Jueves 21 de mayo del 2014.
Prometía ser un día tranquilo y normal, como cualquier otro,
y emprendí la marcha al trabajo dejando a mi vehículo desprovisto de la
seguridad del parking.
Como siempre, disponía
de veinte minutos de recorrido, a los que debía sumar los semáforos en rojo,
las aglomeraciones, cruces de peatones y otro tipo de imprevistos, es decir,
soportar todos aquellos agentes que
forman parte de una gran ciudad en movimiento y que a su vez, generan una gran
ansiedad, aportando su granito de arena a mi dosis diaria de estrés; aunque
aquella mañana, saliéndome de lo establecido, opté por alejarme del núcleo
urbano y aventurarme por las afueras pensando que así ganaría tiempo, pero no
había contado con el deterioro de las calles secundarias, los tramos estrechos
de doble sentido y ese enorme camión de la basura que se detenía cada pocos
metros y al que no podía adelantar, ya que carecía de la visibilidad
suficiente.
Me revolvía
desesperada en mi asiento, cuando el camión se detuvo una vez más y empezó a
volcar en su interior la carga de un nuevo contenedor. Pensé hacer señales con
las luces, presionar el claxon de forma colérica hasta desgastarme la palma de
la mano, o incluso llegó a pasarme por la cabeza bajar del automóvil e ir a
hablar con el conductor para que hiciese el favor de apartarse un poco
permitiéndome el paso; sin embargo no hice nada de eso, mis pies, más rápidos
que mi mente, presionaron el pedal del acelerador y giré bruscamente el volante
para dejarlo atrás.
No llegué a recorrer dos metros cuando tras una curva
pronunciada, encontré a otro vehículo que se dirigía hacia mí a gran velocidad.
Sin posibilidad de frenar a tiempo, giré bruscamente hacia la derecha,
estampándome contra las cepas de los viñedos colindantes.
Tuve suerte, y al no ir a demasiada velocidad, pude reponerme
rápidamente del golpe, no obstante, al bajarme del coche, me alarmé tras ver la
abolladura que había quedado en la chapa, incluyendo en el inventario de
destrozos, uno de los faros delanteros.
Con los brazos en jarras, bufé con rabia antes de girarme y
mirar al coche que había quedado de cualquier manera sobre el arcén al otro
lado.
– ¿Se puede saber qué cojones hacías? –dijo el
chico trajeado que iba en su interior. Seguramente, al igual que yo, pensó que
yendo por aquel camino llegaría antes a la oficina.
– ¡No era yo la que iba a más de cien por hora
cuando el límite está en cuarenta!
– ¡Pero ibas por mí carril! –intentó
justificarse.
– ¿Y? Si hubieses ido más despacio, habríamos
frenado a tiempo.
– ¡No, si encima querrás llevar razón!
Me encogí de hombros mostrando total indiferencia.
– Tú también tienes parte de culpa.
– Acabemos con esto -respondió tajante-,
hagamos parte y que se encargue el seguro.
Miré pensativa al suelo, mordiéndome el
labio inferior, consciente de que no era el mejor momento para hacer cuentas;
sin embargo no pude evitar pensar que en los últimos meses, había tenido más
accidentes tontos que en toda mi vida de conductora, y con un solo parte más, debería
empezar con el arduo proceso de renovar en otra compañía.
– ¿Qué pasa? –preguntó advirtiendo mi
reticencia a colaborar– ¡No me irás a decir que no tienes seguro! –exclamó
alarmado.
– ¡Por supuesto que tengo! –me afané en
contestar– Es solo… –me acerqué a su vehículo y miré los daños; apenas un
pequeño rasguño imperceptible en el lateral y una rueda pinchada– ...es una
lástima llegar a eso por una rueda pinchada.
El chico se volvió hacia mí alzando las cejas con gesto de
incredulidad.
Tenía unas cejas bonitas, un tanto espesas pero muy
expresivas, enmarcando unos preciosos ojos color miel.
– Pues ya me dirás tú qué hacemos –miró el
reloj de su muñeca–, ya llego tarde al trabajo y así, no puedo conducir.
– ¿No tienes rueda de repuesto y gato?
Me dedicó una sonrisa perversa mientras
se dirigía al maletero. Tras rebuscar un
rato en su interior, sacó la rueda de repuesto y una caja de herramientas. Con
total parsimonia se acercó a mí, depositó la rueda junto al coche y la caja de
herramientas en mis manos.
– Ya puedes empezar –ordenó como si yo supiera qué hacer con
eso.
