Supongo que algunos me llamarán viejo verde, otros
simplemente violador de mierda y unos pocos incluso me harán la ola. Unos
pensarán que mejor estaría muerto, otros que deberían encerrarme de por vida y
unos pocos que mi lugar está en los altares. No me interesa ni la opinión de
los primeros ni la de los segundos, ni siquiera la de los terceros. Y no me
importa lo que piensen porque si yo no lo hice durante aquella tórrida noche de
verano no veo por qué debería quitarme el sueño las tribulaciones de los demás.
Que les den. Que les den a todos, incluido a ti, querido lector.
A toro pasado mucho mejor haber hecho las cosas así, por puro impulso animal. Si llego a
hacerlo con premeditación y alevosía en lugar de caerme cuatro años y un día por
cepillarme a aquella putita mi condena hubiese sido de las que hacen historia.
El psicólogo de la cárcel, un gilipollas recién
escudillado que todavía cree en los reyes magos, estaba tan encantado con todas
las chorradas de manual que le solté acerca mi momento de ofuscación, mi
enajenación transitoria y mi sincero arrepentimiento posterior que ahora, dos
años y pico después, me vuelvo a ver en la puta calle gracias a su informe
favorable. Cierto es que no puedo volver por nuestra antigua casa pero no creo
que ni las chinches ni las ratas me echen de menos. Ya nada me retiene aquí así
que estoy listo para el viaje más largo que jamás haré. No hay billete de
vuelta.
Pero antes de irme voy a saciar las ansias de las
mentes calenturientas de los chismosos del barrio y explicar con todo lujo de
detalles lo ocurrido durante la noche más cálida de último quinquenio.
Solamente aquellas desdichadas personas que posean
una vivienda en el centro neurálgico de la zona de marcha de cualquier ciudad
de este bendito país tendrá una idea de lo que se llega a padecer en un lugar
así. Gritos, peleas, meadas en la puerta
son el pan nuestro de cada día e intentar que la policía local se apiade de una
persona, aunque esté moribunda, y los fusile a todos... líbranos del mal, amén.
No se puede
aguantar, es inhumano y todavía más durante las jodidas fiestas patronales.
Aquí todos somos ateos hasta que llega San Hijoputa y nos entra un fervor
cristiano que hace que defendamos su fiesta a capa y espada, yendo en procesión
de bar en bar hasta el amanecer. Mi mujer y yo
tuvimos la suerte de que algún descerebrado colocase la Capilla Sixtina
de los bares de copas en los bajos de nuestra casa.
El edificio en cuestión era una construcción de
mitad de siglo pasado, con tres plantas sin ascensor. Techos altos, frio en invierno, calor en verano...
todas las incomodidades típicas de la posguerra. Casi todas las viviendas estaban vacías y mucho más en
aquellas fechas tan señaladas. Los que podían se largaban de aquel antro en
busca de un poco de tranquilidad. Los que no podíamos por la circunstancia que
fuesen aguantábamos el tirón de la mejor
manera posible.
No diré que lo que hice fuera culpa de aquel sin
vivir pero no me cabe duda de que contribuyó de una manera u otra a que me
precipitase a los abismos la noche de los hechos. Por lo menos eso le conté al
memo del psicólogo, aunque creo que le impactó más el hecho de que el suceso
aconteciese menos de veinticuatro horas después de la muerte de mi esposa. .
La noche en cuestión era especialmente insoportable.
La canícula pegaba de lo lindo y el Dj del bar de abajo lo estaba dando todo.
Un ritmo machacón de martillo pilón se clavaba en mis tímpanos, la gente
gritaba y bebía bajo nuestra ventana y yo me cagaba en sus muertos por no poder
dormir por enésima noche consecutiva. La
enfermedad de María, con sus continuas convulsiones y gritos no me permitía
lujos tales como conciliar el sueño.
En esas condiciones, créanme, un hombre puede hacer
cualquier cosa.
La guinda del pastel fueron unos golpes tremendos en
la puerta del patio y la consiguiente algarabía amplificada por el eco de la
escalera. Ya había escuchado ruidos y risas como otras veces pero aquello se
pasaba de castaño oscuro.
-
¡Ya
están otra vez estos críos! - musité.
No era la primera vez que el primer tramo de
escalones se convertía en el lugar ideal para montar una fiesta improvisada.
Dudé en salir, recordando la paliza que le dieron unos niñatos a la gorda del segundo
piso, pero obnubilado por la vigilia abrí la puerta, cerrando los puños,
dispuesto a hacerles frente por una vez en mi vida.
-
Ojalá
me manden al hospital. Así por lo menos podré dormir en paz.
No acierto a comprender la razón por la cual
aquellos jóvenes intrusos volaron como alma que lleva al diablo apenas me
vieron, dejando los restos de su juerga desparramados por doquier. No creo que
fuese por mi camiseta imperio, ni por mi calzoncillo con bragueta, otrora
blanco, ni mucho menos por mis casi inexistentes bíceps. El aspecto general de
mi persona era y sigue siendo lo más parecido a un despojo humano y no me
importa. Allá donde me dirijo eso ya no importa.
-
¡El viejo! ¡Corred, que viene el viejo cabrón...!
- gritaban al tiempo que huían despavoridos.
Envalentonado por la efímera victoria atranqué la
puerta del patio con una tabla de madera y me dispuse a volver a mi vivienda para
continuar sufriendo la tortura china del chuntachunta. Al hacerlo me pareció
notar algo raro bajo la escalera. No quise darle mayor importancia ya que
tampoco hubiera sido la primera vez que me encontrase cara a cara con alguna
rata de tamaño jurásico pero una especie de quejido me hizo reconsiderar la
situación.
