I
El lugar era un
edificio achaparrado con grandes ventanales, en medio de una zona pantanosa, en
lo más profundo de los Everglades. Seguramente el tríptico informativo mostraría un gran sol
y la fina arena de los cayos y no se incluirían ni los mosquitos, ni los
caimanes, ni los cuidadores escasos y superocupados.
La atmósfera dentro
del geriátrico era todavía más opresiva y húmeda que en el exterior. Dana
sintió como su cuerpo empezaba a sudar casi inmediatamente y no pudo evitar
fruncir la nariz al ser asaltada por el intenso olor que reinaba en el lugar, que identificó como una mezcla de
desinfectante y corrupción.
Se acercó a la recepción
y preguntó por el señor Martin. La secretaria se limpió sus gafas de concha y
le dijo que Teddy le estaba esperando en la sala de juegos, la tercera puerta a
la izquierda.
El pasillo era una
gran galería con unos hermosos ventanales. Los internos descansaban en sillas
que curiosamente, en su mayoría, estaban orientadas hacia dentro, como si a
nadie le interesara ver el exuberante paisaje que dominaba el exterior.
Camino de la sala de
juegos, Dana se arrepintió de haberse puesto la minifalda y la blusa semitransparente
con el sujetador oscuro. Todos los ojos estaban fijos en ella. Las mujeres le
miraban con una mezcla de censura y envidia, mientras que los hombres babeaban
sin apartar los ojos de sus pechos y su culo.
Respiró hondo y
entró en la sala. Era grande, rectangular y estaba ocupada por varias mesas
para jugar a los naipes y una enorme y gastada mesa de billar. Al principió
pensó que no había nadie, pero tras
echar un vistazo a su alrededor vio un
hombre alto y extremadamente delgado sentado en un raído sofá de skay. Su aspecto,
a pesar de la sencilla bata, era el de un hombre distinguido, sentado muy recto,
fumando una pipa y leyendo una revista con aspecto absorto.
—En estos tiempos
hasta los héroes usan hombreras. —dijo el hombre tirando la revista en una
pequeña mesita —Buenas tardes. La señorita Dana Pinkerton, supongo.
—En efecto, hablamos
por teléfono el otro día. —dijo Dana echando un vistazo a Mel Gibson en un
fotograma de Mad Max III.
El señor Martin se
levantó y le tendió una mano delgada y nudosa, pero increíblemente suave. Sus
ojos grises la observaron con expresión ceñuda bajo unas cejas extremadamente
pobladas hasta que finalmente le invitó a sentarse frente a él, antes de que la
situación se volviese incómoda.
—Me habló de una investigación que está
llevando a cabo.
—En efecto señor
Martin, soy periodista, trabajo para el Times y estoy investigando una historia
en la que usted se vio envuelto.
—Debió de ser hace
mucho tiempo. No recuerdo haber hecho algo lo suficientemente interesante para
llamar la atención de un periodista al menos en treinta años.
—En realidad fue
hace casi cincuenta. —dijo Dana tocándose el pelo rubio nerviosamente—Quería
hacerle unas preguntas sobre su etapa como asistente del Secretario de Estado Cordell Hull. Concretamente en 1937.
El gesto del hombre
se volvió más serio y por primera vez separó la pipa de su labios pensativo.
—De eso hace mucho
tiempo, hija. Yo acababa de salir de Annapolis y entré al servicio de Cordell por casualidad. Buscaba a alguien
con mi perfil, un graduado con honores y de buena familia. Alguien en quién se
pudiese confiar y hubiese vivido un tiempo en Japón. Mi padre había sido
representante de una empresa naviera en
Yokohama y vivimos allí hasta que cumplí los trece años. Un viejo amigo de mi familia me presentó,
Cordell vio algo en mí y me acogió bajo su protección. Fue una época interesante.
Estuve a su servicio hasta que estalló la guerra y me alisté en la marina.
—Eso es lo que tenía
entendido, señor Martin. —dijo Dana cruzando las piernas— Hay quién dice que
usted participó en las primeras operaciones encubiertas contra los japoneses
antes de la guerra.
—¿Ah? ¿Sí? ¿Qué
clase de operaciones? —preguntó el anciano dando una chupada a su pipa.
—Esa clase de
operaciones en las que nadie reconoce haber participado. Concretamente ayudando a los chinos, ya sabe, conseguir suministros
esenciales, adiestramiento de oficiales, incluso se llegó a hablar de que se
dedicó a reclutar pilotos para el escuadrón de voluntarios de los Tigres Voladores*.
El hombre se quedó quieto
y sonrió con un gesto soñador, pero no afirmó ni negó nada. Dana era consciente
de que era la única persona viva que
podía confirmar sus sospechas. Así que intentó parecer lo más respetuosa
posible al preguntarle.
—Se que lo que le
voy a preguntar probablemente es material confidencial, pero teniendo en cuenta
que los hechos ocurrieron hace casi cincuenta años y ya no queda nadie vivo que
pueda sentirse perjudicado, quizás pueda hablarme de ella. —dijo Dana poniendo
una fotografía de Amelia Earhart saludando a un hombre alto y delgado con unos
penetrantes ojos grises y unas cejas pobladas, encima de la cara de Mel Gibson.
El hombre cogió la
fotografía con manos temblorosas. En la cara del anciano se reflejó una
profunda emoción mezclada con una mirada de pesar. Dana esperó pacientemente mientras
el hombre observaba la fotografía donde se le veía departiendo amigablemente
con la mujer delante del Lookheed Electra plateado. Suspiró un instante y luego
la dejó de nuevo sobre la mesa.
—¿Dónde la encontró?
—dijo Martin tras un carraspeo.
—En los archivos del
periódico. Mi marido y mi cuñada van a hacer un viaje alrededor del mundo,
emulando el fallido viaje de Amelia y estaba buscando fotografías para
documentarme y hacer un reportaje. En cualquier otra circunstancia hubiese pasado desapercibida, pero un antiguo
compañero de la universidad estudiaba historia e hizo un ensayo sobre los
Tigres Voladores. Su nombre salía repetidamente en sus investigaciones, aunque
siempre en forma de rumores que no era capaz de confirmar. Cuando leí su nombre
por detrás de la foto, lo recordé automáticamente y empecé a investigar un poco
más a fondo el viaje de Amelia y sobre todo las confusas circunstancias de su
desaparición y su posterior intento de
rescate.
—Ya veo. Una simple
coincidencia. —replicó el anciano lacónico.
—¿Entonces, me
ayudará? —Preguntó Dana inclinándose expectante.
—Lo haré. Amelia
merece al menos ese reconocimiento. —dijo el hombre tras meditarlo un momento
mientras golpeaba su pipa contra el cenicero para vaciarla.
Con parsimonia, el
hombre se preparó una nueva pipa, la cargó, la encendió y dio dos largas
caladas con aire pensativo:
—En realidad no hay
mucho que contar. La situación en Extremo Oriente se estaba poniendo realmente
fea y el Departamento de Estado sospechaba que los japoneses tenían planes para
expandirse por todo el Pacífico. A principios de 1937 tuvimos un par de
informes de avistamientos de submarinos japoneses en una zona a medio camino
entre Australia y Hawai. En una reunión de urgencia, a finales de febrero, con
la cúpula militar, se llegó a la conclusión de que los japoneses estaban
situando bases de escucha en apartados atolones con el objetivo de interceptar
las comunicaciones con Australia y
aislar la isla de Estados Unidos cuando la guerra estallase.
—Aquel mes buscamos por todo el Pacífico, —continuó
Martin— siempre de incógnito,
aprovechando cualquier oportunidad que se presentaba para inspeccionar el área
donde sospechábamos que se podían situar esas bases. Así que, cuando Amelia
presentó su proyecto, nos acercamos a ella y le preguntamos si podía desviarse
un poco de la ruta prevista para fotografiar el archipiélago de Tarawa camino
de la Isla Howland. A cambio, contribuimos a su empresa con una generosa donación.
—¿Llegó a conocerla
bien?
—Solo nos vimos una
vez, pero era la mujer más intrépida y segura de sí misma que había visto hasta
ese momento. Era muy difícil no entusiasmarse con sus proyectos.
—¿Sabe qué fue lo
que le ocurrió? —preguntó Dana esperando conseguir una pista.
—Supongo que sé lo
mismo que usted. El primer intento, en marzo, fue fallido debido a un accidente
y finalmente salió a mediados de mayo de
Florida. El viaje fue bastante bien y el veintinueve de junio estaba en Nueva
Guinea. Le esperaba la etapa más larga y peligrosa. Yo llegué allí con un
pequeño equipo que instaló una cámara en el morro, la vi algo cansada pero
exultante, con la línea de meta a la
vista . El dos de julio partió con los tanques a tope y desapareció en el
horizonte, no la volvimos a ver. Los hombres destacados en Itasca, encargados
de seguir su trayecto, mantener el contacto por radio y recibirla en la isla
Howland, perdieron el contacto cuando enfilaba rumbo a la isla. Horas después,
les llegaron unas frases confusas que no llegaron a entender. Una voz rara
hablaba de tanques vacios, pero no especificaba su posición.
—Y fue entonces
cuando empezó la búsqueda... —intervino la periodista.
—En efecto —dijo el
anciano haciendo un par de anillos de humo— Por la información recibida, pensamos que había caído en los alrededores de
la isla Howland. El presidente Roosevelt en persona ordenó una búsqueda que costó
cuatro millones de la época. Movilizamos todos los recursos disponibles, casi convencidos
de que los japoneses la habían derribado y además aprovechamos para barrer varios decenas de atolones más al sur de
Tarawa en busca de la base de escucha japonesa. No encontramos ni una cosa ni
la otra. Creo que el presidente Roosevelt
se arrepintió el resto de su vida y se sentía responsable de la muerte
de Amelia.
—Sé que estoy internándome
en un terreno resbaladizo y que hay un montón de gente especulando sobre que
pudo pasar. Pero al contrario que todos esos charlatanes y conspiranoicos usted
estuvo allí. ¿Tiene alguna teoría de lo que pudo pasar?
—Bien, —dijo el
hombre despegando la pipa de sus labios e inclinándose hacia Dana— Hay una cosa que siempre me
quedará en la conciencia. La noche anterior a su partida, echando un vistazo a
las cartas, le enseñé una pequeña isla que me parecía muy prometedora. Pequeña,
sin islas habitadas cercanas y en el lugar adecuado. Había intentado convencer
al presidente varias veces para que enviase a alguien allí, pero según los
asesores era demasiado pequeña para mantener a un destacamento japonés. Estaba
a seiscientos kilómetros al sur de Howland, un poco apartada de su ruta, pero
seguía dándome la impresión de que tenía razón con respecto a ella. Lo
discutimos y haciendo cálculos con el combustible, llegamos a la conclusión de
que era posible llegar, pero Amelia se quedaría sin reserva por si había algún
problema y no encontraba la isla Howland a la primera.
—¿Y?
—Hay que recordar
que en aquella época los instrumentos de navegación no eran tan precisos como
ahora y encontrar una isla en medio del océano a la primera era una muestra de
gran habilidad. Así que finalmente le dije que era demasiado arriesgado, que se
limitase a tomar las fotos en Tarawa y aterrizase en Howland. Ella asintió,
pero vi ese brillo en los ojos, el mismo que vi muchas veces después, durante
la guerra, cuando desafiaba a hacer algo especialmente arriesgado a alguno de
mis hombres.
—¿Quiere decir que quizás
pudo dirigirse a esa isla y perderse en las inmediaciones? —preguntó Dana
emocionada con la nueva pista.
—Es una posibilidad,
sí.
—¿Y me puede decir
qué isla era esa? —dijo Dana sacando un mapa de su bolso y extendiéndolo sobre
la mesa.
—Veo que ha venido
preparada. —replicó Martin examinando el mapa y golpeando finalmente un pequeño
punto en el medio del Pacifico con sus uñas inmaculadas— Aquí está, la Isla Gardner.
Dana cogió un
bolígrafo del bolso y rodeó el atolón con un círculo excitada. Quizás no fuese
como su aventurera cuñada, pero a lo mejor esa pista les llevaba a un
descubrimiento sensacional y podría ganarse al fin su respeto.
—¿Llegaron a
explorar la isla?
—La verdad es que
no. Poco después Japón entró en guerra con China. El foco de atención se
desplazó a China y nuestros recursos eran limitados. Luego, estalló la guerra y
los japoneses tomaron Tarawa con lo que ya no era necesario buscar una base
japonesa, sabíamos exactamente donde se encontraba, así que olvidé el asunto de
la Isla Gardner hasta hoy.
Charlaron unos
minutos más, pero Dana no consiguió nada más de valor. Estaba buscando una
excusa para despedirse cuando una enfermera entró en la sala con aire
ligeramente enfadado.
—Ah, está aquí,
señor Martin. Le he estado buscando por todo el edificio. ¿No estará escondiéndose de mí para fumar ese
asqueroso tabaco?
—Nunca he huido de
nadie en toda mi vida, señorita y no voy a empezar a hacerlo ahora. —respondió
el hombre malhumorado, mientras se levantaba del sofá dando un par de profundas
caladas a su pipa— Y si hubiese preguntado en recepción ya haría rato que
estaríamos jugando a los médicos.
—Lo siento señora,
—dijo la enfermera a Dana— pero me temo que tengo que llevarme al señor Martin,
es la hora del Sintrom y hoy toca revisión de la dosis. Me temo que tendrá que
venir otro día.
—¡Oh! No se preocupe.
Ya casi habíamos terminado. —dijo Dana levantándose y alisándose la minifalda—
Muchas gracias, señor Martin. Quiero que sepa que si Amelia se perdió allí la
encontraremos. Tiene mi palabra.
—Mucha suerte, hija
y tengan mucho cuidado. Esa parte del Pacífico sigue siendo un lugar inhóspito.
Se sentía tan feliz
que no le cabía el corazón en el pecho. Sin pensar en lo que hacía se acercó al
anciano y poniéndose de puntillas se abrazó a él y estampó dos besos en sus
mejillas. Salió de la sala casi flotando, dejando al hombre observando cómo se
iba con una sonrisa soñadora en sus descarnados labios.
—Vamos Doctor Amor.
