Vieri32 nos resume así su relato "No erótico". Demasiado enamorado de mis penas como para intentar salirme del pozo. Demasiado torpe para revelarte una verdad dolorosa.
Cuando era pequeño creía en los ángeles. En ese entonces me pareció ver uno pasar de nube a nube. Creo que terminé por perder interés en ellos cuando descubrí a los superhéroes; pensaba que algún día si levantaba la vista y fijaba mi mirada al cielo podría ver a Superman volando entre las nubes, con alguna muchacha espectacular cargada en sus brazos. Incluso, al final de un capítulo, salí corriendo hacia la terraza para ver si lo pillaba volando como a aquel ángel.
Crecí un poco más y me di cuenta de que EEUU está un poco lejos de donde vivo y no lo pillaría en la vida. Tal vez sí pasó por mis tierras aquella vez que dio varias vueltas al mundo para hacer retroceder el tiempo… me bastaba con eso.
Pero el destino se ha encargado de hacerme dar de bruces contra la realidad. En estas tierras no hay héroes. No hay ángeles ni Clark Kent recorre el cielo.
Ya no tengo fuerzas para correr en la terraza como aquellos tiempos, los pies están demasiado adoloridos para intentar rememorar aquellas tardes en las que la vida era más simple. El polvo y la arena en mi piel borraron cualquier atisbo de sentimientos que pudiera tener; toda una sensación desoladora, como abandonado en un pozo demasiado profundo para salir.
- No muestres ni una pizca de humanidad. Si la miras, se acabó. Porque te encariñas y te compadeces… y así ya no sabrás en qué equipo estás. Eres un animal de caza; sólo lo básico importa, no pierdas tiempo en minucias cuando estás frente a una presa. Así que decide; te comerás comida de la fina o las sobras. Sé un perro de caza, o sé una cierva – dijo Capitán mientras blandía la pistola alrededor de la secuestrada. Encapuchada y atada en la silla.
- Sin compasión, como un perro de caza – respondí sin dejar de mirarlo. Era la primera vez que nos dejaría solos.
Capitán se acercó y con voz baja prosiguió: - No te la vas a tirar tampoco… ¿puedo confiar en ti, perro?
***
- Oh, sí, ¡por dios continúa! – la lengua anillada de Paula serpenteaba por mi ombligo, con amenaza de ir más al sur. Pero fue su mano la que bajó hacia mi miembro, sólo para tomar un puñado de pelo púbico de manera dolorosa:
- Que te calles, que te calles que si mi madre escucha me mata – profirió en voz baja.
- Ya, ya, cálmate Paula, ya estará durmien…
- ¡Y la vas a despertar cabrón!
- ¿Ahora quién está gritando, eh?
- Eres imposible – dijo levantándose de la cama mientras su mano dejó la tortura para recuperar su tanga tirada ahí en el suelo.
- Lo siento, trataré, ¿sí? – susurré mientras lentamente me dirigía a tomar su álbum de dibujos.
- ¿Qué haces? ¡Devuélvemelo, devuélvemelo!
- Se queda para mí, y no te lo devuelvo hasta que termines lo que estabas haciendo. ¡Soy así de cabrón!
- Bien, bien… ¡Dámelo! – se abalanzó como fiera.
- No he esperado dos horas allá afuera por nada – forcejeábamos, pero ella estaba tan decidida que volvió a tomar de mis pelos – ughhh…vamos Paula, me vas a matar…
- ¿Hace tanto frío afuera? – recuperó su álbum.
- Claro que sí, ¡y no he traído abrigo!
- Vamos afuera pues, conozco un lugar – no, no, no he salteado la conversación, es normal que no me haga caso la muy…
- ¿Un lugar? ¿Y cómo lo conoces?
- Mi prima. Me lo contó – dijo vistiéndose.
- Paso.
- Creo que abren las veinticuatro horas – tomó un cigarrillo de su escritorio.