-
A ver si se lo están montando ahí abajo....
otra vez...
Lo cierto es que encontrar condones usados allí debajo
no era algo extraordinario.
Reconozco que la simple idea de pillar a una pareja
de jovenzuelos copulando me turbó. No me considero un mirón pero a nadie le
amarga un dulce. Basta asomarse al balcón del patio de atrás un fin de semana
cualquiera para repasar todas las posturas del Kamasutra. Y no solo durante la
noche, cuando todos los gatos son pardos sino sobre todo en las sesiones
vespertinas donde el alcohol no está permitido pero por lo visto sí follar como
conejos. Las nuevas generaciones vienen pisando fuerte, se lo digo yo que sé de
lo que hablo.
Poco a poco me acerqué al hueco, encontrándome no solo
con un simple dulce... sino con el bombón de licor más delicioso que jamás
probé.
-
Me
cago en la puta - murmuré.
Allí estaba ella. Inerte, aletargada, muerta, etérea...
divina.
Perdonen que no les diga el nombre porque ciertamente
ni siquiera lo recuerdo.
-
"La
testigo protegida 168033" - la llamó el fiscal en la vista.
Un puñetero y frío número no es un nombre que haga
justicia a nadie pero aquel le venía al pelo a la muñequita aurea. Vestía el
típico traje de peñista o al menos los restos de él. En la penumbra me pareció
ver unas Convers color negro sin calcetines, un pantaloncito vaquero muy pero
que muy corto, y una camiseta o más bien los restos de ella. En el cuello, una pañoleta y en la cintura un fajín del mismo color. Todo
hecho un amasijo bajo el hueco de la escalera.
Apestaba a vino y otros caldos. Podría decirse que
estaba duchada en ellos. La agarré por
los tobillos, sacándola del sucio agujero en el que había sido abandonada, seguramente
por unos de esos que se llaman amigos pero que te dejan tirado a las primeras
de cambio, cuando los excesos comienzan a hacer estragos.
Tumbada en el suelo, bajo los buzones, pude verla algo mejor. Pelo rubio, rímel
corrido y un diminuto piercing en la nariz. Como supuse la camiseta,
originalmente blanca, mostraba el tinte característico del licor de Baco. Al menos la muchacha había sido previsora y llevaba
puesto un delicioso bikini palabra de honor en lugar de la ropa interior al uso,
evitando de ese modo comprometedoras transparencias. Me enojó sobremanera ver
que, aun inconsciente, sostenía en su mano una botella de moskovskaya medio
vacía. Intuí que la bebida de los cosacos sería en parte culpable de que la
joven se encontrase en tan deplorable estado.
-
Pronto
empiezas – murmuré.
En un primer momento me quedé bloqueado. Sin saber
muy bien qué hacer. Ella representaba todo lo que más odiaba en este mundo,
esto es ruido, música a todo trapo, juventud y excesos. Focalicé mi ira en
ella, estaba desperdiciando los mejores años de su vida actuando de aquella
manera tan irresponsable.
-
La tiraré en la puta calle y que se apañe.
Instintivamente la cogí en mis brazos y ahí
comenzaron mis problemas, al sentir su cuerpo pegado al mío. Al alzarla de
manera natural mis dedos acariciaron su muslo. Era suave, terso y caliente, muy
pero que muy caliente.
Intenté acomodarla lo mejor posible durante el
trayecto hasta la puerta, cuando de improviso un pequeño pezoncillo juguetón y
sonrosado brincó de su jaula apareciendo como por ensalmo a un palmo de mis
narices. Igual que la cobra a la punta de la flauta no pude dejar de mirarlo. Me
hipnotizó con su fresca belleza.
Ni pude ni quise, ¡Qué cojones! ¿Quién en su sano
juicio podría hacerlo? ¿Quién es capaz de no recrearse la vista con aquella nimia
turbulencia que brotaba del pecho de aquella divinidad hecha carne? Todavía
hoy, pasados los años, cuando cierro los ojos puedo verlo, puedo sentir su
dulzura, su suavidad infinita, su tremolar en mis labios.
-
¡Uhmmmm,
tiene que estar delicioso!
Sentí el deseo febril de tener aquel pezón en mis
labios. Como ya juré y perjuré a su
señoría, algo surgió de mí, algo que nubló mi juicio y mi razón. Quizás
proyecté toda mi ira, todas mis frustraciones provocadas por mi viudedad recién estrenada, toda mi sed de venganza contra el mundo en el
bultito de aquella muchacha.
De pie, tras la puerta de la calle volvía a sentirme
como un adolescente, con sangre de verdad corriendo por mis venas.
-
Solo
un poquito y luego la dejo ir, lo prometo- pensé - No va a importarle, ni
siquiera se dará cuenta, lleva un pedo tremendo.
Puede sonar como una excusa algo pobre pero sinceramente
me tiene sin cuidado, es lo que pretendía hacer en un primer momento, morder
tan solo un pedacito de la fruta prohibida.
Al primer lametón indeciso siguieron otros más
convincentes. Pronto la punta de mi lengua y la de su pezón fueron una sola
cosa, habían nacido la una para el otro. Goloso, al botoncito le siguió la
aureola y a esta el seno completo. Lo
baboseé con saña, arrebatándole el sabor a vino entre lamida y lamida.
