—¡No
lo haré! —exclamó mi hermana— ¡No firmaré la autorización!
—Ruth,
parece que no comprendes. He sido requerido por el gobierno del planeta Leonis
M II. Mi hija no puede quedarse en la Tierra.
—¿Tu
hija? —preguntó con desprecio—. ¿Eso le has dicho a esta “cosa”? ¿Le has dicho
que es tu hija?
—Su
nombre es Deborah y siempre ha sabido que es un clon. Por favor, no la llames
“cosa”. Su origen es lo de menos, no puedo irme sin llevarla conmigo.
Ruth
se incorporó y cruzó los brazos por debajo de sus senos. Mi hermana ostentaba
el cargo de directora de inmigración en el Departamento De Administración
Terrestre; sin su permiso, mi hija no podría salir del planeta. Me miró a los
ojos con actitud desafiante; la vida presentaba para ella la oportunidad de
vengar el desprecio que yo le hiciera veintiún años atrás.
—Aclaremos,
Jonás —entonó con aire maquinal—. Deborah no solo es un clon. ¡Te atreviste a
mandar clonar a nuestra difunta madre! ¡La que se hace llamar “tu hija” es una
mala copia de la Deborah original!
—Fue
la última voluntad de mamá, lo sabes de sobra —respondí—. No podía desobedecerla
en esto después de haberle fallado en el tema sexual.
Durante
mi adolescencia, Ruth y nuestra madre quisieron tener sexo conmigo. Mi deber
como hijo y hermano era acceder, disfrutar y darles ese gusto. Los atávicos
tabúes de los siglos XX, XXI y XXII habían quedado en el pasado histórico, pero
yo temía perder o dañar el amor de familia que juntos compartíamos.
Alguna
vez estuve presente en orgías con ginoides y androides donde nuestra madre
demostraba su potencial amatorio, es obvio que me excitó verla actuar de
aquella manera y admiré sus habilidades. También llegué a compartir sesiones de
masturbación con mi hermana e intercambiábamos vídeos eróticos, pero nunca tuve
sexo con ellas. Mamá había muerto en un accidente de viaje a Ganímedes, Ruth no
podía olvidar que yo las hubiera rechazado.
—Nos
fallaste, no lo olvides —dijo con dolor—. Le fallaste a mamá y me fallaste a
mí. Te obsequiamos a la puta ginoide para que supieras lo que es el sexo, pero
no creímos que te encapricharías con ella. ¡Rechazaste a mamá y has sido el
único hombre que me ha rechazado a mí! ¿Alguna vez has follado con una humana?
—Su
nombre es Galatea —señalé conteniendo la ira—. Nunca terminaré de agradeceros
por el obsequio, pues ella alegró mi juventud. Respondiendo a tu pregunta, no.
A mis casi cuarenta años no he tenido sexo con ninguna mujer humana, aunque sí
he estado con varias ginoides, propiedad de amigos y compañeros de trabajo;
sexo social y nada más.
Mi
respuesta pareció tranquilizarla, al menos podía consolarse con el hecho de que
yo no hubiese tenido contacto sexual con otra mujer.
Galatea
había sido mi compañera, amiga y confidente. El sexo con ella era de excelente
calidad y me había dado la posibilidad de desahogar mis ansias sin enfrentarme
al dilema de copular con una humana después de haber rechazado a mis
familiares. Cuando falleció nuestra madre y cloné a Deborah, Galatea fue para
mí lo más cercano a una esposa. No estaba enamorado de ella, pero la amaba todo
lo que puede amarse a una amiga incondicional.
—Llévate
a tu ginoide, no tengo poder para detenerla —bufó Ruth—. En cuanto al clon de
nuestra madre, se queda en la Tierra. Si eres inteligente, procurarás venderla
a alguna casa de putas clónicas, no es fea y quizá no la maltraten demasiado.
Puede que incluso sobreviva dos o tres años antes de que alguien pague por
ahorcarla.
Enfurecí.
Los sistemas legales negaban la plenitud de derechos a los clones. Se les
consideraba esclavos cuyas vidas carecían de valor; el hecho de que yo
estuviera discutiendo con la directora de inmigración por un permiso para que
mi hija abandonara la Tierra era consecuencia de este defecto en nuestras
leyes; una ciudadana que gozara de plenitud de derechos no habría tenido ningún
problema para hacer el viaje.
—Estás
abusando de tu poder —dije procurando no mostrar mi coraje—. ¿Qué pasaría si
presentara una queja a Administración Planetaria?
—Hazlo
—sonrió burlona—. Ganaré puntos ante mis superiores, estoy negando un favor
personal a mi propio hermano, eso se ve muy bien en el expediente. Por mi
parte, lo he dicho todo, la criatura, el clon, la mala copia de nuestra madre
se queda en el planeta Tierra. Tú `puedes irte. Más aún, debes irte y dejarla
atrás.
Apreté
los puños con rabia. Ruth tenía todas las de ganar en un pleito legal y yo, un
simple programador sin cargo público, no disponía ni de los recursos ni del
respaldo legal para afrontar una querella.
Deborah,
que hasta entonces había estado callada, se incorporó para desafiar a su tía.
—¡Basta
ya! —exigió mi hija—. ¡Tía Ruth, es cierto que soy un clon, pero también soy
una persona! ¡Detesto que habléis de mí como si fuera un objeto o como si no
estuviera presente! ¡Acudimos a ti porque las leyes terrícolas no me conceden
ningún derecho, pero eso solo señala un vacío legal, no significa que yo valga
menos que tú o cualquier otra mujer! ¿Por qué te niegas a ayudarnos?
Mi
hermana la miró con odio. Abrió y cerró la mano derecha, como sopesando la
posibilidad de abofetear a mi hija. Ruth se alejó de Deborah meneando la
cabeza, quizá pensando que no valía la pena golpearla. Respiré aliviado al ver
que la agresión no pasaría de lo verbal.
—Veo
que tienes boca, incluso crees saber cómo usarla —señaló con desprecio—. Jonás,
a quien consideras “tu padre”, me hizo mucho daño. Cuando éramos adolescentes
cometió conmigo una bajeza imperdonable; yo deseaba follar con él y se atrevió
a rechazarme. Nuestra madre intentó convencerlo de que copulara conmigo e
incluso ella también quiso tener sexo con él. Nos rechazó a ambas. Me parece
incongruente que, tras este rechazo, haya querido clonar a mamá. ¡No eres digna
de ser la copia genética de Deborah!
Mi
hija conocía esta historia y le sorprendía volver a escucharla escucharla. Ruth
nunca quiso comprender que, al menos para mí, no era necesario haber follado
con nuestra madre para cumplir su última voluntad.
—¡Soy
digna de cada uno de mis genes y puedo probarlo en cualquier terreno! —aseguró
con una sonrisa—. ¡Arte! ¡Historia! ¡Cultura general! ¡Actividades de alto
riesgo! ¿Qué más quieres? ¡Apostaría lo que fuera a que soy capaz de superar
cualquier hito que la Deborah original no haya alcanzado!
Mi
hija era una copia exacta de mi madre. Las inflexiones de su voz en esos momentos
parecían ocultar una amenaza como las que solía insinuar su original genética,
incluso Ruth lo notó y me miró con desconcierto por breves segundos.
—No
dudo que estés bien educada, criatura —señaló mi hermana—. Hay algo que mamá
dominaba a la perfección y que tú no has mencionado. Omitiste el tema del sexo;
mi madre era una verdadera conocedora, tuvo innumerables y muy variadas
experiencias sexuales en orgías, tríos, intercambios, encuentros lésbicos y
bisexuales. Pero te tomaré la palabra y apostaré contigo. Te apuesto una
autorización por parte del Departamento De Administración Terrestre y medio
millón de créditos terrícolas a que no puedes alcanzar una proeza sexual que mi
madre no haya conseguido. Si fallas, te quedarás en la Tierra cuando Jonás se
marche, serás mi esclava, te alquilaré como puta en los burdeles más inmundos y
me divertiré viendo cómo te destruyen. En mis manos, no creo que dures viva ni
un mes.
—¡Acepto!
Ruth
asintió. Tecleó en su terminal y ordenó a su secretario que solicitara un robot
árbitro de apuestas de la División De Desafíos Y Controversias. Las dos mujeres
se miraron entre sí con desprecio, como si intentaran destruirse la una a la
otra, pero ninguna se atrevió a hacer el primer movimiento.
Nadie
dijo nada durante los minutos que tardó en presentarse el árbitro de apuestas.
Ellas guardaron el silencio de dos fieras que intentan imponer su supremacía,
yo permanecí callado porque no tenía opción.
El
robot llegó cuando la tensión me asfixiaba. Se trataba de una máquina de
aspecto utilitario, una cabeza, un tronco, dos brazos y dos piernas, todo
fabricado en metal bruñido que simulaba ser bronce. Ruth realizó las
presentaciones de rigor y el árbitro solicitó los detalles de la apuesta.
—Mañana
por la noche, mi oponente deberá demostrar que es capaz de conseguir una hazaña
sexual que nunca haya alcanzado mi madre —resumió mi hermana—. Pondré a
disposición del arbitraje copias de los diarios y vídeos personales de la
Deborah original, donde se detallan sus proezas en materia amatoria. Si mi
oponente triunfa, le concederé el permiso para emigrar al planeta Leonis M II
en compañía de mi hermano Jonás y le entregaré medio millón de créditos de mi
propia bolsa. Si es incapaz de cumplir la apuesta, ella se quedará en la
Tierra, será mi esclava y yo la someteré a la máxima degradación que ser
viviente haya conocido.
—Estoy
conforme con los términos —aceptó Deborah.
—Mis
señoras, solo falta definir la hora y el lugar —observó el robot con frialdad
mecánica.
—Mañana,
a la media noche, en mi casa —informó mi hermana en un tono que no admitía
réplica—. Mi oponente tendrá de las doce a las seis de la mañana para demostrar
de lo que es capaz.
—De
acuerdo con el tiempo y el lugar —sonrió mi hija—. Exijo que mi padre esté
presente en todo momento.
El
robot redactó los documentos pertinentes y los extendió a las mujeres.
—Firmad,
señoras, si estáis de acuerdo con la apuesta.
Después,
Ruth hizo un gesto señalándonos la puerta. Deborah y yo salimos de su oficina
sin despedirnos.
Me
asustaba lo que había sucedido, mi hermana no dudaría en cumplir sus amenazas
en caso de resultar vencedora.
—Deborah,
estás apostando tu futuro —señalé lo evidente cuando salimos a la calle.
—Lo
sé, papá.
—¿Por
qué lo has hecho? —pregunté angustiado—. ¿Por qué has desafiado a tu tía?
