Avancé
a toda velocidad con el balón soldado a mi bota derecha. Era mi gran virtud
junto a la de llevar una media de casi un gol y medio por partido. Solo me
quedaba una rival para encarar la portería. Hice amago de quebrar por la
izquierda y cuando tenía desequilibrada a la defensa, cambié el balón de pie y
con una sutil vaselina de la zurda, elevé la bola por encima de su cabeza
haciéndole un sombrero. La sorteé por la derecha y recuperé el balón al otro
lado. Cuando arrancaba el sprint final, sentí que algo enganchaba mi tobillo.
Caí de bruces sobre la hierba.
Me
levanté como un misil mientras a lo lejos escuchaba el pitido del árbitro
marcando la falta como penalti. Me fui directa a esa desgraciada, se iba a
enterar de quién era yo.
Sentí
unos brazos rodeándome por el pecho y una voz que enseguida reconocí como la de
Julia:
—Quieta,
torito –susurró en mi oído la designada por el entrenador para refrenar mis
arrebatos. Sí, junto a mis virtudes futbolísticas, también tenía el dudoso honor
de ser la más amonestada del campeonato nacional de fútbol femenino, pero diez
años jugando contra chicos dejaban huella.
—¡Suéltame,
Ángela, que me la como!
—¡Que
te tranquilices Leo! –dijo mientras me arrastraba lejos del conflicto.
Por
fin, tras el arrebato inicial, me calmé lo suficiente para dirigirme al punto
de penalti donde coloqué el balón. Recorrí varios metros hacia atrás y antes de
chutar, hice mi acostumbrado ritual. Solté la goma de mis gafas y las limpié
con el bajo de la camiseta antes de volvérmelas a poner, un tironcito de mi
trenza y ya estaba lista. El corazón martilleaba con fuerza en mi pecho y
sentía el sudor cayendo por el centro de mi espalda, cuando comencé a correr a
toda velocidad.
—¡Goool!
–gritaron los doscientos aficionados que había en el estadio.
“Ya
van quince en once partidos. Lástima de los dos que me pasé expulsada”, me dije
mientras mis compañeras me abrazaban y me palmeaban el culo.
Con
la mochila al hombro, me dirigí a la puerta del polideportivo donde me esperaba
mi amiga Teresa.
—¿Heladería
o pastelería? –preguntó ella.
—Helado,
me apetece una bola de mango.
Teresa
sonrió. Sabía que le saldría gratis. Había vuelto a ver una tarjeta amarilla y
con ello perdía la apuesta de todos los sábados por la mañana.
Caminamos
hasta una placita en la cual había dos docenas de mesas a la sombra y nos
sentamos a disfrutar de nuestros helados.
Tesa
y yo éramos como uña y carne desde primero de la secundaria, incluso repetimos
juntas el último curso y en aquel momento, lo volvíamos a hacer en segundo de
bachillerato. Era mi aficionada más fiel y siempre venía como espectadora a
todos los partidos que jugaba.
Desde
el primer día les dio a todos por meterse con su cara llena de granos y yo, que
había sentido el rechazo por jugar al fútbol, me dediqué a defenderla de todos
los que la insultaban.
Con
doce años estaba curtida en mil batallas. Llevaba seis recibiendo insultos de
los niños que jugaban contra mí: chicote, enana, gafotas y lindezas del estilo.
Aquello podía ser hasta cierto punto comprensible, pero lo peor era cuando
algún padre de las criaturas me quería pegar por haber ridiculizado a su hijo.
Una vez dejé sentado en el suelo al mismo defensa en tres jugadas consecutivas
y las tres acabaron en gol. Pues a su papi no le tuvo que sentar muy bien,
porque me tiró una lata de cerveza mientras me gritaba fuera de sí, que me
fuera a jugar con muñecas. La esquivé por poco y no tuve más remedio que
lanzársela de regreso pero con mejor puntería que él. Cuatro puntos en la
frente si no recordaba mal.
—¿Has
hecho el trabajo de geografía? –pregunté tras un lametón a mi cucurucho.
—Anda,
acércate, que te has puesto los morros finos. Eres una cochina comiendo helado.
–Agarró una servilleta de papel y me limpió los labios y el mentón—. Lo haré
mañana, más o menos lo tengo mirado.
—A
mí me ha quedado to guapo. ¿Nos
apostamos unos cubatas?
—Pero qué dices, flipá, si no has pasado del cuatro en toda la evaluación –dijo Tesa
concentrándose en su propio helado.
—Pues
así lo tendrás más fácil, me podrás dar una patada en el culo –dije guardándome
para mí que la nueva portera de mi equipo estudiaba geografía en la universidad
y me había ayudado con el trabajo. Iba a ganar esa apuesta con la gorra.
En
el equipo, todas sabían que estaba repitiendo y que si no sacaba el
bachillerato habría problemas en mi casa. En dos años que llevaba jugando con
ellas, no es que hubiese hecho mucha amistad, todas tenían más años que yo,
pero el entrenador les había insistido en que me ayudaran con los estudios,
para algo era la estrella. Mi hermano y representante pensaba que una carrera
tan breve como la de futbolista, ganando quince mil al año, no era un futuro
muy estable y eso que era la mejor pagada. La mayoría de mis colegas lo tenían
que compatibilizar con otros trabajos: camareras, mensajeras, enfermeras, una
profesora de instituto e incluso una abogada.
—¿Vamos
a salir esta noche? –preguntó Tesa.
—Claro,
pero si cuando llego a tu casa no estás lista, pagarás tú el taxi de vuelta.
Ella tenía carnet pero no coche y yo pasaba de sacar mi Golf un sábado por la
noche. Era de segunda mano y tenía ocho años pero lo quería un montón.
—¡Dios!,
¿contigo hay que ir apostando constantemente?
—No
te quejes, que empezaste tú.
En
el cuarto curso, yo aún no había llegado al metro sesenta y jamás lo haría.
Teresa era una larguirucha sin tetas y con la cara llena de granos. Hartas de
que los chicos y las chicas de clase pasaran de nosotras y de que me tuviera
que pegar con todos para que no se metieran con ella, mi amiga se apostó que
lograría que contaran siempre con las dos.
Tuve
que llevar su mochila y la mía durante todo el curso. Tesa comenzó a ser el
putón del instituto, pero ya no nos dejaron nunca más de lado, siempre puso
como condición que si ella iba, yo también debía ir.
Así
comenzó nuestra afición por las apuestas y con el tiempo se había convertido en
una especie de ritual. Apostábamos por todo: las notas, los partidos, mis
expulsiones, incluso sobre el tono amarillo del profesor de matemáticas. Yo
aposté mi skate a que era cirrosis, ella su bici a que hepatitis.
-*-
Otra
apuesta perdida. Desde que llamé a su timbre hasta que bajó, no pasaron más de
dos minutos. Hala, a pagar el taxi.
Tesa
estaba espectacular, como siempre desde hacía un año. Aquella niña sin tetas se
operó al cumplir los dieciocho y los granos de su cara se fueron gracias al Roacutane.
Ahora era de esas chicas que se los llevaba de calle, pero solo le interesaban
para pasar el rato. Según ella, ningún novio iba a fastidiar nuestra amistad.
—Tía, pero si casi se te ve el felpudo –dije
mirando la cintura de sus vaqueros donde se podía intuir el pubis.
—Qué
va, si lo llevo afeitado. ¿Se me ve la hucha? –preguntó dándose la vuelta.
—No,
pesada, pero te podías haber cortado con los tacones. –No le llegaba ni a la
barbilla.
—Si
tú supieras andar con diez, yo podría al menos ponerme cinco centímetros.
—Sé
andar con los centímetros que sean, pero te he dicho mil veces que el
entrenador no me deja llevar tacones. –Comenzamos a andar hacia la parada de
metro mientras ella me examinaba de pies a cabeza.
—No
te has pintado.
