Capítulo 01: El camino del pecado
Era de noche, todo el edificio guardaba silencio pese a no estar vacío. Fuera de horas se habían colado en él sombras que, aprovechando la intimidad del ocaso, habían decidido infiltrarse en el tatami para entrenar. Una de ellas era una mujer de casi cuarenta años, de pelo rubio y ojos azules, unos labios carnosos y un cuerpo con buenas curvas. Un cuerpo culpable de hundir a hombres y mujeres de diversas edades en las profundidades de los siete pecados capitales.
Era de noche, todo el edificio guardaba silencio pese a no estar vacío. Fuera de horas se habían colado en él sombras que, aprovechando la intimidad del ocaso, habían decidido infiltrarse en el tatami para entrenar. Una de ellas era una mujer de casi cuarenta años, de pelo rubio y ojos azules, unos labios carnosos y un cuerpo con buenas curvas. Un cuerpo culpable de hundir a hombres y mujeres de diversas edades en las profundidades de los siete pecados capitales.
Desde el vestuario femenino ubicado en el
sótano del edificio, subió dos tramos de escaleras hasta alcanzar el piso
superior donde se encontraba el dojo y, tras suspirar frente a la puerta de
papel corredera, la hizo a un lado para hallarse frente a una sala rectangular
que tenía todas las persianas subidas y, cuya única iluminación, era la luz
lunar blanquecina que entraba por las ventanas; sin embargo y pese a que
aquella iluminación era tétrica e insuficiente para ver con todo lujo de
detalles, no lo era para lo que habían ido a hacer allí.
Al final de la estancia, entre las sombras, una silueta se encontraba sentada sobre el tatami, esperándola. El corazón de Amanda golpeaba imparable contra su pecho; pequeñas gotas de sudor se le deslizaban hasta el cuello y eran absorbidas por su kimono. Se vio obligada a entrecerrar los ojos para ver bien donde pisaba. Mientras acortaba el paso hacia él con una marcha lenta y tranquila, no pudo evitar pensar como había llegado hasta aquella situación: no tardó en decidir que la culpa era suya y de todas las decisiones prepotentes y necias que la habían conducido hacia su sino.
<<Pese a que ella tenía claro donde estaba el límite; no tenía pensado cruzar aquella línea. Era un juego morboso que despertaba su curiosidad, pero que por mucho que lo desease no iba a pasar a mayores. Se volvió a sorprender a sí misma al descubrir lo mucho que le estaba gustando jugar.
Aquella mujer amaba a John, y él era más que suficiente. Su pareja era una estufa en las noches de invierno y un ventilador en los calurosos días de verano, pero ella había resultado ser pirómana que le gustaba jugar con fuego. El riesgo era quemarse, pero no iba a consentir que aquello pasara, para calentarse ya tenía a su estufa y solo ella sería la que le daría calor. Pese a todo, se situó frente a la silueta saludándola en silencio, sabiendo que a esa persona se le iba a ir la mano jugando con ella. ¿Jugar con fuego provocaría un incendio inextinguible o lograría mantenerlo como un pequeño fuego controlado? Estaba segura de que el fuego era en incontrolable, pero se arriesgó igual>>
***
5 semanas antes
Era la primera vez que pisaba un dojo de artes marciales, y lo hizo vestida con un kimono blanco. La sala era rectangular, con una única puerta en el lado izquierdo y ventanas a los lados. Al final de la estancia había una pared lisa y sin adornos, a excepción de un retrato honorífico del que fue el primer maestro del dojo.
Su maestro y sus compañeros, personas que aún no conocía, la esperaban firmes sobre el tatami bajo la atenta mirada del retrato: El maestro del dojo, calvo y sin barba de aproximadamente unos cuarenta años, daba la espalda a su fallecido predecesor con la vista al frente; ante él, había cuatro filas de tres discípulos cada una, ordenados de izquierda a derecha por orden de cinturón. Los cinturones oscuros estaban los primeros y los claros al final, ella se ubicó en última posición al lado de un cinturón amarillo y otro naranja que no se molestaron ni en mirarla.
— ¡Firmes! -bramó en un idioma desconocido el maestro de dojo, frente a todos sus compañeros. A su señalización todos se cuadraron, ella los imitó-. Hoy tenemos con nosotros a una nueva compañera y desde hoy entrenará con nosotros -En consecuencia, todos la acribillaron desde su sitio a felicitaciones de bienvenida, ella sonrió agradeciéndolas su gentileza hasta que el maestro los interrumpió a todos-. Amanda, por favor, preséntate.
— Vale, pues… Me llamo Amanda, tengo treinta y nueve años, y he venido aquí porque quiero aprender a defenderme. Debo reconocer que estoy muy nerviosa y que no sé si se me dará bien esto.
La recién presentada se llevó una alegría al descubrir que no era la única mujer, pues había dos chicas más con cinturones negro. Rondarían los veinte años a lo sumo y tenían unas sonrisas muy agradables, le parecieron muy guapas las dos; el resto era cinco jóvenes que rondarían los veinte años y un sexto hombre maduro que rondaría los cincuenta. Tenía toda la pinta de ser muy antipático; el maestro del dojo, por el contrario, parecía muy disciplinado y serio, pero había demostrado al tiempo lo cordial y amistoso que podía llegar a ser.
— ¡Mirad a la bandera! ¡Saludad! -El idioma del maestro de dojo era desconocido, pero Amanda imitó con torpeza lo que hacían sus compañeros. Todos comenzaron a correr cuando el instructor lo ordenó.
La decena de alumnos iniciaron el trote alrededor del tatami evitando pisar el centro, de manera ocasional e impredecible, el sensei ordenaba algún ejercicio físico como podían ser flexiones, abdominales, saltar a pies juntos… Todos obedecían sin rechistar y prácticamente no hablaban.
La recién estaba exhausta y empapada de sudor antes incluso de haber terminado aquel calentamiento. Agradeció cuando el maestro ordenó formar filas para comenzar los estiramientos previos a la clase.
— ¡Estás hecha una campeona! -El halago provenía de una de las dos chicas jóvenes que se encontraba en la segunda fila mientras hacía un estiramiento de piernas-. Ya verás como te acostumbras rápido a esto -La recién llegada hizo un esfuerzo para sonreír al tiempo que negaba con la cabeza.
— Ya estoy vieja para esto, madre mía… Que oxidada estoy.
— Si eres una vieja no lo aparentas; tienes un cuerpo de veinteañera. Hasta Sandra parece más vieja que tú -La halagó con cortesía uno de los jóvenes cinturones negro, era un joven de piel oscura.
— Que te den -respondió la muchacha en alusión a aquella broma.
— Aunque sea mentira, me alegro de haber venido. Esas cosas ya no me las dicen… Compararme con chicas jóvenes y guapas -bromeó Amanda para quitarle hierro al asunto. Se dio cuenta que los estiramientos servían, además, para permitir retomar el aliento antes de empezar la clase.
— Minyo, silencio. No se habla durante los estiramientos a menos que el profesor lo crea conveniente.
Era la primera vez que Amanda veía abrir la boca al cincuentón llamado Mao, y lo hizo para reafirmar la impresión que tenía de él: Serio y antipático, de los que se habían quedado atrapados en la era militar.
Al terminar el calentamiento, la mayor parte de la clase se ubicó en un lado del dojo a practicar bajo el tutelaje de Mao, el segundo al mando. El maestro del dojo, al habían apodado entre todos el Venerable, apartó a Amanda en un rincón para darle una clase rápida sobre posiciones, puñetazos, patadas, defensas y movimientos marciales básicos.
Cuando la clase acabó, pese a estar agotada; ella tuvo claro de que se lo había pasado muy bien y que tenía ganas de repetir. Solo al salir del dojo se dio cuenta de las ganas que tenía de llegar a casa y comer; estaba hambrienta.
Capítulo 02: Gula lujuriosa
Al final de la estancia, entre las sombras, una silueta se encontraba sentada sobre el tatami, esperándola. El corazón de Amanda golpeaba imparable contra su pecho; pequeñas gotas de sudor se le deslizaban hasta el cuello y eran absorbidas por su kimono. Se vio obligada a entrecerrar los ojos para ver bien donde pisaba. Mientras acortaba el paso hacia él con una marcha lenta y tranquila, no pudo evitar pensar como había llegado hasta aquella situación: no tardó en decidir que la culpa era suya y de todas las decisiones prepotentes y necias que la habían conducido hacia su sino.
