El
naufragio del barco que contiene a los autores y lectores de este sitio podría
ser el comienzo o el final de algo. Quién sabe.
(Homenaje
a todos aquellos que se han sumergido en el mundo de letras que nos ofrece esta
página. TR es la página en blanco, nosotros las trazas)
El
naufragio del Te Erre
Un zumbido agudo perfora mis oídos ¿Quién
soy? ¿Dónde estoy? ¿Estoy? Desde el piso de madera húmeda y resbaladiza, levanto
lentamente el párpado superior derecho que tiembla de dolor y el pigmento negro
del iris refleja lenguas y espirales de fuego. Un movimiento casi imperceptible en ese ojo
resulta de la combinación de dos movimientos, una brusca contracción del globo
ocular sucediendo a una dilatación más lenta del mismo. Las pupilas se ajustan gradualmente al estallido de luces y sombras.
Siento como el alma vuelve a acoplarse al cuerpo y a medida ocurre va creciendo
en tamaño y profundidad el dolor en mi cabeza. Una gota de sangre desciende
desde una herida profunda en la zona orbicular del párpado derecho, se posa en
el lagrimal y continúa su paso carmesí hacia el surco nasopalpebral para
estrellarse en el piso a milímetros del parche de cuero negro de mi ojo
izquierdo. Con la visión más limpia de penumbras y el rostro recostado sobre mi
hombro, observo mi brazo extendido, mi mano abierta y sobre la palma la
empuñadura de mi espada dilatándose hasta culminar en la punta dirigida hacia
las llamas y sus torbellinos de humo negro.
Me obligo a recuperar el aliento y las fuerzas,
empuño la espada y pujo desde el torso en el afán de reincorporarme. Apoyo un
codo en el suelo, clavo la espada entre dos maderas y me ayudo hasta quedar de
pie. Doy un paso y tambaleo hacia un costado. Doy un segundo paso y tambaleo
hacia el otro costado. Tres pasos más allá logro equilibrarme con cierta
dificultad. Carraspeo y mi boca sabe a sangre. Tras la cortina de fuego
alimentada por las velas y el palo mesana partido a la mitad puedo ver el
brillo plata de las estelas que dejan en el aire las espadas en el fragor de la
lucha. Se oye el cántico del metal contra el metal acompañado por el coro de
los gritos de euforia y de dolor.
- “Te Erre” – esbozo una sonrisa de lado y
escupo sangre hacia unos tablones a mi derecha – Mi maldito barco, el “Te Erre”
– miro por sobre mi hombro, a mis espaldas el timón arde en llamas avivadas por
el aceite de los fanales de popa y más allá, el mar se devora al horizonte y
luego lo escupe una y otra vez – No voy a morir de pie haciendo nada y
convertido una antorcha humana. Si este es el final que sea con clase – muevo
mi cabeza a los lados craqueándome el cuello, doy un grito de guerra y elevo mi
espada al cielo cuando el acero de una daga se hunde en mi pecho hasta la
guarda y aprieta arrebatándome latido a latido. En el intento fútil de
desenterrarla llevo ambas manos a la empuñadura sostenida por una garra enorme
de nudillos huesudos y uñas negras. Mis ojos abandonan esas garfas taimadas y
se alojan en el rostro del verdugo, de apariencia cadavérica, con las cuencas
oculares vacías, o mejor dicho, ocupadas por un ejército de sombras. Me
pregunto si hundir mi primer embarcación, la “D´Amor”, fue una decisión acertada,
si los muertos de aquél naufragio estarán disfrutando en alguna parte de este
final, incluso me pregunto si dejé publicadas las últimas bitácoras recibidas
antes de hacerme a la mar. A segundos del último aliento solo quedan las
preguntas y el intento estéril de contestarlas. Una mancha de sangre en el
pecho y otra en la espalda se expanden a través de mi camisa blanca y no sentir
las piernas me supone en las puertas del fin. Una estrella. Esa garra tiene
tatuada una puta estrella. Terrible. Cosas del destino, burlas de mi suerte.
