera de Currita era incapaz de apagar. Para ello optaron por hacer uso de los reclutas del cuerpo de Tercio de Extranjeros de José Matamoros Stay. Los chavales, jóvenes e inexpertos en las artes del amor, accedían sumisos a los caprichos sexuales de la pareja con una facilidad más que pasmosa.
En un primer momento, Malaska se limitaba a follar con  los reclutas, sin que estos supieran que eran observados por Currita, quien se hundía en el fango del onanismo con la visión de la caliente escena. ¡Cómo le ponían aquellos culos redondos y peludos!
Poco a poco fue perdiendo el miedo a ser delatado y  Currita fue aumentando su presencia. Lo primero que hizo fue sentarse en una butaca al lado de la cama y se masturbaba viendo como el joven soldado fornicaba con su esposa. Tanto más guarradas le hacían, más se excitaba. Lo que más cachondo le ponía era cuando la penetraban analmente, pues imaginaba que era él quien dejaba entrar en su estrecha fortificación trasera a  los largos cañones de los rifles de los soldados.
Conforme fueron cogiendo confianza con alguno de los reclutas, fueron avanzando en sus travesuras. Así Currita, de observar, pasó a manosear a su mujer y a su ocasional amante mientras practicaban el sexo. Cuando esto le pareció insuficiente, pasó a chuparle los huevos e incluso hubo ocasiones que les comió el rabo hasta conseguir que eyacularan en su boca.
Aquello le gustaba tanto que terminó convirtiéndose en un experto “tragasables”. Un pervertido capricho al que los jóvenes reclutas tenían la obligación de acceder y guardar en absoluto secreto lo ocurrido, pues el matrimonio los amenazaba con ser repatriados a su lugar de origen si hacían lo contrario.
Fueron muchas noches de placer con Olvido, pero si hubo alguno que no puede llegar a olvidar fue aquella ocasión en la que invitaron a su dormitorio a dos hombres a la misma vez: un argelino y un marroquí.
Su mujer y él los habían visto patrullando por el cuartel. Ambos eran altos, robustos y bien parecidos. El uniforme se les pegaba sugerentemente al cuerpo como una segunda piel marcando sus bíceps, sus pectorales y sus nalgas. El argelino tenía unos ojos verdes claros y unos labios carnosos que lo dotaban de un aspecto de lo más exótico. Por su parte, el marroquí era de piel más oscura, de pelo más rizado y, como decía Olvido, parecía mucho más “moro” que el otro.
Tras averiguar que, a pesar de su aspecto portentoso, estaban dispuestos a hacer lo que fuera por España (en otras palabras que no querían volver a la miseria de sus países de orígenes bajo ningún concepto), fueron estrechando el cerco para conseguir lo que querían de los dos jóvenes árabes.
Una noche le enviaron un mensaje a la cantina en el que le exigían que acudieran urgentemente a las dependencias del general Francisco Marco.
Ambos reclutas, ignorantes de los motivos por los  que realmente se les precisaba, acudieron a la casa cuartel donde la mujer de confianza del matrimonio les hizo pasar a las dependencias de estos.
Abdelhak y Rachid estaban muy nerviosos, llevaban pocos días en Ceuta, les había costado mucho esfuerzo ser admitidos en el cuerpo de Tercios de Extranjeros y ser requeridos por el general a aquellas horas de la noche no parecía una buena señal.
Siguiendo las instrucciones de la anciana, fueron adentrándose por unos estrechos pasillos donde la oscuridad reinante era rota únicamente  por la  tenue luz de dos quinqués de aceite que colgaban de sus paredes.
Al fondo del corredor se encontraron con una puerta, al abrirla lo que hallaron tras ella los dejó boquiabiertos. En el centro de la habitación había un amplio camastro, vestido con sábanas blancas de seda y sobre el que descansaba una mujer menuda, delgada y bajita. Llevaba el pelo recogido en el moño característico de las maestras de escuela de la época. Como único atuendo llevaba  un antifaz negro, un collar de perlas que le llegaba hasta el ombligo  y, dejando entrever su completa desnudez, una fina camisa de dormir beige.
Los dos jóvenes árabes se miraron entre ellos, no sabían muy bien que significaba todo aquello, pero, inevitablemente, la visión de la sensual mujer consiguió excitarlo de un modo que ellos no supieron, ni pudieron reprimir.
Malaska los saludó con una mano. Adoptó una pose de lo más lasciva, se comenzó a acariciar los pechos y, con una voz de lo más sensual, se puso a recitar una retahíla que parecía que trajera aprendida para la ocasión.
—Estoy tan sola por las noches, sin dormir, sin soñar, sin vivir en mí. Soy un volcán que está en erupción. Me arrastraré, suplicaré, hasta encontrar un hombre de verdad.
Los dos soldados árabes, como hipnotizados por sus palabras, caminaron como sonámbulos hacia ella. Cuando se quisieron dar cuenta, la mujer se abalanzó sobre ellos y, como una gata en celo, comenzó a besarlos, a magrearlos… como si le fuera la vida en ellos.
Aunque al principio les costó entender que una mujer española se entregara a ellos sin tener que  soltar billetes a cambio. Conforme el nabo se les fue poniendo cada vez más duro, dejaron los perjuicios a un lado y se entregaron por completo a disfrutar de la caliente mujer que los sobaba sin descanso.
Sus manos, al unísono, fueron acariciando las dos enormes trancas por encima del pantalón militar.  Tal como suponían estaban muy bien armados  y con el fusil  más que preparado para la batalla que se avecinaba.
Torpe y tímidamente, las rudas manos de los dos robustos mercenarios se apoyaron sobre los  hombros de Malaska, y casi al unísono, retiraron el tirante de su camisón y dejaron al desnudo sus pechos. Unos segundos después, dos encallecidas manos los cubrían y los manoseaban vigorosamente.  La mujer del general, quien desde el momento cero se encontraba muy mojada, no pudo reprimir su primer orgasmo.
No habían pasado ni cinco minutos y los dos árabes se habían desprendido de su ropa, mostrando para regocijo de la mujer (y de su esposo que vigilaba en las sombras) dos cuerpos tonificados y casi perfectos. Aunque lo que más agradó de ambos al extraño matrimonio, fue los enormes apéndices que brotaban des sus pelvis, mirando al techo y  desafiando firmes a la fuerza de la gravedad.
La atractiva mujer del General se desprendió de la prenda que cubría su cuerpo, mostrando unos pechos, una barriga y un vientre tan delicado como sensual. El ser tan pequeña y tan simétrica, la dotaba de un aspecto juvenil que la hacía  aún más deseable  a los ojos de los dos sementales extranjeros.  
Los fornidos reclutas la rodearon con sus brazos y comenzaron a besarla, en las mejillas, en el cuello, por los hombros, en los senos… Ella se agarró a las pértigas de sus entrepiernas y comenzó a masturbarlos al mismo tiempo. Los quejidos de la mujer, se mezclaban con las palabras que mascullaban  los dos hombres en su lengua natal.
La fervorosa dama pidió  con un gesto a Abdelhak, el marroquí, que se pusiera de píe sobre la cama. Mientras Rachid, el argelino, devoraba sus pechos y pegaba mordisquitos en sus erectos pezones, Malaska cogió el sable de su compañero y comenzó a limpiarlo con sus labios. En un primer lugar introdujo la parte superior y la succionó como si fuera un caramelo. Cuando le pareció se lo tragó entero hasta llegar a la empuñadura. Una bolsa peluda en cuyo interior colgaban dos enormes bolas.