Ahora tiene consulta conmigo. —oyó decir
a la enfermera mientras desaparecía en el pasillo.
Fuera, el sol se
estaba poniendo, pero el calor y la humedad seguían siendo aplastantes. El aire
acondicionado del coche de alquiler necesitaba una recarga y tardó un buen rato
en hacer el interior del vehículo soportable, pero a Dana le daba igual. Estaba
realmente emocionada con su hallazgo. No pensaba decirle nada a su marido, llegaría a Port Moresby con una sorpresa bajo
el brazo.
La verdad es que la
culpa la tenía toda su cuñada. Su marido y ella habían sido dos hermanos
inseparables. Aventureros por naturaleza, practicaban todo tipo de deportes
extremos y su economía, más que saneada, les permitía practicarlos casi todo el
año. Había conocido a Larry precisamente cubriendo una de sus extravagantes
aventuras y el flechazo había sido instantáneo, pero June no estaba tan
impresionada.
June era la
antítesis de Dana. Morena, alta y esbelta como un junco. Tenía el pelo negro,
brillante y ensortijado y lo llevaba siempre corto.
Se movía con la gracilidad de una pantera y era una piloto brillante,
hasta el punto de haber quedado subcampeona del mundo de la Red Bull Air Race
un par de veces. Cuando Larry las presentó, June a duras penas pudo contener un resoplido y una mirada de
desprecio y se limitó a saludarla fríamente.
A partir de ese
momento Dana se había limitado a llevarse con ella, sin intentar hacerla su
amiga, consciente de que sería inútil y hasta contraproducente y tratando de
interponerse lo menos posible en la relación que existía entre los dos hermanos.
Con el tiempo, la
cosa se fue suavizando hasta que su relación llegó a ser soportable. El día de
la boda incluso accedió a ser su dama de honor y hasta sonrió dos o tres veces
durante la ceremonia.
Un día, un par de
meses después, June irrumpió en su casa con una sonrisa que no le cabía en la
cara, había conseguido un Lockheed l-10 Electra en una subasta. Ante la mirada
atónita de Dana los dos hermanos se pusieron a dar saltos como locos y no
pararon hasta que ella preguntó por qué era tan importante.
Esta vez June no se
cortó y resopló impaciente, mientras su marido le explicaba que el sueño de su
vida era emular y completar el vuelo de Amelia Earhart alrededor del mundo con
un aparato igual al suyo.
Durante los
siguientes meses, todos sus esfuerzos y recursos se volcaron en la búsqueda de
dinero y patrocinadores para adaptar el avión y hacerlo lo más parecido posible
al NR16020**. Dana intentó involucrarse e incluso consiguió que el periódico
participara en la aventura con una estimable cantidad de dinero a cambio de una
serie de entrevistas, pero June, como siempre, se las arreglaba para excluirla.
Una noche en la que
Dana había tomado un par de copas de más,
le echó en cara su actitud y June, en vez de enfadarse, se rio y la
desafió a acompañarles. Dana no se lo pensó y a pesar de que no podía acompañarlos
en un viaje de más de un mes de duración les prometió que les esperaría en
Nueva Guinea para acompañarles en las dos etapas más arriesgadas del viaje.
Al día siguiente,
con la cabeza latiéndole dolorosamente,
Dana cogió el teléfono para poner una disculpa y renunciar al desafío,
pero justo en ese momento recordó la sonrisa despectiva de June y se dijo a si
misma que si alguna vez quería ganarse el respeto de su cuñada, debería
demostrarle que no se rendiría ante nada.
Ahora se dirigía al aeropuerto
que le llevaría a otro aeropuerto y que acabaría en el aeropuerto de Port
Moresby solo unas horas después de que llegasen su marido y su cuñada en aquel
trasto de más de medio siglo.
Durante todos esos
días se había estado repitiendo que, a pesar de ser casi el mismo avión, el
sistema de navegación era mucho más avanzado y los motores habían sido
revisados a conciencia haciendo que la aventura fuese mucho más segura que en
1937.
Cuando subió al Boeing
en el que haría la primera etapa de su viaje a Nueva Guinea no pudo evitar un
leve escalofrío. Un viaje maldito, un misterio y un avión de medio siglo, todo
se unía para llenar su mente de malos presagios.
II
June observaba desde
el borde de la pista como el avión se dirigía a la pequeña terminal tras un
aterrizaje no demasiado accidentado. Larry se había quedado en el hotel
aduciendo que tenía que hacer algunos cálculos de última hora antes de salir
dentro de dos días, pero ella sabía de sobra que lo que quería era que se
quedasen a solas para que se conociesen y lograsen llevarse un poco mejor.
Al contrario de lo
que pensaba, su cuñada no se había arrepentido y salía del bimotor, con aire
decidido, al calor y la humedad de Port Moresby. En los segundos que tardó en
llegar hasta ella, su blusa blanca y su minifalda se habían pegado a su cuerpo
por efecto de la altísima humedad revelando
un cuerpo generoso en curvas, que junto con su melena larga y rubia, sus
ojos grandes y azules y la nariz pequeña y un poco chata le habían inspirado el
mote de cerdita Peggy desde el primer momento en que la había conocido.
June aun no entendía
que coños había visto Larry en aquella mosquita muerta. Comprendía que era una
mujer hermosa y tenía un cuerpo soberbio,
con esos tetones y ese culo grandes y prietos, pero por lo demás no tenían nada
en común. La chica era un ratón de biblioteca y se movía con torpeza en
cualquier sitio que no fuese la gran manzana, siempre encaramada a aquellos
tacones kilométricos.
La joven se acercó y
saludó a June con su habitual efusividad, haciéndole todo tipo de preguntas
sobre su viaje que ella contestaba con monosílabos, cansada tras un mes pilotando
aquel precioso pero nada cómodo avión y la guio hasta un ruinoso taxi.
El trayecto fue de
apenas quince minutos por una carretera llena de baches. Mientras charlaban de
cosas intrascendentes, observó el gesto cansado de su cuñada. Solo llegar hasta
aquel apartado lugar, una de las ciudades más peligrosas del planeta, era una
odisea y aun así, la joven, sudorosa y despeinada, intentaba mantener una
sonrisa permanente en esos labios gruesos y rojos.
Todo rastro de
cansancio y tensión desapareció cuando entró en el bar del hotel, donde Larry
les estaba esperando con una gigantesca cerveza pegada a sus labios.
La cerdita se lanzó
sobre su marido y saltó sobre él abrazándole y pegando su cuerpo contra el de
él. La expresión de Larry no dejó lugar a dudas, estaba más caliente que un
burro. Resignada, June pidió una cerveza consciente de que no tardaría mucho en
quedarse más sola que la una.
Después de un largo
y húmedo beso que llamó la atención de todos los parroquianos, los dos
tortolitos se separaron y Larry le contó un par de anécdotas que hicieron a la joven reírse hasta casi perder
el aliento. Dana les contó que también tenía una sorpresa para ellos, pero
cuando los dos hermanos le preguntaron en qué consistía, ella respondió
cogiendo a Larry por el cinturón y llevándoselo a la habitación.
June resopló y le
dio un nuevo trago a la cerveza. Odiaba a la cerdita Peggy, no podía evitarlo.
Hasta que ella había aparecido, Larry y ella habían sido inseparables. Después
de casarse, su hermano le había prometido que todo seguiría igual, y lo parecía,
pero había una diferencia. Tenía que reconocer que envidiaba la complicidad que
Larry tenía con su mujer, ella también deseaba tener alguien con quien
compartir todos sus anhelos y experiencias, pero no había muchos hombres
capaces de enamorarse de una mujer dura e independiente como ella.
Miró a su alrededor
y fijó los ojos en los parroquianos sin soltar la cerveza, haciendo que
finalmente todos apartasen la vista. Satisfecha y a la vez un poco triste apuró
su cerveza y se dirigió al gimnasio del establecimiento para hacer unas pesas.
***
Hacia un mes que no
le veía y en cuanto sus ojos se cruzaron notó como mojaba sus bragas. Dana se
lanzó sobre su marido y lo abrazó, besando su boca y metiéndole la lengua hasta
la campanilla. Inmediatamente sintió el pecho musculoso de su marido y el sabor
a cerveza fresca de su boca.
Excitada como
estaba, se hubiese llevado a su marido a
la habitación en ese mismo momento, pero por respeto a su cuñada, charló
durante un rato con ellos, escuchando un par de divertidas anécdotas que le
contó Larry, hasta que no pudo contenerse más y se lo llevó a rastras hasta la
habitación.
Los treinta y dos
grados que había fuera del hotel no eran muchos más de los que había dentro
y el ventilador del techo solo hacía que
remover el aire pesado y caliente, pero
nada de eso les importaba. Larry la desnudó con precipitación y en cuestión de
segundos estaba lamiendo y mordisqueando su cuerpo pegajoso y brillante de
sudor. Los labios de su esposo exploraban su cuerpo con ansia, queriendo
recuperar el tiempo perdido en aquel viaje, cerrándose en torno a su cuello
lamiendo sus pechos y sus pezones, provocando en ella gemidos descontrolados.
En pocos segundos
estaba apremiando a Larry para que la penetrara. Él no se hizo de rogar y casi
se le escaparon unas lágrimas de satisfacción al sentirlo de nuevo dentro de
ella. Por fin volvía a sentirse completa. Los empujones de su marido fueron
rápidos y profundos y estaba tan excitado que
en un par de minutos se había derramado en su interior.
Larry sonrió un poco
cohibido, pero Dana le acarició y con suavidad le empujó hasta tumbarlo de
espaldas. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Inclinándose sobre él,
cogió su polla con las manos y empezó a acariciarla, recorriendo toda su
longitud con sus afiladas uñas y besando el glande hasta que el miembro de
Larry estuvo de nuevo duro y enhiesto. Mirándole a los ojos se lo metió en la
boca y lo chupó con energía sintiéndolo palpitar en su boca.
Con premeditada
lentitud se sacó la polla de la boca y comenzó a avanzar sobre ella con su
cuerpo, dejando que sus pechos grandes, con los pezones erizados por el deseo,
golpeasen su pene haciendo a su marido resoplar de nuevo dominado por el deseo.
Contoneando su cuerpo siguió avanzando hasta que tuvo el sexo a la altura de su
polla.
Larry hizo el amago de
cogerse la polla para penetrarla de nuevo, pero ella se lo impidió entrelazando
sus manos con las de él. Con una sonrisa maliciosa, empezó a rozar su polla con
los rizos dorados que cubrían su pubis volviendo a su marido loco de deseo.
Dana tampoco podía contenerse por mucho tiempo, así que en pocos segundos se
vio saltando y frotando su sexo contra la polla de Larry hasta que no pudo más
y se la metió de un solo golpe.
Sentía como su
cuerpo se retorcía fuera de su control asaltada por el placer que le producía
la polla de de su hombre. Cuando volvió
a la realidad estaba saltando sobre el miembro de Larry, hincando sus
uñas en su velludo torso y gimiendo y
jadeando con su cuerpo bañado en sudor.
Las manos de Larry
se cerraron sobre sus pechos, estrujándolos fuerte hasta hacerla gritar. Dana
sentía como su placer iba creciendo, obligándola ha moverse cada vez más rápido
y más profundo hasta que el orgasmo estalló paralizándola y amenazando con
desintegrarla.
Su esposo aun se
movía dentro de ella y cogiéndola por la cintura, la puso a gatas sobre la cama
y la penetró de nuevo. El placer de tener a su marido dentro se unió al de
sentir su cuerpo sobre ella, cubriéndola con su calor y sus abrazos y haciendo
que su peso le recordase que aquello no era un sueño. Sus cuerpos pegajosos de
sudor emitían ruidos de succión a medida que él se separaba y se dejaba caer
sobre ella, llenándola con su miembro. Su esposo se agarró a ella, hincando los
dedos en su culo y aceleró sus acometidas haciendo que se confundiesen unas con
las otras hasta que finalmente eyaculó
en su interior. Su coño, estimulado por el denso calor de la leche de Larry,
vibró y estalló en un nuevo y espectacular orgasmo que le hizo caer desmadejada
sobre las sábanas húmedas y calientes.
III
Resultó que lo que
ella creía una noticia sensacional, fue acogida con frialdad y escepticismo por
los dos hermanos. Al día siguiente, después de haberse pasado toda la noche
follando con su marido como una gata en celo, se había reunido con ellos en la
habitación de June y les contó la historia de el señor Martin mientras les
mostraba el mapa.
Y lo más duro era
que en parte tenían razón. No estaba de acuerdo en que aquella historia fuera
fruto de los delirios de la mente de un viejo decrépito, atestado de
medicamentos y esclerosado por los años pasados en un aburrido geriátrico, pero
tenía que reconocer que en caso de que la historia de Martin fuese cierta, lo
más seguro es que si realmente Amelia desapareció en las inmediaciones de la isla
Gardner, las posibilidades de que pudiesen encontrar algún resto reconocible
del Electra o de Amelia, después de cincuenta años, eran infinitesimales.
El
bajón fue terrible y tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no
llorar, frustrada por haberse mostrado tan estúpida. Estaba a punto de darse la
vuelta y dirigirse corriendo a la habitación cuando June le sorprendió
acercándose y abrazándole. La envolvió en sus brazos con suavidad y Dana se
dejó arrullar sorprendida. Hasta ese momento su relación había sido tan
distante que no se había dado cuenta de lo alta que era June y ahora sentía su
barbilla apoyada contra la parte
superior de su cabeza.
Unos instantes
después su marido se les unió haciendo que se sintiese por primera vez miembro
de aquella familia.
—¡Qué demonios!
—dijo Larry apretando el abrazo hasta que las dos mujeres se sintieron sin
aire— Tenemos combustible de sobra. Por lo menos podemos acercarnos para echar
un vistazo.
Los tres asintieron
sin deshacer el abrazo y en ese momento Dana se dio cuenta que finalmente
gruesas lagrimas recorrían sus mejillas, aunque no eran de tristeza y frustración.
El resto de la
mañana hicieron los preparativos para salir al día siguiente. June sugirió que
debían cambiar el plan de vuelo, pero Larry se opuso a cualquier modificación.
