Jamás había montado
en nada tan ruidoso, ni siquiera el traqueteo del autobús de Alcatrán a
Villarégula podía comparársele. Se ajustó de nuevo la pañoleta y el chal con un
gesto nervioso. Una pequeña gota de sudor recorrió su sien delatando su
aprensión.
El piloto echó un
vistazo al GPS y le hizo una seña al copiloto. Había llegado el momento, no
había vuelta atrás. El copiloto se levantó de su asiento y se acercó a ella. Le
quitó las gafas de pasta de gruesos cristales y se los metió en una bolsa
impermeable que le colgó del cuello.
—¿Preparada?
—preguntó el copiloto.
Blasa Jimenez*
asintió con seguridad, aunque solo Dios sabía que jamás se le hubiese pasado
por la cabeza semejante aventura, de no ser por el dinero que necesitaba
urgentemente para a operar a Mesalina, su burra y por poder darle un beso a
José Gabriel.
Se asomó por la
puerta. La turbulencia provocada por las palas de la aeronave casi le arrancó
el chal de los hombros. Blasa se lo ciñó
con un gesto defensivo. Antes de que pudiese reaccionar, una mano le dio
un empujón y lo siguiente que sintió fue como el estomago se le subía a la
garganta. Dos segundos después, el agua salada estaba entrando por su nariz y
empapando su ropa de lana negra hasta hacerla más pesada que el plomo.
Afortunadamente los
manguitos hicieron su función y poco a poco salió a la agitada superficie escupiendo agua
salada. Comenzó a nadar hacia la orilla, la falda mojada se le enredaba en sus
piernas, pero eso no le impidió avanzar con una depurada técnica. Diez minutos
más tarde al fin hacia pie y lograba salir a la orilla.
***
Gonzalo oyó el
helicóptero y se acercó a la orilla con el resto de los concursante para ver a
la última persona que les acompañaría en aquella aventura.
Lo primero que
vieron fue una especie de escarabajo negro que salía proyectado del helicóptero
y caía en el agua con la gracilidad de una vaca muerta. Con la boca abierta contemplaron
aquel cuerpo contrahecho nadar hacia ellos sin ninguna coordinación.
Cuando llegó a la
orilla, la mujer, o eso parecía que era lo que había debajo de aquella
vestimenta negra que le tapaba casi todo el cuerpo, se escurrió la pañoleta
imitando gesto de Ursula Andress al salir del agua ante la mirada sorprendida
de James Bond.
La mujer se irguió y
mascullando un "Señor llévame pronto" soltó un par de espesos
gargajos sobre la arena y se acercó al grupo guiñando los ojos por efecto del
intenso sol tropical.
Sin decir nada, sacó
las gafas de la bolsa que colgaba de su cuello y se la puso para observar al
personal allí presente.
Era más o menos lo
que esperaba, tres putones de tetas enormes y culos prietos, vestidas con
escuetos bikinis que no dejaban nada a la imaginación. Rodeándolas como cuatro
perros pastores babeantes, había cuatro tipos, los repasó con la mirada hasta
que sus ojos se cruzaron con aquel adonis moreno, de mirada penetrante y gesto
disciplente. Blasa sintió como su cuerpo serrano despertaba y se humedecía con
los apetitos del sexo. Ese hombre tenía que ser suyo. Cada vez que veía su cuerpo semidesnudo le entraba
un reconcome...
Gonzalo miró a
aquella vieja enteca y encorvada. Se había ajustado unas gafas gruesas y
rayadas que hacían que sus ojos pareciesen los de un pez con cataratas. Los
observó a todos con un gesto de desprecio hasta que se fijó en él. Su mirada le
produjo un escalofrío. Era una mirada lasciva e inequívocamente sexual,
potenciada por el enorme aumento de las lentes. Gonzalo se removió inquieto
pensando que aquel carcamal podía ser capaz de cualquier cosa. No era
suficiente el hambre y los mosquitos, ahora tendría que preocuparse por no
despertarse con aquella cucaracha encaramada a su cuerpo.