- Pero, ¿¡desde cuándo fumas, Paula!?
- Estoy probando. ¡Y baja la voz!
- ¡La bajaré cuando sueltes eso!
- ¡A vestirse Adrián! – respondió con una media sonrisa, tirando el cigarrillo al suelo, y pateándolo para esconderlo bajo su cama.
- ¿Qué pasó con lo de no gritar?
- No hay nadie en casa, tonto… ¿crees que me arriesgaría a llevar aquí el piercing y plus traerte, con lo controladora que es ella? – cargó su mochila.
- Madre mía, ¿¡por qué me has hecho esperar afuera por dos horas!?
- Soy así de cabrona – respondió mostrándome su lengua.
***
- Tengo que encontrarme con su padre.
- Capitán, ¿te refieres al comisario?
- Sí, aunque contra mí no tendrá ninguna chance – llevó la pistola tras la hebilla del cinturón y la ocultó tras su camisa - ¿La has cargado, no?
- Sí Capitán. Pero pueden estar esperándote entre varios. Déjame que vaya contigo.
- Lo he estudiado por un largo tiempo, y créeme cuando te digo que irá solo con tal de no arriesgar la vida de su hija.
- Es un perro viejo, Capitán. Ten cuidado.
- Dame las fotos.
Se retiró llevándose consigo el montón de fotografías que había tomado a la secuestrada. En una maniatada en la cama, en otra llorando, en otra durmiendo en el suelo… atada a un árbol con ropa interior y algún par más en donde se la veía vendada y sosteniendo plantas de marihuana. Nos la habíamos pasado las últimas semanas sacándola a pasear y fotografiarla en distintas situaciones.
No me sabía su nombre, y las únicas palabras que me había dicho fueron plegarias tímidas. Había pasado su primera semana con Capitán, yo recién me había vinculado con ella en la segunda. Podría decir que la domó para hacerme el trabajo más fácil.
Había más involucrados que nos ayudaban, de eso seguro, pero sólo aparecían esporádicamente. No los conocía y ni siquiera sabía la cantidad exacta. Éramos nosotros dos quienes estábamos la mayor parte del día con ella… pero por primera vez me dejaba a solas con la mujer.
Iba a ser su última noche aquí, sin dudas. Nunca más la veríamos. No sabía si volvería a los brazos de sus padres o por el contrario terminaría dos metros bajo tierra… bueno, más bien tenía la convicción de que la mataríamos, pero albergaba en mí esperanzas de que todo le saliese bien.
Volví a su habitación. Apagué el MP3 que le habíamos puesto para que no pudiese escuchar algún sonido exterior que nos delatase, y me acuclillé frente a ella.
- Tu nombre – le retiré la capucha.
- Am… Amanda – dijo intentando acostumbrarse a la luz del foco.
- Esteban.
- ¿Por qué me hablas ahora?
- Porque creo que hoy podría ser tu último día viva.
Intentó mirarme, pero por miedo o por la luz del foco sólo hizo amagues. Un silencio sepulcral nos invadió. Yo sin saber con qué continuar tras tajante declaración, imagino que ella con mil pensamientos nada buenos inundándole la cabeza. Quise levantarme e irme, ponerle su MP3 de nuevo y dejarla con la tortura sicológica de que en cualquier momento una bala o un cuchillo pondrían fin a su vida. Me estaba sintiendo de todo menos como un perro de caza. Fue cuando ella cortó el silencio:
- ¿Vas a hacer algo al respecto?
***
- ¿Cuánto falta para llegar, Paula? Pero por Dios…
- Pero si recién estamos a dos metros de mi casa.
- Para mí han sido kilómetros. ¡Y ni un alma viva en las calles!, pues claro, nadie se atreve con el frío.
- Vamos a ir te pongas como te pongas. Por cierto estás tosiendo mucho, Adrián.
