martes, 29 de marzo de 2011

Paparazzi (GatitaKarabo)

Famoso: Eres un sinvergüenza. ¡Te partiré la cara!

Paparazzo: Perdone. Yo informo a la opinión pública, ése es mi trabajo.

Famoso: ¿Me meto yo en tu vida y en tus trapicheos acaso?

Paparazzo: Es que tú no eres periodista.

-Diálogo extraído de La Dolce Vita de Federico Fellini-

***

Paparazzi es una palabra italiana que significa algo así como “moscones”. No sé por qué nos llaman con ese término despectivo y, para colmo erróneo. En todo caso sería paparazzo, en singular. Está claro que si las moscas acuden es porque hay mierda. Cada famoso tiene la suya. Yo me dedico a destaparla y mientras más mierda haya en el asunto, más le interesa al respetable público.

No es culpa mía que esa actriz se ponga a follar en pelotas en la playa, o ese deportista se líe con la niñera de sus hijos, o que ese cantante quiera tirarse a un chaval en los baños de un parque público… Esas son sus mierdas. Yo simplemente les acecho, les pillo y les hago las fotos. “Si no quieres que se enteren, no lo hagas… pero si lo haces, ten por seguro que te pillaré”. Ese es mi lema.

Seré un paparazzi –aunque yo prefiero que se me llame reportero gráfico de investigación-, pero tengo mi status. No estoy haciendo guardia en las puertas de las casas, ni persiguiendo a esos famosillos de turno que están locos por hacer un montaje para salir en televisión; eso no es rentable. El verdadero negocio está en descubrir y capturar con imágenes algún asunto sucio de un artista, político o deportista con alto poder adquisitivo. Normalmente esas fotografías no ven la luz en la prensa de colorines; ya se encargan los interesados en comprarlas a un buen precio.

Me encanta mi trabajo no sólo por los beneficios: he de reconocer que este oficio es mi más perverso placer. A mi mujer le jode que pase las noches fuera de casa, pero a mí me encanta observar oculto en la oscuridad, sabiendo que no han reparado en mí. Piensan que están seguros, que nadie les observa. Pero yo estoy allí y mis ojos son las lentes del visor telescópico de mi cámara tuneada de largo alcance. Mi cámara es parte de mí, una extensión de mis brazos. Su buen estabilizador hace posible que no sea necesario el incómodo trípode para las fotos en movimiento, y aunque haya poca luz no hay necesidad del flash delator; las imágenes son nítidas y tienen un gran poder de resolución, incluso en la oscuridad.

Esta noche tenía el pálpito de que podía conseguir algo bueno. El acechado en este caso iba a ser un futbolista de élite, mi especialidad. Esos tíos son los más ricos y los más golfos. Además, la fuente –una putilla yonki que salió con un famosillo de un reality show hace algunos años, y que aún tenía ciertos contactos- era bastante fiable. Esa zorrita, Mónica, ya me había soplado algún otro rumor que resultó verídico.

Llegué a la dirección, un grupo de casetas de campo abandonadas en las afueras del quinto coño. Oculté la moto entre unos árboles, lejos de la carretera y de la vista de esas putas callejeras que, sentadas en hamacas de plástico, se calentaban con los fuegos de las hogueras. Mónica no tardó en aparecer. A pesar de tener el aspecto algo demacrado y ojeroso, seguía teniendo un buen polvo.

-Esto es una cloaca en el culo del mundo. ¿Estás segura que es él y de que viene aquí? –le pregunté enfadado y algo acojonado, pensando que me había tangado y que de un momento a otro aparecería un chulo para robarme el dinero, la moto, la cámara y luego matarme.

-Estoy segura, joder. Una vez vine por esta zona a pillar perico; buscaba un sitio tranquilo para colocarme y encontré estas casetas de herramientas. Le vi en persona, con estos ojitos. Te juro que no estaba alucinando. Le tengo vigila’o desde entonces. Ha venido aquí más de una vez y siempre a lo mismo, no te lo vas a creer, tío, es mu’ fuerte… ya lo verás –me aseguró sorbiéndose los mocos y hablando de la típica forma gutural de la que va metida de todo-. Se cuelan en aquella caseta de allí. Lo podrás ver mejor desde la ventana de esta otra que está enfrente.

No las tenía todas conmigo, pero la seguí. A fin de cuentas a Hugh Grant le pilló la policía con un travelo callejero que se la estaba mamando en un coche. Cada uno tiene sus vicios.

Mónica quería su pasta y largarse, pero me negué a darle ni un euro hasta que no tuviera alguna foto provechosa. Así que aquí estoy, esperando…

Es lo malo que tiene este trabajo, las eternas esperas, que trato de amenizar con unos traguitos a mi petaca de bourbon.

Media hora…

Una hora…

¡Por fin! La luz de una bombilla portátil revela que hay alguien en la caseta de enfrente. Miro por el objetivo. Es un hombre vestido de negro, con una gorra oscura que lleva una gran visera que le oculta el rostro. Se parece al tipo en cuestión, al menos en su complexión, pero tampoco puedo asegurarlo. Otro tío grandote aparece. Arrastra a una rubia menudita de pelo lacio, que parece colocada o borracha, porque se tambalea.

-¿Se han traído a una puta drogata? –susurro extrañado. No sé por qué supuse que habían ido a esa caseta a comprarle drogas a algún camello.

-Esa pava no es ni puta, ni yonki. Mírala bien. Será una gilipollas que habrá ligado el guaperas de su amigo en una discoteca. Seguro que le ha metido un roche o un special-K en la copa, jaja, por eso no sabe ni lo que hace, joder, mira, si ni siquiera se tiene en pie.

El grandote la sostiene y el supuesto futbolista le desabrocha la blusa y se la quita. El sujetador es ligero, sin espuma, de color azul claro, con una imagen de Hello Kitty en la copa izquierda. Girando la rueda del zoom capto que se le transparentan los pezones de sus tetitas. La muchacha parece recobrarse un poco. Hace ademán de taparse con las manos, mas el de detrás se lo impide sujetándola de los brazos. La chica entonces grita asustada y el de la gorra le da una fuerte bofetada.

Mi ojo tras la cámara mira hipnotizado la escena. El tío se acaba de desprender de la gorra y de la camiseta negra. ¡Es él! Joder, ahora sí que estoy seguro. Le veo el careto perfectamente y para más inri, sus tatuajes son inconfundibles. Mi dedo en la mano que sujeta la cámara presiona con delirio orgásmico haciendo una ráfaga de fotos.

El tío se aparta de la ventana y veo que el otro le ha quitado la falda a la chica, la ha atado y le ha puesto una mordaza en la boca.

Reconozco el modelo de atadura… es un bondage strapatto. Las muñecas quedan atadas a la espalda y la cuerda sujeta a una viga del techo, bien tensa, de forma que los brazos se elevan por detrás, la cabeza y el tronco se inclinan hacia delante y el culo queda en pompa. Mmmmm… Me encanta esa postura.

El deportista se coloca detrás de la muchacha, que vuelve a estar ida, y le baja las bragas. Su compañero le proporciona una vara larga y flexible con la que empieza a azotarle las nalgas. Los fuertes azotes hacen que la chica espabile y vuelva a agitarse. El gorila se coloca ahora justo en la ventana. Mierda. Me tapa toda la visibilidad. Al cabo de un rato se aparta. Por fin, cabronazo… Bien.

