lunes, 30 de mayo de 2011

Noche mágica (Shadow)

Llevaba saliendo con Luisa cerca de un año, debo de confesar que desde hacía un par de meses me estaba replanteando mi relación con ella. Ya la había pillado en un par de renuncios de cierta importancia, vamos que por decirlo claramente… estaba con la mosca tras la oreja.

En un par de ocasiones la había sorprendido mintiéndome sobre dónde y con quien estaba, en ambas ocasiones me había dicho que estaría durmiendo en casa de alguna amiga concreta para sin embargo estar con otra de marcha. Cuando sale por ahí sin que yo pueda acompañarla siempre la pido que me llame cuando llegue a casa… la verdad es que no es por controlarla, pero me preocupo cuando van solas… no sé, supongo que soy excesivamente protector con ella.

Al principio esto nos llevaba a unas broncas increíbles, hasta que se cayó de la burra y entendió que solo era preocupación, estúpida si quieres ya que no tenía nada que ver la situación, pero preocupación al fin, y no ánimos de controlarla. Todo esto en principio no era nada que me pudiera hacer pensar que me estuviera engañando pero… algo me daba mala espina en todo esto. Por otro lado para ser sincero tampoco estaba nada seguro de si realmente estaba enamorado de ella o no. Como podéis ver la situación era realmente compleja para mí.

Por paradójico que pueda resultar tampoco me afectaba tanto como os podáis imaginar el sospechar que mi novia me estaba poniendo los cuernos, eso si me sentía tocado en mi orgullo de macho pero realmente daño porque mis sentimientos pudieran estar siendo maltratados de esa forma por ella… Debo de confesar que desde el principio de nuestra relación existía un secreto que había llevado siempre conmigo, así que debo de decir que tampoco estaría en posición de tirar la primera piedra, aunque por diferentes motivos pudiera resultar incluso algo disculpable en mi caso. Por mi parte existía una sombra constante sobre nosotros desde el inicio, esa sombra era una Ex novia, mi última novia de hecho.

Creo que todavía seguía enamorado de mi última novia, lo dejamos cinco años antes por motivos ajenos a nosotros, sinceramente pienso que ese recuerdo se interponía muchas veces entre nosotros, como siempre se dice las comparaciones son odiosas y Luisa no tenia forma posible de competir con ella, con Mar, aun en el caso de que lo hubiera sabido siempre habría acabado perdiendo…. Luisa con todo esto cuando se entero porque yo mismo se lo conté al iniciar nuestra relación se enfado mucho conmigo por la situación, estuvimos a punto de romper por ese motivo, pero al final fue comprensiva con la situación, aunque pienso que fue porque pensó que solo era un recuerdo que antes o después pasaria… lo que por otro lado me ponía en cierta forma en deuda con ella y me hacía sentirme mal por mis sospechas para con ella… todo era un maremágnum de sentimientos encontrados y enfrentados.

Para que podáis entender mejor toda esta situación os contare que mi Ex, Mar, se mudo al extranjero con su familia por motivos de trabajo de su padre y nos vimos obligados a dejarlo. Hacía tres años que en el país donde ella se mudo hubo una catástrofe terrible, ella y su familia se encontraban entre las victimas… así que imaginaos el panorama que tenia encima. Creo que seguía tan enamorado como el primer día de mi fallecida Ex novia. Imaginad el panorama que se me presentaba en esos momentos. Luisa tenía claro que en este caso mi Ex no era ningún peligro para ella pero supongo que no debía de ser agradable tampoco tener que competir contra alguien fallecido… es algo contra lo que siempre he pensado que no se puede ganar nunca, solo aceptarlo. Eso es justo lo que hizo Luisa.

Con una relación viciada de inicio por un recuerdo, con alguien que ahora mismo no estaba seguro de amar de verdad, con sospechas de que me estaba engañando… por mucho que intentara poner de mi parte eran demasiadas cosas tirando de mí en distintas direcciones. Si alguien es capaz de decirme cómo hacer para que un recuerdo semejante desaparezca de mi vida que por favor me lo diga, algo que no sea el tiempo por favor… el tiempo cicatriza toda herida y dolor, pero tarda demasiado en mi modesta opinión en hacerlo.

¿Si seguía estando enamorado del fantasma de mi Ex, entonces eso quería decir que no amaba a mi novia?... o simplemente que ella era un recuerdo al que estaba demasiado apegado pero nada más que eso. Entonces lo de dudar del amor por mi novia venia por otro camino, por el camino de las sospechas. Estas sospechas eran fundadas o venían marcadas por lo anteriormente dicho… como podéis ver todo esto era como la pescadilla que se muerde la cola. Tenía claro que quería a mi novia, ¿pero era amor, o solo cariño?

Para terminar de agudizar el problema Luisa se tiro casi un mes hablándome de un compañero de trabajo recién incorporado un par de meses antes que según ella era una maravilla, pero de repente hace como un mes dejo de comentar nada de nada de él… se empezó a arreglar mas para ir a trabajar… pero sin embargo no cambiaban sus horarios, fuera de alguno de los renuncios antes reseñados… pero al ser siempre solo con amigas intimas de ella… que queréis, estaba con la mosca. Pero no quería hacer nada, ni tomar ninguna medida hasta resolver mi propio maremágnum interno… que poco sabía en ese momento que la rueda del destino lo decidiría todo por mí.

Ese viernes quedamos como siempre que yo pasaría por su casa a recogerla para irnos con sus amigas de marcha. Hacía tres años que yo me había mudado a esa ciudad por lo que no tenía excesivos amigos fuera del círculo de amistades de Luisa, motivo por el cual normalmente siempre íbamos con ellos cuando salíamos. Es noche no fue ninguna excepción. Llegamos al local al que solíamos ir pero nos lo encontramos de bote en bote, así que una de las amigas de Luisa dijo de ir a uno nuevo que habían abierto hacia un par de semanas en las afueras y al que todavía no habíamos ido nunca, a todos nos pareció de perlas y para allá que nos fuimos.

La verdad es que el local era una pasada, era increíble y estaba perfectamente montado y organizado. Llevábamos un par de horas en él cuando me di cuenta de que algo raro pasaba entre mi novia y dos de sus amigas. Algo parecía que atraía la atención de las tres, me di cuenta que inmediatamente pasaron también a estar disimuladamente pendientes de mi, poco después pareció que “volvieron a la normalidad”. Sinceramente hubiera colado si no me hubiera dado cuenta desde el principio de la situación, pero al estar sobre aviso no me costó nada darme cuenta de que trataban de turnarse para vigilar ese algo y que no me diera cuenta de su interés, todo ello sin perderme a mí de vista… no os digo lo que me mosqueo esa situación, si a eso le sumamos lo de mis sospechas…

Disimuladamente estuve pendiente de Luisa hasta que por fin localice el motivo de su interés, era un chico alto, moreno, atlético… el típico guaperas, pero en este caso ya que se paso todo un mes hablándome maravillas de él no tuve el menor problema en reconocer quien era él. Era evidentemente su compañero de trabajo… Pude observar que ninguno de los dos se quitaban la vista de encima, este estaba rodeado de un grupo de gente que supuse que serian amigos suyos. Como os podéis suponer desde ese momento no pensaba perder de vista a Luisa… el que no me hubiera dicho nada desde luego no era buena señal para nada…

Media hora después de todo esto, vi como el “compañero” de Luisa se movía del sitio en dirección hacia donde estaban los reservados del local, en la planta de arriba del mismo… una zona de total y absoluta oscuridad, podéis imaginar para que era perfecto ese sitio… la verdad es que esa zona parecía un picadero más que otra cosa. Un par de minutos después Luisa se tomaba todo su vaso y se despedía alegando que iba a por mas bebida, una de sus amigas se ofreció a acompañarla mientras la otra se pegaba a mí para hablar conmigo en “exclusiva”, una maniobra perfectamente orquestada. Para su desgracia mido sobre 1’93 lo que me da una excelente vista no teniendo prácticamente ningún problema en seguir a Luisa con la vista…

Un poco más adelante vi como Luisa le daba algo a su amiga, supuse que sería su vaso ya que esta se dirigía en solitario hacia la barra… Sabiendo de forma efectiva hacia donde iba Luisa me intente despedir de la amiga que estaba hablando conmigo diciéndola que ahora regresaba… se puso tan nerviosa que me dijo que me acompañaba… educadamente a dije que iba al servicio y que no me parecía lo más apropiado… en el acto se tranquilizo, los servicios estaban en dirección contraria de forma que no tuve problema en dejarla allí, con los demás. Dando un rodeo me dirigí a la zona en cuestión, donde no pude localizarla, de forma que discretamente me subí para el piso superior… tal y como me habían contado era una zona de casi total oscuridad… un picadero perfecto vamos.

Al final logre localizar a Luisa con su compañero de trabajo… se estaban pegando el lote padre… metiéndose mano por todos lados. Parecían dos animales… ni os digo como me puse… el odio que sentía en esos momentos. Alguien se detuvo a mi lado, entonces oí como un chica a mi lado me decía…

- Chica: Así que es con tu novia con quien el hijo de puta de mi novio a estado follando este mes poniéndome los cuernos, ¿no?, a estos dos los mato… -arranco decidida hacia ellos…

Mi corazón pego un vuelto al oírla hablar de repente… creí que me daba un infarto en ese mismo momento del susto, la gélida mano del miedo aprisiono mi corazón… no la había oído llegar, tan concentrado estaba en esos dos cerdos. Vi como arrancaba la chica para ir a por ellos cuando me lleve el segundo susto de la noche… esta vez sí que de verdad que casi se me para el corazón… me quede blanco de la impresión…, del miedo más absoluto… no podía respirar, mi pecho se negaba a tomar aire para hacerlo…

La sujete del brazo haciéndola dar media vuelta de golpe… vi como se ponía tan pálida como yo… sus ojos tan abiertos como los míos… como su pecho dejaba de moverse al igual que el mío. Ambos nos fundimos en un abrazo, buscando nuestros labios con desesperación mientras nuestros ojos se anegaban en lágrimas… estuvimos casi cinco minutos ajenos al mundo, devorando nuestros labios, mortificándonos con nuestras lenguas, probando el sabor salado de las lagrimas que bajaban por nuestras mejillas hasta nuestros labios… Cuando nos separamos fue para ir a por nuestros respectivas ropas donde nuestros amigos y después irnos juntos de aquel local… juntos ya para siempre.

