¡Oh, si! ¡Oh, si! Mike… MIKE… sos una máquina, ¡un animal!… ¡Oh, si! ¡Dale más duro! ¡¡DALE, DALE!!
– ¡¡¡UUUFFFFF !!! ¡¡UF, UF!! Ana… Ana… Ana María…
– ¡Dale! ¡Dale Mikey! ¡Soy tu perra, tuya!… ¡¡¡DALE DURO A TU PERRA AMOR!!!
La hembra estaba acostada y desnuda, con las piernas abiertas en el aire y aferrada con fuerza a las sábanas. Sus grandes senos se balanceaban violentamente de un lugar a otro mientras que su vientre, plano y duro, dibujaba su six pack, pues tenía los músculos totalmente tensados ante la intensidad de los ataques. Los gruesos anillos de sus pezones emitían destellos bajo la suave luz de la lamparita de noche. Estaba enrojecida y mojada, sufriendo al mismo tiempo que gozaba.
El semental estaba desnudo sobre ella, con la piel enrojecida y cubierta de sudor, oyéndola gemir de placer, sonriendo de satisfacción y pasándole encima sin piedad. Su enardecido trozo de carne de 25 cm se metía sin contemplaciones hasta el fondo de su sexo mojadísimo. Ella gritaba su placer cada vez que su él volvía a ensartarla, pegaba de alaridos que retumbaban por las paredes de aquel cuarto. Por eso es que él no la podía llevar a cualquier sitio a coger.
Mike, el semental, era un hombre maduro de piel blanca como la nieve, originario del Reino Unido. Era muy alto y fornido, con un cuerpo robusto y musculoso, muy marcado aunque sin parecer artificial; era rubio, velludo como un oso, usaba barba y bigote y su cabello ya mostraba canas. Pero lo que más le llamó a ella la atención el día que lo conoció, fue su tremendo falo.
Ella, por su parte, era podada La Gata por el brillante e intenso color verde de sus ojos. Era una hermosa joven de 21, de pelo castaño, corto, alisado y pintado de rubio rojizo, lo que le daba un llamativo tono bermellón. Su rostro era bellísimo, como esculpido en mármol, con rasgos aniñados y ese par de bellos luceros a modo de ojos. Su cuerpo, de suave y sedosa piel blanca, estaba hecho para el pecado, con pronunciadas redondeses capaces de quitarle el aliento a cualquier hombre. Sus senos eran grandes y firmes, con pezones puntiagudos en medio de aureolas claras y amplias. Lo traía anillados por 2 gruesas argollas de plata. Más abajo poseía un vientre plano, que marcaba los abdominales, y una cintura muy estrecha, con unas caderas anchas y rotundas. Por detrás tenía un trasero grande, redondo y firme, por delante mostraba su sexo totalmente depilado, por lo que no podía ocultar una vulva carnosa y tierna. Su clítoris estaba perforado por un piercing de platino, regalo de Mike. Finalmente poseía unas piernas fuertes, largas y tornadas, como columnas de templo romano.
Mientras, él continuaba botando contra el cuerpo de su amante, viéndola embelesado al mismo tiempo, ese cuerpo desnudo y mojado, estremeciéndose a cada embate suyo, le excitaba mucho. Aparte le encantaba tenerla así, debajo de su cuerpo, entregada, oyéndola gemir como una desesperada mientras le hincaba sin compasión su gordo y largo pene. Y a ella la erotizaba sentirse sometida, ver el fuerte y nervudo cuerpo de su amante sobre el suyo, metiéndole sus dedos, o lo que tuviera a la mano, entre su cálida gruta, haciéndola berrear con ganas.
– ¡¡¡¡aaaggghhh, ooohhh, mike, mikey, dame duro mi maaachooouuuggghhh!!!! – sus gritos desaforados volaban por todo el recinto. Pero La Gata no gritaba solamente por placer, lo hacía también para acallar otra voz que la atormentaba.
– Padre nuestro, que estás en el cielo… sacrificado sea tu nombre… te piedad de mi… por favor…
– ¡¡¡soy tu perra amo, tu perra sucia y de placer!!!
– Padre… no escuches eso… saca los demonios que habitan en mi… cúbreme con tu manto de pureza y amor padre…
La pobre mujer había vivido, desde sus 15 años, atormentada por esa voz, que siempre aparecía en los momentos menos propicios, condenándola por su vida licenciosa. Mike lo sabía… de hecho era el único hombre que lo sabía. Y aún sabiéndolo, se enamoró de esa muchacha.