Vuelvo a disparar en modo ráfaga para conseguir la mayor cantidad de fotos. ¡De puta madre! Joder, joder, jodeeer… ¡Esta es mi mejor noche! ¡El mejor reportaje de mi vida! El famoso futbolista de primera división se la está metiendo por el culo a la niñata esa. Ajusto el ISO y el enfoque es perfecto. Se detecta de forma precisa el rostro del tío, sudoroso, mordiéndose los labios, bien agarrado de sus caderas y dándole bien fuerte por detrás. El careto de la chavala es la hostia también. Aunque lleva una mordaza de bola en la boca que le ahoga los gritos, tiene los ojos desorbitados y una expresión de dolor y de horror que espero que quede reflejada en unas buenas imágenes de alta resolución, que me van a hacer muy, muy rico.

El más alto se aproxima a la chavala. Se desabrocha el pantalón y se saca un enorme pollón. Le quita la mordaza de bola y la sustituye por una mordaza Whitehead. Sé lo que es porque lo he visto en fotos de BDSM… Es un artilugio médico para cirugía bucal, con bisagras y marcos de metal en la boca y un par de trinquetes que hacen que la mantenga bien abierta. Ajusta la apertura al máximo. Para que le quepa un pollón de ese calibre seguro que le tiene que desencajar las mandíbulas.

La vuelve a agarrar del pelo y se la mete toda entera en la boca. Me cagüen su puta madre… Mi polla va a reventar dentro de mis pantalones. Llevo un buen rato empalmado y me gustaría pajearme, pero acabo de cambiar a modo video y de ninguna manera voy a soltar la cámara mientras estoy grabando. Vuelvo la cabeza y ahí está Mónica. Con la emoción de la escena y del reportaje, había olvidado completamente su presencia.

-Tía, haz algo de provecho mientras tanto. Estoy cachondo… Te doy cincuenta euros más si me la chupas.

-Eh, tú, que no soy una puta. Tengo mis vicios, no lo niego, pero no me prostituyo para conseguirlos. Tan bajo no he caído como para hacerte a ti una mamada, vamos, ni por toda la puta coca del mundo… ¿Qué te has creído que soy?

-¿Recuerdas aquella fiesta? Creo que fue en el cumpleaños de un friki de esos que abundan ahora. Tal vez no te acuerdes, porque estabas tan colocada que te tiraste a todo bicho viviente, incluido el perro. Yo sí que me acuerdo y, si en todo caso me falla la memoria, tengo las fotos para atestiguarlo. La foto con Bobby quedaría muy bien en el aparador del recibidor de la casa de tu madre, ¿no crees?

No es verdad que tenga esas fotos, de hecho, me lo acabo de inventar todo, pero seguro que una yonki como Mónica habrá estado en alguna fiesta tan drogada que no sepa ni lo que ha hecho.

Soy un tipo listo, la estrategia funciona. Mónica deja de tener tantos remilgos. Murmura algo como “cabronazo joputa” y luego, sin decir una palabra más, se arrodilla ante mí, me baja el pantalón y se la mete en la boca.

Me la chupa desganadamente, sólo la puntita, como con asco… Me encantaría agarrarla bien fuerte de la cabeza y follarle la boca hasta atragantarla -como está haciendo el gorila ese a la pavita de ahí enfrente, mientras el otro se la sigue follando por el culo de manera brutal-, pero he de mantener sujeta la cámara, bien firme y seguir grabándolo todo.

-Ponle más entusiasmo, zorra, trágatela toda hasta el fondo o te puedo asegurar que acabarán llamándote “La encantadora de perros” en tu pueblo.

La amenaza surte efecto y la puta de Mónica empieza a mamármela con afán. Allá enfrente el jugador de futbol supongo que ya se ha corrido, porque se está quitando el condón. Se sube los pantalones y se guarda el condón anudado en un bolsillo. Vuelve a coger la vara y a darle azotes entre las piernas a la rubia, que se está poniendo morada con todo ese mazo de carne embutido hasta la campanilla. Al cabo de un rato, el tío se la saca de la boca y empieza a meneársela.

-¡Se le va a correr en la cara! ¡Seguro que se corre en su cara! Joder, me corro, me corro… Despacito, despacito ahora, eso… así… así… sigue, puta, sigue…

Me corro en la boca de Mónica, que, en cuanto termino, lo escupe todo en el suelo tras unas cuantas arcadas. La polla del gigantón está soltando chorros de leche en la cara de la rubia, el de detrás la continúa caneando entre las piernas y mi preciosa cámara sigue grabando.

-¿Dónde coño van? ¿Se la van a dejar ahí? –le pregunto a Mónica cuando veo que los tíos se han vestido y no parece que vayan a descolgarla.

-A la otra la dejaron también atada para follársela de nuevo la noche siguiente –me contesta Mónica, más contenta ahora, contando el dinero, ya que acabo de pagarle lo estipulado.

Estoy pletórico. Sí, esta es la mejor noche de mi vida, y no sólo por el dinero que me va a aportar este reportaje, es mucho más. Es la sensación de poder. Saber que tengo a ese delantero en mis manos, cogido por los huevos, colgando de un hilo… Le tengo atado y bien atado… Tal vez por eso me encanta el BDSM, pero hasta ahora sólo lo había visto en fotos o videos, nunca lo había visto así, tan… real.

El deportista y su amigo se han marchado hace rato. Mónica también, seguramente a pillar mercancía aprovechando que tiene dinerito fresco. Yo también debería irme, pero… joder… ¿Por qué no?

Entro en la caseta. La chica parece inconsciente. Le han vuelto a poner la mordaza de bola por si se despierta y grita. Las braguitas moradas están enrolladas en un tobillo. El color le hace juego a los preciosos bordones paralelos de tono cárdeno que adornan las nalgas de ese culo recién follado. En el alfeizar de la ventana está la vara junto con otros tantos juguetes sexuales. Busco el ángulo adecuado, dejo allí reposar mi cámara y pongo el automático. Agarro una fusta larga, como las que usan en equitación. Los sonidos que producen los chasquidos contra la piel, combinados con los sordos quejidos y sollozos a través de la mordaza son como una melodía afrodisíaca.

Escojo un consolador doble, de grandes dimensiones, que tiene un buen mango para manejarlo. Me encantaría que hubiera una de esas fucking machines, encajarle bien dentro los dildos y ajustarla a la máxima velocidad, pero no se puede tener todo… Aún así, no me puedo quejar. Empuño el aparato moviéndolo de forma febril y la zorra se agita y berrea de nuevo. Joder, qué noche… Vuelvo a estar tan excitado que en cuanto le meta la polla, me voy correr gritando.

Saco un condón de mi cartera y aprovecho para dar un buen trago de bourbon de mi petaca.

No he acabado de ponerme la goma cuando la vista se me nubla. Estoy tan mareado que tengo que sentarme en el suelo. Voy perdiendo la consciencia por momentos.

-Despierta, bella durmiente… -el fuerte azote en mi trasero desnudo hace que me recobre.

La cara de Mónica aparece ante mi vista en cuanto abro los ojos. Las voces y las risas de los demás retumban en mi cabeza. Me duelen los brazos y los hombros, me arden las muñecas. Estoy atado de la misma manera que lo estaba la chica rubia, que me mira ahora riendo junto al futbolista y su amigo.

-Guau, chicos, qué noche… –sonríe el futbolista y yo no entiendo nada-. La mejor de mi vida.

-Co… Co… ¿Cómo? –consigo articular yo.

-¿Cómo? Pues muy fácil –contesta el deportista-. Con dinero y un poco de investigación se pueden descubrir los secretos más ocultos. Tú deberías saberlo. Me enteré de que te pone el rollito este de las cuerdas y el sexo depravado.