- Capitán Bartholomew “Alex” Roberts, queda
relevado del puesto. Su barco morirá con usted –
***
El “Te Erre” da cabeceos profundos contra
las olas y el mascarón de proa con el rostro salinizado de Trazada sueña con
devorarse el océano hasta el horizonte. El bauprés se eleva hacia las nubes
hinchadas de tormenta y con la misma rapidez desciende hasta hundirse en las
aguas revueltas. Ese vaivén salvaje y continuo se siente en todos los
compartimentos de la fragata.
- Pensé que pasarías el atardecer en el
camarote del capitán – murmura John
“Crow” Rackham con las manos apoyadas en un escritorio de roble danés y
observando la bravura del océano más allá de la claraboya circular.
A sus espaldas Charlotte “Sasha” De Berry
apoya su rostro níveo contra el marco de la puerta - ¿Celoso? – sonríe con la
sonrisa de los perversos. Crow la observa con el rabillo del ojo, le devuelve
la perversidad en una media sonrisa y vuelve a perderse entre las olas - ¿Puedo
pasar? – pregunta Sasha, una de las tantas piratas pero la única vampira de la
tripulación. Antes de recibir una respuesta se ubica detrás de Crow y lo rodea
con sus brazos apoyándole las manos en el vientre - ¿Por qué estás aquí
encerrado y solo, mi oscuro?
- ¿Lo puedes sentir? El frío en los huesos,
las sombras danzantes, el sabor a muerte. Es como si la madre de todas las
tormentas estuviese agazapada esperándonos en alguna parte de este recorrido –
masculla con preocupación y posa sus manos sobre las manos de su oscura – No me
hagas caso. Ya sabes, los cuervos solemos tener una visión agorera de todo. Deberías
ir a divertirte.
- Sé de lo que hablas y no debería
sorprenderte. Siempre supimos que algo espera entre las sombras y si tiene que
ocurrir en este viaje, ¿cuál es la diferencia? Estamos juntos, es lo único que
importa – esboza un jadeo en el oído izquierdo de Crow que se estremece – Además
y deberías notarlo, estoy justo aquí para divertirme – le posa los labios entre
el cuello y el hombro mientras sus colmillos crecen y aprietan más no
atraviesan la piel.
- Entonces disípame estas malditas sombras.
Márcame, marca todo y cuánto quieras marcar. Al fin de cuentas, todo esto es
tuyo – autoriza aunque cuando una vampira apoya sus colmillos sobre un cuello
no sabe ni le interesa saber de autorizaciones y órdenes que no provengan de su
bestia interior. Crow estira sus brazos hacia atrás, apoya las manos abiertas sobre
los glúteos de Sasha y los magrea con fuerza. En sus palmas siente como las
sedas del vestido se deslizan sobre las redondeces de ese culo que se abre y se
cierra bajo la presión de sus dedos.
Ella succiona y su boca se impregna con el
sabor de la sangre de su oscuro. Él gira su cabeza hacia un costado y ve como
los labios de su oscura se tiñen de un carmesí encendido que desciende hilo hacia
el mentón. Ambos respiran profundo y aprietan sus párpados mordiendo sus
miradas y poblándolas con cientos de imágenes de todos sus ellos, vida tras
vida, muerte tras muerte. Crow la toma de un brazo y gira sobre sí hasta quedar
frente a ella. La mira a los ojos. Lo mira a los ojos. Se miran a los ojos.
Ella expande sus pupilas sobre el iris amarillo de manchas verdes. Él dilata
sus pupilas lóbregas sobre el iris púrpura de manchas rojas. Reflejos. Gemelos.
Y el infierno celestial se desata. Fusionan sus labios en un beso de sangre. Se
devoran. Se deshacen y rehacen.
Sasha le rasga la camisa y los botones
vuelan golpeando una copa de vino a medio tomar, el borde del escritorio, el
lomo de un libro empastado, el filo de una espada y la empuñadura de otra. Crow
le rasga el escote hasta el ombligo y la parte superior del vestido de seda se
desliza desde los hombros hasta la cintura. Dos torsos desnudos. Dos corazones
desbocados. Dos almas incendiadas. Los pectorales macizos y tersos de él frente
a los senos firmes de pezones tostados y abdomen chato de ella.