Cuando llegue donde estaban todos iba con una sonrisa de oreja a oreja, hacía mucho tiempo que no recordaba esa felicidad que ahora me embargaba. La amiga esta que debía de entretenerme estaba nerviosa, mas cuando vio la dirección de la que venía, viendo mi cara se calmo un poco al verme regresar sonriendo feliz… sin embargo cuando cogí mi ropa y vio que me disponía a irme tuvo la mala ocurrencia de preguntarme que porque me iba… Le respondí delante de todo el grupo…

- Yo: Me voy porque ya he visto a la puta de Luisa follando con su compañero de trabajo en la parte de arriba… le puedes decir cuando regrese que no la quiero ver más en la vida…

- Ella: Pero que dices… no es posible, estas vacilándome… como va a ser eso si estas sonriendo todo feliz…

- Yo: Si, sonrió así porque soy enormemente feliz, más feliz de lo que he sido los últimos años, lo único que podría empañarlo ahora seria Luisa, y como es una puta que se joda… si queréis comprobarlo solo tenéis que subir para verla follando…

Antes de marcharme les di indicaciones precisas de donde estaba follando y de donde estaba la que le había hecho de coartada, dejando de paso a esta amiga que me pregunto también con el culo al aire, antes de irme definitivamente vi como dos de sus amigas y uno de sus amigos se ponían en marcha hacia aquella zona… me despedí de todos y me marche. Cuando llegue a la puerta me estaba esperando ya la Ex novia del amante de Luisa para irnos. Nos fuimos a mi casa, aparque el coche y subimos. Fue cerrar la puerta y empezar a desnudarnos besándonos mutuamente con pasión…

En la cama me tome todo el tiempo que considere necesario para saborearla… lamiendo y besando cada centímetro de su piel… hasta hacerla alcanzar el clímax, saboreando el néctar que su sexo producía en ese esplendido momento… admirando su belleza al alcanzar el orgasmo… el brillo de sus ojos al mirarme después de recuperarse… el amor por mí que sus ojos reflejaban. Después se intercambiaron los papeles, fue ella la que recorrió besando y lamiendo cada centímetro de mi piel… haciéndome alcanzar suavemente el clímax, tragándose toda mi simiente, sin dejar escapar ni una sola gota de sus labios…

A lo largo de la noche sonaron sin cesar nuestros respectivos móviles… llamaron repetidamente a la puerta… pero a nada de esto le hicimos caso en ningún momento. Toda la noche fue solo para nuestro amor, para solazarnos en nuestros cuerpos, para amarnos sin freno… para terminar destrozados durmiendo uno en brazos del otro. Despertamos casi a la vez a la mañana siguiente… volvimos a hacer el amor con todo el amor y la dulzura del mundo… nos duchamos juntos, lavándonos mutuamente, besándonos mientras lo hacíamos…

Mientras desayunábamos lo teníamos ambos de lo más claro del mundo. Ese mismo día “MAR” se mudaría conmigo a mi casa por ser esta la más grande… esta vez no pensábamos permitir que ni nada ni nadie nos volviera a separar jamás… Mágica Noche la vivida, en una noche donde ambos esperábamos encontrar dolor y tristeza por una traición, resulto que el destino nos llevo a reencontrarnos con la felicidad y de nuevo con nuestro amor perdido… además nos ofreció el regalo de por esa traición no tener porque sentirnos culpables de nada ante nadie… ya que fue vernos y volver todos nuestros sentimientos a aflorar con la fuerza de antaño…

Si, habéis leído bien, ella es Mar, mi Mar… regresando de entre los muertos a mí. Ahora podéis imaginar mejor el porqué del susto cuando la oí hablar son su inconfundible y duce voz a mi lado en la penumbra… El porqué de mi palidez cadavérica, de mis ojos como platos cuando la hice volverse hacia mí y la pude ver claramente frente a mí… salida de entre los muertos… Afortunadamente para mi cordura, sus labios seguían tan cálidos como siempre los recordaba… su dulce aroma era el mismo que recordaba… pero sobre todo, gracias a dios ella seguía sintiendo por mi lo mismo que yo por ella.

Resulto que cuando ocurrió el desastre fue cuando murieron mis abuelos en un accidente… por todo el barrio se corrió el rumor de su muerte, incluidos sus familiares. Poco después nos mudamos a esta nueva ciudad, con lo que perdimos todo contacto con nuestro anterior entorno. Al considerarla muerta nunca la busque… Ella por su parte me conto que erróneamente les dieron por muertos las autoridades… Para cuando lograron contactar con sus familiares nosotros ya nos habíamos ido y nadie sabía cómo localizarnos aunque ella intento buscarme cuando regreso… pero al final… incluso se mudo para no tener que estar donde habíamos sido ambos tan felices, según me dijo el barrio no hacía sino que recordarla a mí, al final decidió intentar reiniciar su vida en otra ciudad, pasando pagina, pero le paso como a mí, que no conseguía olvidarme tan fácil. Llevábamos un año y medio viviendo en la misma ciudad sin saberlo, sin tropezarnos, muy cerca uno del otro… para al final el destino ponernos otra vez enfrente, para darnos una segunda oportunidad que desde luego pensábamos aprovechar sin dudarlo lo mas mínimo…

Por si a alguien le interesa solo decir que nuestros respectivos Ex intentaron pedirnos perdón por todos los medios posibles… Evidentemente ya no nos importaban lo mas mínimo cualquiera de los dos, lo que de haberse producido el encuentro entre nosotros en otras circunstancias hubiera sido una carga por el daño para con ellos… ya que indudablemente el resultado hubiera sido el mismo que ahora, su infidelidad sin embargo nos permitió afrontar el futuro sin cargas de conciencia de ningún tipo.

Ambos pedimos en nuestras empresas el traslado a otra ciudad donde ambas contaban con filiales para empezar de cero nuestra relación. Eso sí, antes de irnos Luisa paso por mi casa a recoger alguna pertenencias suyas que tenía allí… Ella había visto a Mar en algunas fotos, ni os digo la impresión cuando se la encontró frente a ella vivita y coleando… siendo además la persona por la que “la había dejado a ella”… no me reiré ni hare sangre del árbol caído… pero os aseguro que el mazazo para ella fue brutal, como si fuera un castigo divino por su infidelidad… la aparición de la única persona que haría que yo inmediatamente lo dejara todo por ella sin importarme nada… y en tan crucial momento…

Resulto un final algo irónico y cruel para la pobre Luisa, ¿no creéis?.

Esa indudablemente ha sido y sin duda será… “Mi mejor noche”… “Mi noche Mágica”.

SHADOW



Noche mágica
Categoría: Erotismo y Amor

Shadow nos cuenta, en el Ejercicio, como una noche de traición y dolor se trasformó en una noche de magia y amor y acabó siendo la mejor noche de su vida.

Pínchame, amor - 2ª parte (Masulokunoxo)

¡Siempre me pasa lo mismo, joder! Cuando se trata de un “aquí te pillo, aquí te mato”, lo bordo; en cambio, cuando preparo bien la jugada, me acicalo a conciencia –aún me duele el riñón con la puñalada sin IVA que me atizó la peluquera- y pongo en juego todos mis trucos de seducción, la cago. Y esta vez, con lo ilusionada que estaba por causarle buena impresión al vecinito del tercero izquierda –el mamón que firma esto como Masulun…Masukulo…Masu y no sé qué leches más-, el bajonazo que ha recibido mi autoestima es de los que dejan huella.

Con lo bien dispuesto que se le veía al principio, más pendiente de mis cruces de piernas a lo Sharon Stone que del teclado, mientras le dictaba el anterior relato de mis aventuras, aún no me explico cómo es posible que no consiguiese pasar del tercer polvo…porque la corrida de la mamada inicial no cuenta. En fin, que donde esté un fontanero o un albañil bien bragao, que se quite un niñato de estos que se te desinflan antes de que una comience a calentar motores. Mucho bla, bla, bla y poco ñaca-ñaca, ¿no les parece a ustedes? -¡Y tú deja de poner esa cara de circunstancias y escribe todo lo que digo, mamonazo!

Los tipos que me vuelven loca son aquellos que sólo abren la boca para decirte cosas bonitas…o para ponerte a remojo el chichi; con los que basta una mirada, o un contoneo insinuante de caderas, para ponérsela tiesa; los que no se lo piensan dos veces antes de entrar a matar; y, sobre todo, los que no andan pidiendo “un respiro, ¡por caridad!” antes del quinto. Si encima calza un cuarenta y cinco y sabe cómo usarlo, soy capaz de enamorarme del pollo. Es decir, que mi hombre ideal es de los que visten de diario con mono de trabajo y/o anda colgado de los andamios.

Eso ya me ocurría antes de que Chen y sus agujitas me cambiasen la vida, cuando aún ejercía de chica formal, decente esposa y mi conejito pasaba más hambre que una subsahariana en Ramadán. Vamos, que cada vez que cruzaba delante de un edificio en construcción, y escuchaba perlas poéticas del estilo de las que siguen a continuación, la moral se me ponía por las nubes y el coño terminaba haciéndome “chof-chof”:

-¡En ese culo invertía yo todos los ahorros!

-¡Tienes las carnes más prietas que los tornillos de un submarino!

-¡Con esas tetas sueño todas las noches!

Debió de ser después de la cuarta o la quinta sesión de masaje y acupuntura, de la que volvía a casa, calibrando a ojo el potencial de todos y cada uno de los paquetes con los que me cruzaba -sin despreciar por eso a los conejitos juguetones, ahora que había descubierto mi lado bisexual-, cuando me sobresaltaron unos gritos que provenían de las alturas. Alcé la mirada, y allí estaban dos paletas con muy buena pinta –un moraco como un catillo de grande y un rubito con acento gallego-, desgañitándose y colgando con medio cuerpo fuera del andamio. Lo que se me pasó por la cabeza fue que aquellos dos necesitaban urgentemente de mis atenciones, antes de que acabasen engrosando la estadística oficial de siniestros laborales –una siempre tuvo una conciencia social muy arraigada-; además, cuando les pregunté, me aseguraron que estarían encantados de presentarme a los otros seis que completaban la cuadrilla. ¡Aleluya, ocho pollas para mí sola!

Una de dos: o hay más golfas de las que nadie se imagina, o aquellos chicos se organizaban muy bien, porque allí no hubo discusiones sobre quién empezaba primero…una vez que les aseguré de que yo solita, sin ayuda, podía con cinco de cada vez. Me convencí de que la primera opción era la acertada, cuando empezaron a repartirse codazos en las costillas y manotazos en las espaldas, elogiando mi buena disposición y comparándola con la de la última candidata, que no pudo con más de tres de un golpe. Seguro que se trataba de una niñata pija y estrecha.

Y otra prueba de que aquellos paletas sabían lo que se traían entre manos, fue que no se lanzaron sobre mí como una hambrienta manada de hienas. Educadamente, con mucha ceremonia –sólo algún lanzadillo aprovechó la ocasión para empezar a meterme mano, cosa que agradecí mucho-, me condujeron hasta el piso piloto…y reventaron la puerta de una patada. En un periquete me encontré en pelota picada y caliente como una burra en celo, en mitad de un salón con más metros cuadrados que todo mi piso, y rodeada por siete pollas como siete soles, echando a suertes con el “pito, pito, gorgorito” por cual comenzaba. La octava, la que faltaba para completar el cartel, correspondía a un señor mayor y bajito, que observaba la escena acomodado en el sofá, sin decidirse a intervenir. Debía de ser el capataz de la cuadrilla, porque todos le llamaban jefe y le trataban con mucho rendibú.

¡Lo que hay que ver! Al parecer, cuando se la mamas a más de tres tíos a la vez, no estás haciendo una mamada multitudinaria, sino un bukake. Bueno, el resultado es el mismo: un atracón de leche y el cuerpo resbaladizo y pringoso, pero hay que aprender a llamar a las cosas por su nombre. Resueltas así las presentaciones -es que yo no me fío de una polla hasta que me pone las amígdalas a remojo-, propuse cambiar la alfombra del salón –daba pena verla, con pegotes de leche por todos lados- por algo más cómodo. El señor bajito, con buen criterio, decidió que lo mejor sería sembrar el salón con los colchones de las habitaciones, porque tenía serias dudas de que ningún somier aguantase nuestro peso.

Aunque no hiciera falta tanto preliminar antes de entrar en faena, servidora es de las que agradecen alguna muestra de cariño y que la besen apasionadamente, agradezco que me den un buen repaso a las tetas, me pirro por una buena comida de coño y me derrito con una lengua en el culo; así que ni les cuento cuando todo esto me lo hacen a la vez. Las siete corridas que me acababa de tragar, fueron generosamente correspondidas por otras tantas por mi parte.

-Venga, tíos, pasemos al tema, que no tengo todo el día –llegué a impacientarme, porque aquella tarde había quedado con Julia –la amiga pendón que me habló de lo buenos que resultan los masajes- e iba a presentarle a Chen…para comprobar si también a ella le hacía efecto el tratamiento.