Blasa sonrió.
Después de todo, aquella aventura quizás no fuese del todo inútil. Ese hombre
sería suyo y tarde o temprano lo tendría empujando entre sus piernas.
Estaba a punto de colocarse en una pose
en la que destacasen sus pechos cuando una mujer vestida con un pareo llegó
acompañada de un ejército de cámaras y micrófonos.
Les saludó uno a uno,
intercambiando saludos y bromas y trasladando las preguntas que José Gabriel le
hacía desde los estudios en Madrid. Cuando le tocó el turno Blasa, la
presentadora le hizo unas pocas preguntas sobre el salto y sobre la táctica que
usaría para mantenerse en la isla. Ella respondió que lo único que quería era
operar a su burra y respondió al resto de las preguntas con monosílabos.
Afortunadamente
aquella mujer no se le había echado encima. Gonzalo no se habría fijado más en
ella si no hubiese sido por su actitud. Tras largarse la presentadora, la vieja
se había internado entre los árboles y había desaparecido durante un par de
horas. Todos creyeron que había ido en busca de comida, pero volvió con una
rama a la que había dado forma de
rudimentario bastón nadie sabía cómo. A
continuación se había sentado sobre una piedra, a la sombra de una palmera, había
apoyado la barbilla en el improvisado cayado y no había vuelto a moverse.
Ninguno de los presentes podía entender como aquella mujer podía pasar horas
sin moverse, sentada en aquella piedra, al calor tropical, vestida con aquella
ropa gruesa y oscura.
Un solo
acontecimiento le saco de su inmovilidad, la comida. Tras horas de intenso
trabajo los concursantes habían conseguido una parca cosecha de frutas y
pescado. La fruta desapareció rápidamente, pero nadie se atrevía a comer el
pescado crudo. Intentaron encender un fuego por todos los medios, pero nada
resultó. Estaban a punto de hacer de tripas corazón y comer el pescado antes de
que se pudriese cuando Blasa salió finalmente de su inmovilidad.
Se acercó a la pila
de material que habían reunido para hacer la hoguera y quitándose las gafas las
acerco a la pila concentrando la luz del sol tropical sobre unas fibras de coco.
Una alegre fogata ardía en cuestión de segundos. Sin decir una sola palabra
cogió una de las improvisadas brochetas y tras cocinarla unos minutos al fuego
se la llevó bajo la palmera y la devoró como una fiera hambrienta.
A partir de ese
momento estableció su rutina. Pasaba el día y la noche bajo la palmera y se
quedaba quieta como una estatua hasta que llegaba la hora de la comida, entonces se acercaba y
cogía su parte aunque no hubiese contribuido en nada a su recolección. Todos la
miraban con gesto de odio, pero ella
parecía no darse cuenta y rellenaba sus carrillos con la comida que otros
conseguían.
Se habían puesto
todos de acuerdo para nominarla y deshacerse de ella, convencidos de que el
público la echaría a la primera
oportunidad cuando llegó la primera prueba de inmunidad.
Consistía en una
especie de polea, con una cuerda engrasada, asegurada a un poste, a la orilla
del agua. Se suponía que dos concursantes debían tirar uno de cada extremo
hasta llegar al agua y coger una nevera con comida que flotaba al alcance del
que tirase más de la cuerda. El ganador conseguiría la inmunidad y se iría con
el concursante que eligiese a Isla Madura donde pasarían la siguiente semana
aislados.
La competición se
haría por eliminatorias y las mujeres partirían con un par de metros de
ventaja. La cuerda era resbaladiza haciendo que no solo la fuerza contase, pero
pronto se vio que Marco, un italiano cachas, se iba a llevar la prueba de
calle.
Cuando llegó la
final, el italiano vio con suficiencia
como Blasa se levantaba de su piedra y se acercaba apoyándose en el bastón.