Inclusive llegué a mordisquearlo sutilmente, como queriendo hacerle culpable de
mi desgracia. Simplemente sublime, quien se haya comido uno de estos sabe bien
de qué hablo.
-
Me
pregunto si el otro sabrá igual de bien.
La promesa de dejarla volar libremente se desvaneció con la enésima dentellada y en
lugar de abrir la puerta de la jaula me di media vuelta con ella inerte en mis
brazos. Es lo que tiene la fruta prohibida, cuando la pruebas nunca tienes
suficiente.
Mientras
subía las escaleras hurgué en el escote con mi lengua, buscando al hermano
gemelo del primer caramelo.
-
Tremendo - me dije al encontrar el otro pezón,
propinándole el mismo tratamiento que al primero. - No seas celoso...
Al entrar en nuestro piso ya conocía cada recoveco
de aquellas tetitas. Tampoco había mucho donde perderse. Eran tan bonitas como minúsculas.
Las succioné como si del último día de
mi jodida existencia se tratara, cobijándolas alternativamente a una y a
otra en mi boca. Al tumbarla sobre la cama de mi mujer brillaban como el lucero
del alba. No hay estampa más bella que la de una joven hembra empitonada. La
escena nada tenía que ver con la vivida que en aquel mismo lugar apenas unas
horas antes, en la que a mi desgraciada esposa, amarrada de pies y manos a
aquella dichosa cama, se le escapaba la vida por momentos.
En aquel punto me hervía la sangre. Gozaba de una
erección de caballo, actuaba guiado por la dictadura de mi capullo.
Por un instante mi lengua abandonó sus senos. No fue
un adiós sino un hasta luego. Las palmas de mi mano tomaron el relevo. Les
aseguro que desde entonces todo lo que
toco me parece áspero como la lija. Ascendí por la senda de húmedos besos en dirección a su
cuello hasta que la pañoleta se interpuso en mi camino. Utilizando mis dientes
luché para quitársela, sus tetas eran imanes en mis manos. Imposible separarse
de ellas.
Ella emitió un leve gruñido que mi calentura tradujo
como una invitación a seguir por aquel
camino de perdición. El poco pudor que podía quedarme se desvaneció a la misma
velocidad que se endurecía mi rabo, asaltando el cuello, castigándolo sin
cesar. Hacía mucho calor mas su sudor era pura ambrosía para mí. Mi pene quería
salir pero de momento debía conformarse con frotarse con la fina tela que
separaba nuestros cuerpos al menos de
momento.
¿Han chupado alguna vez la oreja de una muchacha
así? ¿Han besado su lóbulo o han tirado de él con la única ayuda de los labios?
¿Han recorrido una y mil veces su pabellón auditivo dejándolo impoluto? ¿Lo han
hecho? Se lo recomiendo encarecidamente, es una experiencia que merecen la
pena, palabra. Solo después tendré en consideración su opinión acerca de mi
conducta aquella noche.
La chica seguía en brazos de Morfeo mientras yo le
hacía un traje de babas. Al terminar observé mi obra como un pintor admira su mejor
cuadro. Frágil e indefensa, con el torso desnudo y los ojos cerrados. Le aparté
con delicadeza el cabello del rostro, rozando levemente sus labios. Me supieron a frambuesas silvestres. En ese
instante me di cuenta realmente de lo joven que era. Podría haber sido
perfectamente ya no digo mi hija sino mi nieta. Parecía un ángel caído.
La que meses después sería la testigo protegido 168033
en aquel instante no era más que un juguete en mis manos. Era mi tesoro… y no
estaba dispuesto a que nadie me lo arrebatase.
-
Podría
estar incluso más bonita…
Realmente los harapos en los que se había convertido
la camiseta afeaba el conjunto así que decidí arrancársela. El bikini también
cedió aunque dado que estaba provisto de cierre delantero no fue necesario
destrozarlo. Acerté plenamente con la maniobra, la vista resucitaba a un muerto
si se me permite la macabra expresión. El vientre liso dejó a la vista un
diminuto y perfecto ombligo. Me acerqué para observarlo con detenimiento.
Sencillamente divino. Un poquito salidito, tal y como a mí me gustan. Ni qué
decir tiene que le apliqué el consiguiente tratamiento oral con el mismo
deleite para mis sentidos.
-
Menos
mal que no lleva un jodido pendiente. - pensé al sorberlo.
Odio los piercings, no puedo con ellos. Y eso que
llevaba la mocosa en la nariz no le quedaba mal del todo pero me parece una
costumbre asquerosa y antihigiénica. Sé que no viene a cuento pero ahí dejo mi proclama,
esta es mi versión de los hechos y escribo lo que me da la gana.
Incansablemente barnizaba la parte superior del
cuerpo de la muchacha utilizando mi lengua como improvisado pincel. Desde el
mencionado ombligo hasta las órbitas de los ojos, sin hacer ascos a cuello, nariz, senos y axilas. Estas me proporcionaron
una agradable sorpresa. Pese a estar lampiñas, la concentración de jugos en
ellas era sensiblemente mayor que en el resto del torso, así que me recreé en
babearlas de manera casi enfermiza. Mi única amante hasta aquel instante jamás
me había permitido tal maniobra, era tremendamente propensa a las cosquillas.
El reencuentro con los labios de la joven era
inevitable y se produjo en una de las múltiples idas y venidas. A uno cuando besa le gusta ser correspondido y
entablar una guerra de lenguas con la compañera de cama pero en aquellos
momentos no era cuestión de quejarse por la pasividad de la ninfa.