Se aprietan. Se abrazan. Se corroen. Se
recrean. Ella le arrebata el cinturón que sisea en su recorrido y le desabotona
el pantalón que cede y cae. Él le introduce las manos como garras bajo las
faldas y le arranca la ropa interior que queda colgando del ala de una réplica
de la Victoria de Samotracia. Se observan con los ojos entrecerrados, mordiéndose
el labio inferior. Reflejos. Gemelos. Crow la toma desde los glúteos y Sasha lo
abraza con las piernas. El glande henchido se posa entre los labios húmedos de
aquella vagina y empuja hasta empaparse completo de fuego líquido. Se sumerge y
emerge tan rápido como el deseo de penetrarla hasta lo más profundo para luego
salir en busca de más fuerzas y volver, siempre volver. Ella se abre para
recibirlo entero y se entierra para desenterrarse una y otra vez. El chasquido
de las humedades y los jadeos desesperados se convierten en la banda sonora
mientras que el olor a sexo lo impregna todo. Él da tres pasos y la espalda de
ella da contra una de las paredes. Cae un retrato del excelso Carletto y otro
del gran maestro Trazada. Ella clava sus uñas en el cuello de él que a su vez
entierra sus dedos entre los glúteos de ella. Gimen y gruñen. Bestias al fin. Oscuros.
Gemelos oscuros. Él la enviste con fuerza y ella recibe con ganas, ella lo
enviste deseosa y él se entierra hasta el alma y cada envestida es un golpe
contra la pared. Un golpe y otro y otro y otro.
Samuel “Caronte” Bellamy se encuentra de
brazos cruzados observado las inmensas olas batiéndose a duelo más allá de la
claraboya circular. Una masa de agua se eleva hasta alcanzar el tamaño de una
gran montaña y al instante es devorada por otra masa líquida aún mayor que a su
vez se estrella contra las crestas de unas olas en formación que se elevarán
hasta parir una nueva montaña igual de efímera y poderosa. Construye sonetos en
su mente; siempre lo hace cuando una tormenta toma carácter de inminente. Con
la cabellera negra atada detrás de su cabeza, una capa blanca con mangas de
terciopelo y bordes en dorado, pantalones negros hasta las rodillas, medias de
sedas con ribetes y zapatos de cuero con hebillas de plata, Caronte puede ser
un escritor, un poeta o un noble pero jamás un pirata. Aún así es uno de los
piratas más temibles y mejor formados de los siete mares. Incluso sus actitudes
diplomáticas lejos están de ser simples actos bucaneros. Respeta a los
prisioneros, no destruye las embarcaciones que aborda ni mata sin motivo. “Nadie la va a estar esperando. Y se siente
sola. Sola” murmura y la insistencia de unos golpes en la pared lo
desconcentran.
- Crow y Sasha van a hundir a este puto
barco antes que cualquier tormenta – refunfuña, gira sobre los pies y se dirige
hacia la puerta rumbo al pasillo. Unos pasos más adelante se encuentra con
Stede “Vieri” Bonnet, un escritor mediterráneo de familia acomodada que hastiado
de las bondades de su herencia decidió comprar una corbeta de treinta y dos
cañones, y con treinta y dos hombres se hizo a la mar para convertirse en lo
que siempre había soñado, un pirata. Y no fue solo eso, pasados los años se
afianzó en los lienzos marinos para ser uno de los mejores piratas.
- Buenas noches, Caronte. Qué elegancia. No
sé si te lo informaron pero el crucero del amor salía desde otro puerto. Esto
es un barco de piratas… PI RA TAS – bromea Vieri sin esbozar siquiera una leve
sonrisa. La respuesta del rostro de Caronte es aún más inexpresiva.
- Simpático pero jamás estoy en el barco
equivocado. Iba directo a meditar en la cubierta y si tus chistes me lo
permiten, es lo que haré. Que tengas una buena noche si es que se puede con
este clima.
- ¿Meditar en la cubierta? Lo que lograrás con
tu peso y esos vientos es salir volando hacia el infinito y más allá, hombre –
con su garfio quita un trozo de carne de entre sus dientes y continúa - Deberías
estar meditando junto a las botellas de ron en el salón de orgías. Dice que el
cantinero se ha puesto tetas y aún no se las ha afeitado.