<<Pese a que ella tenía claro donde estaba el límite; no tenía pensado cruzar aquella línea. Era un juego morboso que despertaba su curiosidad, pero que por mucho que lo desease no iba a pasar a mayores. Se volvió a sorprender a sí misma al descubrir lo mucho que le estaba gustando jugar.
Aquella mujer amaba a John, y él era más que suficiente. Su pareja era una estufa en las noches de invierno y un ventilador en los calurosos días de verano, pero ella había resultado ser pirómana que le gustaba jugar con fuego. El riesgo era quemarse, pero no iba a consentir que aquello pasara, para calentarse ya tenía a su estufa y solo ella sería la que le daría calor. Pese a todo, se situó frente a la silueta saludándola en silencio, sabiendo que a esa persona se le iba a ir la mano jugando con ella. ¿Jugar con fuego provocaría un incendio inextinguible o lograría mantenerlo como un pequeño fuego controlado? Estaba segura de que el fuego era en incontrolable, pero se arriesgó igual>>
***
5 semanas antes
Era la primera vez que pisaba un dojo de artes marciales, y lo hizo vestida con un kimono blanco. La sala era rectangular, con una única puerta en el lado izquierdo y ventanas a los lados. Al final de la estancia había una pared lisa y sin adornos, a excepción de un retrato honorífico del que fue el primer maestro del dojo.
Su maestro y sus compañeros, personas que aún no conocía, la esperaban firmes sobre el tatami bajo la atenta mirada del retrato: El maestro del dojo, calvo y sin barba de aproximadamente unos cuarenta años, daba la espalda a su fallecido predecesor con la vista al frente; ante él, había cuatro filas de tres discípulos cada una, ordenados de izquierda a derecha por orden de cinturón. Los cinturones oscuros estaban los primeros y los claros al final, ella se ubicó en última posición al lado de un cinturón amarillo y otro naranja que no se molestaron ni en mirarla.
— ¡Firmes! -bramó en un idioma desconocido el maestro de dojo, frente a todos sus compañeros. A su señalización todos se cuadraron, ella los imitó-. Hoy tenemos con nosotros a una nueva compañera y desde hoy entrenará con nosotros -En consecuencia, todos la acribillaron desde su sitio a felicitaciones de bienvenida, ella sonrió agradeciéndolas su gentileza hasta que el maestro los interrumpió a todos-. Amanda, por favor, preséntate.
— Vale, pues… Me llamo Amanda, tengo treinta y nueve años, y he venido aquí porque quiero aprender a defenderme. Debo reconocer que estoy muy nerviosa y que no sé si se me dará bien esto.
La recién presentada se llevó una alegría al descubrir que no era la única mujer, pues había dos chicas más con cinturones negro. Rondarían los veinte años a lo sumo y tenían unas sonrisas muy agradables, le parecieron muy guapas las dos; el resto era cinco jóvenes que rondarían los veinte años y un sexto hombre maduro que rondaría los cincuenta. Tenía toda la pinta de ser muy antipático; el maestro del dojo, por el contrario, parecía muy disciplinado y serio, pero había demostrado al tiempo lo cordial y amistoso que podía llegar a ser.
— ¡Mirad a la bandera! ¡Saludad! -El idioma del maestro de dojo era desconocido, pero Amanda imitó con torpeza lo que hacían sus compañeros. Todos comenzaron a correr cuando el instructor lo ordenó.
La decena de alumnos iniciaron el trote alrededor del tatami evitando pisar el centro, de manera ocasional e impredecible, el sensei ordenaba algún ejercicio físico como podían ser flexiones, abdominales, saltar a pies juntos… Todos obedecían sin rechistar y prácticamente no hablaban.
La recién estaba exhausta y empapada de sudor antes incluso de haber terminado aquel calentamiento. Agradeció cuando el maestro ordenó formar filas para comenzar los estiramientos previos a la clase.
— ¡Estás hecha una campeona! -El halago provenía de una de las dos chicas jóvenes que se encontraba en la segunda fila mientras hacía un estiramiento de piernas-. Ya verás como te acostumbras rápido a esto -La recién llegada hizo un esfuerzo para sonreír al tiempo que negaba con la cabeza.
— Ya estoy vieja para esto, madre mía… Que oxidada estoy.
— Si eres una vieja no lo aparentas; tienes un cuerpo de veinteañera. Hasta Sandra parece más vieja que tú -La halagó con cortesía uno de los jóvenes cinturones negro, era un joven de piel oscura.
— Que te den -respondió la muchacha en alusión a aquella broma.
— Aunque sea mentira, me alegro de haber venido. Esas cosas ya no me las dicen… Compararme con chicas jóvenes y guapas -bromeó Amanda para quitarle hierro al asunto. Se dio cuenta que los estiramientos servían, además, para permitir retomar el aliento antes de empezar la clase.
— Minyo, silencio. No se habla durante los estiramientos a menos que el profesor lo crea conveniente.
Era la primera vez que Amanda veía abrir la boca al cincuentón llamado Mao, y lo hizo para reafirmar la impresión que tenía de él: Serio y antipático, de los que se habían quedado atrapados en la era militar.
Al terminar el calentamiento, la mayor parte de la clase se ubicó en un lado del dojo a practicar bajo el tutelaje de Mao, el segundo al mando. El maestro del dojo, al habían apodado entre todos el Venerable, apartó a Amanda en un rincón para darle una clase rápida sobre posiciones, puñetazos, patadas, defensas y movimientos marciales básicos.
Cuando la clase acabó, pese a estar agotada; ella tuvo claro de que se lo había pasado muy bien y que tenía ganas de repetir. Solo al salir del dojo se dio cuenta de las ganas que tenía de llegar a casa y comer; estaba hambrienta.
Capítulo 02: Gula lujuriosa
John pegó un bote en el sofá
en cuanto oyó a su pareja abrir la puerta de casa. Se dirigió hacia ella en
cuatro zancadas para plantarle un beso húmedo y sucio en la boca.
— ¡Ay, John! Quita… Estoy sudada, huelo mal. Y… e…estoy… agotada -jadeó sin más resistencia que el aire que salió de su boca en forma de palabras.
— Pues qué quieres que te diga, me pone a mil que estés así de sucia. Me encantas estés como estés.
— John… ¡Ay, John! Aquí no… El niño… -susurró entre gemidos entregándose apasionadamente a su amante. Aquella pasión hizo que, pese a su poca higiene, se sintiese tan sexy y deseada como para provocar el dejar caer la bolsa de deporte al suelo, abrazar a su hombre clavándole las uñas y morderle el cuello sin que le importase nada más.
— No se va a enterar; está en la habitación mirando el último capítulo de Juego de tronos -Decía John entre beso y beso. Metiéndole la mano entre los pantalones elásticos sin perder el tiempo, logrando que su novia reprimiese un gemido mientras se mordía el labio inferior.
Ella estaba agotada, pero al sentir los dedos bordeando su sexo le fallaron las piernas y se precipitó hacia adelante, quedando su mentón apoyado sobre el hombro del enamorado mientras sentía el interior de sus muslos derretirse.
— V… Vamos a nuestra habitación. No estaré cómoda aquí.
Pero ya era demasiado tarde, su novio la había hecho arrodillarse y dejó caer sobre su rostro aquel miembro viril. No estaba sudada, ni olía tan fuerte como ella, pero no tardó en quedar impregnada de su saliva cuando la rubia comenzó a devorarla, pasando de estar extremadamente limpia a exageradamente sucia, y eso la excitó de sobremanera.
John sacó su miembro ya lubricado de aquella boca viciosa y tras ayudarla a levantarse la empotró contra la puerta.
— John… Oh, mi hombre… -susurró mientras notaba él abría con los dedos agujeros en sus mallas. La mano de su pareja hizo que su cara se presionase contra la madera de la puerta y sintió como la polla entraba sin dificultad en una vagina que la aceptó al instante. El follador se dejó de tonterías y no comenzó despacio; la empaló con brutalidad, transmitiéndole el deseo que sentía por ella en cada embestida; haciendo vibrar la puerta de tal manera que todos los vecinos lo escucharían <<``Que se jodan los vecinos´´>> pensó mientras se mordía los labios para no gritar; no por los vecinos, sino por su hijo.
Amanda acompañó las embestidas agarrando a su pareja por los glúteos. Al poco ofreció con sus caderas una resistencia que las hizo vibrar cada vez que la afeitada pubis de su novio chocaba contra sus nalgas-. Date prisa, cariño. Si el niño nos ve, me muero…
Aquello debió provocarlo porque aceleró el ritmo de sus embestidas hasta el punto de evidenciar un orgasmo inminente.