Rachid, al ver lo bien que se lo pasaba su compañero, dejo de lamer sus pechos y se puso de píe también. Acercó su pistola sexual a la cara de la mujer del General y la incitó a que le hiciera lo mismo que a su amigo. La dama del antifaz, incapaz de contenerse a probar el exquisito manjar que parecía ser el cañón del argelino, se sacó la enorme arma viril del marroquí de la boca y la cambió por la del otro hombre.
Francisco Marco Baquerizo, en la habitación contigua,  espiaba  a través de un hueco en un cuadro de la pared. Al ver  como  la boca de Malaska  daba buena cuenta alternativamente de los dos palpitantes mástiles, sintió un poco de envidia. Así que decidió que era el momento de ponerse el antifaz, transformarse en Currita la culona y salir a disfrutar de los deliciosos falos de los nuevos reclutas.
Cuando salió de su escondite, Abdelhak y Rachid se sobresaltaron un poco. A pesar de la máscara, reconocieron  en el hombre desnudo que caminaba hacia ellos al general Francisco Marco Baquerizo y  no pudieron evitar tener un ataque de pánico, pues no solo era una figura de autoridad, sino que tenían asimilados los preceptos de su religión, que  castigaba el adulterio con cien latigazos.  Fue tanto el terror que les invadió que sus sables encogieron como si quisieran meterse en sus fustas.  Sin embargo, parte de ese miedo les abandonó en el momento que  su general, se acercó a ellos y les dijo con su característica voz de pito:
—Hola, me llamo Currita la culona y vengo a comprobar que todo está en orden.
Malaska, haciendo uso de una voz impostada como si fuera una especie de teatrillo, se dirigió a Currita y le dijo:
—¿A quién le importa lo que yo haga? ¿A quién le importa lo que yo diga?
—Me importa a mí, que soy tu mejor amiga. Así que ya me puedes ir contando que es lo que ha pasado.
—La cama desierta, la noche ideal, dos hombres apuestos y con ganas de amar. ¿Cómo has podido hacerme esto a mí, yo que hubiera querido yacer con ellos hasta el fin?
Currita la culona se fue a la cama y se tendió a su lado. Adoptó una pose de lo más frívola y le respondió con cierto amaneramiento: 
—Te hago estas cosas porque eres una mala amiga. Una chica buena y comprensiva  me hubiera llamado e invitado a la fiesta. No tú no, tú eres una avariciosa y lo quieres todo para ti.
Malaska se queda mirando a Currita con cara de pena, como si le hubiera dolido la pequeña reprimenda que le ha soltado y le respondió con cierto acongojo en la voz.
—¿Dónde está nuestro error sin solución? ¿Fuiste tú la culpable o lo fui yo? ¡Qué difícil es pedir perdón! Ni tú, ni nadie puede cambiarme.
Dicho esto, se abrazó a su marido. Este, tras calmar su sobreactuado llanto, adoptó una postura tan solemne, como amanerada y le dijo:
—Bueno, Malaska guapa, te perdono si compartes conmigo tus juguetes.
Abdelhak y Rachid que habían observado impasibles la conversación entre la extraña pareja, cuando escucharon eso, sintieron una puñalada en su hombría. Se miraron y, tras hacer un gesto de resignación, se dejaron tocar en sus partes nobles por el esperpéntico individuo, que no era otro que su general.
En un primer momento, Abdelhak sintió un poco de repulsión cuando la boca del alto mando del ejército  lamía la parte superior de su cañón. Sin embargo, cuando comprobó la maestría que su general poseía  en limpiar aquella clase de tubos, no pudo evitar excitarse. Cuando se tragó su fusil hasta la culata, ya se le olvidó que era un hombre quien le proporcionaba placer.
Tras la limpieza de armas, los soldados quisieron guardar sus armas en el fortín. Al principio, Currita, quien nunca había hecho otra cosa que el sexo oral y lo único que se había metido en su fortaleza trasera eran los dedos de Malaska y alguna que otra verdura, pensó en sentarse en su butacón y masturbarse mientras los dos hombres daban buena cuenta de su esposa.
Sin embargo, quizás porque Abdelhak no quería enfrentarse a los posibles reproches silenciosos  de su compañero por haber dado de mamar a su superior.  El marroquí, prácticamente obligó a Rachid a que tuviera sexo con Currita. El general, lejos de negarse, comenzó a limpiar el sable del argelino, mientras el otro recluta exploraba con su mango la caliente cueva de su esposa.
El aparato sexual del joven recluta era enorme, mucho mayor que el que se había comido momentos antes. Apenas le cabía en la boca,  pero no por ello rehusó a tragárselo por completo.
—¿Cómo te llamas, chaval?
—Rachid, mi señor. 
—¿Tienes novia o esposa?
—No, mi señor.
—mmmm… Me gusta… ¡Una grande y libre! —Dijo Currita relamiéndose los labios.
Sin decir esta boca es mía, se puso de rodillas sobre la cama, sacó el pompis para fuera y le dijo señalando para su culo:
—Soldado esto que ves aquí es Tetuán, lo que tú tienes entre las piernas el ejército de regulares. Te ordeno que tomes la ciudad.
El argelino miró a su compañero, como buscando el beneplácito de este, pero este estaba tan concentrado en cabalgar sobre Malaska que ni siquiera se dio cuenta. Por un momento sopesó que si se negaba tendría que volver a la miseria de su pueblo. Dado que la idea le gustaba menos que encular a aquel adefesio,  hizo de tripas corazón y atravesó con su ardiente lanza la retaguardia de Currita.
La punzada de aquella enorme daga en su vientre, casi le hace gritar, por mucho que mordía la almohada el dolor no se aplacaba, pero conforme  la batalla iba avanzando las puertas de la ciudad se fueron abriendo más y dejaron pasar al enemigo a su interior. Un enemigo que entraba y salía de la fortaleza con una facilidad pasmosa y, sobrepasada la frontera del dolor, lo supo llevar a la Gloria en la tierra.
Aquella noche Malaska y él intercambiaron aquellos amantes como nunca antes lo habían hecho. Los dos muchachos, superados los prejuicios iniciales, demostraron ser dos bombas sexuales. Dos bombas que aquella noche estallaron más de una vez y más de dos.
Ni que decir tiene que aquellos dos árabes se convirtieron en los favoritos. Unos favoritos que siempre estaban dispuestos a satisfacer los deseos del General y su mujer. Incluso llegaron a tener una frase clave para saber que esa noche tendrían que ir a hacer maniobras con Malaska y Currita. Una frase que todo el mundo usaba y que solamente en la boca de Francisco Marco Baquerizo tenía  ese significado para Abdelhak y Rachid. La frase no era otra que lo primero que se le vino a la cabeza a Currita cuando supo que el enorme cañón del argelino sería solo para él: ¡Una grande y libre!
IX  Seis hombres para Juana
El Fuerza Aérea uno de España, es el mejor avión en el que los Guerreros del Tiempo han volado. Cómodo, amplio, seguro…  Aun así Juana no se acostumbra a viajar en estas máquinas ideadas por el diablo, mira a sus compañeros: Alonso y Francisco, y aunque ambos intentan disimular lo aterrados que están, a ella, que los conoce tan bien, no se lo pueden ocultar.
Nunca se ha negado a ninguna misión, está en deuda con los miembros del Monasterio por haberla sacado del suplicio de Tordesillas  y considera que es su deber ayudarlos en todo aquello que precisen, máxime cuando, en vez de repudiarla por su pecado, han demostrado ser compresivos con ellas y dejarle usar las puertas con discreción para aliviar su mal.  No obstante, esta misión es de las pocas que realiza con gusto, pues si de algo se siente orgullosa es de la labor unificadora que realizaron sus padres con los reinos de España. Algo que el independentismo catalán quiere deshacer, según su opinión, por puro capricho.