Sabía que les costarían dos días de súplicas y sobornos alterar la ruta y como el origen y el destino del vuelo eran los
mismos, nadie se daría cuenta. Su hermana refunfuñó un rato, pero finalmente
reconoció que era lo mejor que podían hacer si querían salir en la fecha
prevista.
***
A las cinco de la
tarde casi habían terminado y solo quedaba por hacer un pequeño vuelo de prueba
para cerciorarse de que todo iba bien en el Electra. De nuevo, Larry prefirió
quedarse en la cantina del hotel bebiendo cerveza bien fría, así que June decidió
invitar a Dana a ir con ella.
Llegaron al
aeropuerto y ayudó a Dana a subir al avión mientras ella se quedaba fuera a
hacer las comprobaciones de rutina antes del vuelo. Mientras repasaba con sus
manos los resplandecientes remaches del Electra sonreía sorprendida de su
propia reacción aquella mañana. Al final Larry tenía razón y la cerdita Peggy
(no estaba dispuesta a renunciar al mote) se había ganado su aprecio. No podía
ser nada fácil para ella salir de la civilización para vivir aquella aventura y
la joven no solo se había presentado allí, tal como había prometido, si no que
había tenido el entusiasmo y la iniciativa suficiente como para influir en sus
planes.
Reconocía que las
posibilidades de encontrar una pista eran casi nulas, pero la iniciativa de
Dana la había enternecido y por fin había entendido lo que había visto su
hermano en ella. No creía que la relación
entre ellas llegase nunca a compararse con la que tenía con su hermano, pero
ahora sabía que podrían llegar a ser buenas amigas. —la vida siempre termina sorprendiéndote
—pensó June mientras subía a la aeronave y se ponía a los mandos.
Tras unos segundos
los motores del avión comenzaron a ronronear. Cuando el sonido se volvió
uniforme, June aceleró con suavidad y se dirigió a la pista de despegue a la
vez que hablaba por radio con la torre de control. Con seguridad enfiló la
pista y aceleró al máximo los motores. El viejo avión comenzó a carretear,
aumentando poco a poco la velocidad hasta que a los tres cuartos de pista el
tren de aterrizaje se despegó del suelo.
En quince minutos
sobrevolaban la isla. June inclinó ligeramente el aparato para que su cuñada
pudiera ver la dorada luz del ocaso
acariciando y tiñendo de rojo las aguas del Océano Índico. Dana, desde el
asiento del copiloto, no decía nada, pero su cara reflejaba lo sobrecogida que estaba por el espectáculo.
Con una sonrisa
malvada, cortó el gas y subió el morro haciendo que el avión se suspendiera un
instante en el aire antes de zambullirse
en un pronunciado picado. Los estómagos de ambas se subieron hasta sus gargantas.
Dana gritó sorprendida y le miró espantada, pero al ver la cara de diversión de
June, se relajó y disfrutó de una elegante serie de toneles y guiñadas
hábilmente encadenados.
Tras unos minutos en
los que ambas, entre risas y gritos, comprobaron que el avión funcionaba
perfectamente, June estabilizó el avión y miró a Dana.
—Adelante, toma los
mandos.
—¿Yo? —preguntó su
cuñada sorprendida.
—No veo a nadie más
por aquí. —respondió divertida— No es tan difícil, coge el volante con firmeza
y gíralo suavemente.
El avión se inclinó
suavemente y June apartó las manos del suyo para que Dana terminase ella sola
la maniobra. Mientras le daba indicaciones para rectificar el rumbo, observó
como los ojos azules de la reportera brillaban de emoción. Tras veinte minutos,
con el sol a punto de desaparecer en el horizonte, tomó de nuevo los mandos y
aterrizó en el aeropuerto.
—¡Vaya! —dijo Larry
ya un poco achispado cuando entraron en la cantina— No me lo puedo creer. Le
has dejado los mandos de tu avión.
—Ha sido estupendo.
—dijo su esposa dando pequeños saltitos sin poder controlar su emoción— Creo
que este viaje va a ser una experiencia
estupenda.
Dana se acercó a la
barra a pedir dos cervezas heladas mientras los dos hermanos se guiñaban los
ojos y Larry le daba las gracias a June con un gesto.
Era noche cerrada.
Los dos tortolitos seguían trasegando cervezas y poniéndose ojitos. Así que
June apuró la suya de un trago y subió a
su habitación. El día siguiente sería largo y ella especialmente necesitaba
estar bien descansada.
Los gandules de los
empleados del hotel ni siquiera se habían molestado en hacer la cama. Se
inclinó y tiró de las sabanas para alisarlas.
El tejido de la ropa de cama era algodón de pésima calidad. Mientras
se desnudaba y se tumbaba sobre las
ásperas, se imaginó a su hermano encima de Dana hincándole la polla hasta lo
más profundo de su ser, arrasándola de placer. Una ligera punzada de envidia la
asaltó. ¿Por qué no era capaz de encontrar ningún hombre como su hermano?
Todos los hombres
que había conocido en su vida o eran gilipollas o eran unos degenerados. Se
revolvió en la cama nerviosa y sus manos tropezaron con sus pechos. Un ligero
escalofrío recorrió su cuerpo. Sus pechos no eran muy grandes, pero eran redondos y firmes y
bastaba una sola caricia para que tanto el pezón como la oscura areola se
inflamasen aumentando de tamaño. Cerró los ojos y se los acarició y se los
pellizcó suavemente imaginando que era un hombre el que lo hacia...
... la oscuridad era
total. Apenas podía ver la silueta que se movía a los pies de la cama. Intentó
gritar, pero las palabras se quedaban atascadas en su garganta. El desconocido
le acarició los muslos. June quería resistirse, pero una fuerza invisible le
obligaba a abrir sus piernas exponiendo su pubis a la vista del intruso. Unos
dedos fríos y largos avanzaron por el interior de sus muslos y juguetearon con
el vello que cubría su sexo. Intentó
cerrar las piernas y protegerse, pero su cuerpo no respondía. A pesar de la
oscuridad estaba segura de que el desconocido sonreía. Los dedos apartaron el
suave y oscuro vello rizado y separaron los labios de su vulva descubriendo su clítoris.
Un ligero roce hizo que todo su cuerpo se combase de placer.
El hombre rio. Una
sonrisa ronca, lúgubre y vagamente familiar. June se estremeció e intentó infructuosamente
resistirse.
¡No! ¡No! ¡No!
—pensó la aviadora cuando el desconocido se inclinó sobre ella.
Los labios se cerraron
en torno a su sexo con violencia. Se mordió el labio y arañó las sábanas para
no gritar mientras su cuerpo reaccionaba con un intenso placer a cada lametón y
cada chupada. El hombre introdujo la lengua en su coño a la vez que le
acsriciaba el botón del placer. June tembló, todo su cuerpo hormigueaba y el
placer la recorrió de un extremo a otro paralizándola. Las manos se desplazaban
por su piel desde los muslos hacia el tronco hasta cerrarse entorno a sus
pechos.
El desconocido sacó
la lengua de su interior. Un largo hilo de espesos flujos proveniente de sus
entrañas colgó de ella unos instantes. Era curioso, podía ver el hilo transparente
producto de su excitación, pero no podía ver la cara de su asaltante. El
desconocido recogió los flujos y los usó
para lubricase los dedos antes de penetrarla con ellos.
Tres dedos entraron
en su vagina curvados hacia arriba buscando su punto G, ella cerró los ojos avergonzada
por el placer que sentía y sin poder evitarlo le indicó que lo acaba de
encontrar con un largo gemido. Una nueva risa lúgubre y los dedos comenzaron a
explorarla con violencia concentrando sus caricias en su punto más sensible. El
placer le hizo perder el control. June gritó, gimió y retorció su cuerpo moreno
y elástico, se acarició los pechos y el cuello unos instantes más. Estaba a punto de correrse. Extasiada agarró la
cabeza del intruso y la acercó hacia su cara deseando besarla, cuando la tuvo a
la altura de su cara abrió los ojos y...
June se despertó con
un grito, el sudor corría por su espalda mientras trataba de borrar de su mente
la cara sonriente de su hermano. Intentó despejarse y apartar el sudor que
bañaba su cara. Fue entonces cuando se dio cuenta que tenía las manos en su
entrepierna. Las sacó empapadas y pegajosas. Miró el despertador, eran apenas
las tres de la madrugada. Su hermano y su cuñada hacían en amor en la
habitación de al lado.
Respiró hondo y se
tapó los oídos con la almohada, aun así no pudo volver a dormir hasta que los
dos esposos hubieron acabado.
IV
El despegue no fue
tan sencillo ese día. Con los tanques de combustible atiborrados de gasolina y
los tres a bordo, el viejo Electra necesitó la casi totalidad de los dos kilómetros
de la pista para alzar el vuelo. Finalmente June tiró de los mandos y el avión
fue tomando altura poco a poco hasta dejar, primero Port Moresby y luego la
isla de Nueva Guinea, tras ellos.
Un par de horas de
vuelo después, Dana empezó a pensar que aquella aventura no iba a ser tan
emocionante como creía, el monótono zumbido y las vibraciones de los motores embotaban sus sentidos y el inacabable Océano
Pacifico había hecho que mirar por la ventanilla dejase de ser entretenido en
poco más de treinta minutos.
A pesar de todo,
procuraba parecer ilusionada y hacia todo tipo de preguntas sobre el avión y el
viaje. Lo que más gracia le hizo fue la mezcla de instrumentos antiguos y
modernos con los que estaba equipada la cabina del avión para hacer más segura
la navegación. No podía evitar comparar la antigua radio de lámparas original
al lado de la compacta Sony de transistores que estaba justo encima.
June llevaba los
mandos casi todo el tiempo y manejaba la
radio mientras que su hermano se ocupaba de la navegación, tomando datos como
la velocidad del aire la presión atmosférica y otros, indicándole a la aviadora
las correcciones que debía realizar para mantener el rumbo.
Cuando se cansaba de
observar, Dana daba saltitos en el avión y hacia estiramientos para combatir el
frío que se colaba por las rendijas de la gruesa cazadora de cuero que le había
regalado Larry, a juego con la suya, una cazadora de aviador de la segunda
guerra mundial auténtica que había comprado especialmente para el viaje.
Tras diez horas de
vuelo preparó unos sándwiches y los llevó a la cabina.
—¿Cómo va todo
chicos? ¿Por dónde vamos? —preguntó la reportera mientras repartía los
bocadillos.
—Muy bien, cariño,
ahora mismo estamos a unos mil ochocientos kilómetros de la isla Gardner y unos
dos mil cuatrocientos de la isla Howland. —respondió Larry.
—¿Eso significa que
vamos a pasarnos otro mediodía dentro de este molinillo de café? ¿Habrá
combustible suficiente?
—No te preocupes.
Nos quedan unas siete horas de viaje y según mis cálculos tenemos combustible
para otras diez.
—Y lo mejor es que
pararemos en Howland solo lo necesario para volver a llenar los tanques y
partiremos para Hawái. —intervino June con una sonrisa maléfica.
—Eso quiere decir...
—Que te vas a pasar treinta horas casi seguidas dentro de este
trasto. —dijo su cuñada soltando una carcajada.
—Eso no me lo dijisteis
cuando me desafiasteis a que os acompañase. —dijo Dana medio en broma medio en
serio— Si lo llego a saber me hubiese
ido a Honolulu a esperaros tomando el sol y cociéndome a base de daiquiris.
Los pilotos rieron y
le tomaron el pelo a la neoyorkina, diciéndole lo mucho que se iba a divertir
en su media hora de paseo en tacones por la isla Howland.
Dana aceptó las
bromas con deportividad y se fue a por un termo de café que compartieron en la
cabina. El ronroneo de los motores se estaba volviendo hipnótico y como no
tenía nada que hacer decidió tumbarse un rato en un colchón que los hermanos
habían colocado en la sección de cola, entre dos enormes tanques auxiliares de
combustible.
Fue Larry el que le
despertó seis horas después diciéndole que la isla Gardner estaba ya a la
vista.
Dana se acercó a la cabina
para ver a través del parabrisas un pequeño punto oscuro destacando a más de
cuarenta kilómetros en la inmensidad azul del Océano Pacífico.
—Ahí la tienes,
Noriti.
—¿Noriti? —preguntó
Dana extrañada.
—Es el nombre que le
dan los habitantes del archipiélago de las Kiribati a la isla Gardner.
—Bueno, se llame
como se llame, vamos a echar un vistazo. —dijo su hermana inclinando el morro y
enfilando hacia la isla sin poder reprimir su entusiasmo a pesar de las casi
nulas posibilidades de dar con una pista de Amelia o su Electra.
June redujo la
velocidad y fue descendiendo paulatinamente hasta los doscientos pies haciendo
que el momento de llegar a la isla se alargase. La tensión fue creciendo entre
los aventureros a medida que se acercaban a la isla. Los dos hermanos agarraban
los mandos con fuerza haciendo que los nudillos se volviesen blancos y
exploraban el agua buscando cualquier sombra o pista en el agua. No podían
evitarlo, estaban todos emocionados. De repente, una nube de humo negro estalló veinte metros delante de ellos y a su
izquierda.
—¿Qué demonios?
—dijo June sorprendida tirando del timón.
En un instante el
espacio que les rodeaba se volvió un infierno. Pequeñas nubecillas negras
estallaban alrededor del avión enviándoles metralla que repiqueteaba contra el
fino aluminio del fuselaje.
June tiró
instintivamente de los mandos intentando girar ciento ochenta grados y alejarse
lo antes posible de las explosiones. El Electra deceleró y se ladeó y June se dio
cuenta tarde de su error. Antes de que pudiese rectificar tres impactos
directos sonaron a su derecha e hicieron estremecer la aeronave.
Dana estaba al borde
de la histeria. No sabía qué demonios pasaba. Lo único que sabía es que el
motor derecho estaba en llamas. Solo la calma con la que afrontaban los dos
hermanos la situación impidieron que perdiese el control.
Con una exclamación
Dana apuntó al ala derecha. En ella se veían tres agujeros del tamaño de puños,
uno de ellos en el motor de estribor. Grandes lenguas de fuego salían de los
escapes amenazando la integridad del aparato. Larry, desde el asiento del
copiloto activo los extintores y las llamas fueron inmediatamente sustituidas por
una densa nube de humo negro.