Confieso que fue divertido. Casi me vuelvo loco al
meterle la lengua poquito a poquito y mordisquearle el labio, tensándolo
ligeramente para luego soltarlo. Me llevé una ligera sorpresa a comprobar que
la chica llevaba ortodoncia. No me había dado cuenta del detalle, era mucho
mejor mirarle las tetas que los dientes. Calificaré la experiencia como algo
extraña pero tremendamente agradable. Fue la primera vez y la única en la que
yo me haya encontrado una situación semejante.
Curioso, deslicé mi lengua por todos y cada uno de
los pedacitos metálicos que acompañaban los dientes, tanto los inferiores como
los superiores. No pude evitar el recordar que mi propia nieta llevaba unos
similares. No sé por qué me acordé de mi nieta Laura, pero reconozco que así
fue. Después busque la lengua pero la
encontré moribunda y no me satisfizo demasiado.
En mi paladar se presentó una mezcla extraña de vino, tabaco y algo
tremendamente agrio que quise identificar como vómito. A mí me pareció el mismo
néctar de los dioses.
De repente la chica tosió y a punto estuvo de
morderme la lengua. Sin duda mis maniobras le habían atragantado.
-
Mejor
será que lo deje, no vaya a ser que se despierte y la caguemos. - dije en voz
alta.
En mi mente había otros sitios pendientes por
explorar y me dispuse a ello.
-
Menudos
pantaloncitos que me llevas, guarrilla. ¡Si se te ve medio culo! - dije
girándola ligeramente para deleitarme con su trasero.
Pero como soy de esos que se dejan lo mejor para el
final decidí no atacarlo por el momento y dedicarme a la parte inferior de su
cuerpo. Magreé a dos manos cada pierna por separado hasta que un dedito
juguetón acarició la ingle.
-
¡Qué
morena estás… incluso por aquí…! Tomas el sol desnuda... ¿Eh, guarrilla?
Ciertamente, los muslos fibrosos brillaban bajo la
luz de la lámpara. Los abrí de par en par y las feromonas femeninas entraron
por mi nariz a raudales. A duras penas resistí el impulso de meterle toda la
mano en el sexo. Me limité a besarle el coño por encima del pantalón. Si los
hombros estaban húmedos su entrepierna parecía el mar de China. Consciente o
inconsciente juro por la gloria de mi madre que aquella zorra lo estaba pasando
de miedo.
-
¡Uff!
Te lo voy a comer todo, bonita...
Me sentía sucio y quería hacer cosas sucias con
ella. No sé qué pensarán ustedes pero para mí no hay nada más sucio... que los
pies.
Las jodidas Convers atravesaron la habitación
estampándose contra el espejo del tocador. Después de un día entero de
desenfreno no pretendía que los piececitos
oliesen precisamente a flores, es más, deseaba que apestasen. Y por dios
que así era. Olían a muerto. Mi pene esputó líquidos pre-seminales al aspirar
profundamente su hedor. La punta de mi verga sobresalía del calzoncillo y el
líquido pintó una enorme mancha en mi camiseta.
Sobreexcitado y salido no me anduve por las ramas.
Me comí todo el pie derecho de un solo bocado, a punto estuvo de desencajárseme
la mandíbula. Sinceramente me importó una mierda. Las glándulas salivales
segregaron galones de néctar que brotaban de mi boca mientras mi lengua
jugueteaba con sus dedos. Después succioné uno a uno aquellos delicados apéndices,
desde el más grande al más chico, desde el más chico al más grande, una y mil
veces. Creo que llegué a quitarle el
pintauñas rosa de tanto ardor que le puse en el juego. Al jalarme el izquierdo
ya no pude aguantar la calentura, busqué el bikini por entre las sábanas y
enrollándolo alrededor de mi rabo comencé a masturbarme lentamente sin dejar de
babosear.
-
¡Siiiii...! – grité de placer al sentir el
roce de la prenda.
Me sacó del trance un zumbido que salía de la
entrepierna de la rubia. Tanto me sorprendió que eyaculé como un mandril en la
adornada telita en lugar de en su boca como era en verdad mi deseo.
-
Zrrrrrrr....
Zrrrrrrrr
No supe qué hacer.
Tras el zumbido, una música incalificable.
Febrilmente busqué su origen, metiendo la mano en un bolsillo. Recuerdo que el
pantalón era tan ajustado que tuve que tirar realmente fuerte de él para
sacarlo. Era uno de esos teléfonos modernos
que lleva todo el mundo ahora. Yo no los entiendo y soy ya muy viejo para
aprender según qué cosas.
Aterrado miré la jodida pantallita y apareció una
señora de muy buen ver con una agradable sonrisa y un letrerito bajo ella.
-
Mamá - leí en voz alta. - Ya sé a quién has
salido... parece tan puta como tú, princesita...
El chisme no se callaba. Bramaba y bramaba una y
otra vez. Intenté apagarlo pero en lugar de eso por lo visto los descolgué. Ya
he dicho que no soy un genio con estas cosas. De repente oí una voz estridente
que gritaba histérica:
-
¿Se puede saber dónde estás...?
Quizás dijo su nombre una o varias veces pero no lo
recuerdo. No dejaba de despotricar como una loca:
-
¡La primera vez que sales por ahí y nos haces
esto! ¡Ya verás cuando te pille tu padre! ¿Por qué no contestas? ¿Se puede
saber qué narices estás haciendo...?