Pese al interés que despierta en ella su cometido, se siente muy incómoda por la compañía. El presidente de España, su mujer y los monarcas del reino. Sabe que no puede delatar quien realmente es, que salvo Burrear y sus guerreros, nadie sabe de su abolengo, pero fingir que simplemente forma parte del pueblo llano  es algo que aborrece. Algo que, para su pesar, se ha convertido en algo que realiza demasiado frecuentemente.
José María Burrear no le ha caído nada de bien desde el primer momento que lo vio, le parece un plebeyo con aires de grandeza y que se cree una persona importante. Unas ínfulas que resuman falsedad por los cuatro costados,  pues basta simplemente rascar un poco  en la superficie para comprobar que es un don nadie falto de cualquier tipo de elegancia. Da igual lo mucho que se estire al hablar y lo mucho que se pavonee en sus ademanes, carece de la clase de la nobleza. En su época, como mucho, podría haber formado parte del clero.
Su mujer, Ana Tetrabrik, no es que sea la distinción personificada. A diferencia de él, que habla de manera ceremoniosa y, parafraseando a Belén, como si estuviera encantado de conocerse; su esposa gesticula excesivamente al hablar.  No sabe si por los peinados tan pasados de moda que luce, por su indumentaria desfasada o por su imagen de mujer  histriónica con estilo, pero Juana, al verla, tiene la sensación de haber viajado a los años ochenta y que en cualquier momento va a salir cantando el “Mamma mía” de Abba.
A diferencia de su marido, de quien la hija de los Reyes Beatos piensa que es un conspirador nato, Ana le parece muy simplona. Una persona con pocas luces que se esfuerza todo el tiempo por parecer competente cuando no lo es. Son tan visibles sus complejos que, ahora que está estudiando inglés, en un intento de  deslumbrar a sus acompañantes, los Reyes de España, en cada frase que dice mete una palabra en ese idioma. Lo que más le choca de todo es que comience cada frase con un «¡Relaxing, relaxing!», que ni tiene gracia, ni viene a cuento y resulta de lo más penoso.
En momentos como este Juana recuerda una frase que le decía su padre: «Prefiero mil veces tratar con un granuja que con un bobo, pues el granuja te preparas para sus artimañas y puedes evitar que no te engañe, el bobo es mucho más peligroso, pues desconoces por completo por donde te puede salir.»
La que mejor le cae  es Sofía, la consorte real, es de una de las casas nobles de Normandía, por lo que el pueblo, al igual que pasó con ella en su momento, la conoce mejor por su apodo: Sofía, la vikinga. Es una mujer muy elegante, muy respetuosa y con un porte señorial que ya quisieran muchas damas de su antigua corte. Ver que todavía algunos de los miembros de la nobleza conservan su magnanimidad,  le hace conservar la  esperanza en el género humano.
Es consecuente con que las mujeres de su clase en pocas ocasiones se casan por amor, que sus matrimonios responden a estrategias políticas de sus progenitores, a los que están obligados a obedecer. La única razón que ve para que sus padres escogieran a un tipo tan vulgar como su marido, es la grandeza que aún conserva el reino de España.
Juan Carlos Palote es, con diferencia, quien le cae peor de los cuatro. No solo hace alarde de una chabacanería impropia de alguien de su rango, sino que, como si fuera el bufón de la corte, hace bromas constantemente intentando que la gente que le rodea se ría de sus gracias. Si a eso se le suma el modo arrogante en que la ha desnudado con la mirada nada más que la ha visto, como si se considerará un semental irresistible, la repulsión que le ha  terminado inspirando no ha podido ser mayor.
Por lo que ha podido averiguar, al igual que su padre y su marido, el monarca español es muy amigo de los líos de faldas.  Si su progenitor calmaba su inagotable vigor sexual con hijas de señores nobles o damas de la corte, Juan Carlos es bastante menos exigente con el pedigrí de las mujeres que se llevaba a la cama y, aunque se le conoce una aventura con una princesa germana, también son secreto a voces sus romances con actrices, cantantes… Hasta una artista de circo se encuentran entre sus “girlfriends”, que es como él gusta de llamar a sus conquistas.
Sabe que no es objetiva, que está muy resentida con la estirpe Bombónica, que las campañas militares en Italia de su padre contra los franceses, aunque acabaron con la conquista de Nápoles por parte de los ejércitos de su progenitor,  fueron motivo de desavenencias en la corona española. Una guerra contra un niño rey  que tenía como regente a un miembro de la casa noble de los  Bombones, un ascendiente directo de quien ostenta la corona que otrora fuera de la casa Trastámara de Castilla.
Un resentimiento que podría haber quedado olvidado por el paso de los siglos, pero no para ella para quien solo han pasado un par de décadas. Tiempo insuficiente para dejar enterrado el odio que le había sido inculcado por su madre  hacia todo lo referente al país galo. Solo pensar que la corona de España está en manos de unos malditos gabachos y se le revuelve el estómago. No obstante, como ha hecho con todos los sentimientos que la ha ido contrariando desde su llegada a esta época, los ha dejado de lado y se ha centrado por completo  en su deber.
Junto a ellos viajan también  los verdaderos guardaespaldas de la presidencia y de la monarquía. Seis hombres de lo más fornidos y opuestos que, sin querer despiertan en ella la pasión de su  dormido demonio interior y sus deseos más pecaminosos.  
Aunque hace un enorme esfuerzo por no mirar a sus culos, sus brazos, sus pechos, sus entrepiernas…. La testosterona que resuman los seis individuos es como un canto de sirena para sus pasiones ocultas y no puede evitar rendirse a sus encantos.  Durante unos minutos no puede pensar en otra cosa que no sea tener sexo con aquellos hombres, sin embargo, ve a Alonso Cipriano cerca de ella y guarda sus deseos bajo cuatro puertas. «¿Qué llegaría a pensar de ella si descubre su pecado?», se dice, dejando que el sentimiento de culpa la reconcoma.
A partir de aquel momento el viaje se le hace insoportable, únicamente consigue liberar su mente de los influjos de la lujuria reconstruyendo en su mente la metódica planificación de la misión. Una misión que se ha estudiado  milimétricamente y que deben seguir exhaustivamente, pues el más mínimo error puede hacer que fracasé.
Una vez en Washington, ella y sus hombres se meten en el papel de escoltas de los presidentes y, brevemente, las ansias por calmar los desmesurados apetitos de su cuerpo disminuyen.
Tras el almuerzo, los reyes, el presidente y su mujer, pasarían la tarde en las estancias privadas de George Bull donde contarían con la protección del servicio secreto  americano,  por lo que tendrían esas horas libres. Su equipo y ella dedican más o menos una  media hora a repasar  minuciosamente todos los pasos a seguir para infiltrarse en el departamento técnico del Hexágono esa noche y   después se va a su habitación a descansar.  
La obsesiva calentura por poseer el cuerpo de alguno de los seis escoltas se ha convertido un estado perenne en ella, un estado que es incapaz de domar y que se subleva ante su raciocinio. En el momento que los oye salir de sus habitaciones al unísono, su fulgor interior  aumenta desproporcionadamente.
Incapaz de domar su curiosidad, se asoma por la mirilla de la puerta para ver a los guardaespaldas e intentar averiguar a dónde se dirigen. Por su atuendo, ropa deportiva, supone que los viriles contenedores de testosterona van a aprovechar su tiempo libre para ir al gimnasio del hotel. Algo que no le extraña lo más mínimo,  los musculosos individuos tienen pinta de ser víctimas de la vigorexia.
Si con el traje les parecían atractivos, con unos pequeños pantaloncitos y unas camisetas de tirantas le parecen de lo más apetitoso. Es verlos pasar de uno en uno y sus ganas por poseer alguno (o a varios) de aquellos fortachones individuos se convierten en una obsesión  mucho mayor.