-Eeeeh –protesta la rubia-, que a mí también me mola lo del bondage, y no digamos a vosotros, que, por lo que he visto esta noche, no lo habéis pasado nada mal.

-Como que tú has padecido mucho –replica el otro tío riéndose-, si te has corrido por lo menos tres veces, que yo estaba ya nervioso pensando que el imbécil éste iba a notar que, en lugar de sufrir como una pobre chica violada y torturada, estabas disfrutando como una loca.

-Jajajaja –suelta una carcajada, la muy zorra-. Cuatro orgasmos, chaval… Ha sido mi mejor noche, en serio os lo digo…

-Te di el soplo –prosigue Mónica, que agarra la vara y me da unos golpecitos en los huevos que me hacen temblar esperando lo peor-. Teniendo un buen cebo, picaste según lo planeado. Aproveché para echar la droga dentro de tu petaca mientras te la estaba chupando. Ni te diste cuenta, tan emocionado que estabas grabando la escenita con tu cámara.

-Pe… Pero… ¿Por qué? –deseo despertar de esta pesadilla.

-Porque él me paga mucho más y me cae mucho mejor que tú –afirma Mónica y el gorila también asiente.

-Mmmmm… Pues yo… qué quieres que te diga…. –sonríe de forma lasciva la rubita- lo hice porque me encantó la idea, cielo. Aquí, el delantero centro es amigo mío desde hace algún tiempo y casi me corro de gusto cuando me estaba contado sus planes.

-¿Necesitas que yo te diga por qué? – ruge el deportista mientras aprieta los puños y cierro los ojos temiendo que me pegue un derechazo-. Pues porque eres un cabrón. Le has jodido la vida a muchos de mis amigos. Así que en parte es por venganza y en parte para tener un seguro anti-extorsión contra ti. No iba a dejar que me jodieras, así que me he adelantado. Vas a probar tu propia medicina.

-Y tenemos un buen material –afirma el amigo agarrando mi cámara-. Aunque le he hecho unas buenas fotos desde la otra caseta mientras estaba fustigando a Susana y metiéndole los dildos, él mismo se ha grabado con su cámara. Tenemos primeros planos. Ahora podemos seguir grabando con esta joyita un buen video para terminar el reportaje, con nuestro protagonista colgado como un suculento jamón. ¿Quién quiere ponerse el arnés y darle por el culo?

-¡Yo! ¡Yo! –gritan las dos chicas y yo estoy a punto de vomitar.

-Venga, tío, no pongas esa cara, seguro que si te relajas, disfrutas siendo el prota de la peli. Aquí, la encantadora de perros, le pondrá mucho entusiasmo y te la meterá toda enterita mientras Susana te da unos cuantos azotes en los huevos con la vara -se regodea Mónica y todos se ríen.

Hijos de puta... Voy a gritar rabioso, pero el gorila me pone la mordaza de bola en mi boca que sofoca mi alarido.

Hijos de puuuuutaaaa… Hijooooos de puuuuuutaaaaaa…

-FIN-



Paparazzi
Categoría: No Consentido

Gatita Karabo nos resume así el relato con el que participa en el Ejercicio:No es sólo por el dinero, es la sensación de poder: descubrir sus secretos más ocultos y tenerles atados, bien sujetos, colgando en un hilo a mi merced... Por eso también me ...

Ivette, mi princesa árabe (Marius)

Hola, soy Azrael, tengo 27 años y soy mexicano. Esta historia es sobre mi exnovia Ivette, con quien estuve hace ya varios años cuando estudiaba mi carrera.

Empezamos por internet para después pasar a hablar por teléfono, todo aderezado con sexo por supuesto. Lo que más me fascinaba cuando teníamos ciber-sexo o sexo por teléfono era que comentaba mucho su afición por leer a Sade, por lo que le gustaba mucho la estimulación anal, Por ese entonces mi experiencia sexual era muy poca así que el conocer esa versión del sexo me resultó algo muy novedoso y atractivo, tanto así que el sexo anal fue el protagonista de nuestras ardientes conversaciones.

Cuando nos decidimos a conocernos quedamos de vernos en un café y en cuanto nos reconocimos no hubo palabras, simplemente besos y caricias hasta donde nos permitía el hecho de estar rodeados de gente. Tomamos transporte a mi departamento y en cuanto entramos a mi recámara la ropa voló por los aires. Era la primera vez que veía su cuerpo en vivo y la primera vez que me lo iba a comer (como me encanta la emoción de la novedad) Ella tenía pocas caderas pero unas nalgas paraditas, suaves y firmes sin ser muy grandes, mientras sus senos eran pequeños pero muy firmes, así que básicamente era de cuerpo atlético. Sus pezones eran pequeños pero duros como rocas y su areola pequeña y muy obscura, de tal forma que desde que los vi realmente deseaba chuparlos. Finalmente lo que más loco me volvió loco de ella: su piel. Era suave y tersa aún para una joven de 18 años, firme, sin ninguna estría ni celulitis y de un color moreno delicioso. No era un moreno bronce o barro sino ligeramente más claro y de otra tonalidad, más bien canela como el color de la raza árabe. Sus rasgos correspondían con su piel: labios pequeños pero bien definidos, una nariz ligeramente pronunciada y curva con unos ojos enormes, almendrados y obscuros con enormes y espesas pestañas. Nunca hasta entonces me parecieron tan llamativos los ojos de una mujer.

Después de contemplarla le comí el sexo con desesperación y ella después a mí. Realmente era y sigue siendo la mejor mamadora que he conocido en mi vida, se metía y sacaba todo mi pene rápidamente sin hacer arcadas y me masturbaba hasta casi hacer que me viniera. La detuve y me subí en ella, la abrí como pollo y de misionero se la metí de golpe en la vagina hasta el fondo. La verdad es que con la emoción hasta se me olvidó ponerme condón. Ella dio un grito pero le encantó y ahí supe que le gustaba el sexo rudo. Le di con desesperación pero tratando de no acabar de inmediato. Ahí fue cuando descubrí lo expresiva que es en el sexo. Hasta la fecha no he conocido una mujer que mueva tanto la cara durante el sexo. Movía las cejas, volteaba los ojos, contraía la boca, se pasaba la lengua por los labios, en fin, su rostro era un remolino. Después la puse de perrito pero con la cabeza y los brazos pegados a la cama, simplemente con las nalgas paradas. Esa fue mi posición favorita con ella durante todo el tiempo que salimos juntos. Me encantaba ver su trasero y piernas perfectos totalmente dispuestos hacia mí y al tener la cabeza agachada sus nalgas se abrían como las puertas del cielo dejando ver por completo su vagina y ano. Esa es una imagen con la que todavía me masturbo de vez en cuando. Como decía le estaba dando a esas nalgas de diosa viendo encantado mi pene entrando y saliendo de su vagina y entonces sin ninguna delicadez por mi inexperiencia de entonces le metí un dedo su ano. Por suerte ella estaba tan excitada como yo y me dejó hacer. Después de un rato comencé a sentir remordimiento por lo de la falta de condón y se la saqué. Ella me la chupó de nuevo con toda su experiencia hasta que me vine en su boca y se tragó hasta la última gota con una sonrisa. Esa fue la primera vez que eyaculé en la boca de alguien y hasta la fecha es una de las cosas que más me gusta de la vida.

Nuestra relación duró más o menos un año y medio y fue muy sexual. Ella a pesar de ser un par de años más joven que yo tenía mucha más experiencia y me enseñó muchas cosas. Fue la primera que no sólo comió sino hasta se paladeó mi semen, la primera con quien lo hice sin condón y por lo tanto la primera que llené de mi lechita caliente por todos sus huecos.