—Toma
en cuenta lo que hay en este mundo, papá —conminó—. Mira a nuestro alrededor,
medita sobre la Tierra, su historia y el estado en que se encuentra. Mira mi
situación, como ser inteligente que carece de derechos en el mismo planeta
donde fui concebida. Ruth estaba a punto de echarnos sin ofrecer nada, al menos
ahora tengo una posibilidad de luchar por salir de este mundo.
Ella
tenía razón. La Tierra estaba agotada, generaciones de devastación habían hecho
casi improductivo el suelo, la biodiversidad era un recuerdo de tiempos
mejores, la sobrepoblación hacía imposible que contáramos con servicios de
calidad y todo parecía estar hundiéndose.
La
oportunidad de vivir en el planeta Leonis M II, uno de los primeros mundos
humanos extrasolares, era un premio imposible de rechazar.
Mi
máximo temor lo representaba la falta de recorrido sexual de mi hija. Como toda
joven de veinte años, había tenido diversas experiencias con androides de
alquiler, incluso había probado el sexo con ginoides, pero sus vivencias no
podían compararse con las hazañas de mi madre. Una sola noche no sería
suficiente para compensar su situación.
—Mañana
tendrás que cumplir con el desafío —señalé—. ¿Ya tienes pensado lo que harás?
—Debo
encontrar algo que la Deborah original no haya hecho y superarlo —suspiró—. No
será sencillo.
—No
podré irme si tienes que quedarte en la Tierra.
—En
Leonis M II las personas son personas y todos tienen los mismos derechos. No
podemos cambiar este mundo, pero puedo luchar por vivir en un mundo mejor. —Me
recordó demasiado a mi madre—. Ha llegado una notificación del Departamento De
Vivienda, la Administración nos quitará la casa a fin de mes, si nos quedamos
en la Tierra, no tendremos un techo sobre nuestras cabezas.
Volvimos
a casa en medio de un silencio casi absoluto. Me sentía dolido y decepcionado;
no creí que mi hermana se atreviera a negarnos la autorización. Años antes,
Ruth se opuso a la clonación de Deborah y, cuando la niña me fue entregada, no
quiso conocerla. Estuvimos distanciados durante veinte años, mi hermana hizo su
vida y yo me dediqué a luchar por el bienestar de mi hija. No imaginé que el
rencor de Ruth fuera tan profundo.
Yo
odiaba la apuesta que ambas habían cruzado, estábamos jugando un juego muy
peligroso. Ruth era capaz de cumplir todas sus amenazas. En caso de perder, la
única alternativa viable para mi hija y para mí sería huir de la ciudad,
desaparecer rechazando la oportunidad de emigrar y hundirnos en la miseria más
absoluta. Aún así, las autoridades buscarían a Deborah para exigirle el pago de
la apuesta.
Al
llegar a casa, Galatea nos recibió entre las sonrisas e inflexiones de voz
tranquilizadoras que caracterizaban a toda ginoide. La quería como a una amiga,
nunca la veía como un ser artificial y siempre reconocía que ella representaba
para mí un apoyo firme e incondicional, pero no dejaba de ver su carencia de reacciones
humanas.
Durante
la cena, informamos a la ginoide sobre el curso que había tomado la reunión con
Ruth. No se pronunció en ese momento y entendí que querría hablar conmigo
después.
Al
terminar, Deborah se retiró a su habitación y Galatea la acompañó para charlar
en privado. Minutos después, la ginoide volvió a mi lado, se sentó sobre mis
muslos para hablar.
—Deberás
confiar en Deborah —sugirió en tono meloso—. No será la primera vez que se
plantee el hacer algo que su original genética no haya hecho. Sé que tu madre
es difícil de superar en materia sexual, pero debe intentarlo.
—Ha
apostado con Ruth —señalé—. Si pierde, le irá muy mal. Nos irá muy mal a todos.
—Ambas
son uy competitivas —sonrió—. Solo queda apoyar a Deborah. He llamado a un
androide sexual de la casa de placer. Tendrá que practicar con alguien, también
estoy dispuesta a ayudar.
Besé
a Galatea buscando el consuelo que siempre me brindaba. Mi hija estaba en su
habitación y era más que probable que no bajara en un rato, así que acaricié a
la ginoide por debajo de su túnica. Tomé sus senos entre mis manos y los amasé
para darle un suave masaje. Ella pasó una mano al costado y palpó mi erección
por sobre los pantalones.
Alguien
llamó a la puerta e interrumpió nuestro morreo. Galatea se incorporó y abrió
para recibir al androide enviado desde la casa de placer.
El
recién llegado se presentó como Adonis. Su aspecto era juvenil, pero no
descuidado. Me saludó con cortesía y acompañó a Galatea a la planta alta.
Estando
solo me serví un sucedáneo de whisky. Escuché gemidos, gritos placenteros e
impactos de carne contra carne.
No
era raro que Deborah contratara los servicios de algún androide mientras yo
estaba en casa. En otras ocasiones la escuchaba gritar por un orgasmo o gemir
de placer, pero nunca sentí la necesidad de asomarme a ver cómo follaba mi
hija.
Me
toqué la verga erecta por sobre el pantalón. Galatea me había dejado excitado y
podía escuchar a la ginoide gritar y correrse.
Los
sonidos del encuentro sexual se interrumpieron cuando consideré que era
apropiado hacerme una paja. Galatea bajó corriendo y llegó a mi lado.
—¡Jonás,
necesitamos de tu ayuda! —informó—. ¡Deborah no quiere tener sexo con el
androide!
Sentí
miedo por la apuesta. Si mi hija tenía reparos por follar con una máquina, le
sería imposible ejecutar cualquier otra práctica sexual que mi hermana le
impusiera.
Galatea
venía desnuda y radiante. De su coño escurrían flujos vaginales y semen, ambos
fluidos eran artificiales, pero la textura y aroma debían ser idénticos a los
modelos naturales.
—¿Solo
tú follaste?
—Sí
—sonrió mi compañera—. Lo hice con el androide un par de veces para que Deborah
se excitara. Según ella, le ha gustado vernos, pero desea que tú nos acompañes.
Recuerda que mañana, cuando Ruth la ponga a prueba, deberás estar presente.
Me
incorporé. Galatea me rodeó con sus brazos y nos besamos mientras yo acariciaba
su espalda para llevar mis manos a sus nalgas.
Sin
deshacer el beso, mi compañera fue desabotonando mi camisa, yo me deshice de
los zapatos y mis pantalones cayeron al suelo. Mi verga estaba en pie de
guerra.
Subimos
a la habitación de Deborah. Mi pequeña nos esperaba desnuda, acostada sobre la
cama con las piernas abiertas. Se masturbaba al lado del androide, quien se
meneaba una verga de dimensiones normales. Mi hija y yo nos miramos desnudos,
caí en la cuenta de que, a causa de mis reservas, era la primera vez que
contemplábamos nuestros cuerpos siendo conscientes de que éramos una mujer y un
hombre.
—Papá,
ayúdame —solicitó ella dejando de tocar su coño depilado.
Asentí
mientras me acercaba. Galatea se situó al lado del androide y lo besó en la
boca mientras él le acariciaba los senos. Mi hija se sentó y me acomodé a su
lado.
—Esto
tiene que suceder —señaló ella—. Nunca lo he hecho con un humano y tú no lo has
hecho con ninguna mujer. Sé que la abuela lo hizo con muchos hombres,
androides, mujeres y ginoides, pero por algo he de empezar.
Nos
abrazamos con afecto. Intenté no pensar en la desnudez de sus tetas hasta que
comprendí que debía atender todo su cuerpo. Nuestras bocas se fusionaron en un
poderoso beso mientras Galatea se acomodaba a horcajadas sobre el androide
invitado, le tomaba la verga y la dirigía a la entrada de su coño.
—Mirad
—ordenó mi compañera—. Voy a follármelo de nuevo, espero que os excite vernos.
Dejó
caer su cuerpo mientras se empalaba. En ese momento, una de las manos de mi
hija se apoderó de mi verga enhiesta e inició un suave masaje.
Besé
las mejillas, las orejas y el cuello de Deborah mientras acariciaba sus senos
por primera vez en la vida. Con el rastrojo de mi barba fui rozando su sensible
piel humana, percatándome de que había algo indefinible que la hacía distinta
de cuantas pieles artificiales yo hubiera besado. Lamí el contorno de sus tetas
mientras ella rodeaba mi cintura con sus muslos. Sentí sobre mi abdomen la
cálida humedad de su sexo y la escuché gemir.
—¡Fóllame,
papá! —exigió—. Quiero tenerte dentro!
—Aún
no —jadeé—. Primero quiero chuparte el coño.
Junto
a nosotros, Galatea montaba con energía al androide mientras él le amasaba las
tetas. Ambos eran seres artificiales, pero las reacciones de sus cuerpos estaban
diseñadas para emular todos los estímulos humanos. Estaban bien programados y
contaban con el debido mantenimiento técnico, el placer que se brindaban era
genuino.
Quería
mucho a Galatea, pero no podía sentirme celoso por su actitud. Entendía que,
siendo una máquina, lo que estaba haciendo era equivalente a practicar
cualquier actividad deportiva con otra máquina. Quizá me habría molestado ver
que ella sintiera un afecto especial por otro varón humano, para dejarme de
lado a mí.
Deborah
se tendió boca arriba y separó los muslos, invitándome a disfrutar con ella. Me
coloqué sobre su cuerpo para besar de forma alternada sus pechos. Me llevé su
pezón derecho a la boca y succioné con fuerza; estaba mamando unos senos
idénticos a los que me habían alimentado de pequeño.
—¡Te
amo, papá! —susurró mi hija—. ¡Baja a mi coño, por favor, baja a mi coño!
La
obedecería, pero primero jugaría un poco más con su cuerpo. Hasta entonces,
nunca habíamos compartido lecho y placeres. Yo contaba con Galatea para las
actividades sexuales y Deborah solía follar con androides y ginoides de
alquiler.
Acomodé
mi rostro entre los senos de mi hija mientras ella los tomaba con sus manos
para abofetearme con ellos. El aroma de sus feromonas encendidas intoxicaba mis
centros de placer.
Repté
hacia abajo, lamiendo el vientre de Deborah y encontré su ombligo. Ensalivé el
cráter para después aplicar la boca y succionar con fuerza; Deborah gritó y
arqueó la espalda. Sus aromas femeninos saturaban mis fosas nasales, entonces
sujeté sus nalgas y mantuve sus muslos separados. Contemplé su vagina, depilada
mediante tratamientos láser. Agaché la cabeza y besé su clítoris.
