miércoles, 1 de febrero de 2012

La barbería

GatitaKarabo nos cuenta una historia de sensualidad y erotismo entre rasurado y rasurado...


Ahí va mi relato, Muneta querida. Al final he conseguido sacar tiempo y acabarlo antes del plazo de presentación, así que tienes varios días para leérmelo y aconsejarme.


Menos mal que me avisaste por teléfono de lo del ejercicio, que ni me había enterado y de verdad que me apetecía un montón participar. Gracias por explicarme lo de las bases, las fechas de entrega, el tema y todo eso… –por cierto, collons, ¿a qué cabronazo se le ocurrió un tema tan difícil? Y recollons… ¿cómo es que votaron esa propuesta?- , vale… de todas maneras, ya está hecho y te confieso que mola, o sea, que el temita tiene su morbo... No hace falta que te diga que me he puesto cachondona escribiéndolo y he tenido que parar a… ya sabes qué, jeje…



Si hay algo que no ves bien, o ves alguna falta que se me haya escapado o alguna cosa rara, me lo indicas… ya sabes que confío en ti plenamente. Sé implacable y brutalmente sincera en tus críticas. Sé una puta despiadada y cruel, sé una zorra sanguinaria, como tú sabes serlo, y despelleja mi relato con objetividad. Sé una bicha cabrona, pero honesta. O sea, sé Moonlight.


Escribe tus comentarios entre paréntesis y en negrita. ¿Vale? Recuerdo que un autor me contó que en una ocasión se equivocó de documento y envió a TodoRelatos la revisión de su relato, con los comentarios y correcciones del amigo, jajaja. Hace falta ser gilipollas…


Bueno, no te digo más... Recuerda que dispongo de poco tiempo para corregirlo, así que, porfi, léemelo cuanto antes, ¿vale?


Gracias miles, por anticipado. Un besote de la Gateta pa’ la Muneta.


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LA BARBERÍA




El poste de barbero, ese tradicional cilindro rojo, blanco y azul da vueltas hipnótico. A pesar de ser tan tarde, el letrero de “abierto” sigue insistiendo en la puerta. El hombre consulta su reloj. Es puntual a su cita. Empuja, la puerta cede y se oye el tintineo de la campanilla. (Gateetaaaa… ¿una barbería tiene campanilla?)


La chica no habla, simplemente cierra la puerta, baja las persianas y le indica al cliente que se siente en uno de esos sillones antiguos de barbero. Puede apreciar que la chica tiene una cabellera espesa, oscura y rizada, antes de que ella le haga apoyarse en el reposa-cabezas y ponga un paño fresco sobre sus ojos, y una toalla cálida y húmeda en su cara. No necesita ver el frasco para distinguir (el) aroma inconfundible del lubricante preafeitado Floid, el tradicional, su favorito. La muchacha sabe lo que hace. Retira la toalla caliente, se aplica unas gotas de loción sobre la palma de la mano y empieza a masajear su rostro, para conocer la espesura del vello, (para) aprender las curvas, los recodos de la cara, captando con sus sabias yemas dónde crece el vello más duro, dónde crece a contrapelo. Antes de afeitar, hay que conocer y respetar la barba.


Sentir la suavidad de los fríos dedos de la muchacha sobre la superficie áspera de su piel hace que el hombre deje escapar un ligero suspiro de placer. La chica se aleja y vuelve con el cuenco, una brocha sencilla de pelo de tejón y un tubo de crema Trumper, aroma de sándalo.


El hombre entreabre los ojos bajo el paño ligero de gasa y la silueta de la mujer se le dibuja con el torso desnudo, mujer de pechos opulentos de pezones grandes y negros que se agitan gozosos, como si en lugar de mover la brocha enérgicamente batiendo la espuma, estuviera masturbándose. Una falda vaporosa de velos de gasa es su único atuendo, velos indiscretos que descubren al moverse la gran mata oscura de pelo rizado de su pubis.


La espuma ya está lista. La muchacha se sitúa detrás del hombre, se inclina un poco y procede con el enjabonado, con sutiles movimientos longitudinales. Los pechos desnudos y su larga melena rozan su nuca y el bulto del pantalón comienza a hacerse más evidente, alcanzando el nivel máximo de excitación cuando oye el “risc risc” de la hoja de la navaja pasando por la tira de cuero una y otra vez para asentarla.


La chica, con un ligero toque, hace que incline la cara. Deja los dedos cerca de su nariz, manteniéndole la cabeza inclinada y comienza a pasar el frío filo; roces cortos, constantes, cuidadosos y sensuales, primero a favor del pelo, con suavidad. La polla le va a hacer estallar el pantalón. Nunca ha estado tan excitado y la cosa sólo acaba de comenzar. Mientras la chica prosigue con el siguiente enjabonado, él tantea y roza la piel de los muslos de la muchacha. Le gustan sus piernas firmes. Sigue subiendo la mano. La navaja vuelve a rasurar, ahora ya a contrapelo para apurar al máximo, mientras la mano del hombre disfruta sumergiendo los dedos entre los rizos tupidos del coño de su barbera. La muchacha se deja hacer y se mantiene serena y profesional en su labor. Cualquier precipitación podría ser fatal y provocar un cortecito indeseado. Finalmente acaba el afeitado con el delicado rasurado del cuello.