A las pocas semanas de salir juntos ella fue quien me pidió penetrar su ano. Mi inexperiencia y el hecho de que ella tenía mucho tiempo sin hacerlo por ahí hicieron que al principio fuera algo difícil pero ya que ella era un poco masoquista pude metérsela con ella gritando como poseída. Lo hicimos varias veces y en distintas posiciones pero nunca hasta terminar pues ella en algún momento se detenía por el dolor. Fue una noche después de varios meses de intentar que una vez empezamos de perrito por la vagina. Ella tuvo su primer orgasmo y entonces decidí que estaba lista para recibirme en su ano. Después de lubricarlo y dedearlo un rato comencé a penetrarla. Esta vez ambos estábamos decididos a llegar hasta el final. Una vez adentro ella suspiró para relajarse. Después de una rato comenzó a jugar apretando y relajando su ano con lo cual sentí un placer indescriptible. Entonces se la saqué hasta sólo dejar la cabeza adentro y luego violentamente volví a entrar. Ella dio un largo alarido que empezó como un grito de dolor pero a los pocos segundos se convirtió en un gemido de placer terminando en un excitante ronroneo. Me moví con furor entrando y saliendo tan rápido como podía y ella gritó de dolor pero me pidió que continuara. Fue una media hora de gritos y placer dionisiaco en los que ella se vino como tres veces, según me dijo después, cuando por fin me eyaculé dentro de ese estrecho y cálido agujerito ¡Dios, qué delicia! Caímos rendidos, acostados boca abajo, yo encima de ella y poco a poco sentí mi pene hacerse cada vez más pequeño y su ano tratando de echar al intruso que acababa de ultrajarlo. Lo más extraño de venirse en un ano es la sensación de éste empujándote hacia afuera, es como una exprimida final. Ella echó fuera mi pene como si lo estuviera defecando y fue uno de los mejores orgasmos que he tenido en mi vida. Con el tiempo llegaron más experiencias como ésta con Ivette, algunas rayando en lo sadomasoquista, pero esas se las contaré en otra ocasión.

Al llegar el tiempo cada uno tomó su camino quedando ambos en buenos términos. Ahora vivimos en ciudades distantes por lo que solo nos contactamos muy esporádicamente por internet deseándonos la mejor de las suertes.



Ivette, mi princesa árabe
Categoría: Sexo Anal

Marius cuenta, en su aportación al Ejercicio, como conoció a su exnovia Ivette y la maravillosa noche en que finalmente conquistó su agujero trasero.


lunes, 21 de marzo de 2011

El montoncillo y la gata (Trazada)

Acabamos de hacer el amor. Estamos en esa pausa distendida en que, desaparecida la urgencia, las caricias ganan sosiego y siguen siendo delicia. Nuestras cabezas en la misma almohada, toco el pezón derecho de Luna. Me encanta hacerlo. Adoro rozar su areola granulosa y desnuda con la yema de los dedos.

- ¡Qué bien lo pasamos juntos! – comento. Luego pienso lo que pienso y le hago la pregunta que me ronda por la sesera – Una cosa: ¿Si alguien te preguntara cuál ha sido la mejor noche de tu vida, qué responderías?

Luna me aparta la mano de su pecho y vuelve a este lado de las cosas.

- ¿Por qué iban a hacerme esa pregunta? – salta como un resorte - ¡No me digas que vamos de comparaciones y quieres oír que la tienes más gorda y más larga que nadie y que follas de récord Guiness! Te creía más maduro.

- No es eso – protesto acariciándole el vientre -. Es que voy a escribir un relato para un ejercicio de autores, el tema es “Mi mejor noche”, y estoy buscando ideas. Nuestras noches me las sé y son magníficas, pero me gustaría saber de otras.

- Eso es distinto –vuelve a emperezarse mi chica -. Hagamos una cosa –sigue -. Primero me cuentas una noche tuya y luego te contaré yo una mía. ¿Te parece?

Le digo que sí y me pongo a pensar. Quizá en otro momento hubiera recordado otra historia, ahora ha sido la de Tina la que me ha venido a la memoria. ¿Por qué no? Fue hace muchos años y resultó importante para mí. Me convenció de que yo tenía las mismas oportunidades que cualquiera para llevarme una mujer a la cama…o mejor, para que a una mujer le apeteciera llevarme a la cama a mí.

Carraspeo y empiezo a contarle a Luna:

- “Yo tenía diecinueve años y ella iría por los cuarenta. No llegué a saber cuál era en realidad su nombre -¿Ernestina? ¿Justina? ¿Martina?-. Para mí fue Tina, sin apellidos, aquella noche calurosa en que la conocí en un bar de los de antes, con mostrador de mármol y, sobre él, tarros con aceitunas y variantes.

Estaba solo en Barcelona. Mis padres y mi hermana veraneaban en Bagur. Yo había tenido que quedarme en la ciudad por culpa de tres asignaturas que se me atragantaron en Junio. Aquella noche me dolía la cabeza y decidí tomar un bocadillo por ahí y retirarme pronto. Estaba zampándome un blanco y negro cuanto Tina entró en el bar, pantalones prietos, morena, exuberante. Llevaba de la mano a una chiquilla de seis o siete años con la que hablaba en francés para, sin solución de continuidad, soltar para sí misma parrafadas muy rápidas en italiano, talmente repiqueteos de ametralladora.

Éramos los únicos clientes del bar. No sé por qué me fijé más en la niña que en Tina. La chiquilla se esforzaba por hacerse entender por el camarero, repitiendo hasta la saciedad las mismas palabras francesas, y él ni flores, que si se desconoce un idioma tanto da oír una expresión dos veces como mil. Tina –todavía no conocía ese nombre- permanecía en segundo plano, desinteresada, con aires de madrastra de Cenicienta, y la niña se desesperaba por conseguir un zumo de naranja –“je veux un jus d´orange” ”Un jus d´orange, s´il vous plaît”- hasta que, no pude remediarlo, intervine, y la niña tuvo su zumo. Se puso a hablar conmigo y yo estiré de las zonas más alejadas del recuerdo para desempolvar mi francés oxidado por años de desuso, ella comunicativa y yo siguiéndola, en tanto Tina permanecía a un lado como si la cosa no fuera con ella.

La niña y yo salimos del bar tomados de la mano y cantando el “Malbrough s´en va-t-en guerre”, Tina nos seguía unos pasos atrás; - todavía no habíamos cambiado una sola palabra,- los tres calle adelante hasta que, al pasar por una cafetería, la niña me estiró y entramos. Nos acomodamos en barra, y allí ya hablé con Tina y me habló, y medio en italiano, medio en francés, me contó su historia. Cuando terminó, llevábamos tres o cuatro gintonics cada uno y la niña dormía en una silla de la cafetería sin que le hiciéramos demasiado caso.