¡La madre que los parió! ¡Menudas fieras! Salvo por los preliminares, cuando el gallego me comió el morro con gran dulzura –metiéndome la lengua hasta la campanilla, pero con mucho cariño-, mientras sus compinches se entretenían pellizcándome las tetas, ensalivándome el ojete y revolucionándome el coño a lengüetazos, el resto fue un pim-pam-pum sin tregua; donde tan pronto estaba cabalgando a uno, chupándosela a otro y cascándosela a otros dos, como me veía a cuatro patas, lanzada hacia adelante por un descomunal pollazo en el culo, y tragándome la del que tuviese enfrente, hasta tropezar con sus pelotas. Llegó un momento, con tanto cambio de polla y de posición, que pillé un mareo de la hostia.

-¡Ya está bien de meneos, coño! –me cabreé; y dirigiéndome al moraco, con diferencia el más cachas: -¡Tú, ahí de pie!- y aproveché el alto el fuego para colgarme de su cuello y calzarme aquel pollón moreno hasta las mismísimas pelotas. –Y ahora, que vayan pasando por taquilla el resto-, anuncié orgullosa.

Aquello era otro cantar. Aparte de las ganas que tenía de probar un polvo a pie firme –como entrenamiento, de cara a futuros y previsibles kikis en cochambrosos callejones-, y una vez que Mohammed pilló el truco al asunto y puso sus manazas en mis nalgas, marcando el ritmo del sube-baja, la postura me permitía tener las manos libres para entretener la espera de un par de pollas, el culo en pompa –y a buen entendedor…-, además de que así dejaba de dar vueltas como una peonza y podía concentrarme en disfrutar de mis orgasmos.

El moro tenía un aguante sobrenatural. Mientras sus compañeros se iban turnando y me dejaban el culo a reventar de grumos cuajados –a cada corrida correspondía yo con un par de orgasmos, por lo menos-, el cabronazo seguía allí de pie, impasible, partiéndome en dos el coño con cada puyazo. ¡Allí había gato encerrado!

-¡Ahora, jefe! Aproveche ahora, que el culo de la nena ya no da más de sí. Demuéstrele por qué le llaman Rompechochos- oí que decían a mis espaldas.

Me giré…¡Y lo nunca visto! La polla del capataz, aún un poco morcillona, le colgaba hasta las rodillas. Y mientras estaba distraída con tan portentoso fenómeno, el cabronazo del moro aprovechaba la distracción para separarme las nalgas. Pero a una no se la dan con queso así como así, y eché cuentas rápidamente, dando por supuesto que aquella monstruosidad no aumentaría más de tamaño –y si me equivocaba, confiaba en recibir cristiana sepultura- y que no llegaría al medio metro. Total, que una vez superada la prueba del pomo de la cama, consideré que aquello era un juego de niños.

Con lo que no contaba era que el jefe hubiera decidido indultar mi culito y condenar a mi chochito –últimamente me había dedicado a entrenar la puerta trasera, pero había descuidado un tanto la delantera-; y que el moro, también con un nabo de campeonato, seguía sin correrse. Pero ya saben ustedes lo burra que me pongo cuando se me plantea un reto.

-Venga, Mustafá, ¿a qué esperas? ¿No ves que mi culito se está enfriando?- fanfarroneé, cuando consideré que ya tenía bien encajada la polla del jefe y que podía torear sin mayores problemas a los dos morlacos.

El problema fue que la manguera del jefe, con el calorcillo de mi chochito y la presión que ejercía la polla del moro, creció todavía más…a lo ancho, claro. Y el muy borrico, para no ser menos que el moraco, empeñado el taladrarme el culo a pollazos, comenzó un mete-saca en el que, cada vez que me la metía, el diafragma –y estoy hablando de la membrana que separa los higadillos de los pulmones, y no del chisme anticonceptivo- me presionaba los pulmones, provocándome una terrible sensación de asfixia; y cuando la sacaba -¡Jesús, aún me entran sudores fríos al recordarlo!-, la succión que me provocaba en las tripas amenazaba con sacarme por el coño algún menudillo.

-¿Se te ha comido la lengua el gato, guapa? ¿Por qué no le dices ahora al moro que te la meta hasta los cojones?- me provocaba el jefe.

¡Ojalá hubiera podido contestarle como se merecía! Pero, salvo algún que otro ininteligible gruñido, servidora sólo estaba en condiciones de encomendarse mentalmente a Santa Rufina –mártir arrojada a los leones…que pusieron pies en polvorosa en cuanto la olfatearon-, rogándole poder librarme del trance sin secuelas graves. En circunstancias menos dramáticas, me habría dado el gustazo de replicarle con la frase que pone de los nervios a cualquier pichabrava: -Amor mío, ¡déjate de jugar con el dedo y clávame la polla de una puta vez!

A diferencia de lo ocurrido con la niña pija de la se cachondeaban los paletas –eso me lo contaron más tarde…para no asustarme-, no hizo falta avisar al SAMUR para solucionar el atasco. Con una sincronización que sólo se consigue con mucha práctica, los dos sementales se corrieron al unísono; y puesto que, por mucha presión que se ejerza, en una botella no puedes meter más líquido del que cabe -sin romper la botella, claro-, el sobrante ejerce un empuje que se traduce en propulsión a chorro. ¿Qué coño quiero decir con este galimatías? Pues que faltó el canto de un duro para no estamparme contra el techo, soltando chorros de leche a presión por el culo y el chocho. En consecuencia, le debo mi integridad física a la Mecánica de Fluidos.

Llegué a la cita con Julia dos horas más tarde de lo previsto. Después oírla despacharse a gusto, soltando sapos y culebras por la boca, estuve tentada de contarle la verdad…que me jodía tener que salir corriendo y quedar como una principiante delante de aquellos chicos tan simpáticos; así que no me quedó más remedio que borrarles la sonrisa de satisfacción que lucían el canijo del jefe y el moro. Cuando salí del baño, con la piel en carne viva de tanto frotar los costrones de leche que me cubrían de la cabeza a los pies, lo que se adivinaba en sus caras era miedo…no fuese a retarlos a la quinta ronda. Por supuesto, para no poner a Julia en antecedentes, me mordí la lengua y le conté una milonga sobre un accidente doméstico; aunque la cabrona no tiene un pelo de tonta, y no paró de interrogarme sobre el motivo de que caminase de forma tan rara.

Ya me doy cuenta de que me estoy enrollando más de la cuenta, y que me va a pasar como el primer día, cuando el mingafría que escribe esto me cortó en seco la narración. Antes de que vuelva a pasar, entro enseguida en materia con “mi mejor noche”, pero antes tengo que hacer algunas consideraciones, a modo de aclaración.

Con Julia me sinceré un par de semanas después…más que nada, porque el cotilla de su profesor de pilates le fue con el cuento de que había montado un numerito en el gimnasio. ¡Qué exagerado! La verdad es que había quedado con Julia después de clase, pero mi amiga faltó ese día. –Un asunto de vida o muerte-, se justificó después…cuando no había más “asunto” que el pollón de un vendedor callejero de CD´s piratas, pero es que a mi amiga la vuelve loca el rap…y las pollas morenitas talla XXL. Me harté de esperarla en la recepción, y sólo por curiosear un poco, me colé a fisgar qué se cocía en las diferentes salas del gimnasio. Todo muy normal, hasta que entré en la de culturismo, donde la mayor colección de tíos cachas que he visto en mi vida, se dedicaban a hacer posturitas, mirándose de reojo en un espejo. ¡Joder, pues yo también sé hacer posturitas!

Para mí que allí había más maricones que en el desfile del Día del Orgullo Gay, porque me echaron del local antes de poder terminar el pajote –¡un señor pajote, palabrita!- y pasar a cosas más serias. Desde ese día, antes me busco la vida en un botellón de quinceañeros que un local de tipos hormonados. Ahora, que lo peor fue aguantar el recochineo de Julia, cuando se enteró de la movida.

Una vez sincerada con mi amiga, el siguiente paso fue presentársela a Chen y comprobar si a ella también le hacía efecto el tratamiento. Si a una mosquita muerta como yo la ponía como una moto, con una golfa con pedigrí como ella tenían que saltar todas las alarmas. ¡Joder, como que mamá Hong nos echó a escobazos del local! Y, a partir de ahí, la leyenda del par de zorras no hizo más que aumentar. Que yo recuerde, reventamos el partido de ida de los cuartos de final de la Champions en un bar…y el lavabo del servicio de señoras; un velatorio, con el fiambre de la parienta de cuerpo presente…pero es que tanto el viudo, como el resto de los treinta y pico asistentes –sin olvidar al cura- eran de lo más simpáticos; una San Silvestre, con ciento treinta eliminados por escándalo público –teníamos la eximente de que aún nos duraba la borrachera de Nochevieja-; varias docenas de asaltos “a braga armada” a transeúntes, así como incontables violaciones de las Ordenanzas Municipales sobre exhibicionismo.

Llegó un momento en el que el asunto se nos fue de las manos. Al principio, cada vez que leíamos en la sección de sucesos alguna de nuestras aventuras, nos reíamos y poco más. Después, la sección de sucesos se quedó pequeña y el periódico añadió una nueva sección de noticias, reservada en exclusiva a la ola de lujuria desenfrenada que asolaba el barrio, y nos mosqueamos. Pero lo que ya no era para tomárselo a broma, fue que algún espabilado vio en aquello una oportunidad de negocio, y empezaron a proliferar los anuncios de visitas guiadas para turistas. –No sé tú, pero a mí me hincha los ovarios la idea de ver mi culo colgado en Yuotube…y sin cobrar derechos de imagen-, le confesé a Julia, que opinaba como yo: -Si nos hemos convertido en un reclamo turístico, qué menos que sacar tajada del asunto, ¿no?

Ni cortas ni perezosas, nos pusimos en contacto con el operador turístico que parecía manejar el cotarro…y resultó que el pichabrava también se dedicaba al boyante negocio de las grabaciones porno amateurs. ¿No decía yo que hay más golfas de las que se cree? El yogurín –porque tengo mis dudas de que fuese mayor de edad- no terminaba de creerse que aquel par de “milf” -¿Eso va por nosotras? Como nos estés llamando carrozas, te calzo un hostión que no te va a reconocer ni tu mamá, nene- fuesen las auténticas y genuinas “tigresas de Vallecas”, pero enseguida cambió de idea, en cuanto nos pusimos en faena –sin despeinarnos- y dejamos al equipo de grabación con los cojones como uvas pasas.

Según el guión de cuatro páginas, la idea era grabar en vivo y en directo una de nuestras jornadas de caza. El plantel de actores lo compondrían cuatro tíos cachas y un par de elementas con pinta de habituales de la Casa de Campo, aunque la mayor parte del trabajo lo realizarían los espontáneos que fuesen apareciendo sobre la marcha. Pensamos que el chaval estaba como una puta cabra, y que terminaríamos en comisaría antes de acabar la primera toma; pero nos convenció de que ahora, echándole cara al asunto y solicitando una subvención del Ministerio de Cultura, te conceden licencia para grabar en plena calle lo que te salga de los huevos…siempre que no utilices explosivos ni munición de la que hace pupa. ¡Manda huevos, lo que hay que ver!

-¡Joder, Merche, qué nervios! ¿Ya sabes lo que vas a ponerte? Algo ligerito y que se pueda quitar con facilidad, ¿no?- Hay veces que Julia me descoloca. A mitad de febrero, con una rasca capaz de arrugarle los huevos a un cosaco, aquella tonta estaba pensando en modelitos de primavera.

–No sé tú, pero yo ya tengo puesto el abrigo de oveja tibetana- le contesté.

–Venga, tía, no me vaciles, que así no ligamos ni en un after a las seis de la mañana.

-¿Te apuestas algo? Porque debajo, aparte de los zapatos de aguja, las medias con liguero y el corsé, nada de nada.

-¡Cacho puta!- Eso quería decir que había dado en el claco con la elección del modelito.

-¡Ni la mitad que tú, guapa!