Sin pensárselo busca en su equipaje unos short, una camiseta y unas deportivas. Tras cambiarse, se recoge el pelo en una coleta y se maquilla tenuemente. Se mira vanidosamente al espejo y su aspecto recuerda al de una ingenua adolescente, sin ocultar a la treintañera con ganas de juerga que lleva dentro. Consciente con que su atuendo levantara pasiones, coge una toalla del baño y sale apresurada de la habitación.
Mientras se encamina hacia el gimnasio ignora que es observada a través de la mirilla de la habitación contigua, donde se hospedan sus dos compañeros del Monasterio. Nada más sus pasos se pierden al final del largo pasillo, la puerta se abre y sale Francisco Marco Baquerizo,  quien había estado espiando con lascivia a todos y cada uno de los miembros del cuerpo de seguridad.
Intrigado ante el inusual proceder de su jefa, decide guardar las distancias, para así poder espiarla  sin despertar sospechas.
Cuando llega al gimnasio, se queda en la entrada y, a través de una puerta de cristal, vigila lo que sucede en el interior sin ser visto.
Lo que sus ojos contemplan no tiene nada de particular. El gimnasio está vacío, únicamente Juana y  los seis guardaespaldas son los que están haciendo uso de sus instalaciones.
En un principio, los hombres se miran extrañados al ver entrar a Juana, pero, tras saludarla levemente, no le dan más importancia y se vuelcan en su estricto entrenamiento.
Francisco, quien hace años que no prueba los placeres de la carne, pasea su mirada por los musculosos machos y sin querer, recuerda los  momentos vividos con Olvido, aquellos en que sus otros yo, Malaska y Currita, tomaban las riendas. Inevitablemente,  el pequeño pasajero de sus pantalones se pone en posición de firme.  
Durante el viaje en avión, ha entablado conversación con todos y cada uno de  ellos, se ha aprendido sus nombres, su procedencia, si tenían novia o estaban casados… Todo aquello que le llevará a buscar un resquicio de su aparente hombría, pero nada. Ninguno parece tener su “debilidad” y tampoco aquí está en situaciones de exigirle a nadie que haga algo en contra de su voluntad, como cuando era General en Ceuta y Melilla.
Sin embargo, no muchas veces puede observar a unos tipos tan rudos como los que tiene a pocos metros de él, como considera que mirar no es pecado,  no tendrá que rendir cuentas al Altísimo y no será necesario disfrazarse de Currita. Si es pillado por alguien, únicamente tendrá que excusarse diciendo que estaba curioseando las instalaciones.
El gimnasio no es demasiado grande, pero tiene las suficientes pesas y máquinas para hacer una adecuada rutina de entrenamiento. Tiene un gran espejo que ocupa todo el frontal y al fondo a la izquierda, junto a las duchas, se puede ver una pequeña sauna finlandesa, donde pueden caber a lo sumo cinco o seis personas.
Donde primero se clavan sus ojos es en José Luis un gaditano rubio, con una pequeña perilla y tostado por el sol de su tierra. El tipo está  tendido en la máquina de press banca, dado que  ha metido discos por más de cien kilos, precisa la ayuda uno de sus compañeros: Ramón, un tío madrileño, alto, castaño y con una cara de granuja que tiraba de espaldas. El otrora general cree que se le va a salir el corazón por la boca al ver los pectorales del atractivo rubio hincharse con cada repetición que realiza. Se pone tan cachondo que está tentado de sacar a su otro yo: Currita la culona, pero sabe que poco o nada puede exigir a estos hombres y decide esconder su lujuria en espera de tiempos mejores.
Frente a la inmensa luna de cristal se han colocado Guillermo, un valenciano bajito y con la cabeza rapada, quien, sentado en un banco, tonifica sus enormes bíceps con un ejercicio de  curl alterno.
Junto a él, de píe y con la espalda ligeramente inclinada, se encuentra Juan José, un extremeño delgado, pero muy musculado, quien castiga su cuerpo con un ejercicio de elevaciones laterales de hombros.
En las máquinas de piernas, concretamente en las de prensa, está Mariano, un catalán con cara de bobalicón pero que tiene cierto atractivo. La imagen de su rostro contrayéndose en una mueca de dolor cada vez que empuja para arriba, es lo que necesita Francisco para imaginárselo completamente desnudo.
Sin embargo, a quien no consigue encontrar es a su favorito: Iván, un sevillano bastante bruto, con una  cara de follador nato de las que hacen época y que desde el primer momento consideró su única opción para tener sexo. Algo que quedó descartado en cuanto el tipo sacó a coalición su tema favorito: su mujer y su hija.
De todo el grupo,  es quien menos pinta tiene de que le guste lo de castigarse con las pesas, por eso a Francisco Marco no le extraña verlo salir con una toalla envuelta alrededor de la cintura y meterse en la sauna. «¡Cuánto daría por meterme con él y volver a transformarme en Currita la culona!», piensa mientras reprime sus instintos primarios mordiéndose levemente el labio inferior.
No obstante, ver que su jefa hace algo parecido a lo que él tiene en mente, le deja bastante sorprendido. Hasta el momento, Juana había estado entrenando con unas  pequeñas mancuernas, con la única intención de llamar la atención de  las enormes fábricas de androsterona  que pululan en el pequeño templo del culto al cuerpo.  Tras observar como el atractivo sevillano se mete en el pequeño habitáculo, deja las pesas en su estante y, haciendo alarde de su señorial vanidad, dirige sus pasos hacia donde está Iván.  Una vez llega allí, sin mostrar preocupación alguna por si está siendo observada o no, abre la puerta y se mete dentro.
Francisco Marco, para su pesar, está ciego a lo que sucede en el interior del baño turco. Si poseyera la capacidad de ver a través de las paredes, sus ojos le mostrarían la enorme sorpresa que se lleva Iván, quien, sobresaltado,  se tapa sus partes nobles con la toalla al ver entrar a Juana. 
En un principio, la mentalidad igualitaria del guardaespaldas no le lleva a suponer que los motivos que hayan llevado a su colega a acompañarlo en la  sauna sean de carácter sexual, aunque no le cuadra mucho que lo haya hecho vestida con la ropa de entrenamiento. Tras saludarlo tenuemente con la mano. Juana  se sienta y deja la toalla a un lado. Se quita las zapatillas, la camiseta, la falda y se queda en ropa interior, en un improvisado striptease que empieza a rondar los muros de la provocación.  
La visión de la exuberante mujer en braguitas y sujetador hacen que el primer pensamiento pecaminoso cruce por la mente de Iván. La chica está de muy buen ver, con lo que su actitud, entre distante y  pecaminosa, no hace más que acrecentar sus ganas por poseerla. Inevitablemente, bajo su toalla se comienza a levantar una tienda de campaña, producto de la libidinosa historia que se ha construido en su imaginación.
Juana, consciente de que su cuerpo despierta los deseos en el hombre que tiene frente a ella, saca a pasear sus artes de seducción. Adoptando un aire de dejadez total, pone derecha la espalda y se despereza levemente, tocándose levemente el cuello de un modo sensual, para terminar acariciándose los parte superior de los pechos. Todo de una manera sutil, abriendo levemente la puerta a la lascivia, pero sin parecer una fresca ardua de sexo.
Disimuladamente deja caer una de sus tirantas dejando uno de sus hombros al descubierto. Levanta la mirada, ve el brillo de la lujuria en los negros ojos de su acompañante y, como quien no quiere la cosa se desabrocha el sujetador, mostrando sus turgentes senos de manera provocativa.