Por lo visto después en el juicio debería haberme
callado, limitarme a apagar el dichoso aparatito o mandarlo directamente a
tomar por el culo pero calentura me impulsó a decir:
-
¡Abriendo las piernas, mami! - y estampé el
celular contra la pared.
Me quedé un instante viendo los pedacitos hechos
fosfatina, sonriendo por mi elocuencia. Todavía sostenía en mi mano el biquini
rebozado en esperma, se lo restregué por la cara a su dueña sin miramientos. Mi
simiente se convirtió por arte de magia en improvisada mascarilla facial.
-
Toma,
putita... te lo has ganado. – le dije al tiempo que le depositaba sobre los
labios la parte más grumosa de mi esencia.
A partir de entonces fui al grano, así que deslicé
mi mano por su vientre, adentrándome bajo el pantaloncito hasta llegar a lo
prohibido.
-
Uhmmmm.. ¡Qué ricura!
Cualquier adjetivo no haría justicia a lo que
aquella rubita tenía entre las piernas. Húmedo no, anegado diría yo que tenía
el chochito. Juro que el chapoteo se oía incluso muy por encima del estruendo
que esos niñatos entienden por música. Casi me vuelvo loco, más aún al
comprobar con el tacto la ausencia total de vello púbico identificando cada uno
de sus pliegues, cada uno de sus detalles: el clítoris, los labios, la entrada
al paraíso…
-
¿Te
tocas, princesa? – le pregunté sin esperar respuesta. – Seguro que sí…
Me la imaginé en la intimidad de su cuarto desnuda y
abierta, disfrutando de su cuerpo, quizás sobreexcitada por el miedo a ser
descubierta. Me dejaría matar por ver esa escena completa.
Mi dedito mágico se puso en acción, comenzando con
la prospección interna pero lo apretado del pantaloncito no hacía fácil la
tarea. Quería hacerlo con cuidado ya que
cabía la posibilidad de que, como después se confirmó durante el juicio,
todavía aquella zorrita fuese virgen. Tenía otra herramienta con la que
estrenarla y que sin duda nos daría mucho más placer a ambos.
-
Parezco
imbécil. Tengo que ver como entra…
Me costó dios y ayuda quitarle el vaquero, parecía
soldado a fuego a su piel. Tirando con tanta fuerza hasta arrastré el tanga con
él. Quedó la ninfa pues totalmente desnuda, inerme y disponible para que yo
hiciese con ella lo que me diera la gana. Tras abrirle todo lo que pude las
piernas me distancié un poco para observar el conjunto, no quería perderme
detalle.
-
Eres
lo más bonito del mundo, pequeña zorra. Todos los hombres quieren follarte y tú
lo sabes. Por eso te vistes así, como una guarra, para ponerles cachondos y se mueran por
clavártela… - le dije mientras acercaba mi cara a su sexo - Yo te daré lo tuyo, puta. Deberías estar en
casita, con mami y papi, en lugar de dar por el culo a la gente.
Bruscamente utilicé mis dedos para abrirle el conejito
de par en par relamiéndome de gusto tras entrar a degüello con la lengua. Dediqué
casi en exclusiva mis atenciones al clítoris. Sacando la lengua cuanto pude, froté
con ella su botoncito de placer lentamente, como si fuese una piruleta. Consciente o no, de los labios de la ninfa se
escapó un sensual suspiro al que siguió otro y otro más. Quise suponer que mis
atenciones estaban haciendo mella en su subconsciente y disfrutaba en su
onírico viaje de un calentón considerable. Repetí la lección varias veces,
siempre con el mismo resultado sonoro.
-
¿Qué
bien lo estamos pasando, eh? Ojalá mami
pudiera vernos...
Todavía sonreía por mi ocurrencia cuando sin
miramientos me lo bebí todo. Pero todo, todo. Nada dejé para el día siguiente
ya que no existía para mí. Todo mi universo se circunscribía a aquella
entrepierna y de lo que de ella brotaba tan generosamente
¿A qué sabía? A gloria bendita maridada con vino
barato y trazas de orina. Ni el enólogo de Vega Sicilia ha catado en su vida
mejor caldo. La ración fue generosa como el vino a granel, nada de minimalismo
ni chorradas de esas. El gilipollas del fiscal podría desgañitarse unos meses
después diciendo que el encuentro sexual había sido no consentido pero seguro
que no le preguntó la opinión a la vaginita sudorosa que tenía en mi cama. Abierta,
expectante, suplicando rabo por cada poro. Y rabo tuvo… se lo digo yo que se lo
ensarté hasta los huevos, destrozando el precinto de garantía virginal de la
muchacha.
Pero no quiero adelantar acontecimientos,
previsibles por otro lado, y seguiré contándoles lo sucedido la noche de autos.
Seguro que han visto la típica imagen de la cría de
cervatillo devorado por la leona… pues así traté yo al conejito de la rubia y
es que no hay hombre que pueda contenerse en semejante coyuntura. A cada roce,
a cada dentellada respondía él con una nueva descarga de lujuria, se comportó
como un campeón pese a su notoria inexperiencia. Eso me puso burro de nuevo… mi
polla pedía guerra. Había llegado el momento de iniciarla.
Me quité el calzoncillo, no quería cortapisas a la
hora de expresar mis poco castos sentimientos. Colocándome en posición de
ataque recuerdo que le dije:
-
Espero
que te duela… y mucho.