— Que nos vea -contestó entre embestida y embestida-. Ahora solo quiero correrme.
— Córrete… Córrete, mi amor… -suplicó sin llegar a decir donde quería que acabase. Pero John, responsable como siempre, sacó el miembro y lo descargó sobre su culo. <<``Que desperdicio´´>> pensó mientras agarra con los dedos una cantidad más que aceptable de leche y se la llevaba a la boca. La recién follada deseaba más, mucho más; pero su hombre nunca la dejaba insatisfecha por demasiado tiempo.
***
— ¿Qué tal te han ido las clases, cariño? -inquirió la madre llevándose un puñado de judías verdes a la boca. Su hijo se limitó a encogerse de hombros.
— Tu madre te ha hecho una pregunta -le reprochó su padrastro; no lo hizo de manera agresiva, nunca lo hacía.
— Cariño. ¿Sigues enfadado por lo del dojo? -No hubo respuesta-. Creía que lo habíamos dejado claro.
— Eres una egoísta de mierda… -murmuró por lo bajo su hijo quinceañero, pero su madre lo oyó.
— ¿Soy una egoísta por querer aprender a defenderme? -argumentó manteniendo la serenidad; este frunció el ceño.
— Sabes perfectamente que es lo que me molesta.
— Te molesta que vaya al dojo donde están tus tres amigos.
— Lo que me molesta es que mi madre entrene con ellos -rugió, levantándose al tiempo que golpeaba con ambas manos la mesa; John se sobresaltó-. Y no son mis amigos -Daniel se dio la vuelta y se alejó la mesa en dirección a su habitación, cuando se detuvo al escuchar a su madre.
— Ni se te ocurra darme la espalda cuando te hablo -le recriminó ella totalmente encendida-. Estás siendo muy inmaduro con este tema. No voy allí para hacer amistad con ellos, voy para aprender defensa personal y es el único dojo donde enseñan lo que quiero.
— ¡¡Pues vete a aprender al polideportivo!! Allí hay clubs de Judo y de Karate, pero si sabes lo que me fastidia que entrenes en el mismo sitio que ellos. ¿¡Por qué lo haces!? -Le recriminaba su hijo; de sus ojos saltaban chispas y temblaba de la rabia.
John no intervino, como siempre. Como Amanda no quería acabar mal con su hijo otra vez, pensó muy bien la estrategia que seguiría esta vez.
— No quieres que me acerque a esos tres. Minyo, Sergio y… Antonio. ¿No?
— Sí -contestó a regañadientes-. Y no. No quiero.
— ¿Y por qué no quieres? -Su hijo no le había dado ni un solo motivo. ¿Cuál era el temor de su hijo? ¿Qué le preocupaba? No había respuestas a sus preguntas.
— Déjalo, no lo entenderías. No sabes nada, mama. ¡Nada! -Daniel, su hijo besado por el fuego, se dio la vuelta y se alejó antes de que su madre pudiese añadir nada; finalizando la discusión con un portazo desde su habitación.
— Gracias por la ayuda, John -ironizó al descubrir a su pareja observándola.
— A mí no me metas. Es un problema entre los dos, y el tendrá sus motivos para no que querer que vayas. Pero algo no me vas a poder negar.
— El qué -Le cuestionó Amanda con cautela.
— Él sabe tus motivos, pero… ¿Sabes tú los suyos?
La madre golpeó con el puño cerrado la mesa: Amaba a su pareja y era correspondida; John la llenaba y complacía en muchas cosas, pero nunca se sentía apoyada por él, y por desgracia era en más de un aspecto.
— ¿Pero cómo quiere que sepa porque no quiere que vaya si no quiere decírmelo? -En aquél momento, Amanda todavía era capaz de recordar la decepción en la cara de su hijo cuando, esta, le confesó que estaba planeando inscribirse al Dojo de artes marciales de al lado de casa; poco después descubrió que lo que le molestaba no era el dojo sino quienes entrenaban en el: Tres compañeros suyos del instituto.
— A mí tampoco me hace gracia que vayas -añadió su pareja evitando mirarla a los ojos. Cobarde como siempre, pues había aprovechado aquella herida abierta para manifestar su descontento.
— Lo que me faltaba. Pues mentalízate: Hoy duermes en el sofá.
Capítulo 03: Ira y avaricia
— ¡Firmes! ¡Mirad a la bandera! ¡Meditad! ¡Saludad! ¡Corred! -Tras el ritual de inicio, comenzaron los ejercicios de calentamiento alrededor del tatami. Al lado de la madurita se colocó Minyo, uno de los seis cinturones negros. Amanda era bajita y acabó decidiendo que el negro mediría alrededor del metro setenta y cinco; no era delgado ni estaba rellenito, pero era corpulento.
— Si has regresado, es que te gusta mucho sufrir -bromeó el joven delatando un acento puramente nacional; ambos corrían uno al lado del otro permitiendo a sus compañeros adelantarlos. Amanda no olvidó que su hijo no quería que se relacionase con ellos; pero al ignorar el motivo decidió hacerse la tonta e investigar por su cuenta.
— No es que sea masoca -se justificó entre jadeos-. Pero quien quiere algo, algo le cuesta. Y yo quiero ponerme en forma.
— ¿Para qué? Si te conservas muy bien -Amanda se rió-. ¡Lo digo de verdad! A mí me llegas a decir que tienes veinte años y me lo creo.
— ¡Ala! Vete a tu pueblo a robar gallinas, si hubieses dicho veintiocho te habría creído.
— Tienes el cuerpo de una veinteañera, pero tienes la cara de una de treinta.
— Mucho más creíble -confesó al tiempo que planeaba como iba abordar sutilmente al mozalbete.
— ¡Al suelo, boca abajo, diez flexiones y al ritmo que yo marque! -gritó el Venerable- ¡Uno! ¡Dos! …
— Por cierto -masculló el negrito hiperventilando al tiempo que hacía flexiones-. ¿Tienes hijos? -Aquella pregunta le pilló por sorpresa.
Amanda se apoyó sobre las rodillas, por lo que no tuvo que esforzarse para hacer las flexiones.
— Tengo un hijo llamado Daniel, y me dijo que en este dojo había tres amigos suyos.
— ¿Cuántos años tiene? Quizás lo conozca.
— Tiene quince y es rubio, como yo.
— Creo que le conozco. ¿Va a tercero?
— Así es. A las monjitas.
— Entonces ya sé quién es -contestó el tal Minyo sonriendo de oreja a oreja. Amanda no tenía claro que podía ser lo que disgustaba a su hijo de aquellos tres, de los cuales, por el momento solo conocía a uno.
Al terminar de calentar comenzaron los estiramientos. Ella quería saber más, pero durante los estiramientos se exigía silencio y tuvo que respetarlo. Más tarde, Mau, el cincuentón, segundo al mando después del Venerable, ordenó entrenar las patadas. Para sorpresa de Amanda, Minyo se colocó a su lado escogiéndola como pareja.
— ¡A la orden, mi capitán! -bromeó Amanda al tiempo que emulaba un saludo militar. Aquello no hizo ni pizca de gracia a Mau, pero al ser nueva se lo dejó pasar.
— No lo provoques demasiado, es muy rencoroso -le advirtió el negrata con su simpatía habitual. Después le mostró como tenía que dar las diferentes patadas y después le permitió probar a ella, en las que tenía que golpear una paleta que él sujetaba.
— Sobre lo de tu hijo… No, no somos amigos. Directamente no nos llevamos porque no tenemos contacto apenas, señora.
— Llámame Amanda, y es raro porque me comentó que aquí entrenaban tres amigos suyos -Una pequeña mentirijilla a modo de vaselina para lubricar el interrogatorio.
— ¿De verdad? -Se rascó la cabeza-. Pues yo creo que es estirar mucho la palabra porque apenas nos relacionamos. No hemos tenido ningún problema, al menos yo con él no, pero tampoco es que hayamos coincidido -argumentó con labia; ahora la pelota estaba en su tejado. Ambos sonrieron y la mujer se dio cuenta de lo listo que era, pese a todo no le pareció que le mintiese-. De todas maneras, si nos considera sus amigos, a partir de ahora lo valoraremos más. Es difícil encontrar amigos hoy en día.
Algo no le gustó nada de aquella afirmación, pero no podía probar nada con ello. La madre de Daniel decidió cambiar de táctica.
— Me alegro mucho, de verdad. Me pareces muy buen chico y me has caído muy bien.
— No sé señora…
—Te he pedido que me llames Amanda, no me hagas sentir vieja.