Iván no da crédito a lo que le está sucediendo, es un hombre de principios conservadores y las pocas ocasiones que  ha sido infiel a su mujer, ha sido previo pago. Nunca ha tenido una aventura extramatrimonial, por lo que nunca ha considerado que pusiera los cuernos a su pareja. Aunque es de la firme convicción de que no se deben tener líos sexuales en el trabajo, la tipa que se está desnudando delante de él, es alguien eventual y seguramente después de este viaje no se volverán a ver, con lo que será un si te vi no me acuerdo en toda regla. Por lo que no  dará lugar a conflictos laborales posteriores y sí a un buen polvo, que es lo que se comienza a construir en su cabeza.
No quiere parecer un loco apresurado y caer demasiado pronto en sus redes. Sin embargo,  en el momento en que Juana se quita las diminutas braguitas, se abre de piernas, dejando su sexo completamente a la vista, le falta tiempo para arrodillarse ante ella y comenzar a devorar la deliciosa ambrosía.
A pesar de que su esposa no es una estrecha y mantienen una relación sexual más o menos abierta, lo del sexo oral es algo que le deja practicar muy pocas veces. Consiguiendo que esta variedad sexual tenga  para Iván el halo de lo prohibido, por lo que se esmera  todo lo que puede por disfrutar del momento  y hacer que la mujer que tiene con él goce al máximo.
Endurece la lengua y la mete en la caliente gruta, como si tratara de un ariete la empuja, adentrándola  en el húmedo interior.  Con los gemidos de placer de Juana como telón de fondo, saca su apéndice vocal de la caliente cueva y comienza a lamerle  la parte exterior del coño.
Sosegadamente,  sube con sus labios por su pelvis, hasta llegar al ombligo. De allí, dejando un rastro de saliva desde su abdomen hasta su perineo,  viaja hasta su culito. Una y otra vez, como si fuera un rutinario itinerario.
En una de estos paseos, se detiene en su clítoris para sorberlo, penetra con su  lengua en el interior de la  vulva y se deleita con el sabor de sus jugos.
Juana jadea, se retuerce de placer y, con una voz que roza la súplica, le pide que le bese el agujerito trasero.
En unos minutos han pasado de ser dos completos desconocidos, a ser una especie de prolongación del cuerpo del otro. Dos entes que buscan el gozo mutuo, en un simbiótico y  placentero sexo oral.
Ignorante de lo que ocurre en el interior, Francisco Marco Baquerizo sigue espiando a los fornidos guardaespaldas, quienes, ante la inusual actuación de Juana, han dejado de entrenar y cuchichean entre ellos. Incapaz de escuchar lo que murmuran, lo único que puede hacer es especular sobre el tema de su conversación. Algo que, por la forma de encoger los hombros, de sonreír maliciosamente y de tocarse los genitales, es fácil deducir que la charla tiene un importante componente sexual.
Tras envalentonarse como machos alfas en manadas, respiran profundo,  sacan pecho y se dirigen hacia la pequeña caseta de madera. Una vez allí, Ramón, quien parece el más seguro del grupo, abre la puerta y entra.
El joven general se asoma todo lo que puede, pero desde donde está lo único que puede acertar a ver es como los cuatro hombres restantes se meten en el interior de la pequeña sauna.
De pronto, ve un tragaluz de cristal en uno de los frontales del pequeño habitáculo. Una ventana que le servirá para seguir practicando su morboso vicio: mirar como otros  practican el  sexo.
Sigilosamente, se interna en el  gimnasio y se dirige hacia el fondo del local. Está tan excitado como asustado. Nunca antes ha hecho nada como aquello y no sabe cuál puede ser la reacción de aquellos hombres ante su intromisión.
Con la cautela de un cazador, se aproxima a la ventana. Está un poco alta para él, pero empinándose un poco puede llegar a ver lo que sucede en el interior.
Tal como suponía los seis individuos y Juana están inmersos en una bacanal. Pese a que no sorprende mucho  que la estirada de su jefa sea tan puta, pues ya algo había leído de ella en los libros de historia, lo que si le extraña es, que siendo tan religiosa como es, no use una máscara para ocultar los pecados a su Dios, tal como hacían su esposa Olvido y él.
Los seis hombres han formado una especie de coro de la patata alrededor de la hija de los reyes Beatos y  le ofrecen sus erectas pollas como si fueran golosinas. Una a una, la boquita de Juana se va paseando por ellas, como si fueran ricos manjares para degustar.
Una vez las ha probado todas, se para delante del madrileño. Ramón es quien mejor herramienta gasta y la Guerrera del Tiempo, quien no se ha podido sacar todavía la espinita de su desencuentro en las Termopilas, está deseosa de quitar la mancha de esa mora. Sin pensárselo un segundo, se mete el descomunal aparato en la boca, mientras coge, tal como si fueran dos remos, las churras de los dos tipos de al lado y comienza a masturbarlos.
Marco Baquerizo está tan excitado con la visión de su jefa tragándose el enorme vergajo del guardaespaldas que no oye que alguien se aproxima por detrás y no es consciente de su presencia hasta que lo tiene al lado.
—¿Qué sucede, general?
Cuando Francisco oye la voz Don Cipote, no sabe que decir ni que hacer. Simplemente pone cara de circunstancia y le invita a mirar por la claraboya.
Alfonso se asoma y lo que ve no le puede dejar más absorto. La dueña de su corazón tiene un hombre practicándole un cunnilingus, mientras ella se traga una verga hasta la base, masturba a otros dos tipos, mientras otros dos le pellizcan las tetas. Una escena que lo vuelve a romper por dentro y, como sucediera antes de ser rescatados por el personal del Monasterio, la locura parece volver a dominarlo por completo.
Sin decir una palabra, abandona el gimnasio con el paso calmado y cabizbajo, como si estuviera recogiendo los pedazos de su destrozado corazón.
X  24 horas para una misión imposible
16:00
Don Cipote de la Mancha agarra el bote de pastillas como si fuera un salvavidas, saca un par de capsulas de su interior y se las traga. Mientras pega un buche de agua, no deja de pensar en la mala idea que ha sido seguir a   su compañero de habitación. La verdad es que, pese a los muchos trabajos que han realizado para el Monasterio, no ha conseguido ganarse su confianza y recela un poco de él. Como sabe lo importante que es esta misión para Juana, cuando lo vio salir tan sigilosamente del cuarto, pensó que podía estar tramando una traición. Cuál ha sido su sorpresa cuando ha visto lo que realmente sucedía.
Conocía de la locura de Juana, de su apetito desproporcionado por la carne, pero creía que, al igual que había sucedido con él, los médicos del Monasterio habían conseguido mitigar su enfermedad. El desengaño que siente al ver a la mujer de la que está enamorado, poseída por la misma perversa pasión que su Dulcinea, le produce tanto dolor que casi llega a tocar la demencia con los dedos.
Para evitar caer en los brazos de la sinrazón, ha acudido a su medicación. Aunque al principio se negó a tomar los fármacos, se han convertido en el placebo para sus ataques de locura. No tarda en notar el efecto de la venlafaxina y del mismo modo que los problemas atenazaron su mente, dejan de hacerlo. Cierra los ojos y los deja marchar por donde vinieron.
17:15
Una ducha caliente y cantidades ingentes de jabón solo consiguen limpiar su cuerpo,  nota como su alma sigue estando  manchada por los depravados actos que acaba de realizar.
Siempre es la misma historia, ella sucumbe a los placeres de la carne, aplaca el demonio que la devora por dentro y después la culpa la reconcome. Debería estar acostumbrada, pero no es así. Hoy, a diferencia de otras ocasiones, quizás porque cada vez se sienta más unida a él, no puede evitar pensar en que está traicionando a Don Cipote. Algo absurdo porque  es de la opinión que nada obliga a una reina con un vasallo. «Quizás esta época me esté cambiando más de lo que me gustaría.», piensa mientras se termina de secar.
