ÍNDICE
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1: Un polvo saca otro polvo.
CAPÍTULO 2: Día nuevo, cadáver nuevo.
CAPÍTULO 3: Quien a hierro mata, a la
barbacoa muere.
CAPÍTULO 4: Quien mata a un cabrón,
tiene cien años de perdón.
EPÍLOGO
GUÍA DE PERSONAJES:
Reverendo Blame hijo: Narrador de la historia.
John "el loco" Stewart: Viejo minero y fundador de
Perdición.
John Strange: Enigmático forastero con un oscuro
y torturado pasado.
Suzanne Holt: Bella madame, propietaria
del único saloon y prostíbulo de Perdición.
Coronel Davenport: Excoronel del ejercito de la
unión y ahora dueño de casi todo el pueblo de Perdición.
Jonas "el tuerto" Donegan: Sheriff del pueblo, colocado
en su puesto por el Coronel Davenport.
Mike y Cordelia Jenkins: El doctor y su esposa,
dueños del almacén y el servicio de pompas fúnebres a cambio de un porcentaje
que se lleva el coronel.
Reverendo Blame: El pastor del pueblo, venido
del este.
Philips, Jackson y Rusty: Hombres del coronel
Davenport.
Betsy, Xiaomei y Corina: Prostitutas que trabajan
para Suzanne.
Lucas y Gunnar: Guardaespaldas de Suzanne.
Fenton y Jewison: ciudadanos de Perdición.
Prólogo
—¡Queridos hermanos, hoy estamos de
celebración! Hoy inauguramos la primera iglesia de Redención. ¡Demos gracias al
Señor!
—¡Aleluya! —responden todos los
feligreses presentes a coro.
—¡Aleluya! ¡Sí Señor! ¡Aleluya! —dice
el joven predicador corriendo por el altar extasiado.
—¿Sabéis que hubo un momento en que
pensé que esta ciudad no tenía remedio? Tanto yo, como mi padre, estuvimos a
punto de darla por perdida y buscar un lugar donde no imperase la ley del más fuerte, pero
entonces llegó él. No es un buen hombre, no es el más honrado, ni el más
creyente, de hecho, no creo que pase jamás por esta iglesia ni por cualquier
otra, pero los caminos de Dios son insondables.
—¡Aleluya! —Vuelven a exclamar los
parroquianos.
—Pero a pesar de todo, ha sido el
hombre que ha permitido que hoy estemos aquí participando de la gloria del
señor. Y por eso merece que hoy contemos su historia, que es la historia de
esta ciudad.
—¡Aleluya!
—¡Aleluya, hermanos! Ahora, que Dios
me perdone, porque esta no es una historia agradable. Pero estoy seguro en el
fondo de mi alma, de que si Dios permitió este milagro, también quiere que se
cuente punto por punto, tal como ocurrió, con las partes más sórdidas y también
con las más gloriosas. Y eso voy a hacer.
—¡Aleluya! —exclama una matrona negra en el fondo de la
amplia iglesia que aun huele a pintura fresca.
—¡Aleluya! —responden todos a coro.
***
AVARICIA
Hace
tan solo cinco años, este lugar solo era una estepa barrida por el viento, con
el valle del Digger al fondo aportando un poco de frescor a este arrasado
lugar.
Y allí,
John "el loco" Stewart, llegó con su pala y su batea. Había buscado oro
en todos los ríos, desde los Apalaches hasta aquí, sin encontrar jamás una sola
onza. Cuando llegó se quedó mirando a las colinas arcillosas esculpidas por los
elementos en forma de caprichosas
esculturas y algo le dijo que esta iba a ser la buena.
Claro,
que siempre se decía lo mismo, pero fuese porque realmente estaba inspirado o
porque el sol de agosto en el desierto le había recalentado la sesera, está vez
sintió que era especial, que había llegado al fin de su camino y que en aquel
riachuelo, mermado por el estío hasta ser apenas un hilo de agua, iba a
encontrar su fortuna.
Sin
montar la tienda siquiera, desmontó del
caballo, descargó la mula y cogiendo la batea se lanzó sobre el riachuelo.
No sé
si es verdad lo que dicen de que el viejo loco encontró polvo de oro en el primer intento o
es solo otro rumor sin sentido más, pero el caso es que lo encontró. Llevado por el instinto, subió rio arriba
hasta lo que hoy es Wall Creek; allí el rio hace un recodo y se ensancha.
Stewart hincó allí la pala y en un día saco varias onzas de oro en pepitas de
buen tamaño. El viejo loco por fin había tenido éxito. Era rico.
Durante
dos semanas estuvo sacando el oro de aquel agujero y cuando la mula no pudo
cargar con más, se volvió hacia Dawson City dispuesto a venderlo y hacerse
rico.
El
viejo Stewart causó sensación y suscitó
la envidia y la admiración de ciudadanos y forasteros. Gastó todo lo que había
ganado en Whisky y putas, pero dejó algo para el material con el que pensaba seguir
excavando y así volver aun con más oro que en una nueva ocasión.
Lo
que pasó en ese segundo viaje nadie lo sabrá con exactitud. La versión oficial
es que durante el viaje los indios le atacaron cuando volvía con dos mulas
cargadas hasta los topes. El coronel Davenport y su "patrulla"
ahuyentaron a los indios, le recogieron, según ellos en las últimas y lo
llevaron a Dawson donde llegó muerto.
El
coronel Davenport, o El Coronel como todo el mundo le llamaba por aquí, era una
figura controvertida. Para unos era un hombre que se dedicaba a cazar forajidos
y poner un poco de orden en el salvaje territorio de sur de Nuevo México y para
otros era el jefe de otra banda más de ladrones y asesinos.
El
caso es que fue realmente un coronel yanqui durante la guerra de secesión. Él y
sus hombres se dedicaron principalmente a realizar incursiones de represalia en
territorio confederado, robando, saqueando y violando.
El fin
de la guerra fue un duro golpe para él. Intentó continuar con la carrera
militar, pero lo que en época de guerra era una actividad sucia, pero necesaria,
ahora se había convertido en una mancha imborrable en su historial y en el de
sus hombres.
Licenciado
él y su cuadrilla, decidió hacer fortuna en las tierras fronterizas, dedicándose
a la tarea de cazarrecompensas y a matar indios y robarles todo lo que pudiese
vender o intercambiar por alcohol para sus hombres.
Sin
nadie que se atreviese a discutirlo y sin herederos que reclamasen la fortuna
que llevaba el viejo consigo, se apropió
del oro del viejo buscador y no conforme con aquella cantidad, la invirtió haciéndose
con los derechos de explotación de tres mil acres a ambos lados del río Digger.
La
idea de Davenport no era dedicarse a la minería, un trabajo duro y
desagradecido en el que la suerte era un factor tan importante como la
constancia, sino que dividió su concesión en pequeñas parcelas que vendió a una
multitud de hombres cegados por la fiebre del oro. Con el dinero que sacó,
construyó un Banco y una tienda de suministros.
A
casi seis días de marcha de la ciudad más cercana, por un terreno árido e
infestado de indios y alimañas, pocas personas dejaban de vender el oro a Davenport a un precio más barato y
comprar sus suministros bastante más caros antes que hacer el peligroso camino
y muchas menos volvían para contarlo, desapareciendo misteriosamente.
Davenport
había conseguido, sin que él o sus chicos se rompiesen una uña, la mitad de los
beneficios del trabajo de los mineros y cuando montó el saloon pasó a ser casi
el total.
En
poco tiempo, esta estepa desierta se convirtió en una ciudad de más de mil
almas, la mayoría edificada con cabañas de chapa y tiendas de campaña.
Davenport le quiso poner su nombre, pero casi desde el primer momento todo el
mundo la llamó Perdición.
LUJURIA
El
negocio de Davenport iba viento en popa, pero un día llegó Suzanne y ella tenía
también su banda, una banda de prostitutas. Suzanne era menuda y pelirroja, con
los ojos verdes la melena larga y rizada y una figura de reloj de arena que
siempre había vuelto locos a los hombres. Decían que era de Luisiana, de una
pequeña localidad cercana a Baton Rouge. Seducida por un joven mulato, fue
rechazada por su familia y se tuvo que dedicar al oficio más viejo del mundo
para ganarse la vida.
Pero
la joven, además de un cuerpo para el pecado, tenía una mente para los negocios
y una voluntad de hierro. En pocos años, antes de que el oficio acabase con su
juventud, montó su propio prostíbulo que iba moviendo de pueblo en pueblo,
siempre en zonas fronterizas. El riesgo venía compensado por la abundancia de
hombres deseosos de sexo y la justicia con la que trataba a sus putas en
comparación con los prostíbulos llevados por hombres, hizo que su negocio
floreciera.
La mujer llegó en dos caravanas cargadas con
mujeres de todos los colores, todas hermosas y dispuestas para el pecado. Lo
primero que hizo nada más llegar fue contratar a los dos hombres más grandes y
duros que pudo encontrar y comenzó el negocio en una simple carpa.
En
cuestión de días se hizo con el negocio del juego, la prostitución y la bebida.
Davenport era avaricioso, pero no era tonto. Podía cargarse un viejo que a
nadie importaba, pero si se cargaba a las únicas putas del pueblo, podía
provocar una rebelión.
El
coronel intentó contratar su propio grupo
de furcias, pero no era nada fácil encontrar mujeres en aquella zona. Las más
cercanas estaban en Dawson y ninguna salvo un par de viejas escrofulosas y sin
dientes aceptaron venir a trabajar. Además, con la ayuda desinteresada de los
mineros, Suzanne montó un bonito saloon en el extremo del pueblo más alejado de
los dominios del Coronel al que acudían la mayoría de los ciudadanos de
Perdición. Finalmente, Davenport usó su saloon como base para sus hombres y
aparentó rendirse. Pero la rendición no estaba entre sus planes. Solo decidió
cambiar de táctica y empezó a cortejar a la madame a la vez que presionaba poniéndole trabas en su negocio
siempre que podía.
Suzanne
optó por darle largas. Estaba harta de moverse de pueblo en pueblo. Aquel era
un buen lugar para establecerse definitivamente. Con tanto oro corriendo por la
ciudad había suficiente para los dos y pensó que Davenport tarde o temprano se
conformaría, pero se equivocaba. La presión era
cada vez más fuerte y llegó a su culminación cuando uno de los matones,
encargado de mantener el orden en el saloon, apareció muerto a cuchilladas.
PEREZA
¿Pero
es que no había ley en Perdición? ¿Nadie iba a proteger a la joven madame y su
negocio y a hacer justicia al guardaespaldas muerto?
Haber,
había un sheriff. Elegido por los ciudadanos de Perdición... más o menos. Jonas
"el tuerto" Donegan era un cuarentón de origen irlandés con un solo
ojo y una prominente barriga que había llegado atraído por el oro. Enseguida
había decidido que aquel trabajo no era para él y había buscado algo más
cómodo. Tras emplearlo Davenport en su
Saloon, vio en él la dejadez y la incompetencia perfectas para el puesto y
mediante sobornos y amenazas se aseguró de que consiguiese el puesto.
Así, a primera vista, el sheriff Donegan no era un
secuaz del coronel, pero Davenport podía confiar que aquel hombre; mientras
tuviese dinero para Whisky y para putas, no le crearía problemas.
Desde
el momento de su nombramiento, se empleó a fondo, sentado en una silla en el porche de su
oficina, con una jarra de Whisky al lado, se convirtió en una parte más del mobiliario
urbano de perdición. En pocos sitios como en Perdición el desgobierno había
estado mejor gobernado.
Cuando
Lucas, el guardaespaldas de Suzanne, apareció con varias puñaladas en la
espalda, en medio de un gran charco de sangre, nuestro sheriff se limitó a
arrastrar el cuerpo hasta la funeraria para que Jenkins se ocupase de él y
echar arena sobre la mancha de sangre que ocupaba parte de la polvorienta
calle.
GULA Y ENVIDIA
El
doctor Jenkins era el médico y el enterrador del pueblo y además, con la ayuda
de su mujer, se ocupaban del almacén del pueblo. Eran un pareja un tanto
peculiar, él, gordo como un globo terráqueo, siempre se le veía con una tira de
cecina o un vaso de aguardiente de cerezas en la mano. Su mujer, delgada como
un junco, se dedicaba a mirarle con reprobación mientras atendía a los
clientes.
Los
clientes la odiaban, cuando andaban cortos de dinero, ella los trataba con
condescendencia y racanería, exigiéndoles intereses altísimos por proporcionar
materiales a cuenta y cuando venía algún minero que había tenido un golpe de
suerte, lo trataba con suspicacia y una mirada de envidia que no trataba nunca
de disimular.
En
el fondo era una mujer amargada que se había casado con un médico, pensando que
iba a ser una personalidad allí donde instalasen su hogar. Para cuando se dio
cuenta de que Mike Jenkins era un glotón y un borrachín irredento era demasiado
tarde, ya estaba casada.
Aquella
mujer, además era un chismosa, disfrutaba especialmente dando malas noticias,
así que la muerte de Lucas pronto fue de dominio público en el pueblo. Atendió
a Suzanne cuando vino a reclamar el cuerpo con una fachada de respeto, aunque
en el fondo se alegraba de que aquella pecadora tuviese lo que merecía y
pensaba que era un lástima que no fuese aquel bonito vestido de seda el que
hubiesen encontrado acribillado a puñaladas en el sucio callejón.
Su
marido era, pese a sus defectos, un buen hombre. Preparó a Lucas con cuidado y
cuando Suzanne lo vio, la ayudó a pasar el trance, le aseguró que su empleado
apenas había sufrido y le ofreció el mejor funeral que en Perdición se podía
hacer a un precio razonable.
Mike
Jenkins pudo ver como corrían libremente las lágrimas por las mejillas de la
mujer más dura del pueblo. Bebió un largo trago de aguardiente y se retrasó discretamente
para que se despidiese de su empleado.
LUJURIA
Todo el mundo sabía quién era el autor de
aquel asesinato a sangre fría y por la espalda, pero también sabía que aquel
delito quedaría impune y lo único que podía hacer por su amigo era darle un
entierro digno. Estaba realmente abatida, su boca estaba contraída en un gesto
de desagrado, pero la forma en que fruncía el ceño indicaba que estaba decidida
a resistir.
Finalmente,
sacó un delicado pañuelo de seda y dijo que estaba cansada de huir. Había
elegido este pueblo como destino definitivo y sabía que siempre habría un
cabrón esperándola para amargarle la vida en el siguiente pueblo, así que el coronel
tenía dos opciones, dejarla en paz o matarla.
Jenkins
sabía que aquellas palabras quizás fueran un poco exageradas, pero sabía que
aquella mujer era inteligente, las había dicho sabiendo que su esposa estaría
escuchando al otro lado de la puerta y por unos medios u otros sus intenciones
llegarían a la oficina de Davenport.
Suzanne
le pagó generosamente y salió a aquel brillante sol de primavera sin tener ni
idea de que aquel día iba a ser el primero de una serie, llena de eventos
impredecibles, que acabarían con la transformación total de este pueblo.
SOBERBIA
La
fe es un aliado importante en un lugar como perdición, pero a veces puede
embriagarte y hacerte creer que estás por encima de los demás, creer que eres
mejor que el resto de los habitantes del pueblo y que solo por el poder de tu
fe y la justicia de tus argumentos conseguirás
el arrepentimiento del pueblo entero de
sus pecados.
Así
era mi padre, a pesar de su pequeña estatura, sus permanentes gestos
acusadores y su leve cojera era un
magnifico predicador. Sus discursos arrobaban a los feligreses de Boston y
Richmond, pero cuando enviudó y decidió mudarse al oeste, convencido de que iba
a civilizar estas salvajes tierras, pecó de soberbia. Nada de lo que había
experimentado le había preparado para lo que le esperaba en Perdición.
Yo
apenas tenía dieciséis años y ayudaba a mi padre en los oficios, preparándome
para ejercer el ministerio cuando el muriese. Ninguno de los dos pensó que
aquello fuese a ocurrir tan pronto.
De
pie, allí, ante la tumba de un pecador irredento, como calificó al hombre de Suzanne,
no ahorró epítetos a aquella ciudad de pecado y a aquellos habitantes
avariciosos y violentos. Mientras los ayudantes de Jenkins terminaban de echar
las últimas paladas de tierra, mi padre emplazó a los pocos ciudadanos
presentes a que diesen un giro de ciento ochenta grados a sus vidas y
convirtiesen aquel pueblo en una ciudad devota y temerosa de Dios.
Yo
escuchaba el sermón y observaba a Suzanne con la fascinación que solo puede
sentir un adolescente por la presencia del pecado ante sus ojos. Con miradas
fugaces recorrí el cuerpo generoso realzado por unos botines de tacón y un
apretado corsé y su cara ovalada de tez pálida y suave como la piel de un
melocotón con unas pocas pecas alrededor de la nariz pequeña y unos ojos de un
verde tan intenso que traspasaban el oscuro velo que caía del borde de su
sombrero.
La madame
observaba como el ataúd se iba cubriendo de tierra con un mirada dura y un gesto
de determinación. A esas alturas yo no sabía de qué iba todo aquello, pero ya
era lo suficientemente mayor como para
saber que aquella era una mirada que reclamaba cuentas pendientes.
IRA
Dos
días después llegó John. Nadie sabe exactamente de dónde venía. Tampoco se
sabía hacía donde se dirigía. Como casi todos los habitantes de Redención
también tenía un pasado que olvidar. Muchos decían que era un antiguo soldado
confederado y que lo había perdido todo en la guerra salvo sus revólveres,
otros decían que era un inmigrante irlandés que se había cansado de las peleas
de boxeo y había emprendido la marcha al oeste sin poder evitar que la
violencia y la muerte se desatasen a su alrededor. Hasta alguno decía que era
un bandido mexicano que huía de las autoridades mejicanas que lo buscaban por
violaciones y latrocinios varios.
Recuerdo
bien la primera vez que vi a John Strange. Nunca olvidaré aquellos ojos semicerrados por el sol del
mediodía, de mirada ruda, grises como el acero del cañón de un Colt. Era alto y
delgado, con unos hombros anchos y una cara alargada, dominada por una nariz
rota que le daba un aire pendenciero.
La
suciedad del camino y la barba de varios días, oscura y rasposa, rodeando unos
labios finos y crueles, de los que colgaba un purito a veces encendido, a veces
apagado, pero siempre colgando de la comisura de la boca, hacían patente su
desdén por las convenciones sociales.
Vestía una camisa que en algún momento, en un pasado
lejano, había sido blanca, un chaleco de cuero y unos vaqueros ceñidos por dos
cartucheras, una a cada lado de sus caderas, en las que reposaban dos Colt 45
con cachas de nácar. El único toque de color era un pañuelo rojo que tenía
atado a un cuello largo y demacrado.