- Me habré enfermado por el frío o por el olor al cigarrillo, no sé.
- ¡Ni siquiera lo he encendido!
- ¿Es que estabas planeando matarme, Paula?
- A veces lo pienso, sí.
- Muy graciosa – crucé mis brazos. Disimuladamente empecé a mirar otro lado… a las estrellas…
- Pero luego creo que mi vida sería un poquito aburrida sin ti – cortó ella.
- ¿En serio? Continúa – ahí estaba la estrella polar, ¡cómo brilla!, ¡qué molón!
- Si te portas bien te mostraré mis dibujos –sacó su álbum de su mochila.
- ¡Anda las tres Marías!
- ¿Eh?
- Nada, nada.
Paula me había sujetado fuertemente, con su mirada fija en algo detrás de mí. Su seña era seria, sus ojos delataban que ya no estaba jugando conmigo. Apretujó sus labios… eso sólo pasa cuando está demasiado nerviosa. Como cuando su madre y yo coincidimos en la casa, cuando estamos viendo una escena silenciosa de una peli de terror, o cuando le pido permiso para ir a su baño. Es una seña jodida.
Giré para ver y mis miedos se hicieron realidad: un zombi. Un ser salido de su tumba en busca de carne fresca y cerebros deliciosos que perpetúen su existencia. Intenté recordar alguna película o juego de esa temática que me ayudaran a sobrellevar la situación; no me serviría de mucho Monkey Island y sus emblemáticas frases como la del mono de tres cabezas, ¡se trata de un zombi! ¡No entienden palabras! En la mayoría de pelis los protagonistas son marines en celo, por lo que me sentí abatido pues no soy ni por asomo algo parecido. Es que vamos, feliz moriré si llego a ser un tercio de cachas que el Schwarzenegger.
- Schuarzenge… Shcuargnnger…
- Adrián, ¿vas a ayudar al policía?
- ¿Eh?
Pues sí, era un policía, tambaleante. Goteaba sangre desde la cintura. Su radio estaba destrozada, tal vez le salvó la vida en lo que fuera que se había metido. Su mirada estaba perdida, como saliendo lentamente de un estado de shock. Retrocedí, sin pensármelo dos veces hice de escudo humano para proteger a Paula de lo que fuera, mientras ella hacía lo propio con su álbum de dibujos.
- ¿E-Estás bien? – le pregunté al señor.
- ¿Tú qué crees? – me golpeó Paula.
- No se preocupen – parecía haber vuelto en sí - … acabo de perder un compañero y mi vehículo… necesito usar su teléfono…
- Si se entera mi madre.
***
- ¿Por qué haces esto, Esteban? – preguntó con voz rota.
- Capitán. Me lo pidió – coloqué una silla frente a ella.
- ¿Capitán?
-Ya no me acuerdo de su nombre real – sonreí al tiempo en que me sentaba – Es el hombre que me rescató de un antro de drogas hace cinco años. Lo hizo pensando en algún favor que necesitaría de mí.
- ¿Dónde está ahora?
- Salió a hacer compras – mentí.
- A veces las canciones tienen sus segundos silenciosos, ¿sabes? Y cuando toca cambiar de música, también se consiguen varios segundos de silencio.
- A qué te refieres.
- Al MP3 que me haces escuchar. Sé que fue con el arma cargada. Y a donde sea que haya ido, ¿acaso confía en ti tanto que hasta te deja cargarle su arma?
Me levanté. La conversación se estaba tornando demasiado informativa. Pero se lo debía, tras todo lo que pasó y por lo que probablemente pasaría más adelante:
- La cargo yo, porque se trata de mi arma y de mis balas. Las recuperó de la cárcel. Y confía en mí, porque no le he fallado nunca. “Tú la cargas, tú eres el asesino. Sólo soy un perro de caza, es otro quien mata al objetivo. Me limito a recoger lo que sea que haya caído por culpa de esta arma”… eso es lo que me dijo la primera vez que mató a alguien.