La saca de su ensimismamiento el sonido del timbre de su TimePhone, una invención de los técnicos  del Monasterio que sirve para comunicarse con los Guerreros del Tiempo en otras épocas.  El utensilio de la época elegido para camuflar el dispositivo es un teléfono Motorola RAZR V3.
—¿Dígame, Sr Director?
—¿Cómo va la cosa, Majestad? ¿Cómo se están comportando los mendas de Burrear y Juan Carlos Palote con tu equipo?
—Bien, mejor de lo esperado. En cuanto a nuestro cometido en esta época,  todo está saliendo según lo previsto, solo me queda saber si los dos agentes del CINE han conseguido dejar el material de camuflaje en el escondite convenido.
—Pues para eso te llamaba. Morta008 y FileM23, los hombres que mandamos para que se infiltrara en el Hexágono, han realizado sus tareas sin problema alguno. Con lo que, superada esa etapa,  ya lo uniquito que   resta es vuestra parte del trabajo.
—Un trabajo  que no es nada fácil: internarse en las instalaciones tecnológicas de la mayor fortificación militar del mundo, suplantando a tres de sus mayores científicos.
—Piensa que del éxito de vuestra misión depende la grandeza de España.
—Ya lo sé, por eso estoy tan preocupada.
—Pues no te preocupes que usted puede majestad, sepa que cuenta con el apoyo de todos los  españoles de bien…. Bueno, corto que esta conferencia me tiene que estar costando un huevo y la yema del otro. Hasta luego y  mucha suerte en la misión.
18:30
La conversación que los Guerreros del tiempo mantienen con José María Burrear es muy escueta, pero no por ello menos efectiva.  Sabe que una vez crucen el rio Potomac, comenzará la cuenta atrás para conseguir los planos de la máquina para viajar al futuro. Cualquier acción que realicen debe estar dentro de los parámetros previstos y nada se debe salir de  los planes establecidos.
La misión diplomática en la que está inmerso,  es una falacia que el alto mandatario español ha montado para que los tres viajeros del futuro puedan fotografiar los planos de un prototipo que los norteamericanos están ultimando en las instalaciones del Hexagono. Ni su mujer, Ana Tetrabrik, ni los monarcas de España, Juan Carlos Palote y Sofía de Normandía, conocen el verdadero motivo de su viaje. Les ha contado la misma patraña que a George Bull, así que todos creen que el objetivo de su viaje es asesorarse para una posible futura guerra en la Isla del Perejil. Todo lo relacionado con el Monasterio del Tiempo es alto secreto y aunque el Rey de España  conoce de su existencia,  Burrear, fiel a su lema de que el conocimiento es poder, ha decidido  no compartir esta información con él y le ha mentido del mismo modo que al resto.
Como buen observador que es, ha notado que ha desaparecido la complicidad que había surgido entre sus escoltas y los Guerreros del Tiempo. Dado que gusta de las explicaciones fáciles, considera que puede ser  debido a los nervios de los hombres del Monasterio por la tarea que tienen que emprender. Su mente no es tan brillante y sagaz como para llegar a deducir la verdad. El muro de frialdad que se ha levantado entre los escoltas auténticos y los falsos, ha sido motivado por una orgia entre Juana y los seis hombres del servicio secreto españoles. Algo que está propiciando que tanto la hija de los reyes Beatos, como sus subordinados estén menos centrado en la misión de lo que debiera.
Su reina porque los problemas de consciencia la acosan, Don Cipote porque se siente traicionado por la dueña de su corazón y Francisco Marco porque la envidia lo corroe por dentro. Sea como sea, ninguno está pensando en el cometido que los ha llevado allí. Algo que puede tener nefastas consecuencias para el futuro de España.
19:15
George Bull nada más llega al Condado de Arlington, le pide a su asesor personal que se ponga en contacto con  James  Heller, el secretario de Defensa. Su comitiva tardará todavía en llegar unos veinte minutos al Hexágono, pero necesita que todo esté a punto para sus invitados españoles.
De acuerdo al protocolo, Burrear y compañía solo van a acceder a una parte del complejo militar, pues un tercio de sus instalaciones son alto secreto, por lo que los conocimientos y tácticas que van a compartir con ellos no tienen nada de últimos avances, sino que van camino de convertirse en  obsoletos.
Frank Underwood, el hombre de máxima confianza del presidente, llama por la línea privada de seguridad a su homónimo en el Departamento de Defensa, para comunicarle su posición. La respuesta de este lo deja  completamente desconcertado,  tras escuchar durante dos largos minutos lo que le tiene que decir su interlocutor,  se limita a colgar el teléfono musitando un “Ahora te vuelvo a llamar”.
—¿Qué ocurre? —Pregunta Bull a su subordinado,  extrañado ante la cara de preocupación de este.
—Nos encontramos inmersos en una operación “24 horas”
—¿Desde cuándo?
—Desde hace media hora aproximadamente.
—¿Qué podemos hacer?
—Seguir con lo previsto, reconocer que estamos en peligro sería un síntoma de debilidad y además, sabemos que Yak Vagüer siempre consigue frenar las amenazas a la que se enfrenta.
—Sí, tiene mi confianza plena, cuando era  senador y candidato a la presidencia me salvó de morir en un atentado terrorista.
—Y salvó a los Ángeles de una bomba atómica al año siguiente.
—Lo peor fue la amenaza del neumoviris del año pasado. ¿Qué es lo  que toca ahora?
—Algo muy gordo. Quien ha contestado el teléfono ha sido Ryan Chappel.
—¿Y eso? ¿Dónde está James Heller?
—Ha sido secuestrado junto con su hija, pretenden ajusticiarlos y emitir su asesinato en directo por todas las televisiones. Esa es la  nueva amenaza a la que se enfrenta Yak Vagüer.
20:00
Su nombre es Vagüer, Yak Vagüer. Se puede decir que  nunca ha tenido suerte con las mujeres. Aunque se casó muy joven y con  el amor de su vida, Tieri. Una fuerte adicción a un trabajo que absorbía más tiempo del deseado y un matrimonio por cuyas grietas se coló el aburrimiento y la rutina, fueron la excusa que se buscó para tener una aventura extramatrimonial con una su compañera de trabajo,  Ninna. Una tipa que resultó ser una mercenaria de lo más peligrosa y que acabó con la vida de su esposa.
Después  de dos temporadas sin tener una relación seria, ha empezado a intimar con la hija de su jefe, el secretario de defensa. Hoy, ella y su padre han sido atrapados por una cedula terrorista que amenaza con ajusticiarlos. No se quiere sentir gafe, pero está claro que a mujer que se acerca, mujer a la que pone en peligro de muerte.
Sabe que con el aparato neurotemporal que tiene insertado en la base del cráneo puede viajar a través de veinticuatro horas y, como si estuviera en  la película de los noventa “El día de la marmota”, solucionar los problemas de la mejor manera posible. Sin embargo, también tiene claro que no es completamente infalible. Debe escoger entre un montón de probabilidades temporales la más acertada, por eso no siempre puede evitar la muerte de inocentes, por eso no pudo detener el asesinato de su mujer… Quizás por eso no pueda impedir que hoy maten a Audrey  y a su padre.
Como siempre que se encuentra en una operación de este tipo, ha pedido el apoyo de la WUAT para rescatar al secretario Heller y a su hija. Ayuda que le ha sido negada por la actual directora de la unidad, Erin Driscoll, por lo que en esta misión está actuando como un lobo solitario.
Gracias a su capacidad de moverse adelante y atrás en el tiempo ha conseguido descubrir la guarida donde tienen apresado al secretario de defensa, un almacén de comida para el ganado en las afueras de la metrópolis de Washington. El lugar idóneo para esconderse: a la vista de todos. Desde esta nave industrial los terroristas tienen previsto transmitir, y a través de todos los canales de televisión del mundo, el juicio del padre de Audrey en directo.