Yo
llevaba un par de bolsas del almacén cuando le vi aparecer montado en su
caballo, negro como el alma de nuestra desgraciada ciudad, ambos cubiertos de
polvo hasta el punto de no saber dónde
acababa el hombre y dónde comenzaba la bestia.
A
medida que pasaba a mi lado nuestras miradas se cruzaron, me sentí escudriñado
hasta el fondo del corazón. En ese momento me convencí de que, de parte de Dios
o de Satanás, aquel hombre era un enviado de poderes sobrenaturales para acabar
con aquel poblacho inmundo.
Tras
lo que me pareció una eternidad, el hombre dirigió su vista al frente y sin
apresurarse se acercó al Saloon.
Congelado
como una estatua, con los paquetes aun en mis brazos, le observé hasta que
descabalgó y atando el caballo entró en el local de Suzanne.
Capítulo 1: Un polvo saca otro polvo
LUJURIA
El Saloon
era el edificio más grande de la ciudad, con la excepción de la mansión de
Davenport. La planta baja era rectangular y muy amplia. En uno de los laterales,
una barra de teca con apliques de latón brillaba bajo las constantes atenciones
de Suzanne. En el fondo, un escenario con una pianola a uno de los lados era utilizado por sus chicas
para hacer sus numeritos y calentar a la parroquia. El resto estaba ocupado por
mesas en las que un par de grupos de hombres se jugaban sus ganancias al póquer.
Las dos plantas superiores estaban ocupadas por habitaciones para sus chicas y
para los pocos viajeros que llegaban a este lugar dejado de la mano de Dios.
Suzanne
frotaba la barra con energía. Le ayudaba a pensar. Ahora que Lucas no estaba,
se veía obligada a atender ella misma a los pocos clientes que había a esas
horas de la tarde. El cabrón de Davenport la había jodido bien y a pesar de que
tenía suficiente poder para hacerlo en pleno día, lo había hecho por la noche y
por la espalda, dejando que la gente pensara, pero negando ser el responsable
cada vez que le preguntaban.
El
muy hijoputa, incluso se había atrevido a darle el pésame y seguir con su
extenuante labor de acoso. Sin arredrarse por sus desplantes y sus insultos, el
Coronel acudía cada día a tomar una copa al bar y a proponerle matrimonio,
dorándole la píldora y explicándole que juntos en cuatro o cinco años tendrían
suficiente para retirase a una mansión en la costa este.
Ella
sabía perfectamente que lo único que Davenport quería era hacerse con las putas
y el Saloon y encargarse de que tuviese un buen funeral después de que sufriese
un desgraciado accidente.
Lo
que necesitaba era alguien que sustituyese a Lucas. Gunnar, el sueco, era una
gran mole de carne y a la hora de deshacer peleas era un tipo muy competente,
pero pensar no era lo suyo y cuando las cosas se ponían realmente feas no era
un tipo en el que se pudiese confiar.
En
fin, de no ser por el apoyo de sus chicas y sus suplicas para que continuase al
frente del negocio, aterradas por la sola idea de que Davenport y su pandilla
de facinerosos se convirtiesen en sus chulos y lo cansada que estaba de moverse
de un lugar a otro cada poco tiempo, quizás hubiese vendido todo a un buen
precio y empezado de nuevo en un lugar donde pudiese pasar por una mujer
decente.
Volvió
a pasar la mano por la barra y aprovechó
para matar una araña que se desplazaba por la brillante madera ajena a su
mirada de odio. Soltó un juramento y sacudió con asco el trapo dejando que los
restos cayesen en el suelo.
—Alguien
tendría que limpiar esos ventanales— estaba pensando cuando las puertas del
saloon se abrieron.
—Un
Whisky —dijo el forastero entrando en el local con gesto cansado y unas
alforjas sobre el hombro por todo equipaje.
—No
sé de qué agujero sales, forastero, pero en este lugar se dice buenas tardes y uno
se quita el sombrero cuando habla con una señorita. —dijo Suzanne sacando la
botella de bourbon un poco cansada de paletos maleducados y exigentes.
—Perdón
señorita. —dijo el hombre con sorna sacándose el sombrero y sacudiéndose tres
días de polvo de su ropa con él— He sido un insensible, madame. Buenas tardes.
Un sol espléndido, señorita, ¿Verdad que sí?
—Buenas
tardes. —replicó Suzanne mirando con furia la barra cubierta de nuevo con una
gruesa capa de polvo.
—Llevo
cinco días en esa mierda de desierto.
Los indios me atacaron e hirieron de gravedad mi odre que murió desangrado rápidamente.
Necesito urgentemente un baño, una botella de Whisky y la puta mas gritona y
rolliza que encuentres, estoy harto de pasar privaciones. —dijo poniendo uno
cuantos dólares de plata ante la mujer— ¡Ah! Y que alguien se ocupe de Viejo
Cabrón, no le deis mucha avena, no le sienta muy bien.
—Toma
el whisky, —dijo Suzanne mientras llamaba a una de sus fulanas a gritos— Betsy
se encargará de lo demás, pero si tienes hambre no te la comas, hay jamón frío
en la cocina.
La
puta apareció por las escaleras que había justo enfrente de la barra. Era tan
morena como alta y la opulencia de sus carnes era realzada por un corsé tan
apretado que parecía a punto de reventar. Sus ojos grandes y oscuros, sus
labios gruesos pintados de rojo sangre al igual que sus uñas y su melena larga,
brillante y negra como el carbón, hacían que fuese una de sus chicas más solicitadas, capaz de ocuparse
incluso de tres clientes a la vez.
Suzanne
les observó mientras se alejaban. El forastero hablaba a la joven con naturalidad,
haciendo que Betsy sacase a relucir sus risitas chillonas, mientras palpaba su
trasero sin disimulo con una mano y sujetaba la botella de Whisky con la otra.
Vio los revólveres y se preguntó si aquellos brillantes instrumentos de muerte
eran solo parte de una pose o aquel desconocido sabía utilizarlos.
Un
juramento de uno de los parroquianos tras perder una mano que creía ganada, la
sacó de sus pensamientos y sacudiendo el trapo comenzó de nuevo a limpiar el polvo que el
forastero se había traído consigo.
IRA
El
viaje desde Dawson había sido una pesadilla. Aquella parte del territorio era
poco más que una estepa desértica dónde el sol del verano caía a plomo, el
viento soplaba ardiente envolviéndole a él y a su caballo en una nube de polvo
y los indios desplazados a aquel lugar inhóspito aprovechaban cualquier
oportunidad para matar robar y violar.
Afortunadamente
aquellos pobres pieles rojas famélicos no eran rival para su Winchester y bastó
con agujerear a un par de ellos para que se retirasen a una distancia razonable
mientras le vigilaban, esperando como
coyotes que un accidente les diese la oportunidad de atacar a aquel vaquero
solitario.
Afortunadamente
el incidente del odre no había sido tan grave como lo había contado y se había
vaciado solo hasta un tercio de su capacidad, lo que le había permitido llegar
a Perdición con la lengua echa un estropajo, pero en unas condiciones
razonables.
Aquel
pueblo era la letrina que en Dawson le habían anticipado. Una polvorienta calle
central flanqueada por unos pocos edificios de madera, al fondo una plaza con
una gran mansión que parecía haber sido trasladada desde el este piedra a piedra
y a su alrededor un montón de barracones, tiendas y chabolas rodeándolos sin
orden ninguno como un cáncer que amenazaba con absorber y destruir aquel remedo
de civilización.
Pero
no había venido allí para criticar el plan de urbanismo de aquel poblacho,
venía tras un hombre. Lo había perseguido por todo el continente desde Richmond,
pasando por Washington. Había estado a punto de cogerle una vez en Kentucky y
otra vez en Colorado, pero había llegado tarde por cuestión de días. Ahora, sin
embargo, el hombre que había destruido su vida se había asentado y no tenía
intenciones de seguir vagabundeando. Tenía tiempo de sobra para borrar su
asquerosa presencia de este mundo.
La
ciudad estaba desierta a aquellas horas de la tarde, solo un chico de unos
quince años, que salía del almacén, se cruzó con él e intercambiaron una larga
mirada. John vio algo más que miedo en
las dilatadas pupilas de aquel chico.
Tras unos instantes apartó la mirada y se dirigió al Saloon, unos metros más
adelante, mientras observaba aparentando desinterés la enorme casa del coronel,
al final de la calle, protegida por varios de sus esbirros que apenas se
fijaron en él.
Aquellos
ojos verdes y aquella melena pelirroja le golpearon como un mazo, despertando
recuerdos dulces y amargos, vida y muerte, amor y destrucción. Se tomó unos
segundos manteniendo la mirada oculta bajo el ala de su sombrero hasta que los
recuerdos dejaron de golpearle y la joven que estaba tras la barra le llamó la
atención.
Dos
minutos después estaba subiendo las escaleras del Saloon agarrado a Betsy con
una mano y la máquina de olvidar con la otra.
Para
ser aquel lugar el culo del mundo, había visto pocos burdeles tan limpios y putas
tan atentas y sonrientes. En cuestión de segundos la fulana le había preparado
una tina de agua humeante. Después de la travesía de aquel erial, aquello le
parecía el paraíso.
Antes
de que hiciese ningún gesto, la joven se acercó a él y le besó. Un beso suave,
limpio y fragante, de aquellos que te gusta recordar cuando estas durmiendo al
raso, en las frías noches del desierto, con la única compañía de tu caballo.
Las
manos pequeñas, de dedos gordezuelos, le retiraron el chaleco con cuidado de no
levantar demasiado polvo y continuaron desabotonando la camisa hasta llegar a
su cintura, dejando a la vista su pecho sudoroso cubierto por una rala mata de
pelo oscuro.
John
reprimió un gesto de enfado cuando la joven le quitó con habilidad sus
cartucheras y las colocó encima de una silla para a continuación acabar de
quitarle la camisa. La joven no se apresuró y acariciándole con la punta de sus
largas uñas le rodeó, observando su torso musculoso y cruzado por casi una
docena de cicatrices.
—Eres
un hombre prevenido. —dijo la joven sacando una pequeña Derringer acomodada en
la parte trasera de la cintura del pantalón vaquero.
Sin
decir nada él se sacó el enorme cuchillo de la bota y se lo dio a la puta que lo miró unos instantes con temor y
lo depositó rápidamente con el resto de las armas.
—¿Cómo
te llamas, corazón? —preguntó la mujer volviéndose de nuevo hacia él.
—Me
gusta lo de corazón, pero también puedes llamarme John —respondió él observando
el culo grande y redondo tensar la seda del vestido cuando la mujer le dio la
espalda y se agachó para sacarle las botas.
Con
un gesto, cientos de veces repetido, la mujer le agarró la bota con firmeza por
el talón mientras que él, con el otro pie, empujaba su culo para sacarla.
Repitió el divertido ejercicio, esta vez palpando el tierno culo de la puta con
su pie desnudo unos instantes más de lo necesario.
Sonriendo,
la puta se dio la vuelta y arrodillándose, le quitó los vaqueros y los
calzoncillos, sin apresurare, dándole de paso una espléndida vista de sus
enormes pechos apretados y realzados por el corsé.
Tras
tenerle totalmente desnudo, salvo por el pañuelo, la joven se apartó un poco y lo
observó unos instantes más antes de indicarle el agua caliente que le esperaba.
La líquida calidez le envolvió haciendo que todos los sufrimientos se diluyeran
con el polvo que le cubría. La puta, atenta a todo, cogió un cigarrillo, lo
encendió y se lo tendió con una nueva sonrisa antes de dejarle que disfrutase
del baño en soledad.
Dio
una calada al cigarrillo y dejó que su mente vagase mientras largas jornadas de
suciedad se iban ablandando en el agua jabonosa. Sin desearlo, su mente volvió
a los ojos color esmeralda de la madame. Había permanecido apenas un minuto en
la planta baja, pero su belleza y su presencia de ánimo ante un desconocido
armado, unido al parecido con Abigail, había conseguido impresionarlo más de lo
que le gustaría reconocerlo.
Sacudió
la cabeza y pegó un trago a la botella. Tratando de no pensar, miró a su
alrededor. La habitación era amplia, con una cama de bronce, un aparador y un
gran mueble con un enorme espejo en una de sus puertas.
Su
mente inevitablemente se volvió hacia Abigail y a su hijo Sam y con ello a su
muerte en aquella aciaga noche, en aquella absurda guerra. No quería, pero su mente se la volvió
a jugar propinándole con unas imágenes de su mujer siendo violada y asesinada
junto con su hijo por aquellos animales a quiénes había venido a matar.
Pensaba
matarlos como a perros, dejando al cabrón de Davenport para el final. Quería
que sintiese el mismo terror que había sentido su hijo de diez años al conocer
la inminencia de su muerte, quería...
—Cariño,
deberías tirar ese cigarro, te vas a quemar los labios. —dijo Betsy que volvía
con un frasco de sales y una enorme esponja.
Sin
esperar respuesta la hermosa joven se quitó el aparatoso vestido quedando únicamente
con el corsé y unas enaguas y cogió la colilla apagándola en el agua y tirándola
al suelo. A continuación vació un cuarto del frasco de sales y con la esponja comenzó
a enjabonar los hombros, el cuello y la cara del forastero mientras cantaba
suavemente.
Por
fin su mente se relajó y se dejó hacer. Sintió los dedos agitar su pelo y
masajear su cuero cabelludo y a punto estuvo de cerrar los ojos. Aquella mujer
era la gloria. Con un gesto le invitó a levantarse y siguió cantando y
enjabonando su cuerpo hasta que sus delicadas manos se posaron sobre sus
ingles.
La
furcia tiró la esponja y acarició con suavidad su polla que se endureció
inmediatamente. En ese momento se dio cuenta de que hacía varias semanas que no
estaba con una mujer. Con un movimiento apresurado, se sumergió en la tina un
instante para aclarar el jabón y aun chorreando, cogió a la mujer en brazos y
la llevó a la cama.
Pataleando
y soltando grititos de placer mientras frotaba el culo contra su erección Betsy
se dejó llevar. Con una sonrisa lujuriosa la tiró sobre la cama y le sacó las
enaguas a tirones, descubriendo un pubis cubierto por un triangulo de lustroso
vello negro. Como un naufrago sediento, se lanzó entre los generosos jamones de
la puta. El sexo cálido y perfumado de la joven hirvió bajo sus atenciones. En
pocos segundos la mujer estaba retorciéndose y respondiendo a cada beso y cada lametón
con gritos y gemidos.
Sin
darle cuartel, la agarró por el corsé y levantándola la puso de espaldas a él,
de cara al espejo del armario. Durante unos instantes acarició aquel culo gordo
y redondo. Hundió sus dedos en aquella enorme masa turgente y separó las dos
nalgas para poder penetrarla. El placer y el alivio le envolvieron cuando su
polla penetró con suavidad el lubricado coño de Betsy. Cogiendo a la joven por
la espesa melena, comenzó a penetrarla suavemente, tomándose su tiempo entre
empujón y empujón.
Con
la mano libre, fue aflojando los cordones del corsé hasta que logró deshacerse
de la incómoda prenda. Volviendo a penetrarla, acarició y magreó aquel cuerpo
generoso y amasó aquellas enormes tetas,
pellizcando los pezones mientras observaba por el reflejo del espejo las
expresiones de placer y dolor de la joven.
Retrasándose
y tirando de la mujer se sentó de la cama y la obligó a ser ella la que se
ensartase sobre su polla mientras acariciaba su cabello y su espalda. Betsy
continuó unos instantes, sin dejar de mirarse al espejo, antes de separarse con
un suspiro y darse la vuelta.
De
pie, como Dios la trajo al mundo, la zorra se
acarició los pechos y el vientre y se masturbó unos instantes antes de
empujar al hombre para que se tumbase en la cama y montarse a horcajadas. La
joven se empaló con su polla y comenzó a saltar sobre él cada vez más deprisa.
El sudor corría entre sus pechos y empapaba su cabello. Betsy jadeaba
ruidosamente, pero continuó sin descanso hasta que John no pudo más y estrujando
los pechos de la mujer eyaculó en su coño, provocando con el calor de su semen
un potente orgasmo en la hembra, o eso le pareció.
La
mujer se desplomó sobre él, jadeando y sonriendo, pero la sed del forastero no
se había apagado y volteándola se puso sobre ella. La besó con rudeza, lamiendo
y mordiendo los apetitosos labios de la mujer mientras introducía sus dedos en aquel coño rebosante
de flujos y la masturbaba con violencia.
Betsy
comenzó a gemir de nuevo y pegó un agudo chillido cuando le volvió a meter la
polla de un solo golpe. Agarrando sus pechos comenzó a follarla con fuerza
mientras le chupaba el cuello y los pezones. Pocas veces había tenido el placer
de follarse una meretriz semejante. La joven gemía y se retorcía, acariciándole
el cabello y arañándole la espalda con sus rojas uñas. Esta vez ella se corrió
primero. Su cuerpo se estremeció y la joven emitió un grito entrecortado que
duró unos segundos hasta que los relámpagos de placer cesaron.
Una
vez recuperada, la prostituta empujó a John obligándole a tumbarse boca arriba
y con una sonrisa traviesa se metió su polla en la boca.
La boca
y la lengua envolvieron su verga acariciando y chupando. John sentía su miembro
palpitar y hervir dándole la sensación de que iba a reventar de placer.
Hundiendo las manos en la melena de la joven comenzó a acompañar los movimientos
de su cabeza con su pelvis, haciendo la mamada cada vez más profunda.
La
excitación fue cada vez más intensa hasta que no se pudo contener más y
alojando su miembro en el fondo de la garganta de Betsy, eyaculó una y otra vez
hasta que sus huevos quedaron secos.
—¡Vaya
cariño!—exclamó Betsy entre toses.
¿Cuánto tiempo hacía que no estabas con una mujer? Eres todo fuego.
—En
realidad soy como los camellos, puedo pasar sin follar ni beber largos periodos
de tiempo, pero cuando llego a un oasis me doy un atracón. —respondió John
tanteando el suelo al lado de la cama y cogiendo el whisky— Ahora cariño, hazme
el favor de llevar a lavar mi ropa y mis botas y vuelve para que te eche otro
par de polvos, aun no me ha pasado la sed. —dijo dando un nuevo trago a la
botella y poniéndose el sombrero sobre la cara dispuesto a echar una siesta.
LUJURIA
El
forastero se pasó en la habitación, follando a Betsy y bebiendo Whisky, casi
veinticuatro horas seguidas. Cuando finalmente bajó por las escaleras, limpio y
afeitado, parecía otro hombre. Suzanne no pudo evitar un ramalazo de envidia al
ver la cara de satisfacción que ponía Betsy mientras bajaba las escaleras tras
él.