Para empezar el rodaje con buen pie; y por qué no decirlo, también para ajustarle las cuentas al cabronazo de mi marido, se me ocurrió que nada mejor que darle un toque dramático a la historia. -¿Como cuánto de dramático, ricura?- quiso saber Nico, el director. Preferí callarme, no fuese a pensar que la menda es una psicópata antisocial, pero me aseguré de que a los dos cachas que vendrían a buscarme a casa –tres, contando al de la cámara digital- les había quedado bien clarito lo que esperaba de ellos.

El que se acojonó de verdad fue el Satur, mi mantecoso esposo, cuando aquel par de armarios entraron en casa dando voces por el pasillo –entraron de lado, porque el pasillo no llega al metro de ancho-, le soltaron un par de hostias al Satur, lo ataron y amordazaron al sillón del salón, y le soltaron una frase lapidaria que me sonaba haberla oído en una de esas pelis en las que palma hasta el protagonista guaperas:

-Fíjate bien, chaval, porque después repetiremos la jugada contigo.

¡Ya lo creo que el Satur se fijó! Resoplaba como un búfalo y se retorcía en el sillón, con los ojos como platos, viendo cómo aquel par de animales me despelotaban de dos zarpazos, me tumbaban boca abajo en el sofá y me plantaban un pollón en el chocho y otro en los morros. Yo hice un poco de teatro, haciéndome la estrecha y protestando que, por favor, no me violasen delante de mi marido. Al principio, resultó hasta convincente, pero después, en cuanto metí la directa –me ponga como me ponga, con veinte centímetros de carne en chchi no respondo-, se jodió la actuación y empecé a berrear como una cerda en el matadero. Al Satur no sé qué le acojonó más: ver a su modosita esposa pedir a gritos que la partieran en dos, o pensar que en lo que después le podría ocurrir a él.

¡Pobrecito, qué mal lo tuvo que pasar!...pero iba listo si pensaba que la cosa terminaría ahí. Después de haberme follado a conciencia en el sofá, en la alfombra y encima de la mesa del salón, le tocó el turno al Satur. Siguiendo al pie de la letra mis instrucciones previas, lo desvistieron de cintura para abajo –farfullaba algo que la mordaza no permitía entender-, sacaron de una bolsa un consolador metálico –los he visto grandes…pero, ¡joder, aquello era pasarse cuatro pueblos!-, lo sentaron encima –a pelo, sin vaselina ni nada- y le colocaron una venda en los ojos. Y como colofón, una advertencia:

-Ahora nos vamos y nos llevamos a tu mujercita…pero volveremos, no te preocupes. Si se portas bien y no te mueves mucho, quizá el consolador aguante y no se desarme. ¿Y qué pasa si se desarma?, te estarás preguntando. Si te digo la verdad, nosotros también nos lo preguntamos. Por si las moscas, te aconsejo que aprietes bien el culo y no dejes que se salga.

Para no dejarles con la duda, puesto que dudo que vuelva a nombrar al Satur en lo que resta de relato, les diré que al día siguiente, cuando volví a casa a mediodía, seguía sentado en el sillón, más tieso que una vela y rezando avemarías como un poseso. Como se entere de esto la Conferencia Episcopal, ya veo a Monseñor Rouco recomendando la penitencia anal para aumentar el fervor de las oraciones.

A Julia no le hizo falta porculizar a su marido para procurarse una coartada –ventajas del divorcio-, pero hubo que compensarla por la media docena de polvos que le sacaba de ventaja. Total, que entre pitos y flautas, eran las seis de la tarde y aún no habíamos armado ningún escándalo en la vía pública.

Para no alargar el relato más de lo debido, porque si me pongo a describir con pelos y señales todos los desaguisados que cometimos aquella tarde, iba a necesitar media docena de relatos como éste, citaré únicamente las localizaciones del rodaje, antes del plato fuerte del cuartel: en el metro –las cuatro nenas nos marcamos un pajote guapo de verdad-, en el piso de arriba de un bus turístico –menos mal que fue un polvo rapidito, porque casi se me hiela el culo-, un local de intercambio de parejas –menos al aparcacoches, nos pasamos por la piedra a todo bicho viviente…hasta nos regalaron los carnets de socios VIP-, un local de ambiente gay –aquí los chicos echaron el resto- y una docena “polvos del minuto” por parejas…en plena calle, mientras los otros seis hacíamos corro alrededor.

Puedo asegurar que, por nuestra parte, no hubo premeditación ni alevosía –vamos, que si lo hubiésemos planeado no hubiera salido mejor-, al organizar el último “polvo del minuto” delante del Cuartel del Infante Don Juan; pero los milicos debieron pensar lo contrario. La verdad es que los dos que estaban de guardia, con el engorro del mosquetón, las pasaron putas para cascársela como es debido; pero lo que aún no me explico es cómo coño se enteraron los que estaban dentro. Antes de acabar el polvo, la mitad de los inquilinos del cuartel amenazaban con tirarse por las ventanas…y si no hubo una deserción masiva, fue porque el portón de entrada estaba bien atrancado.

¿Saben ustedes lo que llegan a dar de sí un batallón de pollas? Yo nunca me había parado a pensarlo, pero les aseguro que son muchas pollas…cuatrocientas y pico. Descontando el pico –alguno de aquellos chavalotes prefirieron a los tíos cachas que nos acompañaban-, tocábamos a cien pollas por chocho; y como las dos nenas se rajaron antes de tiempo, entre Julia y yo nos debimos de cepillar a unos trescientos. ¡Qué hartá de leche, por Dios!

Aunque reconozco que lo mucho está reñido con lo bueno, me apuesto lo que sea a que no conocen ningún cuartel en el que hayan cambiado la divisa de “Todo por la Patria” por “Todos por tu Culo”. Y a los puretas que pongan en duda que ésta fue una noche inolvidable, sólo tengo que decirles se pasen por el cuartel y pregunten.

Ahora tocaría hacer una pormenorizada descripción de la sarta de burradas que protagonicé aquella noche, pero el autor me dice que vaya abreviando, que estamos a punto de sobrepasar la extensión máxima permitida para el relato. De todas formas, por la red circulan montones de grabaciones –en versión resumida, claro- que acreditan lo que digo.

Apostillas del autor:

A pesar de que el relato esté escrito en primera persona, y el personaje interpuesto del plumilla se preste a equívocos, existen poderosas razones que niegan el hecho de que el menda tenga nada que ver en los sucesos que se narran…se ponga como se ponga el zorrón de Merche.

Pruebas de descargo:

-No vivo en un tercero. Con esto debería ser suficiente, pero hay más.

-La única Merche con la tengo tratos ha cumplido de largo los setenta, es asidua de las novenas parroquiales, y es capaz de morirse del susto si algún día llega a enterarse de las cochinadas que cuenta su sobrino.



Pínchame, amor (Segunda parte)
Categoría: Orgías

Masulokunoxo nos narra en el Ejercicio - continuando un relato anterior- como las agujas del chino siguen haciendo maravillas en Merche hasta desembocar en la mayor orgía de que se tengan noticias.


Con todos ustedes... ¡el increíble bebé barbudo! (Moonlight)

“Los que ven tu futuro desperdicia'o por tu cresta

Por tus pantalones rotos o por tu forma de vestir

No van a cambiar tu forma de sentir

Los que creen que nuestra generación huele a cerveza

Y que no somos capaces de vivir en sociedad

No sé en qué coño se empeñan pero mira cómo está el percal”

(Poncho K – “Destrucción”)

Ahora que estamos en Carnavales, recuerdo una anécdota que aconteció hace tres años por estas fechas. Esta historia está basada en deshechos reales y en gente de corte alternativo e indie, opaco reflejo del inconformismo, que consume los fines de semana a paso de cubata y cerveza, por lo que cualquier parecido con la realidad, es mera premeditación.

–Hey, Santi, podrías ir tú de guardia civil y yo de preso.

–¿Por qué tengo que ir yo de madero?

–Porque yo ya tengo el disfraz de preso.

–¿Dónde se ha visto un madero con las barbas que tengo yo? Dame a mí el disfraz de preso y vas tú de guarra civil, que a ti ni siquiera te sale pelo en la cara; por lo menos hasta que seas un hombre hecho y derecho –le dije a mi amigo Rober, que me saca una cabeza y un cuerpo, dándome dos palmadas en el pecho–. Además, ¿de dónde coño saco yo un uniforme de madero?

–Lo compras en una tienda de disfraces, que alguno habrá.

Nuestra amiga Marta organizaba una fiesta de disfraces en su casa, en Madrid centro, un piso que compartía con tres compañeras gallegas, de Santiago, y Rober quería que fuéramos él con el disfraz guay y yo con el de capullo. Y, como todo un capullo, me encontraba en una juguetería buscando un disfraz que no encontraba por ninguna parte cuando me llamó por teléfono.

–Oye, no te compres ya el disfraz de guardia civil, que mi madre me ha pillado uno de escocés.

–¿Entonces me puedes dejar el de preso?

–No, era mentira, no tengo ningún disfraz de preso, pero es que no quería ir de madero.

–Grrrrrrr.

Así que nada, seguí buscando algo que se ajustara a mi paupérrimo presupuesto y, por fin, encontré un disfraz baratito que, actualmente, aparte de estar más fuera de lugar en mi armario que Camps en el Carrefour comprándose un traje, solo coge polvo. Si alguien está interesado, lo vendo por treinta euros.

Y ahí estaba aquel sábado por la tarde, frente al espejo de mi habitación, preparándome para la fiesta y vestido para matar... de risa a quien me viera. Mi indumentaria carnavalesca consistía en un pijama de dos piezas de color rosa fosforito, con el que parecía un chicle de fresa; la parte de arriba caía a medio muslo y la de abajo me llegaba por debajo de las rodillas. Llevaba bolsillos de colorines, un babero blanco incorporado, volantitos de encaje en mangas y perneras, y, ¿cómo no?, una cofia, gorrito a juego que se ataba por debajo de la barbilla con un lacito y, sí, también con el precioso volantito de los cojones. Lo de poner el sufijo -ito no es porque fueran prendas pequeñas, sino porque así suena menos atroz. Venga, lo vendo por dos pavos o la mejor oferta.

Era un tejido más fino que un pepino, por lo que tuve que ponerme dos camisetas, manga larga y manga corta, unos leggins pirata que me prestó mi prima y unas medias de cuando jugaba al fútbol sala con el C.P. Henares, blancas con dos rayitas en la parte superior lilas, para más recochineo, que me dieron un uniforme que tuve que devolver cuando me echaron, pero las medias no. Bueno, realmente no me echaron, fue una traición de un compañero, pero eso ahora no tiene nada que ver, aunque sería una buena historia para un relato erótico, porque me jodió de lo lindo. Pensé en quitarme las gafotas para darle más realismo a mi imagen infante, pero un bebé con barba ya es demasiado irreal como para intentar arreglarlo. Que fuese rasurarme el pubis o el pecho... bueno, quizás, a lo mejor, pero no pensaba afeitarme la cara, lo que después produciría mofas y bromas haciendo referencia al hecho de ser un bebé barbudo.

Por fortuna, el coche estaba aparcado en la puerta de casa. Cogí la autopista R-3, entré en Madrid dejando a un lado el Pirulí, interlocutor de la luna, que es la torre de telecomunicaciones desde la que se emite la televisión española; rodeé la imperturbable e iluminada Puerta de Alcalá, que ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo y, siguiendo el Parque del Retiro, giré en el esquinazo donde este acaba y encontré un sitio donde dejar el coche en la Avenida Menéndez Pelayo, que, normalmente en finde, siempre hay algún hueco.