—No
–respondí sabiendo lo que venía a continuación.
—No
te has puesto las lentillas.
—No,
ya sabes que me pican los ojos y no, no me he puesto la falda de peto, ni me he
soltado la trenza, ni me he puesto pendientes.
—Eres
un caso perdido.
—Te
dejo los tíos todos para ti.
—Vamos,
que tú también tienes tu público. Luego buscas uno cañón y apostamos a ver si
te lo ligas.
—¡Que
no, que yo siempre la cago! El último gilipollas me sonrió y me dijo que era
una niña muy mona, ¿niña?, casi le pego una patada en los huevos.
—Tranqui,
torito, que eso le puede pasar a cualquiera, aunque cuando te pellizcó la
mejilla y se piró, casi me meo encima de la risa.
—¡Cabrona!
-*-
—Mira,
ya he visto un objetivo.
—¿Cuál?
–pregunté mirando en la dirección en la que ella miraba.
—El
rapero, el de la gorra negra. Te apuesto un cubata a que me lo tiro.
—¿Cuál?
–volví a preguntar forzando la vista entre la oscuridad de la disco.
—Joder,
Leo, ponte las gafas que no ves un pijo.
—Que
se me empañan los cristales y además has sido tú la que me ha insistido en que
me las quite. ¡Aclárate, coño!, ¿no querías que pescara?
—Cari,
pero si tú estás monísima siempre. Con las gafitas tienes un punto intelectual
y eso también tiene su público.
—Eh,
paso de ligar y paso de apostar –dije comenzando a estar un poco harta del
mismo rollo todos los sábados.
—Venga,
no te cabrees. Yo lo intento en esta y tú en la siguiente disco que está un
poco más iluminada, no quiero que te vayas a abrir la cabeza con un escalón.
—Joder,
por un perro que maté…
—Nena, pero si acabaste despanzurrada en medio
de la pista.
—Coño,
porque aquel escalón estaba puesto a traición.
—Anda,
ponte las gafas y podrás ver al pibón que me va a comer el chocho. –Se puso
detrás de mí y me rodeó la cintura con sus brazos mientras no paraba de bailar
y hablarme al oído—. Me voy a tirar al rapero y me tomaré un cubata a tu salud.
Me
giré y la miré fijamente. Una idea acababa de pasar por mi cabeza.
—¿Qué
tal si doblamos la apuesta?
—Pero,
nena, si te voy a ganar.
—Si
logras que el rapero te coma el chocho, ponerlo a mil y luego dejarlo con un
palmo de narices, te pago dos cubatas.
—¿Hacerle
la púa?
—Exacto
–confirmé, segura de que había mordido el anzuelo.
—¡Hecho!,
espero que te fíes de mi palabra.
—Ni
en sueños, chavalita. Te metes en los baños en la última cabina y no pongas el
pestillo.
—Vamos,
no me jodas, ¿te vas a meter a mirar?, ¿no te querrás montar un trío? Está
bueno pero no es para tanto y tú no me pones nada.
—Que
no, gilipollas. Yo asomo la cabeza y veo que tal va, me disculpo y me piro.
Tesa
me miró como si no supiera si iba en serio o en broma.
—Trato
hecho, pero serán los cubatas de todo un mes o si no nada. –Me dio un piquito
en los labios para sellar la apuesta y, tras darme una palmada en el culo, se
marchó hacia su presa.
“Ese
tiene pinta de espabilado, me da a mí que no lo va a lograr”, me dije
observando al tipo de pantalones anchos y gorra del revés.
Por
fin vi a mi amiga marcharse de la pista principal tirando de la mano del rapero
hacia los baños. Me sorprendió que antes apuntase en mi dirección, pero no le
di importancia.
—Hola,
eres Leo, ¿no? –Otro de los raperos, más bajito que el primero, se había
interpuesto en mi campo de visión—. Me llamo Toni.
—Me
alegro, felicita a tu madre de mi parte por haberte puesto un nombre tan
original –respondí sin ni siquiera mirarlo.
—Joder,
tía, eres un poco borde.
—Pues
es lo que hay, chaval.
Él
se quedó un rato mirándome y posiblemente pensando alguna salida digna pero me
derrumbó con su pregunta:
—¿Te
apetece follar?
—Vale,
pero con una condición. Mientras lo hacemos me tienes que dejar que te retuerza
las pelotas hasta que aúlles de dolor.
—Vale,
tía, con haber dicho que no era suficiente.
Me
fui hacia los baños sin despedirme del tal Toni. No me interesaba lo más mínimo
lo que me pudiera contar.
Comencé
a empujar a las que esperaban para entrar. Si guardaba cola me perdería el
tema.
—Dejadme
pasar, que una guarra se ha metido con mi novio. Porfa, dejadme pasar.
Todas
las que hacían cola se apartaron mirándome con pena y, alguna que otra,
gritándome que le pegara una patada en los huevos al cabrón de mi novio.
Por
suerte no me costó mucho entrar. En los baños había más ambiente que en la
pista central. Un montón de chicas fumaban, se retocaban el maquillaje, se
hacían rayas a la vista de todo el mundo o cantaban a grito pelado sin afinar
ni de casualidad. Pasé de largo la zona de los lavabos y giré hacia las
cabinas. Le había dicho que escogiera la última, pero al intentar abrir la puerta, me di cuenta que estaba cerrada
con pestillo. La muy cabrona de Tesa se había rajado. Seguro que luego me decía
que había sido sin querer pero que había ganado la apuesta.
Escuché
gemidos en la penúltima cabina y me sentí culpable por haber dudado de mi mejor
amiga. Seguramente, la última ya estuviera ocupada.
Abrí
con cuidado y asomé la cabeza. Una delgaducha, con la falda por la cintura,
cabalgaba a un tipo que estaba sentado sobre la tapa del váter. No, aquella no
era Teresa, mi amiga tenía el pelo negro como ala de cuervo y la que brincaba
abrazando el cuello del chaval era rubia, posiblemente de bote.
—Eh,
tú, mirona. Chapa la puta puerta –gritó el jamelgo sin que su amazona parase ni
un segundo.
—Que
te jodan, pichafloja, que te lo tienen que hacer todo. –Estaba aburrida tanto
de ver a chicos como a chicas cambiándose y aunque me dio un poco de corte ver
a la parejita, me recuperé enseguida.
—¿Y
esta quién es? –preguntó la rubia cuando giró el cuello.
—Me
llamo Leo, ¿habéis visto a una morena de pelo largo y rizado?
—¡Tía,
que estoy follando con mi novio, date el piro!
—¿Tu
novio?, pero si a ese notas lo he visto hace una hora dándose el lote con una
pelirroja.
—¿Te
has enrollado otra vez con Marta?, ¡hijo de puta!, ¡cabronazo! –La rubia
gritaba como una loca pero sin desempalarse.
—Eh,
eh, que era broma. No conozco a tu novio de nada. He dicho lo de la pelirroja
por decir. –Ante la mirada inquisidora de cuatro chavalas que habían girado la
esquina, decidí encerrarme en la cabina con el par de tortolitos. No quería que
llamasen a seguridad.
—Eh,
¿pero qué haces aquí dentro?, ¿no te lo querrás hacer con mi chico?
—Qué
dices, flipá, pues no es feo ni ná,
te lo dejo todo para ti. ¿Habéis visto a la morena?
El
tipo me dedicó una mirada asesina y apuntó con su pulgar a la cabina que yo
había intentado abrir.
Hija
de puta, pues sí me la había intentado jugar. ¡Se había encerrado!
—Lo
siento, pero me voy a quedar un poquito, vosotros a lo vuestro, ¿vale? como si
yo no estuviera. –Palmeé el culo de la rubia como hacíamos entre las del
equipo—. Venga, chica, enséñale quién manda.