Me habló de su niñez en Milán, de su ilusión por ser bailarina y de la academia a la que acudió a aprender, del teatro de la Scala en que, entre ópera y ópera, triunfaban los ballets rusos, y de su sueño de, algún día, formar parte de su elenco. Me contó sus desilusiones, sus fracasos, su hambre, su primera oportunidad que no era nada, pero que podía darle unas liras. “Tienes buena figura y es tonto desaprovecharla, Tina. Puedes seguir con tus clases y enrolarte con nosotros. Saldrás en topless y con muchas plumas, junto con otras chicas, haciendo lo que más te gusta: bailar”

Fue en una sala de fiestas, y en otra, y “¡qué suerte, nos contrataron en Niza!” ”Pero ¿y mis clases de ballet?” “Ya seguirás con ellas más adelante ¿te imaginas Niza?”. Y fue Niza, y Lyon, y Nimes, y Burdeos, y cada noche: “La sala de fiestas la Goulue se complace en presentarles la gran atracción internacional Fantasía Italiana”, tachín tachín; Tina era la tercera por la izquierda, -pie adelante, pie atrás, contoneo, pie adelante, pie atrás, arriba los brazos,- ¡qué lejos Tchaikowski!, ”la sala de fiestas Coup d´Argent se complace en presentarles la gran atracción internacional Fantasía Italiana”; era un pozo del que no veía el modo de salir. Sí, se sueña, se cuenta: “Gigliola atrapó a un tipo riquísimo que le montó un apartamento”; más sencillo resulta hacerse millonario en el Casino de Montecarlo. Sin embargo, me contó Tina, ella hizo el pleno cuando ya frisaba los treinta. Conoció a Gerard. Era ingeniero y acudió una noche a ver el espectáculo. Tomaron unas copas, y al día siguiente estaba otra vez allí, y al otro, y al otro. Las compañeras la animaban “Lo tienes en el bote y ese es de los que se casan”. No se equivocaron, Gerard era de los que se casaban, fue como un cuento de hadas, todas las chicas acudieron a la boda y lloraron de emoción. Tina no acababa de creérselo, se pellizcaba para convencerse de que no soñaba, pero estaba despierta y bien despierta: Era la mujer de un ingeniero e iba a vivir en Lyon.

“Eso fue hace ocho años, siguió Tina. Lyon es provinciana y triste y además está Gerard: “Tina, no has de hacer esto” “Tina, compórtate”. Estoy harta ¿sabes? Estoy harta de Lyon y de Gerard, y solo me faltaba la sobrinita de mi marido –y señalaba la niña dormida- que hay que llevar a Málaga con sus padres. Ya está bien, esto no hay Dios que lo aguante. ¿Y mi marido? Hay que conocerlo. Ese no hace algo por nada. Hemos venido a España combinando trabajo y placer. Fue ayer a Madrid –algo sobre la adjudicación de una autopista- y volverá mañana.”

Estaban cerrando la cafetería, así que tomamos un taxi y acompañé a Tina y a la niña a su hotel. Al ir a despedirme, Tina me dijo:

“Espérame. Acuesto a la niña y bajo.”

Un cigarrillo, dos –entonces todos fumábamos-, la cabeza todavía pesada, por más que el alcohol enmascarara la anterior jaqueca, y Tina bajó, “la noche es nuestra”. Se había cambiado de ropa; no llevaba pantalones sino falda amplia con mucho vuelo. Fuimos a una sala de fiestas del Paralelo, dos copas más, y a Tina le salió de dentro, de lo más hondo, la chica de las plumas. Se sacó la blusa de la cinturilla de la falda, se anudó los faldones sobre el estómago y se puso a bailar: toda una sinfonía de sensualidad en la pista. Formó corro. ¿Por qué dejaste tu vida, Tina? ¿Por qué lo cambiaste por un aburrido ingeniero de Lyon? Iba a comenzar el show y volvimos a la mesa. “Oye Tina, esto es muy caro y llevo poco dinero”. “Entre los dos alcanzaremos”.

Era un número de baile. Al concluir, Tina me dijo: “Perdóname un momento” y fue a los camerinos. Por un segundo esperé verla salir cubierta de lentejuelas y plumas moradas, pero no, volvió con una de las chicas que habían bailado momentos antes. “¿No es casualidad? Es Nicole, coincidimos dos meses en Chamonix. Hay que celebrarlo”. Bebimos cava hasta secarnos los bolsillos, mi bolsillo en el primer sorbo, el de Tina justo al abonar la cuenta. “Vámonos”. “¿Qué hora es?” ”Ni te la digo”.

Era muy tarde. Tina me pidió que la acompañara al hotel. Ni siquiera sé de dónde saqué el valor, tal vez de alguna película recién vista. “No, Tina. Te invito a una copa en mi casa”-estábamos muy cerca-. Que sí, que no sé, y allá que fuimos, y, sin excusas ni preparativos, me abrazó con hambre, como si se zambullera en el río dejando en la orilla la ropa y la sobrina y el marido y la salida de los viernes y la visita a los señores Dupont y Lyon entero anclado junto al Ródano, y yo disfruté su abrazo con regustillo a fin de fiesta conmigo, sus pechos llenos abiertos como flores, los pezones erectos y oscuros, la boca voraz comiéndome los labios, sus manos palpándome el cuerpo, agarrándome la verga, sus cuarenta años, ávidos, mis diecinueve rebosantes de hormonas, combinación explosiva donde las haya. Mañana será otro día, un poco de resaca y una dulce pereza en los miembros, hay que vivir la madrugada en la cama de una casa desconocida que jamás volverá a pisar, los dos, Tina y yo, sin pasado ni futuro comunes, sin ninguna relación fuera de aquella noche, pero con un presente en estallido, nuestros cuerpos acoplándose con facilidad, como si se conocieran los caminos, con esa sabiduría inigualable del instinto.

Tina me llamaba su niño y yo, al palpar aquella piel en la frontera, -todavía carnes firmes pero sin que desentonara ya la palabra ”todavía”-, al acariciar a aquella mujer que sabía saborear la textura y urdimbre de mis besos mucho más que las chicas de mi edad, supe que era aquella una noche irrepetible para los dos: para Tina porque la redimía de su aburrida vida provinciana y la ofrecía el regalo de un chico tierno –entonces lo era, Luna, te juro que lo era- y para mí porque me hizo asomarme al mundo de los adultos, a la vida real con sus fracasos y sus frustraciones, pero también con sus placeres, más sabios, más reposados, más totales.

La condenada se movía como una batidora. Se retorcía, me abrazaba la cintura con sus muslos fuertes, piernas de bailarina apretándome los ijares, en tanto su vagina se acoplaba de tal modo a mi verga que verga y vagina parecían una sola carne frotándose, entrando y saliendo, aunque sin acabar de hacerlo, en sí misma hasta estallar en jugos, en semen y en orgasmo, y así una vez, y dos, y tres –¡ay esos diecinueve años!- hasta que llegó el sueño, por más que siguiéramos buscándonos en él, agotados, relajados, satisfechos, distendidos, masas.

Despertamos con hambre pasado el mediodía. Nos vestimos tras una laboriosa búsqueda por detrás de los sillones, debajo de la cama, en una silla del recibidor; en cualquier lugar podía aparecer un sujetador, una falda, un slip o unos zapatos. Fue entonces, a lo largo y ancho de la casa, tal vez cuando Tina buscaba las braguitas o la blusa, cuando reparó en la muñeca de mi hermana. “Mi sobrina tiene una igual” comentó. A la luz del día había recuperado a su sobrina y al señor ingeniero y a Lyon, y se la veía un punto avergonzada, con prisa de salir a la calle, de mezclarse con gentes que no la conocieran como yo la conocía ahora.

Pese a ello la acompañé al hotel. “¿Y si mi marido ha vuelto de Madrid?” No respiró tranquila hasta que preguntó en recepción. Mientras lo hacía, yo me sentía de lo más incómodo: ¿Y qué hago si aparece el tal Gerard? “Espérame en el bar, que voy a ver a mi sobrina. La última copa corre de mi cuenta.”