– Cambiemos… cambiemos de pose… – dijo él jadeando.
– Si amor… lo que querrás… ¡¡¡pero cogeme como a una perra yaaaahhh!!!
– El señor es mi pastor, a su lado nada me falta… – ¡mierda!, exclamó ella, ahora ya no era solo la voz beata, las “otras” se le habían unido.
La Gata se concentró en no escucharlas, se obligó a no hacerlo, forzó su mente a centrarse únicamente en el placer que ese hombre le daba y en devolvérselo aumentado tanto como le fuera posible. No podía fallarle, Mike era lo mejor que le había pasado en su vida. Pero entonces pasó… ¡ZAP!… el primer relámpago de dolor le cruzó la espalda… ¡ZAP!… “¡¡AAAGGGHHH!!”… ¡ZAP!… tres súbitas ráfagas de dolor recorrieron su cuerpo, desde la nuca hasta la base de la cintura, arrancándole dolorosos gemidos.
Mike se dio cuenta de ello, a pesar de que ella ya estaba acostumbrada y hasta había aprendido a disfrutar con ellos. La puso en 4 y se apresuró a penetrarla de nuevo y a retomar la misma velocidad endiablada y la potencia devastadora del principio. Pero en su premura derribó la pequeña lámpara de noche que iluminaba la alcoba. “¡Noooohhhh!” gritó ella, la penumbra empeoraba aun más esa tortura de las voces. De pronto La Gata se encontró en un recinto amplio, iluminado por infinidad de velas. Estaba agazapada en el suelo, sobre sus rodillas y sosteniéndose con una mano, mientras la otra se hallaba metido entre sus piernas, acariciándole un sexo empapado y peludo. ¿De quién era eso?… ella siempre se lo depilaba por completo.
– Pater, in manus tuas super animam hæc pauper servus tuus, et torqueri daemonium luxuriae vitium. – Ana María no tenía ni idea de qué significaba eso – Rogamus vos et liberabit animam salvam eam sub pallio justitiae.
– ¡Noooohhh, déjenme en paz… malditos!
Se vio rodeada de extrañas figuras encapuchadas, espectros oscuros que recitaban oraciones que ella no comprendía con voces graves y retumbantes a un ritmo monótono. Y ella en 4 en el centro, desnuda y cubierta de sudor, frente a los pies de otro espectro más, ataviado con una larga y vaporosa túnica blanca.
– Ita fit secundum verbum tuum. – contestó el coro de espectros y ZAP, ZAP, ZAP, 3 nuevos azotes fueron descargados sobre su indefensa espalda.
– ¡¡¡MIIIIIIIIIKE!!! – gritó ella desesperada y su amante se apresuró a prender la luz del cuarto.
– Si querés podemos parar cielo. – le dijo él, con su español con acento británico.
– ¡¡NO!! ¡¡¡quiero que sigás cogiéndome… quiero que me destrocés, que no me des tregua, que me hagás gritar de tanto placer hasta que me vuelva loca!!! – Mike, sin estar convencido y en contra de su buen juicio, le dio gusto. Sabía que cuando su Gatita se ponía así no podía parar.
El hombre volvió a penetrarla con furia, sujetándola de las caderas con una mano y del pelo con la otra, jaloneándoselo sin piedad y metiéndole su grueso garrote con saña. Sus senos se zarandeaban bruscamente bajo su cuerpo, toda ella se estremecía ante cada acometida. Ella volvió a gritar, pero no era como antes, era un grito más desesperado, más ansioso y lleno de furia. Su boca abierta totalmente, derramando abundantes babas, y su ceño tensado le daban más la apariencia de un berserker enloquecido que de una amante entregada.
Las voces no se detenían, pero ella estaba decidida, el orgasmo o la muerte, así lo veía ella. Y él, obviamente, no la dejaría arrastrarse hasta su fin. Finalmente la caliente y perdida prostituta estalló en un orgasmo apoteósico y violento, como todos los que ella tenía.
– ¡¡¡¡mike, mike, aaaaagggghhhh!!!! ¡¡¡¡¡me mueeerooouuuggghhh!!!!! – él tampoco aguantó más y derramó los torrentes de su semen dentro del cuerpo de su hermosa amante.