Durante los
siguientes segundos, los pilotos comprobaron el estado del aparato. El fuego
antiaéreo había cesado, pero esa era la única buena noticia.
—Con el avión en
este estado no llegaremos muy lejos. —dijo Larry— Tenemos que aterrizar cuanto
antes.
—Pues esa isla es el
único lugar en quinientos kilómetros a la redonda. —dijo June — Agarraos creo
que el aterrizaje va a ser bastante movido.
A continuación June
apagó completamente el motor de estribor mientras ponía el de babor a máxima
potencia. Manteniendo el avión a duras penas nivelado, trazó un amplio círculo
en torno a la isla, buscando el lugar
más apropiado para aterrizar y de paso deshaciéndose de todo el combustible que
pudo para intentar minimizar el riesgo de un incendio durante el aterrizaje.
Tratando de no
pensar en la posibilidad de que los desconocidos abriesen fuego de nuevo,
enfiló la playa bajando los flaps y disminuyendo la velocidad hasta casi entrar
en pérdida. Poco a poco la pequeña lengua de arena se hizo cada vez grande a
medida que se acercaban. Cuando estaban a menos de veinte metros del suelo,
June estuvo a punto de bajar el tren de aterrizaje, pero pensó que en aquella
arena blanda sería más un obstáculo que una ayuda y finalmente optó por
aterrizar de panza.
Con todos los músculos
tensos por el esfuerzo fue acercando el avión al suelo hasta que estuvo a menos
de veinte pies. Fue entonces cuando lo dejó caer casi de golpe. Todo el avión
se estremeció con el impacto, pero continuó de una pieza y comenzó a resbalar por
la arena dando pequeños tumbos cuando topaba con las pequeñas irregularidades
de la playa.
Las hélices del
motor restante se doblaron al chocar contra el suelo. Larry apagó
inmediatamente el motor y observó con atención como June manejaba con habilidad
el timón mientras la nave resbalaba perdiendo velocidad poco a poco.
Parecía que todo iba
a salir bien cuando una roca, salida de la nada, se interpuso en su camino.
June no pudo esquivarla y el Electra chocó contra ella y pegó un salto. El
impacto fue demasiado para su maltrecha ala derecha que se desgajó limpiamente
del fuselaje. Afortunadamente la velocidad había disminuido bastante porque
tras unos segundos de lucha con el timón, June perdió finalmente el control y
haciendo un trompo la nave se estrelló de lado contra un par de palmeras que
había en la orilla de la playa.
***
El ruido de los
motores le despertó. Afortunadamente estaba cerca del antiaéreo y tras una
corta carrera, le quitó la funda, se colocó en posición y amartilló el arma.
Gracias a sus constantes cuidados el Tipe 98 estaba como el primer día que el
almirante Yamamoto lo puso personalmente bajo su responsabilidad. Kay Unemaro
había sido elegido para aquella misión por el mismo almirante entre varios
miles de aspirantes, tras un brutal entrenamiento. Había recibido órdenes
escritas en persona por el mismísimo emperador y las había cumplido con la
eficacia que se esperaba de él.
Ahora tenía una
nueva oportunidad de servir al emperador. Aguzó la vista y esperó pacientemente
a que el avión se pusiese a tiro. Poco a poco fue recopilando más información.
Era un bimotor americano, el ruido de los motores era inconfundible. Durante un
segundo había albergado la esperanza de que hubiesen venido a por él, se sentía
viejo y cansado, pero tras un segundo de desesperación, la férrea disciplina
que le había ayudado a sobrevivir en ese infierno inhóspito, le ayudó a recuperarse y le incitó a observar aquel objeto atentamente con sus binoculares.
Cuando estaba a tan
solo un par de kilómetros distinguió perfectamente la silueta del avión y la
sorpresa le dejó casi petrificado. Era prácticamente el mismo que había
derribado hacia casi cincuenta años, hasta tenía el mismo color plateado, tan
llamativo y fácil de enfilar con la mira.
Apuntó hacia el
aparato y abrió fuego. Al contrario que el piloto del otro avión, que se pegó
al suelo acelerando e intentando atravesar la isla lo más rápido posible para
hacer más difícil su puntería, este perdió velocidad e inclinó el avión bruscamente, intentando girar ciento
ochenta grados y mostrándole la panza entera para que hiciese blanco.
Mientras Kay
apretaba el gatillo recordó como el otro avión hacía medio siglo había pasado
como una flecha a su lado y solo por
pura suerte, con uno de sus disparos, le
había arrancado uno de los estabilizadores de la cola. El piloto intentó nivelar
el avión, pero estaba demasiado cerca del suelo y rozó la arena con la punta
del ala derecha haciendo que picara de morro sobre la laguna, capotando varias veces a gran velocidad y
desintegrándose en el agua.
En esta ocasión fue
más fácil y tras los primeros disparos corrigió ligeramente el alza y alcanzó
al avión. Dos impactos en el ala y uno en el motor hicieron que todo el ala derecha
desapareciese en pocos segundos oculta bajo un intenso humo negro.
***
Con una sonrisa de
satisfacción vio como el avión cambiaba de nuevo de rumbo y trazaba un amplio
arco en torno a su isla. Al fracasar la maniobra de evasión, el piloto optaba
por la única alternativa posible y enfilaba de nuevo hacia la isla. Su única
posibilidad de sobrevivir era aterrizar en la playa antes de que el bimotor se
partiera en dos.
Kay se relajó y observó las evoluciones del
bimotor con la mano en el gatillo, pero sin la intención de disparar para
ahorrar sus preciosas municiones, seguro de que terminaría por estrellarse.
Pero se equivocó.
Con una maestría que contradecía la torpe maniobra anterior, el piloto
estabilizó el avión y sin abrir el tren de aterrizaje se posó con suavidad en
la arena. A pesar de la pericia del aviador el ala derecha estaba tan mal que
solo aguantó unos trescientos cincuenta metros antes de desprenderse con el
motor averiado mientras el resto del avión resbalaba y giraba
sobre sí mismo hasta chocar finalmente de lado contra un par de enormes palmeras.
Kay soltó un
juramento, cogió su ametralladora Nambu y salió corriendo en dirección al avión
estrellado.
***
June era una
artista. De no ser por la pérdida del ala podía haber salido del avión sin
despeinarse siquiera. Afortunadamente cuando toparon con las palmeras iban ya a
muy poca velocidad y el único daño que habían sufrido era un pequeño corte en
la frente de Larry.
Salieron del avión
aun medio mareados por el choque y deslumbrados por el sol, de manera que
cuando vieron a aquel hombre menudo, con un fino bigote y unas gafas redondas,
vestido con el uniforme de teniente del ejército japonés, creyeron que estaban
viendo visiones.
Larry fue el primero
en reaccionar y se acercó a él gritando indignado:
—¿Pero qué demonios
crees que estás haciendo? —dijo Larry a grito pelado— Ha estado a punto de
matarnos.
—¡Alto! ¡De rodillas!
¡Son prisioneros de su Majestad el Emperador del Japón! —dijo el hombre
levantando una fea ametralladora.
—¡Maldito estúpido!
La guerra termino hace cuarenta años. ¿Está loco?
Larry no fue consciente
del peligro que corría. Se irguió aun más, soltando maldiciones e intentó
correr hacia el soldado, pero una ráfaga atravesó su pecho y lo paró en seco.
El tiempo se detuvo
en ese instante y las dos mujeres observaron como Larry caía y su sangre era absorbida por la arena. Dana fue la
primera que corrió hacia su marido gritando de angustia. Cuando llegó a su lado Larry apenas se movía. Lo
cogió en los brazos presionando la herida que tenía en el pecho mientras su
marido intentaba hablar consiguiendo únicamente escupir cuajarones de sangre espumosa
por la boca.
June llegó a
continuación. Sus palabras y sus gritos se unieron a los de Dana hasta que una
voz autoritaria les interrumpió.
—¡Vamos! ¡De
rodillas! —gritó él japonés pinchándolas con el cañón de la ametralladora.
June se levantó como
una flecha e intentó golpear al soldado, pero este, a pesar de su edad, la esquivó
con facilidad y la golpeó en el estómago con la culata de la ametralladora.
***
Era increíble. Como
se atrevían esos barbaros a humillarle enviando mujeres a hacer las tareas de
los hombres. No había ningún honor en matar a una mujer aunque fuese un
enemigo. Al hombre le había proporcionado una muerte digna, pero que coños iba
a hacer con aquellas dos mujeres. Maldiciendo su suerte cogió a la joven delgada
y semiinconsciente sobre un hombro y colgándose
la ametralladora del otro, cogió a la otra por su abundante melena rubia y tiró
de ella para separarla del hombre que ya estaba muerto.
La joven intentó abrazarse
al cadáver desesperada, pero Unemaro, a pesar de ser casi un anciano, era más
fuerte y la arrastró, separándola del Larry, obligándola a ponerse de pie a
base de fuertes tirones de su pelo y alejándolas del cuerpo agonizante.
V
Dana despertó en un
lugar oscuro y húmedo. El suelo era duro y áspero. Intentó moverse para adoptar
una postura más cómoda pero las ligaduras se lo impedían, tenía las manos
atadas a la espalda. Intentó recordar cómo había llegado allí, pero a partir
del accidente y la muerte de su marido, todo se había vuelto nebuloso.
Recordaba vagamente como aquel japonés loco, tras dispararles, las había
arrastrado por la arena del atolón. Recordaba el dolor de su cuero cabelludo,
que no era nada comparado con el desgarrador dolor que sentía por la pérdida
del amor de su vida, recordaba la enorme ametralladora golpeando suavemente la
espalda del soldado y recordaba a su cuñada colgando inerme del hombro.
June, ¿Dónde estaba?
Intentó aguzar la vista, pero la oscuridad era tan densa que no podía ver nada
a su alrededor. Contuvo la respiración y escuchó con detenimiento. Tras unos
segundos oyó una respiración suave y acompasada. Dana intentó incorporarse. Se
puso de rodillas y al intentar ponerse de pie golpeó el techo de aquel lugar
con la cabeza. Agachada se arrastró como pudo en dirección al sonido,
intentando no perder el equilibrio, hasta que estuvo al lado de su cuñada y se
dejó caer.
La llamó y la
sacudió suavemente hasta que estuvo totalmente despierta.
—June, ¿Estás bien?
—preguntó Dana preocupada.
—Sí, —respondió su
cuñada con voz temblorosa— me duele el estómago por el golpe, pero creo que
sobreviviré. —¿Dónde estamos?
—No tengo ni idea,
parece una especie de almacén de hormigón.
Un silencio se impuso
entre ellas hasta que Dana no pudo aguantar más y explotó:
—Lo siento, es todo
culpa mía. —dijo rompiendo a llorar.
—No, no es culpa
tuya Dana. —replicó June— Nadie podía esperar que hubiese todavía soldados
japoneses que no se hubiesen enterado de que la segunda guerra mundial terminó hace
cuarenta años.
—Pero yo os traje
aquí...
—No, fue el destino
y una pista sólida los que nos trajeron aquí. Al final el viejo resultó estar
en lo cierto. —dijo June tristemente.
A pesar de lo que
pudiese decir su cuñada, no podía dejar de sentirse culpable. Su marido se había
ido y ya no volvería. Jamás se lo perdonaría, siempre se arrepentiría de
haberse involucrado en la aventura de los dos hermanos.
June sintió su dolor
y se pegó a ella en un torpe remedo de abrazo. Dana dejó que el cuerpo esbelto
y cálido de su cuñada la envolviese y rompió a llorar de nuevo suavemente, dejando
que las lágrimas corriesen libremente por sus mejillas.
No hubo más palabras.
Las dos mujeres se quedaron tumbadas, muy juntas, en la húmeda oscuridad y
lloraron hasta que se quedaron dormidas de nuevo.
El sonido de unas
bisagras oxidadas y la luz del sol las sorprendió en la misma postura.
—¡Vamos! ¡Fuera!
—dijo el soldado japonés con tono cortante.
Salieron a la luz
del día como pudieron, sudorosas y deslumbradas por la intensa luz tropical.
Intentaron ponerse de pie, pero el teniente Unemaro se lo impidió golpeándoles
tras las rodillas con una fusta. Cayeron de bruces sobre el áspero suero
coralino del atolón intentando ahogar un quejido de dolor.
Al sentir la tenue
brisa proveniente del océano se dieron cuenta de que el hombre les había
quitado casi toda la ropa hasta dejarlas en bragas y sujetador. La lencería de June
era deportiva, oscura y discreta, pero el estilo de Dana era mucho más
sofisticado y tanto el sujetador como las bragas tenían abundantes
transparencias y solo los bordados tapaban sus zonas más íntimas. Al verse en
esa situación Dana intentó taparse sin darse cuenta que aun tenía las manos
atadas a la espalda.
—Nombre y número de
serie. —ladró el hombre cuando se puso frente a ellas.
—¿Qué coño...?
La frase fue
interrumpida por un fustazo del soldado en la cara de June. Un fino hilo de
sangre apareció en el pómulo de la joven y el dolor le obligó a recurrir a toda
su fuerza de voluntad para no gritar.
—¡Jódete cara de
limón! ¡Por si no te habías enterado, la guerra terminó hace cuarenta años!
—dijo Dana intentando desviar la atención del japonés de su machacada cuñada.
El hombre reaccionó
inmediatamente y le dio una patada a Dana que le obligó a caer
de lado sin aliento. June aprovechó ese momento de despiste para incorporarse y
cargar con el hombro contra el hombre.
Unemaro no lo
esperaba y estuvo a punto de caer, pero finalmente recuperó el equilibrio y le
dio un codazo en el omóplato derribándola.
June se retorció intentando volver a incorporarse, pero con un ligero golpe de
su bota la obligó a permanecer en el suelo.
—¡Nombre y número de
serie! —repitió el soldado sin inmutarse.
—No somos soldados.
—dijo Dana intentando acercarse a su cuñada para ver como se encontraba.
—Entonces son espías,
no tienen ningún derecho. Me contarán todo lo que saben y luego las fusilaré.