Bajó a poco y fue nuestra última copa juntos, la de la despedida, Tina justificándose “no creas que acostumbro hacer esto, no sé lo que ha pasado. Ha sido la primera vez desde que me casé.”- ¿en cuántas ocasiones las mujeres dicen esa frase o parecida?- “Fue una noche deliciosa, Tina.” “Fue una noche deliciosa, Ernesto”. Y, un momento antes de irse: “Le he dicho a mi sobrina que he estado en una casa en la que había una muñeca igual que la suya”.

Esa es la historia de mi noche con Tina. Sé que no es una gran historia, pero es la mía.”

Dejo de hablar y beso a Luna en el cuello. Le encanta que lo haga. Le doy besos chiquitos de pajarillo – nada de chupones –, y a ella se le erizan los vellos de los brazos. Luego le pregunto:

- ¿Qué te ha parecido?

Duda:

- No sé. Esperaba más detalles escabrosos. Has pasado de puntillas por los polvos. No me enterado de si le comiste el coño, de si hicisteis o no el sesenta y nueve, de si te la chupaba bien, porque eso supongo que lo haría ¿no?, si se la metiste también en el culo… No me he enterado de nada, Ernesto. Si te publican eso en Todorelatos, los lectores te corren a pedradas. Echa más carne en el asador.

- Pero…

- No hay pero que valga.

- Bueno – me resigno -, cuéntame tu historia. Si me pone, tal vez me inspire algo más cachondo. ¿De qué vas a hablarme? ¿De tu primera vez?

Luna suspira.

- Yo, como casi todas las mujeres, tengo dos primeras veces – me explica. La número uno fue cuando un chico me metió la verga y estrenó mi coño; la número dos, la primera ocasión en que tuve un orgasmo. Lo del primer chico fue muy confuso y, estaba tan nerviosa que me acuerdo de poco - es falso que se recuerde siempre la primera vez, muchas chicas nos sentiríamos más felices si consiguiéramos olvidarla -; en cambio tengo muy presente mi primer orgasmo. La pérdida de la virginidad –suena cómico, pero no sé decirlo de otro modo- fue una especie de ensayo general, sirvió para superar el miedo al daño físico y poco más. No, esa no fue en realidad mi primera vez. En cambio lo de Jaime, mi primera vez de verdad…

Calla unos segundos, tal vez reordenando las ideas. Después sigue hablando:

- “Jaime era profesor de Filosofía en la Facultad. Un sol de hombre, casado, eso sí, treinta años, moreno, delgado. Todas las alumnas de primero estábamos medio enamoradas de él, pero fui yo quien consiguió una cita. Jaime se arriesgaba al salir conmigo, se jugaba el puesto de trabajo, pero no le importó: yo tenía dieciocho años que parecían menos y debía ser, a sus ojos, una perita en dulce por la que valía la pena jugarse lo que fuera.

Habíamos quedado a las cinco de la tarde, lejos de mi barrio. Yo iría al punto de encuentro en autobús y allí me recogería Jaime con su coche. Recuerdo, como si fuera hoy, cada detalle de aquel día mágico, el primero de mi vida, y uno de los pocos, en que me he puesto sujetador. No hay mucho que sujetar, demasiado bien conoces estas tetitas que tengo por castigo, pero pensé que llevarlo me haría más mujer. Fue mi única concesión en el vestir, ya que, aparte de eso, iba de trapillo: llevaba jeans y camisa blanca.

No hubo novedades en el trayecto de autobús y, cuando llegué a destino, Jaime me estaba aguardando. Subí al coche con el corazón latiendo fuerte; me excitaba, por un lado el escondernos, lo que tenía nuestro encuentro de cita prohibida, y por otro me encendía el mismo Jaime, su seguridad, su adúltero aplomo, el saber que de allí a poco estaría en sus brazos.

Puso el coche en marcha y me tomó la mano por encima de la palanca del cambio de marchas. “Vamos a mi apartamento de la playa. Está a pocos kilómetros” me informó. Casi ni le escuché, tenía mis cinco sentidos puestos en la explosiva sensación de nuestras pieles al rozarse. Apoyé la cabeza en la parte superior del asiento y cerré los ojos para que nada pudiera distraerme del contacto; deseaba que todas y cada una de mis terminaciones nerviosas se concentraran en mi mano izquierda para sorber con mayor profundidad el calor seco de sus dedos. Fue un trayecto inolvidable. Cuando Jaime retiraba la mano para cambiar de marcha, la mía se movía instintivamente en su seguimiento. Me mecía el suave ronroneo del motor del VW Golf; entreabría los ojos y veía el mar a la derecha de la carretera, un mar muy azul con algunas crestas de espuma. Me gusta el mar y me alegró que estuviera presente aquel día: casi en el horizonte se dibujaba en ocre la silueta de un barco grande; planeaban gaviotas. Cerré de nuevo los ojos, pero el paisaje había quedado impreso en el interior de mis párpados hasta que, sin solución de continuidad, fue cambiando sus perfiles en pura sensación de felicidad; tenía la felicidad encerrada en mí, la mano de Jaime y el mar reciente se complementaban y trasmutaban mi sustancia en paz inmensa y redonda. “Podría morirme ahora mismo –pensé- y no me importaría. He colmado la medida.”

Nos desviamos a la playa. Siempre resulta triste visitar un lugar de veraneo fuera de estación, cerradas las ventanas, las puertas de los comercios echadas, las calles silenciosas, pero ese día no tuve sensación de soledad, me sentía el hada buena encargada de darles vida y sentido, saludaba mentalmente -“hola, casa”,”hola pista de tenis”, “hola, jardín”- y no me resultaba difícil escuchar sus respuestas- “hola, Luna”- en una animación de lo inanimado tan lógica como milagrosa.

Paramos en una avenida ancha, perpendicular al Paseo Marítimo y Jaime se volvió hacia mí, despreocupado de la conducción: “¿Vamos, princesa?”. Entramos en un edificio de apartamentos y, ya en el ascensor, me acurruqué contra su pecho, sintiéndome en la cima de una montaña solo mía en que faltaba el aire aunque no importara su escasez, porque se respiraba gozo y plenitud.

“Hemos llegado.” Abrió la puerta y entramos al apartamento. Accedimos a una pieza con un ventanal desde el que, lateralmente, se veía el mar a la luz del crepúsculo. Dentro, un sofá, una mesa, la nevera, una pequeña cocina, todo ajustado al milímetro, y una puerta entreabierta que daba al dormitorio.

Jaime sirvió unas copas –cocaola con un chorrito de ron- y nos sentamos en el sofá. Entonces comenzó la escalada, ese tantear in crescendo en que se abdica del raciocinio y de la voluntad para embarcarse en un instinto tierno. De nuevo el reinvento de los eternos ritos, el sorprendente hallazgo de las claves, el descubrimiento de lo intuido que se convierte en realidad con toda sencillez, sin necesidad de estrategias ni de técnicas. Era una sinfonía en que cada acorde sugería el siguiente, cada frase conducía a la próxima, cada movimiento llevaba al inmediato. Jaime abarcaba mis hombros con su brazo y repetía mi nombre en voz baja, saboreando cada letra como si fuera un pastelillo. Yo me sentía blanda, arcilla húmeda, y Jaime desgranaba “te quieros” en mi oído, me llegaba en marea alta siendo yo playa ofrecida, su mano luchaba con el segundo botón de mi blusa, yo le dejaba hacer con miedo de que le desilusionaran mis pechos mínimos; sus dedos exploraban mi piel en sabia combinación de audacia y ternura, de lentitud e inexorabilidad, sacudían los engranajes de mi cuerpo y me hacían desear angustiosamente que siguieran avanzando. Sus yemas se remansaban en la piel de mi escote, adelantaban, retrocedían, realizaban fintas y fintas, llegaban al borde del sujetador y quedaban allí, a un par de centímetros de mi botón endurecido, como si su inmediato objetivo fuera el sujetador, y no mi carne.