Agarrando mi hierro por la empuñadura, acaricié con
la punta el agujerito rosado. Iba a ciegas, pues por nada del mundo me hubiese
perdido la expresión de su cara al desvirgarla.
-
Ojalá
despiertes y te enteres de que es el viejo gruñón quien se te está cepillando…
Hice una primera intentona en la que el pene apenas
se introdujo un par de centímetros. Permanecí expectante. Ella no hizo nada, ni
la más mínima reacción. Reconozco que la indiferencia me enfureció lo que hizo
que arremetiese con toda la fuerza que mi desvencijado cuerpo pudo. Es del todo
irrelevante que lograse introducírsela toda a la segunda a la tercera o a la
enésima embestida, lo cierto es que la vaginita se adaptó a mi cipote como
hecha a medida demostrándome lo que ya sabía: que su dueña había nacido para
follar como una perra.
Si la noche había sido memorable hasta entonces, las
entrañas de la joven no hicieron más que mejorar la cosa. No vean qué manera de apretarme la polla tenía su
vagina, era puro fuego, parecía tener vida propia.
-
Si
follas así estando dormida… despierta tienes que ser una fiera… - le susurré al
oído deseando que me oyera.
Penetré todo lo que mi falo estuvo dispuesto a dar
de sí. El ritmo era pausado, gustándome, que ya no está uno para muchos
trotes. De vez en cuando la desacoplaba
completamente, alzando mi cuerpo y luego me dejaba caer como un peso muerto
permaneciendo después unos instantes con todo dentro, sintiendo las reacciones
de la chica. Su cara sería de póker pero su vulva era de lo más expresiva,
drenando fluidos por doquier y más aún cuando descargué mi arma en su
cartuchera. La muy jodida estaba
disfrutando, en lugar de sufrir el castigo como yo deseaba. Mordí su cuello con
furia, succionando después violentamente, como queriendo marcarla de forma
indeleble. Deseaba que, cuando se le pasara la borrachera tuviera al menos un
recuerdo de lo vivido en su primera noche. Los huevos soltaron un poquito más de mí en lo
más profundo del delicado abismo.
-
A
ver si hay suerte y te quedas preñada. Ojalá os preñaran a todas, así dejaríais
de dar por el culo toda la noche con
vuestras risitas, gritos y esa mierda que llamáis música…
Ya no soy un veinteañero, a uno le cuesta
recuperarse de un polvo así que imagínense de dos pero imaginar a la joven con
tripita me dio alas para sacar fuerzas de flaqueza así que volví a la carga con
más bríos hasta que mi pene no dio más de sí.
-
¿Eras
virgen, pequeña? - le dije al oído mientras intentaba recuperar el aliento. -
Ahora podrás contarles a tus amiguitas que ya no.
En cuanto me sobrepuse un poco observé con
detenimiento los restos del encuentro sexual. El tono rojizo del esperma que de
su vulva se escapaba confirmó mi sospecha. La
chica había dejado de ser doncella, no hacía falta pañuelo para
corroborarlo.
La gula sin duda es uno de mis pecados capitales,
sobre todo la gula sexual. No me duelen prendas reconocerlo así que, con dichos
antecedentes supongo que a nadie sorprenderé ya al decirle que fue un placer
deleitarme con esos despojos. Algún avispado me dirá que en la mezcla habría
parte de mi esperma pero les aseguro que ni por todo el oro del mundo hubiese
rechazado los restos del himen de una virgen.
Minutos más tarde su tesoro ya estaba limpio como la
patena, como si de nuevo se tratase, listo para volver a ser taladrado, pero
eso ya no me interesaba. En un momento indeterminado de mi trabajo de limpieza
uno de mis dedos acabó topándose con la entrada trasera. Circunvalé el ano
varias veces con mi dedo. Me pareció divertido penetrar a la vez con la lengua
su coño y con la falange su coño. Después de juguetear un rato ambos apéndices
se encontraron en mi boca, que se llenó del sabor característico.
-
Eres
un poco guarrilla, princesa. Tienes el culete sucio. Quizás te habrás hecho
cacas en algún portal como el mío. ¿Por eso entraste en mi patio? ¿Para hacer
cacas? ¿Pipí quizás? ¿Vomitar, tal vez? ¿Eres de las que se meten los dedos
para echar la pota y seguir bebiendo… eh?
Dije al tiempo que le daba la vuelta para
despacharme a gusto con su trasero.
-
El
viejo te enseñará a tocarte… pero por otro agujerito que a las golfas como tú
os gusta más….
Como no
quería sorpresas la inmovilicé de pies y manos utilizando los amarres de la
cama. Tenía suficiente experiencia para saber cómo hacerlo, cuidar a una
persona demente durante cinco años te la proporciona quieras o no. Como mordaza
utilicé su pañoleta, tampoco era cuestión de complicarse la vida. Tuve cuidado
de girarle la cabeza hacia un lado para que no se ahogase y, para que negarlo, poder
verle la cara en el caso de que despertase en medio de su tortura.
Mi pene estaba fuera de juego, necesitaba un
descanso y se lo di, bien merecido lo tenía. Tendría que buscarme otra cosa
para trabajarme aquel culito. Decidí actuar sobre la marcha, hasta entonces
hacer caso de mis impulsos me había proporcionado una noche mágica.
Me gustan los culos. Es la parte de la hembra que,
desde siempre, más ha levantado mis pasiones, altas o bajas. Me gusta verlos,
casi más que tocarlos, diría yo. Observar cómo se mueven, cómo suben y bajan,
cómo se contonean. A veces me he sorprendido a mí mismo mirándole el trasero incluso
a Laura, mi propia nieta.