Dana no podía creer
lo que estaba oyendo. Aquello tenía que ser una maldita pesadilla. Tenía que
haber una forma de hacer entrar en razón a aquel maldito imbécil. Volvió a
arrodillarse, miró a los ojos a aquel hombre e intentando parecer lo más
sincera posible, empezó a hablar.
—Mire, señor...
—Teniente Unemaro,
Kay Unemaro, de la Marina Imperial Japonesa.
—De acuerdo
teniente. Sé que lo que le digo es difícil de digerir, pero ninguno de nosotros
es o ha sido en ningún momento de nuestra vida soldado o espía al servicio de
ningún gobierno. La guerra terminó hace más de cuarenta años, el Imperio Japonés
se rindió a los Estados Unidos el quince de agosto de mil novecientos cuarenta
y cinco.
—Imposible, el
Imperio Japonés jamás se rendiría ante unos estúpidos gaijin. El emperador sabe
perfectamente que todos los japoneses daríamos nuestra vida con orgullo antes
de rendirnos. Nuestro orgullo como nación quedaría deshonrado, jamás
volveríamos a levantar la cabeza.
—Pues es la pura
verdad. —dijo Dana intentando parecer lo más sincera posible.
—¿Ah? ¿Sí? ¿Y cómo
se supone que consiguieron hacer que nos rindiésemos? ¿Invadieron Japón?
¿Capturaron a su majestad el emperador?
—No, lanzamos un par
de bombas que destruyeron dos de vuestras ciudades por completo.
Kay se quedó
sorprendido. Durante un segundo había dudado. Llevaba cuarenta años sin
contactar con ninguno de sus superiores y no sabía nada del transcurso de la
guerra desde la gloriosa defensa de la isla de Guadalcanal. Aunque la rendición
le parecía imposible, quizás se lo hubiese creído si la chica no hubiese
inventado esa burda patraña. Una sola bomba destruir una ciudad entera.... Esa
mujer creía que era tonto.
—¿De veras crees que
voy a tragarme ese cuento? —dijo el teniente Unemaro— Es imposible destruir una
ciudad con una sola bomba.
De repente Dana se
dio cuenta de que no debía haberle dicho eso. Intentó buscar una forma de
explicarle a alguien que no había vivido en la era nuclear el inmenso poder del
átomo.
—Verá, se que
parece...
—No se preocupen,
tarde o temprano me dirán la verdad. Tengo todo el tiempo del mundo para
haceros hablar y conseguiré que me digáis todo lo que sabéis.
—Por favor... Solo
tiene que conectar la emisora y preguntar a cualquier radioaficionado...
—Imposible, hace
años que no está operativa. —replicó el teniente soltándoles las ligaduras y alejándose.
Dana
se incorporó inmediatamente y se inclinó sobre June. Estaba aturdida y
dolorida, pero afortunadamente no tenía nada roto. Le ayudó a levantarse y cargando
con ella como pudo le acompaño hasta la sombra de una palmera. Allí sentadas
observaron la pequeña figura del soldado japonés alejándose de ellas.
Unemaro se alejó
meditabundo. Hasta aquel día jamás se había planteado que la guerra pudiese
haber terminado y se hubiesen olvidado de él. Pensándolo detenidamente no era
imposible. Su misión era ultrasecreta. No supo su contenido hasta que
desembarcó en la isla y abrió el sobre que el mismo Yamamoto en persona le
había entregado.
Aun lo recordaba
como si fuera ayer. Aquel enero de mil novecientos treinta y siete
desembarcó del submarino de abastecimiento y tomó posesión de la isla. En ella
los esclavos chinos habían construido
una pequeña estación de radio y un bunker subterráneo con todo lo necesario
para una larga estancia y para mantener la existencia de la base en secreto a
toda costa. Su primera tarea fue hacer desaparecer sus cuerpos.
Su misión era
interceptar las trasmisiones que se producían entre los Estados Unidos y
Australia y entregarlas al submarino de abastecimiento que llegaba una vez cada tres semanas. Tenía
terminantemente prohibido emitir ninguna trasmisión salvo en caso de
emergencia. Solo el capitán y el navegante del submarino, el almirante Yamamoto
y su Majestad el Emperador Hirohito en persona sabían exactamente dónde estaba
y cuál era su misión. Durante toda su
estancia en el atolón los dos únicos avistamientos del enemigo habían sido los
dos aviones que había derribado, el primero apenas medio año después de haberse instalado
y el segundo ahora.
El submarino siguió
llegando puntualmente hasta que a principios de mil novecientos cuarenta y dos
dejó de presentarse. Solo había usado una vez antes el emisor para radiar un
mensaje de socorro con un pañuelo delante del micrófono y simular que el avión
que había derribado en 1937 tenía problemas de navegación y se estaba quedado
sin combustible. Acuciado por la necesidad uso el transmisor por segunda vez y envió la palabra clave para advertir del
problema. Tardaron dos meses más, pero
un nuevo submarino le trajo nuevos pertrechos y durante unos meses más la
estación siguió activa, pero en mil novecientos cuarenta y tres el contacto se interrumpió definitivamente. El equipo de
radio se estropeaba con facilidad en aquel clima y pronto se le acabaron los
repuestos dejando la estación inactiva.
Volvió a enviar
varias veces la clave pidiendo ayuda sin recibir respuesta. Finalmente el
transmisor también se estropeó y ya ni siquiera pudo emitir. Al principio se
desesperó, luego se concentró en lo que creyó que era su misión secundaria,
defender la isla a cualquier precio.
Y ahora venían esas
dos sucias gaijin e intentaban liarle con una burda mentira. Controlando las
ganas que tenía de volver y cortarle la cabeza a esas mujeres entró en su bunker
y se sentó a meditar.
VI
El sol empezaba a
ocultarse en el horizonte, lo que junto con la brisa que se había levantado del
mar, revivió ligeramente el ánimo de las mujeres.
June se había
recuperado casi totalmente, aunque estaba dolorida y lucía dos espantosos
verdugones en su piel morena. Pero su ánimo estaba por los suelos. Los
acontecimientos la habían golpeado aun más fuerte que a Dana. Sospechaba que se
sentía culpable porque aquel viejo la había derribado con facilidad y no había
sabido detener a su hermano.
—Bueno, no sé tú,
pero yo me muero de hambre. —dijo Dana incorporándose y sacudiéndose la
arena—Voy a ver si queda algo de comida dentro del avión. Tú quédate
aquí.
Apretó ligeramente
el hombro de su cuñada y se dirigió a un pequeño montículo que había playa
abajo para ver si podía hacerse una idea de dónde estaba el Electra. Lo
descubrió "aparcado" contra las palmeras unos doscientos metros a la
izquierda. Con una sonrisa echó a andar y llegó en apenas un minuto. Entró
rápidamente, incapaz de contener el rugido de sus tripas hambrientas, pero
aquel diablo se les había adelantado y se había llevado todo lo que no estaba
atornillado; hasta el colchón en el que había descansado había desaparecido.
Un ruido tras ella
la sobresaltó y se dio la vuelta con el puño en alto.
—Veo que no ha
dejado nada. —dijo June inspeccionando el interior del aparato— Veamos si hizo
lo mismo en la cabina.
La cabina había sido
inspeccionada. June trasteó con los botones de la radio, sin ningún resultado.
Estaba muerta. Los indicadores de la batería estaban a cero. Los golpeó sin
conseguir que la aguja se moviese.
—Mierda, creo que no
vamos a poder pedir ayuda. —dijo Dana sin poder ocultar su desilusión.
June le guiñó un ojo
y sentándose en el asiento del copiloto rebuscó bajo él hasta que encontró lo
que buscaba. Una pequeña pistola automática de color negro brillaba peligrosa
como una serpiente en las manos de la mujer.
—Vamos a matar a ese
hijoputa. —dijo June amartillando el arma.
Estaba a punto de
salir con el arma del avión cuando Dana la detuvo.
—Piénsalo bien. Yo
tengo tantas ganas de matar ese cabrón como tú, pero no es el momento. Estamos
débiles y hambrientas y ese hombre es un soldado adiestrado. Hay que esperar la
oportunidad adecuada.
—Es solo un viejo y
te garantizo que de esta noche no pasa. Mató a mi hermano y ahora le voy a
hacer pagar por cada gota de sangre de Larry que ha derramado. —replicó su
cuñada liberándose de un tirón.
Dana no pudo hacer
otra cosa que seguirla deseando que aquello no terminase en un desastre e
intentando convencerla de que lo pensara mejor hasta que June le obligó a
callar con un gesto.
El sol ya se había
ocultado en el horizonte y apenas se veía a más de diez metros de distancia en
aquella densa oscuridad tropical. El campamento del soldado estaba tan bien
camuflado que tuvieron que dar algo más de una vuelta entera al atolón antes de
tropezar literalmente con el búnker.
Era una construcción
baja de hormigón situada bajo tres cocoteros, similar al lugar dónde las habían
encerrado por primera vez, pero más amplio. La antena de la radio se elevaba
casi treinta metros, Estaba adosada a uno de los troncos y desaparecía entre
las hojas de las palmeras.
Una luz salía por un
estrecho ventanuco. Dana intentó detener a su amiga una última vez sin
conseguirlo y entró tras ella procurando no hacer ningún ruido.
Entraron en un
pasillo tenuemente iluminado. Dejaron tres puertas atrás hasta que llegaron a
una bajo la que se adivinaba una raya de luz. Con un gesto rápido June abrió la
puerta y empuñó la pistola en dirección a la figura que estaba sentada en el
suelo, cenando.
Kya no dio ninguna
muestra de sorpresa. Llevaba un kimono de seda blanca y estaba cenando algo que
parecía sushi.
—¿Has venido a
matarme? —preguntó el teniente cogiendo un pequeño trozo de pescado con los
palillos con la precisión de un cirujano y llevándoselo a la boca— Porque yo
que tú me lo pensaría mejor.
—¡Mataste a mi
hermano, japo de mierda y ahora voy a matarte yo a ti! —dijo apuntando al
soldado.
—¿Y luego qué? ¿Lo
has pensado bien? ¿Cómo pensáis sobrevivir en esta isla?
Unemaro continuó
comiendo, impasible, como si la joven que estaba frente a él no estuviese apuntándole
con un arma, dispuesta a volarle la tapa de los sesos. Observando con
detenimiento como la determinación de la joven americana se iba diluyendo en un
mar de dudas.
—¿Sabes qué es lo
que se siente cuando te mueres de hambre poco a poco? Los retortijones, la
debilidad constante, las ulceras y los insectos comiéndote vivo sin que puedas
hacer nada por evitarlo. Yo estoy preparado para morir para mayor gloria del Ejército
Imperial, ¿Y vosotras?
El hombre se levantó
lentamente y se acercó sin dejar de mirarla tras aquellas gafas redondas hasta
ponerse frente a June. Con suavidad le quitó el arma, la descargó, la posó con
delicadeza al lado del sushi y luego, con un movimiento rapidísimo, le dio un
fuerte bofetón a June que le hizo
tambalearse y caer al suelo.
—Creo que necesitáis
una lección, que sepáis quién es el que manda aquí.
Horrorizada Dana
observó como el hombre se quitaba el kimono y los calzones. June intentó
levantarse, pero Unemaro la cogió por el sujetador y se lo arrancó a la vez que estampaba su cuerpo contra la
pared de hormigón.
La joven gritó
consciente por primera vez de las intenciones del soldado. El teniente agarró
los pechos de June y los mordió con fuerza. La angustia y las lágrimas de June
fueron demasiado. Dana sabía por lo que su cuñada estaba pasando, estaba segura
que aquello la destrozaría por dentro y sin pensarlo se acerco al soldado.
—¡Eh! ¡Tú! ¡Mono
amarillo! ¿De veras te vas a conformar con ese fideo pudiendo degustar un buen
filete? —dijo Dana quitándose el sujetador y amasándose los pesados pechos.
Unemaro se volvió,
sorprendido por primera vez en aquella noche y Dana pudo sentir aquellos
ojillos avariciosos centrados en sus pechos.
—¡Vamos hijo puta! Enséñame
de lo que eres capaz de hacer con ese micropene de mierda.
El japonés se lanzó
sobre ella y cogiéndola por el cuello le obligó a arrodillarse metiéndole la
polla en la boca.
—¡Puaj! Sabe ha
tripas de pescado. —dijo ella separándose un instante.
June no podía creer
lo que veía. No podía evitar su admiración ante la forma en la que le había
salvado Dana y la actitud desafiante con la que se enfrentaba a su violador, conservando su dignidad a pesar
de que el soldado penetraba su boca con dureza.
Unemaro mantenía
agarrado el pelo de la joven intentando taparle la boca a Dana con su polla, pero Dana conseguía separarse para respirar e
insultar al hombre.
Dana había tenido
una infancia y adolescencia borrascosas en lo más profundo de Hell´s Kitchen,
todo aquello podía haberla matado, pero solo la había hecho más fuerte, todas
esas malas experiencias hacían que aquel viejo fuese una especie de
desagradable pasatiempo.
—Siempre la has
tenido así de pequeña o ha sido a consecuencia de matarte a pajas durante
cuarenta años.
El hombre gruñó y la
tumbó sobre el suelo quitándole las
bragas a tirones. Dana estaba muerta de miedo, pero no estaba dispuesta a
admitirlo, no pensaba darle a aquel hombre ninguna satisfacción. El soldado
abrió sus piernas, se tendió sobre ella y le penetró. La polla dura y caliente
entró bruscamente haciéndole daño en su coño seco y contraído por el asco.
Recurriendo a toda su fuerza de voluntad se limitó a seguir insultándole mientras
intentaba mantener el cuerpo lo más relajado posible sin emitir ningún gemido o
grito intentando parecer un pescado muerto.
El peso de aquel
cuerpo blando y sudoroso y aquella boca cruel chupando y lamiendo sus pezones
la repugnaba tanto como tener una polla que no era la de Larry dentro de ella.
Al recordarle casi no pudo contener las lágrimas y para evitarlo concentró todo
su ser en despreciar al hombre que la estaba violando.
—¿Dime la verdad, a
cuantos pescados te has follado estos años? ¿Cuántos atunes has sodomizado para
apagar tu sed? ¿O el submarino te traía cada poco una gallina para que la reventases
a polvos?