Gonzalo miró las
piernas esqueléticas y la figura encorvada acercarse con aire despreocupado al
lugar de la competición y ponerse en posición. Cogió la cuerda y cuando el árbitro
dio la señal la enrolló entorno al bastón, haciendo un complicado nudo en un santiamén
y antes de que Marco pudiese darse cuenta colocó el bastón frente a ella,
perpendicular al sentido de la marcha y empujó con fuerza.
El italiano no tuvo
nada que hacer. El intentaba tirar de una cuerda engrasada mientras ella
empujaba con la cuerda asegurada en el bastón. Con determinación, la mujer
tensó todos los músculos de su cuerpo y comenzó a arrastrar al hombre poco a
poco y a acercarse a la nevera. Mientras observaba los músculos de las piernas haciendo
relieve en sus oscuras medias Gonzalo no pudo evitar recordar a Conan empujando
en aquel molino. Igual de inexorable, la mujer no cedió hasta que con el agua
en las rodillas asió finalmente la nevera.
—¡Increíble!
—exclamó la presentadora— ¿Cómo lo ha conseguido?
—Simple física. Como
sabría si hubiese estudiado algo más que el graduado escolar, según la tercera
ley de newton en mejor empujar que tirar. De hecho en mi pueblo la demostramos científicamente
hace siglos y aun lo seguimos haciendo; Para mover un burro solo se necesita un
empujón y un buen estacazo. —respondió la Blasa arreando un golpe a la arena
con su bastón— Ley de acción y reacción.
Sin esperar a que la
mujer terminase la entrevista, Blasa abrió la nevera ante la mirada ansiosa del
resto de los concursantes y tras sacar un muslo de pavo se sentó sobre ella.
La presentadora
observó como daba un mordisco al muslo con su dentadura postiza y tragaba un
buen pedazo casi sin masticar.
—Felicidades Blasa,
has ganado la prueba con una facilidad sorprendente. —prosiguió la
presentadora— Ahora que has conseguido la inmunidad y la estancia en la isla
Madura, deberás elegir a un compañero o compañera para que te acompañe. Debes
recordar que esta isla esta rebosante de comida, pero esta no es nada fácil de
conseguir.
Blasa no se lo pensó
dos veces y levantando la mano apuntó con su dedo índice a Gonzalo.
Gonzalo miró aquel
dedo sobrecogido. Aun recordaba la primera mirada que habían intercambiado y la
estancia en la isla Madura prometía ser un infierno.
El resto de la tarde
la pasó Blasa llenando la tripa con buena parte de la comida que había en la
nevera. El resto de los concursantes observaron como la mujer se atiborraba con
casi la mitad de lo que había en la nevera. No se explicaban como un cuerpo tan
menudo y ajado podía ingerir tal cantidad de comida. Solo cuando hubo acabado con la comida más
sustanciosa dejó que el resto de los
concursantes se repartiesen la restante.
***
La corta travesía
hasta la Isla Madura había sido sobrecogedora, con aquella bruja observándole
como si fuera un delicioso pirulí. Gonzalo lo había intentado por todos los
medios, incluso había amenazado a producción con abandonar el reality, pero
ellos sabían que necesitaba urgentemente el dinero si quería continuar con su
tren de vida, así que habían sido inflexibles y no habían tenido misericordia.
Estaría encerrado durante una semana con aquella bruja en una isla minúscula.
Al menos habría abundante comida...
La isla era poco más
que un peñasco en el medio del mar. Cuando entraron en la pequeña cala que daba
acceso a la playa donde desembarcarían pudo ver como una miríada de peces de
todos los tamaños y colores nadaban casi al alcance de la mano. Era verdad que
había un montón de comida, pero ¿Cómo demonios iban a conseguirla sin aparejos de pesca?