— No sé, Amanda. Su hijo es bastante raro, no quiero ofenderla. No estoy seguro de si sería un buen amigo para su hijo. Y no creo ser un buen chico; simplemente soy como soy.
— ¿Por qué dices que es bastante raro? -Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por controlar su genio, pues la vena materna amenazaba con explotar, su fiera interior rugía y exigía sangre. Minyo pareció notarlo porque se apresuró a endulzar sus palabras; no sin antes encogerse de hombros.
— Le gusta estar solo, ir a su bola. No es que sea algo malo, pero tengo la impresión de que es difícil relacionarse con él. Siempre que jugamos a futbol el coge sus libros y se va a un rincón a leer.
Aquella afirmación no terminó de convencerla; así que centró su mala leche en aporrear a patadas la diana portátil que sujetaba su compañero, apenas daba en el blanco y se sentía muy torpe. <<``Ya le he sacado suficiente información, y de nada serviría presionarlo´´>>.
Minyo le habló de otras cosas, haciendo alarde de su simpatía y don de gentes; sin embargo la versión del mulato no terminaba de cuadrarle.
— Amanda -Tras saludar y salir del tatami, él la alcanzó para hablar con ella-. Quiero pedirte perdón por haber hablado así de tu hijo. Yo sé que no he dicho nada malo, pero a veces la falta de tacto hace mucho. Te prometo que haré todo lo posible por integrar a tu hijo; es un buen chaval y no merece quedarse solo en el patio -Eso la hizo sonreír.
— Muchas gracias…
— Minyo.
— Minyo... por este detalle. Eres un angelito.
***
Daniel rodó por el suelo dos veces antes de quedar tendido boca arriba. El interior de la boca le sabía a sangre, le lloraban los ojos y el corazón le latía muy deprisa.
— ¿Le hablaste a tu madre de nosotros, amigo? -le recriminó el negrata al tiempo que clavaba un puntapié en las costillas de su víctima, haciendo que Daniel aullase de dolor; tras Minyo estaban Antonio y Sergio, los mejores amigos de este, pero generalmente ellos no le hacían nada; el que siempre le pegaba era el negro y solo el negro. Generalmente, salvo en contadas excepciones, Sergio reía y se burlaba; Antonio en cambio se mantenía callado e indiferente pese a ser prácticamente un gigante apodado como la montaña zombie.
— Yo no le he contado nada a mi… ¡Ah! -sollozó de dolor al recibir la planta del pie en la cara que lo empujó de nuevo al suelo con un golpe seco.
— No le pegues en la cara, Mano. Piensa en lo que dirá su madre -intervino Sergio evitando que lo volviese a golpear, el cual no reía ni bromeaba esta vez. Sergio era un cani con varios tatuajes bajo el torso, de constitución delgada pese a no ser débil.
Minyo estaba fuera de sí y no razonaba, por lo que se preparaba para dar otro puntapié a Daniel, pero esta vez fue Antonio el que, sin mediar palabra, apartó de un manotazo a Minyo. Este ni se molestó en mirarlo.
— Tienes suerte, cabronazo. ¿Te puedes quejar de nosotros? Últimamente nos hemos cortado mucho contigo. Para lo mierda que eres te hemos tratado demasiado bien -El aludido se limitó a agachar la cabeza y escupir sangre al suelo.
— Más vale que tu madre no se entere de esto o te mato. ¿Me oyes? ¡Te mato! -lo amenazó el negro señalándole con el dedo. Este ya se estaba dando la vuelta cuando Sergio se agachó al lado de Daniel y lo ayudó a levantarse con sospechosa amabilidad.
— Mira, mano. Pasa de Min; ya sabes como se le va la olla. Tabamos preocupaos por si le habías contado algo a tu madre de cómo te habíamos tratado hace tiempo -murmuró el cani sin sonreír siquiera. Le limpió la sangre de la cara con una servilleta de papel y dándole golpecitos sobre la ropa para quitarle el polvo ante la incrédula mirada de Minyo y la indiferente de Antonio-. Pero no vamos a volver a pasar por eso, te lo juro por mi estampa. Minyo le prometió a tu madre de que te ayudaríamos a integrarte y lo vamos a hacer.
El hijo de Amanda no entendía nada, y por supuesto desconfió. Fuese lo que fuese, no tardaría demasiado en descubrirlo.
***
— ¿Quién ha sido? -preguntó la madre pensando automáticamente en Minyo y los otros dos. Casi se le salieron los ojos de sus orbitas al ver llegar a su hijo cojeando y con el labio lleno de sangre seca
— Unos chicos que había sentados en un banco. Al pasar por delante empezaron a gritarme, me empujaron y luego me pegaron…
— ¿Y por qué no te defendiste? -preguntó su madre dando por hecho que no lo hizo. Lo sujetó por el mentón moviendo su cara de lado a lado para examinarle mejor.
— ¡Déjame! Ya he tenido bastante con esos cabrones -afirmó derrotado. Agarró su mochila y se largó a su habitación. John, sentado en el sofá, no había mediado palabra desde que el crio entró.
La rubia lo fulminó con la mirada, pero este se limitó a agachar la cabeza: <<``Como siempre, no para esto puedo contar contigo, con lo hombre que eres para unas cosas y para lo importante…´´>> pensó al tiempo que fantaseaba con haber tenido a esos indeseables sin rostro delante.
Tras dejar que su hijo descansase, lo abordó durante la cena de una manera sutil y hasta cariñosa, pero no logró conseguir demasiados detalles de la agresión; su hijo se negó a hablar del tema y ahí acabó la cosa.
A regañadientes aceptó cambiar de tema, pero con picardía lo desvió hacia los tres amigos suyos del dojo.
— El otro día estuve hablando con Minyo, y me dijo que no eran amigos tuyos.
— Ya te lo había dicho, mama.
— También me dijiste que no querías que fuese allí por ellos. Quiero saber cuál es el problema.
Si las indirectas no servían para nada, decidió tomar la delantera sin sutilezas.
— Mama… Simplemente no quería que te relacionases con ellos. Me da vergüenza -dijo agachando la cabeza.
— Pero si ellos no sabían que yo era tu madre. ¿Cómo iba a darte vergüenza? -preguntó cauta sin terminar de creérselo.
— Porque son unos cerdos y es deporte de contacto -confesó con un tono de voz más bajo que un susurro. Miró a su padrastro, el cual por estar mirando la televisión en el sofá, no se percató sobre el tema de la conversación. Ella también bajó el tono de voz.
— ¿Todo esto venía porque creías que esos tres me iban a magrear? -Daniel se puso rojo y ella no logró reprimir una sonrisa-. Cariño… Tengo a John para esas cosas. ¿Crees que dejaría a tres niñatos abusar de mí?
— Pero…
— Pobre de ellos si lo intentan -pese a las bromas y su calidez, no logró levantar más que una triste sonrisa a su hijo-. Dime la verdad, no les diré nada. ¿Cómo te tratan esos tres?
— Son majos. Casi no hablamos, pero parecen buena gente -dijo encogiéndose de hombros antes de dirigirse a la cama.
Capítulo 04: Soberbia y orgullo, la perdición de los audaces
Tras la ceremonia de inicio habitual, incluyendo el saludo al maestro y al retrato, todos comenzaron a correr en cuanto el sensei lo ordenó.
— ¡Ay, John! Quita… Estoy sudada, huelo mal. Y… e…estoy… agotada -jadeó sin más resistencia que el aire que salió de su boca en forma de palabras.
— Pues qué quieres que te diga, me pone a mil que estés así de sucia. Me encantas estés como estés.
— John… ¡Ay, John! Aquí no… El niño… -susurró entre gemidos entregándose apasionadamente a su amante. Aquella pasión hizo que, pese a su poca higiene, se sintiese tan sexy y deseada como para provocar el dejar caer la bolsa de deporte al suelo, abrazar a su hombre clavándole las uñas y morderle el cuello sin que le importase nada más.
— No se va a enterar; está en la habitación mirando el último capítulo de Juego de tronos -Decía John entre beso y beso. Metiéndole la mano entre los pantalones elásticos sin perder el tiempo, logrando que su novia reprimiese un gemido mientras se mordía el labio inferior.
Ella estaba agotada, pero al sentir los dedos bordeando su sexo le fallaron las piernas y se precipitó hacia adelante, quedando su mentón apoyado sobre el hombro del enamorado mientras sentía el interior de sus muslos derretirse.
— V… Vamos a nuestra habitación. No estaré cómoda aquí.