Unemaro no contestó
y la dio la vuelta poniéndola a cuatro patas y volviendo a penetrarla con
golpes secos y rápidos.
—¿Es esta la
costumbre en Japón? ¿Vuestras mujeres son tan feas que preferís verles el culo
antes que la cara?
Paralizada por el
horror de la escena, June vio como el hombre cogía a Dana por el cuello y
apretaba con fuerza para hacerla callar sin dejar de penetrarla. Los reproches
de Dana se convirtieron en broncos carraspeos mientras el hombre la follaba
salvajemente haciendo que todo el cuerpo de la joven temblase.
Por fin, el hombre,
a punto de correrse, apartó las manos del cuello de Dana, sacó la polla de su
coño y dándole la vuelta eyaculó sobre
su cara.
Dana que aun
boqueaba en busca de aire, recibió la repugnante lluvia. El semen salpicó sus
mejillas y sus ojos y cayó dentro de su boca produciéndole una arcada.
Impasible, el hombre
recogió su kimono y el arma de June y abandonó la sala.
June se quedó
mirando como Dana se arrodillaba y escupía el semen que se había colado en su
boca.
Había observado impotente y aterrorizada mientras aquella mujer la había
defendido interponiéndose entre ese animal y ella. No pudo evitar pensar lo
confundida que había estado con su cuñada. Jamás hubiese pensado que una mujer
de aspecto tan frágil se hubiese comportado ante tamaña agresión con esa
entereza.
—¿Te encuentras
bien? —dijo June acercándose.
—No te preocupes,
escuece un poco pero sobreviviré. Ese jodido patán no sabe tratar a una mujer.
—dijo Dana con voz ronca, acercándose a la mesa y cogiendo uno de los trozos de
pescado con los dedos— Aprovecha y come algo.
Durante los
siguientes minutos solo se oyó el ruido de masticación mientras las dos mujeres
devoraban todo el pescado con avidez. Cuando terminaron, Dana se levantó y
cogiendo a June, la sacó del búnker y la llevó de vuelta al avión.
—Tenemos que hacer
planes. —dijo Dana sentándose en una de las alas del aparato.
—¿Planes para qué?
—Para salir de aquí.
—¿Cómo? —preguntó
June— Ese hombre esta tan seguro de que no podemos escapar de esta isla que no
se molesta en encerrarnos. Ni siquiera él puede salir de aquí.
—Tampoco lo ha
intentado. Tenemos que convencerle de que la guerra ha terminado. Eso es lo
principal. Aun no sé cómo. Si pudiésemos hacérselo comprender, quizás podría
haber una manera de salir de aquí si los tres colaboramos.
—No lo entiendo. Ese
hombre te ha violado. Yo solo querría matarlo. Y tú estás pensando en colaborar
con él.
—Créeme, yo también
le odio con todas mis fuerzas. Pero él tiene razón. Sin su ayuda no
conseguiremos sobrevivir y menos salir de esta jodida isla. —dijo Dana acariciándose
el cuello magullado.
—¿Y cómo piensas
hacerlo? —preguntó June intrigada.
—Aun no lo sé. Lo
que está claro es que ese hombre cree que aun está en guerra. Se ha aislado de
la realidad como medio de supervivencia. Lo único que se me ocurre es recurrir
a su honor. —dijo Dana abrazando a su
cuñada y disponiéndose a dormir bajo las estrellas.
VII
Unemaro estaba
inquieto. Creía que el tiempo y el hambre le ayudaría a descubrir la mentira de
aquellas mujeres, pero llevaba varios días interrogándolas y sus respuestas
habían traído más interrogantes que soluciones. Cuando les había preguntado por
qué habían venido a su isla ellas respondieron que habían venido tras la pista
de otro avión similar al suyo, evidentemente, el que había derribado hacia cincuenta años.
Cuando les preguntó que tenía ese avión de especial le contaron una historia
sobre una gran aviadora de la época y una misión de espionaje. Era de locos,
resultaba que el primer avión tenía una misión militar y el segundo,
exactamente igual, no. Le preguntaron si sabía algo del avión pero el teniente
estaba seguro de que solo intentaban desviar su atención y no les contó nada.
Siguió con los interrogatorios, incluso lo intentó con la amenaza del dolor
físico, pero no había conseguido que cambiasen su historia. También las había
interrogado por separado para buscar fallos o contradicciones, pero tenían tan bien estudiada su cobertura que en ningún
momento consiguió que se salieran del guion.
La rubia era
especialmente belicosa. La había violado y en vez de llorar y suplicar se había
dedicado a insultarle de una manera tan grosera que le descolocó y le costó un
gran esfuerzo de concentración llegar hasta el final. Había pensado en
aislarlas una de la otra, pero ya no era un jovencito y sus casi setenta años
no le permitía realizar demasiados esfuerzos. Incluso había optado por dejarlas
sueltas para que intentasen buscar un poco de comida y no tener que cargar el
solo con la responsabilidad de alimentar a los tres.
Se acercó al borde
de la laguna y lanzó la caña de pescar. La pesca le relajaba y le ayudaba a
pensar. Mientras observaba la punta de la caña esperando que algún pececillo
picase en el cebo, intentaba imaginar lo que sería pasar el resto de sus días
con esas gaijin entrometidas e impertinentes.
Las dos mujeres le
miraban con enfado y mantenían la distancia. Solo se acercaban cuando el hambre
las impulsaba y era entonces cuando intentaba interrogarlas. Las sesiones
terminaban invariable con gritos y amenazas. Finalmente las dejaba marchar
consciente de que tenía todo el tiempo del mundo para que le dijesen la verdad.
Algo tocó el anzuelo
y la punta de la caña vibró por un instante, pero enseguida se quedó quieta, en
otra circunstancia se hubiese mantenido imperturbable, pero en esa ocasión
soltó un gruñido de impaciencia y recogió el sedal volviendo a lanzarlo un poco
más a la derecha.
Malditas mujeres,
todo lo tenían que complicar...
***
Le vieron volver de
la laguna con un par de peces no demasiado grandes. Sabían que la mayor parte
se la comería él y que ellas solo recibirían lo suficiente para mantenerse, así
que se pasaban casi todo el día buscando algo para completar la parca dieta. A
pesar de ello solo conseguían algún coco y unas pocas almejas o algún cangrejo
con lo que tenían que recurrir a aquel cabrón para no morirse de hambre y era
entonces cuando aprovechaba para interrogarlas. Los interrogatorios eran duros,
pero en vez de usar la violencia jugaba más con el desprecio, consciente de que
nadie iba a sacarlas de allí.
Todavía no
comprendían como aquel hombre podía
pensar en que la guerra pudiese durar más de cincuenta años. Quizás la estricta disciplina japonesa, unida al largo
aislamiento y la edad avanzada del hombre, hubiesen provocado una cierta
evasión de la realidad, necesaria por otra parte para poder sobrevivir en un
ambiente tan hostil. Cada vez tenían más claro que sería muy difícil devolver a
aquel jodido fanático a la realidad.
Aquella noche no fue
diferente. El teniente se empleó a fondo, las insultó y les tiró la comida
obligándolas a que la recogiesen del
suelo, las interrogó sobre lo que había pasado tras la guerra. Quería que
continuaran con las mentiras hasta que se saliesen del guion preestablecido y
se contradijesen:
—A ver si lo he
entendido. —dijo Unemaro— Me decís que ahora hay aviones a como los llamáis...
a reacción, capaces de llevar quinientos pasajeros con sus equipajes a mil kilómetros
por hora atravesando océanos sin escala y que los americanos habéis llegado a
la luna y sin embargo vosotras venís hasta aquí con un avión igualito al que
derribé hace cincuenta años...
—¿Cómo? —le
interrumpió June—¿Derribaste el avión de Amelia? ¿Dónde cayó? ¿Hubo
supervivientes?
—Silencio, perra. —dijo
Kay cabreado por el desliz—Aquí las preguntas las hago yo. Tenía órdenes. Nadie
podía saber que esta isla estaba habitada y lo derribé. Se deshizo en mil
pedazos en la laguna. No sé quién lo pilotaba ni me importa.
—Cerdo, no tienes
sentimientos. —le dijo la rubia con una voz fría como el hielo.
—Y vosotras sois unas
putas mentirosas. —replicó el soldado haciéndoles señas de que debían abandonar
el búnker.
VIII
Cada día que pasaba
entendían un poco más a aquel hombre y la admiración y respeto que sentían por
su determinación había crecido
notablemente. Después de la primera semana de hambre, interrogatorios y
soledad, los días estaban empezando a fundirse unos con los otros y los pasaban
en una especie de estado de semiinconsciencia del que cada vez les resultaba
más difícil salir. La ausencia de esperanzas de que alguien se acercase para
rescatarlas al haberse desviado tanto de la ruta no ayudaba.
Solo la tumba
superficial de Larry, que ellas mismas habían excavado con sus manos desnudas a
pocos metros de la puerta del avión siniestrado, las sacaba de aquel estado.
Las dos amigas aprovechaban esos momentos de lucidez para buscar una manera de
devolver a ese hombre a la realidad y
ambas sabían que debía ser pronto.
Estaba claro que tenían que reducir a ese hombre, y creían
saber cómo convencerle de que no le estaban mintiendo. Pero a pesar
de que el teniente Unemaro tenía alrededor de setenta años, su estado de forma
era excelente y era un soldado adiestrado en varias clases de artes marciales.
Además mantenía las armas fuera de su alcance. Jamás las llevaba encima,
consciente de que no las necesitaba para reducirlas y las mantenía ocultas,
presumiblemente bajo llave.
La única alternativa
que les quedaba era que una le distrajera y otra aprovechara para noquearle con
lo primero que tuviese a mano. Dana intentó seducirle de nuevo un par de veces,
pero sospechaba que la vez anterior le había dejado sin ganas de volver a
tomarla. Incluso June había hecho de tripas corazón y se había acercado al
japo, pero este se había mostrado despectivo y no había desperdiciado ni
siquiera una mirada en ella.
Desesperadas,
decidieron jugarse el todo por el todo y le vigilaron día y noche esperando una oportunidad. El
éxito del plan se basaba en que el soldado tenía que creer en que las había
encontrado por casualidad y lo siguieron en sus quehaceres diarios. Pronto
descubrieron que lo metódico de sus costumbres era probablemente lo que había
mantenido un residuo de cordura. Todas las mañanas se levantaba con el sol,
salía de su búnker y realizaba una larga serie de ejercicios y katas de artes
marciales, primero desarmado y luego con una katana. A continuación se daba un
largo baño en la laguna y luego se retiraba a su bunker para pasar las horas más
tórridas del día y no salía hasta ya avanzada la tarde. Era cuando cogía una
caña de pescar y buscaba un lugar adecuado en la laguna para pescar y recoger
algo de marisco.
Cada cierto tiempo
cambiaba el lugar dónde echaba la caña y escondidas entre la maleza observaron
como uno de sus lugares favoritos era un promontorio que daba a la laguna y que tenía unas excelentes vistas sobre gran
parte de la costa y especialmente de una pequeña y recogida cala a poco más de
doscientos metros y que solo era visible desde allí.
Durante los
siguientes días le siguieron hasta que por fin volvió a ese lugar. No tenían
tiempo que perder así que pusieron en marcha su plan.
Entraron en la playa
persiguiéndose y riendo con el pelo suelto y solamente vestidas con unas braguitas.
Finalmente June atrapó a Dana y la tiró en el suelo. Ambas rieron recurriendo a
toda su fuerza de voluntad para no girar la cabeza hacia el promontorio y se
besaron. La verdad es que no sabían cómo se iban a sentir exactamente. Pero la
estancia en aquel infierno y la pérdida de Larry las había unido más que nunca
y el beso les pareció mucho más natural de lo que habían esperado.
Dana se separó
juguetona y se levantó mientras June se quedaba tumbada sobre la arena con las
manos por encima de su cabeza y una sonrisa que hacia aun más seductores
aquellos preciosos labios. La figura esbelta y la piel color miel de June
hacían que Dana sintiese que estaba en presencia de un bello felino.
Con un gesto
perezoso bajo las manos y se acaricio los pechos. Dana los observó y los
comparó con los suyos. Eran más pequeños y perfectamente esféricos con pezones y areolas pequeños y oscuros. Se
inclinó y colocándose sobre ella dejó que sus pechos pesados y pálidos los
golpeasen. Los pezones de ambas entraron en contacto erizándose inmediatamente
y trasmitiéndole una cálida sensación de placer.
La mano de June se
separó de su pecho y asió y sopesó el de Dana, siguió sus venas azules con la
punta de los dedos hasta llegar a sus pezones. Los acarició y pellizcó
suavemente hasta que Dana soltó un largo
suspiro y restregó su pubis contra el muslo de su cuñada. La sensación fue
totalmente distinta a la que había experimentado con el soldado japonés encima
de ella. En cuestión de segundos se había olvidado de los planes y frotaba sus
húmedas braguitas contra los muslos del June con movimientos lentos y amplios.
June percibió con
claridad la excitación que estaba haciendo presa en el cuerpo de su amiga y
pronto se dio cuenta que su cuerpo estaba reaccionando también. Con un movimiento
suave y fluido apartó las manos de los pechos de Dana y rodeando su torso con
los brazos acarició su espalda y hundió los dedos en su espesa melena rubia.
Con un ligero tirón
acercó la boca de Dana a sus labios y la besó de nuevo. Dana respondió con
suavidad sacando la punta de la lengua e introduciéndola en su boca
entreabierta. Los dientes de June se cerraron sobre ella con suavidad y la atraparon juguetones justo antes de abrir
la boca e introducir profundamente su lengua en la boca de Dana. De repente
todo se descontroló, los besos se hicieron profundos y ansiosos, ambas se saborearon
la una a la otra. Las manos de Dana se escurrieron por los costados de June
hasta acabar bajo su braguita mientras June jugaba y tironeaba la melena de
Dana sin dejar de besarla ansiosamente.
June empezó a gemir
suavemente al sentir los dedos de su cuñada acariciando su sexo y explorando su
húmedo interior. Tras unos segundos Dana deshizo el beso y con sus labios comenzó
a repasar el cuerpo de June chupando, lamiendo y mordisqueando sus axilas, sus
pezones y su ombligo hasta llegar a su pubis.