- Usa tu arma para culparte a ti en caso de que algo salga mal. Te pide que la cargues porque de alguna manera su mente atrofiada quiere salvar su conciencia. Te lo pide… para que encuentren rápido a un culpable y evitar que alguna investigación a fondo lo localice. ¿Estoy en lo correcto, Esteban? ¿Y tú no objetas? ¿Por qué, por qué?
Las ganas de salir de allí eran tremendas. Cada palabra era cierta, y dolía como nada. Pero hice fuerza y contesté a su pregunta:
- Redención.
***
El hombre estaba en el sofá hablando por teléfono. Yo y Paula nos habíamos sentado frente a él, esperando a que terminara su charla. Ella estaba acomodándose una y otra vez en su asiento; incómoda, ansiosa. Por primera vez en la noche había soltado su montón de dibujos y estaba bastante atenta a nuestro inesperado invitado. Cuando el oficial colgó no tardó en interrogarlo.
- ¿En serio no quiere que llamemos una ambulancia, señor?
- Estoy bien, gracias. Ya está viniendo una unidad a buscarme.
- ¿Po-por qué está herido? ¿Se enfrentaron a una banda?
- Nada de eso – se levantó - estoy investigando un secuestro.
- ¡Lo sabía, lo sabía! ¡Te he visto por la tele! ¡Tú eres el encargado del caso! – salió en la tele, vamos, el acabose.
- ¿Y fueron entre dos solos a tratar con los bandidos? – le recriminó Paula.
- Niña, gracias por el teléfono, por el agua y por el cigarrillo. Muchacho, siento haberlo fumado.
***
Paula ya había dicho que su madre no estaba, ¿qué más daba entonces hacerlo en su sala? Claro que tras la visita del policía ella había perdido sus ánimos, pero llámame macho cabrío que a mí no me echó para atrás la breve experiencia que tuvimos.
- Realmente quieres hacerlo – dijo viéndome arrodillado frente a ella.
- Paula – agarré su cintura, con la yema de los dedos tomé el pliegue de su faldita – he estado aguantando un buen rato – la tumbé contra el sillón mullido mientras iba dejando dicha faldita en los tobillos.
- ¿Crees que estará bien? ¿Crees que hemos ayudado a dar un paso más hacia la solución de su caso?
- Diosss, Paula… no comiences - llevé el tanga hacia sus muslos y soplé suavemente.
- Humm… realmente no me estás haciendo caso.
Mi lengua empezó a recorrer los pliegues de su sexo. Paula no me dejó llevar mis manos allí, rápidamente las tomó con las suyas y las guió nuevamente hacia su cadera. Se mostraba reticente a que jugara demasiado, sus muslos aprisionaron mi cabeza con mucha fuerza y apenas me daba margen de maniobra.
Fue al oír su primer gemido ahogado cuando noté que su cintura se empezaba a restregar más y más contra mi rostro, moviéndose de arriba abajo, lenta y suavemente sus muslos empezaron a ceder. Dejé la lamida de perro faldero por un instante y alcé mi vista; de mi sonrisa colgaba una colilla de su pelo púbico, y en la de ella un hilo de saliva que no tardó en recogerla.
- Te quiero mostrar mi álbum.
- ¡Me estás jodiendo! – intenté reponerme pero sus muslos hicieron más fuerza para retenerme allí.
- Quiero que lo veas y me digas qué opinas. LUEGO continuamos, ¿está bien?
- ¿Realmente habrá diferencia si digo que no?
***
- ¡Capitán!
- No preguntes, perro.
Capitán había pasado fugazmente por la habitación donde yo y Amanda estábamos dialogando. Al oír su coche me encargué de encapucharla y ponerle los auriculares nuevamente, aunque decidí no poner ninguna música a fin de que ella pudiese escuchar cualquier diálogo.