- Si vas a continuar con tus bromas de baja
estopa, avísame y me pinto una sonrisa en el culo así sientes que cumpliste con
la carcajada del día y continúo mi camino. No hay tiempo para tonteras.
- No te enfades. Tanta seriedad te matará
antes que cualquier tormenta – remata Vieri y le guiña un ojo – En honor a la
verdad también estaba camino hacia la cubierta. No para meditar, eso es de
santurrones… perdón pero es así como pienso. Decía, iba hacia la cubierta, más
precisamente donde el capitán Bartholomew “Alex” Roberts. Necesito muchas
respuestas y en mi camarote solo conseguiré un dolor de cabeza culpa de los
alaridos de Ching “Estado Virgen” Shih y
Sir Francis “Sociedad” Drake – escupe el
molesto trozo de carne hacia un costado y vuelve la mirada a Caronte – Sí, sí,
todo el barco folla como no podría ser de otra manera pero me apetece
adelantarme a lo que está viniendo. Siento en mis bigotes que se gesta una gran historia que aún queda por
escribirse: la de la leyenda del ángel que cambió el destino de los reinos de
los dioses – hace un silencio y por un instante su garganta se achica – Usted
me entiende.
Caronte entrecierra
los ojos y lo mira con cierta desconfianza para luego esbozar una sonrisa tan
leve como una brisa de primavera – Estás loco, muy loco… pero me caes bien y
eso suele ser suficiente. Dicen que los locos siempre dicen la verdad aunque
sus verdades sean tan… tan locas. En fin – hace una reverencia con su rostro y
continúa su camino hacia las escaleras al final del pasillo que lo llevarán a
la cubierta.
- Como todos los
que estamos en este barco, Caronte; así de loco, así de cuerdo – murmura Vieri
y sigue los pasos que deja el barquero. Antes de llegar a la escalera lleva su
mirada hacia la puerta entornada del último camarote y en ese espacio de visión
entre el marco y la puerta divisa a una mujer de ojos turquesas – Qué belleza
misteriosa. Entraría pero… pero discúlpame pene… primero mis respuestas.
Cuando adolescente, Mary “Kassandra”
Read fue raptada por un grupo de bucaneros que decidieron llevarla a sus viajes
como cocinera de la tripulación hasta que les demostró ser más pirata que ellos
mismos. No solo fue reclutada como una más sino que a los pocos meses se
convirtió en capitán del navío y no tardó en degollar a todos los que
participaron en su rapto. Se dice que untó su cuerpo con la sangre de cada uno
de los degollados y preparó platos soberbios con sus corazones y sus cerebros.
Allí está, sentada en el borde de la cama, totalmente desnuda y peinando su
larga cabellera negra que cae sobre sus pechos. Su piel de tan blanca parece
brillar en la oscuridad. Ha dejado la puerta de su camarote entreabierta para que
aquellos dos hermanos filibusteros, sus juguetes personales de turno, entren
sin tener que golpear. Sonríe al recordar como la noche anterior le hicieron el
amor pero sonríe aún más por la frase que acuñó cuando estaba cabalgando sobre
uno de ellos: “La princesa es experta en
domar briosos corceles” Solo rememorar ese instante la humedece. Se
recuesta en la cama de sábanas de seda negra y con los ojos cerrados comienza a
deleitarse con el fresco recuerdo de los dos poseyéndola. Vendaron sus ojos y
la ataron a los barrotes de hierro forjado del catre. Cuatro manos naufragaron
sobre su piel, dos bocas dibujaron en su geografía surcos de saliva, se
acostaron uno a cada lado y comenzaron a devorarla entera, lenta y
ardorosamente. Evoca profundamente cada momento, los degusta con total placer y
lleva una de sus manos a los senos para pellizcarse alternadamente los pezones
mientras la otra deambula en su bajo vientre, su pubis, los alrededores de su
vagina. Se eriza su piel, curva su espalda, abre sus piernas, muerde sus
labios, se aceleran sus latidos, se empapan sus adentros, se derrama en
éxtasis, gime.