La
caricia fue evolucionando y pasó de un beso suave a una rápida secuencia de
succiones mientras dos de mis dedos hurgaban en la entrada de su coño. Mi hija
me tomó por las orejas y presionó mi rostro sobre su intimidad, invitándome a
seguir adelante. Los dedos que antes acariciaron el exterior, pronto
profundizaron en busca del ansiado “Punto G”. Encontré la zona erógena y
estimulé en rápidos movimientos para hacerla gritar.
Mientras
daba estimulación digital, encadené una secuencia de succiones sobre su nódulo
de placer hasta que su cuerpo volvió a arquearse. Mi hija se corrió entre
gemidos profundos y guturales. A nuestro lado, Galatea y el androide nos
observaban abrazados.
—¡Gracias,
papá! —articuló mi hija.
Me
tendí sobre su cuerpo, con la verga enhiesta deseando penetrarla. Nos besamos
en la boca con intensidad; en ese momento comprendí que las reacciones de las
ginoides podían emular los estímulos humanos, pero las reacciones de las
mujeres naturales eran, o estaban programadas según la bioquímica, más
intensas.
—¡Fóllame!
—exigió—. ¡Quiero sentirte, quiero saber lo que se siete llenarme con un
humano!
Me
abrazó con sus piernas. Esta vez no demoré más el encuentro. Dirigí mi miembro
a su coño para empujar despacio.
Poco
a poco, mi hombría ganó terreno en el interior del coño de la copia genética
exacta de mi madre. Su calor y humedad internos eran inmejorables. Las
opresiones voluntarias que me brindaba su coño eran una habilidad aprendida
durante los encuentros sexuales con androides expertos.
Cuando
mi glande topó con el fondo de su coño, ella levantó las `piernas para acomodar
sus talones en mis hombros; el ángulo de nuestros cuerpos permitiría unas
penetraciones profundas que no retrasamos más.
Nos
movimos con cadencia. Yo penetraba a fondo y ella provocaba que su vagina
oprimiera mi verga de maneras muy estudiadas. Ambos gritábamos de placer al
sentirnos unidos. A nuestro lado, Galatea acariciaba nuestros cuerpos mientras
el androide invitado nos observaba. En un momento dado, la ginoide se apoderó
de las tetas de Deborah y acompasó mis penetraciones con un masaje mamario que
provocó nuevos estertores en el cuerpo de mi hija.
Deborah
se corría mientras yo me esmeraba por darle verga hasta el fondo y mi compañera
artificial la estimulaba.
—¡Cambio
de postura! —sugirió Galatea.
Giramos
el cuerpo de mi hija para colocarla boca abajo, después, la ginoide hizo que
Deborah alzara la cadera, posicionándola en cuatro puntos sobre la cama. Tuve
una visión de sus orificios, puestos ante mí como inmerecida ofrenda.
Penetré
su coño despacio, la curvatura de mi verga provocaba que esta estimulara su
“Punto G” cuando avanzaba; ella devolvía la caricia con nuevas opresiones.
Galatea se humedeció dos dedos y hurgó el ano de Deborah.
—¡Nunca
lo he hecho por detrás! —exclamó mi hija.
—Si
vas a superar las pruebas que te imponga tu tía, será mejor que lo hagas esta
noche —respondió la ginoide—. Esta es una e las primeras cosas que querrá que
hagas.
Aferré
la cintura de mi hija mientras la penetraba. Cuando guardaba toda mi
herramienta en su interior, Galatea hacía girar sus dedos sobre el ano de
Deborah, en los momentos que me retiraba, mi compañera coordinaba mi movimiento
con penetraciones de sus dedos.
El
androide se posicionó de rodillas ante ella y le ofreció su erección. Deborah
abrió la boca sin reparos y recibió cuanto pudo de la herramienta artificial.
De haberse tratado de un ser humano, quizá me habría sentido cortado, al
tratarse de una máquina, no podía sino pensar en el placer que mi hija debía sentir
al ser el centro de las atenciones de todos.
Besé
a Galatea mientras follaba con Deborah.
—¡Así,
papá! —gritó ella—. ¡Lléname! ¡Llena con tu verga a tu hija, que es un clon de
tu madre! ¡Fóllame como debiste follar a tu propia madre!
Su
arenga me excitaba. Yo penetraba a fondo para retirarme de golpe mientras ella
chupaba la tranca del androide. Cuando volvía a guardar mi herramienta en su
coño empujaba su cuerpo hacia nuestro visitante, la polla artificial llegaba
hasta los límites naturales de la garganta de mi hija que, al gemir, parecía
ahogarse por la intrusión.
Deborah
volvió a correrse entre sacudidas que la hicieron abandonar la polla del
androide para dejar caer la cabeza y recibir en su coño las arremetidas de mi
ariete.
Me
desacoplé de mi hija y ella se tendió de lado sobre el colchón.
—¡Dame
duro, papá! —exigió—. ¡Te amo, pero esta noche no quiero mimos ni ternura!
¡Quiero emputecerme hasta olvidarlo todo!
Sin
girarse, elevó la pierna derecha mostrándome su intimidad, preparada para una
penetración lateral.
Monté
sobre su muslo izquierdo para restregar mis cojones contra su piel. Sujeté su
pierna en alto y empujé mi erección coño adentro.
Mi
hija arqueó la espalda y boqueó por lo forzado de la postura. Avancé despacio,
gozando de su calor interno. Sentí que la humedad de sus entrañas me daba la
bienvenida.
—Alguna
vez estuviste dentro de un coño idéntico al mío —jadeó—. Destroza a pollazos
este, Jonás, destrózame y lléname con tu leche.
Galatea
se posicionó en cuatro puntos, al lado de mi hija. El androide se acomodó tras
ella y separó sus nalgas para mirar sus orificios. Asentí con la cabeza y ambos
comenzamos a galopar, penetrando a nuestras hembras en profundas embestidas.
Las
gargantas femeninas proferían gritos de placer mientras hombre y máquina
parecíamos competir para ver quién follaba con más destreza.
Mi
glande llegaba al fondo del coño de mi pequeña, ella recibía mi verga con
opresiones vaginales y giraba la cadera para sentir la estimulación en
distintos puntos de su interior. Mis cojones se apoyaban y friccionaban sobre
la piel de su muslo, sus gemidos se volvían gritos y sus gritos se elevaban en
la escala hasta hacerse casi inaudibles.
A
nuestro lado, el androide penetraba a Galatea dando fe de la resistencia
artificial. La ginoide acunó su cabeza sobre los antebrazos y ofreció
resistencia a los embates del visitante mientras expresaba su placer con
prolongados gemidos.
—¡Me
corro! —gritó Deborah—. ¡Vamos, papá, córrete conmigo! ¡Córrete dentro de tu
hija! ¡Córrete dentro del clon de tu madre, como debiste correrte dentro de
ella!
La
escena que estábamos viviendo, el ver a Galatea empalada, tener mi verga dentro
de mi hija y las arengas de ella, me hicieron perder cuanta cordura.
Penetré
a fondo y sentí mi glande chocando con el útero de Deborah. Sentí que una
oleada de energía recorría mi columna vertebral cuando descargué intensas
ráfagas de simiente en el su interior.
El
androide eyaculó dentro de Galatea, quien compartió el orgasmo con movimientos
y gritos propios de ella. Me dejé caer al lado de Deborah, cerré los ojos unos
instantes para abrirlos después, al sentir que dos bocas lamían mis genitales.
Galatea y mi hija se apoderaron de mi verga y, mientras la ginoide succionaba
el glande, el clon de mi madre recorría el tronco con la lengua.
Adonis
se acomodó detrás de mi hija y la sujetó por el vientre. En un rápido
movimiento la cargó para incorporarse aferrándola por detrás, giró el cuerpo y
se dejó caer boca arriba sobre el colchón. Mi hija quedó montada a horcajadas,
dándole la espalda. Entendí las intenciones de nuestro invitado cuando Deborah
levantó las nalgas, separó las piernas al máximo y dirigió la verga artificial
a su coño anegado con mi lefa.
—¡Puta
madre! —gritó al empalarse.
Recostó
su cuerpo hasta quedar acostada sobre el androide y ambos ejecutaron una danza
copulatoria que consistía en profundas penetraciones, giros de cintura por
parte de ella y vaivén de cadera por parte de él.
—¡Folla
igual que tu madre! —sonrió Galatea montando sobre mí—. Tenías que haberla
catado antes.
—Es
mi primera hembra humana —señalé—. Suena paradójico; la primera mujer con la
que follo es mi hija y, al mismo tiempo, mi madre.
Mi
verga entró sin problemas en el coño de Galatea, lleno de la leche artificial
del androide. Mi compañera cabalgó con fuerza sobre mí mientras yo me apoderaba
de sus tetas para amasarlas a placer.
—¡Papá,
mírame follando! —gritó Deborah—. ¿Verdad que te calienta? ¿No te parezco tan
lujuriosa como tu madre?
No
quise responder a su última pregunta. Sí, podía ser tan lujuriosa como la
Deborah original, y podía tener el mismo potencial amatorio, pero era una chica
de veinte años, inexperta y recién iniciada en las artes del sexo. Nada de lo
que hiciera a esas alturas podía competir con el extenso recorrido sexual de mi
madre. La apuesta podía darse por perdida, la Administración Terrícola me
degradaría, nos expulsaría de la casa y terminaríamos nuestros días entre las
chabolas de New York, huyendo de la justicia.
—Lo
hará bien —aseguró Galatea intensificando su galope sobre mí—. Tiene el
espíritu de tu madre, no solo su ADN. Podrá con todo.
Como
corroborando las palabras de mi compañera, Deborah se corrió entre gritos de
placer. Galatea siguió su ejemplo y también gritó un orgasmo cuyo néctar empapó
mis cojones.
—¡Papá,
quiero que me encules! —solicitó mi hija desacoplándose de la verga del
androide.
Me
quedé acostado. Deborah se acomodó sobre mi cuerpo, con el rostro orientado
hacia mi entrepierna y dejando sus nalgas ante mí. laidea de lamer un coño
donde instantes antes había estado la polla de un androide me daba reparos,
pero Galatea entendió mis reparos y se situó en cuclillas, dejando mi cabeza
entre sus rodillas para sujetar el trasero de mi hija.
La
ginoide lamió la vagina de Deborah y recogió con su lengua parte de mi semen y
el flujo femenino. Después levantó la cabeza para escupir sobre el ano de mi
hija y lamerlo en excitantes rotaciones linguales.
Deborah
tomó mi erección y chupó el glande con intensidad. Succionaba produciendo
ruidos de placer mientras gemía por la caricia anal que le prodigaba mi
compañera. Adonis no quiso quedarse fuera del juego. Se situó detrás de Galatea
y penetró su coño con lentitud y maestría, la ginoide cerró los ojos y suspiró,
presa del deleite sintético que la colmaba.