Marta vive en la Calle Gotera, que está ahí al lado, pero yo soy muy torpe, así que tuve que preguntar a más de un transeúnte. Digo que se llama Gotera para preservar la intimidad de Marta, porque en realidad vive en la Calle Gomera, pero no quiero decirlo. “Perdone, ¿podría indicarme la Calle Gotera?” Nadie la conocía, no sé si verdaderamente por desconocimiento o por perder de vista cuanto antes a un loco que lleva unos pantalones rosa fosforito, y eso que, al bajar del coche, no tuve cojones para ponerme el gorrito, que lo guardé es un bolsillo de mi chupa negra estilo Terminator. De hecho, cuando ya caminaba por la acera de mi amiga, pasó el típico Seat Ibiza tuneado de los pijos de Pachá, desde el que oí: “Mira ese, qué pantalones”. ¿Qué pasa? ¿Solo es Carnavales en Tenerife y en Río de Janeiro, aunque yo no me río de nadie (joder, qué chispa)? Igual que unos años atrás, cuando Rober, Juje y yo nos disfrazamos de tías un día antes y fuimos al Krim, una sala de Coslada. Bueno, Juje y yo íbamos de mujeres; Rober, con esos hombros, iba de travelo. El caso es que éramos los únicos tres gilipollas disfrazados de toda la discoteca. Bueno, no tan gilipollas, que, por ello, las copas nos salieron gratis, pero antes, el cabrón del guarda del parking me confundió con una tía de verdad. ¿Qué coño le hace a la gente la luna llena en Carnavales? En fin, qué recuerdos más... qué recuerdos más tristes, jeje.

Podría haberme ahorrado 971 palabras, si hubiera empezado el relato por el momento en que llegué a la fiesta. Me abrió la puerta Rober, que el cacho mamón me dijo: “Si todo el mundo por Madrid va igual”. Sí, y una polla; él se cambió en el dormitorio de Marta.

Llevaba el tradicional kilt escocés de cuadros rojos sin un tartán concreto, mal llamado falda escocesa, porque, para empezar, es más parecido a un pareo que a una falda. El resto de su atuendo lo componían una americana negra, una camisa blanca con pajarita, unas calzas blancas y un glengarry en la cabeza a juego con el kilt, adornado con una pluma amarilla. Solo le faltaba el sporran.

Tras dejar mi abrigo en unas perchas que había en el recibidor, a cuya mano izquierda se encontraba la habitación de Marta, seguí los pasos del cosmopolita Braveheart por el pasillo, en el que había tres puertas que pertenecían a la cocina, cuarto de baño y aseo; y desembocaba en un salón repleto de gente que conocía y gente que no conocía. Había un rey, una bruja piruja, una bailarina de la danza del vientre, una reina mora, una geisha, un currito de la construcción, Catwoman, un grupo de vaqueras, de quienes algunas balas, en forma de anillas de pistones, terminaron, no sé cómo, en mi bolsillo verde... Me puse un cubata, charlé con la gente, conocí a unas chicas muy majas... lo típico.

En un momento dado, fui a la cocina por una bolsa de hielo. Junto a la ventana, expulsando humos, estaban Chucky, disfrazado de Messi con la camiseta de la selección de Argentina, pantalón corto negro y una peluca con el efecto más desastroso que he visto en mi corta vida, aquella noche más corta de lo habitual; José, vestido de caballero medieval, con su sobrevesta y su almófar; y Iron, que iba de piloto suicida de Fórmula 1, con un mono blanco lleno de marcas comerciales. ¿De verdad suicida? Efectivamente, no tenía casco, pero supongo que no dejan competir a un tío que se está dopando con chocolate... del que no lleva leche pero se fuma.

Ayer, cuando empecé el relato, me sentía más gracioso, las gracietas que se me ocurren hoy dan pena. Mierda, he tenido un cortocircuito, ya no tengo chispa. Steven Tyler, el vocalista de Aerosmith, decía que hubo una época en la que era incapaz de componer si no era con una botella de whisky y unas rayas de coca. Tendré que hacer lo mismo, voy por una Coca... Cola. ¿Lo veis? Es más lamentable que los volantitos de mi disfraz.

El caso es que mis amigos estaban discutiendo sobre fútbol con una de las compañeras de Marta, tres madridistas contra una culé, por lo visto; una culé un poco borde y sobrada, por eso al principio pasé bastante de ella y no me fijé mucho. Era rubia tirando a castaña, de pelo largo y ojos azules, perfilados y pintados de ese mismo color, lo que les daba un tono más luminoso y heterogéneo. No puedo precisar cómo era su vestido, apenas me acuerdo. Solo soy capaz de concretar que era muy amplio y holgado; no sé si se trataba de una túnica o tenía anchas mangas murciélago o poseía varias capas, pero si que os puedo asegurar que, si era un disfraz, la muchacha iba de montón de tela. A pesar de ello, se notaba que debajo había materia prima para crear locura y placer a partes iguales, quizá un placer más grande que otro, porque se suele decir que, lo que tenemos a pares, no son exactamente iguales, pero bueno, como dice el refrán, a caballo regalado, no le mires las tetas... ¡cómeselas! Eso sí, la falda, de un tejido elástico y negra, como el resto de su vestimenta, era, simplemente, infartante; por encima de medio muslo y adoptando las formas redondas de sus glúteos.

La noche siguió su curso de charla en charla, las horas pasaban inexorables y yo temía aquella en la que tuviera que enfrentarme a la masa hambrienta, a la muchedumbre, tan guapo como iba, porque, cuando terminase la fiesta, íbamos a salir de copas por Gran Vía. Y sí, llegó y tuvimos que irnos, pero le eché coraje, porque soy un tío valiente, y me puse el gorro; con un par.

Pero aún habiendo derrotado quimeras, tras mear contra el viento y haber bebido con valkirias, después de mirar a la cara al gran macho cabrío, que se me cagó en la moqueta, el muy cabrón, y esto va en el sentido más literal, haciendo gala de su conocida impiedad; con lo que nunca he podido enfrentarme, ha sido con esa criatura que utiliza su sensual belleza para ser cruel conmigo, mi particular caballo de Troya, que entra en mí por todo lo grande y ataca desde el mismo corazón de la ciudadela torácica. Que sí, que estoy hablando de las tías, vamos. Si por lo menos la tuviera enorme y revestida de oro macizo como Kiko Rivera... porque, hostias, lo de Paquirrín con las strippers otra explicación no tiene. No, miento, la explicación es Interviú, pero el caso es que se las pasa por la piedra. Debe ser que tiene una cantera, o, mejor dicho, una Cantora. Vale, intentaré dejar de hacer chistes.

Pues yo tan tranquilo, cubata en mano, entro en la cocina para charlar un poco con Chucky, Iron y José, sin más pretensiones que la de ser y estar, y me los encuentro discutiendo otra vez con la piba esta de cuánto mide la trompa de un elefante o yo qué sé qué.

–¿Y tú qué? –me dice quitándome el gorro de la cabeza.

–¿Qué de qué? –le contesto mosqueado.

–¿Cómo se pone esto? –pregunta intentándoselo atar con las manos hasta las cutículas de alcohol.

–Dame mi gorro.

–¿Y tú qué dices? –me vacila otra vez.

–Que me des mi puto gorro, coño.

–Joder, qué borde, ¿no?

–Dame mi puto gorro –digo vocalizando lentamente sílaba tras sílaba.

–Esta es mi casa, ¿eh?, y si quiero te echo –me amenaza.

–Me importa una mierda que sea tu casa –porque yo estaba invitado por Marta.

–Joder, qué borde eres, chaval.

–La borde eres tú, que es quien me quiere echar de su casa.

–Vamos a dejar de discutir, ¿vale? –se rindió cambiando su tono de voz a uno más apacible–. ¿Somos amigos?

–Si me das mi gorro.

Antes de continuar, debo decir que mi temperamento de marmota y mi empecinamiento ciego con mi gorro, no me dejaban ver lo que estaba pasando, que parecía estar bastante claro para mis colegas, y sus risas poco me ayudaban pues me empezaban a poner nervioso. ¿Por qué coño se descojanaban? ¿De mí? A ver...

–¿Que quieres que haga para que seamos amigos? –sé que suena a relato erótico facilón, pero va en serio, me lo estaba poniendo a huevo, pero yo seguía erre que erre de retortijón enfrascado con la puta disputa por mi gorrito.

–Que me des mi gorro de una jodida vez.

Se me acercó Iron y me dijo al oído: “Tío, ¿no ves que está borracha? Dile que te la chupe”. Me parecía que pedirle eso era un disparo fallido, así que aposté por algo más factible.

–Vale, está bien. Dame un beso –reconozco que los besos son mi debilidad, pero no me gustó, pues fue un beso rápido amortiguado por mi barba–. Así no, tiene que ser en la boca, si no no tiene gracia –y este fue mejor, pero, como iba en ascenso gradualmente, íbamos a ver qué había en la cima–. Que no, tiene que ser un beso de los buenos, con pasión, con gancho... con lengua.

–¿Así? –abrió la boca para pronunciar tan solo una palabra y ya no la cerró.

Pasó sus brazos por detrás de mi cuello y, cuando sus labios entraron en contacto con los míos, por esa rendija por donde salió el acento de la I, presumible antesala de un interés en hacer algo bien; se materializó la presencia de su lengua, que sentí colarse en mi boca y danzar por ella como Pedro por su casa, con mi permiso concedido, por supuesto. Primero mi lengua se enrolló en la suya, poco después, llevada por la emoción, se enredó en sus cuerdas vocales. Exploramos los recovecos de nuestras bocas, alumbramos cada rincón, nos reconocimos las caries, saboreamos nuestra saliva y nos emborrachamos con nuestros alientos.

–¿Qué tal? –me preguntó con una sonrisa de encías visibles.

–Pues... la verdad –dije recuperando el aliento, que se había quedado adherido a su paladar– es que no ha estado nada mal, nada, nada mal, pero –miré a Iron, que estaba expectante y sus risas mordaces ahora eran sonrisas de perplejidad, como las de Chucky y José, que lo estaba flipando más que yo–...

–¿Sí? –se impacientaba ella.

–Si quieres que seamos amigos, muy buenos amigos –y enfaticé “muy”–... Si me la chupas seré tu mejor amigo –le solté a bocajarro.

Como imaginé, salió apresurada de la cocina. Lo que no imaginé, fue que lo hiciera agarrándome de la muñeca. Cruzamos el salón abriéndonos paso entre vaqueras, reinas moras y escoceses, hasta que llegamos al que, supuse, era su dormitorio. Intentó abrir, pero estaba trancada.

–¿Qué pasa aquí? –se preguntó.

–No puedes pasar –dijo Marta a nuestras espaldas–. Están dentro Fulanito y Menganito.

Joder, para una vez que me van a hacer una mamada espontánea, resulta que Fulanito y Menganito están en nuestra fiesta. Yo quería conocerlos. O sea, todo el mundo conoce a Fulano y Mengano, pero ¿alguien sabe quiénes son? ¿Qué aspecto tienen? También están Zutano y Perengano, pero estos dos son menos famosos, no tienen el mismo carisma, y, si os fijáis, mucha gente le pone sus nombres a desconocidos: “Bah, Fulano y Mengano”. Nunca me imaginé que fueran gays, aunque, claro, siempre van juntos y, en estos tiempos que corren, parece ser que la homosexualidad es glamourosa, aunque soy el menos indicado para hablar de glamour, que yo iba disfrazado de piruleta.

Me llevó a otra de las habitaciones, claramente femenina por su decoración y porque olía bien. Bueno, también porque mi amiga no tenía compañeros, las cuatro eran chicas. Corrió el pestillo de la puerta produciendo un sonido que eclosionó con fuerza en mis sienes, que sentía palpitar. Me di la vuelta y, en ese momento, me empujó a la cama con fuerza, la cual estaba contra la pared para aprovechar el espacio. A mi derecha, la almohada mullida y encima un libro, ¿qué es eso?; a mi izquierda, un sujetador rosa colgando a los pies de la cama a juego con mi traje de perturbado, porque no hay que estar demasiado cuerdo para ponerse semejante disfraz; y a mi espalda, el gotelé. Sin embargo, todo esto pasaba desapercibido para mí. Me encontraba flotando en una nube producto de mi propia excitación condensada, nada había alrededor.