Pero ya era demasiado tarde, su novio la había hecho arrodillarse y dejó caer sobre su rostro aquel miembro viril. No estaba sudada, ni olía tan fuerte como ella, pero no tardó en quedar impregnada de su saliva cuando la rubia comenzó a devorarla, pasando de estar extremadamente limpia a exageradamente sucia, y eso la excitó de sobremanera.
John sacó su miembro ya lubricado de aquella boca viciosa y tras ayudarla a levantarse la empotró contra la puerta.
— John… Oh, mi hombre… -susurró mientras notaba él abría con los dedos agujeros en sus mallas. La mano de su pareja hizo que su cara se presionase contra la madera de la puerta y sintió como la polla entraba sin dificultad en una vagina que la aceptó al instante. El follador se dejó de tonterías y no comenzó despacio; la empaló con brutalidad, transmitiéndole el deseo que sentía por ella en cada embestida; haciendo vibrar la puerta de tal manera que todos los vecinos lo escucharían <<``Que se jodan los vecinos´´>> pensó mientras se mordía los labios para no gritar; no por los vecinos, sino por su hijo.
Amanda acompañó las embestidas agarrando a su pareja por los glúteos. Al poco ofreció con sus caderas una resistencia que las hizo vibrar cada vez que la afeitada pubis de su novio chocaba contra sus nalgas-. Date prisa, cariño. Si el niño nos ve, me muero…
Aquello debió provocarlo porque aceleró el ritmo de sus embestidas hasta el punto de evidenciar un orgasmo inminente.
— Que nos vea -contestó entre embestida y embestida-. Ahora solo quiero correrme.
— Córrete… Córrete, mi amor… -suplicó sin llegar a decir donde quería que acabase. Pero John, responsable como siempre, sacó el miembro y lo descargó sobre su culo. <<``Que desperdicio´´>> pensó mientras agarra con los dedos una cantidad más que aceptable de leche y se la llevaba a la boca. La recién follada deseaba más, mucho más; pero su hombre nunca la dejaba insatisfecha por demasiado tiempo.
***
— ¿Qué tal te han ido las clases, cariño? -inquirió la madre llevándose un puñado de judías verdes a la boca. Su hijo se limitó a encogerse de hombros.
— Tu madre te ha hecho una pregunta -le reprochó su padrastro; no lo hizo de manera agresiva, nunca lo hacía.
— Cariño. ¿Sigues enfadado por lo del dojo? -No hubo respuesta-. Creía que lo habíamos dejado claro.
— Eres una egoísta de mierda… -murmuró por lo bajo su hijo quinceañero, pero su madre lo oyó.
— ¿Soy una egoísta por querer aprender a defenderme? -argumentó manteniendo la serenidad; este frunció el ceño.
— Sabes perfectamente que es lo que me molesta.
— Te molesta que vaya al dojo donde están tus tres amigos.
— Lo que me molesta es que mi madre entrene con ellos -rugió, levantándose al tiempo que golpeaba con ambas manos la mesa; John se sobresaltó-. Y no son mis amigos -Daniel se dio la vuelta y se alejó la mesa en dirección a su habitación, cuando se detuvo al escuchar a su madre.
— Ni se te ocurra darme la espalda cuando te hablo -le recriminó ella totalmente encendida-. Estás siendo muy inmaduro con este tema. No voy allí para hacer amistad con ellos, voy para aprender defensa personal y es el único dojo donde enseñan lo que quiero.
— ¡¡Pues vete a aprender al polideportivo!! Allí hay clubs de Judo y de Karate, pero si sabes lo que me fastidia que entrenes en el mismo sitio que ellos. ¿¡Por qué lo haces!? -Le recriminaba su hijo; de sus ojos saltaban chispas y temblaba de la rabia.
John no intervino, como siempre. Como Amanda no quería acabar mal con su hijo otra vez, pensó muy bien la estrategia que seguiría esta vez.
— No quieres que me acerque a esos tres. Minyo, Sergio y… Antonio. ¿No?
— Sí -contestó a regañadientes-. Y no. No quiero.
— ¿Y por qué no quieres? -Su hijo no le había dado ni un solo motivo. ¿Cuál era el temor de su hijo? ¿Qué le preocupaba? No había respuestas a sus preguntas.
— Déjalo, no lo entenderías. No sabes nada, mama. ¡Nada! -Daniel, su hijo besado por el fuego, se dio la vuelta y se alejó antes de que su madre pudiese añadir nada; finalizando la discusión con un portazo desde su habitación.
— Gracias por la ayuda, John -ironizó al descubrir a su pareja observándola.
— A mí no me metas. Es un problema entre los dos, y el tendrá sus motivos para no que querer que vayas. Pero algo no me vas a poder negar.
— El qué -Le cuestionó Amanda con cautela.
— Él sabe tus motivos, pero… ¿Sabes tú los suyos?
La madre golpeó con el puño cerrado la mesa: Amaba a su pareja y era correspondida; John la llenaba y complacía en muchas cosas, pero nunca se sentía apoyada por él, y por desgracia era en más de un aspecto.
— ¿Pero cómo quiere que sepa porque no quiere que vaya si no quiere decírmelo? -En aquél momento, Amanda todavía era capaz de recordar la decepción en la cara de su hijo cuando, esta, le confesó que estaba planeando inscribirse al Dojo de artes marciales de al lado de casa; poco después descubrió que lo que le molestaba no era el dojo sino quienes entrenaban en el: Tres compañeros suyos del instituto.
— A mí tampoco me hace gracia que vayas -añadió su pareja evitando mirarla a los ojos. Cobarde como siempre, pues había aprovechado aquella herida abierta para manifestar su descontento.
— Lo que me faltaba. Pues mentalízate: Hoy duermes en el sofá.
Capítulo 03: Ira y avaricia
— ¡Firmes! ¡Mirad a la bandera! ¡Meditad! ¡Saludad! ¡Corred! -Tras el ritual de inicio, comenzaron los ejercicios de calentamiento alrededor del tatami. Al lado de la madurita se colocó Minyo, uno de los seis cinturones negros. Amanda era bajita y acabó decidiendo que el negro mediría alrededor del metro setenta y cinco; no era delgado ni estaba rellenito, pero era corpulento.
— Si has regresado, es que te gusta mucho sufrir -bromeó el joven delatando un acento puramente nacional; ambos corrían uno al lado del otro permitiendo a sus compañeros adelantarlos. Amanda no olvidó que su hijo no quería que se relacionase con ellos; pero al ignorar el motivo decidió hacerse la tonta e investigar por su cuenta.
— No es que sea masoca -se justificó entre jadeos-. Pero quien quiere algo, algo le cuesta. Y yo quiero ponerme en forma.
— ¿Para qué? Si te conservas muy bien -Amanda se rió-. ¡Lo digo de verdad! A mí me llegas a decir que tienes veinte años y me lo creo.
— ¡Ala! Vete a tu pueblo a robar gallinas, si hubieses dicho veintiocho te habría creído.
— Tienes el cuerpo de una veinteañera, pero tienes la cara de una de treinta.
— Mucho más creíble -confesó al tiempo que planeaba como iba abordar sutilmente al mozalbete.
— ¡Al suelo, boca abajo, diez flexiones y al ritmo que yo marque! -gritó el Venerable- ¡Uno! ¡Dos! …
— Por cierto -masculló el negrito hiperventilando al tiempo que hacía flexiones-. ¿Tienes hijos? -Aquella pregunta le pilló por sorpresa.
Amanda se apoyó sobre las rodillas, por lo que no tuvo que esforzarse para hacer las flexiones.
— Tengo un hijo llamado Daniel, y me dijo que en este dojo había tres amigos suyos.
— ¿Cuántos años tiene? Quizás lo conozca.
— Tiene quince y es rubio, como yo.
— Creo que le conozco. ¿Va a tercero?
— Así es. A las monjitas.
— Entonces ya sé quién es -contestó el tal Minyo sonriendo de oreja a oreja. Amanda no tenía claro que podía ser lo que disgustaba a su hijo de aquellos tres, de los cuales, por el momento solo conocía a uno.
Al terminar de calentar comenzaron los estiramientos. Ella quería saber más, pero durante los estiramientos se exigía silencio y tuvo que respetarlo. Más tarde, Mau, el cincuentón, segundo al mando después del Venerable, ordenó entrenar las patadas. Para sorpresa de Amanda, Minyo se colocó a su lado escogiéndola como pareja.
— ¡A la orden, mi capitán! -bromeó Amanda al tiempo que emulaba un saludo militar. Aquello no hizo ni pizca de gracia a Mau, pero al ser nueva se lo dejó pasar.