Capitán tiró el álbum al suelo antes de dirigirse al baño. Tanta sangre en su ropa no era buena señal. Y ni siquiera había rastros del maletín con dinero que debía traer.
Inmediatamente un par de hojas se salieron del álbum y revolotearon por la habitación. “No son las fotos, ni es el álbum” pensé al tomar una hoja en pleno vuelo. El álbum tenía el mismo color, aunque el diseño impreso en la tapa era otro. Probablemente Capitán ya lo había notado y era motivo de su apuro y nerviosismo.
- ¡Cárgame el arma nuevamente! – gritó desde el baño.
Tomé la pistola presto a cargarla, no sin antes observar a Amanda y recordar su pregunta. “¿Qué vas a hacer al respecto?”.
¿Finiquitó su misión? ¿Acaso su padre había muerto en un tiroteo? Tenía pinta. ¿Amanda era la siguiente? “¿Qué vas a hacer al respecto?”, mil pensamientos me nublaban mientras mis temblantes manos sostenían su pistola.
***
- Dime lo que piensas, Adrián – trajo el álbum y lo abrió justo frente a mi cara. Vino la primera.
- Es… es precioso…
Pasó a la segunda hoja:
- Va… vaya que tienes arte…
Tercera hoja:
- Un poco sádico pero vamos…
- ¿Sádico? – dijo palpando la tapa del álbum.
- Digo, la rubia atada y tal llorando…. ¿es tu prima?
Paula giró rápidamente las imágenes hacia sí… y apretujó sus labios:
- Esto no es mío… son fotos, Adrián… te dije que lo mío son dibujos…
- ¿Me has dibujado?
- Eso no importa… creo que esto pertenece al poli, ¿no?
- ¿Me has puesto mucha tripa? Porque he empezado el gym y me parecería muy injusto ya que debo esperar tres meses a ver resultados.
- ¿Pero por qué un poli tendría estas fotos?
- Tal vez es parte de su evidencia, digo yo, aquí lo que importa es el dibujo que has hecho de mí.
- ¿Deberíamos llamar a la comisaría? Las habrá confundido con mis hojas…
- ¿Estás diciendo que estoy gordo?
Escuchamos un fuerte portazo proveniente de la cocina, más al fondo desde donde estábamos. Paula recogió rápidamente sus ropas y juntos nos escondimos tras el sofá.
- Adrián, anda a mirar – dijo abrazando el álbum.
- ¿Tienes un arma?
Con la vista nerviosa recorrió rápidamente su sala:
- Allí, una sombrilla.
- ….
- ¿Qué te pasa?
- Es una puta sombrilla, eso pasa.
La voz lejana de un hombre irrumpió nuestra discusión - ¿Paula Caviedes?
- ¡Es el poli! – amagó levantarse.
- ¿Y por qué ha derribado tu puerta?
- Oh, dios… vamos a morir – empezó a sollozar.
- No vamos a palmar, no vamos a palmar – a cuatro patas avancé un par de metros para recoger la sombrilla. Fugazmente volví tras el sofá.
- Adrián – dijo tomándome de la mano – el dibujo que hice.
- ¿AHORA vas a hablarme de él?
- Quería mostrarte el dibujo que hice de ti – rompió en un silencioso llanto.
- ¡Contesta hija de puta! – bramó el oficial. Tirando las cosas al suelo, buscándonos violentamente.
- He estado evitando que entraras en mi casa porque quería terminar el dibujo que hice de ti. Estuve toda la tarde intentando hacer un ángel pero tengo problemas para hacer bien iguales las alas…
- ¿Ángel?
- Quería hacer algo especial para darte ánimos.
- ¿Por lo del gym?
- Por lo de tu operación, pedazo de…
- Espera, ¿tú sabes de mi operación?