Puesto
que la tapa del váter estaba más que ocupada, tuve que poner un pie en la llave
de paso para poder llegar con el otro encima de la cisterna. De ahí al portarrollos
metálico y a asomar la nariz por encima del tabique de separación. Hice gestos
a la parejita para que continuaran con lo suyo pero ambos siguieron mirándome
con cara de gilipollas.
En
la otra cabina, Tesa estaba sentada sobre la tapa del inodoro, con el top
enrollado a la altura de las axilas dejando sus tetas al aire y con la gorra
del rapero en la cabeza. El chaval estaba arrodillado, haciéndole una comidita
de coño estupenda a mi amiga, por los suspiros que daba.
De
momento la cabrona iba ganando, aunque le quedaba lo más difícil, darle puerta
al chaval.
Aquella
imagen me aturdió bastante. No me gustaba espiar a mi mejor amiga en su
intimidad, pero tenía algo de… morboso. No perdía el culo por los tíos, pero
tampoco era de piedra. Un pellizco en el culo me hizo reaccionar.
—Te
lo debía –dijo la chica que se había levantado y me mostraba impúdica su
felpudito, demostrando que era rubia natural. Apuntó a la pija fláccida de su
novio diciendo—: Nos has cortado el rollo.
—Shh
–chisté poniéndome un dedo sobre los labios.
El
tío intentaba taparse con las manos, pero quedaba claro que mi interrupción no
le había sentado nada bien a su amiguito. La rubia nos dedicaba miradas
asesinas tanto a él como a mí.
Volví
a observar por encima del murete. Teresa se había acomodado, pasando las
piernas por encima de los hombros del rapero y por la contracción de su
mandíbula, no le debía quedar mucho para correrse. En cuanto lo lograse, a ver
qué se inventaba para salir de aquella. Me miró y tras sonreír, me guiñó un
ojo.
Todo
pasó la hostia de rápido. Un empujón en la cadera, mi pie que resbaló sobre la
superficie curva del portarrollos y un coscorrón brutal contra la pared.
—¡Hostia
tía, lo siento!, yo no quería…, ¿estás bien…?, ¿puedes hablar…?
Joder,
qué manera de zumbar el tarro. Dentro de mi cabeza había un tambor enorme que
no paraba de retumbar. Apreté las mandíbulas, no porque me fuera a correr como
Tesa, sino porque era la única manera de aguantar las lágrimas que me venían a
los ojos. ¡Dolía un huevo!
—¡Vámonos,
déjala aquí que aún nos meteremos en un lío! –dijo el hijo de puta de su novio.
—Escucha,
¿estás bien? –preguntó ella poniéndome una mano en la mejilla.
—Me…
me… duele… —respondí. Intenté levantarme para patearle el culo a aquella
idiota, pero en ese momento fui consciente de que me encontraba tirada en el
suelo, completamente despatarrada y con una pierna encima del váter.
Miré
a mi alrededor. Aunque la rubia estaba acuclillada delante de mí, por encima de
su hombro pude ver al capullo de su novio y tras él, a varias de las curiosas
que antes habían mirado en mi dirección. Tras ellas, Teresa se colocaba el top
y las empujaba para abrirse paso.
—Mira
que cuando he oído el cacharrazo me he imaginado que serías tú. Siempre andas
metiéndote en líos –dijo mi amiga cuando se agachó al lado de la rubia.
—Esa
enana estaba espiándote por encima del tabique –dijo el novio de la rubia,
intentando malmeter.
—Sí,
es mi amiga. La pobre no se pone cachonda si no es espiando, pero es inofensiva
–dijo Tesa mirándolo de reojo. Luego tomó mi pierna y la bajó de encima de la
tapa del váter—. Menos mal que no te has puesto falda, hubieras enseñado hasta
las ideas. Anda, levanta.
Con
mi mano palpándome el chichón y con un brazo protector sobre mis hombros,
salimos las dos de la cabina ante decenas de pares de ojos que nos miraban
curiosos.
—Oye,
guapísima, lo nuestro no ha terminado, ¿no? –preguntó el rapero que se
encontraba entre las cotillas.
—¿Pero
eres tonto o qué te pasa?, ¿no ves que mi colega está mala?
Renqueando
y con la ayuda de Teresa, llegué a la barra donde suplicamos por una bolsa de
hielos. ¡Joder, era indignante!, siempre terminaba montando el cuadro. Si
alguien se tenía que piñar en la pista de patinaje, allí estaba Leo; si a
alguien le tenía que morder el puto Yorkshire de la vecina, allí estaba yo; si
a alguien se le tenía que rajar el pantalón, allí estaba mi culo para ser visto
por todo el instituto y la más vergonzosa: si alguien tenía que estar delante
de la portería vacía y mandar el balón al graderío, allí estaba la Messi de
Carabanchel; eso sí, para meter luego dos y ganar el partido también se podía
contar conmigo.
—¿Cómo
va? –preguntó mi amiga tras terminar su ron con cola y mirar mi tubo vacío—.
¿Te pido otro?
—Uf,
creo que o me emborracho o me piro a casa a tomarme un par de paracetamoles y
dormir doce horas –dije quitándome las gafas y masajeando mis sienes.
—¿Entonces
no quieres intentarlo hoy?
—Pa
tíos estoy yo ahora mismo. No me pondría a tono ni aunque me lo comiera el
Bieber, mientras le cruzo la espalda a latigazos y le clavo alfileres en los
ojos.
—Eso
es amor y lo demás tonterías. Anda, paga esta ronda y vámonos. Acuérdate que
aún me deberás otra.
—Vaya,
esta vez eres tú la que te pones hielo –dijo un tipo acercándose a nosotras.
—Perdona,
¿te conozco? –dije con mi tono más agresivo, mientras dejaba la bolsa de hielo
en la barra y me volvía a poner las gafas para ver mejor.
Era
un chaval guapete, con flequillo y aire intelectual y con unos grandes ojos
verdes que me miraban divertidos.
—Claro,
claro. Sin un balón estampado en la cara soy más difícil de reconocer.
—¡Hijo
de puta, eres el soplapitos! –Salté del taburete y me abalancé contra él,
cruzándole la cara de un guantazo—. ¡Por tu culpa me sancionaron dos partidos,
cabrón!
—¡Estate
quieta, por Dios! —Con un movimiento rapidísimo, Tesa me agarró los brazos
impidiendo que le atizara a aquel capullo por segunda vez.
—Lo
único que hice fue redactar el acta. Si no me hubieras metido un balonazo en la
cara, no te habrían sancionado –dijo alejándose un poco de mí y agarrando la
bolsa de hielo para ponérsela en la mejilla—. Solo quería saludarte.
—Pues
hala, ya has saludado. A mamarla por ahí.
—Leonor
Palacios García, discúlpate inmediatamente –dijo Teresa con aire de mando
mientras me retorcía un brazo—. Perdónala, es que hoy no se ha tomado la
pastilla.
—Bu…
bueno…, será mejor que me marche… —dijo el árbitro, que por su aspecto no debía
tener más de veinticinco años y que realmente estaba bastante bueno.
—Perdóname
–dije sintiendo que mi brazo se retorcía un poco más—. No te haré nada.
—Hola,
yo me llamo Tesa, soy la que cuida del Pit bull este. Tranquilo, ladra mucho
pero no suele morder. Le has debido gustar mucho para que te marque. —¿Eran
imaginaciones mías, o mi amiga estaba haciendo de celestina?
—Yo
me llamo Pablo –respondió dándole dos besos a Teresa y mirándome como si
esperara que le diera permiso.
—Yo
Leo, puedes darme dos besos. No te morderé.
—La
verdad es que me había acercado para darte la enhorabuena por lo de la
selección absoluta.
Recibir
la llamada del seleccionador me había hecho tanta ilusión que no pude evitar
sonreír como una tonta:
—Gra…
gracias.
—Estás
muy guapa cuando sonríes.
—Uy,
uy, uy, creo que yo aquí sobro –dijo mi amiga ante mi creciente sonrojo.