Inmediatamente
sintió la necesidad de exhibirse ante él y aunque era un poco pronto para el espectáculo
diario y no había demasiada gente, le
dijo a Gunnar que le sustituyese un rato tras la barra y se dirigió al
escenario con su vestido de seda verde esmeralda.
John
se cruzó con ella lanzándole una mirada fugaz y continuó en dirección a la
barra donde pidió una cerveza. Cuando se subió al escenario el hombre le daba
la espalda aparentemente concentrado en su cerveza.
Con
una sonrisa Suzanne se subió a las tablas y haciendo una señal a la pequeña
orquesta formada por un violín y la pianola, comenzó a cantar una melodía de
origen irlandés. Con satisfacción vio como el hombre se daba la vuelta y la
observaba con una mirada indescifrable. Adelantó una pierna que asomó por la
raja del vestido que le llegaba a la cadera. Los presentes silbaron y vitorearon,
observando y deseando tocar aquella pierna esbelta y pálida adornada con una
provocativa liga profusamente bordada, pero ella no les hizo caso y siguió
cantando, fijando su mirada en el forastero, intentando penetrar en su alma con
la melodía.
Cuando
terminó la canción, un coro de aplausos la obligó a apartar su mirada del
forastero y responder con una graciosa inclinación. A pesar de que todos sabían
de que su cuerpo no estaba en venta, algunos de los presentes lo intentaron, ofreciéndole
incluso una bolsa de pepitas de oro.
Suzanne
saludó a unos y rechazó amablemente las invitaciones de otros mientras se
volvía a colocar tras la barra.
—Buenas
noches, forastero. Me imagino que ha encontrado todo a su gusto, ya que no ha
salido de su habitación en más de un día.
—Ha
estado todo perfecto, muchas gracias. Y llámame John, por favor. —replicó el
forastero mirándola por fin a los ojos.
—¿Una
copa? Invita la casa.—dijo la joven sacando una botella con un liquido transparente
y dos pequeños vasos.
—¿Tequila?
Por qué no. —respondió él echándose el contenido del vaso al coleto de un trago
a la vez que la mujer.
Ambos
hicieron un mismo gesto y los ojos volvieron a contactar haciendo que Philips,
uno de los hombres de Davenport, se fijara y se acercara a la barra con un
gesto poco amigable.
—¿Y
qué te trae por aquí? —preguntó Suzanne.
—¿Eso,
que le trae por aquí, amigo? —añadió el hombre de Davenport.
—Quizás
esos ojos verdes, quién sabe...
—No
pretendo ofenderle, amigo, —dijo Philips
apoyando las manos en las cachas de sus revólveres— pero esta señorita es la
novia del coronel. Así que le sugiero que coja sus cosas y siga su camino,
amigo.
IRA
—Sí,
ya veo que está totalmente enamorada. —dijo John al ver como la madame ponía
los ojos en blanco—¿Cuándo es la boda?
—No sé
quién se cree que es, amigo, pero no le conviene enfadar al coronel Davenport.
Este pueblo y todo lo que contiene son de su propiedad.
—Ajá.
—dijo encendiendo un fósforo en la rasposa mejilla de Philips y acercando la
llama a su cigarrillo— Me doy por
enterado, ahora vete a lamerle la polla a tu jodido coronel.
—¡Puto
cabrón! Yo mismo te voy a... —dijo el hombre echando la mano a su revólver.
El
silencio se había apoderado del saloon y todos observaron como John sacaba el
Colt como un relámpago y lo apoyaba en la sien de aquel paleto, amartillando el
arma antes de que pudiese terminar de sacar el arma de su pistolera.
—Adelante,
saca un milímetro más ese hierro de su funda y esparciré tus sesos por la
barra. —siseó apretando un poco más el arma contra la cabeza de Philips.
Philips
no hizo caso e intentó sacar el arma. John, que no quería un muerto delante de
testigos, por muy favorables que fuesen, con la mano libre, le sacudió un puñetazo
en la barbilla, haciendo que golpease la barra con la cabeza y cayese en el
suelo como un saco.
Mientras
aquel rufián intentaba despejarse, John se agachó y le cogió la pistolera
dejándola sobre la barra.
—Guárdasela
hasta que se le haya pasado la mona, —le dijo a Suzanne
vaciando el revólver y la canana de balas—no quiero que se dispare en un pie
por accidente.
LUJURIA
Aquel
hombre no paraba de sorprenderla. Jamás había visto un hombre tan rápido
desenfundando. Regodeándose, observó como Philips se acariciaba la mandíbula
dolorida e intentaba incorporarse con las piernas aun temblorosas. El forastero
no le dedicó ni una mirada siquiera mientras el hombre de Davenport salía del
local tambaleándose, humillado ante toda la parroquia.
John
le pidió un whisky poniendo un par de monedas sobre el mostrador y cogió el
vaso indiferente ante el suceso que acaba de ocurrir y a la atención que había
suscitado.
—A
esta ronda estas invitado, forastero. —dijo ella— Hacia tiempo que no veía
salir a un hombre del coronel con el rabo entre las piernas.
—Cuando
un perro sarnoso me gruñe lo pateo. —dijo encogiéndose de hombros y sirviéndose
un nuevo trago.
—La
verdad es que hace poco me ha quedado un puesto de vigilante vacante, ya sabes,
ayudar a Gunnar a deshacer peleas, proteger a las chicas y atender de vez en
cuando la barra. He pensado que si decides quedarte, podrías trabajar para mí.
—Cama,
Whisky y una furcia cuando me apetezca... —dijo John mirando lujurioso el fino
cuello y el pálido busto que asomaba por el escote de Suzanne— ... y diez dólares
a la semana.
Aquel
tipo no era barato y por la cara que había puesto Betsy, sabía que habría
revuelo en el prostíbulo, pero no tenía elección, necesitaba a alguien que la
ayudase a contrarrestar el poder de Davenport y estaba convencida de que no encontraría
a nadie mejor en cientos de millas a la redonda.
—Está
bien, —refunfuñó ella alargando la mano— trato hecho.
John
le agarró la mano con suavidad, el contacto fue electrizante, ambos sintieron
como los pelos de sus brazos se erizaban y se miraron de nuevo a los ojos. Se
le pasó por la cabeza mantenerle agarrado y llevarle a su habitación, pero no
parecía una actitud ni inteligente ni
profesional. John pareció sentir lo mismo porque dejó de sonreír como si
acabara de evocar una serie de tristes recuerdos.
Cuando
apartó la mano, agarró la botella de Whisky y cogiendo una silla se sentó en un
rincón desde el que podía vigilar la totalidad del local con aquellos
inquietantes ojos grises.
El
resto de la noche transcurrió con tranquilidad, los parroquianos, testigos del
suceso con Philips, se comportaron anormalmente bien y no hubo problemas, ni en
la barra ni en las habitaciones. John se dedicó a observar sentado, quieto como
una estatua, solo interrumpiendo su inmovilidad para tomar un trago de la botella
de bourbon.
Cuando
el último cliente abandonó el saloon, ayudó a recoger las mesas y colocar los
taburetes sobre la barra para que un par de criadas negras limpiasen en el
suelo y con una inclinación de sombrero se retiró a su habitación.
Capítulo 2: Día nuevo, cadáver nuevo
IRA
El
día amaneció tan espléndido como podía esperar. El sol brillaba con fuerza,
colándose entre las rendijas de los postigos e iluminando la habitación con su
fulgor. Betsy ronroneaba a su lado y apretaba su cuerpo desnudo contra él,
tratando de incitarle para que la follara, pero tenía cosas que hacer, así que
la despidió con dos sonoros cachetes.
La
puta salió corriendo de la habitación indignada y con las manos de John
dolorosamente marcadas en sus nalgas.
Tras
desayunar unas gachas que le sirvió Big Mama, la cocinera, lo primero que hizo
fue visitar a Viejo Cabrón y asegurarse de que todo estaba en orden. Satisfecho
tras ver al caballo bien almohazado se dirigió al almacén.
La
tienda estaba más limpia y ordenaba de lo que esperaba, con sacos de harina y víveres
a un lado, las herramientas en el frente y las armas y el licor detrás del
mostrador. La mujer que le miraba con desconfianza desde el mostrador debía
tener unos cincuenta años, llevaba el pelo gris en un apretado moño y estaba seca como un sarmiento. Sus ojos, aumentados
por unas gafas metálicas y su nariz larga y puntiaguda le recordaron a un ave
rapaz.
—Buenos,
días. ¿Qué desea? —preguntó la mujer con una mirada escrutadora.
—Necesito
dos cajas de munición del cuarenta y cinco y una caja de cigarrillos,
—respondió él mientras observaba a su alrededor con aire desenvuelto.
La
corneja posó su pedido sobre el mostrador mientras él ponía unas monedas sobre
la pulida madera. La mujer sacó un lápiz de detrás de su oreja y comenzó a
hacer la cuenta sobre un papel de estraza cuando un tipo grande como un armario
ropero entró ruidosamente en el almacén.
—Hola
Cordelia —saludó el hombre cogiendo una manzana del un barril y dándole un
mordisco— ¿Cómo va el negocio, vieja harpía?
La
mujer le miró con inquina, pero no dijo nada. John siguió a lo suyo ignorándolo
a pesar de que el hombre tenía fija su mirada en él.
—¿Qué
quieres, Rusty? —le preguntó la mujer con voz agria.
—Oh,
nada. En realidad venía por el forastero. —respondió el hombre señalándole con
el corazón de la manzana.
—¿Por
mí? —preguntó John inocentemente, fingiendo que no sabía que el tipo era uno de
los hombres de Davenport.
—Sí,
por usted. Si no tiene inconveniente, me gustaría que me acompañase a ver al
coronel.
—¿Y
si lo tengo?
—Tendría
que llevarle a rastras y eso no le gustaría ni a usted ni a mí. Seamos educados
y no hagamos de esto un drama.
John
asintió y recogiendo su paquete y la vuelta, se acercó a Rusty, dándole a
entender que no le iba a dar problemas.
—¡Eh!
¡Que son veinte centavos por la manzana! —dijo la mujer indignada.
Rusty
le lanzó una moneda y se dio la vuelta precediendo a John camino del despacho
de Davenport.
ENVIDIA
La
mujer recogió la moneda al vuelo y la metió en el cajón refunfuñando. Estaba
harta de aquellos bárbaros pretenciosos que se paseaban por el pueblo como si
fuese suyo. Observó alejarse al forastero, preguntándose para qué demonios
querría tanta munición y por qué había llamado la atención del coronel tan
pronto.
Su
fino olfato le dijo que aquello solo podía significar problemas. Esperaba que
aquello no le afectase, bastante tenía con ocuparse de la tienda, atender a
gorrones y loros presuntuosos que se paseaban con enormes pepitas de oro que
vendían a Davenport y cuyo beneficios gastaban en alcohol y mujeres antes de
acordarse que le debían dinero. Y Mike se obstinaba en atender a todo el mundo,
tuviese dinero o no.
Ella
no merecía aquello, merecía vivir en una bonita casa, que diablos, en un casa
enorme, como la de Davenport, con un par de sirvientes negros con librea. Dios
no era justo, le daba todo a prostitutas y forajidos y a las personas como ella,
trabajadoras y devotas, solo le enviaba más trabajos.
—Hola
Marge. —saludó a la mujer que entraba en ese momento en su establecimiento.
—Buenos
días, querida. ¿Qué tal?
—Bien,
bien. El maldito lumbago parece que ya está pasando.
—He
visto salir al forastero... —dijo la mujer mientras cogía un cepillo y probaba
las cerdas antes de darse por satisfecha y ponerlo sobre el mostrador.
—¡Oh!
Sí. No tiene un aspecto tranquilizador, unos ojos grises que parece que te
atraviesan como cuchillos y ha comprado munición suficiente para matar a todos
los habitantes de esta ciudad dos veces... —dijo Cordelia bajando la voz y
dándole un tono conspiratorio.
—¿No
sabes lo que pasó anoche? —dijo su vecina reventando por contarle las últimas
noticias del pueblo— Freddy me dijo que esa furcia del saloon lo ha empleado y
Philips ya tuvo un encontronazo con él del que no salió muy bien parado...
IRA
La
mansión de Davenport parecía el palacio de un gobernador en pequeño con dos
columnas de estilo griego aguantando el espacioso porche de la entrada. Rusty subió
la escalinata y entró por la puerta vigilada por dos hombres armados hasta los
dientes.
El
interior era fresco y luminoso. Los muebles eran de caoba de la mejor calidad y
eran constantemente bruñidos por un ejército de sirvientes. Fue precisamente
uno de ellos, vestido con una impecable librea, el que tomó el relevo a Rusty,
después de que este le desarmara y lo llevó por un largo pasillo hasta el
despacho de Davenport.
El
hombre le estaba esperando, sentado tras un pesado escritorio digno de un rey.
Davenport se levantó, debía medir casi uno noventa, era calvo y lucia un
abundante mostacho un poco pasado de moda, que evidentemente cuidaba con
solicitud. Vestía un traje hecho a medida y del bolsillo de su chaleco emergía
una gruesa leontina de oro.
—Buenos
días. —dijo fijando sus ojos pequeños y oscuros en John— Me complace que haya
aceptado mi invitación. ¿Un coñac?
—Por
supuesto —respondió sentándose tranquilamente y encendiendo un cigarrillo.
—Tengo
entendido que ha tenido un encontronazo con uno de mis hombres. —empezó el
hombre alargándole una copa y sentándose.
—Bueno,
me temo que hubo una pequeña confusión. Espero que su hombre no saliera
malparado.
—Nada
grave. Aun le bailan un par de dientes, pero sobrevivirá. Philips tiende ser un
poco vehemente al defender lo que cree que son mis intereses y a veces se pasa.
—dijo Davenport con tono melifluo— Espero que lo perdones.
—Respecto
a mí no hay nada que perdonar. —respondió John saboreando el añejo licor.
—Perfecto,
veo que es un hombre razonable. Lo que me lleva a hacerle una pregunta si me lo
permite.
—Adelante,
dispare.
—A
pesar de que Philips es un idiota, es difícil sorprenderle y por lo que e oído
se manejó brillantemente sin tener que derramar una gota de sangre. Eso es una
cualidad que raramente se ve por estos lares. Si piensa quedarse una temporada
en este lugar, me gustaría que valorase trabajar para mí. Siempre estoy
necesitado de hombres resueltos e inteligentes que protejan mis intereses...
—Lo
siento mucho, señor Davenport, pero ya estoy contratado. La señorita Suzanne tenía
una vacante y he aceptado el puesto.
—Oh,
bueno, no se preocupe, yo lo arreglaré con ella. Además yo le pagaré el doble y
no tendrá que acostarse tan tarde por la noche. —dijo con una sonrisa cómplice.
—Muchas
gracias, coronel. No crea que no estimo su oferta, pero la verdad es que me encuentro
bastante bien en el saloon y además la dueña me paga en especie... ya me
entiende y una puta nueva cada noche libre de gastos es una oferta difícil de
rechazar. —replicó John apurando la copa y levantándose— Ahora, si no desea
nada más, tengo algunos recados que hacer.
—Desde
luego, —dijo Davenport levantándose y estrechándole la mano— De todas maneras piénselo,
la oferta sigue en pie.
John
se despidió y salió del despacho mientras el hombre que dejaba a sus espaldas
sopesaba si aquel forastero era solo un gilipollas más o una amenaza real.
Acompañado
por el sirviente, John aprovechó para escudriñar cada rincón de la mansión determinado
los mejores lugares para cubrirse y la cantidad de hombres dedicados a la protección
personal de Davenport.
Cuando
salió, el calor del mediodía le asaltó con fuerza haciendo que se pusiese
inmediatamente a sudar. Deseaba volver al saloon y comer algo antes de echar
una larga siesta, pero antes tenía alguna cosa que hacer.
Aparentando
vagabundear por la ciudad, se dedicó a examinar la mansión por todos los ángulos,
observando con atención los hombres que vigilaban desde la azotea provistos de
los mejores rifles que el dinero podía pagar.
A
continuación, se dirigió al cuartel de los hombres del coronel. Estaba un poco
alejado y no tenía visión directa de la entrada de la mansión ya que en un
principio había sido proyectado para ser un saloon y por lo tanto Davenport no
lo quería demasiado cerca. Eso era una importante ventaja.
La otra
era que allí lo hombres del coronel se emborrachaban y no hacían mucho por
protegerse, incluso llegó a entrar un momento en el edificio haciéndose el despistado
sin que nadie le llamase la atención.
Tras
echar un rápido vistazo, se disculpó y se dirigió de nuevo al saloon. La mañana
había sido más fructífera de los esperado.
—Hola,
señor Strange. ¿Qué tal lo has pasado?—saludó Suzanne mientras comía al otro
lado de la barra— ¿A que es un bonito pueblo?
—Yo
no diría bonito. —respondía John encendiendo un cigarrillo y pidiendo a la
cocinera otro bocadillo para él— Interesante más bien, y también lo son sus
gentes. Incluso he recibido una suculenta oferta de trabajo.
Suzanne
interrumpió la improvisada comida solo un instante, lo suficiente para que John
se diese cuenta y sonriese con ironía.
—No
hace falta que te pregunte, ya se la respuesta. Ese hijo puta nunca se cansa de
hacerme la puñeta. ¿Vienes a hacer las maletas?
— ¿En
tan poco estimas mi palabra? —respondió aparentando estar ofendido— Para que
los sepas, tengo mi corazoncito. Yo soy un tipo muy identificado con esta
empresa...
John
apartó la mirada de su bocadillo de ternera y miró a su jefa a los ojos
largamente antes de deslizarlos por su cuello y fijarlos en el escote y en el
profundo canalillo que separaba sus pechos.
—...Siempre
que se me pague puntualmente todas las noches. —continuó fijando de nuevo en
ella unos ojos hambrientos capaces de hacer estremecer a la hija de un
predicador— Por cierto, si no tienes inconveniente, mándame a esa chinita de
ojos grandes y gesto hosco cuando haya terminado esta noche, hoy tengo menos
hambre.
—Betsy
se va a enfadar. —dijo Suzanne sintiendo que ella también lo estaba.
—No
te preocupes. —dijo el forastero terminando el bocadillo y calándose el
sombrero antes de darse la vuelta y dirigirse a su habitación— Es una puta, lo
entenderá.
AVARICIA
Aquel
hombre era un enigma y al coronel no le gustaban los enigmas. Le gustaba
tenerlo todo controlado. Si había sorpresas estas tenían una posibilidad de ser
desagradables y le daba en la nariz que en esta ocasión solo podía significar
problemas.