Decidí tragarme mi
orgullo y no contestar. Abrí
la caja de herramientas y en ella había una llave de cruceta. Supuse que lo
primero que debía hacer era desatornillar la llanta para posteriormente, extraer
la rueda. Empecé a hacerlo, la cabeza del tornillo encajó a la
perfección en la ranura de la llave, pero la dificultad se hizo evidente cuando
intenté hacer fuerza para aflojarlo. Estaba demasiado duro y cada pequeño giro
que daba, me suponía un gran esfuerzo. Sin darme cuenta, retiré mi chaqueta
hacia atrás con las manos, dejando unas viscosas manchas de grasa. Procuré no
darles demasiada importancia y seguir adelante con el cometido.
Estuve más tiempo de lo habitual trasteando con la llanta
hasta que el chico, cansado de mi desatino con la herramienta, me interrumpió
haciéndome a un lado sin demasiada elegancia.
– ¡Anda, trae!
Gustosa le cedí el puesto, dedicándome a observar cómo se
quitaba la americana, dejándola sobre el capó, y se colocaba de cuclillas
frente a la rueda. Verle así, con su impoluta camisa blanca, corbata de rayas
azules y sus pantalones negros, me hizo sonreír para mis adentros; me estaba
resultando una escena de lo más sexy.
No tardó mucho en aflojar los tornillos, luego utilizó el gato
para elevar el coche y extraer la rueda con cuidado, seguidamente colocó la
nueva en su lugar y acabó con el ritual de montaje, dejando su vehículo como
nuevo.
– ¿Ves? ¿A qué no ha sido tan difícil? –dije sin ocultar la
risa que incrementó al encontrarme con su rostro crispado. Ese ceño fruncido
también activó un cosquilleo en mi estómago, el cual tardé unos segundos en
poder controlar.
Sacó su teléfono móvil del bolsillo y empezó a deslizar el
pulgar sobre la pantalla bajo mi atenta mirada.
– Para colmo, aquí no hay cobertura. No puedo
avisar de que llegaré tarde.
– ¿Dónde trabajas? –pregunté de repente.
Me evaluó seriamente con la mirada.
– ¿Acaso importa?
Volví a reír.
– Lo cierto es que no, pero si piensas ir al trabajo así...
–hice una mueca de disgusto– Tienes la corbata manchada.
Me centré en sus ojos confusos, que me contemplaban como si estuviera
loca, pero no me dejé intimidar y perseguí mi objetivo, llevando mis manos al
nudo de su corbata para aflojarlo y posteriormente, retirársela con cuidado.
– Tú tampoco te quedas atrás –dijo
reprimiendo una sonrisa.
Entonces fueron sus dedos los que rozaron
mi nuca antes de alcanzar el cuello de mi chaqueta, retirándomela con excesiva
lentitud, como si estuviera desenvolviendo un delicado regalo.
En cuanto nuestros rostros volvieron
a encontrarse, continué con el juego que, de forma sutil, habíamos iniciado.
– Y esa camisa... –murmuré haciendo
un mohín.
Fui desabrochando los
botones, empezando por arriba para ir bajando hasta dejar su torso al descubierto.
Me llamó la atención su cuerpo, bien proporcionado, sin vello, bronceado y con ese brillo saludable propio
de la hidratación a base de cremas. Sin duda era uno de esos hombres a los que
les gustaba cuidarse.
– Tú también te has ensuciado la camiseta.
Miré hacia abajo y no vi absolutamente nada. A excepción de
la chaqueta, mi ropa estaba intacta.
– ¿Dónde? –quise asegurarme.
– Aquí –contestó aplastando el pulgar sobre la
tela, cerca del ombligo. Tras retirarlo, pude comprobar como su huella dactilar
había quedado impresa.
Sonreí con complicidad y me quité la camiseta, sucia a
propósito, exhibiendo frente a él mi sujetador beige.
– Ahora creo que deberías quitarte eso –dije señalando su
pantalón oscuro.
Puso las manos tras la
espalda concediéndome el privilegio de hacerlo por él. Decidida, le desabroché
el cinturón. Luego hice lo mismo con los pantalones y seguidamente los deslicé
por sus piernas hasta retirárselos por completo. Tras hacerlo, miró el cristal
de la ventanilla para contemplar su reflejo: Había quedado completamente
desnudo en mitad de la calle, tan solo cubierto por los calzoncillos negros que
contrastaban con su piel bronceada. Sonrió frente el espejo antes de devolverme
su mirada vidriosa.
– ¿Y ahora qué? –pregunté reprimiendo una sonrisa– Mi falda
parece ser lo único que se ha salvado de las manchas.
Me miró con el ceño fruncido y me tendió la mano con el
propósito de hacerme girar sobre mi propio eje para poder estudiarme desde
todos los ángulos.
– Tienes razón, no se ha manchado; sin embargo, creo que
ahora no combina con lo demás.
– ¿Tú crees? –pregunté escéptica.