Los
amantes artificiales iniciaron una cadencia de gemidos y chapoteos, mi hija
sintió desatendido su orificio, pero no protestó. Se incorporó dándome la
espalda y descendió. Acomodé mi erección entre sus nalgas y aproveché para dar
golpecitos con el glande sobre su ano humedecido.
—Sepárame
los cachetes, papá —solicitó en voz baja—. Es mi primera vez por el culo. Me he
metido algún vibrador de vez en cuando, pero tu verga es más grande que mis
juguetes.
Obedecí.
Abrí sus nalgas con mis manos mientras ella se apoderaba de mi estaca y la
dirigía a su orificio posterior. Adonis follaba con Galatea casi encima de mí.
Podía escuchar sus respiraciones artificiales y sentir el calor de sus cuerpos.
Mi compañera jadeaba de gusto y no tardó en reptar para poner sus tetas sobre
mi rostro.
Deborah
descendió despacio, con mis manos apoyé su movimiento mientras mi glande
cruzaba la primera barrera de su resistencia anal y se abría paso en sus
entrañas. Mi hija gritó cuando la mitad de mi hombría se internó en su culo,
estuve tentado de sugerirle que lo dejáramos o que fuese Adonis quien le
estrenara el ano, pero ella se dejó caer, decidida a no acobardarse.
Ambos
gritamos. Nuestros compañeros artificiales cesaron su follada unos instantes
para contemplar cómo mi verga se alojaba casi completa en el culo de mi hija.
—¿Te duele? —pregunté—. ¿Te encuentras bien?
—No
me duele, papá —respondió en un jadeo—. Me gusta como se siente, jamás había
estado tan llena por detrás.
—Cuando
tú digas, amor —concedí.
Mi
hija separó las piernas al máximo y se dejó caer hacia atrás. Galatea se retiró
de encima de mi cuerpo para dejar espacio y Deborah acomodó sus manos sobre mis
pectorales. Los androides se separaron y acudieron a mis pies para contemplar
el rostro de mi hija enculada por mí.
—¡Vamos,
papá, sodomízame! —exigió Deborah dando intensos movimientos de cadera.
Afirmé
los pies sobre el colchón para tener puntos de apoyo y correspondí a sus
vaivenes haciendo que mi verga se incrustara en su culo por completo para
retirar la mitad y reemprender el camino con más y más brío. Adonis se
masturbaba delante de mi hija y Galatea nos miraba con expresión de lujuria.
—¡Me
corro, papá! —gritó—. ¡No lo creí posible, pero me corro con tu verga en el
culo!
—¡Así,
nena, sigue moviéndote, yo tengo para mucho más!
El
nuevo orgasmo de mi hija hizo que sacudiera su cuerpo y presionara mi pene
dentro de su ano. Los brazos le fallaron y se dejó caer encima de mí. Sin
permitir que uniera los muslos, puse mis manos en su entrepierna para estimular
su clítoris. El placer de su corrida se multiplicó cuando introduje dos dedos
en su coño y sincronicé las penetraciones anales con entradas y salidas de mis
dedos en su intimidad.
—¡Adonis,
fóllame! —exigió mi hija retirando mis manos de su sexo.
Al
verla tan decidida sentí un escalofrío; recordé haber escuchado a mi madre
exigir algo similar a un par de amantes. Entendí que su tono imperativo venía
grabado a fuego en su código genético.
Detuvimos
la cópula unos instantes para reconfigurar la postura. Deborah encogió las
piernas y puso sus tobillos por detrás de mis muslos, manteniendo su sexo bien
expuesto. Adonis se colocó de rodillas, con mi muslo derecho entre sus piernas,
pero cuidando de no tocar mi piel con la suya. Aproximó su pene al coño de mi
hija y golpeteó los labios vaginales con su glande. Ella lo besó en la boca con
decisión y él la penetró despacio.
Sentí
el ingreso de la verga artificial a través del perineo de Deborah. Ella boqueó
en busca de aire y gimió complacida al notar las dos vergas en sus orificios.
El androide no se detuvo hasta que sus cojones toparon con el cuerpo de ella.
—¡Destrozadme!
—ordenó—. ¡Folladme sin piedad, hasta que no pueda tenerme en pie! ¡No paréis!
Obedecimos.
El androide retiró la mitad de su herramienta para introducirla de golpe en las
profundidades del coño de mi hija. Por inercia, el cuerpo de Deborah se hizo
hacia atrás y mi verga se clavó entera en su culo, aproveché para reafirmar mis
puntos de apoyo y embestirla.
Llegó
el momento en que nos coordinamos a la perfección. Cuando Adonis hacía chocar
su glande contra la matriz de Deborah, yo retiraba media verga. Cuando el
androide retrocedía, yo guardaba toda mi hombría en el culo de mi hija. Ella
gemía, agitaba la cabeza y retorcía el cuerpo recibiendo todo el placer que le
dábamos.
Mi
pequeña alcanzó el orgasmo con profundos gemidos. De su coño manaba un
manantial de flujo que empapó mis testículos. Adonis y yo nos miramos, hice una
seña y fue suficiente para que el androide eyaculara su carga de semen
artificial dentro del coño y yo disparara chorros de lefa humana en lo más
profundo del culo del clon de mi madre.
Nos
separamos, contentos por lo que había sucedido, pero, al menos yo, me sentí
preocupado por el futuro.
—Amor,
ha sido delicioso —reconocí—. Pero temo que esto no supera las proezas sexuales
de mi madre. En su vida se montó bastantes tríos y orgías. Dudo que podamos
convencer a Ruth con algo como lo que acabamos de hacer.
—Papá,
no te preocupes —sonrió más radiante que nunca—. Si confías en mí, creo que
podré resolver el tema de la apuesta. Pobre Ruth, no sabe con quién se ha
metido.
Asentí
deseando que mi hija tuviese razón.
El
día siguiente fue un martirio. Me sentía bastante preocupado. No pude desayunar
y solo conseguí comer, pasadas las cuatro de la tarde, a causa de las
exigencias de mi hija. Deborah, sin darme explicaciones de su comportamiento,
canturreó toda la mañana y parte de la tarde. Se notaba relajada y contenta,
como si esperara con ansias la media noche.
Salimos
a casa de mi hermana a eso de las diez e hicimos el trayecto casi en silencio.
Intenté tocar el tema de nuestro encuentro sexual anterior, pero ella me pidió
calma, y paciencia; nunca hasta entonces la había visto tan segura de sí misma
y temí que esa entereza fuera una máscara que ocultara la incertidumbre o el
derrotismo.
—¿Confías
en mí? —preguntó antes de entrar en casa de Ruth.
—Confío
en ti, amor —respondí—. No confío en tu tía, han sido muchos años de rencor y
distanciamiento.
—¡A
esa puta déjala en mis manos! —exclamó segura—. No sabe lo que le espera,
cuando acabe con ella… mejor no te anticipo nada.
Nunca
antes había visto a Deborah en una situación tan difícil. Sus reacciones eran
idénticas a las de mi madre. Por muchos vídeos de la Deborah original que
hubiese visto, el brillo de sus ojos, las inflexiones de su voz y la dureza de
su sonrisa de medio lado eran rasgos clonados, no impostados. Sentí temor, duda
y un punzante dolor por la perspectiva de perderla o hundirme con ella en un
mundo de degradación.
Llamamos
a la puerta y los sistemas automáticos nos flanquearon el acceso. Pasamos a la
estancia donde nos esperaba mi hermana.
Ruth
llevaba puesto un vestido corto y semitransparente, a través del cual se notaba
un diminuto tanga y sus tetas, libres de sujetador.
—Ha
llegado el robot árbitro —comentó sin saludar—. Pensé que os acobardaríais y me
dejaríais esperando.
—En
lo futuro, dirígete a mí cuando quieras hablar comigo —ordenó Deborah—. Detesto
que hables con mi padre sobre mi persona como si yo no estuviera presente. Es
como si no me consideraras un ser humano.
—Jonás
—se dirigió a mí—, esta es una putita muy valiente. O la has educado muy mal o
pretende asustarme. Debería ser más respetuosa con su futura ama y señora.
—Eso
está por verse, querida hermana —atajé sin amilanarme. .
Miré
de reojo al robot árbitro. La máquina me devolvió una ojeada inexpresiva desde
el fondo de sus celdas fotoeléctricas.
—¿Queréis
beber algo antes de empezar? —ofreció Ruth con sorna—. No veo motivo para no
ser civilizados esta noche. El futuro de esta criatura será lo bastante
desagradable como para negarle un último capricho.
—¡No
beberemos nada! —respondió mi hija con brusquedad—. ¡Serías capaz de drogarnos
para que yo no pudiera cumplir con la apuesta! ¡Si no tienes inconveniente,
quiero comenzar cuanto antes!
Sin
esperar respuesta, Deborah me señaló uno de los sofás y, con una seña, me
indicó que me sentara. Obedecí sin saber lo que vendría a continuación.
Ruth
y mi hija se miraron frente a frente, erguidas, desafiantes y sin aspecto de
querer conciliar nada.
—He
solicitado que me traigan un par de perros del zoológico para que folles con
ellos —silabeó mi hermana—. Mi madre no dejó constancia de haber fornicado con
animales, por lo que ese sería un buen desafío. Si permites que dos perros te
monten, te revienten el culo y se corran dentro de ti, estarás demostrando que
eres digna del ADN que posees.
—No
lo haré —sentenció mi hija.
El
universo entero pareció detenerse para mí. Ruth me miró estupefacta, como
queriendo preguntarme cuál era el juego de mi pequeña.
—¿Comprendes
lo que estás haciendo? —preguntó—. ¿Entiendes que te estás poniendo en mis
manos, maldita criatura de mierda?
Mi
hija se arrodilló ante su tía y agachó la cabeza hasta besar los dedos de los
pies de Ruth.
—Me
postro ante ti —murmuró—. Te pido que me des placer y que me permitas dártelo.
Después se hará lo que determine el árbitro.
Ruth
dejó escapa una carcajada. Su tensión de segundos antes se disipó y pareció
experimentar un regocijo triunfal.
—Se
hará como dices, criatura —respondió magnánima.
Mi
hermana me miró a los ojos mientras tomaba entre sus manos los bajos del
vestido para subirlo por su cuerpo. Se despojó de la prenda y me mostró su
desnudez, sólo interrumpida por el diminuto tanga. No pude evitar que mis ojos
se distrajeran en la generosidad de las tetas.
—Levántate
—ordenó—, quiero gozar de tu cuerpo ahora que aún no has sido destrozada por
los pervertidos que te esperan en algún lupanar de mala muerte.