Tenía el alma tensa como la cuerda de un arco, mi cuerpo entero se volcaba en deseo de que la mano de Jaime completara la caricia. El seguía hablando y eran sus palabras descargas eléctricas que me encendían la sangre; ya su índice formaba hueco –era fácil formarlo dado que tengo un tórax casi de chico- entre la copa del sujetador y mi carne, remoloneaba, se retiraba para retornar acompañado del dedo corazón, tanteaban ambos, me hacían perder el aire y la capacidad de respirar al acariciar suavemente el granuloso borde de mi areola, la rodeaban por entero, la delimitaban quedando en la breve frontera entre la piel del pecho y la incipiente rugosidad de su centro. Yo sentía la boca seca, la abría para no ahogarme de deseo, elevaba el rostro buscando el de Jaime, los ojos cerrados, la respiración anhelosa, y en tanto los dedos seguían cerrando el cerco hasta que me oprimieron el pezón, lo pellizcaron, me acuchillaron de placer, me obligaron a gemir y a buscar los labios de mi pareja con los míos, y nos besamos y escuché campanas y el “Mediterráneo” de Serrat y el aleteo de las golondrinas y también el sonido del mar. Su mano había tomado confianza y abarcaba unos de mis pechos, y nos seguíamos besando, cada uno sujetando la otra nuca, en un repetido gesto de dominadores dominados, hasta que Jaime, en una pausa, me dijo con voz enronquecida: “Vamos a la cama.”

Fuimos al dormitorio en lenta andadura, parando a cada paso, para así zambullirnos todavía más en nosotros y reconocernos los contornos por encima de la ropa. Las manos de Jaime tan pronto me tocaban la cintura o los costados como me recorrían la espalda, yo le palpaba a él; llegamos junto al lecho y nos derrumbamos sobre el embozo, vestidos aun, hasta con zapatos, pegadas nuestras bocas y nuestras ropas.

Vino luego ese lento descubrirse que se teje desabotonando, luchando con ojales que ofrecen resistencia a los dedos temblones –porque Jaime temblaba-, adivinando la textura de la piel que se entreve por los resquicios de la ropa en desorden y que, a poco, cobra rotundidad de carne firme y descubierta, mi tórax al aire y Jaime lamiendo mis pezones, mordisqueándolos, adorándolos, en tanto yo me afanaba en desabrochar su camisa y recorrerle el torso con los dedos.

Nos desnudamos, aunque no por completo; yo conservé las braguitas, él su slip. Nos abrazamos poro con poro, tocamos el cielo, arañamos la luz de las estrellas. Jaime me estrujaba, me hacía crujir las costillas y el alma; hubiera pasado así toda mi vida y mil más que viviera, no tenía idea de que pudiera sentirse tanto. Luego me bajó las bragas, le dejé hacer, le ayudé incluso alzando el cuerpo, y él también quedó enteramente desnudo y volvió a abrazarme. Sentí contra mi vientre el calor grande y duro de su sexo. Era hermoso notarlo y también dejarme mecer por sus manos que trazaban y destrazaban caminos en mi espalda, por sus labios que recorrían mi cuello engarzando rosarios de besos que, por un extraño mecanismo, conseguían erizarme la piel de los brazos, y por sus piernas fuertes que me llenaban los huecos, una entre mis muslos, la otra oprimiéndome un costado.

Llegó el momento. Dirigí la verga de Jaime en la entrada de mi vulva y aguardé impaciente sus embates. Me penetró al primer envión, me ensartó resbalando en mis jugos. Me encantaba sentir su fuerza en mi vagina. Comencé a mover las caderas acomodándome al ritmo de sus achuchones, y, al hacerlo me sentí ligera, en un prado verde con flores, muchas flores, un cielo azul y un sol ancho y riente. Me sentía penetrada y era como si el prado entero se estremeciera a impulsos de un viento dulcísimo, como si las campanillas tintinearan porque fueran de oro y no de pétalos. Abrí los ojos y vi los suyos cerca, muy cerca, le aparté el pelo que le caía sobre la frente para abarcarlo más -“te quiero, Jaime” -, besos muy pequeños, picoteos de pájaro, y el valle verde de colinas temblorosas; muy lejos escuchaba el dar de las pezuñas de millares de gacelas en el tambor del prado, era el anuncio del orgasmo, crecía el estrépito de la estampida, los pájaros daban vueltas a la noria del cielo, las gacelas ensordecían el silencio; ya estaba aquí, era enorme, todo lo llenaba en vibración de prado estallante, rugido, poderío, pasó, persistió unos minutos la impresión del galope formidable, se diluyó más tarde y quedó la pradera, permaneció el valle sereno y verde, el arroyo silente, las flores de colores, la calma recobrada.

A poco mi cabeza reposaba en la almohada, muy cerca de la de Jaime. Me hacía bien distenderme, la fiebre ya vencida, y sentirme acunada por la ternura y envuelta en una calma redonda. Alargué la mano y acaricié el cabello de Jaime muy ligeramente, como de puntillas, y, al hacerlo, comprendí que había vivido un milagro: Había descubierto mi capacidad para el goce, hasta esa tarde solo la atisbé, ahora se me revelaba en su total esplendor; tal vez porque ya era tiempo de que viviera mi primera vez.”

Luna calla, la historia ya contada. Alargo el brazo y le acaricio un muslo, mientras pienso que tampoco ella ha descendido al detalle, tampoco se ha puesto en plan porno. Voy a decírselo y de mi boca sale algo muy distinto.

- Luna -digo-, nunca había imaginado en ti tanta ternura.

- Ya –sonríe -. Es la ternura de la primera vez, aunque puede que te haya tomado el pelo y te haya contado un cuento. Ya sabes cómo soy.

No, no lo sé. Nunca he sabido ni cómo es ni por qué está conmigo. Solo sé que me da miedo porque la quiero demasiado. Y juro que eso lo he pensado en miles de ocasiones.

- Pero bueno – ríe ella -, ya está bien de hacer el vago. A ver como responde esa cosita linda.

Me acaricia el pene – todavía le falta tamaño y dureza para merecer el nombre de polla - y me masturba lentamente, recreándose en la suerte.

- A ver si por el mismo precio – bromea – cuando me eche hacia delante puedo chupar algo más que un caramelito de nada.

- Tú me mandas – le contesto.

Y sí, me manda. Luna lo comprueba de inmediato, cuando abre la boca y va recorriendo mi polla – ya merece ese nombre – en toda su longitud. Me estremezco. Ella la besa, la introduce en su boca y la acaricia con la lengua. Mantiene la presión exacta de labios y dientes y acompaña el movimiento de la boca con el de su mano. Con la otra me acaricia los testículos. Me siento en el cielo de los pecadores. Y sigue, sigue chupando, y muevo el cuerpo a su ritmo, yo la orquesta entera, ella la directora, el saxo-sexo en los labios, entonando la más carnal de las sinfonías. Deja de lamerme un momento y, como si me adivinara el pensamiento – no es raro, alguna vez hemos hablado de esto -, me sonríe:

- Este “allegro ma non troppo” lo he interpretado sin que hayas tenido que ponerte la partitura en el ombligo. ¿Remato la faena o tienes una idea mejor?