— No lo provoques demasiado, es muy rencoroso -le advirtió el negrata con su simpatía habitual. Después le mostró como tenía que dar las diferentes patadas y después le permitió probar a ella, en las que tenía que golpear una paleta que él sujetaba.
— Sobre lo de tu hijo… No, no somos amigos. Directamente no nos llevamos porque no tenemos contacto apenas, señora.
— Llámame Amanda, y es raro porque me comentó que aquí entrenaban tres amigos suyos -Una pequeña mentirijilla a modo de vaselina para lubricar el interrogatorio.
— ¿De verdad? -Se rascó la cabeza-. Pues yo creo que es estirar mucho la palabra porque apenas nos relacionamos. No hemos tenido ningún problema, al menos yo con él no, pero tampoco es que hayamos coincidido -argumentó con labia; ahora la pelota estaba en su tejado. Ambos sonrieron y la mujer se dio cuenta de lo listo que era, pese a todo no le pareció que le mintiese-. De todas maneras, si nos considera sus amigos, a partir de ahora lo valoraremos más. Es difícil encontrar amigos hoy en día.
Algo no le gustó nada de aquella afirmación, pero no podía probar nada con ello. La madre de Daniel decidió cambiar de táctica.
— Me alegro mucho, de verdad. Me pareces muy buen chico y me has caído muy bien.
— No sé señora…
—Te he pedido que me llames Amanda, no me hagas sentir vieja.
— No sé, Amanda. Su hijo es bastante raro, no quiero ofenderla. No estoy seguro de si sería un buen amigo para su hijo. Y no creo ser un buen chico; simplemente soy como soy.
— ¿Por qué dices que es bastante raro? -Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por controlar su genio, pues la vena materna amenazaba con explotar, su fiera interior rugía y exigía sangre. Minyo pareció notarlo porque se apresuró a endulzar sus palabras; no sin antes encogerse de hombros.
— Le gusta estar solo, ir a su bola. No es que sea algo malo, pero tengo la impresión de que es difícil relacionarse con él. Siempre que jugamos a futbol el coge sus libros y se va a un rincón a leer.
Aquella afirmación no terminó de convencerla; así que centró su mala leche en aporrear a patadas la diana portátil que sujetaba su compañero, apenas daba en el blanco y se sentía muy torpe. <<``Ya le he sacado suficiente información, y de nada serviría presionarlo´´>>.
Minyo le habló de otras cosas, haciendo alarde de su simpatía y don de gentes; sin embargo la versión del mulato no terminaba de cuadrarle.
— Amanda -Tras saludar y salir del tatami, él la alcanzó para hablar con ella-. Quiero pedirte perdón por haber hablado así de tu hijo. Yo sé que no he dicho nada malo, pero a veces la falta de tacto hace mucho. Te prometo que haré todo lo posible por integrar a tu hijo; es un buen chaval y no merece quedarse solo en el patio -Eso la hizo sonreír.
— Muchas gracias…
— Minyo.
— Minyo... por este detalle. Eres un angelito.
***
Daniel rodó por el suelo dos veces antes de quedar tendido boca arriba. El interior de la boca le sabía a sangre, le lloraban los ojos y el corazón le latía muy deprisa.
— ¿Le hablaste a tu madre de nosotros, amigo? -le recriminó el negrata al tiempo que clavaba un puntapié en las costillas de su víctima, haciendo que Daniel aullase de dolor; tras Minyo estaban Antonio y Sergio, los mejores amigos de este, pero generalmente ellos no le hacían nada; el que siempre le pegaba era el negro y solo el negro. Generalmente, salvo en contadas excepciones, Sergio reía y se burlaba; Antonio en cambio se mantenía callado e indiferente pese a ser prácticamente un gigante apodado como la montaña zombie.
— Yo no le he contado nada a mi… ¡Ah! -sollozó de dolor al recibir la planta del pie en la cara que lo empujó de nuevo al suelo con un golpe seco.
— No le pegues en la cara, Mano. Piensa en lo que dirá su madre -intervino Sergio evitando que lo volviese a golpear, el cual no reía ni bromeaba esta vez. Sergio era un cani con varios tatuajes bajo el torso, de constitución delgada pese a no ser débil.
Minyo estaba fuera de sí y no razonaba, por lo que se preparaba para dar otro puntapié a Daniel, pero esta vez fue Antonio el que, sin mediar palabra, apartó de un manotazo a Minyo. Este ni se molestó en mirarlo.
— Tienes suerte, cabronazo. ¿Te puedes quejar de nosotros? Últimamente nos hemos cortado mucho contigo. Para lo mierda que eres te hemos tratado demasiado bien -El aludido se limitó a agachar la cabeza y escupir sangre al suelo.
— Más vale que tu madre no se entere de esto o te mato. ¿Me oyes? ¡Te mato! -lo amenazó el negro señalándole con el dedo. Este ya se estaba dando la vuelta cuando Sergio se agachó al lado de Daniel y lo ayudó a levantarse con sospechosa amabilidad.
— Mira, mano. Pasa de Min; ya sabes como se le va la olla. Tabamos preocupaos por si le habías contado algo a tu madre de cómo te habíamos tratado hace tiempo -murmuró el cani sin sonreír siquiera. Le limpió la sangre de la cara con una servilleta de papel y dándole golpecitos sobre la ropa para quitarle el polvo ante la incrédula mirada de Minyo y la indiferente de Antonio-. Pero no vamos a volver a pasar por eso, te lo juro por mi estampa. Minyo le prometió a tu madre de que te ayudaríamos a integrarte y lo vamos a hacer.
El hijo de Amanda no entendía nada, y por supuesto desconfió. Fuese lo que fuese, no tardaría demasiado en descubrirlo.
***
— ¿Quién ha sido? -preguntó la madre pensando automáticamente en Minyo y los otros dos. Casi se le salieron los ojos de sus orbitas al ver llegar a su hijo cojeando y con el labio lleno de sangre seca
— Unos chicos que había sentados en un banco. Al pasar por delante empezaron a gritarme, me empujaron y luego me pegaron…
— ¿Y por qué no te defendiste? -preguntó su madre dando por hecho que no lo hizo. Lo sujetó por el mentón moviendo su cara de lado a lado para examinarle mejor.
— ¡Déjame! Ya he tenido bastante con esos cabrones -afirmó derrotado. Agarró su mochila y se largó a su habitación. John, sentado en el sofá, no había mediado palabra desde que el crio entró.
La rubia lo fulminó con la mirada, pero este se limitó a agachar la cabeza: <<``Como siempre, no para esto puedo contar contigo, con lo hombre que eres para unas cosas y para lo importante…´´>> pensó al tiempo que fantaseaba con haber tenido a esos indeseables sin rostro delante.
Tras dejar que su hijo descansase, lo abordó durante la cena de una manera sutil y hasta cariñosa, pero no logró conseguir demasiados detalles de la agresión; su hijo se negó a hablar del tema y ahí acabó la cosa.
A regañadientes aceptó cambiar de tema, pero con picardía lo desvió hacia los tres amigos suyos del dojo.
— El otro día estuve hablando con Minyo, y me dijo que no eran amigos tuyos.
— Ya te lo había dicho, mama.
— También me dijiste que no querías que fuese allí por ellos. Quiero saber cuál es el problema.
Si las indirectas no servían para nada, decidió tomar la delantera sin sutilezas.
— Mama… Simplemente no quería que te relacionases con ellos. Me da vergüenza -dijo agachando la cabeza.
— Pero si ellos no sabían que yo era tu madre. ¿Cómo iba a darte vergüenza? -preguntó cauta sin terminar de creérselo.
— Porque son unos cerdos y es deporte de contacto -confesó con un tono de voz más bajo que un susurro. Miró a su padrastro, el cual por estar mirando la televisión en el sofá, no se percató sobre el tema de la conversación. Ella también bajó el tono de voz.
— ¿Todo esto venía porque creías que esos tres me iban a magrear? -Daniel se puso rojo y ella no logró reprimir una sonrisa-. Cariño… Tengo a John para esas cosas. ¿Crees que dejaría a tres niñatos abusar de mí?
— Pero…
— Pobre de ellos si lo intentan -pese a las bromas y su calidez, no logró levantar más que una triste sonrisa a su hijo-. Dime la verdad, no les diré nada. ¿Cómo te tratan esos tres?
— Son majos. Casi no hablamos, pero parecen buena gente -dijo encogiéndose de hombros antes de dirigirse a la cama.