El
destino le había tratado con ironía; si no se hubiese cargado a Lucas, aquel
hombre no hubiese llamado la atención de Suzanne y ahora no estaría devanándose
los sesos.
Lo
que menos le gustaba de aquel tipo era lo poco impresionado que se había
mostrado en su presencia. Parecía que todo le diese igual, aquellos ojos fríos
y grises ni se inmutaron cuando le ofreció el trabajo, a aquel hombre no le
movía la avaricia, y cualquier persona que no tuviese precio era un peligro
potencial.
El
ritual de preparar el tabaco para disfrutarlo le tranquilizaba. Abrió la caja y
sacó un habano, esos malditos cubanos eran unos vagos, pero sabían hacer los
puros como nadie. Aspiró el exótico aroma del cigarro, anticipando el sabor y
el efecto tranquilizador de la droga en su mente. Cortó un extremo con la
guillotina y lo acercó a sus labios, lo chupó con suavidad antes de encender
una cerilla y acercar la llama al otro extremo.
Acarició
la punta del habano con la llama, sin apresurarse, dejando que se calentase
antes de encenderse. Finalmente, una pequeña llama salió del extremo del
cigarro y el humo intenso y aromático se extendió por la habitación.
Con
una primera bocanada, el puro se encendió completamente y el humo penetró hasta
el fondo de sus pulmones. Davenport lo apartó y lo observó mientras contenía la
respiración sintiendo como el efecto ligeramente sedante de la nicotina hacia
que todas sus preocupaciones resultasen menos acuciantes. En ese momento alguien
llamó suavemente a la puerta de su despacho.
—Adelante,
Philips, entra.
—Hola,
jefe. —dijo el hombre quedándose en pie agarrando nerviosamente su sombrero.
Philips
se sentó a una indicación de Davenport y le relató una vez más todo lo ocurrido
la tarde anterior en el saloon. Tras cada frase, miraba alternativamente la
aromática columna de humo y la caja donde sabía que su jefe guardaba los
cigarros.
—Me
has fallado. —dijo Davenport con seriedad antes de que hubiese completado su
relato.
—Lo
sé, señor y no sabe cuánto lo siento, señor. Aquel hombre me sorprendió, pero
no lo hará de nuevo...
—Estoy
seguro, por eso quiero que le vigiles y seas tú el que lo sorprenda esta vez.
No me gusta ese hombre y lo quiero muerto lo antes posible. No me importa cómo.
Prefiero que lo hagas sin testigos como hicisteis con Lucas, pero si no tienes
la ocasión hazlo a plena luz del día, incluso con esa zorra presente, no me
importa mientras esté muerto antes de dos días.
El
hombre asintió con frialdad a pesar de saber que no deseaba volver a
enfrentarse al forastero. Si de algo se preciaba era de conocer a todos sus
hombres y apreciaba especialmente a Philips porque, a pesar de sus estupideces,
sabía que haría cualquier cosa por él y por cumplir con sus instrucciones.
—Llévate
contigo a Jackson, ya sé que te puedes manejar tú solo, pero un poco de ayuda
nunca está de más. —dijo el coronel observando el gesto de alivio de su hombre.
—De
acuerdo, jefe, como usted ordene. Delo por hecho.—repuso Philips con gesto
adusto.
—Ah
y dile a los chicos que si quieren ir a ese burdel a echar un buen polvo pueden
hacerlo, pero no quiero que armen ningún escándalo, no quiero tener a esa gente
sobre aviso.
Con
un guiño cogió un par de habanos y se los lanzó antes de despedirlo. El hombre
los aceptó agradecido y se fue cerrando la puerta con delicadeza.
Davenport
dio otra calada y lo observó salir entre la niebla de su propio humo, deseando
que librarse del forastero fuese tan fácil como su hombre le había prometido.
LUJURIA
Tras
una larga siesta, John había vuelto a bajar para ocupar su puesto de nuevo.
Aquel hombre cada vez la confundía más. Desde la barra le observaba allí
sentado al fondo del local con la silla recostada contra la pared, el
cigarrillo colgando de la comisura de la boca, la botella de whisky a mano y
las botas apoyadas en la mesa, sin hacer un solo movimiento, como si se tratase
de una parte más del mobiliario.
¿Cómo
aquel hombre, aparentemente tan estático e inexpresivo, podía haberla excitado
de aquella manera tan solo con una mirada? ¿Habría sentido él lo mismo al
mirarla? ¿Por qué había elegido a Xiaomei, la puta que menos se parecía a ella?
Por
otra parte, Betsy ya había hablado de sus noches locas con aquel hombre y todas
las putas estaban emocionadas y ansiosas por cabalgar al semental menos Xiaomei,
que se mantenía tan indiferente como siempre.
La
entrada de Davenport vistiendo como siempre su impecable traje blanco le sacó
de sus pensamientos.
—Buenas
tardes, querida.
—Hola,
coronel. ¿Un bourbon? —preguntó ella sacando la botella y un vaso con gesto
serio.
—Gracias,
Suzanne —dijo el hombre aceptando el vaso que la mujer le tendía— ¿No bebes
conmigo?
—Sabes
de sobra que solo lo hago con mis amigos.
—Veo
que ya tienes sustituto para Lucas. —dijo el coronel acodándose en la barra y
echando al forastero una mirada fugaz, que no dio muestras de darse por
enterado.
—Sí
y tengo entendido que ya has charlado un rato con él.
—En
efecto, parece un hombre de talento, intenté contratarlo, pero parece que eso
de dos tetas tiran más que dos carretas, en este caso, es cierto.
La
joven sonrió, pero no dijo nada.
—Pero
no te confundas. —intervino Davenport ligeramente irritado por la actitud de la
mujer— Si yo decido hacer desaparecer este garito, ni el mismo diablo, y menos
ese vagabundo podrán impedirlo. Créeme si te digo que lo que más te conviene es
asociarte conmigo. Juntos, este apestoso lugar pronto quedará a nuestras
espaldas.
Suzanne
no dijo nada, su mirada fría y cortante era suficiente respuesta. El coronel
apuró su copa y tras invitar a una ronda a los parroquianos presentes, se
despidió disculpándose por no poder quedarse a ver el espectáculo del día.
Suzanne
lo vio alejarse ahogando un suspiro de alivio. Inmediatamente miró a John que
permanecía en la misma postura, la única señal de que continuaba con vida era
el regular avivamiento de las brasas de su cigarro.
IRA
Aquella
noche había sido inusualmente tranquila. Habían acudido algunos hombres de
Davenport, fácilmente reconocibles por sus gabanes de vago aire militar, pero
su comportamiento había sido exquisito, ni siquiera se habían atrevido a tocar
el culo a las chicas cuando se acercaban a servirles los tragos durante la
actuación y eso le hizo pensar que algo estaba tramando aquel viejo cabrón.
Desde
su sitio, con el Stetson echado ligeramente hacia adelante, fingía dormir, pero
estudiaba a todos sus adversarios, quién se sobresaltaba con un ruido brusco,
quién cojeaba o bebía más de la cuenta, todo lo que podía resultar una ventaja
para él.
A
eso de las dos de la madrugada, llegó el sheriff. No le impresionó demasiado,
desde su silla oyó los chistes sobre la proverbial pereza del único agente de
orden público de la ciudad, algunos incluso llegaron a insinuar entre risas que
cuando se llevaba una puta arriba solamente se tumbaba en la cama y hacia que
la chica de turno se la mamase.
Ajeno
a los chascarrillos, el hombre se paseó por el local saludando a unos y a
otros, parándose y charlando un poco más
con los hombres de Davenport mientras se tocaba el parche de su ojo
izquierdo de vez en cuando. Finalmente hizo una señal a una de las furcias y subió
con ella al primer piso. Cuando volvió sonreía satisfecho mientras el resto de
la parroquia se daba codazos y ocultaban como podían las carcajadas.
A
eso de las tres de la mañana el último cliente, medio andando, medio a rastras
abandonó el local.
Se
estiró, bostezó, inclinó su sombrero hacia Suzanne y subió las escaleras. La madame
hizo una señal a Xiaomei que siguió al forastero con un bufido mientras el
resto de las prostitutas le lanzaban miradas de envidia mal disimuladas.
—Está
bien folastelo, acabemos cuanto antes.
Xiaomei
era una mujer china de edad indefinible entre los diecinueve y los cuarenta
años. Era pequeña, no debía pasar de uno cincuenta y tenía un cuerpo esbelto
con unos pechos pequeños y redondos y un culo respingón.
Su
cara era redonda, de ojos grandes, oscuros y rasgados y nariz fina y pequeña.
Su boca era pequeña y tenía los labios gruesos pintados de un rojo brillante.
La mujer le miró con gesto hosco y se quedó quieta con su vestido largo y
entallado de seda oscura y cerrado con unos botones plateados en el hombro izquierdo.
John
se sentó en la cama y observó la larga y gruesa trenza de la oriental que le
llegaba más allá del culo. La mujer se inclinó ligeramente en muestra de
respeto y se desabotonó el cierre del vestido quedando totalmente desnuda
frente a él.
Tenía
el cuerpo moreno con unos pechos pequeños de pezones diminutos y ni un solo
pelo en el cuerpo. John estaba acostumbrado a ver como algunas de las mujeres
con las que había tenido relaciones se afeitaran los pelos de las piernas o se los
aclararan con agua de camomila, pero nunca había visto un sexo totalmente libre
de pelos. La piel suave del pubis y el sexo de la joven eran una irresistible
tentación al pecado.
—¿Le
gusta lo que ve, mi señol?
—Desde
luego —respondió John con un silbido de aprecio.
—Entonces,
¿Podemos empezal de una vez? me gustalia acostalme antes de que amaneciese.
—replicó ella sin mutar su rostro.
—Para
empezar, deja ese rollo del acento, sé que todos los chinos habláis nuestro
idioma correctamente y hacéis eso solo para irritarnos y créeme, solo parecéis
más estúpidos.
—Vale
forastero, no fingiré que no sé pronunciar las erres, pero tampoco pienso
fingir que follarme un paleto salido de la nada me va encantar.
John
se levantó y se acercó a ella obligándola a estirar el cuello para poder seguir
mirándole a los ojos. La chica intentó retrasarse un par de pasos para no tener
que aguantar la incómoda postura, pero John avanzó a su vez evitándolo.
Con
un movimiento rápido, la cogió por las axilas y la puso a su altura, besándola
con violencia. La mujer cerró los ojos y se resistió, pero la lengua del
forastero fue implacable penetrando en su boca profundamente e impregnándose con
su intenso aroma a jengibre.
La
joven se rindió y agarrándose con sus esbeltas piernas a la cintura de John le
devolvió el besó fría y profesionalmente. El hombre apartó las manos de las axilas
de la prostituta y acarició y palpó su cuerpo con suavidad mientras se acercaba
de nuevo al lecho.
Con
un movimiento rápido se separó de la china y la lanzó con violencia, haciendo
que rebotara en el colchón. La puta quedó allí tumbada, mirándole con desprecio
mientras se quedaba con las piernas abiertas mostrándole su sexo abierto.
John
lo acarició unos instantes antes de lanzarse sobre él y envolverlo con su boca.
El movimiento fue tan repentino y placentero que la mujer no pudo evitar
doblarse en torno a la cabeza de John a la vez que soltaba un largo gemido.
Ignorando
los tirones de pelo de Xiaomei, siguió chupando acariciando y mordisqueando,
observando como aquella vulva se coloreaba ligeramente y se hinchaba poco a
poco abriéndose como una flor.
La
mujer, con los ojos cerrados, se retorció y gritó, sintiendo como el placer
recorría su cuerpo como hacía tiempo que no recordaba.
Sin
darle tregua, comenzó a desplazar su boca por su vientre, en dirección a sus
pechos. Se metió uno de ellos entero en la boca, chupando con fuerza mientras
con su lengua jugaba con el diminuto pezón. La mujer cerró los ojos y emitió un
gemido ahogado, apenas poco más que un suspiro.
Finalmente
sus caras quedaron a la misma altura. John le acarició la mejilla con suavidad
y la miró haciendo que la mujer temblase con una mezcla de temor y deseo. Él
rozó la entrada de su sexo con la punta de su glande provocándole un nuevo
gemido.
Rodeando
la cabeza de la prostituta con sus brazos, le dio un beso largo, lento y
profundo mientras pegaba su cuerpo contra el de la joven.
Xiaomei
cogió el miembro con sus diminutas manos y sin esperar más, lo dirigió a la
entrada de su coño. Esta vez el quejido fue audible cuando el respetable miembro
entró en el estrecho canal y presionó
sin piedad hasta llegar al fondo.
La
prostituta hundió los dedos en sus espalda y sus pies se crisparon mientras sus
ojos se achicaban y se mordía los labios en un gesto indescifrable.
John
se separó y se dejó caer dentro del coño obligando a la mujer a recurrir a toda
su fuerza de voluntad para no gritar de placer.
Todo
lo que tenía Betsy de voluptuoso y extravagante lo tenía Xiaomei de adusto y
controlado. John notaba que sus empujones le producían una mezcla de placer y
disgusto al sentirse a merced de un desconocido.
Agarrándole
la cabeza para obligarla a mirarlo a los ojos, le dio una serie de brutales y
rápidos empujones que terminaron en un monumental orgasmo de la puta. Con un
grito agudo todo su cuerpo se paralizó recorrido por oleadas de placer mientras
John la agarraba por las caderas y la follaba sin tregua.
Tras
unos segundos la mujer recuperó el dominio de su cuerpo y con una expresión que
a él le pareció de turbación o vergüenza se separó y se disculpó por haberse
corrido antes que él.
Xiaomei
le indicó que se tumbara boca arriba y se sentó sobre él, impregnándole el
pubis con los jugos de su orgasmo. Con un largo suspiro se metió la polla de John y comenzó a mecerse lentamente mientras
jugueteaba con su trenza con aire ausente. Alternando los movimientos de vaivén
con movimientos circulares, fue llevando a John al borde del orgasmo y en ese
momento se paraba para empezar de nuevo un poco después, así una y otra vez poniendo
a John al borde de la locura.
Satisfecha,
la mujer observó cómo era él ahora el que perdía el control y levantándola como
si fuese una pluma la puso a cuatro patas y la penetró con violencia. La joven
gimió y sus miembros temblaron ante el desafió de soportar el peso de aquel
hombre que resoplaba y sudaba encima de ella, empujando en su coño con fuerza y
provocándole un intenso placer.
John
cogió la trenza de Xiaomei y rodeando su delicado cuello con ella se irguió y
tiro de ella redoblando la intensidad de sus embates.
La
prostituta sintió como el aire llegaba con dificultad, el miedo y la falta de
oxígeno hicieron que su placer se intensificara haciendo que todo su cuerpo burbujeara
justo en el momento en que con un último y violentísimo empujón el forastero se
corría en ella. El calor del semen fue el último estimulo que hizo que todo su
cuerpo volviese a estremecerse arrasado por un segundo orgasmo.
La
joven se estremeció y pugnó inútilmente por ahogar un largo grito de placer
mientras él se descargaba una y otra vez.
Se
tumbaron exhaustos. John observó como la mujer jadeaba y luchaba por volver a
recobrar el control y encendió un cigarrillo, acercándose a la ventana. Allí
fuera, intentando pasar desapercibido en las sombras, alguien le vigilaba. Las
brasas de un puro le habían delatado. Se giró. La mujer le hizo un signo para
que volviese a la cama. Se tumbó a su lado y dejó que Xiaomei le rodeara con
sus brazos mientras él daba largas caladas al cigarrillo.
Aquel
polvo, unido a la larga jornada aguantando a hombres rudos y sedientos de sexo,
habían terminado por extenuarla y en poco minutos la joven dormía
profundamente.
Con
delicadeza, apartó a la mujer y se vistió en silencio. Cogió los Colt y el
enorme cuchillo Bowie y se dirigió a las cocinas. En el fondo de la estancia
había una ventana que daba a la parte trasera del edificio y que estaba a poco
más de metro y medio del suelo.
Rodeó
el edificio y tras apagar su cigarrillo echó un largo vistazo. En un par de
minutos descubrió a otro hombre en el porche del edificio que había a su
izquierda. Evaluando rápidamente la situación, decidió que debía ser el del
otro lado de la calle el que debía morir primero.
Dio
un largo rodeo para moverse fuera de la vista de los desconocidos y se acercó por
detrás al lugar dónde había descubierto al primer hombre. No había duda, por su
altura y la forma que tenía de apoyarse en la pared mientras esperaba, solo
podía ser Philips.
En
total silencio se acercó con el enorme cuchillo y agarrándole por los hombros
le dio tres rápidas cuchilladas en el corazón, tal como había aprendido en el
ejército de aquel instructor francés.
El
hombre soltó un largo estertor que alertó a su cómplice. El compañero se acercó
corriendo. Con el arma preparada, intentó escudriñar las sombras, pero cuando
estaba a menos de diez metros John cogió el cuchillo por la punta y se lo lanzó
clavándolo hasta la empuñadura en el ojo izquierdo de Jackson y matándolo en el
acto.
Mirando
a ambos lados cautelosamente arrastró el cuerpo del segundo hombre a la
oscuridad y tras dejarlo apilado sobre el de Philips, sacó la hoja del cuchillo
del ojo de Jackson y le volvió a apuñalar un par de veces antes de limpiar la
sangre y los restos de tejido cerebral en la camisa de franela de la víctima.
Tras
asegurarse de que los cadáveres estaban ocultos en las sombras volvió a dar un
rodeo antes de entrar de nuevo en el saloon. Cuando se metió de nuevo en la
cama, la prostituta seguía durmiendo tranquilamente, ajena a todo lo ocurrido.
Capitulo 3: Quien a hierro mata a la
barbacoa muere.
PEREZA
Aquella
mañana hubiese preferido no levantarse. No todos los días aparecían dos
esbirros de Davenport cosidos a puñaladas en la calle. Apenas había tenido
tiempo de comerse unas gachas cuando Davenport apareció en su oficina hecho una
furia.
—¡Levanta
de ahí ese perezoso culo que tienes y haz algo! —exclamó el coronel— Acaban de
matar a dos de mis hombres y tu cebándote como un cerdo.
—La
última vez que me encontré con un fiambre en similares condiciones, creo que me
dijiste que ese tipo de casos no me incumbían y que me dedicase a comer y
fornicar que era lo mío. —respondió el sheriff sin dejar de masticar.
—Sabes
perfectamente a que me refería, hijo de perra, ahora es distinto. —replicó Davenport
dando un puñetazo en la mesa—Mandé a esos hombres para que se encargaran del
forastero y esta mañana han aparecido muertos. Quiero que lo detengas y lo cuelgues
del árbol más alto que encuentres.