Asintió convencido.
– Definitivamente queda fatal –remarcó sin mostrar atisbo de
duda.
No lo pensé más y
desabroché la cremallera de mi falda, dejándola resbalar por mis largas piernas
desnudas hasta detenerse en los tobillos, salí de ella y me acerqué un poco más
a ese hombre joven, guapo y sexy que seguía observándome con detenimiento.
Transcurridos unos segundos, a nuestras miradas les siguió un
más que significativo silencio en el que los dos respirábamos con
irregularidad.
Su cuerpo, cansado de
esperar a que yo me decidiera a dar el último paso, colisionó contra el mío
pillándome desprevenida. Sus manos no perdieron tiempo en rodear mi cintura
mientras sentía la presión de su entrepierna clavándose en mi ingle. Fue
entonces cuando me dejé llevar, devolviendo cada uno de sus besos con
desesperación. Mis manos hicieron un barrido por su cuerpo sintiendo como la
piel ardía bajo las yemas de mis dedos.
Arrastré mis labios por su pómulo hasta llevarlos al lóbulo
de su oreja, lo presioné levemente con los dientes mientras él encajaba su
rostro en mi cuello, succionando en un pellizco infinito.
Estaba a plena luz del
día, en mitad de una carretera poco transitada y con un completo desconocido
del cual ignoraba su nombre, pero no sabría explicar el placer que sentí
mientras sus manos acariciaban mis muslos, desplazándose centímetro a
centímetro hasta alcanzar ambas nalgas y arramblarme súbitamente contra él.
Gemí en su oreja al sentir
su cuerpo completamente enganchado al mío. Mi necesidad fue la que tomó las
riendas en ese momento. Acaricié el bulto de su entrepierna sintiendo su dureza
aún creciendo en la palma de mi mano.
Mi caricia le gustó.
Su cuerpo reaccionó en el acto reteniéndome entre la fría chapa de su automóvil
y su imponente cuerpo, que parecía estar ardiendo en llamas. Ese contraste de
temperaturas agitó las mariposas de mi estómago, llevando pequeñas descargas
eléctricas por todo mi ser.
Únicamente se separó lo justo de mí para susurrarme con voz
entrecortada:
– ¿Te excita la idea de que puedan vernos?
Sonreí y regresé a sus cálidos labios, fundiéndome de nuevo
en ellos, saboreando con mi lengua el interior de su boca mientras mis uñas se
clavaban de forma superficial en su espalda y descendían lentamente siguiendo
el recorrido que marcaba la columna.
– No tanto como a ti –susurré en la comisura de sus labios.
Un jadeo ahogado brotó de su garganta en ese instante y sus
manos ascendieron hasta arrancarme el sujetador de un brusco estirón. Su fuerza
hizo reaccionar a mi hasta entonces cuerpo dormido. Rodeé su nuca con mis manos
para seguir besándole con voracidad desmedida, mientras el roce de sus manos
contra mis pechos estimulaban los pezones, dejándolos duros como piedras.
Solo nos detuvimos al escuchar el inconfundible ruido de un
motor acercándose por la carretera, y la reacción instintiva, fue la de
esconder nuestros rostros del desconocido observador, que se limitó a
ralentizar la marcha presionando el claxon para desviar nuestra atención.
Reí en su cuello en
cuanto el coche nos dejó atrás, inclinándome un poco más sobre la chapa hasta
casi sentarme en el capó. Mientras, mis afanadas manos bajaban impacientes sus
calzoncillos, no sabía de cuánto tiempo disponíamos antes de que otro vehículo
volviera a interrumpirnos.
Bajé su bóxer hasta
medio muslo. Sin darme tiempo a deleitarme con su perfección, una de sus manos hizo a un
lado mi tanga rozando ligeramente la vulva, percibiendo su humedad.
Luego utilizó la
segunda mano para separar mi pierna derecha, quedando mi sexo abierto a su
entera disposición. El placer me sacudió desde dentro cuando por sorpresa, rozó
con la punta rosácea de su miembro sobre las puertas de mi vagina,
presionándola para entrar. Jadeé al sentirla dura y resbaladiza mientras
empujaba, dilatándome poco a poco, adaptándome a su grosor. Agarré con fuerza
sus hombros y moví las caderas ansiosa, acomodándome a su deliciosa intrusión,
como si quisiera atraparle para siempre en mi interior.
Sin embargo, esta vez
no cedió a la demanda de mi cuerpo y detuvo la penetración para desviar la
urgencia del momento.
– No pares... –susurré jadeante, aún con el pulso acelerado.
– ¿Qué quieres exactamente? –preguntó mordisqueando
cuidadosamente mi barbilla con los dientes.
– Ya lo sabes... –conseguí articular con dificultad.