Se
marchó a bailar a la pista y Pablo y yo nos quedamos hablando. Me molestó un
poco que asegurara que podría haber ido mucho antes a la selección si no fuera
por mi temperamento, pero en el fondo sabía que tenía razón.
Pasado
ese primer bache, la conversación fue muy agradable. Hablamos de fútbol, de la
federación, incluso me atreví a insinuarle si tenía novia. No me reconocía a mí
misma.
—¿Entonces
eres médico?, qué pasada.
—Bueno,
lo seré en seis meses, todavía no.
—Da
igual, tío, debes tener un tarro de la hostia. Yo tengo atragantado el segundo
de bachillerato y a este ritmo…
Vi
que Tesa me hacía gestos a espaldas de Pablo y me dispuse a dejar allí la
conversación.
—Creo
que nos vamos a casa. No ha sido tan malo hablar contigo –dije mientras me
acercaba a él y me quedaba parada como una tonta—. Si… siento mucho el bofetón.
—Si
te apetece, podemos quedar a tomar un café algún día –dijo tras darme dos besos
que podían convalidarse por un pico de lo cerca de mi boca que habían caído.
—No…
no me gusta el café –respondí, poniéndome roja como un tomate. Definitivamente,
en aquel terreno de juego me movía como el culo.
—Una
pena, me hubiera gustado volverte a ver fuera del campo. –Levantó la mano y me
puso la bolsa de hielo sobre el cogote, marchándose en dirección al otro extremo
de la discoteca.
“Joder,
Leo, dile algo, no seas tímida”, me critiqué mientras impotente veía cómo se
alejaba.
-*-
—¡Aquí,
aquí! –grité a la extremo izquierda que iba a toda velocidad sin levantar la
vista del balón.
“¿Al
hueco?, no me jodas, me la podías haber tirado al pie”, pensé esprintando
contra la defensa rival y llegando a golpear la bola con la puntita de la bota.
La
portera no tuvo muchos problemas para parar mi tiro y la árbitro pitó el final
del partido.
Me
quité las gafas y me sequé el sudor de la cara con la parte baja de la
camiseta, intentando no mostrar más piel de la necesaria. Estaba sudada,
cansada y para colmo, habíamos perdido dos cero. Miré a Tesa. No le había
podido dedicar ningún gol y eso también me cabreaba. Ella me devolvió el saludo
y apuntó con su dedo hacia un chico que estaba parado tras una valla
publicitaria.
—¡Eh,
la de la trencita!, con el pie no pegas tan fuerte como con la mano.
—¿No
te dolió la jeta lo suficiente que vienes a por más? –pregunté de broma
mientras Pablo caminaba a mi lado.
—Ey,
tranqui, que vengo en son de paz –respondió alzando las manos exageradamente—.
Como no tengo tu teléfono pero sé dónde juegas, pues…
“Joder,
Leo, di algo, que vas a parecer tonta. No te quedes pasmada”, me recriminé
mientras buscaba una salida.
—No
lo hace nada mal la de las rastas –dije al fin, refiriéndome a la chica que nos
había arbitrado.
—¿Emma?
Es muy buena. Nunca pierde los nervios y controla con mucha mano izquierda.
—Y
es muy guapa –disparé antes de pensar.
Pablo
me miró y alzó una ceja interrogativamente. Luego, como si no hubiera dicho
nada, continuó hablando:
—Si
te apetece, después de la ducha podríamos tomar algo.
—No
me estarás tirando los trastos, ¿no? –“Leo, primero se piensa y luego se habla,
primero se piensa y luego se habla”, me dije recordando las palabras de mis
padres y de mi hermano, pero es que no sabía qué decir.
—He
venido a verte jugar y ahora te estoy invitando a tomar algo, ¿tú que crees?
—Que te quieres pitorrear de mí por lo del
balonazo y la bofetada.
Se
paró y dando media vuelta me miró intensamente. Luego terminó por
desconcertarme por completo. Se acercó y me agarró por la cintura, luego me
pegó un beso en la boca.
Cerré
los dientes con fuerza para que no pudiera pasar. Todo aquello me estaba
superando y me sentía confundida. “No abras la boca, Leo, no la abras”, pero
fue inútil. Sentir su lengua acariciando mis labios y sus manos rodeando mi
cintura era algo para lo que no estaba preparada. Cuando me quise dar cuenta,
mi propia lengua había salido a su encuentro y nos pegábamos un morreo en toda
regla.
—Qué
saladita estás –dijo recorriendo mis labios y separándose.
—Es…
estoy… sudada…
—¡Hostia!
–resopló mientras se agarraba el abdomen donde le había atizado un puñetazo.
Me
marché corriendo hacia los vestuarios, sintiendo cómo me ardían las mejillas y
mis ojos estaban a punto de llorar. ¿Por qué tenía que ser tan idiota? La había
cagado con aquel chico, pero es que me había visto superada y completamente
desarmada.
-*-
Aquel
partido se me estaba haciendo muy cuesta arriba. Cada vez que miraba al
árbitro, las mejillas se me encendían y un cosquilleo recorría mi estómago.
Driblé
a una defensa y encaré la portería. Lo siguiente que recuerdo es que mi
pantalón estaba por las rodillas y mi cara contra el césped. Todo el estadio se
partía de risa mientras yo les enseñaba las bragas.
Me
levanté como un resorte colocándome los pantalones en su sitio y sin darme
cuenta de que las gafas colgaban rotas de la goma. Me había golpeado contra la
sien y la patilla se había roto clavándose en mi piel.
El
pitido indicó que había sido penalti y expulsión pero no me importó lo más
mínimo. Me encaré contra la tía que me había bajado los pantalones y casi le
atizo de no ser porque unos gritos llamaron mi atención.
—¡Eh,
pero de qué vas, que se le han caído solos, que se los hubiera atado bien! –dos
jugadoras del equipo rival discutían con el árbitro. Dejé mi objetivo inicial y
me encaré con ellas.
—¡Al
soplapitos ni tocarlo, que el chaval está haciendo su trabajo! –empujé a una de
las dos alejándola de Pablo.
—No
tiene muy buena pinta, pero no se puede considerar lesión. Tendrás que chutar
sin gafas –dijo el árbitro examinando la patilla cuando todo se hubo calmado.
—No
me tenías que haber sacado la amarilla –susurré para que nadie me escuchara.
—Te
referiste a mí como soplapitos. Además te he llamado cuatro veces en el último
mes y tú a mí ninguna –respondió muy cerca de mi oído—. Aunque me ha hecho
ilusión que me defendieras.
—¿Pero
cómo quieres que chute sin las lupas?
Allí
estaba yo, a tres metros del balón, intentando fijar al mismo tiempo mi miope
vista en la portera, la pelota y mis propios pies.
Comencé
a correr mirando el balón, pero en el último instante fijé la vista en mi rival
y fue la perdición. Con gafas era fácil ver la bola con el rabillo del ojo,
pero sin ellas, mi pie apenas rozó la pelota, la cual recorrió mansamente unos
dos metros hacia la izquierda, antes de detenerse por completo. Todo el público
se descojonó. El mayor ridículo de mi vida y me tenía que pasar jugando en
campo contrario.
“Mierda,
mierda y remierda, una nueva cagada para mi largo historial”.
—Tía, no pongas esa cara que le podría haber
pasado a cualquiera. –Tesa no solía venir cuando jugaba fuera, pero había ido
en mi propio coche y no eran más de dos horas de viaje. No teníamos presupuesto
para autobús y habíamos organizado el viaje con los coches de varias jugadoras.
—Leo
–me llamó el entrenador tras despedirme de mi amiga y enfilar hacia los
vestuarios.
—Dime,
míster.
—Te
sobran plazas en el coche, ¿no?
—Sí,
claro. Hemos venido mi amiga y yo solas.