La rutina se estableció
rápidamente. Gonzalo se dedicó a intentar pescar sin apenas éxito mientras
Blasa se dedicaba a mirarle como si fuese un delicioso filete. De vez en cuando
pasaba la lengua por sus consumidos labios con un gesto tan lascivo que le
causaba escalofríos.
Después de
intentarlo día y medio sin ningún éxito, estaba a punto de perder los nervios. Tenía
la piel arrugada de tanto tiempo como había pasado en el agua y el estómago le
rugía como si tuviese una pantera dentro. Se tumbó en la arena extenuado y sin
saber qué hacer.
—¿No ha habido
suerte? Es una lástima. —dijo la mujer irguiéndose.
—Ninguna. —dijo
Gonzalo fastidiado.
—Quizás deba pescar
algo. Empiezo a tener algo de hambre. —dijo Blasa estirándose y haciendo
chascar todos los huesos de su columna.
Alucinado, vio como
aquel escarabajo negro se acercaba a la orilla e inspeccionaba la playa hasta
que encontró lo que buscaba. En el extremo este, había una gran piedra que
sobresalía apenas unos centímetros del agua y se sentó en ella.
Se quedó quieta como
una esfinge bajo el intenso calor tropical. Era increíble ¿Cómo podía aguantar
así? Debería estar cocida como una almeja.
La marea subió
lentamente. Durante las siguientes dos horas, la mujer no hizo nada más que
permanecer sentada mirando como subía la marea y justo cuando la roca comenzó a
cubrirse con el agua se levantó y comenzó a dar vueltas por los alrededores
buscando algo.
—Así no creo que
pesques nada. —dijo Gonzalo aliviado pensando que aquella mujer estaba loca y
que no pescaría nada dejándole a él en ridículo.
La mujer lo ignoró y
siguió buscando. Tras un par de minutos se agachó y cogió algo. Al principio,
desde la distancia, creyó que era una gran caracola, pero tras mirar de nuevo
descubrió que era tan solo una piedra de considerable tamaño.
La bruja volvió a la
roca que ya estaba cubierta con casi un
palmo de agua.
—Ahora te voy a
enseñar como pescamos las truchas en Alcatrán —dijo Blasa encaramándose a la roca y poniendo la gran piedra a su lado.
—Lo primero es un
poco de cebo para atraerlos.
Gonzalo miró
alucinado como la mujer se agachaba, se bajaba las medias y las bragas y
empezaba a salpicarse la entrepierna. No podía verlo, pero si podía imaginar
las zurraspas producto de semanas de suciedad cayendo al agua y formando una
pequeña marea negra.
—Esperamos un poco
y...
Con un movimiento
sorpresivo Blasa levantó la piedra por encima de su cabeza y la descargó sobre
la roca con todas sus fuerzas. El estruendo del choque de las dos piedras se
extendió por el agua como la onda expansiva de una explosión y tras un par de segundos Gonzalo pudo ver como
alrededor de la mujer salían media docena de peces aturdidos a la superficie.
Con una sonrisa
avariciosa la mujer se subió su ropa intima, utilizando el chal como una red
recogió los peces que apenas se movían y se dirigió al extremo más apartado de
la playa.
Con la ayuda de una
concha, abrió los peces y los destripó enterrando las tripas en la arena. A continuación hizo filetes con los
pescados y los colocó sobre una hoja de palma.
Gonzalo salivaba
abundantemente, pero no sabía qué hacer. Dudaba que aquella harpía le diese
algo de comer, pero estaba desesperado así que se acercó.
—¿Tienes hambre?
—dijo la mujer mientras se sacaba la
ropa.
Gonzalo se paró en
seco. Estaba famélico. Dispuesto a cualquier cosa por un filete de ese pescado,
pero no pensaba acceder a las asquerosas exigencias de aquel engendro.
Sin ninguna vergüenza
se quedó desnuda ante él, mostrando su enteco cuerpo, sus tetas exangües y caídas,
la piel pálida cuajada de manchas de vejez y un coño apenas oculto por una rala
mata de pelos grises.