Mi
hija obedeció y, dándome la espalda, imitó el movimiento de su tía. Al
deshacerse del breve vestido pudimos ver que solo llevaba un tanga debajo. Su
trasero quedó expuesto a mi mirada, pero me sentí más angustiado que nunca.
Tía
y sobrina se abrazaron. Por un instante imaginé lo que debió ser para Ruth
aquella época de sexo lésbico con nuestra madre. Cuando ambas restregaron sus
senos en lúdica caricia, supuse que mi hermana caía en la cuenta de que un
encuentro con mi hija sería muy parecido a revivir los placeres con la Deborah
original.
—Eres
idéntica a mamá —susurró Ruth instantes antes de besar la boca de mi hija.
Ambas
se abrazaron e hicieron que sus manos acariciaran las curvas de una y otra. Las
últimas palabras de mi hermana corroboraron mis sospechas.
A
todo esto, mi hija no mostraba señales de duda o temor. Correspondía a los
besos de su tía con afán y verdadero deseo. Los pezones de ambas estaban
enhiestos, sus respiraciones sonaban agitadas y los gemidos saturaban el
ambiente.
Sentí
piedad por Ruth y me avergoncé de mi actitud de años antes. Ella, una mujer
apasionada, que sabía brindar placer y deseaba recibirlo, había sido rechazada
por un tipo como yo. Me odié, me maldije y me habría dado un puñetazo en mi
propio rostro de cretino si mi hija no me hubiese hecho una seña.
“Desnúdate”, pareció indicarme con sus manos
mientras su tía mamaba uno de sus senos.
Obedecí,
más por inercia que por voluntad propia. Me sentía angustiado, pero mi cuerpo
opinaba diferente, o al menos así me lo indicó mi verga enhiesta, ansiosa por
entrar en acción.
Las
amantes pasaron al sofá. Conservaban los tangas, pero seguían besándose y
mamándoselas tetas una a la otra.
Quedaron
de rodillas sobre el asiento. Miré al robot árbitro, como buscando una
expresión de solidaridad que no encontré. Las hembras se besaron con lujuria.
Galatea tenía razón, Deborah se parecía demasiado a mamá y, con sus veinte años
bien desarrollados, guardaba un innegable parecido con su tía.
Mi
hija se inclinó para tomar las tetas de mi hermana y masajearlas mientras
distribuía besos sobre la sensible piel. Ruth vibró excitada. Los besos se
volvieron mordiscos y mamadas en los pezones.
—Con
cuidado —solicitó mi hermana—. Con cuidado, que no soy una ginoide a la que
puedas morder sin lastimar.
Por
toda respuesta, Deborah escupió varias veces sobre las tetas de su tía, para
después recuperar su propia saliva y lamer exagerando los sonidos de deglución.
La
chica giró a la mujer madura para acomodar los codos de esta sobre el respaldo
del sofá. Con esta acción me mostró el culo de su tía. Me guiñó un ojo y
propinó un sonoro azote en la nalga izquierda de Ruth. Quitó despacio el tanga
a su tía para masajear la zona recién castigada.
Mi
hermana meneó el trasero mientras mi hija se lo acariciaba. Le cerraba las
nalgas para después separarlas y mostrarme los orificios que, años antes
desprecié.
Me
sobé la verga mirando los labios vaginales de Ruth. Cuando niños y durante
nuestra adolescencia nos habíamos amado como hermanos. Yo disfruté de mil y un
momentos de felicidad junto a ella, todo sin connotaciones sexuales. Llegue a
pensar que, en caso de compartir un encuentro sexual, el amor que nos
profesábamos resultaría dañado. Dupliqué este error al rechazar a la Deborah
original y terminé lastimándolas a ambas.
Mi
hija tomó una mejor posición al lado de mi hermana. Tiró de la nalga izquierda
de su tía para mirar bien los orificios y escupió en la raja del culo. Recogió
su saliva con la lengua en reiterados viajes ascendentes desde los labios
vaginales de Ruth hasta el ano, donde se detenía para hacer girar su lengua y
picotear con esta sobre la entrada posterior.
Deborah
abandonó el cuerpo de su tía unos instantes para ponerse en pie. Sonrió al ver
mi erección y me mostró la lengua en gesto lascivo, como emulando la expresión del
placer que le produciría lamer mis genitales. Se arrodilló detrás del culo de
su tía y acomodó la boca a la altura del canal. Separó las nalgas de Ruth para
regalarle un húmedo y sonoro beso negro.
La
mujer madura se revolvió y golpeó el respaldo del sofá con los puños crispados.
—¡Así!
—gritó— ¡Joder, lo haces igual que ella! ¡Me comes el culo igual que mi madre!
¡No pares, maldita criatura de mierda!
Mi
hija lanzó un azote iracundo sobre la nalga derecha de su tía.
—¡A
callar, zorra! —gritó con la beligerancia que caracterizaba a mi madre—. ¡Si
vas a decirme algo, quiero que sea para que nos calentemos las dos! ¡Detesto
que me degrades!
Mi
hermana no respondió. Mi hija se dio a sí misma un par de azotes en el trasero
y volvió a la labor de lamer y lubricar el ano de su tía.
El
beso negro se prolongó varios minutos durante los cuales Ruth gritó y gimió
mientras la lengua de Deborah chasqueaba en su ano. Ambas se pusieron en pie
entre jadeos y volvieron a mirarse a la cara. Esta vez, sus expresiones estaban
cargadas de lujuria y sus miradas parecían desafiarse para definir quién podía
dar más placer.
Noté
que el coño de mi hermana estaba empapado en flujo vaginal y saliva, e imaginé
que mi hija debía sentirse igual de caliente. Yo me meneaba la verga con una
mano mientras me masajeaba los cojones con la otra. El robot árbitro miraba la
escena con la misma actitud impasible que pudiera mostrar cualquier mueble o
accesorio.
Volvieron
a besarse en la boca. Esta vez lo hicieron con más frenesí, con la ansiedad de
sentir que ente ellas nacía algo muy morboso.
Deborah
se arrodilló en el asiento del sofá y apoyó los codos en el respaldo, tal como
hiciera antes su tía. Mi hermana acarició las nalgas de mi hija, pareció dudar
si sería o no conveniente darle un azote, pero prefirió besar su trasero y
restregar las mejillas sobre la nívea piel.
Con
los dientes sujetó el hilo lateral del tanga y tiró hacia abajo para mostrarme
el culo de su sobrina.
Ruth
me miró desnudo, con las manos en los genitales y sonrió con gesto
entristecido. Sentí piedad por ella y me dolió su sufrimiento de todos estos
años. Dejándome de lado, volvió el rostro para lamer el culo de mi hija. Como
antes hiciera Deborah, Ruth se arrodilló sobre la alfombra para poner nariz,
boca y mentón entre las nalgas de mi pequeña y pasear su rostro en medio del
canal. En esta postura pude contemplar el trasero de mi hermana. Mi verga
endurecida pedía atenciones, pero no me animé a consolidar la paja.
Durante
un rato mantuvieron la postura, la sobrina ofrecía su culo a las caricias
orales de la tía. La joven se revolvía y gemía en estado de celo mientras la
madura le estimulaba y lubricaba ambos orificios.
Deborah
se retiró del respaldo y se dejó caer boca arriba en el sofá. Separó las
piernas y flexionó las rodillas mientras, con una mano, se sobaba el clítoris
en gesto de invitación.
—¡Eres
deliciosa, no imaginé que podría llegar a disfrutarte tanto! —exclamó mi
hermana entre jadeos.
—¡Chúpame
el coño, tía! —solicitó mi hija—. ¡Vamos, prueba mi flujo!
Era
la primera vez en toda la noche que no se intercambiaban insultos. Quizá
comenzaban a aceptarse o la lujuria conseguía difuminar el mutuo desprecio.
Lamenté que, hicieran lo que hicieran, el encuentro sexual no podría ser
superior a las experiencias de mi madre.
Me
aproximé despacio a las amantes para mirar lo que hacían. Mientras yo me
arrodillaba a prudente distancia, mi hermana se puso en cuatro a lo largo del
asiento y chupó el clítoris de mi hija. Deborah gritó por la caricia. Ruth se
envalentonó e inició una secuencia de viajes linguales que corría desde la
entrada vaginal de su sobrina, viajaba coño arriba y remataban en el clítoris
para prodigar varios lametones y succiones. En el descenso, la lengua de la
mujer más experimentada culebreaba sobre los labios vaginales para volver a
encontrar la entrada.
La
expresión de mi hija era de lujuria absoluta. Su cabello estaba empapado de
sudor, sus ojos me miraba sin ver y su garganta dejaba escapar jadeos y gemidos
mientras recibía un cunnilingus en toda regla.
Cuando
los gemidos de Deborah se volvieron más roncos, Ruth se acomodó para dar
ligeras palmadas sobre el clítoris de mi hija mientras lamía su orificio
vaginal, alternando la caricia con algunas penetraciones linguales en su ano.
Mi pequeña se amasaba las tetas y llevaba uno u otro pezón hasta sus labios
para mamarlo y sentir más placer.
El
primer orgasmo de la noche estalló en el cuerpo de mi hija quien, gritando,
expulsó gran cantidad de fluido desde el fondo de sus entrañas para empapar el
rostro de mi hermana. Ruth aprovechó la lubricación para empapar los dedos de
su zurda y penetrar con el índice el ano de su sobrina. Mi hermana meneaba todo
el cuerpo de adelante a atrás, como deseando ser penetrada. En ese momento no
pude contenerme más y me decidí a actuar.
Me
incorporé y corrí para situarme detrás del culo de Ruth. Acomodé mi verga entre
sus nalgas, orientando el glande hacia arriba, sin penetrarla, pero mojando mis
genitales con sus flujos y la saliva de Deborah. La tomé por la cintura y me
agaché para besarla en la boca. Mi hermana correspondió y la caricia se tornó
agresiva. Sus labios sabían al néctar femenino recién recolectado del coño del
clon de nuestra madre.
—Fui
un imbécil —reconocí—. Debí follar contigo cuando lo deseabas. Nunca he dejado
de amarte.
—Jonás,
eres un cabrón —sentenció ella—. Nunca he dejado de desearte. Me he tirado a
todo el Departamento De Administración Terrestre, a todos sus androides y a
todas sus ginoides, pero no deja de calentarme la fantasía de follar contigo…
¡Disfrútame, hermano! ¡Gózame y hazme gozar!
Contando
con su permiso, volví a enderezarme. Le di un par de azotes suaves, como
verificando hasta dónde me permitiría llegar. Al no recibir ninguna protesta,
amasé sus nalgas para resguardar mi verga entre ellas. Mi hermana movió la
cadera hacia atrás, como si ya hubiese sido penetrada, yo correspondí con un
avance y ambos nos enzarzamos en una danza que simulaba la cópula sin serlo.