– Quiero oírlo...
Su morbosa insistencia
consiguió excitarme todavía más. Eché la espalda hacia atrás hasta percibir la
superficie dura del capó contra mi piel y alcé las piernas, apoyando los pies
sobre el parachoques delantero.
– Métemela toda.
Su cuerpo se inclinó sobre el mío, sus dientes presionaron el
hueso de mi clavícula y las manos se aferraron a mis brazos, separándolos en
cruz, cuando de un fuerte empellón, su pene invadió mi vagina alcanzando más
profundidad de la que había imaginado.
– ¿Así te gusta? –susurró con la voz entrecortada, moviéndose
con rapidez de dentro a fuera.
– Sí...
Su miembro patinaba
sin dificultad, llenándome por dentro mientas escuchaba el sonido seco de sus
testículos al chocar contra mi piel. Me dejé llevar por su constante balanceo,
rítmico, fuerte, dominante... Sentí como con cada empujón, mi cuerpo se
acoplaba al suyo sin dejar el mínimo hueco entre nosotros. En ese momento le
necesitaba, anhelaba su ferocidad más que cualquier otra cosa.
Noté sus manos acompañando los movimientos de sus embestidas,
clavándose en mis brazos cada vez con más fuerza mientras su cuerpo, como plomo
sobre el mío, me apretaba haciéndome sentir su desmedido calor.
Un nuevo sonido gutural, proveniente de él, consiguió
aturdirme; ese sonido, maravilloso y excitante, provocó que los músculos de mi
cuerpo se tensaran entorno a él mientras se precipitaba la urgencia en mi bajo
vientre, desatando un incontrolable cosquilleo llevándome al orgasmo entre
desmedidos jadeos.
Sus manos abandonaron los brazos para ceñirse a mi cintura para
así moverse con más insistencia, perforándome hasta liberar su densa carga en
mi interior.
La prueba de lo que había sido un orgasmo descomunal,
resbalaba cálida entre mis muslos, mientras nuestros cuerpos, sudados y
agitados, permanecieron literalmente soldados, esperando a que los pulmones
acabaran de tomar aire para volver a la normalidad.
Cuando al fin conseguimos despegarnos, ambos rebuscamos en el
suelo las prendas de ropa que nos habíamos quitado.
– Ha sido increíble –reconoció mientras se remetía los
faldones de la camisa por dentro del pantalón.
Asentí convencida, no podía estar más de acuerdo.
Al terminar de vestirnos y recoger todo lo que había quedado
esparcido, regresamos a nuestros respectivos vehículos. Los pusimos en marcha,
cada uno en su carril, y bajamos simultáneamente el cristal de la ventanilla.
– Ha sido un placer chocar contigo –dije mordiéndome
fuertemente el labio inferior recordando lo ocurrido.
– Lo mismo digo –contestó a la par que se colocaba las gafas
de sol con una mano.
Sin decir más, retomamos nuestros caminos momentáneamente
interrumpidos. Eché fugaces miradas al espejo retrovisor, incrédula por lo que
acababa de hacer, pero inmensamente feliz por haberlo hecho.
2 comentarios:
Historia sencilla (me temo que propiciada por el tema en sí), pero tremendamente bien contada.
Un accidente, un impulso y un polvo.
El relato cumple (lo que hace lo hace muy bien), pero se echa de menos una historia un poco más arriesgada.
Poco más que decir.
Bueno sí, apostaría por una autora. ¿¡Ojos color miel!? esa descripción solo puede salir de una mente femenina (es broma! que luego seguro que lo ha escrito Vieri xD)
Lo bueno
Está bien escrito y sus pocos fallos son pasables. Está contado de forma amena, va al grano, es sencillo. Diría que un relato clásico, con un argumento peligrosamente cerca de una película porno, con todo lo bueno y malo que ello implica.
Lo malo
Es que no encuentro ese "qué" que lo haga especial...
Y hay tantas cosas que quedan suspendidas en el aire y con las cuales no me quedé conforme. El tema es un reto porque van a salirnos historias muy poco creíbles, pero la idea es darle toda la credibilidad posible a lo que contamos para que los demás puedan "entrar", para que puedan aceptar lo que sucede. En ningún momento he sentido el más mínimo atisbo de veracidad, algo importante para generar morbo, sino que llegó un momento en el que me decía una y otra vez "Nah, qué me estás contando...".
El autor. Le he leído tantas veces que ya sé quién es. Pero segurísimo. Eso de evaluarse con las miradas, esas acotaciones. ¡Jur jur jur! Eso de que el hombre iba con la piel súper hidratada de cremas fue el detonante...
Eso sí, no dejo de sospechar que ha metido migajas en el texto para desviar las sospechas.
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