—No
nos engañemos, coronel. —respondió el sheriff tocándose nerviosamente el parche
que tapaba su ojo—Cuando hiciste que me nombraran sheriff de este cochino lugar
lo hiciste para que me ocupase de las peleas de borrachos y los robaperas,
ahora no pretendas que me juegue el pellejo...
—Yo
fui el hombre que te ha puesto en esa silla y yo te puedo quitar cuando quiera.
—le interrumpió el coronel.
—No
lo dudo. ¿Y a continuación qué harías? Sabes perfectamente que no hay nadie en
este lugar que quisiese mi puesto en estas circunstancias. —dijo el sheriff limpiándose
el mostacho con la manga de la camisa— No voy a detener a nade, sin embargo iré
allí, echare un vistazo y le haré unas cuantas preguntas al forastero.
Davenport
le miró, pero no dijo nada. Podía sentir como la ira y el deseo de venganza
ardían en el corazón de aquel despiadado hombre. Donegan sabía que su margen de
maniobra era estrecho, no debía ofender a su amo, pero tampoco estaba dispuesto
a enfrentarse a un tipo tan peligroso como Strange. Le habían contado la paliza
que le había dado a Philips sin despeinarse y sabía que no tenía ninguna
oportunidad contra él.
—Coronel,
sabe de sobra que si ese tipo es el asesino, no se dejará detener así como
así. Sin embargo si descubro pruebas o
testimonios fiables de que él acabó con ellos sin darles oportunidad a
defenderse, nombraré ayudantes a los dieciocho hombres que te quedan y les
dejaré matar a ese tipo como un perro amparados por la ley.
—¡Te
basta con mi palabra! —exclamó Davenport
cada vez más soliviantado— ¡Mi palabra en este pueblo es la ley!
—Esto
es todo lo que estoy dispuesto a hacer,
—dijo el sheriff levantándose y dirigiéndose a la puerta— ahora si me
permite, coronel, he de trabajar, tengo entendido que se ha cometido un
asesinato.
SOBERBIA
La
verdad es que no sabía muy bien que hacia allí. Era obvio que por mucho que
hiciese por aquellos tipejos, nada impediría que ardiesen en el infierno por
toda la eternidad. Jenkins le había avisado de lo que había pasado y se había
visto obligado a acudir.
Los
dos hombres yacían apilados como dos maderos y rodeados por un charco de
sangre. Las moscas, pese a que apenas eran las diez de la mañana, ya
revoloteaban en gran número alrededor de ellos, entrando en las heridas correteando
por la cara y zumbando alrededor de los ojos y la boca de los cadáveres, provocándole
nauseas con su ansia de sangre.
El
doctor Jenkins se agachó y empujó el cadáver que estaba encima de modo que los
dos cuerpos quedaron tumbados boca arriba con la expresión de sorpresa aun
marcada en sus rostros yertos.
Él
hizo lo mismo a su lado y murmurando una oración les cerró los ojos, provocando
con el gesto que una espesa nube de moscas se levantara indignada. Asustándolas
con su sombrero se apartó y siguió murmurando sus oraciones.
—¡La
leche, reverendo! Es peor de lo que me imaginaba. —exclamó el sheriff al llegar al lugar del delito— ¿ Y
usted qué opina, Jenkins?
—Que
están muertos y bien muertos. —dijo el médico pegando un trago a una petaca que
llevaba consigo y ofreciéndosela a los demás.
—Vamos,
hombre. Sé que puede hacerlo mejor. Son hombres de Davenport y si no aclaramos
esto rápidamente la ciudad se va a convertir en un avispero.
El
predicador vio como Jenkins le miraba y
hacia una mueca, pero no decía nada.
El sheriff tenía razón así que decidió hacer su trabajo, aunque solo fuera por
evitar que se produjese un baño de sangre.
—Parece
que llevan varias horas muertos. El rigor mortis ha comenzado a establecerse,
—dijo el médico señalando una pierna de uno de los cadáveres grotescamente
retorcida— pero no está totalmente instaurado. —continuó forzando la vuelta del
miembro a su lugar original sin demasiado esfuerzo— Por la pinta yo diría que
entre cuatro y ocho horas.
—Ya
veo y por esas marcas de ahí se nota que a uno de los cuerpos, probablemente el
de debajo, le mataron ahí mientras que al de arriba lo mataron en plena calle y
lo arrastraron hasta aquí para que quedase oculto a la vista. —añadió el
predicador.
—Tienes
razón, por la forma de las cuchilladas, a este le sorprendieron por detrás y le
clavaron un cuchillo con un filo enorme. —dijo Jenkins señalando las terribles
heridas— Al otro sin embargo, lo acuchillaron de frente, probablemente le
lanzaron el cuchillo desde corta distancia y luego le dieron otro par de
cuchilladas para asegurarse, aunque debió de caer muerto tras la primera.
—Así
que tenemos a un virtuoso del cuchillo... No sé... —dudó el sheriff.
—Entiendo
lo que estáis pensando, —intervino el reverendo— un ataque por sorpresa, un
asesino silencioso y que maneja las armas blancas con una precisión pasmosa. Si
no fuese porque nunca se han atrevido a aparecer por aquí, juraría que era cosa
de los indios. Esos desalmados son especialistas en este tipo de acciones.
—Sí
y además el atacante se paró a borrar sus huellas cuando terminó. ¿Veis esas
marcas? Es evidente que a medida que se iba borraba sus huellas. Indio o no, es
un tipo listo. —sentenció el sheriff— En fin, puedes llevarte los cuerpos,
Jenkins. Haz un buen trabajo con ellos, Davenport está de un humor de perros.
—De
acuerdo Sheriff. —dijo Jenkins tomando medidas para los ataúdes— Ya he mandado
avisar a mi ayudante, vendrá en unos minutos con la carreta.
—Yo
voy a hablar con mi único posible sospechoso.
El
reverendo Blame observó al Sheriff dirigirse con su típico paso cansino al
saloon. No tenía ni idea del por qué, pero estaba seguro de que el sospechoso
era aquel forastero del que su hijo le había hablado. Su hijo siempre había
tenido una sensibilidad especial a la hora de predecir acontecimientos y cuando
le había dicho que el desconocido tenía los ojos de un arcángel o los de un demonio
se lo había tomado en serio.
Estuvo
a punto de preguntarle si podía acompañarle. Tenía curiosidad, pero al final
decidió que si Dios creía que era necesario que conociese aquel hombre, se
encargaría de ponerlo en su camino. Murmurando una última plegaria se despidió
y volvió a casa, tenía que pensar en un responso adecuado para aquellos dos
facinerosos. Le iba a costar encontrar algo amable que decir en su favor.
IRA
Estaba
terminando los el desayuno cuando Donegan apareció por la puerta con su
estrella brillando en el pecho.
—¡Vaya!
¡Qué sorpresa! el Sheriff Donegan madrugando. —exclamó Suzanne desde la barra—
¿A qué se debe el honor?
—Hola
Suzanne. —respondió Donegan sin darse por aludido— Ponme un Whisky.
—Así
que la sed ha sido la que te ha obligado a levantar el culo de esa silla. —dijo
la mujer con sorna mientras le servía un trago.
—No
es eso. Philips y Jackson han aparecido asesinados ahí enfrente y no ha sido
muy agradable, necesito algo fuerte para quitarme este hedor de la nariz.
John
notó la mirada escrutadora del sheriff, pero lo esperaba así que se limitó a
seguir comiendo los cereales tan inexpresivo como siempre.
—No
parece haberle sorprendido la noticia. —le dijo el sheriff tuerto.
—Solo
conozco a uno de ellos, pero si el otro era igual de estúpido, yo valoraría la
posibilidad de que se hubiesen matado entre ellos. Independientemente de lo que
haya pasado, este mundo es un lugar duro y que dos personas acostumbradas a
usar la violencia como herramienta de trabajo mueran asesinadas no tiene por
qué extrañarme.
Imágenes
del asesinato pasaron por su mente, al igual que las imágenes de su mujer y su
hijo atados y amordazados en medio de un infierno de humo y llamas. En
cualquier persona aquel recuerdo le hubiese conmovido, pero hacía tiempo que las lágrimas se habían secado en sus ojos y tenía el corazón
seco y duro como una piedra. Así que el sheriff solo pudo ver unos ojos fríos,
duros y muertos...
—Entonces,
¿No ha tenido nada que ver con este suceso? —preguntó "tuerto"
Donegan yendo directamente al grano.
—No,
por supuesto. Yo no tenía nada contra esos hombres. A Philips le dejé claro que
no se debía jugar conmigo y no lo volví a ver desde que tuve ese encontronazo
del que probablemente se habrá enterado. Si no, no estaría aquí.
—¿Dónde
pasó esta noche? —preguntó el sheriff.
—Estuve
en mi habitación. Me follé a la chinita y dormimos hasta hace un rato.
—Sabes
que no puedo fiarme de la palabra de una puta.
—Me
importa un huevo si te fías o no. Esa es la verdad, puedes ir y preguntarle o
puedes ir a la oficina de Davenport e inventarte una historia mejor.
—¿Tienes
un cuchillo de caza?
—Sí,
como todo aquel que se ve obligado a vivir de lo que encuentra, ¿O tú
despellejas las ardillas con los dientes?
El
sheriff le miró largamente intentando evaluar las respuestas, sin hacer ninguna
pregunta más. El coronel le había presionado, pero tampoco estaba dispuesto a
intentar acusar sin pruebas ni apoyo a un tipo tan peligroso. Es más, le daba
la impresión que quería creer la historia que le estaba contando con tal de que
en el pueblo se desatase una tormenta que solo podía acabar en un baño de
sangre.
—Está
bien, hablaré con la puta china. Si es cierto lo que has dicho te descartaré
como sospechoso. Yo también me he follado esa tipa en alguna ocasión y estoy
seguro de que si me has mentido esa perra insensible me lo contara sin vacilar
un instante.
John
se encogió de hombros. En realidad le daba igual lo que ese hombre hiciese.
Sabía perfectamente que Davenport no dejaría de sospechar de él,
independientemente de lo que Donegan le dijera.
En unos días el sheriff tendría que apartarse de su camino o morir como
el resto de los hombres de Davenport y todo aquello no importaría.
Suzanne
llamó a Xiaomei y el sheriff habló un rato con ella. Tras confirmar que no se
había movido de su lado se despidió obviamente aliviado y salió del
establecimiento apresuradamente.
LUJURIA
Siempre
se le había dado bien leer la mente de la gente. Es más, eso le había ayudado
en el principio de su carrera cuando solo era una puta más. Adivinando los
deseos de sus clientes y anticipándose a ellos, se había ganado una reputación
y había ganado suficiente dinero para montar su propio negocio y dejar de
vender su cuerpo antes de que lo carcomiesen las enfermedades.
Sin
embargo ese hombre había creado una coraza tan gruesa en torno a su persona que
no podía detectar nada. La única pista que le dio de su estado de ánimo fue una
ligera contracción de sus pupilas cuando el sheriff había mencionado el
asesinato, pero nada más.
El
sheriff era un vago, pero no un estúpido, si había venido era porque tanto él
como Davenport tenían razones para creer que John Strange tenía algo que ver.
Lo
más jodido de asunto es que todo aquel misterio y el evidente poder que
emanaban aquellos ojos le atraían como no lo había hecho ningún hombre en su
vida. Cada vez que elegía una mujer para yacer con ella una oleada de celos y
resquemor hacia sus empleadas le invadía. Afortunadamente el forastero no era
el único que sabía ocultar sus sentimientos.
—No
está mal. Llevas apenas tres días aquí y ya has recibido la visita del sheriff.
—dijo solo para apartar de su mente aquellos pensamientos.
John
la miró un instante, de nuevo sus pupilas se contrajeron y creyó entrever un
fugaz gesto de ira.
—Es
normal que Donegan se haya acercado a preguntarme por Philips, no hace falta
que te diga por qué. Si crees que esto puede influir negativamente en tu
negocio lo entenderé y me despediré...
—No
digas tonterías. —se apresuró a intervenir— Solo digo que tengas cuidado.
Cuando alguien incómoda a Davenport la cosa suele ponerse fea. No me gustaría
que acabaras como esos dos de ahí fuera.
—No
te preocupes, si Davenport viene a por mí me ocuparé de él. —replicó el
inclinándose sobre la barra y cogiendo
una botella de Whisky.
Al
hacerlo sus cuerpos entraron en contacto, un segundo nada más, pero eso bastó
para que el deseo abrumara a la joven. Para tener las manos ocupadas sacó dos
vasos y los puso sobre la bruñida madera de la barra.
John
llenó los vasos. Cogiendo el suyo, Suzanne
lo entrechocó con el del forastero y se bebió el contenido de un trago.
Suzanne
fue ahora la que llenó los vasos y sus miradas se volvieron a cruzar mientras
brindaban y apuraban sus vasos.
—¿Dónde
aprendiste a beber así? —preguntó el forastero.
—A
cientos de millas al este, hace ya lo que me parece una eternidad, —respondió
rezando para que John achacase el rubor de sus mejillas a los efectos del
whisky— pero no es una gran historia. Mi primer trabajo consistió en cantar en
un antro de mala muerte y dejarme invitar por los clientes. Pronto descubrí que
si quería dejar aquella vida algún día debería hacer algo más y empecé a prostituirme.
No estoy orgullosa, pero tampoco tenía muchas opciones habiéndome criado en un
orfanato de dónde escape tan pronto como pude.
—No
te juzgo. Tampoco yo estoy orgulloso de algunas cosas que he hecho en mi
vida... y de otras que pienso hacer. —dijo John cogiendo la botella y subiendo
a su habitación.
La
mujer observó aquella espalda alejarse de ella, pensando que en otra vida, en
otras circunstancias, tal vez...
Con
un suspiro salió de la barra y cogió una sombrilla. Tenía que dar un paseo y despejarse un poco. En cuanto salió del saloon el sol hirió sus
ojos y el viento del este, seco y cargado de polvo maltrató su delicada piel.
Jenkins
ya se había llevado los cadáveres, así que no pudo ubicar exactamente el lugar
del crimen. Si de algo estaba segura es de que Davenport había mandado vigilar
al forastero y que al forastero no le había gustado. Sintió como un escalofrío
recorría su cuerpo. Estaba segura de que John Strange se había cargado a
aquellos hombres. Y estaba segura de que Davenport lo sabía y no se iba a quedar de brazos cruzados.
Fenton,
un viejo minero, cliente asiduo de sus chicas, se cruzó con ella y la saludó
respetuosamente. Sus largos y colgantes bigotes se movieron cómicamente cuando
el murmuró un buenos días y ella no pudo evitar una sonrisa al saludarle a su
vez antes de continuar su camino.
Al
parecer la noticia había corrido por la ciudad porque esta parecía desierta
como si estuviese dominada por una calma expectante, la calma antes de una
tormenta.
Inevitablemente,
su mente volvió a centrarse en el forastero. Cada vez estaba más segura de que
aquel hombre no había llegado allí por casualidad. Estaba casi convencida de
que su objetivo eran Davenport y sus hombres, lo que no entendía era como
pensaba acabar él solo con dos docenas de hombres armados hasta los dientes y
cuyo oficio era la violencia.
Lo
que estaba claro es que pasase lo que pasase, cuando todo aquello terminase, el
pueblo cambiaría para siempre.
ENVIDIA
La
señora Jenkins tuvo que tragarse una mueca de disgusto al ver aparecer a
aquella meretriz en el umbral de su establecimiento y sonreírle mientras la
observaba intentando inútilmente sacar defectos a aquel cuerpo joven y
voluptuoso y al vestido de seda verde que le sentaba como una segunda piel.
—Buenos
días, señora Jenkins. —saludó la joven cerrando su sombrilla y permitiéndole a
la vieja harpía observar un rostro bello de tez pálida, con unas pocas pecas
recorriendo sus pómulos.—Va a ser un día caluroso
—Como
el infierno, señorita Holt. —dijo la mujer intentando recordarle a la joven que
eso era lo que le esperaba tras una vida dominada por la vileza y la
lujuria.—¿Qué le trae por aquí?
—Me
preguntaba si han llegado los encajes que encargué. —respondió la joven echando
un vistazo a la mercancía y cogiendo un poco de fruta y unos caramelos para sus
chicas.
—Lo
siento, aun no han llegado, —dijo Cordelia a pesar de que le habían llegado
hacia casi una semana— pero estoy segura de que no tardaran.
—Está
bien. No corre prisa. —repuso la joven paseándose por el almacén y curioseando
entre el género.
Como
siempre, Cordelia no le quitó ojo. Observó cómo las manos finas y suaves con
las uñas largas y pintadas de dolor rosa acariciaban y sopesaban, eligiendo
unas cosas y descartando otras. Unas manos que no se habían roto jamás una uña
realizando un trabajo honesto.
La
joven levantó la cabeza y la pilló mirándola fijamente. Sonrió y Cordelia, para
evitar el apuro, comenzó a hablarle de las bonanzas de aquella simiente de maíz
que la joven inspeccionaba con curiosidad, a pesar de que sabía perfectamente
que la joven no iba a comprarla.
Un
golpe en la parte trasera las sobresaltó. Un "perdón" surgió de las
profundidades de la tienda mientras la tendera fruncía el ceño.
—Es
Mike. Está preparando a los hombres de Davenport.
—¿Se
sabe algo? —preguntó Suzanne sin poder
ocultar un ligero escalofrío.
—Poca
cosa. Mi Mike dice que, por la habilidad que mostró el asesino con el cuchillo,
no deberíamos descartar a los indios...
—¡Que
indios ni que cojones! —exclamó Davenport con voz estentórea mientras entraba
en la tienda como un huracán— El culpable de todo esto es ese maldito forastero
que acoges bajo tu techo. —añadió señalando a Suzanne con su dedo índice y
provocando un nuevo escalofrío en la joven.
—Strange
pasó toda la noche en una de mis habitaciones en el saloon. —intentó Suzanne
defenderle y de paso a sí misma.
—Sí,
puede ser verdad o puede que una de tus asquerosas furcias este defendiéndole.
Que no me entere de que ninguna de tus chicas está ayudando a esa alimaña o no
voy a ser tener misericordia con ellas.
Después
de la funesta advertencia hizo una ligera inclinación de cabeza y desapareció
tras el mostrador para hablar con el médico.
Sin
poder evitar el placer de ver el terror en los ojos de aquella joven prostituta,
Cordelia empaquetó con habilidad las compras
de la joven y la despidió diciéndole que solo era el cabreo del momento y que
si realmente habían sido los indios, ella no tenía nada que temer mientras en
su interior se regocijaba. Davenport no era un hombre al que se podía manejar
solo con un chocho y cabreado era un enemigo muy peligroso. Aquella puta estaba
metida en un serio problema.
LUJURIA
Aquella
situación se estaba volviendo explosiva. El coronel jamás la había amenazado y
temía que utilizase aquel incidente para intentar hacerse que su saloon por la
fuerza.