-
Menuda
puta… - dije lleno de rabia sin saber muy bien a quién se lo decía, si a la
rubia o a mi nieta.
Y cacheteé el culo con algo más de fuerza.
-
Eso
es lo que sois todas… unas putas…
La virulencia de mis golpes fue creciendo
paulatinamente conforme los insultos salían de mi boca.
No llegó la sangre al río, que nadie se equivoque, solo
fueron unos ligeros cachetes que apenas ruborizaron los glúteos de la ninfa. Seré
un salido, un violador, un pervertido y lo que ustedes quieran pero no me gusta
pegar a las mujeres. Eso no. Chupar, sí. Pegar, no.
Violentos o no lo que sí tuvieron mis cachetes fueron
consecuencias. De repente noté cómo la joven hembra comenzaba a desperezarse.
-
Mierda.
Lo había pasado tan bien hasta entonces que no
quería que nada cambiase. Lentamente los ojos más azules que jamás he visto en
mi vida comenzaron a aparecer bajo los párpados. Se cruzaron con los míos. Al
principio estaba desconcertada, después poco a poco fue consciente de su
situación, ahí su expresión cambió. Le entró pánico. Recuerdo que intentó en
vano zafarse de sus ligaduras. También quiso gritar, y de hecho lo hizo, pero
el trapo que tenía en la boca atenuó sus gritos.
-
Buenas
noches, princesa. - le dije cálidamente.
Siguió forcejeando con las manos al tiempo que yo le
decía:
-
Tranquila…
lo estamos pasando… ¿Cómo lo decís vosotros?... de puta madre.
Continué acariciándole la espalda.
-
Tu
coño estaba muy estrecho…he gozado un montón al estrenarlo…
Noté que comenzaba a sollozar a moco tendido supongo
que al ser consciente de su situación.
-
¿Por
qué lloras? ¡Deberías reírte! – continué frotándole los glúteos con algo más de
vehemencia - ¡Sí, mi vida, sí! Reírte igual que lo hacíais tú y tus amiguitos
cuando salí ayer al balcón a suplicaros algo de silencio y respeto para una
buena mujer moribunda. En lugar de eso os mofasteis de nosotros, tirándome de
todo… piedras, vasos, botellas… “Vete a tomar por el culo, viejo”, me
decíais... "No nos cortes el rollo... lo estamos pasando de puta
madre..."
Mi mente no dejaba de volar recordando la escena de
la noche anterior. Probablemente aquella joven no había participado en mi
linchamiento verbal y físico pero en
aquel instante sinceramente me importaba una mierda. Ella era la que se había
colado en mi patio así que ella pagaría por todos. Me pareció justo… y lo me
sigue pareciendo, no busquen en mí ni un gramo de arrepentimiento pese a lo que
haya tenido que decir o hacer para librarme de la puñetera cárcel.
-
¡Y
hablando de culos y botellas!
Busqué la de la etiqueta verde, colocándosela junto
a la cara.
-
Eres
muy joven para beber estas cosas… ¿No te dice tu mami que es malo para tu
salud? ¿No? – sonreí maliciosamente a sabiendas de que ella podía verme – Te lo
demostraré.
Seguramente se olió algo cuando vio que le vertía
parte del líquido por el trasero. Intensificó su lucha contra las ligaduras de
forma tan vehemente como inútil.
Reconozco que desde lo más profundo de mi alma
deseaba que sintiera al menos una milésima parte del dolor que la anterior
ocupante de aquella cama había sufrido durante su convalecencia. Me tomé mi
tiempo para colocarme de rodillas sobre el colchón, entre sus piernas.
-
Por
cierto... llamó tu mamá... está un poco enfadada contigo por llegar tarde - le
comenté como si nada al tiempo que procedía a abrirle los cachetes - ¡Dios, qué
agujerito más divino tienes aquí detrás!
Mi lengua volvió a hacer de las suyas. Rompí mi
promesa de no volver a beber en la vida que había hecho al nacer mi hija e hice
de tripas corazón tragándome un chupito tras otro utilizando como vaso improvisado su
ojete.
-
Le dije que no se preocupase... que
simplemente estabas haciendo lo que más te gusta. ¡Follar!...
Aquella inesperada noticia pareció darle fuerzas así
que, sin parar de lloriquear, tensó los músculos como queriendo dificultar mi
tarea. Lejos de amilanarme proseguí con lo mío, introduciéndole la lengua en su
anito.
-
Me
pregunto si será tan flexible como tu coñito...
Consciente de que la bebida espirituosa era lo más
alejado a un buen lubricante vertí directamente en el agujero un buen lingotazo.
Debió escocerle porque recuerdo que rabiaba de dolor.
-
¡Vamos
allá!
"Secuestro, sodomía no consentida con objeto
contundente, violencia gratuita y ensañamiento"
fueron algunos de los calificativos del
fiscal al describir mi conducta hacia su persona. En efecto, no se pueden
utilizar menos palabras para describir lo que le hice con mayor precisión.
Tuve el acierto de no ponerle el tapón a la botella
así que presioné con fuerza hasta que logré introducir el dosificador y buena parte de la boca. Los chillidos pese a
la sordina de su boca eran cada vez más estridentes. La joven torturada apretaba
los puños con fuerza e inclusive daba cabezazos a la almohada intentando
inútilmente mitigar su dolor.