Es la quinta vez que se adentra en la nave, la primera no consiguió pasar de la puerta, la segunda fue descubierto por los vigías que estaban confinado en el techo, la tercera por un par de tipos que le pegaron una paliza en la antesala donde se preparaba el rodaje del ajusticiamiento y la cuarta no pudo rescatar a Audrey quien murió bajo las ráfagas de un fusil de asalto ruso.
En esta ocasión, ha conseguido salvar a su chica. Le ha pedido que abandone el recinto y que se dirija hacia las colinas, donde tiene aparcado su todoterreno. Le ha dado instrucciones que una vez allí, se ponga en contacto con Frank Underwood, el asesor de Bull, para que ordene a la WUAT que le envíen refuerzos.
Se supone que en este intento nada puede salir mal, son solo cuatro los hombres que vigilan a Heller. Cuatro  confiados individuos que están convencidos que nada los  puede amenazar, por lo que están centrados en la preparación del juicio. Un juicio que es una simple pantomima, pues el veredicto está decidido de antemano.
Todos ellos esconden sus facciones bajo un pasamontañas. El líder blande amenazante un enorme machete delante del rostro de Heller, mientras profiere un montón de insultos en un americano bañado en la dicción árabe. Los otros tres se pasean a su alrededor portando un AK-47.  Un solo hombre sin la ventaja de la sorpresa poco o nada podría hacer contra ellos, por lo que sabe que debe hacer uso de lo aprendido en los anteriores intentos y conseguir que las probabilidades jueguen a su favor esta vez.
Avanza sigilosamente, escondiéndose entre los fardos de comida, cuando lo considera oportuno sale de entre las sombras y vacía el cargador de su M16A4 sobre los terroristas. Un repiquetear de fuego llena el aire durante unos intensos segundos. El líder cae con el pecho agujereado por seis disparos por los que brota la sangre a borbotones, dos de ellos no consiguen ni pulsar la palanca de su arma y caen víctimas de las intensas ráfagas. Sin embargo, el cuarto, en vez de dispararle a él, como era previsible. No se defiende y descarga la munición de su fusil de asalto contra la cabeza de su prisionero, que estalla como una sandía, desperdigando sus sesos  por las paredes y mobiliario del improvisado estudio.  
Tras concluir  que en su próximo intento deberá eliminar a este individuo el primero, se toca el aparato que tiene  insertado en la base del cráneo para que lo envíe al momento en que deja a Audrey en el exterior del almacén y así poder crear una nueva paradoja temporal en la que su suegro no muera.
Para su sorpresa, el dispositivo neurotemporal, en vez de enviarlo a donde sus pensamientos le han ordenado, lo lleva al momento en el que aparca el cuatro por cuatro en la colina cercana al refugio de los terroristas. Vuelve a pulsarse el botón y a dibujar en su mente el momento exacto en el que quiere estar, pero no sucede nada. Por lo que entiende que algo sucede con el artefacto temporal, pues no está funcionando debidamente.
Ya en otra ocasión tuvo este tipo de  avería en el aparato y tuvo que trasladarse al Hexágono para que la doctora Temperance Wells, inventora y diseñadora del artilugio temporal, le efectuara las debidas reparaciones. Con cierto fastidio, arranca el coche y conduce en dirección al Complejo del Ministerio de Defensa, en busca de la solución a su problema.
20:30 
Francisco Marco Baquerizo consigue dar con la bolsa que la han dejado oculta los agentes del CINE en uno de los conductos para el aire de los servicios de caballeros de la quinta planta del Hexágono. Tras comprobar que no es observado por nadie y que las cámaras están emitiendo la señal que le facilita el dispositivo de camuflaje que le facilitó el departamento técnico,  se mete en uno de los cuartos privados. Mientras espera que su compañero, Alonso Cipriano, aparezca, mira en el interior de esta por si falta algo y puede comprobar que está todo: dos mascaras de látex ultrarrealistas de los científicos a los que deben suplantar, dos  juegos de guantes del mismo material con las huellas de estos, unas lentillas especiales con una copia exacta de sus iris, sus batas de trabajo, calzado adecuado y sus placas identificativas.
Se supone que Juana ha debido recoger el mismo contenido en el servicio de señoras, si no fuera así, ya lo habría llamado. Por lo que deduce que todo va según lo previsto… Bueno, todo no. Don Cipote debería haber llegado ya.  Ya han pasado los minutos que se dieron de cortesía para no levantar sospechas al salir todos juntos para el baño y todavía no da señales de vida.
La segunda vez que mira el reloj, el manchego entra por la puerta:
—¿Qué te ha pasado?
—Nada que me he metido en otros servicios de caballeros. No sabía que hubiera dos en la misma planta.
—Eso es que esta gente, cuando construyeron el edificio pusieron uno para los blancos y otro para los negros. ¡Ordenaditos que eran!
—Bueno… ¿Está todo?
—Sí, ya lo he comprobado. Estos son los componentes de tu disfraz y esto son los míos. ¡Metámonos en uno de los cuartos a cambiarnos antes de que aparezca alguien y nos descubra!
20:50
Cuando los ingenieros del departamento técnico de estrategias del Monasterio del Tiempo tuvieron que seleccionar tres científicos para suplantarlos con los miembros del equipo de Juana estuvieron de suerte porque, según sus fuentes, la encargada del proyecto de viaje temporal, Temperance Wells, era de fisonomía muy parecida a la de la hija de los Reyes Beatos.
Buscar un miembro del equipo de cerebros del Hexágono a quien pudiera sustituir Francisco Marco Baquerizo, fue un poco más complicado pero lo hallaron: Albert Asimov, un doctor en robótica con una estatura y apariencia  similar a la suya.
Donde realmente tuvieron trabajo fue para buscar un individuo de metro ochenta y de complexión atlética entre el personal técnico del Departamento de Defensa. Ninguno de los doctores del complejo cumplía este requisito, solamente un informático  llamado Bill Bigdoors del departamento de Nuevas tecnologías reunía esas características físicas.
Una vez localizaron a los individuos, tres escuadrones de Guerreros del tiempo viajaron al 2004 y secuestraron a los tres empleados del Hexagono. Para no levantar sospechas, una vez tengan noticias de que la misión de “España mucha España y muy España” ha concluido con éxito. Pedirán un rescate por ellos, haciéndose pasar por terroristas. Después cometerán un “descuido” y los científicos podrán escaparse de los zulos donde los tienen confinados. Un plan programado al milímetro y que va funcionando según lo estipulado.
El experto en robótica del Hexágono tiene nivel uno, por lo que  Francisco Marco puede acceder sin problema  a las instalaciones donde se guardan los planos del dispositivo que deben fotografiar.
No es así Don Cipote, quien tiene que ir acompañado de Juana, para poder acceder a las instalaciones. Algo para lo que la Guerrera del Tiempo se tiene que inventar una excusa de lo más recurrible y a la que ninguno de los vigilantes de las distintas entradas ponen pegas: Tiene un problema informático que Bill Bigdoors le tiene que solucionar.
21:00:00
Yak Bagüer tras pasar los controles establecidos ha conseguido acceder al departamento de Desplazamiento Temporal que dirige su amiga la doctora Wells. Cuando abre la puerta y encuentra a dos hombres junto con la doctora y uno de ellos fotografiando los planos de sus prototipos de la máquina del tiempo, se encienden sus alarmas. En el momento que Temperance levanta la mirada y la sorpresa se pinta en su rostro, sabe que son unos impostores.