Se abre la puerta con el crujido
característico y entra uno de sus amantes – Mi Señora, buenas noches. Mi
hermano, Robert, quizá venga un poco más tarde. Debe recuperarse de unos tragos
de más que aún le inundan su cabeza o su hígado o ambos – dice mientras se
sienta al borde de la cama.
- No lo lamentes, Christian, no lo
lamentes - Kassandra enciende una sonrisa de mil dientes en su cara y extiende
la mano que antes de la irrupción se alojaba en su entrepierna. Está húmeda,
huele a sexo y mientras Christian le lame los dedos piensa en dónde habrá
dejado la daga de plata con ribetes dorados. Es hora de degollar y de devorar
un corazón.
***
Bartholomew “Alex” Roberts une sus manos
por detrás de la espalda mientras sumerge su mirada en donde debería estar el
horizonte si la oscuridad absoluta y la bruma oceánica no se interpusieran. Lo
siente en sus huesos, en las heridas antiguas y en las que vendrán, lo siente
en lo más profundo de su ser. El momento crucial, el punto de no retorno, el
quiebre de todo ha llegado. En uno de sus hombros se encuentra como durante
todas sus salidas nocturnas a cubierta, su fiel amiga FX, una cacatúa tan
blanca como los espectros de medianoche. Suele pasarse horas escuchando los
monólogos de las únicas tres palabras que articula el plumífero pero esa noche
todo está sumido en un silencio espeso. Estira sus dedos unos con otros y
crujen en escala.
- Caronte. Vieri. Justamente estaba por
comunicarles a todos que ya es hora. Lo inminente está por desatarse – dice
Alex sin quitar la vista de las brumas y la oscuridad tras ellas.
- Señor, ¿a qué se refiere? – Vieri pregunta
vislumbrando la respuesta pero negándosela – No entiendo su calma ante una
tormenta, Capitán… debemos recoger las velas sobre las vergas, afincar las
jarcias, reducir el aceite de los fanales, tensar los obenques, no hace falta
que lo enumere… debemos prepararnos e intercambiar palabras es perder el tiempo.
Caronte sonríe amargamente – El capitán no
se refiere precisamente a una tormenta. Debemos prepararnos pero para algo
mucho peor, Vieri. Me temo que debemos despejar la cubierta, levantar las
velas, preparar los cañones, nuestras espadas, hachas, arcabuces, todo lo que
tengamos – y señala por sobre el hombro del capitán. Una, dos, cinco naves
emergen de entre las brumas y se siguen sumando en el paisaje oceánico – Una
flota con la estrella roja sobre negro viene a aniquilarnos. Capitán,
necesitamos la orden, están a quince minutos y eso ya es poco tiempo. Aún tenemos
posibilidades de ofrecer resistencia – toma aire y continúa – No querré morir
hablando y sin hacer nada… nadie querrá morir así. Nos conoce.
Alex gira hacia ellos y en el ojo sin
parche los refleja, los contiene – He aquí la tormenta más perfecta de todas.
La única que puede abatirnos – carraspea y aspira todo el aire del mundo para
casi deshacer sus pulmones en un grito – Cañoneros a los cañones, piratas a la
cubierta, espadas y pistolas fuera de sus malditas fundas, a defender el “Te
Erre” con todo lo que se tenga – lleva sus manos a su cinturón y toma una
espada y una pistola.
Se vacían los camarotes al tiempo que los
pasillos comienzan a poblarse de piratas y espadas, de gritos de guerra y corridas
atropelladas. Las escaleras sufren con cada paso firme, crujen y hasta se
astillan. En lo que dura un microrrelato, todos los piratas del barco están
preparados para recibir a los agresores.
Lin Feng “Tenchu” Limahong observa desde la
proa como tres naves enemigas se acercan por estribor. Empuña sus dos espadas
chinas y sus nudillos se enrojecen al igual que su alma. Es el señor de la
guerra, es el fuego oriental, la pluma con más filo de la tripulación y quizá
el más salvaje, y está dispuesto como siempre a dar su vida. A pasos de él
prepara un arcabuz, Henry “ElEscribidor” Morgan, tan temible como pionero de la
piratería – Chino, nos están rodeando. Esto va a ser una verdadera carnicería –
baladra a Tenchu que responde efusivo – Viejo, si voy a morir lo haré llevándome
a muchos de estos idiotas para que puedan servirme en el más allá para toda la
eternidad. Será un gran premio – levanta sus espadas y las cruza en el aire
quebrando las olas con su grito de guerra.