Con las lágrimas como ríos prosiguió: - Nunca he fumado, sólo quería hacértelo soltar. Que me lo contaras tú, y no que lo averiguara yo por sospechas. Y el dibujo… el dibujo lo firmé con una frase de ésas que te dan ánimos pero me he olvidado – sonrió- quería que lo sepas antes de morir.
- ¿De morir aquí por el poli éste o por la operación?
- Diosssss, Adrián, me estás haciendo reír mientras lloro.
- Tengo un arma cargada, chicos – seguía buscándonos - ¡Vengo de cortar la línea, así que no hagan nada ridículo y entréguense!
- Paula… tú corre hacia la puerta delantera, que yo lo atajo.
Intentó retenerme, me negaba enérgicamente con su cabeza. Pero yo estaba decidido, y con una pose de los más molona reposé la sombrilla sobre mi hombro, con la vista clavada hacia donde provenían los gritos. Luego la tiré al suelo porque realmente dudo que me hubiera servido de algo.
***
- He escuchado todo. Hasta las balas cargándose – me recriminó Amanda.
- Se ha ido hace rato – intenté apartar un mechón de pelo cayéndosele en la frente pero ella apartó el rostro. Estaba molesta. Y no la culpaba – Pensé que me pidió que cargara el arma para liquidarte – confesé.
- Volverá. Por mí. Y luego a por ti, lo sabes bien.
Estaba hundido en un pozo, con posibilidad de que el suelo se desmoronara y cayera al infierno. He tomado decisiones que podían acarrear mi muerte segura de una u otra forma, y aún no estaba seguro de por qué lo hice o cuál fue el detonante de mi repentino deseo de rescatarla. Si Capitán me descubría, yo y ella moriríamos. Si ella salía viva de aquí, yo acabaría en alguna cárcel de mala muerte, en un pozo demasiado hondo como para intentar salir. Simplemente podía dejar que todo siguiera su cauce y contemplar cómo el destino se encargaba de destrozarme de alguna otra manera. Pero no más. Estaba demasiado cansado de dejarme estar. Si iba a morir, lo haría peleando. Si iba a caer en un pozo… pelearía por salir...
- Nos vamos – dije levantándome de mi silla.
Amanda puso los ojos como platos. No podía creérselo. Y yo tampoco. Me sentía fuera de mí, flotando, temblando más fuerte a cada paso que tomaba rumbo a ella. No dejó de llorar y mascullar agradecimientos mientras le desataba de pies y manos. Al tranquilizarse me preguntó:
- ¿Cargaste el arma sabiendo que iba a matarme?
Seguí desatando, era lo apremiante. Cuando intentó levantarse cayó estrepitosamente al suelo. Tras quejarse un rato me miró como cordero degollado:
- Mi tobillo… ¡lo olvidé!
***
- Tú.
- Zombi.
- ¿Dónde está la chica?
- Vienes a buscar las fotos. Te lo daré, ¿sí? Sólo promete irte y no volver.
Una enorme sonrisa surcó en la cara del oficial:
- Oh, la cierva quiere negociar – la punta de su arma bailaba a mi alrededor - Tú no estás en condiciones de negociar. Aquí el que muestra los colmillos soy yo. Un perro de caza. Tú sólo eres una presa que busca zafarse del inevitable final. No voy a mentirte, chico, cuando recupere lo que necesito te mataré a ti y luego iré a por tu novia, ¿qué vas a hacer?
- ¿Cierva? ¿Presa? T-te estás confundiendo.
El poli empezó a mirar por los costados pero manteniendo la mirilla de su pistola en mi dirección. ¿Estaba titubeando? Él no tenía la misma confianza que yo, aunque mi actitud fuera sólo una fachada para ganar segundos. Si él fuera un perro de caza no hubiera dudado un segundo. ¿Cierva? ¿Presa? Yo era un cordero, lo admito, pero estaba disfrazado de lobo. Él era un perro de mercado envalentonado por comida rápida. Mi sacrificio por Paula me daba fuerzas. Me daban alas. Yo tenía un objetivo fuerte, él no. Yo tenía alas, él no. Sólo quería salir sin muchos problemas de allí. Lo vi en sus ojos; desconfiaba de sí mismo, de la situación. ¿Cierva? ¿Presa? No. Yo era un ángel. Y mi cara de póker estaba ganando más tiempo de lo que creí.