—El
árbitro ha venido en tren y me ha pedido volver con nosotros. ¿Te lo puedes
llevar tú? El pobre ha quedado con una chavala y teme llegar tarde.
Tuve
ganas de decirle al entrenador que Pablito se volviera andando, pero me
contuve. No me interesaba airear que tenía algún tipo de amistad con el
colegiado.
—Anda,
sube detrás –le dije a Pablo—. Te llevaré para que estés a tiempo para tu chati.
—¿Tienes
una cita? –preguntó Tesa.
—Bueno,
no es seguro. Iba a pedirle a Leo que cenara conmigo.
—¡Mierda!
–grité cuando a punto estuve de llevarme por delante a una de las rivales que
en ese momento salía del polideportivo—. ¿Pero tú que dices flipao?
—Que
si te apetece cenar conmigo. Conozco una pizzería para chuparse los dedos.
—Por
supuesto que sí. Además se pondrá bien guapa. Tú no te preocupes y déjalo todo
en mi mano –dijo Teresa.
—¿Y
yo no pinto nada aquí? ¿Le diste mi teléfono sin permiso y ahora me arreglas
una cita? —Un sudor frío me recorría toda la espalda y me sentí incapaz de
pensar con coherencia. Vale que hubiéramos tonteado por teléfono, que él hubiera
dicho alguna vez que le caía muy bien y que era una tía estupenda, pero aquello
era muy repentino.
Me
froté las palmas contra el pantalón, no podía agarrar el volante en esas
condiciones. Miré por el retrovisor, esperando encontrar una mirada socarrona,
pero la sinceridad y sensibilidad de la mirada de Pablo me desarmó. Sí, iría
con él a cenar.
-*-
—Vamos,
tú relájate y déjate llevar. No te va a pasar nada malo, es muy guapo y le
gustas. –Mi amiga me aplicaba sombra de ojos, dándome los últimos retoques.
—Tesa,
que los tíos no son lo mío, seguro que la cago.
—Aceptar salir con Pablo y estar tranquila, controlando la situación, eran
dos cosas muy distintas. Con cada minuto que pasaba, la sensación de que iba a
meter la pata era mayor.
—Pues,
por lo menos, prométeme que no le volverás a pegar.
—¡Pero
si es que me pongo muy nerviosa y no sé qué hacer!
—Tú
bésale cuando te pongas nerviosa. Por cierto, he pensado en una apuesta.
—¿Por
si me lo ligo?
—No,
tonta. Ligártelo estoy segura de que te lo ligarás. Es una apuesta un poco
especial.
—¿Cómo?
—Mira,
yo he escrito una profecía –dijo dándome un sobre cerrado—. Si se cumple al
cien por cien, gano yo.
—¿Y
si no?
—Jo,
pues ganas tú, no hay muchas más opciones. Cómo se nota que no estás centrada.
—¿Y
qué apostamos?
—Si
gano yo, me darás lo que más quieres.
—¿Mi
Golf?
—Sí.
Si yo pierdo, lo que ganarás también está puesto en la carta.
—¡Tía,
pero es mi coche!
—Lo
que yo me juego vale más que un Golf de segunda mano.
—La
silicona de tus tetas es intransferible –respondí, pensando en el motivo por el
que ella no tenía coche.
—Ja,
ja, ja, me parto el culo. ¿Aceptas?
—¿Cómo
es de concreto lo que has escrito en la carta?
—Muy
concreto y tiene tres partes. Tendré que acertar las tres. Guárdalo en tu
mochila del fútbol y no lo abras hasta que yo te lo diga. Si cuando gane, crees
que no me merezco el Golf, no tendrás que dármelo.
-*-
Realmente
la pizza era de las mejores que había probado, y sí, llegué a chuparme los
dedos, en concreto, un poco de salsa barbacoa del índice. Estaba como un flan y
me daba la impresión que respondía todo el rato con tonterías a los comentarios
de Pablo, pero es que era incapaz de relajarme.
—¿Qué
tal lo de la selección? Te vi por Teledeporte.
Todos
los nervios se me fueron de golpe. Aquel era un terreno en el que me podía
mover con tranquilidad.
—Indescriptible,
fue una pasada. Cuando escuché el himno…
—Sí,
vi cómo te mordías el labio aguantando la emoción.
—Uf,
es que sentí un mogollón de cosas. Las piernas me temblaban y tenía un millón
de hormigas en el estómago.
—¡Mejor
que un orgasmo?
Me
quedé con la boca abierta sin saber qué responder. La pregunta me había llevado
de golpe a arenas movedizas.
—De…
de… depende con quién sea el orgasmo –dije aparentando más seguridad de la que
realmente sentía.
—Podemos
hacer la prueba si tú quieres –Acercó su cara y sonriendo me dijo—: Ahora es
cuando tú me vuelves a atizar un puñetazo.
“Joder,
Tesa, para esto no me has preparado, menuda amiga”, pensé sin saber qué
responder. Agarré la Coca-Cola y bebí un largo trago intentando pensar en una
salida digna.
—Mira,
voy a ser sincero, me gustas, me gustas mucho. Sí, debo estar loco o ser
masoca, pero qué le vamos a hacer. ¿Quieres salir conmigo? –Pablo palmeó mi
espalda repetidamente—. Venga, venga, respira y levanta los brazos, no te me
ahogues.
—Yo…
yo… lo siento, pero me tengo que marchar.
—Leo,
tranquilízate, haremos lo que tú quieras –Me agarró de la muñeca impidiendo que
me levantase y me miró de un modo que me desarmó. Aquel chico a mí también me
gustaba y me gustaba mucho, pero estaba acojonada.
—Yo…
tú…, joder estoy hecha un lío.
—¡Hala,
el burro delante para que no se espante! Será tú y yo, ¿no? ¿Por qué no pruebas
a quitarte todas esas corazas? No quiero hacerte daño, aunque si es lo que
quieres, lo dejamos aquí y no nos volvemos a ver.
Me
acodé sobre la mesa, descansando el mentón sobre mis manos entrelazadas. Tenía
que tomar una decisión y aquella postura, vista en las películas, siempre me había resultado de chica
interesante.
La
amenaza parecía en serio y de repente tuve miedo de no volverlo a ver. En el
fondo tenía que reconocerme que había llegado el momento de tomar una decisión.
Verlo en los partidos o hablar con él por teléfono era divertido, pero debía
dar un paso hacia algún lado.
—Tú…
tú también me gustas mucho. Hala, ya lo he dicho, ¿estás contento?
-*-
Mientras
paseábamos tomados de las manos hacia su piso de estudiantes, me contó que
vivía con otros dos chicos más. Hacía seis años que se había venido a vivir a
la capital desde su ciudad porque allí solo había medicina por lo privado.
—Es
ahí delante.
Cuando
vi el portal que indicaba, un cosquilleo recorrió mi espalda. Se acercaba el
momento.
Froté
las palmas contra la tela vaquera de mis pantalones aprovechando que él estaba
abriendo la puerta. Cada vez estaba más inquieta y que las manos me sudaran, no
ayudaba a sentir seguridad en mí misma.
—Están
todos fuera pasando el fin de semana, nadie nos molestará.
—Qué
miedo, puedes matarme y descuartizarme que nadie se va a enterar. –El sarcasmo
y la broma era un terreno más firme sobre el que poder pisar.
—Se
supone que el masoca soy yo, ¿no?
—Tesa
y yo vimos una vez un video de esos. Una tipa vestida de cuero fustigaba con un
látigo a un gordito que pedía más y más. Desde entonces tengo sueños húmedos
pensando que se lo hago a los cinco de One Direction.
—Ves,
eso es lo que me gusta de ti, ese punto loco que tienes.
Se
sentó en el sofá y me tendió su mano. Cuando la tomé, tiró con fuerza
sentándome sobre su regazo. Me puse muy nerviosa, pero en cuanto me rodeó con
sus brazos y me besó el cuello, dejé caer mi cabeza en su hombro. Que fuera lo
que tuviera que ser.