La tengo. Me pongo a gatas y busco su sexo con mi lengua. Luna gime mientras exploro sus mojados rincones. Me regolfo en el coño, saboreo su gusto a mar, mi nariz en su monte de Venus, recorro con mi sinhueso el intrincado laberinto de los carnosos pliegues, la vertical entrada al placer supremo, hasta que noto que el clítoris se retrae en señal inequívoca de la proximidad del orgasmo. La cubro entonces y la penetro de un solo empellón. Siento en la polla las repetidas contracciones de su vagina y ambos comenzamos a jugar el viejo y divino juego de columpiarnos cada uno en el otro, hacia ti, hacia mí, hacia ti, hacia mí, unidos nuestros cuerpos, atadas nuestras carnes por los sexos.

Gimes, gimo, nos decimos gemidos en lugar de palabras. Me agarro a los pechos de Luna y ella me oprime los costados con las piernas. Los pezones de Luna son piedras morenas que me arañan las manos. Seguimos gimiendo, cada vez más fuerte y a un ritmo más rápido. Su coño abraza mi polla, la exprime, la ordeña. Clavo las uñas en los pechos de Luna, ella me araña la espalda. Estamos a la puerta y sí, no al mismo tiempo pero casi, nos llega el orgasmo total y redondo, nos llegan el rayo, el sol y las estrellas, el tsunami y el final del mundo, en un último espasmo compartido.

Me cuesta volver a este mundo desde el cielo. He de recordar primero el nombre del planeta en que vivo, luego el del continente, y sucesivamente el del país, la ciudad, el barrio y la casa. Si me perdiera en algún tramo del camino de vuelta nunca volvería a ser yo, permanecería disociado de mí mismo por toda la eternidad. Es el riesgo de disfrutar del supremo placer, pero ese riesgo vale la pena.

Abro los ojos – los cerré no recuerdo cuando – y me doy con la perezosa sonrisa de Luna.

- Ahora soy una gata perezosa ¿sabes? – ronronea más que habla.

- Yo un montoncillo de carne agradecida – le respondo.

Pues ya tienes título para tu relato: “El montoncillo y la gata”. Puedes escribir sobre la mejor noche del montoncillo cuando todavía no lo era, la de la gata cuando se creía solo mujer, y la mejor noche de ambos al descubrir lo que realmente son.

Eso hago. Y porque todo es verdad, he comenzado el relato hilvanando las primeras frases:

“Acabamos de hacer el amor. Estamos en esa pausa distendida……”



El montoncillo y la gata
Categoría: Hetero: General

Trazada envía al Ejercicio una conversación de cama en que se recuerdan varias noches mágicas.

Pasión y lujuria en la Barceloneta (El Testerotico69)

Aquella noche de verano Sonia y yo, habíamos hablado de ir a la discoteca para pasar una noche inolvidable.

Cuando fui a buscarla y la vi, mi corazón se aceleró, llevaba su corto vestido rosa con escote hasta el ombligo, de seda, con piedras adornando la zona de sus pechos. Cuando me besó noté que esa iba a ser una noche especial…

En el trayecto en coche, Sonia cantaba contenta mirándome con pasión, la ventanilla bajada y sus pezones que se erizaban a través del vestido. Acariciaba mi mano, acariciaba el cambio de marchas como si estuviera acariciando mi sexo…sonaba Shakira y su “loca, loca, loca”, ella se contoneaba y se mordía el labio mientras me miraba…su media melena castaña, sus grandes ojos marrones, su cuerpo pequeño pero sugerente…

Al llegar al aparcamiento y sin soltar prenda, metió su lengua en mi boca, uniendo nuestros labios en un sin fin de besos…de repente me miró y con mirada lasciva me dijo:

- “Esto no me hará falta esta noche”

De repente se arrugó el vestido y se quitó el tanga negro, me lo puso en la mano y salió del coche camino de la discoteca.

Mi excitación no tenía freno, mi sexo crecía mientras la veía alejarse, su tanga en mi coche, en mi mano, en mi boca…

La noche de música transcurrió pasionalmente, ella bailaba sin parar, daba vueltas, habiendo momentos en que su culo quedaba al medio descubierto, entonces Sonia me miraba como si pensara:

“…la poca luz me protege pero tu sabes que no llevo nada”.

Nos acariciábamos, nos besábamos, mi mano acariciaba su vestido de seda, hasta que mi pasión no pudo más y mientras adentraba mi lengua en su boca, apreté su culo con mi mano…entonces me miró y metió su mano en mi pantalón. Rodeados de gente, en las tinieblas de la discoteca, su mano acariciaba mi sexo, mientras mi mano se introducía por su vestido. Se giraba y ponía su culo en movimiento junto a mi pantalón con mi sexo a punto de explotar ella bailaba…entonces le agarré sus pechos, le giré la cara y mi lengua se introdujo en su boca…mientras ella subía su vestido dejando su culo en total contacto con mi pantalón…

La gente no se daba cuenta, bailaban como locos sin darse cuenta de la pasión que les rodeaba, eso hacía que nos excitáramos más, su clítoris estaba húmedo y yo lo acariciaba a la mínima que podía.

Mientras bailábamos mis dedos la penetraban, chupándolos con pasión y desenfreno incluso a ella le gustaba sentir su sabor…

De repente me cogió la mano y me llevó al lado de los lavabos de chicas, donde la oscuridad se hacía enorme, mientras me besaba me iba desabrochando el pantalón, entonces me miró y me dijo:

- “Ahora soy yo quien quiero sentir tu sabor”

Se agachó y empezó a besar mi miembro, a morderlo, a chupar la punta, me miraba con pasión, sus movimientos con la boca, masturbaban mi sexo, su lengua caminaba alrededor de él mientras mis manos cogían su cabeza para acelerar su movimiento…sin darnos cuenta que una chica estuvo todo el rato mirándonos…pero al darnos cuenta eso hacía que nos excitáramos más, ella nos miraba mientras la saliva de Sonia y mis fluidos compartían su boca como casa…

De repente se levantó y me susurró que no quería que me corriera aún…miramos a la extraña, nos sonreímos y la dejamos en su oscuridad…

Yo no podía hacer más que seguir a Sonia mirando su cuerpo, imaginando su desnudez…salimos de la discoteca y fuimos a la playa, corriendo hacia el agua ella se quitó el vestido quedando totalmente desnuda, a la poca gente que había no le importaba nuestra locura. Me quité la ropa y la seguí al Mar Mediterráneo.

Dentro del agua nuestra pasión creció, ella me acariciaba mi sexo, yo mordía sus pezones, redondos, hermosos, empitonados…la saqué del agua y me propuse a recorrer su cuerpo desnudo con la lengua, estirados en la arena, mi lengua la penetraba, y recorría su clítoris mientras Sonia se retorcía de placer, la espesura de la noche hacía que la gente que había en la arena fuesen como espectadores perdidos en la oscuridad…al llegar el momento mi sexo penetró su vagina, y Sonia sentada encima mío cabalgaba con gemidos de placer perdidos en la noche…hasta corrernos en la oscuridad.

Nuestra pasión, el calor de la noche de verano, la excitación de sabernos vistos y sobretodo nuestros cuerpos unidos desnudos en la noche, convirtieron la velada en inolvidable para Sonia, para la gente de la playa, para la chica del lavabo y sobretodo para mí.


Pasión y lujuria en la Barceloneta
Categoría: Hetero: General

El Testerotico69 participa en el ejercicio narrando una noche redonda de sexo, discoteca y playa.

martes, 8 de marzo de 2011

Noticias sobre el XVIII Ejercicio de Autores

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