Se acercó con lentitud al borde del catre mientras mi mirada se perdía piernas arriba, hasta que sus muslos, a los que sus manos iban unidas, frotándolos, desaparecían por el tubo de la minifalda. Sus pasos eran suaves, como pisando algodones, y su mirada felina pronosticaba borrasca y tramontana.

Se subió en el camastro y separó sus piernas para colocarse a horcajadas sobre las mías. El escaso tejido elástico que cubría su pelvis, se alzó lo suficiente como para ver que su ropa interior era violeta, por lo menos la inferior. Pude comprobar la profundidad de sus ojos azules, cuyos contornos se veían tintados de un verde tenue. Eran una poza cristalina que refrescaba la burbuja caldeada que se había formado en aquella habitación aislándonos de la realidad de la fiesta, las voces y el mundo exterior. No sabía ni cómo se llamaba la cervatilla, Marta me lo dijo al día siguiente por teléfono, pero Carmen me abdució como no pensé que una tía que iba de guay por la vida podría hacer, aunque, quizás, lo que había juzgado solo era un muro de contención.

No tardé en percibir el olor de su aliento en el vano de mi boca, así que decidí ser hospitalario y dejar que su lengua volviera a honrarme con su presencia y su sabor en mis papilas gustativas. Nos comimos los morros, desatamos la estampida de lujuria, y pronto se dispuso a repartir una mezcla de su saliva y la mía por mi cuello y mi clavícula, previo mordisco en el lóbulo de mi oreja, pendiente incluido. Llevé mis manos a sus nalgas cálidas para participar más activamente de la pasión, comprobando que lo violeta era un tanga, y me recreé amasando esas dos masas dúctiles. De algo me tenía que servir un año currando en Telepizza.

Mientras ella conseguía que mi respiración tuviera sonido de suspiros, sus dedos buscaron el bajo de mi camiseta del disfraz para introducirse por debajo de ella, pero encontró un obstáculo: otra camiseta. Busco el bajo de esta y se topó con otro obstáculo: otra camiseta. Busco el bajo de esta y, por fin, me marcó la piel con las yemas de sus dedos. Arrastró mis prendas hacia arriba con sus antebrazos descubriendo mi torso. Los pelillos de mi pecho aparecieron alborozados y contentos, y, tras remolonear un poco en mis pezones, Carmen comenzó a allanar con lametones el camino hacia el sur, dejando su rastro por mi abdomen, esculpido por la naturaleza como una tableta de... de turrón blando.

Para no volver a tropezar como con las camisetas y no perder más tiempo, no fuera a ser que el incendio de nuestras entrañas menguase, bajó de golpe mis pantalones, leggins y bóxer, dejándolos enredados en mis rodillas, cuando me ordenó tumbarme en la cama a lo largo y levantar el trasero, y ¿quién era yo para contradecir a la heroína de mi deseo asfixiado después de cuatro meses sin airearlo? Mi erección era abrumadora y emocionante. Eso sí que era el Pirulí, ya te digo. No emitía canales, pero más alta definición no podía tener aquello. Antes de dejarme hacer, la imité y la desnudé tirando de su falda hacia arriba, sacándole el vestido completo por la cabeza y descubriendo un elegante tanga, de color violeta, como ya he indicado, y con diminutos brillantes en el elástico superior y en las dos tiras que salían a cada lado para ajustarse a sus caderas y, en el centro de la prenda, dibujaban un corazón; y un suje del mismo conjunto con las incrustaciones en las partes superiores de las copas, que a duras penas retenían sus pechos generosos. Por mucha tela que hubieran llevado encima durante toda la noche, donde hay calidad se sabe.

Sentada sobre sus talones entre mis piernas, primero acarició mi pene con la palma de la mano abierta, sintiendo una rigidez más propia del hormigón que de un músculo humano, para, poco después, cerrar el puño apresándola y dando tirones hacia arriba. Al principio lo hacía con cierta brusquedad, pero esta fue suavizándose y adquiriendo un ritmo constante, hasta que su lengua dio un largo y húmedo lametón desde mi periné hasta el purpúreo glande. A partir de entonces, empecé a disfrutar del lado más amable y atento de la compañera de piso de Marta.

Enredaba mis dedos en su pelo y le acariciaba un brazo, agradeciéndole la dulzura que esa noche me estaba ofreciendo fumando la pipa de la paz. Me hacía sentir cosquillas en la tripa, no solo fuera por el roce de su cabello, que iba y venia con el movimiento que hacía su cabeza en el recorrido de la punta de mi pene a la base del mismo, que realizaba con una comitiva de saliva; también una jauría indomada en mi interior. Se retira el pelo a un lado y veo como sus fauces devoran casi en su totalidad el mástil en el que colgaremos la bandera blanca.

Prendida de mi polla, con avaricia y un instinto poseído por la vehemencia, ejerce presión con los labios y le pone empeño, aparte de algún leve roce de sus dientes. Sé que falta poco, que la excitación es demasiada y que las sensaciones de placer se agolpan en mi cabeza pidiendo a gritos ser liberadas. Levanto la cabeza y sus ojos azules, entrando por mis pupilas a remover mi cerebro, me dan el último empujón para venirme entre jadeos y convulsiones de mi bajo vientre.

Quizás penséis que fui un poco cabrón al no avisarle del inminente orgasmo y el consiguiente torrente de espesa ilusión, pero es que la muchacha parecía desnutrida y, por las ansias empleadas en llevarme al clímax, yo diría que estaba bastante hambrienta.

Con una sonrisa de satisfacción, se incorporó pasándose el dorso de la mano por esa boca que me había absorbido hasta la reserva, y extendió el brazo ofreciéndome su mano.

–¿Amigos?

–Amigos –contesté estrechándola.

La otra mano la llevé a su entrepierna, pero antes de incursionarme bajo la lycra, ella me detuvo. “Hoy no es un buen día”, me dijo. La verdad es que no me hubiese importado empujar el támpax, pero a ver luego como se lo sacaba de la traquea.

Tengo que decir que esa fue mi mejor noche de los últimos cuatro meses, desde que volviese de mis vacaciones en Valencia con una Supernena, y si esa primera noche con Carmen fue la mejor... la segunda fue brutal.

Sirva este escrito como homenaje a Santi, mi infatigable compañero de viaje; a Carmen, por donde quiera que sus pasos la guíen; y a la gente gracias con la que disfruté la fiesta, motivos, cada uno de ellos, por los que no escribir un relato muy porno. No puedo recurrir a detalles, yo nunca estuve en esa habitación, pero escoged una verdad para finalizar este cuento; porque sin corazón no podemos vivir... porque la vida es sueño.



Con todos ustedes....¡el increíble bebé barbudo!
Categoría: Sexo Oral

Moonlight nos habla en el Ejercicio de una primer experiencia real que cuenta en homenaje a la amistad.

lunes, 23 de mayo de 2011

Extraños en la noche (Coronel Winston)

Aquella tarde, mi marido había ido a ver un partido de fútbol al estadio. No queriéndome quedar sóla en casa, opté por irme de compras. Necesitaba algo nuevo. Una boda en menos de un mes era el reclamo para que yo gastara el poco dinero del que disponía en algunas prendas. Tenía que encontrar algo bueno, bonito y barato. Mi economía no era boyante. En mi casa siempre andábamos mal de dinero. La escasez vivía junto a nosotros.

Pasé la primera hora de mis compras en unos grandes almacenes. Allí encontré todo lo que estimaba necesario para ir preciosa a esa boda. Aquellos saldos me iban a servir. Mi amiga, Ana María, se casaba con el novio de toda la vida. Su primer y único novio la iba a convertir en su esposa. Y eso me hacía muy feliz.

Terminadas mis compras, me di el gusto de merendar en una cafetería cercana a esos grandes almacenes. Un café cargado y unas tortitas con nata me iban a revitalizar. En la cafetería tomé asiento cerca de la puerta. Podía divisar el local en su totalidad sin necesidad de girar mi cabeza.

Me fui fijando en la gente que, al igual que yo, merendaban o simplemente tomaban sus consumiciones. Así es como me fijé en Paula.

Esa mujer de aspecto agradable, de unos cuarenta años, pelo largo con mechas de tinte rubias, e impecablemente vestida, no me quitaba ojo. La ví alejarse al baño. Caminaba con seguridad. Su porte era excepcional. Cuando regresó, tomó asiento y siguió devorando las dos tostadas que se apilaban en su plato. Mientras masticaba, me miraba. Sus ojos iban del plato a mi cara y de mi cara a las tostadas. Confieso que me ponía nerviosa su actitud. Me ruborizaba que una mujer me mirara de esa forma.

Decidí dar por finalizada mi estancia en aquella cafetería y apuré mi café. Rebusqué mi monedero en el interior de mi bolso. Cuando alcé la vista la ví. A mi lado, de pies, con gesto cansino y rostro serio. Me abordó sin preámbulos, sin excusas, directa, con seguridad.

-¿Puedo sentarme? Me preguntó.

-¿Disculpe?. Contesté extrañada.

-Me gustaría charlar con usted un momento-Me dijo mientras que con su mano derecha retiraba la silla y tomaba asiento frente a mí-, no la entretendré mucho.

-¿Nos conocemos?. Pregunté sin salir de mi extrañeza.

-No. Es seguro que no. Contestó mientras me miraba fijamente y esbozaba una sonrisa que yo consideré nerviosa y forzada.

-¿Entonces?.....

-Me llamo Paula. No he podido evitar observarla mientras merendaba. Me parece la persona ideal…

-Perdón…¿Cómo dice?

-¿Quiere ganarse algún dinero?. Me preguntó directamente.

-Discúlpeme. He de marcharme. Dije a la vez que sentí que los nervios me atenazaban.

-¡Escúcheme!, se lo ruego, no se arrepentirá. Puedo hacer que se gane un buen dinero.

-¿Cómo?. Pregunté ante la insistencia de aquella mujer.

-Digamos que necesito de su colaboración para dar un capricho a mi marido.

-Discúlpeme, pero no entiendo nada.

-Iré directa al grano. Ando buscando una joven como usted. De su perfil. ¿Qué edad tiene?.

-27 años.

-¿Está usted casada?

-Si. Por supuesto. Dije afirmando con rotundidad y orgullo a la vez que pensaba en mi marido.

-¡Perfecto!....es justo lo que necesito.

-No entiendo….

-Seré franca con usted. No quiero perder mi tiempo ni hacer que usted pierda el suyo-Hizo una pausa y me miró a los ojos-, comprendo que le resultará extraño todo esto, pero debe perdonar mi atrevimiento. La desesperación me incita a hacer algo de lo que no estoy segura como voy a salir. Estoy casada, al igual que usted. Mi matrimonio siempre ha funcionado perfectamente hasta….bueno, hasta hace unos meses. Iván, así se llama mi marido, siempre ha sido un hombre agradable, detallista y enamorado de mí. Todo se nos ha truncado. La vida es un camino por el que vas perdiendo cosas, hasta que al final, te lo arrebatan todo, hasta la vida. Nunca he sido vilipendiada por la vida, pero ahora-Calló, bajó su mirada hacia la mesa y suspiró-, ahora me ha golpeado con violencia. Iván va a morir.

El silencio se hizo eco de sus últimas palabras y se afilió con su significado. Me quedé perpleja, sorprendida, aturdida. No entendía por que me contaba eso. No sabía que pretendía de mí. Ni siquiera sabía qué me hacía seguir escuchando sus palabras. Su rostro agradable creí verlo marcado por el sufrimiento. En cierto modo sentí pena por ella. Paula, después de tomarse un respiro, continuó.