Él,
con el camino despejado, continuó besándome hasta llegar a mi oreja. Todo mi
cuerpo se estremecía al contacto con sus labios, pero cuando succionó el lóbulo
una descarga eléctrica recorrió mi espalda y más tarde , cuando metió su lengua en mi oído, creo que
llegué a quedarme sin respiración.
Me
apreté un poco más contra su pecho y me confesé a mí misma, que estaba feliz de
haber aceptado. Algo, muy dentro de mí, quería que aquello no parara.
Su mano se posó en mi muslo y yo busqué sus
labios con mi boca. Comenzaba a gustarme mucho estar así con él. Todo mi cuerpo
vibraba cuando nuestras lenguas se encontraban.
—¿Es…
estás… más… tranquila…? —preguntó entre beso y beso.
Solo
fui capaz de asentir con la cabeza. Estaba segura que de abrir la boca, podría
haber dicho alguna tontería.
—¿Qui…
quieres… que… siga…? –preguntó asiendo el bajo de mi camiseta.
Me
mordí el labio, meditando seriamente la pregunta. Finalmente, agarré el borde
de la prenda y fui yo quien se la quitó.
Nos
volvimos a besar mientras él me acariciaba la espalda y el costado, acercándose
a mis tetas. Alcanzó una y la amasó con la presión justa, como a mí me gustaba
hacerlo cuando me masturbaba. Su otra mano me acariciaba el culo y yo sentía
que me faltaba el aire.
Con
demasiada facilidad logró abrir el cierre de mi sujetador. Me incorporé sentada
sobre sus rodillas y dejé que la prenda se deslizara hasta caer en mi regazo.
Inexplicablemente, no tuve nada de vergüenza. Me encantó ver cómo sus ojos se
clavaban en mis pechos.
—¿Sabes
que eres preciosa?
Sin
ser plenamente consciente, saqué pecho, orgullosa por el halago. Pablo se
inclinó y me besó el pecho entre las dos tetas. Bajó hasta el canalillo y me
lamió de arriba abajo. Yo sentía su lengua por delante y una legión de hormigas
correteando por mi espalda.
Sus
labios besaron toda la piel y poco a poco se fueron acercando hasta mi pezón.
Quise que el tiempo se detuviera allí mismo, que no dejara de juguetear con su
lengua, que continuara succionando con fuerza. Todo mi ser se concentró en
aquel pitoncito que cada vez se ponía más y más duro.
Deseaba
comerle la boca, que atendiera mi otro pezón, que continuara con lo que hacía y
que llevase su mano a mi entrepierna que comenzaba a humedecerse. Todo me
parecía poco.
Delicadamente
me tumbó en el sofá y entonces fui consciente de que mi chocho no solo estaba
empapado sino que el muy jodido se había puesto a palpitar sin mi
consentimiento. Mi cuerpo reaccionaba a sus besos y sus caricias por cuenta
propia. Había perdido totalmente el control sobre él.
—¿Tranquila?
–preguntó quitándome los zapatos.
Negué
con la cabeza como respuesta.
—¿Continúo?
–Volvió a preguntar llevando sus manos al botón de mis vaqueros.
Asentí,
al tiempo que sonreía. Quería, de verdad quería hacerlo.
Llevó
su boca al pezón que antes había quedado desatendido y con sus manos fue
tirando de mi pantalón hasta dejarlo por las rodillas.
Sentí
sus dedos sobre mi braguita, allí donde solo se habían posado los míos. Me
acarició con delicadeza por encima de la tela despertando a una fiera en mi
bajo vientre. En aquel momento, con su cara contra mi pecho, con sus dedos
apartando el elástico e introduciéndose entre mis labios mayores, confié en él,
me dejé llevar adonde quisiera que fuéramos.
—¡Mierda!
–exclamé al recordar las braguitas que llevaba puestas. Un estampado de limones
y naranjas podría resultar hasta sexy en Katy Perry, pero a mí me cortó el
rollo. ¿Y si se reía de mí?, ¿y si pensaba que era una cría?
—¿Paro?
–preguntó alarmado por mi interrupción, mientras yo sacaba su mano de mi
entrepierna.
Asentí
con la cabeza. Sentía la lengua pegada al paladar y estaba segura de que no
sería capaz de decir ni una palabra.
Él,
comprensivo, me dio un piquito y me acarició la mejilla. Yo llevé mis dedos a
los laterales de mi ropa interior y con un saltito del culo, la deslicé piernas
abajo, arrastrándola y quitándomela junto a los vaqueros. Esperaba que así no
se hubiera fijado demasiado en la ensalada de cítricos.
Pablo
me sonrió y a continuación besó mi ombligo, mi tripa y mi pubis. Luego los
muslos, sobre todo por la cara interna. Algo en mi interior me impulsaba a
agarrarlo de la cabeza y hundirle en mi entrepierna, pero aguanté lo suficiente
para que él llegara por sus propios medios. Podía acabarse todo allí y ya habría
merecido la pena, era una maravilla sentir sus labios por toda mi piel.
Sentí
su lengua en mi intimidad, ascendiendo hasta mi clítoris que palpitaba como si
tuviera un pequeño corazón. La vergüenza inicial se esfumó cuando la sensación de los latidos aumentó y aumentó
hasta que una intensa succión hizo que, lo que fuese que se concentrase allí,
explotara ascendiendo por mi estómago, mi pecho y mi garganta, donde se liberó
en un prolongado gemido. En mi vida había logrado alcanzar un orgasmo así con
mis propios dedos.
Se
sentó y me miró, mientras yo intentaba recuperar el aliento. Ahora, sus
caricias me ponían la piel de gallina, logrando que todo me cosquilleara. Se
inclinó y me dio un beso en los labios.
Agarré
su mano con la mía y entrelacé los dedos, mientras por primera vez, probaba mi
propio sabor de sus labios.
—Me
alegro de haber insistido. Ha merecido la pena los balonazos, las bofetadas,
los puñetazos. En respuesta, le sonreí y le di un suave rodillazo—. Un día de
estos te voy a dar un par de azotes.
—Pues
yo te daré un par de besos –dije sin ocultar lo emocionada que estaba—. ¿Pablo?
—¿Sí?
—¿Quieres
que lo hagamos?
—Solo
si tú quieres.
Posé
una mano en su muslo, lo más cerca que pude de su paquete sin parecer una
guarrona, y le miré con cariño.
Se
desvistió en un momento y se peleó con el envoltorio de un condón. Nunca
hubiera pensado que tener a un chico desnudo delante de mí podría resultar
cómico.
Cuando
se tumbó junto a mí, sentí el calor de su piel contra la mía, la firmeza de su
torso aplastando con dulzura mis tetas me emocionó. Sus labios se soldaron de
nuevo a los míos y su muslo se introdujo entre los míos. Lo había imaginado
muchas veces, pero la realidad superaba a la ficción, era una pasada de bonito.
Nos
giramos, sin dejar de besarnos, hasta que yo estuve encima. Me sostuve sobre
mis rodillas, sintiendo la punta rozar mis labios mayores y mis muslos. Lo
quería, quería aquello, no tenía la menor duda. Había temido siempre no estar
preparada, no dar con el chico adecuado, pero era el momento, era el lugar y
Pablo era la persona.
Agarré
su polla con la mano, sintiendo a través de la goma, la fuerza que palpitaba
allí. La coloqué con sumo cuidado en la entrada de mi vagina y en el momento
que sentí la punta dentro, llevé mis dos manos sobre el pecho de Pablito.
—Si
te duele paramos, no te me hagas la chula.
—¿Y
por qué me va a doler, listillo?
—Porque
me parece que no…
Me
dejé caer lentamente. No sentí dolor, sí una extraña presión diferente a
cualquier otra sensación, pero al fin lo tenía completamente dentro de mí y
aquel mero hecho me llenó de una extraña euforia.