Los relojes se detienen. Y las
valoraciones. Y los conteos. Y las respiraciones. Todo menos el espíritu de
grupo, de defensa, de comunidad. Decenas de fragatas, bergantines, carabelas,
bricbarcas, goletas, balandras, juncos y hasta jabeques rodean al “Te Erre” como si fueran una mano enorme de madera,
cañones, filos y terribles. La intención es clara. Apretar y aplastar.
Christopher “Navegante” Moody alza su
espada corva y grita deteniendo su mirada en los ojos vacíos del capitán de la
fragata más cercana que se encuentra cargada de filibusteros, espadas y muchas
ganas de acercarse más de lo que se quisiera. Jean Tomas “Champ´Diers” Dulaien
se acerca a Navegante, lo mira y le brinda una sonrisa amable – Nos van a
abordar por babor y estribor. Esto se va a poner rojo y húmedo. Ha sido un
placer conocerte, amigo.
Un capitán espectral sin ojos ni nariz ni
orejas y con carne putrefacta haciendo girones entre los huesos del rostro abre
su boca y emite un grito que lo atraviesa todo - Fuego a discreción – ordena y
tras ubicar la babor de su fragata a la par del estribor del “Te Erre”, abre
fuego con sus cañones cubiertos de hongos y moluscos. El “Te Erre” responde rápidamente
el ataque con una ráfaga desde sus cañones. Fuego cruzado. Esquirlas, astillas,
humo negro, llamas, estupor en ambos lados. Un montículo de huesos y gusanos se
monta al hombro del capitán espectral y le grita al oído – Abarloar, abarloar,
abarloar – moviendo una especie de saliente huesuda con articulaciones que
podría ser una cola. El capitán lo observa y sonríe con mil dientes de oro y
sarro – Maldita mona del infierno, eres tan Ayelén como siempre. Abarloar,
malditos piratas, abarloar y acabar con todo a nuestro paso. Hoy la gloria es
nuestra – y los arpones de la fragata fantasma se clavan en toda la
cubierta del “Te Erre” y las sogas
comunican a un barco con el otro, y los terribleros del infierno comienzan a
abordar el emblemático barco del capitán Alex y sus piratas. Algunos caen a las
aguas del océano que queda entre ambas embarcaciones, otros mueren apenas pisan
la cubierta y otros tantos logran abordar.
La defensa del “Te Erre” es heroica. Se
elevan las espadas, dejan su elipse plateada en el aire, se empapan de sangre,
se entierran hasta atravesar mortalidades, arrancan pedazos de carne y órganos
que caen al piso y lo tiñen todo de muerte. Crow ensarta a uno en el pecho y
Sasha completa decapitándolo con el filo de una de sus dagas. Cástor o Pólux.
No importa cuál de las dos dagas, ambas son letales y tienen mucho trabajo.
Tenchu arranca de una patada la mandíbula de uno y al caer sobre sus dos pies
atraviesa a otro desde la espalda con sus dos espadas. Su alarido oriental
recorre cada rincón de la embarcación asediada. Caronte amontona cadáveres a su
lado, nuevos pasajeros que ha reclutado con su filo y que se llevará en cuanto
su destino decida la caída del telón. Vieri apoya su espalda a la de Lydia y
combaten a dúo impregnados de coraje y mucho valor. Se abren paso entre decenas
de enemigos hasta que se pierden entre ellos. Todos unidos en la defensa de un
barco que les dio viajes y lazos, un rincón en el mundo, un cúmulo de sueños,
armas y letras. La defensa es épica. Ellos son épicos. Todos y cada uno.
Estalla un barril de aceite en la cubierta.