- Cara de poookk…
- ¿Estás drogado muchacho? ¿Qué estás planeando? ¿Dónde está la chica?
Tomé respiración y empuñé mis manos.
- ¡Mira un mono de tres cabezas detrás de ti!
-…
-…
Jaló el gatillo. He oído que la vida pasa al completo por delante de los ojos ante la inminente llegada de la muerte. Yo no he visto nada de eso, sólo vi a Paula, y era una visión muy cristalina. Estaba demasiado enamorado de ella, tanto que temía perderla si sabía la verdad que se escondía en mí. ¿Conocerá ahora a otro? Tal vez, ¿y la amará como yo? Qué va. Aunque me asaltaba otra duda; ¿se habría quedado conmigo si supiera lo que he escondido?
- El hijo de puta me truncó el arma – masculló el poli.
Paula había aparecido desde atrás para rematar al hombre con la sombrilla. Un golpe en la ingle y rápidamente un golpazo en la cabeza. Era una sombrilla bastante aguerrida, a decir verdad.
- ¿Tu plan era decirle una frase de Monkey Island? – pateó al adolorido hombre mientras ella me miraba con bronca.
- ¡Funcionó en el juego! – di una patada también, oí algún crack hacia su nariz.
- Eres imposible, ¡un idiota! – patada, patada en la herida de bala, golpe de sombrilla.
- Ya, ya… has vuelto por mí, Paula. Creí que no te volvería a ver… no me importaría perderlo todo en la vida pero a ti… - patada, vaso en la cara.
***
Poco a poco nos acercábamos a la puerta principal para escaparnos. A paso lento, pero seguro; tenía que llevar a Amanda de los brazos debido a su tobillo.
- Redención, redención... ¿Has hecho algo que te impulse a cumplir a cabalidad lo que te ordena ese hombre al que llamas Capitán?
- La hija de Capitán. Murió hace siete años… hoy tendría tu edad, más o menos.
- ¿Cómo… cómo murió?
- La maté en un accidente.
- No esperarás que me apiade de ese hombre, ¿no?
- Capitán me quería muerto en ese entonces – reí - Cumplí una condena corta, aunque mi vida ya no era la misma. Perdí control de todo lo que me rodeaba… Capitán me sacó de aquella vida inmunda antes de que fuera muy tarde. En ese entonces no entendí el porqué…
- ¿Secuestrándome a mí iba a cambiar algo?
- Matándote, a ti, hija de jueza, y a tu padre, comisario. No sin antes sacarles dinero. Tu madre en su momento apoyó un proyecto de ley sobre la pena de muerte. Tu fallecimiento y la de tu padre ayudarían a impulsar dicho proyecto, aprovechando que ella está en plena campaña política. Era la esperanza de Capitán. Y esperaba que cuando buscasen la bala en tu cuerpo y en la de tu padre, me encontraran a mí. Y con mi muerte, él obtendría su deseo y yo mi redención.
- Madre santa, ¿y no sería más fácil dispararte a secas?
- Capitán tiene firme sus convicciones. Podría matarme, o podría hacer algo que él considera “bueno para su gente”. Después de todo y aunque no lo parezca, es policía. Con este plan, se quitaría dos “problemas” de encima. Yo, y una abolición de la pena de muerte.
- Entonces yo tenía razón, ¿no? Te iba a matar, a su manera – paró su marcha y me atajó del brazo - Ésta no es la forma de redimirte, Esteban. Tu culpabilidad te nubló el juicio. Y su pérdida hizo lo mismo con él.