Capítulo 04: Soberbia y orgullo, la perdición de los audaces
Tras la ceremonia de inicio habitual, incluyendo el saludo al maestro y al retrato, todos comenzaron a correr en cuanto el sensei lo ordenó.
Habían pasado dos semanas desde que Amanda
había llegado al dojo; dos semanas de duro entrenamiento, pese a que cada vez
tenía más resistencia y se agotaba menos.
Las dos chicas jóvenes habían desaparecido y ella ignoraba el motivo; por otra parte, había establecido una notable amistad con Minyo y Sergio, todo sin bajar la guardia como había prometido a su hijo.
Tras descubrir que a Daniel le preocupaba que esos tres aprovechasen los entrenamientos para abusar de ella, una especie de orgullo exageradamente potente la sobrecargó, estando segura de que ella nunca sería infiel a su pareja. Para ella John lo era todo, era más que suficiente; pobre de aquel que intentase persuadirla o intimar con ella porque, y de esto estaba completamente segura, estaba destinado al fracaso.
Por primera vez, el instructor decidió que se iba a permitir a la principiante participar en los combates full-contact en los que se combatía de todas las maneras posibles. Según dijo el Venerable, todo estaba permitido, siempre y cuando se respetase al contrincante.
Al no poder entrenar con las dos chicas jóvenes que no estaban, ni tampoco con los otros cinturones de bajo rango. Decidió probar suerte con el trio de cinturones negros, sin tener en cuenta a Mau el cual ya de por sí le caía mal.
— Te elijo a ti, Minyo -decidió Amanda cuando el condenado cincuentón le había obligado a elegir entre ellos cuatro -<<``Como si te fuese a elegir a ti; más te gustaría que te diese ese gustazo´´>>.
— Soy el mejor de las cuatro opciones -afirmó con una amplia sonrisa al tiempo que esquivaba una patada de reproche lanzada por Sergio. Sin mediar palabra, este último se emparejó con el sensei y Antonio se juntó con Mau. Los cuatro iniciaron dos peleas paralelas: una de ellas terminó como extensión en el suelo pues, en menos de quince segundos, Mau había conseguido derribar a la montaña con una llave de Judo llamada O Goshi, la cual dio como resultado al grandullón trazando un arco sobre el cincuentón hasta acabar aterrizando en el suelo con un golpe sordo.
Amanda se quedó con la boca abierta.
— ¿T… También se continúa peleando en el suelo?
— Claro. En este dojo practicamos tanto combates a larga, media y corta distancia, incluyendo el cuerpo a cuerpo y combate de suelo -Al ver la confusión en el rostro de la madurita, Minyo se apresuró a explicarse mejor-. Es muy variado. Sea como sea: Nos ponemos el uno frente al otro, y nos inclinamos a modo de saludo, después ya podemos comenzar a pelear.
Instantes después de haberse saludado, Minyo se había abalanzado sobre ella y con un agarre simple la desestabilizó y la dejó tumbada boca abajo. A su lado, las otras dos parejas forcejeaban en un intento de asegurar su posición y someter al rival.
Amanda se puso roja de la rabia, pues no entendía cómo podía haberla sometido tan fácilmente. Intentó darse la vuelta pero este no la dejó.
—En el combate de suelo gana el que tiene más nervio. Y ahora mismo te estás cansando tu sola mientras yo estoy de relax -le explicó Minyo con calma mientras ella se revolcaba cada vez más extenuada.
— ¿Y cómo te quito de encima? -inquirió tras haber aceptado la derrota.
— En este caso estoy sentado sobre tu culo para que no tengas punto de apoyo; pero cuando te mueves me apoyo sobre las rodillas para mantener el equilibrio, si me bloqueas una de ellas y me vuelcas para ese lado -Sin darle tiempo a terminar, Amanda siguió al pie de la letra aquella indicación y lo derribó logrando quedarse encima-. Pero no te quedes ahí, ahora tienes que…
— ¡Cambio de pareja! -gritó el Venerable; todos se levantaron en consecuencia entre mutuas felicitaciones.
En el siguiente combate le tocó contra Sergio y, tras saludar, este se desplazó aún más rápido que Minyo. Con una simple finta apareció tras su espalda y la sometió con una llave de estrangulación. Notó como el pandillero se dejaba caer hacia atrás y los dos se desplomaban dando con sus respectivos traseros en la colchoneta, pero esta vez había aprendido la lección y le golpeó en las costillas con el codo haciendo que este la soltase por auto reflejo. El cani estaba agotado de haber peleado con el sensei pero le sobró fuerza para abrazarla por detrás y mantenerla en aquella posición.
Amanda notó algo duró rozar contra su culo y estuvo segura de que se trataba, por lo que desesperadamente se removió para escapar pese a no llegar a conseguirlo.
Sergio aspiraba y suspiraba soltando su aliento cerca de su oreja, hasta el punto de poder olerle.
El joven la agarró de la solapa, presionándole accidentalmente el seno y la empotró contra el suelo. Como contramedida, Amanda se dio la vuelta imitando a un gato panzaarriba pero el muy desgraciado se sentó sobre su ombligo; lo primero que le vino a la cabeza fue una paja cubana, el desgraciado sonreía desde aquella posición privilegiada; seguramente a ambos se les pasó por la cabeza la misma idea. Ella picó como gesto de sumisión y él se quitó obedientemente de encima.
— Que poco aguante tenéis las mujeres, si no te he hecho na -La madurita no contestó, echó un sutil y rápido vistazo a la entrepierna de Sergio al tiempo que pensaba: <<``Así que no me lo imaginé´´>> y pidió permiso para salir del dojo antes de tiempo.
Capítulo 05: Lujuria no consentida
— ¿Pero se puede saber qué coño te pasa? -gimió John posando las manos en torno a la cadera de su pareja, quien lo cabalgaba como una bestia salvaje. A él le caían goterones de sudor e hiperventilaba, mientras que ella gemía alocadamente sin tregua. Comenzó a acelerar el ritmo cuando Amanda notó el inminente orgasmo de su pareja delatado por los espasmos.
Las patas de la cama lanzaban maldiciones; crujían y amenazaban con romperse. Sin duda los vecinos se estarían acordando de todos sus antepasados; pero la rubia gemía y se llevó las manos a sus pezones; gritaba eufórica al sentir a su pareja gruñir y correrse. La tentación era tan grande e irresistible, quedarse allí incrustada y recibir toda la semilla de su pareja; pero él no quería tener hijos; él no quería.
De un bote se sacó el miembro que la llenaba y aterrizó a su lado para devorarlo, notando como explotaba en cara y en su boca. John alzó las caderas mientras volvía a gruñir, cerró los ojos y descargo sobre ella mientras dejaba caer su cabeza sobre la almohada. Ella estaba insatisfecha, se había corrido varias veces, pero quería más; mucho más.
No tenía queja; John siempre la satisfacía, si no era al momento era al poco rato. Pero aquella vez ella no tenía paciencia, no podía esperar. Estaba ansiosa y quería polla; la polla de su novio que, muy a su pesar, empezó a encogerse en el interior de su boca.
Los dedos de la mano no utilizada buscaron su clítoris y bailaron entorno a él, pero este se estaba enfriando. Comenzó a devorarle la polla a su hombre, pero este la apartó amablemente sin dejar de mirarla a los ojos.
— Sabes perfectamente que cuando estoy tan sensible no es la solución. ¿Qué te pasa? -Era un reproche, no una pregunta-. Suelo ser yo el que te va detrás.
— ¿No puedo tener la iniciativa? -Molesta, gateó hacia él; no quería hablar.
— Sí, pero… -contestó dubitativo-. ¿Y esa ansia?
— ¿Te parece raro que te folle duro?
— Sabes que ese no es mi problema. Estás… Diferente. Y últimamente te pasa mucho -añadió.
Lo tenía claro, entrenar la excitaba. No era por atracción a sus compañeros; había algo que la transformaba en una fiera y le hacía desear a su hombre.
Amanda tenía problemas con su pareja, pero nunca hablaban de ello. La solución residía en que cuando ella volvía cachonda y cansada del gimnasio, sintiéndose sucia, su pareja la follase de mil maneras distintas con aquella polla dura e irresistible hasta que lograse dejarla dormida.
Pero eso no sucedía: John le pegaba unos polvazos, sí. Pero cada vez la follaba con menos ganas hasta el punto de dejarse hacer. Entendía la rutina como principal problema, pero no era lo que le molestaba.