Blasa abrió sus
piernas zambas y ajustándose las gafas se recorrió su cuerpo con un pedazo de
pescado hasta introducírselo en la boca con un gesto de sucia lujuria.
Gonzalo se acercó
simulando aceptar la invitación y cuando estaba apenas a tres metros la esquivó
intentando coger una de las hojas de palma. Gran error. Blasa le enganchó un
tobillo con el improvisado bastón y le tiró al suelo.
Aquella mujer era un
diablo con el bastón. A base de golpes rápidos y secos en las costillas lo
rechazó con facilidad y tuvo que retirarse dolorido sin haber podido coger ni
un solo bocado.
La mujer rio y le
dijo que esos no eran modales. Gonzalo se retiró a su lado de la playa e
intentó no pensar en ello, pero los retortijones causados por el hambre eran
cada vez más intensos.
Intentó imitar la técnica
de pesca de la mujer, pero la marea ya había subido demasiado para hacer el
golpe efectivo y no encontró ningún otro lugar adecuado para pescar, así que
volvió a la playa frustrado.
Al mirar de nuevo
hacia Blasa descubrió que se había comido más de la mitad del pescado y se
había colocado un par de filetes sobre su pubis.
Tras unos minutos
más Gonzalo se rindió y se acercó a la mujer. Intentó coger un trozo de pescado
con la mano, pero ella se lo impidió haciéndole gestos de que debía hacerlo con
la boca. Haciendo de tripas corazón Gonzalo se inclinó sobre aquel cuerpo pálido
y ajado y cogió la tajada de pescado con sus labios.
Blasa levantó el
pubis y lo movió rápidamente obligando a Gonzalo a realizar varios intentos
para conseguir el pescado y haciendo inevitable el roce de los labios de aquel
Adonis contra la sensible piel de su entrepierna, produciéndole un intenso
placer.
Sabiendo que no disponía
más que de los segundos que tardase en tragar el pescado se lanzó sobre Gonzalo
y abrazando su cintura, le bajó el bañador y se metió su polla en la boca.
Gonzalo hizo el ademán
de separarse, pero la Blasa se agarró a él como una oscura garrapata y fue
incapaz de sacársela de encima. Tras dos chupetones, la larga semana sin sexo
se impuso y su polla creció dentro de la boca de la mujer.
Hincando sus dedos
en el duro culo del joven chupó su miembro con fuerza. Sabía que no lo tenía
del todo enganchado, así que mirándole a los ojos, le guiño y escupió su dentadura
postiza antes de volver a chuparle el miembro.
Enseguida notó la
tensión y la sorpresa del hombre al sentir las encías desnudas acariciando su
glande. Gonzalo soltó un gemido bronco y ahogado como no queriendo reconocer
las sabias atenciones de la Blasa.
Chupó y lamió el
miembro del joven con avidez, admirando su tamaño y grosor, recorriendo las
venas que hacían relieve en él con su lengua e imaginando el intenso placer que
le producirían al entrar en su chocho. Estaba tan mojada que no podía aguantar
más. Con un empujón tiró a un extasiado Gonzalo sobre la arena y se montó sobre
él a horcajadas.
Dios que tranca la
de aquel joven. Sin poder evitar un "Señor llévame pronto" sintió
como aquel gigantesco falo resbalaba por su interior hasta el fondo de su
chocho haciendo que toda ella se estremeciese de placer.
Gonzalo estaba como
congelado, víctima de la indecisión; solo gemía suavemente mientras aquella
vieja, víctima de un bestial furor uterino, saltaba una y otra vez sobre su
polla haciéndole sentir un placer como no había sentido en su vida. Su glande
tropezaba continuamente con el rugoso interior del consumido chocho de Blasa
haciendo que su polla palpitase y
emitiese intensas punzadas que hacían
que todos su cuerpo se contrajese. Además solo tenía que abrir los ojos y ver
aquellos pechos caídos y fofos, las gafas rayadas y los pelos llenos de mocos que salían de su nariz para retrasar su
eyaculación prolongando indefinidamente su placer.