Ahí acabó el encuentro, siempre que alcanzaba el orgasmo cesaban las voces, los rezos y los cánticos y todo volvía a la normalidad. Aunque Mike habría estado encantado, ella no se quedaba a recibir arrumacos, caricias ni besos, no esperaba palabras dulces al oído ni promesas de amor eterno. La vida le había enseñado a conformarse con el placer puramente carnal y con la satisfacción de ser bien remunerada. Claro, con él las cosas eran distintas, aquel hombre maduro, adinerado empresario, había visto en ella mucho más de lo que la misma muchacha se hubiese imaginado… y no lo comprendía.
Ana María, La Gata, se puso de pié sin esperar recuperar el aire y se encerró en el baño. Se quedó temblando junto a la puerta, con el corazón aun desbocado y sudando, ya no de calor, si no que de frío. Despacio, como un prisionero dirigiéndose al cadalso, se acercó al enorme espejo del lavamanos. Ya sabía que vería allí, ya sabía qué encontraría… también que se le helaría la sangre por enésima vez. Aun así caminó hasta quedar reflejada en él.
No era ella, ¡de nuevo era esa otra mujer, la beata que le susurraba al oído, la mojigata que la condenada, y que lo había hecho desde que perdió su virginidad hace más de 6 años! Era ella, con su semblante marchito, sus ojos vacíos y esa gesto de pavor en la cara. Lo peor de todo es que era igual a ella… ¡de hecho era ella, solo que en una versión caduca y abandonada!
La mujer del espejo también tenía los mismos ojos verdes brillantes, la misma piel blanca y la misma cara, solo que la de ella se veía reseca y descuidada. Su cabello tampoco era ni de cerca parecido, era largo, hasta la cintura, rizado y quebrado, oscuro. Su cuerpo también cambiaba, si bien conservaba las mismas proporciones de escándalo, era más rollizo y flojo. Sus senos era enormes y ligeramente caídos, sus caderas más anchas y su vientre aguado y flácido. Y su sexo, espesamente peludo. ¡Dios mío, ¿quién o qué era esa mujer?!
La Gata no se quedaría mucho tiempo allí encerrada, afuera estaba Mike y la estaba esperando, no podía hacerlo esperar. Lo amaba, más de lo que podía expresar y sentir. Y lo que era más raro, él la amaba de regreso, no lo podía comprender. Lo que si comprendía perfectamente bien es que no podía perderlo, él era lo único que la mantenía con vida…
. . . . .
– Y… Señorita Dawlish, ¿cómo estuvo su primer semana de estancia en nuestro instituto?
– Muy bien, muy bien… he hecho muchas amigas y me la estoy pasando súper… – “je, como si le pudiera responder otra cosa a la madre superiora” pensó para ella misma.
– Qué bien, qué bien… muchas otras muchachas nunca llegan a adaptarse. – la anciana monja prosiguió hablando, sin haberse tragado ni una sola palabra de lo que la niña le dijo – Supongo que es comprensible, siempre he pensado que los internado no son para cualquiera…
“¡A esta vieja le gusta escuchar su propia voz!” se dijo de nuevo. La pobre de Adele aun seguía maldiciendo su suerte, su padre se empeñó en meterla a ese sitio dizque para que se “reencausara”. Ja, ja, como si él fuera muy “encausado”, solo había que ver la novia que tenía, la tal Ana María, La Gata. “Hija, ella era modelo”… si, claro, “modelo mis narices” volvió a pensar, no es que hubiese vivido mucho, pero la muchacha sabía distinguir perfectamente a una modelo de una puta de lujo… como ella.
Aun así no podía dejar de sentirse feliz que su papá la hubiese encontrado, llevaba ya mucho tiempo solo, Adele hasta llegó a pensar que jamás se recuperaría de la muerte de su madre. Y auque sabía que Ana María no era la mejor opción, a ella le caía muy bien por su jovialidad y forma despreocupada de ver la vida, era justo lo que su viejo necesitaba.
No pudo seguir distrayéndose en sus pensamientos pues la piadosa Madre Superiora era una zorra vieja y no quería buscarse problemas con ella… por lo menos no tan rápido. De nuevo volvió a maldecir su suerte y sintió que ardía de ira contra su papá… aunque en el fondo sabía que era culpa suya, fue ella la que se empeñó en meterse en problemas en su anterior colegio y hasta se hizo expulsar por algo que, ahora lo sabía, no era más que un berrinche tonto.