El hombre cierra los ojos bajo la gasa fresca que aún los cubre, sumido en varios placeres. Siente el frescor y el aroma de la loción alter-shave de aloe vera sobre su rostro recién afeitado. Siente la suavidad sutil de la melena sedosa de la chica, que no deja de acariciar; siente los labios de ésta, arrodillada a los pies del sillón, subir y bajar a lo largo de su polla. No va a tardar mucho en correrse.


La cabeza morena sube y baja con movimentos rápidos, sensuales y constantes, como cuando pasaba la navaja sobre su piel. Se va a correr ya… Tensa las piernas contra el suelo, agarra a la chica fuertemente por el cabello mientras se impulsa con las caderas, metiéndole la polla más profundamente en la garganta. La muchacha trata de tensar el velo del paladar y los músculos de la faringe para impedir que la polla le penetre demasiado, le roce el nervio vago y le provoque náuseas. Afortunadamente, el hombre afloja un poco en sus embistes cuando se está corriendo o los chorros de abundante semen le hubieran salido por la nariz. Tiene la boca llena de leche. Mira al hombre, pero como éste no le dice nada, no se lo traga. Sólo se lo traga en el caso de que el cliente se lo pida. Se levanta pues y entra en el baño, donde lo escupe sobre la pila y se enjuaga la boca con un colutorio mentolado. (Creo que sería mucho más excitante si él le pide que se lo trague todo. A mí, al menos, me molaría más así)


La joven vuelve al salón con una bandeja, que deja al lado del aguamanil y de la banqueta. Abre los velos de su falda y se sienta sobre una especie de silla alta de ducha con respaldo y reposa brazos, de esas cuyo asiento tiene forma de U para facilitar la higiene íntima. Hay una tina vacía debajo del asiento. El hombre se sienta sobre la banqueta y revisa los objetos de la bandeja: una toalla, unas tijeritas, una esponja, jabón de afeitar femenino “Piel de Seda” y una maquinilla de color rosa, con cabezal basculante y barras protectoras. La chica abre las piernas, las flexiona y apoya los talones sobre los extremos del asiento. Frente a él, la maravillosa visión de un hermoso coño increíblemente peludo.


Procede a cortar primero los rizos con las tijeritas. Desearía en esos momentos ser un Eduardo Manostijeras y hacer una obra de arte en esa frondosidad salvaje, pero se limita a recortar el vello en el pubis y alrededor de los labios mayores, vello que cae sutilmente sobre la tinaja como lluvia de confetti oscuro. Vierte un poco de agua caliente de la jarra sobre el pubis, luego pasa la mano. El pelo, cortado a pocos milímetros de la piel, raspa bastante, pero la sensación es tan morbosa como cuando los rizos se le enredaban entre los dedos. Desecha la esponja. Es más placentero enjabonar el coño con la mano.


Los dedos espumosos resbalan y sondean entre los pliegues más íntimos, buscando el clítoris. Cuando es localizado, un dedo se entretiene jugueteando con él, con ligeros toquecitos al principio y movimientos circulares y lánguidos después. La muchacha deja escapar un suspiro intenso. Nunca antes se había excitado con un cliente. Normalmente tampoco un cliente emplea mucho tiempo en otra cosa que no sea su propia excitación. No sabe si le gusta o no… Cree que no debería sentir placer. Fingirlo, sí, evidentemente, para que el cliente quede contento. Sentirlo de verdad no le parece que sea profesional. Pero no puede hacer nada para remediarlo. Su cuerpo responde a las caricias expertas del hombre y está más mojada por sus fluidos que por el agua y jabón.


Se muerde los labios cuando el dedo abandona su clítoris, deseando pedirle que siga, pero se mantiene en silencio y quietecita mientras el hombre agarra la maquinilla y comienza a depilar el pubis. Primero lo hace hacia abajo, cada tres o cuatro pasadas, moja la maquinilla en la tina para limpiarla de jabon y pelos. Luego continúa afeitando hacia arriba, a contrapelo. Seguidamente, y ayudándose de la otra mano para separar los pliegues, procede a rasurar el vello de los labios mayores con sumo cuidado hasta dejarlo todo peladito. Aprovecha también para rasurar unos cuantos pelillos que crecían alrededor de la zona anal. Enjuaga el jabón con el agua ya tibia de la jarra y lo seca con la toallita. La crema posterior, de base acuosa, tiene textura de gel y el aroma dulce de la vainilla.