De improviso me percaté de que la sábana comenzaba a
humedecerse. Intuí lo que en realidad estaba pasando.
-
¡Pero
si te has hecho pipí...! ¡Qué cerda eres! ¿Ves cómo yo tenía razón y al final
has venido a mearte a mi casa? - Y haciendo el movimiento típico de tornillo
seguí enculándola y desenculándola (permítaseme
la expresión) con la botella de marras hasta que ella perdió de nuevo el
sentido.
¿Qué quieren que les diga? ¿Que me recreé en la
desgracia ajena? ¿Que fui cruel y despiadado con una chica indefensa?¿Que no se
merecía lo que le había hecho? ¿Que no fue justo lo que le pasó a la pobre?
Pues sí... ¡Qué cojones! ¡Sí, sí, sí y mil veces sí!
No fue justo... ¿Y qué? ¿Qué es justo? ¿Que la mujer con la que has estado
viviendo más de cuarenta años pierda la cabeza y ni siquiera se acuerde de ti?
¿Qué te insulte, te grite y te escupa y no reconozca ni a su propia hija? ¿Que,
pese a todo eso, intentes hacerle su enfermedad más agradable y la que a la
gente de tu alrededor se la sude? ¿Eso es
justo? ¿Eh?
Voy a contarles una verdad como un templo: la vida
es de todo menos justa. La vida es una mierda.
A partir de de ese momento las cosas no aparecen del
todo claras en mi mente. Y no es una treta jurídica ya que no ha lugar para
ello, ahora soy libre como un pajarillo. Recuerdo eso sí que una de las veces que le
arranqué la botella de las entrañas me bebí todo su contenido directamente, a
palo seco. También me viene a la mente que después intenté meterle el rabo por
el ojete pero que no tuve mucho éxito ya que mi pito no logró alcanzar la
dureza necesaria.
El abogado de la acusación particular explicó en el
juicio que la arrastré escaleras abajo, dejándola tirada a medio vestir junto
al contenedor de la basura justo cuando comenzaba a despuntar el alba. También
me acusó de haber miccionado sobre ella ya que se encontraron restos de mi
orina por todo su cuerpo. No lo sé, no
lo recuerdo pero si fue así... perdónenme que sea tan directo... me importa un
pito.
Sobre lo que pasó después poco hay que contar ya. Me
despertaron unos golpes en la puerta. No tenía ni idea de la hora que era,
después de mucho tiempo había logrado dormir a pierna suelta pese a que el
ruido de la calle volvía a ser considerable.
-
¡Qué
cojones…!
-
¡Policía...!
No me dio tiempo ni siquiera a reaccionar. De una
patada tiraron mi puerta y un número indeterminado de "perros" se
abalanzaron sobre mí, insultándome y pegándome sin piedad. Me rompieron dos
costillas y la nariz pero... ¿Qué quieren que les diga? Pues que en cierta forma
se lo agradezco.
Sí, se lo agradezco porque gracias a su
comportamiento tan comprensible como
poco profesional buena parte de las pruebas que encontraron contra mí en
mi casa fueron declaradas nulas durante el juicio. Al final la cosa se limitó a
poco más que su palabra contra la mía.
En efecto las pruebas de ginecológicas determinaron la naturaleza del esperma pero mi abogada alegó que el encuentro sexual
había sido consentido por ambas partes. En fin... por no aburrirles más lo que
les he comentado antes, al final de la corrida, nunca mejor dicho, cuatro años
y un día.
Mi estancia en la cárcel no fue excesivamente penosa
dadas las circunstancias. A los reos con delitos sexuales suelen hacerles la
vida imposible pero no fue mi caso. La edad y las canas han sido mi
salvoconducto en el trullo.
Ayer salí de la cárcel. No podía volver a mi casa
por no sé qué historia de una orden de alejamiento, así que la vendí. Por lo
visto aquella zorrita no vivía lejos de nuestra casa. No me dieron mucho, los
buitres del banco sabían que no podía pedir demasiado. En cuanto se me termine
la pasta me actuaré en consecuencia, ya nada me une a este mundo.
Bueno, después de esto les dejo. Espero que les haya
gustado mi historia. Me perdonarán pero tengo que coger un vuelo. No llevo
mucho equipaje y no tengo billete de vuelta. Dicen que segundas partes nunca
fueron buenas pero... no se fíen de lo que otro les cuente.
-"Última llamada para el vuelo con destino a Bangkok,
puerta de embarque número veinticuatro...".
Un saludo.
1 comentario:
Se transmiten muy bien las sensaciones del prota, que llega a ser desagradable tal y como se pretende. Muy bueno el trasfondo de la historia (la enfermedad de la mujer, el comportamiento incívico de los jóvenes…).
Me ha cortado un poco el rollo que ella sea tan joven, virgen, lleve aparatos, etc. pero son gustos personales, no achacables a la historia.
El impulso por parte de él es claro, sin embargo no se cumple la condición de que ella esté predispuesta, aunque se juegue con la imposibilidad de demostrarlo en el juicio.
Por último, me ha parecido demasiado casual que ella se despierte justo cuando él la ata y amordaza y no antes. Eso le resta algo de verosimilitud a los acontecimientos.
En definitiva, creo que el relato consigue transmitir mucho y eso es bueno. Lo he leído con cierto desprecio hacia el personaje al mismo tiempo que comprendía sus justificaciones, las cuales no le salvan del delito cometido. Pero da igual, porque a él eso no le importa…
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