Pero de pronto la voz de la anciana pasó a un segundo plano, cuando a lo lejos vio un grupo de novicias caminado. Aquello, en cualquier otro momento, habría sido algo carente de cualquier tipo de interés, pero esa vez fue diferente, pues en medio avanzaba penosamente una figura que parecía querer desaparecer. De hecho, alguien tan perspicaz como ella no iba a pasar por alto que todas las otras hermanas la rodeaban como si fuese el miembro más débil del grupo, como protegiéndola. Y no fue sino hasta que estuvo junto a ellas que la vio bien y se le heló la sangre.
– ¿Ana María? – le preguntó en voz alta, pero fue como si hubiese dicho una blasfemia terrible, pues, inmediatamente, todas las monjas se quedaron inmóviles.
– ¿Cómo… cómo le dijiste? – preguntó la Madre Superiora en un tono serio que no aceptaba evasivas… Adele tragó saliva.
– Ah… es que… creo que la confundí… – y si, era lógico suponerlo, pues a pesar de ser como 2 gotas de agua, la joven monjita se veía pálida, ojerosa y más muerta que viva.
– ¿Por… por qué… por qué me dijiste así? – preguntó ella, y Adele sintió un escalofrío recorrerle la espalda, hasta su voz era la misma.
– Bueno… Ana María se llama la novia de mi papá…
Y eso fue todo, la monja se volvió loca y se lanzó contra la muchacha, gritando a todo pulmón: ¡Mike, tu papá es Mike, tu papá se llama Mike! ¡Demonios del infierno, déjenme YAAAHHH! Las otras religiosas se apresuraron a sujetar a la mujer y se la llevaron lejos, a encerrarla dentro de su celda. Aún así sus gritos desgarradores se escuchaban por todo el colegio, pidiendo piedad, rogando por su vida y por su alma.
Por su parte, una Adele paralizada del miedo fue llevada casi a rastras por la anciana hasta su oficina, en donde la depositó sobre un sofá. Le pidió un te caliente y luego se dirigió con ella.
– Adele, tu y yo tenemos que hablar…
– ¡Perdón… perdón… no sé qué pasó, de verdad… yo…!
– Quiero que me hablés de la novia de tu padre. – la muchacha no pudo evitar repara que la monja tenía papel y lápiz en la mano.
– ¿De Ana María?
– Si… quiero saber cómo se llama, quienes son sus padres, dónde vive… ¡su edad, si, su edad es importante junto con su fecha de nacimiento!
– ¡¿Y para qué quiere saber todo eso?!… mire, de verdad que no sé qué pasó, yo la llamé así porque se parece un montó, pero solo… no quise provocar tanto alboroto y… – un brusco además de la mujer la detuvo en seco, ella no estaba para oír sus disculpas.
– La hermana que viste perder el control se llama Aurora… ella ha vivido toda su vida aquí, creció en nuestro orfanato. Sé de buena fuente que no nació sola, – en ese momento un sudor frío recorrió la espalda de la muchacha – fue la primera de un parto de gemelas… solo que de la otra niña no sabemos nada… ¿Ana María la llamaste, verdad? – Adele asintió con la cabeza – Señorita Dawlish, ¿esta tal Ana María tiene familia? – Adele no sabía – ¿Y tiene la misma edad de la Hermana Aurora? – Adele asintió – Y su padre… ¿se llama Mike?
– Michael… – dijo casi sin voz.
– Y… ¿podría ser que… que Ana María tenga un pasado… digámosle poco halagador? – Adele volvió a asentir – Mmmm… je, je, je… ¿sabe algo?, la gente a veces cree que está totalmente sola en el mundo, que vino sola y que se irá sola. Usted puede creer en Dios o no… incluso creer en lo que sea, pero siempre se sorprenderá al comprobar los lazos que la unen a quien menos se imagina… a menudo son lazos oscuros, invisibles y desconocidos. Señorita Dawlish, me gustaría conocer a su padre y a su novia.
Como un acto reflejo, Adele tomó el teléfono del escritorio de la anciana y marcó el número de su padre. Tras 4 timbrazos el hombre contestó del otro lado.
– Hello…
– Papá…
– ¿Adele? – el hombre se sobresaltó, notó el tono agitado de su hija.
– Papi… tenés que venir al colegio… y traé contigo a Ana María…
Garganta de Cuero
Pueden enviarme sus comentarios y sugerencias a mi correo electrónico, besos y abrazos.
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