- Luego seguimos con la sesión, Amanda. ¿Escuchas a un hombre merodeando en el jardín? Es otro contratado. Si no apuramos el paso, nos verá y no dudará en dispararnos.
- Oh, discúlpame, ahora me pongo a volar como Superman y así evito usar mi tobillo inflamado.
- ¿Superman?
- … ¿Esteban, po-por qué me miras así?
***
Ambos estábamos sentados en un banco del jardín trasero de Paula. Había un montón de oficiales apostados tanto en su casa como afuera, lidiando con periodistas supongo. Y no es que vaya en plan quejica, pero sólo a Paula le dieron un abrigo. Y se lo iba a reclamar al oficial que viniese a tomarnos declaración.
Repentinamente Paula reposó contra mi hombro, al tiempo en que señaló algo en el cielo vespertino.
- ¿Lo ves, Adrián?
- ¿Es mi abrigo?
-¿Eh? No. Es un gato. Allí al sur.
- Ya veo, ya. ¿Ves ése de ahí? Tiene forma de coche.
- Adrián, ¿qué le voy a decir a mi madre?
- Vieja bruja… la nube, digo, mira allí…
- No tengo la culpa del desastre en la sala, ¿no?
- Creo que lo de la jarra y las copas de champagne fueron un poquito exageradas, pero vamos.
- Eso fue por llevarse mis dibujos.
- Claro, claro… supongo que nunca lo veré ni leeré la frase.
- No te perdías de nada, sólo es que significaba mucho para mí.
- ¿Vamos a ir a reclamar mi abrigo o esperaremos a ver si el coche aplasta al gato allá arriba?
- ¿Pero de qué estás hablando? Además, me debes confesar lo que me has ocultado. He intentado sacártelo toda la noche, si no funcionaba el cigarrillo ni la fría noche, esperaba que lo hiciera mi dibujo. Lo del cigarro y la noche fue aposta, porque por lo que he averiguad…
- Cáncer pulmonar – no la miré pero supongo que apretujó sus labios. Fue un tajo limpio, sin bailes.
- ¿Avanzado, Adrián? ¿Habrá quimio?
- Bueno, ¿me soportarás con la cabeza bien pelada? Si ya eso no funciona, toca operación.
- “Aguantarte” dices. Estaré contigo hasta el final del pozo – dijo tomándome la mano. Y mirando las nubes proseguimos.
***
- No me has dicho por qué decidiste cambiar de opinión, Esteban – me susurró mientras contemplábamos el imponente amanecer. La tuve que cargar hasta un lugar seguro, hasta la Plaza Libertador. En ningún momento quiso bajarse de mis brazos. Y tampoco es que quería soltarla; con una belleza entre brazos, me sentí como Clark Kent.
Buscó mis ojos aunque yo no la miraba, Amanda intentaba adivinar qué se cocía tras mi semblante. Me había preguntado qué haríamos al salir del encierro. Me dijo que le mentiría a la policía para protegerme en agradecimiento; era una oportunidad única de salir ileso, salvarme era una idea demasiado tentadora pero era evidente que una vez más evitaría purgar mi pasado y construir un futuro decente. Pero ya no más.
Amanda sabía que la llevaría donde sonaban sirenas de policías, donde habían varios oficiales apostados en una casa. En mis ojos no había duda. Surgió una posibilidad de comenzar realmente de cero, de reconstruir mi futuro; el comienzo sería duro y desde un pozo muy profundo. Pero he decidido que saldré. ¿La razón? El dibujo de un ángel que agarré a pleno vuelo en aquella habitación, un ángel demasiado similar a mis recuerdos, con una frase demasiado tajante para ser una mera coincidencia.
“Si hay alguien capaz de salir de este pozo, eres tú, que he visto tus alas, y sé que en este camino tan turbio las usarás para salir. Sólo hazme el favor de llevarme contigo”.