Cuando su amiga le
quitó las braguitas y envolvió los labios de su vulva con la boca, una
sensación inédita recorrió el cuerpo de June. Nunca había sido una mujer muy
interesada por el sexo, sus relaciones habían sido siempre escasas, fugaces y
ligeramente insatisfactorias, pero la sabia lengua y los hábiles dedos de
Dana estaban despertando sensaciones que
nunca había experimentado. Sentía como si todas su ingles burbujearan e
irradiaran un intenso placer por todo su cuerpo.
Sin apenas darse
cuenta de lo que hacía abrió sus piernas y dejó que Dana la explorase mientras
jugaba con su melena rubia. Los gemidos se transformaron en gritos y el placer
le recorría el cuerpo haciendo que los espasmos atenazasen su cuerpo desde la
cabeza hasta la punta de los pies.
Haciendo un supremo
esfuerzo por controlarse apartó a Dana y la tumbó sobre la ardiente arena. Sentándose
a su lado acarició su cuerpo. Sus manos eran más torpes, pero notó que Dana
respondía. Su respiración se hizo más rápida y superficial y los gemidos de
Dana, más fuertes y desinhibidos espantaron a un par de alcatraces que
descansaban en una palmera.
Con precaución June
pasó las piernas a ambos lados de la cabeza de Dana dejando su coño a la altura
de su boca mientras enterraba la cara en su entrepierna. Fue como si el placer
recorriese sus cuerpos en un circulo infinito. Electrizándolas y
desbordándolas. Sus cuerpos sufrían violentos espasmos mientras sus sexos
expelían seductores jugos que ambas paladeaban golosamente. Rodaron por la
playa sin despegarse, la arena se colaba en sus bocas y se pegaba a sus cuerpos
sudorosos, colándose en todos su pliegues, pero nada importó cuando sus cuerpos
se agarrotaron casi a la vez recorridos por un violento orgasmo.
Cuando finalmente June
abrió los ojos vio a Unemaro de pie frente a ellas. Ocultando su cara de
satisfacción, se tumbó boca arriba, con las piernas abiertas hacia el soldado
para que este pudiese ver como los jugos del orgasmo resbalaban fuera de su
coño haciendo un surco en la arena que cubría su piel.
Unemaro se había
acercado al oír los gemidos y ver como las dos mujeres hacían el amor en la
pequeña cala. Sin saber muy bien porque, la curiosidad había podido con él y se
había dirigido a la playa para ver a las dos mujeres haciendo el sesenta y
nueve hasta que un fuerte orgasmo las dejó exhaustas.
La morena se dio
cuenta de su presencia y dejando a su amante tumbada y jadeante, se giró hacia él
y separó las piernas para exponer el coño chorreante a la vista de Unemaro que
lo miraba hipnotizado.
En ese momento todo
ocurrió tan rápido que no tuvo ninguna oportunidad, June le lanzó un puñado de
arena a los ojos cegándole y levantándose rápidamente le dio una patada en los
huevos con toda sus fuerzas obligándole a doblarse con el intenso dolor
mientras Dana se levantaba como una
flecha y cogiendo un trozo de madera que habían escondido entre la arena, le arreaba con todas sus fuerzas en la sien
dejándole inconsciente inmediatamente.
***
Cuando despertó era
él el que estaba atado de pies y manos en el bunker. La primera sensación fue
el dolor de cabeza, la segunda fue la impotencia y el profundo deshonor que
suponía que dos estúpidas putas Gaijin se las hubiesen arreglado para
engatusarle y noquearle.
Profundamente
avergonzado continuó con los ojos cerrados intentando negar la realidad. Pero
era imposible, solo era un viejo necio que se había dejado engañar y ahora
pagaría el precio de su estupidez.
IX
Ahora que lo tenían
reducido no sabían qué hacer con él. Se limitaba a estar sentado sobre el
suelo, quieto como una estatua y silencioso como una piedra. Lo habían probado
todo y no habían conseguido nada.
Se les acababa el
tiempo y lo sabían y lo peor era que él también lo sabía.
Ni las amenazas, ni la privación de agua y comida hicieron ninguna mella
en el soldado.
Estaban a punto de
rendirse cuando June dijo que tenía una idea y dejó a Dana vigilándole. Volvió
de madrugada con un paquete que dejó al lado de la puerta y se sentó frente al
Teniente Unemaro.
—Teniente, vamos a
dejarnos de tonterías. Ambos sabemos que estamos en un punto muerto. Así que le
voy a decir lo que vamos a hacer. Voy a liberarte a cambio de que hagas una
sola cosa por nosotras.
El hombre arqueó las
cejas por toda respuesta. Algo era algo.
—Sé que no nos
crees, —continuó armándose de paciencia— pero ahora no tenemos por qué
mentirte. Es verdad que la guerra ha terminado. Te soltaremos y todo lo
sucedido quedará entre nosotros, solo te exigimos que conectes con alguien por
radio y le hagas unas preguntas para que te convenzas de que te hemos estado
contando la verdad.
—No importa. —dijo
el japonés con voz ausente— Ya no tengo honor y que vosotras mintáis para
protegerme no hace que esta mancha desaparezca. Además aunque quisiese, no
tengo forma de comunicarme con el exterior. La única forma de hacerlo sería la
radio pero no funciona y hace decenios que no tengo repuestos.
—Si hubiese una
manera, ¿Prometerías escuchar y pedir ayuda para salir de aquí?
El teniente estaba
confundido. Estaba dispuesto a morir de hambre y sed, o de un tiro en la nuca,
pero no entendía por qué aquellas mujeres insistían en su mentira hasta el
punto de prometerle dejarlo en libertad a cambio de una simple promesa.
—Y si conocéis la
manera de comunicaros con el exterior, ¿Por
qué no lo hacéis vosotras mismas?
—Porque no podemos
hacerlo nosotras solas. —dijo June abriendo el paquete y mostrándole la radio
que había extraído del Electra.
Unemaro no pudo
creer lo estúpido que había sido, ¿Cómo demonios no se le había ocurrido antes
a él? Ahora que tenía la forma de comunicarse con sus superiores estaba
inmovilizado. Impotente ante los caprichos de dos mujeres.
—¿Qué respondes?
—preguntó Dana impaciente.
Unemaro se mantuvo
en un hosco silencio.
—Está bien, te lo
vamos a poner un poco más fácil. —dijo June— Te dejaremos que intentes
contactar con tus superiores para que veas que decimos la verdad. La única
condición es que hables en inglés para que podamos entender lo que dices.
El teniente no podía
negarse. Su deber estaba por encima de su honor, cuarenta años era demasiado tiempo
para mantenerse aislado sin intentar
contactar con sus superiores. Así que sin otra alternativa optó por rendirse y
asentir.
—¿Lo prometes por el
honor del Emperador?
—Lo prometo. —dijo
Unemaro escupiendo cada palabra con una rabia que les hizo a las mujeres
temblar de miedo— Pero si resulta que me habéis mentido os mataré como a las
perras sarnosas que sois.
June no se lo pensó
dos veces. Sabía que aquel juramento ataba a aquel hombre y la devoción que
sentía por su emperador le obligaría a cumplir con su promesa. El soldado se
frotó las muñecas sin decir nada y tras devolverle la circulación a sus manos
cogió el paquete y se internó en un estrecho pasadizo que había disimulado tras
una bandera japonesa en el otro extremo de la habitación.
La vieja radio del
avión funcionaba perfectamente, así que el teniente solo tuvo que conectar unos
cables y poner en marcha el generador. El vetusto cacharro emitió un reconfortante
zumbido y el dial se iluminó.
Unemaro escogió la
frecuencia establecida y emitió la palabra clave. No hubo respuesta. Cambió a
la frecuencia de emergencia y una voz que no reconoció la clave le dijo que aquella era una frecuencia
restringida y que debía abandonarla de inmediato.
Recordando su
promesa El teniente Unemaro respiró hondo y agarrando el micrófono con fuerza comenzó
a hablar en inglés:
—Soy el teniente Kay
Unemaro, del tercer batallón de ingenieros del regimiento Aoba. número de
identificación 07492E-47-3. Exijo hablar
con quién esté al mando.
—Pero...
—Está bien, deme su
nombre y su número de identificación y ya arreglaré esto con sus superiores...
—No creo que sea
necesario teniente, enseguida le pongo con mi capitán.
Se oyeron unos
ruidos y un agudo pitido antes de que una voz ronca y autoritaria les
interpelase:
—Aquí el capitán
Aoyama ¿Quién demonios me despierta a estas horas de la madrugada?
—Teniente Kay
Unemaro, señor, en misión especial para el emperador en la isla Gardner.
—¿La isla Gardner?
¿Dónde puñetas esta ese cochino lugar?
Se oyeron unos
susurros y crujido de papeles del otro lado del micrófono y lo siguiente que
oyeron fueron las palabras del capitán teñidas de asombro.
—Me está tomando el
pelo, hijo. —dijo el capitán sin saber que estaba hablando con un
septuagenario— Desde que perdimos la guerra, el ejército japonés no tiene
permitido tener un solo soldado fuera de
su país, ni siquiera en misiones para la O.N.U.
Las palabras del
capitán cayeron como una losa encogiendo el corazón de Unemaro. Era cierto que Japón
había perdido la guerra. Y él había perdido media vida en una isla perdida en
medio del Pacífico.
—¿La O.N.U.?
—preguntó el teniente automáticamente sumido en la confusión.
—¿Qué? ¿Cómo coño no
sabe lo que es la O.N.U.? —preguntó el capitán.
La situación se
estaba volviendo surrealista. Ninguno de los interlocutores entendía nada de lo
que estaba diciendo el otro, así que fue Dana se adelantó y tomó con decisión
el micrófono.
—Hola, me llamo Dana
Pinkerton, soy reportera del Times...
—Señorita, le ruego
que abandone esta frecuencia...
—... y estaba
sobrevolando la isla Gardner cuando el teniente Unemaro, ignorante de que
la guerra había terminado, nos ha
derribado cumpliendo órdenes recibidas hace casi cincuenta años. —continuó Dana
antes de que el hombre pudiera cerrar la conexión— Al parecer se quedó
incomunicado debido al avance aliado y no ha tenido noticias de sus superiores
en todo este tiempo.
—Joder ¿Me está
diciendo que el teniente Unemaro no se ha rendido aun y que ha derribado un
avión americano?
—¡No! ¡Le estoy
diciendo que avise a sus superiores y a la embajada americana y que hagan algo
para sacarnos de aquí de una puñetera vez!
X
Pasaron la noche en
el búnker. Los nervios y las promesas del hombre que estaba al otro lado de la
radio hicieron que las expectativas le impidiesen dormir, así que cuando
Unemaro pasó silenciosamente a su lado, Dana lo oyó.
La curiosidad y la
ausencia de sueño la animaron a seguirlo para ver qué era lo que iba a hacer.
Cuando salió tras él, el amanecer ya se empezaba a adivinar en el horizonte.
Vio a Unemaro unos metros más adelante, vestido con un lujoso kimono y con una
pequeña espada en una de las manos.
Dana tuvo un mal
presentimiento y se mantuvo lo más cerca posible del soldado. El hombre se
acercó a la playa y se sentó sobre la arena con la espada a su lado. Con
extrema lentitud sacó un pañuelo con el sol naciente y unos ideogramas que no comprendió
y se envolvió la mano derecha con él antes de coger el pequeño sable mientras
los primeros rayos de sol asomaban por el azul y uniforme horizonte del océano.
—¡Teniente, no lo
haga, por favor! —exclamó Dana adelantándose.
—¡Váyase! No es
asunto suyo. Me he deshonrado. Todos estos años de sacrificio han perdido todo
su sentido. La muerte es la única salida para recuperar mi honor. —replicó
Unemaro con el rostro rígido.
—Se equivoca, Kay.
Al contrario, ha cumplido con su deber más allá de lo esperado.
—Y a usted que más
le da. Después de todo yo maté a su marido. Y la violé.
—Lo sé. —respondió
Dana sin poder contener las lágrimas— Pero entiendo que nada de eso hubiese
ocurrido si no le hubiesen abandonado en este lugar. Sé que da miedo volver a
la civilización después de tantos años, pero se lo debe a su familia, se lo
debe a la historia y me lo debe a mí.
La mano de Unemaro
se cerró en torno a la empuñadura del tanto***. La hoja tembló y brilló a la
luz del amanecer, parecía envuelta en llamas.
—Por favor, cumpla
las órdenes del emperador y ríndase. —dijo Dana de la forma más autoritaria
posible.
Aquello pareció
acabar con la resistencia del hombre y el tanto cayó de sus manos mientras el
hombre se doblaba y gemía en silencio. Dana no pudo evitarlo y se acercó para
abrazarle y consolarle.
Un día y medio después
el estruendo de un motor les sacó de sus pensamientos. Esta vez el hidroavión
no fue recibido por salvas de artillería antiaérea y después de dar una pasada
se posó majestuosamente en las tranquilas aguas de la laguna interior.
Dana y June se
abrazaron y se besaron extasiadas al ver la pequeña aeronave acercándose a la
playa, era una sensación agridulce. Por fin terminaba aquel infierno y habían
descubierto el misterio de la desaparición de Amelia Earhart, pero Larry no
estaba allí para compartir el triunfo y nunca volvería acompañarlas su sonrisa
traviesa, ni sus brazos fuertes y protectores...
Epílogo
... Y listo, había
terminado el libro con sus aventuras en un tiempo record. En seis meses
prácticamente no había hecho otra cosa que escribir en su ordenador. Le estaba
echando un vistazo a las fotos que había seleccionado para acompañar el texto
cuando June se acercó por detrás y la rodeó por los hombros.
Juntas vieron la
foto del Electra, con Amelia y el señor Martin charlando amigablemente en
primer plano, una foto aérea de la Isla Gardner, el segundo Electra justo antes
de partir de Port Moresby, varias fotos del
rescate de los restos del avión de Amelia y un par de fotos del Teniente
Unemaro; una, la que le hicieron en el momento de su ingreso en el Ejército Imperial
y otra vestido con un kimono ceremonial,
recibiendo de manos del mismísimo
emperador Hiroito, la orden del servicio
distinguido ante la mirada orgullosa de una anciana y un hombre de mediana
edad.