Tras despojarle de tanto pelo, el coño parece más desnudo, más inocente, más vulnerable. Todo es carne suave, húmeda y tersa, carne que los dedos no se cansan de masajear, de acariciar, de tocar, de explorar muy lentamente, de hundirse dentro, todo muy despacio, como una dulce tortura, mientras la chica se agita en la silla deseando que no pare, que siga, que siga, que meta los dedos hasta el fondo, que continúe acariciándole el clítoris más rápido, más, más rápido… Pero el hombre retiene su orgasmo una y otra vez y sigue acariciando el clítoris y hundiendo los dedos en su vagina de manera sosegada, disfrutando sin prisa de la sensación de un perfecto coño recién rasurado. La muchacha ya no puede más y el orgasmo es tan intenso que jadea, tiembla, se agita, grita y acaba perdiendo el control completamente.


Al hombre le excita tocar el coño afeitado y hacer que la chica se corra antes de follársela. La joven respira tratando de recuperar el aliento y él le sonríe acariciando su melena oscura. Es tan suave… Vuelve a estar de nuevo empalmado. Quiere metérsela por detrás, para ver cómo, mientras se la folla, su melena rizada oscila y se agita embravecida; ansía montarla por detrás, meterle la polla en el culo y agarrarla de los cabellos, como si estos fueran las riendas del carro desbocado de su deseo. Quiere hacerlo y lo hace, porque el que paga manda y el cliente siempre abandona la barbería complacido con el servicio.


La campanilla vuelve a tintinear y el cliente sale, no sin antes pagar lo acordado. Una buena cantidad de dinero en las manos de la muchacha, que vuelve a contarlo. Ampliar el negocio con clientes especiales de horario nocturno le ayudará a pagar la cantidad ingente de letras que se le van acumulando e incluso a tener beneficios por fin este año. Tiene el ano algo dolorido, pero está satisfecha y se sonríe. Esta vez ha valido la pena, por varios motivos, no sólo el económico.


El hombre se aleja silbando la obertura de “El Barbero de Sevilla”. Podría haberle preguntado al menos su nombre, o haberle dicho el suyo… pero… ¿Para qué? Sólo es una desconocida más. Otra puta. Sólo eso.


FIN


-Vale, Gateta, está muy bien… pero mientras estaba leyendo se me escapaba la risa… -y, bueno, sí, el flujo también- pero lo siento, me temo que ha habido una confusión. El tema es “Dos personajes que se AFECTAN sin llegar a conocerse”, y creo que tú me entendiste por teléfono “Dos personajes que SE AFEITAN sin llegar a conocerse”. Joder, lo siento, pero creo que el relato no vale para el ejercicio, porque ya ves, los personajes no se afectan para nada. En todo caso, puedes cambiar un poco el final o la historia para que sí que haya algo de influencia mutua, ¿no? Trata de arreglarlo.


Un besito. Sonia





-Pues sí, Moon. Ya decía yo que el tema era “pelúo”… Vale, mejor me callo que ya hemos tenido bastante bronca por teléfono, porque encima te ríes, capulla… pero sigo insistiendo que la culpa no es mía, que no tengo tapones en los oídos, es que tú lo pronunciaste mal… dijiste “SE AFEITAN, SE AFEITAN” pero me da lo mismo. Pienso enviar el relato igualmente y cambiando el final para que estos dos se afecten a pesar de ser unos completos desconocidos.


La chica resulta que se enamora de él, pero no vuelve a verle, y por eso le entra una depresión de tres pares de cojones; y con la depresión, la ansiedad; y con la ansiedad, el estrés; y con el estrés, la alopecia. Se queda calva y tiene que cerrar el negocio, pasando a engrosar las listas del paro. Entonces funda la asociación “peladas sin pelas y sin pelos” para apoyar a chicas con su mismo problema, calvas y en el paro.


El tío, que también se había enamorado de ella, vuelve al otro verano, pero en lugar de la barbería se encontró una sucursal del Banco Hispano-Americano. Su memoria vengó a pedradas contra los cristales, y sabe que no lo soñó, protestaba mientras le esposaban los municipales. En su declaración alegó que llevaba tres copas y escribió esa canción en el cuarto donde aquella vez le afeitaba la chocha…


Y la canción, evidentemente, fue un éxito y ganó un par de Grammys latinos y otro par de chocolatinos, y hasta grabó una versión hip-hop con la colaboración de Pit Bull Teda Alas, otra versión disco con Lady Gaga Telorito y hasta el David Bra-Guetta le hizo un featuring, o sea, un ft. El tío se hizo de oro y, como era tan filántropo como tricofílico donó muy buena parte de su capital a la fundación “peladas sin pelas y sin pelos”. Hala.


¿Qué me dices del final? ¿A que está chulo? Ambos viven felices, uno cantando y ganando discos de oro, platino y rodio y la otra, como mujer realizada e independiente, presidenta de su ONG. ¿Qué no se quedan juntos? Pues no, en este relato no, porque no me dejan, pero si me da la gana los junto en otro relato. Hala. Pues eso, que lo escribo así. Ya te lo enviaré para que me lo acabes de corregir.


Un beso de la Gateta.

Pido cita con el otorrino. Tú pídela con el logopeda, xd


-(Estás zumbada)






GatitaKarabo


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