Si
de algo estaba segura es de que el forastero se había cargado a los dos hombres
de Davenport. No sabía cómo ni por qué, lo que le ponía a ella en una situación
extremadamente delicada. Tenía a John de su lado pero, ¿Podía fiarse de su
lealtad o escaparía como un conejo a la primera señal de peligro?
Su
instinto le decía que el forastero tenía cuentas pendientes con aquel hombre y
en sus ojos fríos y grises podía ver una determinación que la atemorizaba, pero
Davenport tenía veintidós... Bueno, ahora veinte hombres. No sabía si aquel
hombre solo, por muy hábil que fuera, sería capaz de acabar con el tirano.
El
sudor comenzó a correr por su pecho y sus muslos humedeciendo su cuerpo,
entorpeciendo sus movimientos dentro del pesado y caluroso vestido y sofocándola.
El calor había sido intenso ese día y no dudaba que también lo sería durante la
noche.
Cuando
entró en el saloon, Strange, que ya había ocupado su puesto, se levantó y le
ayudó con los paquetes. Sin que ella dijese nada fue tras la barra y le sirvió
una limonada fresca.
Suzanne
cogió el vaso agradecida y apartándose un mechón húmedo que tenía pegado a la
frente inclinó la cabeza hacia atrás y de varios tragos vació el recipiente
consciente de que John observaba su cuello y su escote moverse mientras lo hacía.
—Acabo
de encontrarme con Davenport. —dijo ella posando el vaso en la barra— Esta
hecho una furia y te culpa de todo. Yo que tú cuidaría tus espaldas.
—No
te preocupes por mí. —dijo el hombre sin cambiar la mortecina expresión de sus
ojos— Se cuidarme.
—No
solo tú me preocupas. Soy responsable de un negocio y tampoco quiero que les
pase nada a mis chicas.
—Tranquila
ese hombre no os hará nada. Os necesita para mantener el pueblo tranquilo.
Además yo no me moveré de aquí.
La
respuesta del forastero le confortó y le inquietó a la vez. Le había visto en
acción y aquel hombre era rápido como una serpiente de cascabel, pero estaba
casi segura de que si él no hubiese aparecido en su vida se las hubiese
arreglado para lidiar ella sola con el coronel, al menos por un tiempo.
John
lavó el vaso, lo colocó en un estante y se volvió a su sitio. Ella lo siguió
con la vista admirando sus pasos seguros y tranquilos y por su puesto la forma
en que su culo llenaba los raídos vaqueros.
En
ese momento se dio cuenta de que hacia una eternidad que no echaba un polvo.
SOBERBIA
En
aquel lugar dejado de la mano de Dios los muertos se enterraban lo antes
posible. El calor hacia que en pocas horas la corrupción hiciese presa en ellos
y no permitiese una vigilia adecuada.
Los
dos hombres de Davenport yacían en sendos ataúdes de madera al lado de sus
correspondientes agujeros en el atestado cementerio de Redención. El coronel y
todos sus hombres echaron un último vistazo a los finados y los hombres de
Jenkins cerraron la tapa mientras él se preparaba para darles una despedida
adecuada.
Todo
el pueblo se había dado cita en el funeral. Nadie se atrevería a afrentar a
Davenport ausentándose. Las bateas dejaron de separar barro y oro, el saloon y
el almacén cerraron y todos los habitantes del pueblo se presentaron de
riguroso luto en el cementerio, fingiendo que no se alegraban de la muerte
de aquellos dos facinerosos.
Cuando
miraba a la gente allí reunida se daba cuenta de lo lejos que quedaba Boston.
Ahora sus sermones no trataban de conmover y exhortar como antes, si no que lo
único que podía hacer con aquella caterva era atemorizarlos y amenazarlos con
el fuego eterno.
Entre
todos ellos, vestido con el uniforme de gala de coronel de La Unión,
imponiéndose a todos con su corpulencia, estaba el coronel Davenport, mirándoles
altanero con el ceño fruncido y su cara contraída en un gesto de furia.
Sus
charreteras doradas y su sable probablemente teñido de la sangre de innumerables
victimas intimidaba a los habitantes del pueblo, pero no a él. Miró un instante
a su hijo, atento en primera fila a sus palabras y carraspeando ligeramente
para llamar la atención de los presentes comenzó su sermón.
—Queridos
conciudadanos, estamos aquí para despedir a Philips y a Jackson. Todos los
conocíamos, eran grandes camaradas y grandes amigos, vivieron juntos la guerra
de secesión y sufrieron juntos sus penalidades... y juntos aprendieron que el
asesinato y el crimen podían ser rentables. —comenzó mirando fijamente a
Davenport que no apartó su mirada.
—Pero
no os equivoquéis, hermanos, el crimen y la violencia pueden ser rentables en
este mundo pero tienen consecuencias... ¡Quién a hierro mata a hierro muere! La
violencia solo engendra más violencia y puede convertir una población en un
infierno y a los habitantes que miran a otro lado mientras el crimen campa a
sus anchas, los condena a un infierno en vida. —dijo mirando esta vez al
sheriff y luego al resto de los comparecientes.
—Nada
de lo que diga en su favor servirá para salvar estas dos almas pecadoras. El
infierno les espera para que den cuenta de todos los males que han causado en
este mundo. ¡Dios no perdona a los asesinos ni a los impíos y tampoco a
aquellos que los amparan y los disculpan!
—Esta
es una ciudad de pecado. —continuó sin dar tregua a los allí reunidos— El
diablo campa por aquí a sus anchas. El diablo del oro, el diablo de la
corrupción, el diablo de la fornicación... —dijo fijando la vista en la joven
dueña del saloon—Pero al igual que Dios en su infinita sabiduría puede salvar y
redimir los pecados de estos hombres, esta ciudad aun puede salvarse. Pero
debemos dar una giro de ciento ochenta grados a nuestras vidas, debemos
devolver la dignidad a esta ciudad.
Calló
unos instantes y observó a todos y cada uno de los presentes, intentando fulminarles
con la mirada y transmitirles la trascendencia de sus palabras. Vio todo tipo
de rostros, el despreció de Davenport y sus hombres, las miradas huidizas y
nerviosas de la mayoría de los vecinos y las de vergüenza de los más piadosos.
—Ahora
ruego una oración por las almas condenadas de estos hombres, para que Dios, en
su infinita misericordia, les muestre el camino y salve a estos hombres del fuego eterno.
Todos
los presentes, menos el coronel, bajaron la cabeza y murmuraron unas últimas
palabras en recuerdo de los finados. El reverendo Blame y el coronel Davenport
cruzaron sus miradas, el odio que destilaban aquellas oscuras pupilas no le generaba
ninguna duda, el discurso no le había gustado nada al coronel.
Estaba
la gente a punto de abandonar el lugar cuando Davenport se adelantó y colocándose
frente a ellos hizo un gesto para que todos le escucharan.
—Gracias
por el sermón reverendo, lo tendré muy en cuenta en el futuro. —dijo de forma
que a nadie le cupiese ninguna duda de la intención de sus palabras.
AVARICIA
—Philips
y Jackson eran mis hombres. No eran perfectos, lo reconozco, pero estaban a mis
órdenes y como empleados míos, quién los ha atacado, me ha atacado directamente
a mí. —dijo golpeándose el amplio pecho con el dedo índice—El doctor Jenkins
especula con que todo esto ha sido obra de esos harapientos pieles rojas que
viven a dos días de aquí, pero todos sabemos que esto es obra de uno de los habitantes
de este pueblo que actuó en las sombras, a traición y cuando lo encuentre
pienso agarrar a esa sabandija y hacerla sufrir mucho antes de morir. —dijo el
coronel con voz ronca y profunda.
—Ese
asesino actuó en el centro el pueblo. Alguno de vosotros tiene que haber visto
algo. —continuó señalando con el dedo a los presentes.—Ofrezco mil dólares a
cualquiera que me pueda dar información por el asesinato de mis hombres. —dijo
sacando un fajo de billetes y mostrándolo a los presentes para despertar la
codicia de la gente— Y los daré con gusto, pero si alguno de vosotros me miente
u oculta al asesino no tendré piedad con él. —continuó fulminando a Suzanne con
la mirada— ¡La justicia en este pueblo soy yo! ¡Ni Dios, ni el mismo Lucifer,
pueden quitarme ese privilegio!
Satisfecho
vio como la gente bajaba la mirada dócilmente mientras él los interrogaba con
la suya uno a uno. Todos menos esa maldita puta. Sabía que estaba aterrada de miedo,
pero se mantenía firme vestida con un ceñido traje de luto que le gustaría
arrancar a mordiscos antes de violarla. No pudo por menos que admirar su
frialdad mientras se preguntaba si ese cabrón de Strange se la follaba.
—¿Y
bien? ¿Alguien sabe algo?
—Lo
único que sé, coronel, es que vi a Philips toda la tarde vigilando la entrada
del saloon de Suzanne. —dijo el viejo Jewison.
Varios
de los presentes asintieron y comentaron en voz baja la intervención del
anciano pero no añadieron nada más.
—Eso
ya lo sé. Estaba allí porque yo se lo ordené. —replicó el coronel — ¿Algo más?
Nadie
dijo nada más. Por los rostros atemorizados era evidente que ninguno de los
presentes había visto nada. Si supiesen algo lo habrían contado todo.
Contrariado, se giró y se alejó del cementerio sin ver como les enterradores
ponían las ultimas paladas de tierra sobre los ataúdes de sus hombres.
A
pesar de todo no importaba. Sabía perfectamente quién era el culpable. Ese hijo
de puta había llegado hacia menos de tres días y ya había matado a dos de sus
hombres. Aun no sabía si quería llamar su atención o poner claro que no se
podía jugar con él, pero lo que estaba claro es que John Strange había cometido
un error de cálculo. No permitiría que nadie socavase su autoridad y menos un vagabundo
con un par de revólveres como único patrimonio.
Cuando terminase con él, ajustaría también
cuentas con Suzanne y el reverendo Blame. Se habían acabado las buenas maneras.
Se apoderaría del saloon y de aquellas putas por la fuerza, haría esclava a Suzanne,
la follaría y la sodomizaría, dejaría que todos sus hombres se la pasasen por
la piedra y luego le pegaría un tiro. Al reverendo lo compraría y si no
aceptaba la plata, tendría que tragarse el plomo.
Subió
al caballo, orgulloso de poder aun hacerlo sin ayuda de nadie a sus casi
sesenta años y al paso se dirigió a su
casa. Tenía que planear sus próximos movimientos, había tiempo hasta que el
forastero hiciese su siguiente movimiento...
O
eso creía.
LUJURIA
A
pesar del intenso calor vespertino, un sudor frío recorría su espalda. No cabía
ninguna duda de a quién había dirigido el coronel sus amenazas. Tenía la sensación
de haber apostado su vida y sin tener
siquiera una mano decente.
El
Saloon estaba desierto. Sus chicas estaban escondidas en sus habitaciones con
distintos grados de miedo mientras John estaba en su silla sentado, con el ala
del sombrero tapándole los ojos, el cigarrillo en la boca y la botella de
whisky en el suelo, a su lado.
Suzanne
fue directamente a la barra y se sirvió un vaso de bourbon que bebió de un
trago. Casi sin respirar se lo volvió a llenar y lo apuró de nuevo.
—No
sé si has tenido algo que ver con todo este lío, pero Davenport va a por ti.
—dijo la joven por fin un poco más tranquila.
John
levantó el ala del sombrero y la miró un instante, pero no dijo nada.
—¿Es
que no vas a decir nada? ¿Sabes que solo por estar tú aquí Davenport me ha
amenazado directamente?
—¿Quieres
que me vaya? —preguntó el observando la columna de humo de su cigarrillo subir
hacia el techo.
Suzanne
lo pensó un instante y el miedo estuvo a punto de paralizarla. Aunque quisiese,
ya era demasiado tarde. Estaba segura de que Davenport ya había cambiado de
estrategia con respecto a ella y el forastero solo era una excusa. Si John se
fuese, nada cambiaría y su intuición insistía tercamente en que ese hombre era
el que había estado buscando toda su vida.
—No,
por supuesto que no quiero que te vayas. Primero porque nadie ha demostrado que
hayas sido tú. Segundo porque Davenport no se va a detener aunque tu
desaparezcas y tercero...
—Sí,
¿Cuál es el tercer motivo? —dijo Strange acercándose a la barra, poniéndose
frente a ella y sonriendo socarronamente.
—Yo...
Aquellos
ojos grises la miraron con tal intensidad que todas sus ideas se esfumaron y se
encontró tartamudeando. Suzanne cerró sus labios sintiendo como la intensidad
de la mirada de John hacia que todo su cuerpo despertara. Sus labios se
acercaron desde ambos lados de la barra con una lentitud torturante. La
distancia entre ellos fue disminuyendo. Incómoda con el sombrero se lo quitó
dejando que una cascada de pelo rojo cayese sobre sus hombros.
En
ese momento los ojos de John cambiaron, durante un instante pareció que se
anegaban en lágrimas para a continuación congelarse convirtiéndose en la mirada
fría y muerta de siempre.
Suzanne
se sintió entre triste y desesperada. Aquel hombre era tan evasivo como el humo
de su cigarro. Cada vez que creía tenerlo se esfumaba como un fantasma...
—Creo
que hoy no va a atreverse nadie a salir de casa. Así que si no me necesitas...
Sin
pedir permiso cogió cuatro botellas de bourbon y se las llevó escaleras arriba,
seguramente a buscar una de sus putas para pasar la noche. Suzanne le observó
pugnando por controlar las lágrimas de frustración.
—La tercera es porque te quiero, maldito
gilipollas —susurró la joven mientras tiraba el sombrero con furia contra el
suelo.
IRA
¿Qué
coños estaba haciendo? La ventaja que tenía sobre Davenport es que no tenía nada
que perder. Todo lo que apreciaba en este mundo se lo había arrebatado aquel
cabrón, pero si se enamoraba sería de nuevo vulnerable. Gracias al Diablo, la visión
de aquel cabello rojo cayendo sobre los hombros de Suzanne, despertó en él
recuerdos de su mujer y le devolvió a la realidad.
Aquella
mujer era otra furcia más. No le importaba lo que le pasase. No importaba lo
que le sucediese a aquel jodido pueblo mientras el coronel y sus hombres
acabasen todos en el infierno. Subió las escaleras y pegó un largo trago a una
de las botellas mientras que con la mano
libre llamaba a la habitación de Corina.
—¡Vaya!
Parece que hoy toca fiesta. ¿Pero no crees que te pasas un poco con el alcohol,
cariño? —preguntó Corina a modo de saludo.
Sin
responder, empujó a la puta dentro de su
habitación y dejando las botellas en el suelo se abalanzó sobre ella.
Corina
era una de las putas más guapas de Suzanne, con un pelo fino, rubio y lacio que
le llegaba un poco por debajo de los hombros, unos ojos grandes y azules como el
mar y un rostro angelical que le recordaba un poco al de la dueña del saloon.
Sus piernas eran largas y esbeltas, sus caderas generosas y su pechos exuberantes
le daban una forma de reloj de arena irresistible que ella no dudaba, como el
resto de sus compañeras en exagerar apretándose el corsé al máximo.
Además
tenía fama de ser la más viciosa de todas y aquella tarde necesitaba ser odioso
y repugnante. Antes de que la puta pudiese incorporarse, le quitó las enaguas y
separándole las piernas le metió la polla de un golpe.
—¿Estás
hambriento, vaquero? —preguntó Corina confundiendo su ansia por olvidar a Suzanne
con deseo por ella.
John
no respondió y agarrando a la mujer por las caderas comenzó a follarla con dureza haciendo temblar la
cama con cada embate.
La
joven pronto estuvo gritando y pidiéndole que le diera más y más fuerte
mientras se soltaba la parte superior del corsé mostrándole unas tetas gruesas
y pálidas con los pezones rosados y las areolas del tamaño de un dólar de
plata.
El
forastero se inclinó y chupó y mordió aquellos enormes y blando pechos dejando
redondos chupetones en la delicada piel de la mujer y obligándola a alternar
los gemidos de placer y los gritos de dolor.
Corina
apenas tardó un par de minutos más en correrse; la joven se estremeció de
arriba abajo y pegó un grito salvaje con sus piernas temblando
descontroladamente.
Con
la mujer indefensa, John le arrancó a tirones el resto de la ropa quedando
totalmente desnuda. Ella, consciente de su belleza, se retorció exhibiéndose
con lascivia, agarrándose los pechos
temblorosos y abriendo su piernas para mostrarle su pubis y su sexo cubiertos
por una fina capa de vello rubio, impregnado de sudor y flujos.
John
permaneció de pie, impasible, con su miembro erecto apuntando a la prostituta.
Esta sonrió y se acercó arrodillándose frente a él. Con exquisito cuidado, como
si se tratase del más preciado manjar, cogió la polla entre sus largos dedos y
lamió la punta con suavidad antes de metérsela en la boca.
Hundió
las manos en el cabello rubio de la joven y comenzó a acompañar sus chupetones
con el vaivén de sus caderas, introduciendo su miembro cada vez más
profundamente en su garganta hasta encajarlo en el fondo.
Corina
mantuvo obediente la polla en el fondo de su garganta hasta que la falta de
aire le obligó a separarse entre toses y arcadas. La prostituta recogió los
gruesos hilos de saliva que colgaban de su barbilla para embadurnar la polla de
John y comenzar a meter y sacar aquel miembro de su boca tan rápido como podía.
John
sintió la boca y la lengua de la mujer haciendo diabluras con su polla mientras
le clavaba las uñas en su vientre hasta que, a punto de correrse, se apartó.
Dándole
la mano la ayudó a levantarse y le dio la vuelta obligando a la prostituta a ponerse
a cuatro patas en el borde de la cama.
Acarició
las piernas y los muslos de la joven y tras un par de cachetes cogió las nalgas
con ambas manos, se las separó y enterró su boca en el tumultuoso sexo de
Corina.
La
joven gimió e inclinó el torso para facilitarle la tarea. Cuando comenzó a
gemir John fue desplazándose hacia el delicado agujero de su culo. La chica
pegó un ligero grito de placer cuando la lengua de John penetró en su interior
calentando y humedeciendo su esfínter.
—Hay
que ver que tipo más travieso. —dijo la puta volviendo la cabeza y mostrándole
una fila de dientes pequeños y blancos como perlas en una amplia sonrisa.
Poco
a poco y con la ayuda de sus dedos fue dilatando el ojete de la joven mientras
esta gemía y le suplicaba que le follase el culo de una vez.
Separando
un poco más las piernas de la mujer, se cogió el rabo y con él presionó con
firmeza contra el pequeño orificio hasta que este finalmente cedió y permitió
que John lo enterrase hasta el fondo.