—¿Crees que es justo
que reciba esa medalla después de lo que nos ha hecho? —preguntó June tras
observar la foto.
—Se que lo que hizo
es un crimen de guerra, pero cincuenta años aislado en una isla del tamaño de
una nuez, en total soledad me parece castigo suficiente. Puedo entender que en
su estado no pensase con claridad. Perdono, pero no olvido y sé que él tampoco
lo olvidará.
—Yo no sé si algún
día podré. —dijo June cogiendo la última foto. Era la tumba de Larry, una
sencilla cruz de coral blanco, en un alejado atolón, en medio del Océano
Pacifico.
Con los ojos velados
por las lágrimas, Dana se estiró y echó la cabeza hacia atrás, June acercó sus
labios y la besó suavemente mientras sus manos se deslizaban por los jugosos
pechos de Dana acariciándolos y estrujándolos con fuerza.
La periodista giró
la silla y se levantó abrazándose al esbelto cuerpo de June, empujándolo por
todo el piso hasta tumbarle sobre la cama. Las luces de Central Park se colaban
por la ventana manteniendo la habitación en la penumbra. Dana se tumbó sobre
June frotando su cuerpo contra el de ella, expresando su profundo amor y deseo
por aquella mujer hermosa e intrépida con caricias y besos suaves y pausados.
June no podía
esperar más, aquel cuerpo la volvía loca. Así que se aprovechó de su fuerza,
volteó a su amante y le arrancó el camisón con precipitación chupando
violentamente aquellos pechos grandes y pesados hasta que todo el cuerpo de
Dana comenzó a retorcerse.
Con una sonrisa
maliciosa se apartó y desnudándose a su vez buscó en el cajón y sacó un
consolador doble.
—¡Purpura! Mi color
favorito. —dijo Dana justo antes de que June se lo metiese en la boca.
Ambas chuparon y
lubricaron abundantemente el dildo antes de que June la penetrase con él y
luego se introdujese en su coño el otro extremo. Empezaron a moverse con
suavidad mirándose a los ojos, cada una desde su extremo del consolador,
parando ocasionalmente para besarse, acariciar sus pechos o pellizcar
suavemente sus pezones. June fue la primera en empezar a gemir y a retorcerse
con más intensidad y las manos de Dana se acercaron a su sexo y acariciaron su
pubis y su vulva con suavidad haciendo aun más intenso el placer de su amante.
Tras unos segundos
Dana se separó y cogiendo el consolador con la mano empezó a penetrarla cada
vez más rápido a la vez que besaba el cuello y los preciosos pechos de June que
no aguantó mucho más y se corrió con un grito estrangulado.
Con su coño aun
chorreando los flujos del orgasmo, June tumbó a Dana y abriendo sus piernas le
comió el sexo. Moviendo la lengua como si fuese una alocada mariposa libó los jugos
que salían del coño de Dana consiguiendo excitarla hasta que intensos
relámpagos de placer recorrieron su cuerpo atenazándola. Aun estremecidas se
abrazaron desnudas sin dejar de tener la sensación de que de nuevo Larry se
había apartado para que ellas pudiesen estar juntas...
FIN
*Apodo del primer
grupo de aviadores voluntarios reclutado en secreto por el presidente Roosevelt
para pelear contra los japoneses en China.
**Matrícula del
avión de Amelia.
***Pequeño sable con
un filo de unos treinta centímetros. Arma usada habitualmente para realizar el
ritual del Seppuku.
6 comentarios:
Critica Parte 1-
Esta critica es a modo diario, es decir, lo voy rellenando a medida que voy leyendo. Tal como lo escribiré, será tal como lo mandaré. Es lo que se puede llamar una... ''critica sincera''.
*Tras leer cuatro o cinco párrafos, tengo la sensación de estar perdido; ignoro si eso cambiará a continuación, pero me parece oportuno señalarlo.
*A estas alturas empiezo a pillar la trama, sin embargo como crítica al autor debería decir: ¿No podías hacer una breve introducción señalando el objetivo de la periodista Dana? Jajajaja
*Avistado posible error de puntuación, al no ser un entendido en esta materia voy a limitarme a señalarlo. En cierto comienzo de dialogo, pones la coma antes del inciso pero la ''explicación'' por parte del personaje continua. ¿No debería ir la coma TRAS el inciso y no antes?
*Acabo de percatarme: Martín es aguda. ¡Se acentúa, maldito! jajaja
*Me has hecho salir del relato para averiguar que demonios es un ''Lockheed l-10 Electra''. Yo pensaba que habían conseguido un ''bocata'' de choped en la subasta jajaja. (Nah, fuera de bromas, una especie de avioneta)
*Primer capítulo finalizado. ¡A por los nueve restantes! No está tan mal (De momento)
*''tenía un cuerpo soberbio, con esos TETONES y ese culo grandes y prietos''... Tetones no... Por favor... ¡Me sangran los ojos! Di pechotes, melones, sandias, flotadores... ¡Pero tetones no! Jajajajaj
*La cerdita, la mosquita muerta... Transmite muy bien ese desprecio para ser tercera persona. Tendré que aprender de ti.
*Durante la escena sexual entre marido y mujer... A mi parecer es todo demasiado insípido. Cuando Dana lame el miembro de su esposo para ''Subírsela'', a este prácticamente se le sube al instante. No es tan fácil ni tan frecuente que vuelva a estar activa, es una cuestión biológica y aunque es perfectamente posible... Si que estaría bien en estos casos transmitir un poco de... ''dificultad'' de la hembra para motivar al macho a otra ronda. (Esto no es una crítica, es solo una observación)
* Continuemos criticand... ¿Qué? ¿Ya? ¿Ha finalizado ya el capitulo dos? Vale, pues nada... Que corto se me ha hecho.
* ''Las posibilidades de encontrar a Amelia o Elektra son... infinitesimales'' Es decir, mucho más bajas que las posibilidades que tiene de lograr un trio con su hermana y su esposa, que a decir verdad... Son bastante altas. ¡Alex! Que se te ve venir de lejos jajajajaj
*Ignoro si los más entendidos en la materia considerarán esto: ''—la vida siempre termina sorprendiéndote —pensó June mientras '' correcto, pero a mí personalmente no me gusta como queda un ''pensamiento'' con guiones.
*Episodio cuatro. ¿Ya? Puehh... Se me esta haciendo corto. No está mal...
*Se me hace dificil entender como la cuñada malvada de Dana... ¡La ha aceptado tan facilmente! Es decir, al parecer Dana al principio hizo de TODO para ser aceptada por ella, y en cierto momento ella olvida todo su desprecio y le da un abrazo... A partir de ahi todo va de putis, con una June simpatica y agradable cuando, en principio, estaba muy resentida con su ''antítesis''. El cambio es... muy brusco.
Haré una pausa, debido a que me podría quedar una ''critica'' demasiado larga y ya voy aproximadamente por la mitad del relato. Ignoro si lo terminare ahora ya que son las tres de la mañana, pero si no lo hago quiero dejar constancia que será por la hora y no porque no me esté pareciendo interesante el relato. En cierta manera es... Absorbente.
Crítica, parte 2-
*Empiezo esto diciendo que no me sorprende la idea de ''un japones rezagado en una isla desierta''. En varias novelas y juegos que he catado, salía la existencia de japoneses ''serviciales'' al emperador que luchaban contra sus enemigos durante la segunda guerra mundial. SIN EMBARGO me ha hecho muchísima gracia este guiño y, con toda sinceridad, se lo agradezco al autor. Estoy deseando conocer la historia de Kay, un leal soldado japones. (Puedo equivocarme, pero eso es lo que yo he entendido de momento jajajaj)
*En ocasiones, usas los *** para cambiar de personajes. Sin embargo otras... Los utilizas como si fuese una pausa temporal muy breve... No creo que sea cuestionable, pero... ¿No deberías utilizar otro metodo para diferenciar mejor uno de los otros? No sé si me explico.
* ''-Alto, son ustedes prisioneros de su majestad el emperador de japon''. Aun a riesgo de equivocarme lo criticaré ahora: ¿Como puede hablar un soldado japones... un naufrago en una isla desierta... el idioma que hablan nuestros personajes? Entiendo que pueda ''desembolverse'', pero hablar con tanta claridad me parece absurdo.
*''—No, no es culpa tuya Dana. —replicó June— Nadie podía esperar que hubiese todavía soldados japoneses que no se hubiesen enterado de que la segunda guerra mundial terminó hace cuarenta años.'' Esto hay que ponerlo de sipnosis. Resume todo el naufragio hasta ahora en apenas dos lineas. Sinceramente, lo del japones ''rezagado'' me ha parecido un detallazo.
*Las dos hembras se montan un espectaculo lesbico... Parece que al final SI que va a haber trio...
*Me he quedado sin trio... ¡Maldita sea! Y encima las dos hembras se vuelven lesbianas. ¡Maldita seaaaa!
Fuera de bromas. Me ha encantado; es más, me ha atrapado. En cierto momento al principio me encontraba perdido hasta que por fin el relato me atrapó. Si tuviese que criticar tres cosas serían: El idioma del soldado japones, que pese a dar a entender que habla ingles... ¡En ningun momento lo señalizas hasta el final del relato, cuando Dana le hace prometer que hablará ingles... También el soso comienzo del relato... ¡Y que no ha habido trio! Jod**
9,95/10 %
Ante todo enhorabuena al Alex Blame por un trabajo tan soberbio.
La historia cuesta un poquillo entrar, pero una vez uno lo hace, te atrapa y no te suelta.
A continuación pasaré a decir lo que me ha gustado mucho y lo que no, en lo que no(para que el autor, si está de acuerdo con lo que le señalo) me explayaré más, por si decide publicarlo en su cuenta.
Detalles a elogiar:
La documentación y como metes al lector en una historia bastante densa de detalles.
Muy bien conseguido el efecto del sueño con su hermano. Enhorabuena.
Muy buena la presentación de los personajes y los diálogos son muy reales, no parecen artificiosos. Los personajes hablan como lo harían personas de verdad en esa situación.
Me ha gustado mucho la ambientación, se supone que transcurre en los ochenta (por la película de Mad Max 3), pero no sé porque lo he visto como una historia de aventuras de mitad del siglo pasado.
Como está narrado el momento del aterrizaje forzoso me ha parecido muy trepidante y me ha metido de lleno en la historia.
Como has presentado la “violación consentida” ha estado fabuloso (pese al detalle innecesario de decir que ella se había criado en la “cocina del Infierno”).
El japonés en la isla me dio una sensación de deja vu que no sé si ha sido positiva o negativa. Pues por un lado me trajo recuerdos agradables de otras historias y por otro, tenía la sensación de que esto lo había leído ya. De todas maneras, me ha parecido genial con cómo te has hecho con la situación y has dado coherencia al momento ( a pesar de que chirríe un poquito como domina el teniente japonés la lengua extranjera).
Detalles que se pueden mejorar:
Cuando presentas a Martin dices que es un hombre simplemente, después más tarde dices que es un anciano. ¿Por qué no lo has dicho de primera hora? La edad del hombre es importante y, para mi gusto, es lo primero que el lector debería averiguar de él. Se supone que es un anciano porque está en un geriátrico y tal, pero también podía ser alguien del personal laboral de la clínica. Las introducciones cuanto más claritas mejor, pues el lector consigue meterse en la historia de lleno y, una vez lo atrapas, ya es tuyo.
Das demasiados datos sobre personajes que van a aparecer posteriormente en la historia (su hermano, su cuñada) en la introducción, con lo que la historia no avanza y esta se hace un poco larga (es uno de los defectos de la historia). Yo suelo dar estos datos posteriormente, a la vez que voy usando a los personajes. Entiendo que quieras situar al lector, pero este, según yo lo veo, está deseando que le cuentes hechos, no condiciones y características de los personajes.
Yo, habría metido todo el avance que das de la relación entre los tres personajes en el capítulo dos y, para mi gusto, habría quedado mejor.
El cambio de actitud de June ante su cuñada me parece muy rápido, no es una reacción ante nada transcendental (que se apenara ante el hecho de que ellos no se emocionaran por su descubrimiento, no me lo parece) y después pasa del desprecio de June hacia Dana a una afectividad entre ellas, que siendo posible, me parece muy acelerada.
Lo que menos me ha gustado y es un punto negativo es como se desenvuelve el primer encuentro lésbico. No hay un atenuante que haga encender la pasión entre las dos. Sí, están solas en una isla, están falta de afecto, pero, por lo que nos has contado, ambas son heterosexuales. ¿Te ves a dos tíos liándose en estas circunstancias? Yo no. Este momento, según lo veo, tiene mucho que ver con el sexo enlatado y poco con la vida real. Por lo que la historia que, hasta ese momento, se me había hecho muy creíble y coherente, se me desinfla un poquito (pero solo una mijina).
De todas maneras, mi más sincera felicitación por tu historia y a Ana por seleccionar esta historia para el principio del ejercicio.
Machi.
El relato no es corto. Al principio, cuando hacen los preparativos del viaje, me ha recordado "Un mundo perdido" de Sir conan. El apellido de Dana, "Pinkerton" me hace pensar en una mujer inquisitiva y preparada para la acción, como luego demuestra. Me ha enternecido que June se pareciera físicamente a Amelia. El relato es más bien largo. La acción trepidante hace que no lo parezca. las escenas de sexo me parecen un poco metidas a capón. Me suele ocurrir con los mejores relatos, en el pasado ejercico, me pasó lo mismo con "Pauline".
El relato es largo, me ha gustado mucho y le he puesto un 10. Para que parezca que no te estoy haciendo la pelota. dos cosillas. En el encuentro con el "japo" Larry asume con una rapidez asombrosa que es un soldado que no sabe que ha acabado la guerra. Me parecería más creíble que no entendiera qué estaba ocurriendo y lo tratara como a un loco. Y otra más, si la "Red Bull Air Race" es la misma que yo conozco, empezó en 2003.
El relato es muy largo, tan largo como bueno. Felicidades.
Beatrx Kido.
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