-No hace mucho le han detectado un cáncer. No ha tenido compasión de nosotros. Iván lo ignora. Ignora que le queda poco tiempo. Tal vez unos meses. Y yo, bueno, yo siento tristeza por no haber claudicado ante sus deseos. Han sido muchas las ocasiones en que me he negado a sus caprichos. He creado carencias en su mente. No he sabido compartir sus gustos. Ahora, ahora ya es tarde. Pero quiero compensar en lo posible un deseo que siempre ha tenido. Usted se preguntará cual es ese deseo, y también se preguntará qué tiene usted que ver en todo esto. Se lo explicaré.

Siempre hemos tenido una vida sexual intensa. Antes de casarnos ya éramos muy activos. No hemos tenido hijos, aunque nuestra posición económica es muy aceptable. Pero no tuvimos hijos-Dijo con fastidio a la vez que hacía una mueca mostrando su disgusto-, pero aún así, gozamos del sexo en pareja. El caso es que Iván siempre tuvo una fantasía, un deseo. Siempre deseó verme con otra mujer. Y ahora viene mi propuesta.

Me quedé paralizada. Sabía lo que me iba a pedir Paula. Mi instinto me hacía presagiar lo que sucedió después.

-Quiero satisfacer a mi marido antes de que me deje definitivamente. Me he propuesto tener sexo con una joven y que él lo vea. Esa joven bien podría ser usted. La pagaría bien. Ponga una cifra. Sería en mi casa….ahora. ¿Digamos 500 euros?.

Se hizo nuevamente el silencio. Un sonido sordo se apoderó de mi tímpano derecho. Una cifra mágica se instaló en mi mente. 500 euros. Daría el “ramo” a mi amiga Ana María. Pagaría con creces las compras de esa tarde. La boda no me costaría nada y aún me sobraría un buen dinero del que tan necesitada estaba. Pero nunca había estado con una mujer. No me quedaba claro que era lo que deseaba exactamente. Aunque mi mente sabía que si aceptaba su oferta, sería como prostituirme a cambio de dinero.

Yo soy una mujer joven. Con ideas abiertas. Con personalidad. Quiero a mi marido. Nunca he dejado de quererle. Soy suya. Nunca han profanado mi cuerpo. Jamás estuve con otro hombre, pero éste no era el caso. Aquella mujer hablaba de estar con ella. Pero el dinero…

Me debatía en mi interior. Analizaba minuciosamente todo lo que había escuchado de boca de Paula. No sé exactamente que cara exhibía mientras pensaba, pero Paula me sacó de mis pensamientos.

-Se que esto que pido es extraño. Se que es una licencia por mi parte. Abordar a una joven como usted y ser sincera….no sé, usted no tiene obligación alguna de creerme. Yo he sido sincera. He hablado claro, ahora…..ahora sólo espero su respuesta. Le ruego que lo piense.

Me quedé en silencio nuevamente. Sumida en mis pensamientos. Escuchando a Paula. De mi garganta surgió, lentamente, la frase que cambió mi vida y sembró el desasosiego que aún siento.

-¿Qué tendría que hacer?. Pregunté asumiendo mi rol en aquella historia.

-Usted me acompañaría a mi casa. Tomaríamos un café y yo le presentaría a Iván. Luego-Hizo una pausa violenta-, las dos tendríamos sexo delante de los ojos de Iván.

Esperó a ver mi reacción. Al no decir nada, ella continuó.

-Sómos personas con cultura. Sabemos estar. No habrá problemas. Usted dejará que yo disponga de su cuerpo y después se marchará a su casa, al lado de su marido, con 500 euros. ¿Es la cifra que acordamos, no?. Nadie sabrá nunca nada. Podría contratar a una prostituta, me costaría menos, sin duda, pero sería un negocio muy frío. Quiero algo que despierte en Iván esas sensaciones que siempre ha querido observar en mí…..y eso sólo lo puede tener con una persona como usted. Una persona de la calle. Una persona normal, con su vida y sus inquietudes. ¿Qué le parece?

No sabía como reaccionar. Si bien es cierto que ya había contestado al preguntar lo que tendría que hacer, no era menos cierto que aún no era plenamente consciente de lo que me estaba proponiendo Paula. Pero ella era persuasiva. Mi necesidad de dinero me hacia valorar la situación……y me inclinaba a ese juego que aún no sabía cómo podría resultar. Hice acopio de toda la serenidad que pude congregar y por primera vez la miré a la cara de tú a tú.

-¿Iría a su casa y tendríamos sexo a la vista de su marido?, ¿Usted me pagaría 500 Euros por hacerlo?.

-Así es.

-¿Y yo qué tendría que hacer?

-Ser paciente. Gozar conmigo. Dejarse llevar por mí. Dejarme que usurpe su cuerpo y le de placer.

-¿Y su marido…..?

-El nos miraría. Dese cuenta que con esto sólo busco su excitación, su placer, su fantasía. Yo, bueno, yo importo poco. No voy buscando mi propia satisfacción. Es evidente que trataré de que usted goce. Pero nunca he estado con ninguna mujer, y la verdad, no sé como resultará, pero pondré todo mi empeño en que salga satisfecha de mi casa. Con dinero y con una nueva experiencia. ¿Qué me dice?

Ya estaba decidido. Los 500 euros eran un reclamo demasiado ebrio para negarme. Pensé en mi marido, le diría que me había encontrado un billete de 500 euros en aquellos almacenes dónde había realizado mis compras. Aliviaría nuestras tensiones económicas. ¿Me iba a prostituir por dinero?. Pensé que no, que era sólo una forma de salvar mis necesidades más inmediatas. Jamás nos volveríamos a ver. Un plan limpio.

-¡Está bien!, dispongo de unas horas. Si usted quiere…

-¡Excelente amiga!. Pagaré su consumición y nos iremos a mi casa. No vivo muy lejos. Por el camino hablaremos de todo.

Salimos de la cafetería. Como si fuéramos amigas de toda la vida. Ya en su coche, mientras Paula conducía con suavidad, me fue dando algunos detalles de lo que iba a ocurrir. Era coherente, pero sumamente delicado lo que pretendía esa mujer. ¿Podría ganarme esos 500 euros?. Necesitaba ese dinero. Demasiada miel para mis reparos.

Una zona privilegiada de Madrid, no muy distante de mi domicilio, era el lugar de residencia de aquella pareja. Estacionó el coche en la calle y ambas salimos del vehículo. Mis compras venían conmigo. Mis manos portaban las bolsas que delataban muy claramente el lugar donde había pasado parte de la tarde. Mientras subíamos en el ascensor, miré el reloj. Marcaba las 7 de la tarde. Las 7 de aquella tarde.

La cabina dio un respingo al detenerse. Las puertas se abrieron y un gran hall nos recibió. Aquella pequeña pieza metálica que sostenía Paula en sus manos, abrió la puerta de lo desconocido.

Un hombre de unos 45 años, pelo canoso, delgado, tez morena y agradable, reposaba sobre un sillón leyendo un periódico. Levantó la vista y nos miró desconcertado.

-¡Cielo, he llegado!

Iván se acercó a su mujer y la besó en la mejilla. Luego se fijó en mí. Con prisas, como si le resultara molesta mi presencia, me inspeccionó de arriba a abajo.

-¿Quién es?. Preguntó a su mujer a la vez que me miraba.

-Es Marina. Es una amiga que tú no conoces. Nunca te he hablado de ella. Hoy nos hemos encontrado por casualidad en una cafetería. Hacía años que no teníamos noticias una de otra. Me he permitido invitarla para que os conozcáis. ¿Sabes?, vive cerca de aquí.

-Encantado, Marina. Siendo amiga de Paula, puede considerarse amiga mía-Dijo en tono cortés a la vez que estrechaba mi fina mano-, aunque nunca, que yo recuerde, me ha hablado de usted. Y es imperdonable, su belleza no me debería haber sido vetada, Paula. Terminó dirigiéndose a su mujer.

Me quedé paralizada frente a ese hombre que amablemente me había tendido la mano. ¿Cáncer?, ¿Poco tiempo de vida?, era impropio que ese ser de ojos negros, con ese cuerpo estilizado y con ese aire de señor culto, abandonara la vida en poco tiempo. Su aspecto agradable era innegable. Tez morena, pelo negro, con esas canas que adornaban su cabeza, y una sonrisa sincera, abierta, brillante.

-Acompañaré a Marina a nuestra habitación. Se probará la ropa que se ha comprado. Tiene una boda en breve. En unos minutos estaremos contigo Iván. ¿Nos preparas algo para tomar?. Para mí café, por favor y Marina…-Hizo una pausa esperando mi respuesta.

-¡Oh…si, café por favor!

-En unos minutos estarán listos. Dijo él.

-¿Nos los acercas a la habitación, querido?.

-¡No faltaba más!. Respondió él.

¿Probarme la ropa que me había comprado?. Estaba desconcertada. En el camino había contado a Paula que había estado de compras. Que tenía una boda y que estaba muy ilusionada con ese casamiento de la que era mi mejor amiga. Pero no habíamos hablado de probarme ropas.

Caminé tras sus pasos. La habitación de ese matrimonio olía bien. Me preguntaba, mientras observaba la decoración de esa habitación, cómo había accedido a semejante propuesta. El signo del Euro se instaló en mis ojos. Era eso, dinero. Sólo dinero.

Paula me avisó de lo que iba a pasar, por lo tanto, nada debía sorprenderme. El juego comenzaría en su habitación y su marido nos sorprendería. Esa era la escena. Yo debía actuar como si nada. Dejarme llevar y colaborar en la medida que estuviera dispuesta.

Ya en su habitación, y sin darme tiempo a reaccionar, Paula se acercó a mí y besó mis labios a la vez que con sus manos retiraba de mis hombros los tirantes de mi vestido. Este reaccionó cayendo ligeramente hasta el comienzo de mis senos. Ella lo bajó más. Descubrió mis pechos enfundados en el sujetador.

-Esto sobra, querida. Dijo a la vez que desabrochaba la prenda.

Mis pechos se mostraron calientes. La miré mientras los sopesaba en sus manos. Su cara dibujó un gesto de aprobación. Se diría que eran de su gusto.

-Paula-Dije titubeando mientras ella acariciaba mis pechos-, tu marido…

-Ahora vendrá. Nos traerá los cafés, ¿Recuerdas?. No te preocupes. Sólo déjate hacer. Yo me encargaré de todo. Le ofreceremos una bella imágen. Dos cuerpos arrogándose el placer. Y tú saldrás de aquí con 500 euros.

-Quiero decir que tú marido…no me tocará ¿Verdad?. Es lo que me dijiste. No quiero.

-No. El sólo mirará. No temas. Todo saldrá bien. No te pondrá ni una mano encima. Aunque…, bueno te entiendo. No quiero hacerlo más difícil para ti.

Ese era el plan propuesto por Paula. Le diría a su marido que me iba a enseñar unos vestidos y él nos sorprendería en la habitación. Habíamos quedado que sólo miraría. E incluso me había hablado de cegar mis ojos si me resultaba más cómodo.

Mi vestido cayó a mis pies. Cuando sus labios se posaron en mis pezones, yo ya estaba húmeda. Al rato ella fue más incisiva y metió su mano dentro de mi braga. Allí se dio el placer de notar mi rocío.

Tiró de mi braga hacia abajo y yo levanté primero un pie y después otro, para dejar que la prenda saliera de mi cuerpo. Luego, todo rodó deprisa. En silencio.

Me sentó en la cama y me tumbó sobre mi espalda para, a la vez que abría mis piernas, lamer mi sexo con su lengua mojada y caliente. Sin más preámbulos. Cuando noté aquella lengua viva deslizarse por mis labios, por mi clítoris, noté una sensación extraña pero demasiado placentera. Los primeros suspiros cobraron fuerza y presencia en la habitación. Al rato, yo también quería más. Su mano frotaba mi clítoris con mimo. Su lengua acariciaba mis pezones. No quise pensar qué hacía allí. Traté de evadirme y pensar en el dinero, pero el placer cobraba energía. El placer me confundía.

-Hagamos el amor.