—¿Qué
pensabas, que era virgen?
—Leo,
me gustas un montón, me da igual que seas virgen o no. Me hubiera dado igual
hacerlo hoy o esperar a otro momento, no tengo ninguna prisa.
—No
tengo himen, o al menos eso me dijo el ginecólogo, no me he puesto a hacer
espeleología para ver si era verdad. Y sí, soy virgen, bueno, creo que ahora
mismo ya no lo soy.
—¿Por
qué no dejamos de hablar…? Se me ocurren mejores cosas que hacer con la boca.
Me
agarró las caderas, incitándome a moverlas. Me incliné hasta que mis pezones rozaron
su pecho y sentí cómo en mi intimidad algo presionaba y palpitaba, llenándome
por completo, no solo la vagina, sino algo mucho más dentro, en algún sitio
donde nunca había llegado antes, ni con los mejores goles, ni con la lengua de
pablo allí abajo.
Nos
besamos, o más bien nos devoramos. A cada vaivén sentía que deseaba más, más de
aquella dureza, más de aquella sensación de vacío y de plenitud que se
alternaban rítmicamente. Cuando me la metía toda, Pablo tiraba de mis caderas
hacia delante, logrando que mi clítoris se frotase contra su pubis.
Nunca,
ni siquiera jugando al fútbol, había sido tan consciente de todas y cada una de
las partes de mi cuerpo al mismo tiempo.
Mi
lengua penetraba la boca de Pablo con violencia, mis brazos rodeaban su cuello,
mientras mis manos se enredaban en su pelo, mis pezones parecían hervir cada
vez que se rozaban con su pecho y mi entrepierna era un volcán, que cada vez
pedía más y más, como si no tuviera suficiente.
Sentí
las manos sujetando con fuerza mis caderas y a continuación el intenso beso de
Pablo, mientras su polla latía dentro de mí. Continué moviéndome por iniciativa
propia hasta que por fin me dejé ir en un segundo orgasmo más suave pero que a
mí me gustó mucho más.
La
intensidad del primero se compensaba con la situación del segundo. Tenía a
Pablo dentro de mí y descansaba feliz sobre su pecho.
-*-
—¡Chicas,
ahí fuera hay cuatro mil personas! Ha llegado el día de demostrar lo mucho que
valéis. No el día de ganar o perder, el día de que hagáis lo que sabéis hacer
de maravilla, ¡Jugar al fútbol! –gritó el míster al que se le notaba la emoción
en la voz—. ¡Salid ahí fuera con la cabeza bien alta y divertíos! ¡Vamos a darlo
todo!
—Si
el cosquilleo en mi estómago era intenso, tras aquella arenga se hizo
insoportable.
Salimos
al túnel de vestuarios. Era la primera vez que jugábamos en un estadio de
verdad y lo mirábamos todo con curiosidad.
Cuando
pisamos el césped, tuve que morderme el labio inferior para contener la
emoción. ¡Miles de personas nos aplaudían a nosotras!
Miré
a la grada en busca de mi gente. Tesa estaba junto a mis padres, mi hermano no
había podido venir al día más importante de mi carrera porque aún seguía en un
máster en Estados Unidos. Busqué a Pablo y lo encontré junto a unos amigos en
otra grada. Me alzó el pulgar y le correspondí con la mano. Llevábamos tres
meses de relación, los tres meses más intensos de mi vida.
Aún
me quedaba una persona a la que ver en las gradas y allí estaba, en el palco
presidencial: la reina de España.
Quedar
terceras en liga regular, ser la máxima goleadora del campeonato, clasificarme
con la selección española para los mundiales, nada tenía comparación a jugar
una final. Aquello era simplemente espectacular.
El
partido era mucho más intenso de lo que jamás hubiera imaginado. Había recibido
pellizcos disimulados, codazos ocultos en un forcejeo, incluso un rodillazo en
el ligamento de la rodilla que me dejó amargada cinco minutos.
Una
hora y ninguno de los dos equipos dábamos nuestro brazo a torcer. Entonces,
llegó nuestra oportunidad.
Se
sacaba un córner contra nosotras y como siempre, me quedé en el medio del campo
por si se daba el contraataque. El balón dibujó una parábola y la estudiante de
geografía se alzó por encima de todas las rivales para atraparlo limpiamente.
Sin
perder tiempo en preparar un buen chute, raseó la bola con la mano hasta Júlia,
la mejor pateadora del equipo, y un segundo más tarde, el balón caía a dos
metros delante de mí.
Yo,
la bola, dos defensas y una portera para lograr la gloria. Era mi momento. “O
ahora o nunca”, me dije arrancando hacia la portería contraria.
Corrí
al trote y, cuando la primera de las defensas se acercaba, pisé el balón deteniéndome
por completo. Cuando le faltaba un metro para alcanzarme, arranqué a toda
velocidad dejándola clavada en el sitio. Una defensa y la portera para la
gloria. “Vamos, Leo, tú puedes, sabes que puedes”.
Amagué
por la izquierda, driblé por la derecha y sentí una patada en el tobillo, pero
no, no me iba a tirar esperando que pitasen el penalti, aquel era mi día de
gloria. Trastabillé, recuperé el equilibrio y corrí con toda mi alma hacia la
portera que venía a mi encuentro. “Aguanta, Leo, aguanta un segundo más”, me
dije mientras esperaba el momento idóneo para soltar mi famosa vaselina. Las
piernas de la guardameta me arrollaron con rudeza. Tirada en el suelo, vi cómo
la bola se introducía mansamente en el interior de la portería.
—¡¡Goool!!
–gritaron más de dos mil personas. Imposible describir las sensaciones que me
recorrieron en aquel momento, ¡había logrado la gloria!
Me
levanté como movida por un resorte y corrí casi medio campo hasta donde se
encontraba Pablo, que ya me esperaba con el puño levantado y gritando a pleno
pulmón lo mismo que coreaba medio estadio:
—¡Leo,
leo, leo!
Aguantamos
entre todas aquel único gol y ganamos la copa de la Reina. La gloria era
nuestra.
Abrazos,
llantos, risas, darle la mano a su majestad y recibir la medalla de campeonas
de copa de sus manos y el trofeo individual a mejor jugadora de la final, todo
pasó como en un sueño.
En
el túnel de vestuarios nos esperaban todos nuestros familiares. Ante la
sorprendida mirada de mis padres, me lancé a los brazos de Pablo y rodeé su
cintura con mis piernas, dándole un beso de película.
Me
abracé a todos los demás y en especial a Tesa a la cual casi le rompo las
costillas.
—Dame
las llaves del Golf, ya arreglaremos el tema de los papeles.
—¿Cómo?
—Tú
abre el sobre y dame las llaves, el coche es mío –sonrió mientras alargaba la
mano.
Le
palmeé la mano y me marché al vestuario. Champán, gritos, cánticos y el
entrenador metido en las duchas con el chándal puesto. Una hora tardamos en
podernos quedar solas y tranquilas.
Me
senté en el banco y abrí la mochila para sacar la ropa interior, me acababa de
pegar la mejor ducha de mi vida. En ese momento recordé el sobre y lo abrí.
-*-*-
Hola,
nena:
Estoy
en mi casa esperando a que vengas para darte una buena capa de pintura. Me
alegra mucho que hayas dejado de jugar al gato y al ratón con Pablo. Hacéis muy
buena pareja y estoy segura que te quiere mucho. Ya me contarás si esas pizzas
están tan buenas como dice él.
Si
estás leyendo esta carta es porque has ganado la liga o la copa, no tengo la
menor duda de que ganarás algo y por eso, esta es la primera condición de
nuestra apuesta. Porque eres la mejor, porque tú lo vales, porque por más
bajita que seas eres grande y siempre lo logras. Si hay un título para Leo, un
punto para mí.