Lenguas de fuego lamen las velas del palo mayor que se quiebra por el golpe de
dos bolas encadenadas a cada extremo lanzadas desde el barco invasor. Estalla
una de las cofas y cae encendida como un bólido sobre el bauprés que se parte y
se pierde en las profundidades del océano. El mascarón de proa con el rostro de
Trazada se quiebra y por un momento, los ojos del maestro derraman una lágrima
de sangre y otra de tinta. Un bergantín logra abarloar la babor del “Te Erre” y
una corbeta embiste la popa mientras el capitán Bartholomew “Alex” Roberts se
encuentra de rodillas, atravesado de pecho a espalda por una espada sin filo. A
pesar de estar a segundos de la muerte y de saborear amargamente lo incorpóreo
de la derrota, Alex sonríe con esa sonrisa de aquéllos que sueñan alto y
profundo, y esa curva de su rostro empata con las primeras burbujas enormes que
brotan desde las profundidades del mar. Una marejada brutal lo desestabiliza
todo, se abren las aguas alrededor de la totalidad de los navíos en bordes
curvos y profundos que se conectan hasta crear un remolino colosal en medio del
océano. Alex murmura cansado, dolorido pero esperanzado – Al fin de cuentas, el
barco no podría morir conmigo. Este barco somos todos. Todos.
Un kraken, un molusco gigante, un pulpo
prehistórico, un desagüe oceánico, las fauces del demonio, el culo de Dios, lo
que sea ese remolino inmenso que se abrió en el océano rodea a todos los barcos
con todos sus piratas, que aún se deshacen en la lucha, y por un instante
eterno empieza a cerrar sus fauces.
¿Si nos devoró a todos? ¿si partió al “Te
Erre” por la quilla? ¿si nos elevó una gran nube de sombras? ¿si naufragamos
eternamente? ¿si nos hundimos y en el fondo comenzamos a navegar en otra
realidad, tal vez, mucho mejor, quizá mucho peor? ¿si permanecemos en el
estómago de una bestia divina? ¿Quién puede saberlo? Usa tu imaginación querido
lector, tú eres nuestro impulso, nuestras ganas, nuestra razón de ser, continúa
descubriendo entre letras y sensaciones, sumérgete en nuestro mundo de trazas y
buenas intenciones, solo así podremos contarte el final o el comienzo, según puedas
verlo. Tal vez, solo tal vez, esa suerte de kraken aún continúa cerrando sus
fauces oceánicas y habitamos ese instante eterno, ese final sin final. Quién
sabe. Dímelo tú.
2 comentarios:
Se abre el telón y desde la oscuridad la voz de Christina Aguilera comienza a entonar las primeras notas de una canción. La composición no la conoces, tampoco es de la que emocionan en cuanto la escuchas, pero está cantada con un sentimiento y transmite tanto que tienes que sucumbir y dejarte llevar a donde la diva quiere llevarte.
Perdona la metáfora, pero creo que resume lo que me has hecho sentir con este relato. Está magistralmente escrito. Salvo el principio, que me ha parecido demasiado pausado y descriptivo, el resto del relato tiene una prosa que te cautiva y no puedes dejar de leer.
Evidentemente me he perdido un poco con lo que quieres contar y las bromas internas no las he pillado en su mayoría. Sin embargo, he de admitir que cuando pulsa el teclado eres capaz de transmitir y eso, como le dije a Caronte en su momento, ni se compra, ni se vende: Se tiene o no se tiene. Por lo que te puedes considerar afortunado.
No me gustaría terminar ese comentario sin destacar dos cosas:
La exhaustiva documentación o conocimiento que has demostrado tener de un barco pirata. Me has metido dentro de él.
El polvo del Cuervo y la vampira, me ha parecido de quitarse el sombrero. Elegante, pasional y hasta un poco poético.
Enhorabuena.
Machi.
Más que un relato del ejercicio me ha parecido una cosa entre colegas. El resto de los mortales nos sentimos un poco excluidos, como si no fuera con nosotros. Y ya está, no hay más peros. Porque huele a sal, y a sangre, y a pólvora, y a una escena de acción narrada de forma magistral y una escena de sexo que es justo como me gustaría escribirlas a mí. Me temo que para narrar con ese nivel poético hay que ser argentino, o lo más lejos uruguayo. Este jodido cuervo escribe bien hasta la lista de la compra. ¡Que envidia, coño!
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