Corina
soltó un quejido y mordió las sábanas con fuerza mientras John se movía con
suavidad dentro de ella.
Poco
a poco las entrañas de la joven fueron adaptándose a aquel cuerpo cálido que
les invadía y el dolor fue dejando paso a un oscuro placer. Al percibirlo, John
agarró a la mujer por las caderas y comenzó a sodomizarla con más fuerza
disfrutando de aquel conducto cálido y palpitante.
Entre
gemidos, Corina se irguió y cogiendo una de las manos de John la guio hasta su pubis. Sin dejar de penetrarla
le acaricio el clítoris y la vulva haciendo que sus gemidos se intensificaran
hasta que un nuevo orgasmo la derrumbó. John aprovechó para darle dos salvajes
y últimos empujones antes de tumbarla boca arriba y correrse en su cara.
Corina
recibió aquella lluvia pegajosa y caliente con una sonrisa jugueteando con el
semen y metiéndoselo en la boca hasta que no quedo nada. John se derrumbó a su
lado y encendió un cigarrillo.
—¡Buf!
Hacía tiempo que no me follaban tan duro. Me encanta correrme cuando me dan por
el culo es tan... pecaminoso. —dijo Corina sonriendo y robándole una calada.
John
no dijo nada y al terminar el cigarrillo se levantó y cogiendo las botellas se
dirigió a la puerta.
—¿No
me vas a dar ni un trago? —dijo la joven prostituta haciendo un mohín.
—Lo
siento, pero voy a necesitar hasta la última gota... y también necesitaré esto. —dijo cogiendo las
enaguas y saliendo de la habitación.
La
mujer rio y le dejó ir. John se fue directamente a su habitación y tras dejar
las botellas y la prenda en el suelo, se dejó caer en la cama quedando casi
inmediatamente dormido.
La
imagen de su mujer y su hijo en medio de las llamas le obligaron a despertarse
sobresaltado. Miró el reloj; las tres de la mañana, era hora de ponerse en
movimiento. Apresuradamente cogió las tres botellas que aun no había empezado y
le pegó un largo trago a cada una para, a continuación, tras arrancar varios
girones de tela de las enaguas de Corina y empaparlas en el bourbon, los
introdujo en las botellas, dejando un extremo asomando fuera del recipiente.
La
noche era oscura y sin luna, perfecta para sus planes. Avanzó en silencio por
las calles, amparándose en la oscuridad, solo delatado por la brasa de su cigarrillo. Cuando llegó frente al cuartel de
los hombres del Coronel, se colocó tras la columna y sus ojos escrutaron la
oscuridad.
Como
esperaba ningún ruido emergía del edificio salvo el ronquido del hombre que hacía
guardia sentado al lado de la puerta. John dejó las botellas en el suelo y se
acercó al hombre con el enorme cuchillo Bowie en una mano y un revólver en la
otra.
Cuando
aquel cabrón abrió los ojos el cuchillo ya había entrado bajo su mandíbula y atravesando
su boca se había clavado profundamente en su cerebro.
Mirando
a ambos lados de la calle, retorció un par de veces el cuchillo dentro de la
herida y tras sacarlo, limpió la hoja en los pantalones del cadáver. Volvió a
recoger las botellas y acercó la brasa del cigarrillo a los trapos empapados en
whisky que prendieron inmediatamente. Con un gesto rápido, lanzó las botellas por
distintas ventanas del primer y segundo piso y esperó a la puerta con los revólveres
desenfundados.
En
cuestión de segundos la llamas comenzaron a extenderse por el edificio y los
gritos de sorpresa y dolor de los hombres llegaron claramente a sus oídos.
No sabía
cuántos hombres quedarían dentro, pero los tres que intentaron salir por la
puerta principal, antes de que el edificio se convirtiese en un infierno de
fuego y humo, cayeron derribados por las balas de sus Colts.
Convencido
de que nadie podía salir ya por la parte delantera, donde las llamas impedirían
que nadie atravesase la puerta ni las ventanas se dirigió a la parte trasera.
Dos hombres más, medio cegados por el humo y tosiendo, salieron en calzoncillos
por una de las ventanas traseras. John no tuvo misericordia y los derribó
desintegrando sus cabezas de sendos disparos. Los gritos de los vecinos, que
empezaban a percibir el olor a quemado le alertaron y sin volverse para ver si
escapaba alguien más, se escurrió de nuevo entre las sombras, camino del
saloon.
La
madrugada fue de locos, los gritos y las carreras se escucharon durante el resto de la noche hasta
que por fin, cerca del amanecer, los habitantes de perdición consiguieron
controlar el incendio sin que se extendiese más que a un granero colindante.
LUJURIA
La
conmoción en el pueblo le despertó cerca de las cuatro de la mañana. Poniendo
un chal sobre sus hombros para combatir el frío nocturno se acercó al lugar del
incendio. La edificación ardía por los cuatro costados y los vecinos dándola
por perdida, se esforzaban por evitar que las llamas se extendiesen a los
edificios colindantes.
Miró
hacia su izquierda hacia la figura de Davenport, recortada por las llamas, rígida y pensativa. Dio una
patada al suelo con rabia y se giró dispuesto a volver a casa. Al hacerlo sus
miradas se cruzaron el odio que destilaba la del coronel era inconfundible. Suzanne
dudó en acercarse un instante y decirle que no tenía nada que ver con todo
aquello, pero el miedo era tan intenso que se quedó allí congelada como una
estatua, iluminada por el resplandor de las llamas.
Capítulo 4: Quien mata a un cabrón
tiene cien años de perdón
AVARICIA
—¡Malditos
gilipollas! ¡Os dije que mantuvieseis los ojos bien abiertos! ¿Y vosotros qué
hacéis? Emborracharos como idiotas y dormir la mona mientras ese hijo puta hace
una barbacoa bajo vuestros culos. Te mataría si no fuese porque necesito hasta
el último de vosotros.
John
les había pillado con los pantalones bajados. De la docena de de hombres que
dormían en el cuartel solo había logrado escapar aquel idiota que apestaba a
pollo quemado. Solo le quedaban seis hombres. La idea de entrar a saco en el
salón y cargarse a ese cabrón había quedado totalmente descartada.
Estaba
claro que lo había subestimado, pero no volvería a pasar, esta vez lo iba a
pagar muy caro.
GULA Y PEREZA
El
olor a carne socarrada era tan intenso que incluso con los pañuelos tapando su
rostro no pudieron evitar las nauseas. Jenkins y "tuerto" Donegan se
acercaron a los rescoldos humeantes intentando buscar restos de los hombres de
Davenport. A parte de los cinco que murieron fuera a balazos, dos de ellos, que
dormían la mona en la parte trasera habían muerto intoxicados por el humo y
estaban casi intactos, pero del resto solo quedaron los huesos que acabaron
todos juntos en un saco.
—Creo
que primero se cargó al del porche. —dijo el sheriff señalando el cadáver que
aun permanecía sentado con un charco de sangre en su regazo— Luego lanzó algo
por las ventanas para incendiar el edificio y terminó practicando el tiro al
blanco con los pocos que lograron escapar.
—Una
puntería perfecta, por cierto. —añadió Jenkins señalando las cabezas reventadas
y los torsos agujereados justo a la altura del corazón.
—¿Sigue
pensando que puede ser obra de los indios? —pregunto Donegan sin esperar
respuesta— Todo el mundo sospecha quién ha sido, Davenport estará hecho una
furia y tarde o temprano esto se va a convertir en un baño de sangre.
—¿Vas
a hacer algo por evitarlo? —preguntó Mike indicando a sus ayudantes que
acercasen la carreta.
—¿Qué
quieres que haga? ¿Intentar detener al forastero y recibir un balazo? ¿Intentar
convencer a Davenport de que debe dejar el pueblo y me pegue un balazo después
de despellejarme como un conejo? No te equivoques, ni Davenport me ha puesto
aquí para inmiscuirse en sus asuntos, ni yo no acepté este trabajo pensando en
sacrificar mi vida por la chusma que habita este agujero.
El
médico se encogió de hombros y ayudó a sus hombres a subir los cuerpos a la
carreta. Si la gente seguía muriendo con esa frecuencia, tendría que acabar
enterrando los cuerpos envueltos en el papel que usaba su mujer para empaquetar
los pedidos.
Mientras
resoplaba y sudaba bajo un sol inclemente se preguntó qué razones podía tener
el forastero para meterse con Davenport. En su opinión era una misión suicida.
Hasta ahora los había pillado desprevenidos, pero aun le quedaban al coronel suficientes
hombres para acabar con John Strange.
Esta
vez Davenport tendría un plan y no le gustaría estar en el pellejo del
forastero.
Donegan
miro la pila de cadáveres y el saco con los restos carbonizados que ocupaban la
caja de la carreta y un súbito temor le invadió. Esta vez el coronel no solo se
lo haría pagar al forastero, todo el pueblo tendría que rendir cuentas ante él.
—Tengo
en la oficina un bourbon de Kentucky de doce años. Lo reservaba para una
ocasión especial, pero me parece que será mejor emborracharse antes de que este
pueblo se vaya al carajo. —dijo rodeando al médico por los hombros.
—De
acuerdo, va a ser un día muy duro, —dijo Jenkins incapaz de rechazar una
invitación— pero será mejor acompañarlo con algo, yo también tengo un poco de
cecina ahumada de primera calidad, traída del este, nada de mula vieja. Nos vemos en quince minutos en tu oficina.
SOBERBIA
El
doctor Jenkins tenía que haber trabajado como un esclavo para preparar todos
aquellos cadáveres y tenerlos listos justo al anochecer. El sol era una gran
bola anaranjada que se ocultaba en el
horizonte raso, difuminada por el aire caliente que se elevaba de la arrasada
planicie.
Aquel
altozano barrido por el viento, donde apenas se habían reunido unos cuantos
vecinos amedrentados, era el único lugar sagrado de aquel desgraciado lugar así
que cuando los hombres de Davenport flanquearon a Suzanne no pudo evitar un
gesto de disgusto.
Lanzando
una severa mirada al coronel comenzó el rito, ungió los cadáveres y tras un
teatral silencio comenzó el sermón. Fue una pena, aquel día estaba realmente inspirado
y su sermón hubiese causado sensación en una bonita iglesia llena de fervientes
feligreses, pero ante el estaba una banda de asesinos irredentos y unos pocos
ciudadanos que habían acudido, más por miedo al coronel, que por temor a Dios.
Solo su hijo, mirándole con los ojos bien abiertos, entendía la trascendencia
del mensaje que les estaba comunicando.
Miró
a Davenport y le recordó que el camino era el perdón y la misericordia.
Davenport sonrió y apoyó las manos en las cachas de sus revólveres. Nunca había
sentido una mirada de desprecio semejante.
El
no era ningún minero analfabeto. Mantuvo su mirada acusadora en él y le culpó
de ser uno de los causantes de que aquella ciudad estuviese sumida en el caos. Cuando
terminó, un silencio se enseñoreó unas instantes hasta que el coronel con una estentórea
carcajada lo rompió.
Con
una señal, aquel pérfido les indicó a los hombres que le acompañaran llevándose
a Suzanne, que aterrada, no oponía ninguna resistencia. No era más que una
pecadora que vendía su cuerpo al mejor postor, pero no estaba dispuesto que
nadie profanase el único lugar sagrado del pueblo con un acto de vileza
semejante.
—¡Alto!
—les interpeló— Esto es un lugar sagrado, no podéis llevaros a esa mujer contra
su voluntad.
—Esta
asquerosa furcia es cómplice del asesino de más de una docena de mis hombres y
me la llevo para interrogarla y hacerle saber que en esta ciudad también se
paga por los delitos cometidos. —replicó el coronel.
No
podía permitirlo, si lo hacía, sus sermones serían palabras huecas, así que se
puso frente al grupo e interrumpió su camino con una mano en alto.
—¡Deteneos,
impíos! ¡Estáis en terreno sagrado!
En
ese mismos instante se dio cuenta de su error. Al mirar a los ojos de Davenport
no vio arrepentimiento, solo encontró un vacio aterrador. Lo último que vio fue
el interior del cañón del revólver del Coronel y luego un terrible dolor en el
pecho.
Cayó
al suelo sintiendo como la vida se le escapaba en forma de un liquido espeso y cálido
que empapaba su camisa. Su hijo se acercó corriendo con las lágrimas en los
ojos. Elevó un brazo intentando decir unas palabras tranquilizadoras, pero la
oscuridad se hacía más intensa a cada latido de su mortecino corazón.
Con
un último esfuerzo abrió sus ojos para ver como su hijo se arrodillaba junto a
él y rezaba una oración por la salvación de su alma.
AVARICIA
Ahora
solo tenía que sentarse a esperar. Estaba seguro de que esa zorra era el cebo
perfecto para atraer a aquella sabandija y matarla como la chinche que era. Se
acomodó en el sillón de su despacho con la joven sentada frente a él, rígida de terror.
—Tranquila,
pronto terminara todo, —dijo preparándose un puro— ese gilipollas será hombre
muerto en cuestión de horas.
Había
que ver la de vueltas que podía dar la vida, en tres días había pasado de
cortejar a la joven a tenerla presa e indefensa frente a él. Cuando todo
aquello acabase no habría perdón para ella. Se la follaría y luego se la
entregaría a sus chicos antes de colgarla por cómplice de asesinato.
Con
el reverendo Blame y ella fuera de circulación, nadie se atrevería a levantarse
de nuevo contra él. Perdición entera sería suya, todos sus habitantes trabajarían
para él, para aumentar su fortuna. Incluso le cambiaria el nombre de una vez por
el suyo propio. Davenport era un nombre adecuado para una ciudad que viviría
bajo la suela de su bota.
IRA
Pronto
se enteró de que Davenport había matado al reverendo Blame y secuestrado a Suzanne.
Las imágenes de su esposa y su hijo volvieron a su mente. Aunque se dijo para sí
mismo que una puta más o menos en este mundo no importaba, sabía que se estaba
mintiendo a sí mismo. Nunca había conocido a una mujer tan bella y segura de sí
misma. Había estado engañándose, convencido de que su única misión era la
venganza y ahora se daba cuenta de que el destino le había traído allí para
conocerla, no para matar a Davenport.
Limpió
con detenimiento los revólveres y el rifle, preparado para terminar un guerra
que no debía haber empezado y que ahora se veía obligado a terminar.
Intentó
alejar todas esas preocupaciones, se dedicó a montar y desmontar sus armas y
meditar sobre la mejor forma de salvar a la joven. Decididamente solo había una
manera y para ello necesitaba ayuda.
La
mansión de Davenport se encontraba aislada del resto de los edificios del
pueblo, enfrente de la oficina del sheriff. Solo tenía entrada delantera y era
más alta que cualquier otro edificio del pueblo. Estaba seguro de que habría al
menos un hombre en el tejado y el tenía que pasar por delante de él si quería
entrar, necesitaba alguien que le cubriera.
Pensando
que era una idea desesperada y que estaba loco por intentarlo siquiera, salió
del saloon dispuesto a que todo acabase aquella misma noche.
PEREZA
—Me
preguntaba cuanto tardarías en venir. —dijo el sheriff al ver aparecer al
forastero por la puerta.
—Entonces
sabes por qué vengo.—dijo John sin alterar el gesto— Suzanne no es culpable de
nada y sabes que no merece morir. Si Davenport me mata, ella morirá y tú serás
responsable directo.
—Sabes
quién me puso en el puesto. ¿No?
—Claro
que lo sé. Pero también sé que no deseas que este pueblo siga siendo el agujero
putrefacto que es ahora y para ello no tendrás mejor oportunidad. Davenport
esta mermado. Apenas le quedan media docena de hombres y lo único que quiero es
que me cubras desde el tejado. —dijo John alargándole el rifle.
—Si
dejas pasar esta oportunidad no volverás a disfrutar de otra parecida.
—continuó el forastero—Conmigo muerto, dentro de una semana habrá reclutado
otros veinte hombres y continuará con su reinado de terror indefinidamente.
—No
sé. Tengo que pensarlo.
—Te
daría tiempo para hacerlo, pero no lo hay, ese cabrón podría impacientarse y
matar a Suzanne. Ten en cuenta que solo tienes que vigilar el tejado de la
mansión de Davenport y disparar a todo el que asome el hocico por el borde, si
la cosa sale mal, nadie tiene porque enterarse de que me has ayudado. Del resto
me ocupo yo. Ha llegado el momento de tomar partido.
Donegan
evaluó al hombre que tenía delante. Es verdad que los había pillado
desprevenidos, pero aquel hombre se había cargado en dos días más de la mitad
de los hombres del coronel. No dudaba de que el forastero, con un poco de
suerte, podía librar a Perdición de aquella garrapata.
—¿Cómo
sabes que cuando estés ahí fuera no te pegaré un tiro en la espalda y entregaré tu cuerpo a Davenport? —preguntó
Donegan cogiendo el Winchester que el forastero le ofrecía.
—No
lo sé. Pero tienes cinco minutos para
subir ese culo al tejado de tu oficina y sacarme de dudas.
IRA
El
sol ya se había puesto y las primeras estrellas se atisbaban en el cielo cuando
salió de la oficina del sheriff, por la puerta trasera, para que los hombres de
Davenport no lo vieran. Esperó unos minutos, aprovechando para encender un cigarrillo,
mientras esperaba a que Donegan tomase posición y salió a la calle.
Ni
siquiera miró una vez al tejado. Pasara lo que pasara, contra un hombre en un
tejado con un rifle, sus revólveres no tenían nada que hacer. Esperaba que el
sheriff tuviese buena puntería, si no, estaba listo.
Justo
cuando estaba en mitad de la calle un hombre se irguió en el tejado de la
mansión y apuntó su rifle contra él. John miró a la muerte, cara a cara, pero
esta pasó de largo, como muchas otras veces lo había hecho en su vida;
"tuerto" Donegan realizó un tiro perfecto y el hombre calló a la
calle con un ruido sordo.
En
ese momento echó a correr y en menos de diez segundos estaba a la puerta de la
mansión. Como esperaba, dentro de la casa oyeron el disparo de un rifle y
creyendo que era él el que había caído, uno de los hombres del coronel abrió la
puerta y salió a echar un vistazo.
A
pesar de que iba con el revólver amartillado, no tuvo ninguna oportunidad. Antes
de que supiese lo que pasaba, Rusty recibió un tiro en la sien y se desplomó en
el mismo umbral impidiendo que la puerta se cerrase.
Sin pensárselo
dos veces y aprovechando la conmoción entró en el recibidor donde otros dos
hombres sacaban sus armas apresuradamente. Lanzándose al suelo para evitar las
balas de los dos adversarios y disparando los revólveres los despachó con
varios tiros al pecho de ambos.