Mis
testículos chocaban con su entrada vaginal y yo agachaba el cuerpo para
restregarlos y hacérselos notar, después me enderezaba refregando mi mástil por
toda su raja para, aprovechando la curvatura del miembro, sobar su ano y llevar
sus flujos íntimos de un lado al otro.
Mis
genitales se empaparon con los líquidos de Ruth, nuestro ritmo fue aumentando
en cada nuevo movimiento y ella gimió desesperada. El juego, aunque morboso, no
resultaba muy estimulante para mí, pero mi hermana estaba siendo sobada por
todo el exterior de su intimidad.
—¿Por
qué has dejado de lamerme el coño? —preguntó mi hija con voz seductora.
Ruth
detuvo sus movimientos para volver a llevar la boca a los genitales de su
sobrina. Aproveché la pausa para golpear las nalgas de mi hermana con el mástil
de mi verga. Cuando Deborah volvió a gemir, apunté el glande al orificio
vaginal de Ruth y avancé despacio.
—¡Fantástico!
—grité—. ¡Qué delicia de coño tienes, húmedo, caliente y con ganas de joder!
—¡Anda,
fóllame! —exigió— ¡Llégame al fondo! ¡Méteme toda tu polla y hazme chillar de
gusto!
El
robot árbitro nos miraba con fijeza. En algún lugar de su cerebro debía estar
registrándose el momento en que, por primera vez en mi vida, penetré a mi
hermana.
Mi
ariete avanzó despacio, abriendo los pliegues cálidos de Ruth. La amaba,
siempre la había amado. Aunque alguna vez, siendo adolescente, llegué a
pajearme pensando en ella o viendo sus vídeos de cuando follaba con androides
de alquiler, nunca me planteé la posibilidad de materializar un coito con ella.
Era una lástima que nuestra madre no pudiese presenciarlo, le habría encantado
ver realizado uno de sus más grandes anhelos.
Ruth
emitió un grito agudo cuando mi glande chocó contra su matriz. Apretó toda mi
tranca con las paredes de su coño. Deborah tomó a Ruth por las orejas y,
sujetándola con fuerza, la obligó a colocar la boca sobre su vagina. Mi hija me
miró a los ojos y sonrió, con el mismo gesto que empleaba mi madre cuando
ordenaba algo sin pronunciar palabra. Por mi parte, entendí lo que quería. Me
estaba pidiendo que follara a mi hermana con toda la intensidad posible.
Afirmando
las rodillas sobre el asiento del sofá, retrocedí para retirar un tercio de mi
hombría del coño de mi hermana y le devolví la carne sustraída con un empujón
violento. Ruth sintió la primera embestida y gritó con la boca sobre el coño de
mi hija.
El
primer envío de verga fue seguido de varios más. Con las manos aferradas a la
cintura de Ruth, penetraba a fondo para retirarme y volver a empujar. Me esmeré
dando profundas penetraciones que hacían chapotear mi hombría en sus entrañas
mientras se deslizaba hasta el fondo. Nuestros cuerpos se encontraban en
estallidos que resonaban en toda la estancia para retirarse entre gemidos y
lamentos de placer.
—¡Así,
Jonás, esto es follar! ¡No te detengas! ¡Por el coño de nuestra madre, no te
detengas!
—¡Por
el coño de nuestra madre que dejaré tu coño irreconocible! —respondí—. ¡Vamos,
muévete, cúmpleme ahora las promesas de placer que me hiciste hace años!
En
realidad, Ruth no necesitaba ninguna arenga. Movía todo su cuerpo de adelante a
atrás, llevando sus caderas al encuentro de las embestidas que yo le daba.
Estábamos tan bien sincronizados que supe enseguida hasta qué punto éramos
similares.
La
follada era brutal, mi hermana no podía concentrarse en lamer el coño de mi
hija. Se limitaba a mantener la boca abierta y la lengua de fuera para
aprovechar el vaivén de nuestra cópula y lamer la intimidad de su sobrina.
Mi
hija reptó debajo del cuerpo de mi hermana para acomodar sus tetas a la altura
del rostro de su tía. Yo detuve mis embestidas y Ruth, succionando la teta
derecha de Deborah, meneó las caderas en una danza destinada a empalarse a sí
misma y follar mi verga sin que yo me moviera.
Mi
glande topaba con el fondo de su coño, ella se retiraba para sacar parte de mi
verga y oprimía con sus músculos internos. Volvía a penetrase y se retiraba de
nuevo con más opresiones placenteras.
Reemprendí
el ataque embistiéndola con furia. Cada vez que la penetraba conseguía que su
cuerpo se elevara y separara las rodillas del asiento del sofá. Cuando
retrocedía, ambos gemíamos con la desesperación de querer seguir follando. No
resistí la tentación de humedecerme el índice de la mano derecha e introducirlo
en el ano de mi hermana mientras le daba un fuerte azote en la nalga izquierda
con la mano libre.
Continué
bombeando sin piedad hasta que sentí que todo su cuerpo temblaba. Mi hermana
emitió un gemido ronco, gutural y salvaje mientras yo la penetraba a fondo y la
llevaba a un orgasmo húmedo que la hizo vibrar de placer.
—¡Me
corro! —gritó ella—. ¡Me corro!
Sentí
cómo las paredes de su interior se contraían y aprisionaban mi verga para no
dejar escapar nada del deleite que le estaba dando. El flujo que surgió de su
vagina salpicó mis cojones y le corrió muslos abajo.
Cuando
Ruth dejó de temblar por el orgasmo retiré mi verga de su coño.
Me
agaché, tomé a Deborah por la cintura y deslicé su cuerpo debajo del de mi
hermana para colocar el coño de mi hija a la altura de los genitales de su tía.
Levanté las piernas de mi pequeña y llevé mi polla a su vagina, acomodé el
glande en su entrada para empujar y enviar dentro de su cuerpo la mitad de mi
hombría.
No
me engañaba, Ruth había disfrutado de la follada, ero eso no implicaba que
pudiese ablandarse, dejase pasar la apuesta y nos permitiera marchar al planeta
Leonis M II. Si corríamos el riesgo de ser degradados o separados a la fuerza,
yo tenía que darle a mi hija la mayor cantidad de placer que pudiera generar.
—¡Métemelo
todo, papá! —solicitó Deborah—. ¡Fóllame, que se entere mi tía de cuánto nos
amamos!
—Espera,
tengo otra idea —respondí.
Saqué
la verga del coño de mi hija para agacharme entre las nalgas de ambas. Tenía
los cuatro orificios a mi disposición y no quise perder la oportunidad de gozarlos.
Llevé
mi lengua al ano de Deborah y ascendí dando lametones profundos en medio de su
raja, llegué a su orificio vaginal para recoger los flujos de ambas mujeres y
seguir ascendiendo hasta el coño de mi hermana. Sorbí parte del néctar de su
reciente orgasmo y subí aún más, hasta el orificio anal que perforé con la
punta de mi lengua.
El
camino de descenso fue similar, me ayudé con la nariz que, saturada de los
aromas combinados, se internaba en cavidades para deleitarme y hacerlas vibrar
de deseo.
—Os
amo a las dos —confesé entre jadeos.
Deseaba
lo imposible, la paz entre mis dos mujeres amadas y la autorización para que
Deborah pudiese abandonar la Tierra en mi compañía.
Continué
con el barrido vertical, poniendo especial interés en las reacciones de las
hembras.
Fue
muy excitante notar que ellas mismas restregaban sus cuerpos, los senos de las
dos se friccionaban mientras sus Montes De Venus buscaban compartir calor,
humedad y excitación.
Me
arrodillé y, sujetando los tobillos de mi hija, volví a penetrarla despacio.
Esta vez llegué al fondo de su coño mientras su tía se retorcía sobre ella.
Mi
ritmo fue constante, vigoroso y entusiasta. Me producía mucho placer penetrar a
Deborah hasta el útero mientras Ruth frotaba sus tetas contra las de mi hija y
levantaba las nalgas para sentir en su carne el impacto de mi abdomen.
—¡Así,
papá! —arengó—. ¡Dame duro, quiero tu verga bien clavada en mí!
—¡Sí,
siénteme dentro! —grité—. ¡Goza lo que tengo para ti!
Bombeé
con desesperación, procurando que con cada embestida los cuerpos de los tres
sintieran el placer de estar juntos.
Deborah
apretaba y distendía las entrañas para acompañar mis penetraciones con fuertes
contracciones que nos daban placer a ambos. Mi hija se corrió entre gemidos y
chillidos que Ruth se apresuró a guardar dentro de su boca mediante un intenso
beso lésbico.
Sin
correrme, di un sonoro azote en el culo de mi hermana y ella se incorporó.
Temblando de ansias montó sobre el rostro de mi hija. Aproveché para juntar las
piernas de Deborah y esperé a que consolidaran la postura.
Ruth
le ofreció el coño a su sobrina, la joven se lanzó a lamer cuantos fluidos
escurrían de las entrañas de mi hermana. De este modo volví a guardar mi ariete
en la vagina de mi pequeña.
Viéndose
libre del peso de su tía en la zona pélvica, mi hija correspondió a las
embestidas que yo le daba. Nuestros cuerpos chocaban y nuestros genitales
lubricados chasqueaban y chapoteaban en medio de líquidos amatorios.
—¡Lo
mamas igual que mi madre, no pares! —exclamó mi hermana.
—¡Tu
coño me sabe a la verga de mi padre! ¡Cuando pruebes su lefa, te vas a hacer
adicta!
Su
charla me motivó a seguir penetrando a mi hija.
—¡Papá,
me corro de nuevo! —gritó—. ¡No pares, llévame al orgasmo!
—¡Siéntelo!
—respondí intentando elevar mi voz sobre sus alaridos—. ¡Tómalo, es tuyo!
Deborah
alcanzó el clímax bufando y gimiendo con la boca pegada al coño de Ruth.
Abandoné su vagina para ponerme en pie; deseaba la bebida que nos ofreció mi
hermana al llegar, pero temía romper el encanto del momento.
Miré
al robot árbitro y me encogí de hombros. Alguna vez había programado artefactos
similares, simples y utilitarios, sabía por experiencia que la máquina no
sacaría conclusiones o emitiría juicios al nivel de los androides o las
ginoides. Nuestro encuentro sexual quedaría registrado, pero sería para él un
dato tan irrelevante como la ficha técnica del sofá sobre el que habíamos
follado.
—Papá,
no te has corrido todavía —señaló mi hija y se arrodilló ante mí.
En
algún momento de mis reflexiones, Ruth se había separado de Deborah y se había
levantado. Ahora mi pequeña llevaba mi verga a su boca.
Deborah
lamió mi glande y lo succionó haciéndome gritar. Mi hermana se arrodilló al
lado de su sobrina y le arrebató el falo para mamarlo.