21:00:10
A Francisco Marco le queda solo una foto que hacer de los planos del prototipo americano, cuando ve entrar a un atractivo cuarentón. El tipo tiene un buen físico y por su porte marcial, piensa que es agente de la ley o algo parecido. Sin querer, el terror se pinta en su rostro y los nervios le gastan una mala pasada por lo que la última foto le sale un poco desenfocada.  
21:00:30
Las técnicas de combate de Don Cipote no son tan modernas y sofisticadas como las del agente norteamericano. Pero aun así impide que el recién llegado saque su arma y los apunte. A pesar de su destreza en la lucha cuerpo a cuerpo, no consigue someterlo y lo que comienza como una breve reyerta, va camino de convertirse en una pequeña batalla campal que terminará llamando la atención de los guardias.
21:00:50
Juana tiene apenas unos segundos para solucionar la rocambolesca situación en la que están metido. Cualquiera con un CI intelectual menor que el de ella, sería incapaz de afrontar  con rapidez un problema de tal envergadura. No obstante, está acostumbrada a pensar bajo presión y lo hace de un modo efectivo.
Está tentada de ordenar a sus Guerreros que pulsen el botón del pánico para escapar de allí, pero sopesa la posibilidad de que se descubra su participación en el robo y desencadenen un conflicto internacional de nefastas consecuencias.
Sabe que no pueden vencer al recién llegado y que pronto entraran agentes de vigilancia para ver qué sucede. Probabilidad que también dará como resultado el término de las buenas relaciones de España con los EEUU.
La única solución que le parece viable es crear una nueva corriente temporal, para ello deberán secuestrar a alguien de esta época y llevárselo a la suya. Sin pensárselo ni un segundo, le pide a sus subordinados que rodeen a Yak Vagüer, se dan las manos formando un círculo  para después  pulsar el botón del pánico los tres al unísono. Segundos más tardes los tres guerreros y el velocista del tiempo son trasladados del 2004  a los pasadizos de entrada de la puerta por la que se adentraron en esa época.
21:05
En la nueva paradoja temporal que han creado, los guardias del Hexágono cuando llegan al laboratorio de la doctora Wells, no encontraran ninguna explicación a la desaparición de los tres científicos y del agente de la WUAT. Un enigma que se quedaran sin conocer porque ese mismo día los terroristas de Medio Oriente, sin el agente Vagüer para hacer fracasar sus planes, tomaran el control de todas las Centrales Nucleares de Estados Unidos y devastaran todo el territorio norteamericano.
EPÍLOGO
2017 Despacho de Bertín Gonzalez Byass
—… pues sí Presi, la misión “España mucha España y muy España” ha sido un éxito, ya tenemos los planos de la máquina del tiempo… Llevan una semana en nuestro poder, pero no he querido decirle nada hasta que supiéramos que estos eran viables…—Hace una pausa y el Director del Monasterio escucha a su interlocutor durante unos minutos. Espacio de tiempo que aprovecha para dedicarles una mirada de cortesía al escuadrón de Guerreros de Juana, que esperan, casi en una posición marcial, de pie frente a él a que termine de hablar —. No, no haga nada especial y espere a que nosotros solucionemos el problema. Yo si estuviera en su pellejo, seguiría   como hasta ahora: argumentando que es una ilegalidad y apelando a la unidad de España. Más es complicarse la vida con gilipolleces.  En cuanto al otro tema que tengo pendiente con usted lo llamo la semana que viene y ya acordamos algo. Lo dejo que sé que está muy liado. Salude a su mujer y a Jorge de mi parte.
Tras colgar el teléfono, Bertín se pone derecho sobre el respaldo de su sillón y se dirige a los dos hombres y la mujer que aguardan que terminara su conversación.
—Hola a los tres, antes de nada, mi más sincera enhorabuena. El departamento técnico ha podido descifrar los planos. La foto desenfocada ha dado muchos problemas, pero los ingenieros creen que han conseguido resolver el problema. Ya solo queda esperar que tenga montada la máquina y probar si funciona.
—¿Quién se va encargar de hacer las pruebas? —Pregunta Juana con cierta altanería.
—Pues seguramente las personas que designe Victoria Friego que ha sido la que ha promovido todo el tema. Ustedes seguirán como hasta ahora, viajando al pasado para arreglar los posibles entuertos —Bertín hace una pausa, busca en el cajón un expediente, lo abre y leyéndolo de reojo se vuelve a dirigir a ellos —. El motivo de mi llamada es otro… Por lo que he leído en el informe, sé que la única solución fue traer al Yak Vagüer ese a nuestra época, pero no deja de ser un problema. No lo podemos enviar de nuevo a su tiempo porque se armaría la marimorena, no lo podemos tener con el resto de presos de los viajes temporales porque es un agente del orden y duraría menos que un dulce en la puerta de un colegio… ¿Qué solución veis?
—Yo creo que se podría unir a nuestro escuadrón —Responde Francisco Marco, quien desde que vio al americano se quedó prendado de él  —, he ido a su celda a conversar con él y me parece un tipo bastante interesante: valiente, con grandes valores, disciplinado… Creo que puede aportar muchas cosas a nuestro equipo.
—Sabe usted, Excelentísimo, que no es mala idea. ¿Qué piensas Juana?
—Me parece bien. Si nuestros técnicos consiguen reparar el dispositivo que lleva al cuello y que le permite viajar a través de veinticuatro horas, creo que podría ser un efectivo importante para mi escuadrón. Porque pasaríamos a ser cuatro ahora, ¿no?
—Sí, no sería problema. Siempre  los escuadrones han sido grupo de tres, pero dada vuestra efectividad no me importaría hacer una excepción —Pone las manos sobre la mesa con intención de levantarse y dice con cierta condescendía —Bueno, sí no tenéis nada más que decirme,  muchas gracias por todo y ya podéis largaros  que tengo una reunión con “La liga por la Unidad de España” para ultimar algunas cosas.
Los tres Guerreros del Tiempo se despiden de su jefe y tras charla un poco con Gracita, su secretaría, abandonan las oficinas.
Nunca han tenido mucha confianza entre ellos, pero desde la última misión en la que los dos subalternos de lalocaercoño descubrieron lo perversa que puede llegar a ser su jefa, las conversaciones entre el trío de desplazados temporales  se han limitado al trabajo y a simples frases de cortesía.
Mientras bajan en el ascensor que los llevará a sus dependencias, los pensamientos de los tres compañeros de batalla están centrados en sus propias guerras.
Juana está sopesando contarle su secreto a Alonso Cipriano, cada día está más enamorada de él y siente que lo está traicionando ocultándole su pecado.
Don Cipote, a pesar de lo que vio, no puede dejar de sentir afecto por su jefa. Le gustaría tener una solución para su problema, pero si los médicos del Monasterio no han podido hacerlo, cree que poco podrá hacer él. Lo que sí sabe es que no le dará de lado y que contará con su apoyo en todo lo que precise. Si hay una mujer en el mundo que merezca su ayuda es ella.
Francisco Marco Baquerizo es un poco más frívolo y está ideando como coincidir en las duchas con el novato. Está deseando averiguar si los hombres del ejército americano son tan liberales como los de las películas para adultos que él ve.
Mientras sí o mientras no. Ha conseguido sobornar al vigilante de la puerta 4870, una que lleva al año 1970, concretamente al distrito de Castro en San Francisco. Si la cosa allí es  tal como ha leído, esta noche Currita la culona se va a poner las botas.
Más tarde, en sus dependencias, mientras se maquea para lo que va a ser su gran noche en mucho tiempo, escucha música de la época para ir ambientándose. Una música con la que se siente tan identificado que no puede parar de mover las caderas y el culo al compás de esta.
♫♫ Young Man - Are you listening to me?
I said, Young Man,
What do you wanna' be?
I said, Young Man
You can make real your dreams,
But you've got to know this one thing
♫♫
FIN