-No entiendo. Dije.

-Follemos, Marina. Nos relajará y te dará confianza. A Iván le encantará sorprendernos así.

No sabía que era lo que quería decir. Yo, por follar, sólo entendía una cosa, la penetración de un hombre. Pero ella sabía más que yo.

En apenas cinco minutos de estancia en aquella habitación, parte del pudor me había abandonado. Nos sentamos frente a frente, nuestros cuerpos abrieron sus piernas enfrentando los dos sexos, ella pasó una pierna por encima de otra mía y yo hice lo mismo con la otra, y nuestros deseos se juntaron para frotarse el uno contra el otro a la vez que nos tocábamos y nos besábamos. El placer era agradable, intenso. Yo jadeaba mientras ella se adueñaba por entero de mi boca y mis pechos.

No daba crédito a lo que estaba pasando. Estaba avergonzada, fuera de sitio, sorprendida, y en fin, cuantos calificativos queráis darle. Pero una cosa estaba clara, me gustaba lo que estaba sucediendo, aunque mi pudor, luchaba desenfrenadamente contra mi deseo en una batalla perdida.

La puerta de la habitación se abrió y la figura de Iván apareció sosteniendo una bandeja con tres cafés. Tres cafés que nunca fueron consumidos. Iván clavó su mirada en la escena, en mi cuerpo, en mi rostro. Impasible en apariencia, dejó la bandeja sobre una mesita. Tomó asiento sobre un pequeño sillón y volvió a mirarme. Paula le habló.

-Siempre lo has deseado, querido mío. Marina se ha prestado a complacernos.

Ni Iván ni yo dijimos nada. Me moría de vergüenza. Paula me abordó de nuevo. Retirándose de mi cuerpo, me situó nuevamente en el borde de la cama y me hizo tumbar de la mísma forma que antes lo había hecho. Mis pies quedaron apoyados en el suelo, mis piernas dobladas y mi espalda tendida sobre ese colchón de látex. Otra vez sentí su lengua recorriendo mi grieta. Otra vez sentí como me daba unos ligeros golpecitos con la punta sobre mi clítoris. Otra vez la mirada de Iván y la mía se encontraron. Pero algo había cambiado desde la última visita de mis ojos. Su cinturón estaba desabrochado, su bragueta abierta, su calzoncillo ligeramente bajado y su miembro ligeramente erectado. Su mano derecha acariciaba su carne. Subía y bajaba el anillo que formaban sus dedos a través de la barra que iba endureciéndose poco a poco. Volvimos a mirarnos. El sonrió como si aquello fuera lo más común que uno se pueda encontrar cuando va a llevar un par de cafés a su mujer y a una amiga de su mujer. Yo cerré mis ojos víctima del placer que sentía a través de mi sexo. La lengua pertinaz de Paula devoraba lentamente cada poro de mi piel. Mi ano no se olvidó, y aunque sentí reparo al notar ese pequeño órgano trajinando sobre el, pronto recordé que esa tarde, antes de salir de mi casa, me había duchado.

Cuando abrí los ojos, busqué la figura de Iván. Seguía sentado en el mísmo sillón, pero sus pantalones yacían sobre sus tobillos. Su miembro era grande. Seguía acariciándolo con calma. De arriba hacia abajo. Su prepucio bajaba hasta descubrir su glande por entero. Carecía de vello alguno. La imagen me impactó. Mi marido nunca se había masturbado delante de mí a pesar de que yo le había dicho en muchas ocasiones que eso me excitaba. Siempre me decía que sentía pudor. Pero ese pudor no era el mísmo cuando observaba, con la baba caída, cómo yo me masturbaba para él. Interrumpía mi placer y lleno de deseo me la clavaba sin compasión.

Volví a cerrar los ojos y giré mi cabeza hacia el extremo opuesto a la mirada de Iván. Tras unos segundos noté una presencia cercana y los abrí nuevamente. Iván se había acercado hasta nuestros cuerpos y acariciaba el de su mujer. Sus pechos, su espalda, sus glúteos, eran parcelas propiedad de ese hombre. Las manos de Paula estaban fijas en el interior de mis muslos. Sujetando mis piernas. Abriendo mi deseo. Su lengua trabajaba con insistencia mi clítoris. Mis labios resecos se separaban en busca del aire que mis pulmones necesitaban. La sincronía era total. Los tres cuerpos desnudos abordados por el deseo.

Un sonido reclamó mi atención. Me fijé en los otros dos cuerpos. El pene de Iván había penetrado en el cuerpo de Paula y esto había provocado que ella afianzara, más todavía, su lengua sobre mi sexo. Iván arremetía con suavidad, como si se jactará de la exquisitez que ofrecía ese coño, ese coño que pronto dejaría de explorar. Ese coño que la muerte le iba a robar. Yo estaba turbada.

Me iba a correr. Sentía que mi final estaba próximo. La lengua de Paula era sabia. Y se había convertido en catedrática cuando el miembro de Iván la había impulsado más sabiduría. Paula cesó en sus caricias con su lengua. Se incorporó ligeramente y se dejó caer sobre mi cuerpo desnudo. Mi cuerpo se movió al compás de las arremetidas que Iván ejercía sobre su mujer. Ella buscaba mi boca, quería besarme, pero mis labios estaban muertos y no correspondían. Sentí su lengua hurgar en todos los entrantes y salientes de mi boca, en mis dientes, en mi…

Paula me tenía dominada. A su merced. Se mantenía sobre mi cuerpo y con sus piernas sujetaba las mías abiertas de par en par. Sus manos se fundían con las mías. Nuestros dedos entrelazados se apretaban de deseo. La rapsodia de sexo continuaba lentamente. Iván bombeaba a Paula y ésta buscaba con su lengua dentro de mi boca alguna hipotética caries.

El encanto se rompió. Noté una mano en mi sexo. Iván había abordado mi grieta sin preludios. Quise protestar, decir que eso no era lo acordado, pero esos dedos no eran violentos, eran sabios. Opté por callar y evadirme. 500 euros era una paga notable como para protestar por su gesto. Dejar que ese hombre que iba a morir en breve palpara mi sexo no iba a robarme nada. Le vi reclinarse sobre el cuerpo de su mujer y pensé que la iba a penetrar de nuevo.

Cuando noté el glande de Iván en la puerta de su deseo, traté de juntar mis piernas. Noté como mis labios se separaban para dar cabida a ese miembro lubricado en el cuerpo de su mujer. El empuje era constante, lento, sin vacilaciones…

Quería zafarme de esos cuerpos. No habíamos hablado que ocurriera más de lo que había pasado. Sólo sería un juego entre Paula y yo. Su marido miraría. Estaba claro. Paula no me dejaba abrir la boca para emitir mis protestas. Mi cuerpo era todo un manifiesto del desacuerdo que sentía ante la pretensión de Iván. Paula me tenía atrapada. Sujetaba mis manos, mis dedos, mis piernas, mi cuerpo entero…

Al escapar de su lengua puede hablar. Aunque brevemente, dejé constancia de mi protesta y mi negación ante lo que se avecinaba.

-Noooo, noooo, eso noooo….no quiero….nooooo…Ufffffff…

Mis lamentos se fundieron con la estocada. El poderoso miembro de Iván penetró en mi interior sin compasión. Brevemente quieto, cesó en su empuje unos instantes para tomar la vitalidad necesaria. La boca de Paula se apoderó de la mía a la vez que Iván comenzaba con violencia a bombear mi cuerpo. Creí sentir los golpes en mi útero, creí desfallecer a cada nuevo envite, creí morir cuando cesó en los movimientos y dejó escapar su semen dentro de mí. Creí estar muerta cuando los latigazos de placer visitaron mi cuerpo. El cielo me visitaba. Las salvas, espaciadas, inundaron mi interior.

Iván retiró su miembro de mi sexo y su semen, riachuelo espeso, buscó el vértice de salida. Mi cuerpo ardía…, mi cuerpo nadaba en placer. Pero quedaba una visita, la visita de Paula. Su lengua presurosa se fundió con esa rendija de mi cuerpo. Y entonces fue cuando sentí lo que nunca antes había sentido. Tal vez, confundida por el intenso placer, creí marearme. Mi alma me abandonaba y mi cuerpo temblaba violentamente. Aún, desde el más allá, noté como los lametazos se ralentizaban acompañando la llegada de mi relax.

Iván me besó. Sus labios, con extrema dulzura, se unieron a los míos. Su lengua paseó por mis labios y su saliva los lubricó. Era su agradecimiento. Era su despedida. La boca de Paula se despidió en el interior de mis muslos y el adiós a mi cuerpo lo selló sobre mi vientre.

Aquellos cafés no fueron consumidos por nadie. Aquella noche consumimos placer. Tras debatirme entre mentiras, telefoneé a mi marido. La excusa fue estúpida, pero me arriesgué. Era mucho lo que yo deseaba de aquella casa. Sentir. Experimentar lo que nunca antes había hecho.

Cuando le dije a Ernesto el motivo por el cual probablemente no iría a casa a dormir, le noté alucinado. Pero era la mejor excusa que se nos ocurrió.

Le comenté que una amiga de mi trabajo, a la que él no conocía por que no existía, había estado conmigo aquella tarde después de encontrarnos en esos grandes almacenes que visité. Una fuerte indisposición cuando tomábamos un café y me iba a regresar a nuestra casa, hizo que yo la acompañara al hospital. Estaba en urgencias. Estaba en las urgencias de un hospital y me iba a quedar con ella hasta que los médicos terminaran de examinarla. Me costó obviar el nombre del hospital, pero lo conseguí. Eso, y que yo no disponía de batería en mi teléfono móvil, cerró mi mentira.

A las 4 de la madrugada salí de aquella casa. En el portal me esperaba un taxi. A las 5 de la madruga, sentada en el salón de mi casa, estaba enseñando a mi marido mis compras. Todo había ido bien. Mi amiga ficticia, mi compañera de trabajo, ya estaba en casa junto a sus padres. Todo había quedado en un susto coronario. Mi marido me creyó.

Ya en la cama, rememoré aquellas horas. Recordé cómo tras abandonar la habitación, el olor a sexo se instaló en el salón de Paula e Iván. Visualicé las imágenes que acudían a mi mente sin orden alguno. Me ví apoyada sobre la mesa de aquél bello salón mientras Iván desvirgaba mi ano y la lengua de Paula colmaba una vez más mi infierno interior. Nuestros cuerpos, fundidos, se desprendieron del resto de pudor que aún conservaban. Los lamentos, suspiros, ayes y exclamaciones fueron los únicos sonidos que esa noche se dejaron oír entre aquellas paredes.

La despedida fue en silencio. Nuestras miradas iban y venían de un rostro al otro. Era nuestra conversación. La conversación de unos extraños en la noche. Ya en el taxi, descubrí dos billetes de 500 euros dentro de una de mis bolsas. Paula había sido generosa. Los doblé en dos mitades. Esa era la forma más factible de explicar a mi marido cómo me los había encontrado en aquellos grandes almacenes.

Paso muchas veces por el portal de Paula. Lo hago adrede. Trato de verlos. Me paro en la esquina y mientras fumo un cigarro pienso si estaría bien o no acudir a su casa. Lo cierto es que no me importaría repetir aquella experiencia, pero algo en mi interior me lo impide. Yo, antes de eso, era una chica plena, sin complejos, feliz. Después de lo que pasó con Paula y su marido, no vivo tranquila. El sexo con mi marido, aunque satisfactorio, no puede compararse con el que esa pareja me ofreció en aquella noche mágica. El desasosiego me acompaña permanentemente. Me falta algo y yo se lo que es. Me faltan ellos.

Coronelwinston



Extraños en la noche
Categoría: Trios

Coronel Winston nos cuenta en el Ejercicio como Marina salió de compras, conoció a Paula, ésta le presentó a su marido, y acabó pasando con los dos la mejor noche de su vida.