En
segundo lugar, se habrá confirmado que estás enamorada, por mucho que durante
los últimos meses seguramente me lo habrás negado repetidamente. Sé que Pablo y
tú acabaréis juntos desde que le partiste la cara. ¿Qué otro chico habría seguido
insistiendo? Si quieres una muestra, piensa en a quién has mirado en los
momentos clave del partido. Sí, cari, te conozco como si te hubiera parido. Si
hay dedicatoria para Pablito, punto para Tesa.
A lo
mejor no doy ni una, no logras ningún título y tú y Pablo no estáis juntos a
final de temporada, pero estoy segura de que ganaré y mi Golf me espera. Estoy
deseando que pasen estos meses.
Por
último, y en esta me la juego muchísimo, tu hermano no está haciendo ningún
máster, está recorriendo Estados Unidos mostrando tus videos a los equipos de
la NWSL y como sé que eres la mejor del mundo, ahora mismo te estará llamando
para darte la noticia de que vas a ser futbolista profesional. ¿Recuerdas aquel
Camaro que vimos en el escaparate del concesionario, aquel rojo descapotable?,
yo tendré tu Golf y tú te pasearás por alguna ciudad americana con ese cochazo.
Megafichaje para Leo, tercer punto para mí.
Te
voy a echar mucho de menos, pequeño torito. Incluso podría haber apostado que a
estas alturas, Pablo habrá logrado, a base de polvos, rebajar ese temperamento
tuyo, pero eso es jugar al límite y no estoy dispuesta a perder el coche.
Sabes
que te quiero y que has sido la persona más importante de mi vida. Cada vez que
arranque el coche te recordaré y por supuesto, tendrás que invitarme a pasar
alguna temporada en Estados Unidos.
Si
pierdo, cosa que no creo, no tengo ni idea qué ofrecerte porque lo más
importante que tengo es tu amistad y esa tú ya la tienes para siempre.
Un
beso, campeona.
-*-*-
Alcé la vista de la carta con los ojos llorosos. Tesa me sonreía
apoyada en una columna.
—Llamó hace cinco días, pero no queríamos que te desconcentrases. ¿Te
gusta Chicago?, hay un par de técnicos en las gradas y han visto tu partidazo.
—¿Chi… Chicago…, las Red Stars?
—Sí, ciento cincuenta mil dólares y cinco años de contrato. Están
hablando ahora con tus padres.
—¡Te… Tesa… Tesa…!
No pude aguantar más las lágrimas y mi amiga se acercó rodeándome con
sus brazos y acunándome contra su pecho.
—¿Cómo supiste que iba a terminar todo así? –pregunté, una vez me hube
calmado, rebuscando las llaves del Golf en la mochila y sorbiéndome los mocos.
—Bueno, yo también sé meter goles por la escuadra.
3 comentarios:
Perteneciente al Escuadrón De Comentaristas Voluntarios (por doctorbp, el novato del Escuadrón)
mmm resumiré diciendo que es muy buen relato.
No voy a entrar en lo técnico, pues está escrito de forma impecable.
Prefiero centrarme en la historia y en los personajes, que es lo más interesante.
Leo es un personaje diferente, rudo que, tal vez, es un pelín demasiado exagerado. Creo que no le hacía falta ir pegando puñetazos e insultando a todo el mundo para ser un buen personaje.
Supongo que debido a la narración en primera persona a través del personaje de Leo, no he acabado de creerme el romance con Pablo. A lo mejor es mérito del autor que me ha sabido transmitir las mismas dudas que debe sentir Leo.
Intento explicarme. Tengo la sensación de que Leo no es gran cosa más allá de su fuerte y excéntrica personalidad. Entonces, no me acabo de creer que el árbitro insista tanto cuando lo único que sabe de ella es que tiene un temperamento demasiado exagerado.
Pero insisto, al vivir la historia a través del personaje de Leo, supongo que es normal no acabar de entender lo que siente Pablo.
Respecto a Teresa... ¿de verdad se metían con esta tía en el colegio? No me cuadra que tuviera problemas de ese estilo siendo una niña con la personalidad que tiene. ¿Ser un poco guarrilla y ponerse tetas le han dado seguridad en sí misma?
No soy de finales buenos, pero estaba deseando que Leo rematara la jugada final del partido. Si llega a fallar, como en ella es habitual, me muero jaja
La carta me ha emocionado... al principio. Lo del hermano ya me ha parecido una sobrada digna del premio Insulina xD
Me ha gustado el recurso de las múltiples apuestas. Dos amigas que apuestan por todo por costumbre; la idea es buena.
La apuesta grande, la de la carta, me ha parecido original. Sin embargo, como comentaba, creo que se ha querido hacer tan a lo grande que ha acabado pinchando (opinión completamente personal).
En cuanto al encuentro sexual, muy bien llevado. Sin recrearse demasiado, pues el relato no lo demandaba. Me han gustado las sensaciones de Leo en todo momento, mostrando sus inseguridades y descubrimientos del placer.
Creo que no me dejo nada.
La escena de espionaje de Leo para ver si Teresa perdia la apuesta en los baños me ha hecho reir bastante. Tiene golpes de comedia que me encantan.
Lo que no me gusta (Pero eso ya es algo mio) es lo del futbol, se me hace muy pesado ya que ultimamente ando ''aborrecido'' con este tema. Al ser un relato relativamente corto es soportable, pero en un relato largo se me habría hecho muy pesado continuar leyendo.
Decir que tiene todo en su justa medida: Drama, romanticismo, amistad, sexo, comedia...
El final ha sido precioso, muy bien calculado.
El personaje de Leo es de momento uno de los más creibles que he visto en este ejercicio, un personaje muy currado para ser un relato NO demasiado largo. Un personaje con mucho potencial que hace un buen duo con su amiga Teresa. Por si sola Leo acabaría aborreciendo pero ese punto de locura entre las dos es lo que asegura unas sonrisas durante la lectura.
No encuentro nada negativo sobre el relato, y esta es una crítica sincera.
Un saludo al autor/la autora y felicidades por este exito.
Zorrito
Lo mejor: El personaje de Leo muy bien caracterizado es la típica persona (recalco lo de persona, porque me lo he creído totalmente) que se hace odiar y querer por igual, los diálogos con mucho argot transmiten el ambiente en el que se mueve la historia, el vocabulario “usado” por Leo para narrar en primera persona está muy acorde con la forma de expresarse en los diálogos y salvo alguna palabra como “curtido” que no la veo yo usada por un veinteañero de esas características, el resto no desentona. Mi enhorabuena al autor por ello porque esto es muy difícil.
Lo peor: La escena del baño, demasiado exagerada es como cuando en el cine los autores sobreactúan para sacarte una risa y el momento Leo-Spiderman subiendo por la cisterna de wáter, pues me ha sacado del relato, el momento sexual demasiado minucioso, con un crescendo muy lento, para mi gusto, demasiado azucarado que ha terminado aburriendome y algunos cambios de escena tan brusco que me han recordado que estaba leyendo pues he perdido el hilo de la historia.
El relato aunque ha empezado gustándome mucho se me ha descolgado a partir del momento de los baños, me ha parecido muy exagerado e inverosímil en algunos momentos. A partir de ahí, lo que solo eran virtudes del texto se han convertido en defectos.
He echado de menos algún tonteo con las redes sociales, (WhatsApp, Facebook, Instagram, etc), me es muy difícil pensar en veinteañeros (sobre todo en primera persona) y que no se haga mención a estas a la hora de comunicarse entre ellos. El e-mail me ha parecido muy largo y correcto para estar escrito por un veinteañero, yo hubiera “ensuciado” más el correo entre los adolescentes.
En resumen un texto que no es ni bueno, ni malo. Con sus defectos y sus virtudes como todos.
Para terminar voy a pedir que coreen conmigo:
♫♫Tesa, Leo, las magas del balón
Leo, Tesa, sueños de campeón,
Leo, Tesa, el futbol es su pasión♫♫
Machi
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