Ruth me miró a los ojos con fijeza. Abrió mucho la
boca, se introdujo la mitad de mi hombría y movió la cabeza de adelante a atrás
varias veces.
Las
dimensiones de mi tranca parecían imponerle un nuevo desafío que aceptó
gustosa. Cuando mi glande llegaba a su garganta, hacía gárgaras de saliva que
vibraban en mis puntos sensitivos para darme mucho placer. Al retirar parte del
miembro, succionaba con fuerza, como queriendo retener mi capullo. Deborah se
agachó para lamer mis cojones y recoger con su lengua la saliva que escurría de
mi tronco y la boca de su tía.
En
ocasiones, mi hermana dejaba de mamar para escupir sobre mi polla, restregarse
el rostro y el cuello con el tronco y volver a chupar.
—¡Quiero
que te corras! —declaró—. ¡Quiero probar tu leche y disfrutarla!
Se
llevó mi glande a su garganta y succionó con fuerza. Ejecutó movimientos de
lengua, hizo gárgaras y lamió.
Me
sentía muy excitado. Las opresiones, succiones, juegos linguales y demás
estimulaciones me estaban llevando a la locura.
—¡Me
corro en tu boca, Ruth! —grité—. ¡Mírame a los ojos mientras eyaculo!
Ella
llevó mi glande a su garganta y succionó con intensidad. Me dejé verter
derramando mi simiente en su cálida cavidad. Conforme eyaculaba, noté que Ruth
iba sacándose mi miembro hasta tener solo el glande entre sus labios.
Me
enseñó la lengua llena de semen, abrió y cerró la boca para formar hilillos y
espuma. Escupió parte de la corrida sobre mi polla para restregarla por su
rostro. Mi hija quiso su porción y la obtuvo al besar a su tía.
Luego,
Deborah se acomodó ante mi verga para mamarla también. Ruth la abrazó por
detrás y besó su cuello, se inclinó un poco, escupió semen y saliva sobre las
tetas de mi pequeña y embadurnó la mezcla de fluidos desde los costados hasta
los pezones.
Me
acomodé sobre el sofá, apoyando la espalda en el respaldo y dejando la espalda
baja fuera del asiento, con los pies pisando la alfombra. Mi verga erecta
esperaba impaciente.
Ruth
ganó la postura. Montó sobre mí y tomó mi miembro para golpearse el clítoris
unas cuantas veces mientras me miraba con expresión de lujuria.
—Te
vas a enterar, cabrón —sentenció—. Te voy a mostrar lo que te perdiste.
—Menos
palabras y más acción —exigí—. Vamos, llénate de la verga de tu hermano.
No
necesitó más. Separando las piernas acomodó mi glande entre los pliegues de su
coño. Con un grito triunfal, mi hermana se dejó caer para guardar mi hombría en
su intimidad.
Sincronizamos
el coito. Ella ejecutaba movimientos de cadera que hacían bailar sus tetas
mientras yo sacudía la pelvis de arriba abajo para penetrarla con firmeza. Nos
miramos a los ojos y Ruth se dejó caer para estrechar un abrazo filial.
—¡Me
estáis excluyendo! —gritó mi hija momentos antes de acomodarse detrás de su tía
y darle un fuerte azote en el culo.
El
coño de mi hermana se apretó alrededor de mi polla y gritamos al unísono. Mi
hija atrapó mis cojones con una mano y acompañó mis movimientos de penetración
con un profundo masaje mientras, con los dedos de la otra mano, hurgaba en el
ano de su tía.
—¡Tienes
que recibir la verga de mi padre por el culo! —sugirió—. ¡Su manera de
sodomizar es mucho mejor que la de los androides que has probado!
Ruth
gimió sin control y arqueó la espalda. Mi hija coordinaba sus juegos anales con
las penetraciones que yo ejercía. Mi hermana apretó los puños y gritó en un
largo alarido de placer cuando el orgasmo la recorrió entera. Mientras Ruth se
corría con mi verga tocando su útero, mi hija presionó mis cojones con algo de
rudeza y me miró a los ojos. Entendí lo que quería y no dudé.
Tomé
a Ruth por la cintura y la retuve mientras eyaculaba en su interior. La ocasión
me pareció memorable; el de mi hermana era el segundo coño natural que llenaba
de semen. Deborah besó a Ruth en la boca mientras yo terminaba de descargar.
Mi
hermana deshizo la postura, se dejó caer de lado y suspiró juntando las piernas
mientras mi semen escurría desde su coño.
Deborah
acudió a su encuentro, acarició sus cabellos y la besó en la boca con
intensidad. Después se tendió sobre el cuerpo de su tía para formar un sesenta
y nueve. Contemplé el acoplamiento mientras me masajeaba la erección empapada
de fluidos. Mi hija alzó el rostro de entre los muslos de su tía y me miró, con
una seña me indicó el siguiente paso. Imaginé que ella pensaba que, al
otorgarle mi confianza me ponía a su disposición. Acudí encantado.
Me
arrodillé detrás de las nalgas de Deborah y Ruth sonrió desde debajo de mis
cojones. El rostro de mi hermana estaba empapado de flujos vaginales y su
expresión de lujuria me demostraba lo mucho que estaba gozando.
Golpeé
las nalgas de Deborah con mi mástil y luego restregué el glande por el rostro
de Ruth. Mi hermana gritó por algo que mi hija hacía con sus genitales y
aproveché la oportunidad para embestirle la boca con mi ariete y dárselo a
mamar unos momentos.
—¡Fóllame,
papá! —solicitó—. ¡Méteme tu verga, quiero sentirla de nuevo!
Ruth
succionó cuando sintió que mi carne
masculina abandonaba su boca y retuvo el glande unos segundos entre sus labios.
Rió cuando conseguí liberar mi verga de la felación. Sonreí, pues su risa me
pareció una buena señal.
Mi
hermana tomó mi verga entre sus manos y llevó mi glande al orificio vaginal de
mi hija. Empujé muy despacio, gozando con el calor que las entrañas de Deborah
me proporcionaban. Ella y yo gemimos cuando, tras el avance, mi glande llegó a
su útero.
—¡Fóllala,
Jonás! —exigió Ruth—. ¡Dale duro a esta criatura, que desea verga!
El
coño de Deborah chapoteaba mientras yo me esmeraba por enviar mi mástil a lo
más profundo de su gruta amatoria. Mi hija gemía y clavaba las uñas sin piedad
en los muslos de su tía. Ruth escupía sobre mis cojones o mantenía la boca
abierta sin importarle embarrarse el rostro de saliva y flujos de Deborah.
Mi
hija sabía oprimir los músculos vaginales. Cerraba y abría para ofrecer
resistencia a mis penetraciones y gozarlas más. Gritó, sacudiendo la cabeza y
entendí que era el momento de su orgasmo. No quise Dejarla sola en el placer y,
penetrándola hasta el fondo, eyaculé intensas ráfagas de semen dentro de ella.
Cuando
terminamos de corrernos, saqué la verga del coño de mi hija y la clavé en la
boca de mi hermana.
—Papá,
tienes que encular a mi tía —indicó Deborah retirando mi verga de su coño—
Quiero ver cómo la sodomizas.
Mi
hija se incorporó para acomodarse sobre la alfombra. Separó las piernas y apoyó
los pies en el asiento del sofá. Levantó las caderas y comenzó a deslizar las
manos sobre su coño para recolectar la mezcla sexual que le escurría desde
dentro.
Ruth
se acomodó al lado del clon de nuestra madre. Se inclinó para quedar de
rodillas, con el hombro derecho en el suelo para apoyar la parte superior de su
cuerpo.
—¡Anda,
hermano, encúlame! —exclamó dándose un sonoro azote en la nalga izquierda.
Ellas
habían tenido juegos anales previos, así que el culo de mi hermana estaba
lubricado. Acomodé el glande sobre su entrada anal y empujé un poco. El
orificio ofreció cierta resistencia y me detuve. Ruth suspiró complacida y
procuró relajarse para permitirme avanzar. Segundos después envió las caderas
hacia atrás para recibir una pulgada más de hombría en su trasero.
Avancé
otro poco y ella correspondió con algo más. Ambos nos detuvimos cuando toda mi
verga estuvo dentro de su culo. Grité cuando oprimió su ano un par de veces
alrededor del mástil.
—Jonás,
esto es delicioso —reconoció—. Espera un poco para que me acostumbre. Después,
encúlame sin piedad.
Mi
hija nos miraba con ojos entornados. No había cambiado de postura. Con sus
manos recogía semen y flujo vaginal y llevaba la mezcla a su boca para lamerla
de sus dedos.
—¡Ahora!
—gritó Ruth y ambos iniciamos el galope.
Mi
hermana apoyó la frente sobre la alfombra y extendió los brazos a sus costados.
Cerró los puños y chilló extasiada por las penetraciones que, con vigor,
enviaban mi erección al interior de su ano en repetidos viajes.
Yo
sudaba y alzaba la cabeza, buscando sincronizar mi respiración con nuestros
movimientos mientras escuchaba el rítmico impacto de las nalgas de Ruth contra
mi abdomen. Mi hija me miraba con la misma expresión lasciva que, años antes,
viera en el rostro de mi madre cuando me propuso tener sexo con ella.
—¡Jodes
de locura, papá, reviéntale el culo a mi tía! —gritó Deborah.
Me
parecía excitante que mi hija nos observara y me jaleara. Al mismo tiempo, me
remordía un poco la consciencia; podía tener una excusa más o menos plausible
para no haber follado con mi hija, pero nada nos impedía haber compartido
alguna sesión grupal con androides y ginoides. Era imperdonable que no lo
hubiéramos hecho antes, me preocupaba que, después del trío con Ruth, mi
hermana recuperara lo que ella consideraba "cordura" e intentara
separarnos. Yo no lo permitiría.
El
dolor de estos pensamientos me llenó de una euforia animal. El cuerpo de mi
hermana se agitaba a causa de la follada que estábamos dándonos, pero la ira
por la posible destrucción del futuro de mi hija me embargó. Sincronicé mis
penetraciones con sonoros azotes sobre sus nalgas; enviaba mi hombría a lo más
profundo de su culo para extraerla casi por completo, golpear y volver a
penetrarla sin contemplaciones. La estaba castigando por lo que ella pretendía
hacerle a mi hija.
—¡Cómo
me pone, Jonás, sigue así, me corro! —gritó Ruth en arenga entrecortada.
El
orgasmo de mi hermana fue salvaje. Profirió un grito desgarrador mientras
levantaba las nalgas y agachaba el resto de su cuerpo para frotar sus tetas
contra la alfombra. Apretó mi verga, como queriendo exprimirla. Penetré a fondo
y, dándole un par de azotes más, eyaculé dentro de su culo para irrigarle los
intestinos con mi simiente.