Cuando
se volvió a erguir, se acercó y le dio un par de patadas a los cuerpos para
asegurarse de que estaban bien muertos. Se cubrió tras una de las columnas y
recargó sus armas. Dio una última calada al cigarrillo y lo tiró al inmaculado
suelo.
Solo
quedaban dos hombres y probablemente estarían custodiando la puerta de
Davenport. Subió las escaleras procurando hacer el menor ruido posible y se
apostó en la esquina que daba al pasillo donde Davenport tenía la oficina.
Asomó
la cabeza y la retiró rápidamente antes
de que una lluvia de balas se clavase en la pared levantando una nube de yeso. Sujetando los revólveres con firmeza, respiró
hondo y se lanzó al pasillo intercambiando balas con los dos hombres de
Davenport que quedaban. Una bala le rozó le muslo y otra hizo un profundo surco
en su hombro izquierdo, pero las primeras balas de John se alojaron en el pecho
de los dos hombres derribándolos y acabando el tiroteo en pocos segundos.
AVARICIA
Sus
hombres tenían órdenes de anunciarle cuando Strange cayera abatido. Los tiros
tras la puerta y el silencio subsiguiente no le dejaron lugar a dudas. Con rapidez
sacó su revólver y cogiendo a Suzanne por el pelo la obligó a girarse en
dirección a la puerta. Abrazándola por el cuello y colocando el cañón del revólver
sobre su sien esperó la entrada del forastero.
Sintió
el cuerpo cálido de la mujer temblar de terror y eso le provocó una enorme
erección. El coronel atrajo el frágil cuerpo un poco más hacia el procurando
que la joven notase lo que le esperaba. Deseaba que apareciese de una vez ese hijo
de perra para matarlo y luego follarse a aquella furcia de una puta vez, con el
cadáver de su hombre aun caliente estremeciéndose a su lado.
Alguien
disparó a la cerradura de su despacho volándola en pedazos. La puerta se abrió
y una sombra apareció en el umbral. Davenport no se lo pensó y apretó el
gatillo. Afortunadamente no vació el tambor del revólver ya que la figura era
el cuerpo muerto de uno de sus hombres con el que el forastero se había escudado.
Inmediatamente,
el coronel volvió a acercar el revólver a la sien de la joven mientras John
soltaba el cuerpo de Maddock y le apuntaba con sus dos Colts.
—Buenas
noches, Strange, te estábamos esperando.
—Hola,
coronel. ¿Cómo va eso? —dijo guardando los revólveres en la pistolera para
evitar que el coronel se pusiese nervioso y disparase a Suzanne.
—Bien,
bien. De hecho me estoy divirtiendo, has demostrado ser un hombre con recursos.
No hay muchas personas con esa capacidad de matar. Con gusto te contrataría,
pero la verdad es que llevaba tanto tiempo con estos hombres que uno termina
por cogerles cariño, así que tendré que matarte, es una cuestión de prestigio.
—Lo
entiendo.
—Sí,
lo imagino, pero yo no. ¿Podrías explicarme por que la has tomado conmigo? Estoy
seguro de que no fue por el incidente del saloon.
—En
efecto, no fue la causa. Usted no sabe quién soy, pero yo sí sé quién es usted.
Al principio de la guerra yo solo era un granjero en Luisiana que había
rechazado el reclutamiento. Un día fui a Charlotte, a vender parte de mi
cosecha y cuando volví encontré mi casa ardiendo y mis animales
muertos, cuando pude acercarme a los restos, a la mañana siguiente, descubrí a
mi mujer y a mi hijo atados a sendas sillas con alambre de espino y totalmente
carbonizados. Al preguntar por los
alrededores, unos vecinos me dijeron que habíais sido vosotros.
—Sé
que no te servirá de consuelo, pero no era nada personal... —replicó el coronel
sujetando con fuerza a una Suzanne que no paraba de revolverse.
—Para
mí sí lo es. Aquel mismo día me apunté como explorador en el ejercito
confederado y os he perseguido por todo el continente hasta que os he encontrado
en este agujero. Ahora vas a pagar por todo lo que has hecho.
—No
te atreverás, mataré a esta furcia. —dijo Davenport pegándose al cuerpo de la
joven para hacer más difícil la puntería del forastero.
John
no respondió y miró a los ojos de Suzanne, no sabía por qué, pero la mujer se
había calmado y con sus ojos le decía que confiaba totalmente en él.
En
ese momento Davenport separó el arma de la sien de Suzanne y apuntó a la cabeza
de John, pero este le estaba esperando y como un relámpago sacó la pistola de
la cartuchera y disparando desde la cadera le descerrajo dos tiros entre los
ojos, lamentando no poder hacerle aullar de dolor durante días antes de acabar
con él.
SUZZANE
Sintió
la turbulencia provocada por las balas de John al pasar al lado de sus mejillas
y luego el sonido sordo cuando estas se alojaron en la sesera de aquel
hijoputa. Sintió como las garras de Davenport se aflojaban y la soltaban antes
de caer al suelo inerte, produciéndole una sensación de alivio como nunca antes
había experimentado.
Sin
pensarlo, se lanzó sobre John, que aun mantenía el revólver humeante a la
altura de la cadera y lo besó.
John
soltó el arma y la abrazó devolviéndole el beso con intensidad, pero sin
violencia. El sabor a tabaco y a muerte invadieron su boca haciendo que los
pelos de su nuca se erizaran. Deseaba a ese hombre como no lo había deseado
nunca en su vida. Se apartó un instante y miró a aquellos ojos grises que por
fin parecían descongelarse poco a poco.
Con
las piernas aun temblorosas lo cogió de la mano y tras besarle de nuevo, lo
sacó del edificio.
El
pueblo parecía desierto, un súbito y profundo silencio, como si todos sus
habitantes hubiesen dejado de respirar, se había extendido por él. Suzanne
recorrió el camino que le separaba del saloon cogida del brazo de John mirando
a un lado y a otro de la calle.
Cuando
pasaron frente a la oficina del sheriff este salió al porche y con el rifle aun
humeante, se llevó la mano al Stetson y les saludó con una sonrisa torcida,
incapaz de guiñar un ojo. John le devolvió el saludo y continuó su camino con
la mirada perdida en el final de la calle.
El
saloon estaba desierto, parecía que todos los habitantes de perdición se
hubiesen quedado en casa presintiendo la batalla. Las chicas estaban en la
barra bebiendo y hablando en voz baja preguntándose cuál sería su futuro ahora.
Cuando
entraron, el alivio de todas las presentes fue palpable. Hasta la cocinera soltó
un suspiro. Suzanne le pidió una jofaina con agua caliente y unos trapos y subió las escaleras con John, seguida por
las miradas cargadas de envidia de las jóvenes.
Su
habitación era totalmente distinta a la de sus prostitutas. Como ella no tenía
que atender a los clientes, la había decorado como un pequeño hogar. Las cortinas eran de vivos colores y la cama,
aunque no era demasiado grande, tenía un colchón mullido y un edredón de pluma
que le aislaba de las frías y solitarias
noches del desierto.
Sentó
a John en un taburete y le quitó la camisa manchada de sangre. La cocinera
entró un par de minutos después con lo que le había pedido y una botella de
Whisky de propina. Tras echarle un buen vistazo al torso desnudo de Strange, se
retiró y les dejó por fin solos.
La
bala había producido un profundo surco en el hombro izquierdo de John, justo
por encima de su clavícula a pocos
centímetros de su cuello. Con un escalofrió escurrió el trapo y limpió el pecho
de John de sangre coagulada.
John
sacó el tapón de la botella con los dientes y pegó un largo trago. Suzanne
acarició con suavidad el torso del forastero, recorrió sus pectorales y su
vientre, arrastrando con el trapo sangre y polvo.
Cambiando
de trapo, miró a los ojos de John antes de centrarse en la herida y limparla con todo el cuidado que
pudo. A pesar de todo el forastero soltó un gruñido y le pegó otro trago al
bourbon mientras ella trataba de limpiarla lo mejor que sabía.
—Esto
será lo peor, —dijo ella arrebatándole la botella de Whisky— pero es necesario.
Sin
darle tiempo a pensar derramó un buen chorro de licor sobre la herida mientras John
soltaba un bramido y cerraba los puños para intentar aislarse del escozor.
Cuando
hubo pasado, cogió el resto de los trapos e improvisó un burdo vendaje.
—No
es una obra de arte, pero aguantará hasta que mañana te vea el doctor Jenkins y
te haga una cura mejor. —dijo ella acariciando el pecho del hombre con
sensualidad.
John
la miró con una intensidad que hizo que todo su cuerpo despertara excitado.
Desde que había dejado de venderse no había vuelto a sentir atracción por un
hombre. Creía que las noches de sexo sórdido y violento habían acabado con el
deseo que sentía por los hombres, pero se había equivocado.
John
se levantó y la desvistió con lentitud aprovechando para acariciar su cuerpo y
provocarle continuos escalofríos. Cuando estuvo totalmente desnuda se preguntó
si le parecería bonita. Siempre había pensado que tenía las caderas demasiado
anchas y la piel tan pálida y llena de pecas que parecía una especie de animal
exótico.
Un
largo beso de John interrumpió sus pensamientos. En ese momento el forastero la
cogió en brazos y la deposito sobre la cama. Las manos de John se deslizaron
por su cuerpo desnudo y, sin dejar de besarla, acariciaron sus pechos y jugaron
con la mata de pelo rojo que cubría su pubis.
John
se desnudó y se tumbó a su lado. Sintió el calor de su cuerpo y la dureza de su
miembro presionando contra su muslo. Vio el fino rasponazo que había causado la
otra bala en su muslo e intentó alejarse a por otro trapo, pero John se lo
impidió atrayéndola hacia él.
Se
acurrucó en sus brazos y separó levemente las piernas, dejando que los dedos de
John jugueteasen con su sexo provocándole los primeros gemidos de placer.
Finalmente,
John se colocó encima de ella, entre sus piernas. Notó la polla de John
presionando contra su pubis y se sintió temerosa e insegura, como si fuese la
primera vez que lo hacía. Deseaba disfrutar y que él lo hiciese también. Deseaba
tenerle el resto de sus días en su lecho. Deseaba hacer el amor con él todas
las noches y todas las mañanas también...
El
miembro de John entró en su coño haciendo que todos sus pensamientos se
esfumaran sustituidos por un intenso placer...
JOHN
John
observó el cuerpo de la joven y su cara de ángel de fuego con aquellos cabellos
rojos, esos ojos verdes y la nariz pequeña y pecosa dilatada por efecto de la
excitación. Su cuello sus pechos, sus caderas, todo era generoso y firme.
Sin
poder contenerse más, la cogió en brazos y depositando su cuerpo sobre la cama
la beso, entrelazando su lengua con la de de Suzanne. Quería abrazarla, quería
saborearla, quería poseerla y que ese momento durase para siempre. Se desnudó y
se tumbó a su lado sintiendo la tibieza de su cuerpo y acariciando aquel cuerpo
pálido y pecoso, recorriendo con sus dedos las finas venas que recorrían sus
apetitosos pechos.
John
deslizó sus dedos por el vientre de la joven hasta llegar a su pubis. Enterró
sus dedos en aquella mata de pelo ardiente y tras juguetear unos instantes,
deslizó las manos entre sus muslos acariciando la entrada de su sexo. Suzanne
gimió excitada y abrió ligeramente las piernas para que el pudiese entrar en su
coño hirviente.
Excitado,
se colocó sobre ella. Suzanne abrió un poco más la piernas y le miró. Estaba
acostumbrado a ver el miedo y la incertidumbre en los ojos de la gente, pero no
esperaba detectarlo en la joven. Se suponía que ella era la experta. John le
acarició la mejilla unos instantes y a continuación deslizó su pene en el
cálido interior de la joven.
Suzanne
gimió y se agarró a él con brazos y piernas mientras la penetraba con movimientos lentos y
profundos, sin apresurarse, disfrutando de cada chispazo de placer que le
proporcionaba aquel delicioso coño.
Suzanne
gimió e hincó las uñas en su espalda temblando con cada embate. John se agarró
a su muslos y sin dejar de penetrarla besó su cara, sus labios y sus pechos,
jugueteando con sus pezones y volviéndola loca de placer.
Dándose
la vuelta colocó a Suzanne encima de él.
SUZZANE
Todas
sus inseguridades se esfumaron en cuanto John comenzó a apuñalarla con su
miembro, lenta y profundamente, haciendo que todo su cuerpo se estremeciera de
placer. Gimió y se agarró a él desesperadamente, sintiendo como sus boca y sus
manos se multiplicaban acariciando y chupando, llevándola al borde del orgasmo.
Con
un movimiento brusco, John se giró y la puso sobre él. Llevada por el deseo se
irguió y comenzó a mecerse con aquel miembro ardiente dentro de sí, levantando
la melena por encima de su cabeza y exhibiendo su cuerpo.
John
acarició sus pechos y pellizcó suavemente sus pezones provocándole un
escalofrío y un pequeño gritito de dolor. Apartándole las manos, comenzó a acariciarse
ella misma mientras comenzaba a saltar suavemente sobre el pubis de John.
JOHN
John
vio a la mujer acariciarse sensualmente sus pechos pesados y turgentes mientras
subía y bajaba por su polla con lentitud. Observó su respiración agitada y escuchó
sus gemidos ahogados por el esfuerzo. Poco a poco fue aumentando el ritmo hasta
que terminó convirtiéndose en una cabalgada salvaje que acabó con un monumental
orgasmo de la joven que se derrumbó agotada y sudorosa sobre él.
John
la empujó tumbándola boca arriba y la besó unos instantes antes de comenzar a
lamer y saborear su cuerpo. Sabía a deseo y a sal.
Aun
hambriento, enterró la cara en el sexo de Suzanne besándolo y saboreando los
flujos orgásmicos que escurrían de él.
En
pocos segundos la joven empezó a gemir y antes de que John la penetrara, su
amante se dio la vuelta y agarrándose al cabecero de la cama meció sus nalgas atrayéndolo
hacia él. John acaricio el culo redondo y firme de la joven y sus muslos y tras
separarlos ligeramente la penetró.
Envolviendo
su cintura con los brazos, comenzó a follarla con fuerza, besando su nuca y mordisqueando
sus cuello y sus hombros.
Suzanne
gemía y volvía de vez en cuando la cabeza para devolverle los besos. Sin poder
aguantarse más John agarró los pechos de la joven y con unos últimos y salvajes
empujones se corrió en su interior.
SUZZANE
Suzanne
se quedó quieta mientras John tras correrse siguió penetrándola hasta que un
segundo orgasmo la obligó a tumbarse arrasada por el placer. John se dejó caer
a su lado abrazándola y atrayéndola contra él hasta que sintió que no quedaba
una molécula de aire entre ellos. Sintió sus manos ásperas acariciar su piel
aun electrizada. Ronroneó satisfecha sintiendo como el miembro de John menguaba
dentro de ella. Jamás se había sentido así tras un polvo, sentía que había
hecho algo más que follar. Cuando John finalmente sacó su polla, no pudo evitar
una sensación de pérdida.
Inmediatamente
se dio la vuelta, cogió aquellas ásperas
mejillas sin afeitar con sus manos y lo besó con toda la ternura de la que fue
capaz. No hizo falta una elaborada declaración de amor, con aquel hombre rudo y
silencioso sobraban las palabras, sabía que aquellos días se había forjado
entre ellos un vinculo que ni el tiempo lograría socavar.
Esos
ojos fríos y peligrosos se habían vuelto dulces y protectores. El forastero se
había resistido y la había hecho sufrir, pero ahora era suyo para siempre.
—Dicen
que han encontrado oro en California... —dijo ella mirando a John a los ojos.
—¿Quieres
hacer de mí un minero ahora? —preguntó el sonriendo y acariciando su melena
húmeda pegada a la frente.
—¡No
, idiota! —respondió sonriendo—Se ha desatado la fiebre del oro y la gente
vende todas sus pertenencias a cualquier precio para ir en su busca. He
ahorrado suficiente para comprar un buen rancho, dicen que las tierras son muy
buenas en el valle de San Fernando. —respondió ella pegando su cuerpo contra el
de él— Quiero empezar una nueva vida, lejos de aquí, donde nadie nos conozca.
Quiero que tengamos hijos y quiero verlos crecer en paz, lejos de la violencia
y la avaricia que genera el oro.
John
la miró un instante y la besó de nuevo, con ternura, firmando un trato que
acababa con una vida de pecado e inauguraba una vida de esperanza y felicidad.
SHERIFF DONEGAN
Había
que ver, él había hecho lo que nunca pensó que haría en su vida, una acción
desinteresada por el bien de su ciudad. Por primera vez en mucho tiempo había
dormido como un angelito sin tener que beber una gota de alcohol.
Se
levantó al mediodía sintiéndose otro y se desperezó rascándose las pelotas como
un perro satisfecho. En la calle vio al doctor,
ocupándose de los cadáveres, esperaba que fuesen los últimos en mucho
tiempo.
Era
evidente de que ya se había corrido la voz, porque la gente paseaba por la
calle sin esa sombra de miedo o preocupación que imperaba bajo la tiranía de
Davenport. Cuando pasaban a su lado, los hombres le saludaban tocándose el
sombrero con respeto y las mujeres le sonreían.
Se
dirigió al saloon para hablar un rato con el forastero, pero cuando llegó, las
chicas le dieron la noticia de que Suzanne les había vendido el local y se
había marchado con John al oeste.
Le
hubiese gustado despedirse, pero así también podía dejarlos ir sin tener que
someterlos a un embarazoso interrogatorio. Con un suspiro les deseó suerte y se
volvió hacia Corina, no se le ocurría nada mejor que hacer aquella esplendida
mañana que echar un buen polvo para celebrarlo.
Epílogo
—Han sido dos años plenos en
acontecimientos. Algunos dirán que el pueblo cambió cuando se acabó el oro y
llegó el ferrocarril, otros cuando los indios nos atacaron, los más cuando la
ciudad cambió de nombre.
—Pero yo os digo, hermanos que cuando el tirano murió, el alivio cubrió este pueblo como un acogedor manto convirtiéndolo
en una verdadera ciudad.
—¡Aleluya! —gritan los feligreses.
—Ignoro dónde se encuentra el hombre
que Dios nos envió para salvarnos y redimirnos de nuestros múltiples pecados.
Pero todos los días le doy las gracias por haberlo traído hasta nosotros.
—Sabemos que no somos la ciudad
perfecta, hermanos. El pecado sigue entre nosotros y yo mismo, humildemente,
admito que soy el primero en caer en la tentación, por esto y porque allí donde
este John Strange, haya encontrado la paz y la felicidad, entonemos este
salmo...
FIN