La bruja se inclinó
sobre él y siguió moviéndose como una anguila mientras llenaba de babas su
pecho y sus pezones. Pasaban los minutos y Blasa parecía que no iba a parar
nunca. Gonzalo encendido por el placer la elevó en el aire y la puso a cuatro
patas penetrándola de nuevo.
La folló con todas
sus fuerzas levantándola del suelo con cada pollazo mientras ella se masturbaba
violentamente con sus sarmentosos dedos. Cerró los ojos y se dejó llevar
intentado imaginar que estaba con su última ex. Cogió la cabeza de Blasa y la enterró
contra la arena a la vez que la penetraba sin descanso. Su polla llegaba hasta
el fondo de aquel arrugado chocho y sus huevos golpeaban contra su clítoris
haciendo un sonido característico parecido al de un aplauso.
Sin poder
controlarse más, Gonzalo se corrió. Eyaculó una y otra vez dentro del chocho de
la Blasa mientras está se corría por efecto del calor de su leche repitiendo
una y otra vez "las gallinas que entran por las que salen" y retorciéndose
con una violencia tal que creyó que se iba a partir la columna.
Gonzalo se apartó y
se tumbó sobre la arena. Cuando volvió a tener el control de sí mismo, una
oleada de asco y vergüenza le asaltó. ¿Cómo había sido capaz de follarse a
aquel engendro?
Blasa se apresuró a
recoger su dentadura y escupiéndola para limpiar la arena se la metió de nuevo
en la boca y le sonrió bizqueando a través de las gruesas gafas. Entonces se
inclinó sobre él y le arreó dos bofetones que casi le arrancan la cabeza.
—Eso es por deshonrarme. —dijo la mujer vistiéndose
apresuradamente— Mira que aprovecharse de una belleza inociente como yo.
—Pero...
—Caya y arrepiéntete,
gañán. —dijo dándole un bastonazo en la barriga— Estoy segura de que todo el
mundo la ha visto y ha sido testigo de tu vileza. —sentenció señalando las cámaras
que estaban grabando desde el borde de la playa.
Gonzalo miró en la
dirección en la que señalaba la mujer y vio perfectamente el brillo de las
lentes de las cámaras y las expresiones entre alucinadas y divertidas de los
operarios. Lo único que le quedaba era entrar en el mar y dejarse llevar por
las corrientes, quizás un tiburón misericordioso se lo zampara de un par de
bocados evitándole así la vergüenza.
*Para todos los que
no sean españoles les facilito un enlace para que se hagan una idea más
concreta del personaje de la Blasa: https://www.youtube.com/watch?v=S2jJ4sI2d3Q
2 comentarios:
He de reconocer que José Mota no es muy santo de mi devoción. Los “esqueches” solo se los aguanto a mis queridos Morancos. Me gusta otro tipo de humor. Pero tú has cogido la esencia del personaje y lo has hecho tuyo para lo que querías contar con él.
Una genialidad lo de hacerla una “Superviviente”. Me ha gustado mucho como has travestido todo la farándula mediática.
Desde que has llegado a la isla no he parado de reírme (y te puedo decir que eso no es fácil).
Tienes sus fallitos, pero que quieres que te diga…. ¡Qué más da!
¡Enhorabuena!
Machi
Post data: Si este ejercicio hubiera sido anónimo no te hubiera detectado ni de coña, has hecho dos cosas muy difíciles (el humor lo es) y a la vez muy diferente. Me alegro de participar en el ejercicio, pues así me “obligo” a leer autores como tú.
Una gamberrada, directamente. después de tanto drama hacía falta desengrasar. Pretende sacar una sonrisa y lo consigue. solo por eso... claro. un 10
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