Cerré
los ojos mientras vertía mi semilla y disfrutaba de los apretones anales que
Ruth daba a mi verga. Al mirar abajo, vi a mi hija arrodillada junto a la
cabeza de su tía. Deborah hacía gestos con la boca, al parecer había estado
jugando con mi semen y su flujo vaginal, combinándolo con su saliva.
Mi
hija acarició la cabeza de su tía y se agachó para besarla en la frente. Ruth,
con mi verga aún dentro de su culo, sonrió a su sobrina como si nunca hubiesen
tenido rencillas.
Deborah
besó a mi hermana en la boca y, sin darle tiempo a nada, escupió la mezcla de
fluidos sexuales para obligarla a tragarlo todo. Sujetó a Ruth por la nuca con
una mano, con la otra le tapó la nariz hasta asegurarse del resultado. En seguida,
sin darnos tiempo a nada, cruzó con una bofetada el rostro de Ruth.
Mi
hermana, por acto reflejo, apretó el esfínter comprimiendo mi erección; noté
que mi semen recién eyaculado ya escurría entre sus labios vaginales.
—¡He
ganado la apuesta, puta inmunda!
Ruth
tosió un par de veces y pareció aclarar sus ideas. Con esfuerzo, volvió a la
realidad de lo que estaba sucediendo.
—¡Te
declaraste vencida desde el principio, criatura!
—¡Me
puse a tus pies, que no es lo mismo! —señaló mi hija levantándose—. El robot
árbitro ha visto todo, él podrá decírtelo.
—La
joven tiene razón, mi señora informó el robot—. No reconoció una rendición, se
puso a los pies de usted y solicitó sexo.
—He
ganado la apuesta sentenció Deborah—. Gané desde anoche al ser la primera
hembra humana con quien ha follado mi padre. El mayor logro es que he
conseguido que tu hermano follara contigo. ¡Mírate, de rodillas, con el culo
lleno de la leche y la verga de Jonás! ¡Lo he conseguido yo, lo he
desencadenado yo! ¡Son proezas sexuales que tu madre nunca consiguió! ¡He
ganado yo!
—Mi
señora, la joven Deborah tiene razón vocalizó el robot—. Todo lo que dice entra
en los lineamientos de vuestra apuesta; ha ganado en buena lid y usted deberá
cumplir.
Inhalé
aire. Me sentí aliviado al comprender las maquinaciones de mi hija, mi nueva
amante, copia genética de mi madre.
6 comentarios:
Perteneciente al Escuadrón De Comentaristas Voluntarios (por doctorbp, el junior del Escuadrón)
Tengo sensaciones enfrentadas.
Los primeros compases me han costado. La recreación de un mundo futurista tan distinto a lo que es habitual me ha descolocado, pero en seguida he entrado en la trama. Esa conversación inicial entre los hermanos que no se hablan desde hace años, con la madre clonada de ambos como eje central del distanciamiento en un segundo plano, ganando terreno en la historia poco a poco hasta convertirse en el centro principal de la apuesta, ha sido de lo mejor.
Sin embargo, solo ha transcurrido un ¿10%? del relato cuando empieza el sexo. Y más sexo. Y solo sexo. Es que estaba deseando que pararan de follar para saber más del trasfondo de la historia, una idea cojonuda que se ha desaprovechado únicamente como excusa para narrar dos escenas de sexo prácticamente gratuitas terriblemente largas. Bien narradas, pero repletas de excesivos detalles, bajo mi punto de vista.
La supuesta sorpresa final no es tal. Se intuye desde el principio que la apuesta puede acabar de forma similar a cómo lo hace. Además, nuevamente, aunque se intuye el futuro de los personajes, uno se queda con las ganas de leerlo. Sin embargo, nada más acabar la duradera narración sexual, coitus interruptus. En definitiva, que me ha gustado mucho más el breve trasfondo de la historia, que las narraciones sexuales.
Me ha gustado el personaje de Deborah. Una mujer fría por el rencor de lo ocurrido en el pasado que acaba sucumbiendo (demasiado fácil bajo mi punto de vista, pero que doy por bueno debido al mundo que el autor ha querido reflejar) ante la persona que odia debido a los recuerdos de su difunta y querida madre. ¡Joder, si es que esto era muy bueno!
En lo técnico el relato está muy bien. Algún error puntual que achaco a posibles descuidos puesto que de estos hay unos cuantos por falta de alguna que otra revisión más.
Cuando he dicho Deborah, quería decir Ruth.
Miembro del Escuadrón de Comentaristas Voluntarios
Lo mejor: La puesta en escena de los personajes, la ambientación y como has conseguido en muy pocas líneas meter al lector en el mundo que has creado. Introducir la historia desde un dialogo es muy difícil y, para mi gusto, está excelentemente conseguido.
Lo peor: Algunas acotaciones innecesarias que ralentizan la lectura, la repetición de ideas en varios párrafos al principio que descolocan un poco y lo excesivo largo de la narración sexual.
Este relato tiene mucho mérito pues ha conseguido que yo me lea un relato de ciencia ficción con sexo y tenga la sensación de haber leído algo bueno. Ese aire a lo “Orphan black” que emana en todo tiempo me ha atrapado.
Con la parte sexual, tengo sentimientos encontrados. Por un lado, el autor o autora sabe narrar muy bien el acto sexual (algo que es muy difícil y que no todos saben hacer), pero por otro se me ha hecho muy pesado. No sé, si porque el personaje masculino no se me ha hecho atractivo o porque ha sido todo muy lineal.
También puede ayudar mucho, que a mí no me gustan que los personajes hablen durante el acto sexual (Hay que estar a lo que se está) y aquí en este relato no paran de hacerlo. Hay lectores que esta circunstancia les encanta y esto puede motivarles mucho.
Otro punto fuerte del relato es lo bien que está formalmente (algún error por despiste y poco más).
Un párrafo que me ha encantado por todo lo que encierra:
“Nunca antes había visto a Deborah en una situación tan difícil. Sus reacciones eran idénticas a las de mi madre. Por muchos vídeos de la Deborah original que hubiese visto, el brillo de sus ojos, las inflexiones de su voz y la dureza de su sonrisa de medio lado eran rasgos clonados, no impostados. Sentí temor, duda y un punzante dolor por la perspectiva de perderla o hundirme con ella en un mundo de degradación.”
En fin un relato que merece formar parte del ejercicio.
La gran mayoría de personas en este planeta son o envidiosas o
celosas. Resulta raro que en el relato se vea como algo tan natural.
Entiendo que representa una epoca en la que se han eliminado los
prejuicios y la monogamía, pero debería haber alguna aclaración
rápida ya que la gran mayoría considera esto imposible (Y no por
voluntad, si no porque en su mayoría va en contra de la naturaleza
humana, la cual es por extensión, egoista)
No se siente lo que dice Jonas. Habla de angustia y de odio pero sus
dialogos carecen de esas emociones, como si hablase con
tranquilidad.
Al leer y avanzar por la historía, veo que el problema puede estar
en los incisos dentro de los dialogos. ¿Falta ''expresar'' mejor las
acciones y reacciones expresivas de los personajes? Lo que dice
sentir no concuerda con como hablan.
Me resulta dificil no solo imaginarme a los personajes, sino como se
expresan, que gestos o manias tienen de hacer...
Hago enfasis en la falta de sentimiento en los dialogos, no
''siento'' el dialogo.
''—¡Te amo, papá! —susurró mi hija—. ¡Baja a mi coño, por favor,
baja a mi coño!'' De nuevo no me concuerda. Las exclamaciones (Al
menos para mí) expresan tonos elevados al hablar, a veces
agresividad o nervio. Este dialogo es (para mí) como un ''te susurro
que estoy gritando''
''—¡Me corro! —gritó Deborah—. ¡Vamos, papá, córrete conmigo!
¡Córrete dentro de tu hija! ¡Córrete dentro del clon de tu madre,
como debiste correrte dentro de ella!'' Aquí debo señalar algo
importante y es que esto puede gustar a personas con gustos filiales
o con androides, pero puede cortar mucho el libido leer cosas tan
rebuscadas. A mí no me llega a poner a tono, pero también es cierto
que no es mi tipo de filial.
Ruth parece tener ''asco'' por Deborah, pero luego de comenzar a tener sexo con ella deja de mostrar sentimiento alguno, y lo unico que me transmite algo negativo son los dialogos, pero no los incisos.
Sigo sin sentir lo que leo cuando Jonas confiesa a su hermana que fue un imbecil.
El final es predecible, pensé en que le diría algo tipo: La mayor hazaña es lo que no consiguió mi madre, tener sexo con Jonas...
Ultimo tres errores en los ultimos tres dialogos. Los incisos se mezclan con los dialogos ya que no hay guión que los separe.
El relato me ha dejado frio, pero es una mezcla de que nunca me ha gustado el filial padre-hija, también la falta de sentimiento en los incisos, que no cuadran con los dialogos.
Zorrito
1er error: ''Le sorprendía volver a escucharla ESCUCHARLA''
2o error: ''-Ambas son UY competitivas''
3er error: '' ¡Quiero sentirte, quiero saber lo que se SIETE
llenarme con un humano!''
''Los sonidos del encuentro sexual se interrumpieron cuando
consideré que era apropiado hacerme una paja. Galatea bajó corriendo
y llegó a mi lado.'' La verdad es que no se que impresión sacar en
estos parrafos, ni para bien ni para mal, pero me resulta confuso el
modo de expresarse del autor/a.
''—¡Jonás, necesitamos de tu ayuda! —informó—. ¡Deborah no quiere
tener sexo con el androide!'' Considero que aquí falla el inciso, no
transmite la forma en que Galatea habla o se comunica. ¿Lo hace
gritando? ¿Nerviosa?¿Excitada?¿Esta enfadada?¿Molesta¿Dolida?
Zorrito
Un relato muy satisfactorio a mi parecer, como fan de la ciencia ficción aprecie mucho las veladas referencias que contiene el relato (androides de placer como en Blade Runner e Inteligencia Artificial, clones luchando por sus derechos como en El mundo de Kripton, un planeta arruinado como en El mundo del sol rojo o Cuentos de las tierras Baldías) y una narración que apuesta por el sexo morbo total como en alguna ocasión Vieri32 mencionó respecto a un relato hace años... Obviando algunas leves fallas en la redacción, naturales a cualquier relato, me pareció una magnifica narración, muy disfrutable.
Respecto a quien será el autor... No se, apostaría parte de mi bolsa de canicas a que es el propio Vieri, pero no tengo la seguridad... De cualquier modo, un aplauso de pie al autor, saludos.
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