—Entrenar me excita -susurró en la oreja de él antes de comenzar a morderla-. Y en mi casa me espera mi hombre.
— A tu hombre este ritmo le agota -contestó tajante.
— ¿Qué propones? -Algo iba mal y ella lo sabía. John no era el tipo de hombre que le gustase ir de frente; muy hombre para follársela pero, para todo lo demás, nada. Le gustaban las sutilezas y las indirectas; guiar a la persona hasta el punto donde él quería llegar para que conducirle a su propia conclusión. Además, John tenía la tendencia a evitar el contacto visual cuando sabía que la conversación iba a acabar en discusión.
Tras un momento de silencio, acobardado y dubitativo, el hombrecillo soltó la bomba.
— Que dejes de ir a entrenar -musitó con una tímida sonrisa en los labios, provocada por los nervios. En ese momento si la miró, seguramente sorprendido de que ella no contestase. Pero Amanda lo miraba incrédula.
— ¿Quieres que deje de entrenar? -John asintió-. ¿Permanentemente? -volvió a asentir-. Porque… ¿Me pone demasiado cachonda? -Pero esta vez John no se movió, alarmado por la falta de respuesta emocional de su pareja.
Las dos chicas jóvenes habían desaparecido y ella ignoraba el motivo; por otra parte, había establecido una notable amistad con Minyo y Sergio, todo sin bajar la guardia como había prometido a su hijo.
Tras descubrir que a Daniel le preocupaba que esos tres aprovechasen los entrenamientos para abusar de ella, una especie de orgullo exageradamente potente la sobrecargó, estando segura de que ella nunca sería infiel a su pareja. Para ella John lo era todo, era más que suficiente; pobre de aquel que intentase persuadirla o intimar con ella porque, y de esto estaba completamente segura, estaba destinado al fracaso.
Por primera vez, el instructor decidió que se iba a permitir a la principiante participar en los combates full-contact en los que se combatía de todas las maneras posibles. Según dijo el Venerable, todo estaba permitido, siempre y cuando se respetase al contrincante.
Al no poder entrenar con las dos chicas jóvenes que no estaban, ni tampoco con los otros cinturones de bajo rango. Decidió probar suerte con el trio de cinturones negros, sin tener en cuenta a Mau el cual ya de por sí le caía mal.
— Te elijo a ti, Minyo -decidió Amanda cuando el condenado cincuentón le había obligado a elegir entre ellos cuatro -<<``Como si te fuese a elegir a ti; más te gustaría que te diese ese gustazo´´>>.
— Soy el mejor de las cuatro opciones -afirmó con una amplia sonrisa al tiempo que esquivaba una patada de reproche lanzada por Sergio. Sin mediar palabra, este último se emparejó con el sensei y Antonio se juntó con Mau. Los cuatro iniciaron dos peleas paralelas: una de ellas terminó como extensión en el suelo pues, en menos de quince segundos, Mau había conseguido derribar a la montaña con una llave de Judo llamada O Goshi, la cual dio como resultado al grandullón trazando un arco sobre el cincuentón hasta acabar aterrizando en el suelo con un golpe sordo.
Amanda se quedó con la boca abierta.
— ¿T… También se continúa peleando en el suelo?
— Claro. En este dojo practicamos tanto combates a larga, media y corta distancia, incluyendo el cuerpo a cuerpo y combate de suelo -Al ver la confusión en el rostro de la madurita, Minyo se apresuró a explicarse mejor-. Es muy variado. Sea como sea: Nos ponemos el uno frente al otro, y nos inclinamos a modo de saludo, después ya podemos comenzar a pelear.
Instantes después de haberse saludado, Minyo se había abalanzado sobre ella y con un agarre simple la desestabilizó y la dejó tumbada boca abajo. A su lado, las otras dos parejas forcejeaban en un intento de asegurar su posición y someter al rival.
Amanda se puso roja de la rabia, pues no entendía cómo podía haberla sometido tan fácilmente. Intentó darse la vuelta pero este no la dejó.
—En el combate de suelo gana el que tiene más nervio. Y ahora mismo te estás cansando tu sola mientras yo estoy de relax -le explicó Minyo con calma mientras ella se revolcaba cada vez más extenuada.
— ¿Y cómo te quito de encima? -inquirió tras haber aceptado la derrota.
— En este caso estoy sentado sobre tu culo para que no tengas punto de apoyo; pero cuando te mueves me apoyo sobre las rodillas para mantener el equilibrio, si me bloqueas una de ellas y me vuelcas para ese lado -Sin darle tiempo a terminar, Amanda siguió al pie de la letra aquella indicación y lo derribó logrando quedarse encima-. Pero no te quedes ahí, ahora tienes que…
— ¡Cambio de pareja! -gritó el Venerable; todos se levantaron en consecuencia entre mutuas felicitaciones.
En el siguiente combate le tocó contra Sergio y, tras saludar, este se desplazó aún más rápido que Minyo. Con una simple finta apareció tras su espalda y la sometió con una llave de estrangulación. Notó como el pandillero se dejaba caer hacia atrás y los dos se desplomaban dando con sus respectivos traseros en la colchoneta, pero esta vez había aprendido la lección y le golpeó en las costillas con el codo haciendo que este la soltase por auto reflejo. El cani estaba agotado de haber peleado con el sensei pero le sobró fuerza para abrazarla por detrás y mantenerla en aquella posición.
Amanda notó algo duró rozar contra su culo y estuvo segura de que se trataba, por lo que desesperadamente se removió para escapar pese a no llegar a conseguirlo.
Sergio aspiraba y suspiraba soltando su aliento cerca de su oreja, hasta el punto de poder olerle.
El joven la agarró de la solapa, presionándole accidentalmente el seno y la empotró contra el suelo. Como contramedida, Amanda se dio la vuelta imitando a un gato panzaarriba pero el muy desgraciado se sentó sobre su ombligo; lo primero que le vino a la cabeza fue una paja cubana, el desgraciado sonreía desde aquella posición privilegiada; seguramente a ambos se les pasó por la cabeza la misma idea. Ella picó como gesto de sumisión y él se quitó obedientemente de encima.
— Que poco aguante tenéis las mujeres, si no te he hecho na -La madurita no contestó, echó un sutil y rápido vistazo a la entrepierna de Sergio al tiempo que pensaba: <<``Así que no me lo imaginé´´>> y pidió permiso para salir del dojo antes de tiempo.
Capítulo 05: Lujuria no consentida
— ¿Pero se puede saber qué coño te pasa? -gimió John posando las manos en torno a la cadera de su pareja, quien lo cabalgaba como una bestia salvaje. A él le caían goterones de sudor e hiperventilaba, mientras que ella gemía alocadamente sin tregua. Comenzó a acelerar el ritmo cuando Amanda notó el inminente orgasmo de su pareja delatado por los espasmos.
Las patas de la cama lanzaban maldiciones; crujían y amenazaban con romperse. Sin duda los vecinos se estarían acordando de todos sus antepasados; pero la rubia gemía y se llevó las manos a sus pezones; gritaba eufórica al sentir a su pareja gruñir y correrse. La tentación era tan grande e irresistible, quedarse allí incrustada y recibir toda la semilla de su pareja; pero él no quería tener hijos; él no quería.
De un bote se sacó el miembro que la llenaba y aterrizó a su lado para devorarlo, notando como explotaba en cara y en su boca. John alzó las caderas mientras volvía a gruñir, cerró los ojos y descargo sobre ella mientras dejaba caer su cabeza sobre la almohada. Ella estaba insatisfecha, se había corrido varias veces, pero quería más; mucho más.
No tenía queja; John siempre la satisfacía, si no era al momento era al poco rato. Pero aquella vez ella no tenía paciencia, no podía esperar. Estaba ansiosa y quería polla; la polla de su novio que, muy a su pesar, empezó a encogerse en el interior de su boca.
Los dedos de la mano no utilizada buscaron su clítoris y bailaron entorno a él, pero este se estaba enfriando. Comenzó a devorarle la polla a su hombre, pero este la apartó amablemente sin dejar de mirarla a los ojos.
— Sabes perfectamente que cuando estoy tan sensible no es la solución. ¿Qué te pasa? -Era un reproche, no una pregunta-. Suelo ser yo el que te va detrás.
— ¿No puedo tener la iniciativa? -Molesta, gateó hacia él; no quería hablar.
— Sí, pero… -contestó dubitativo-. ¿Y esa ansia?
— ¿Te parece raro que te folle duro?
— Sabes que ese no es mi problema. Estás… Diferente. Y últimamente te pasa mucho -añadió.
Lo tenía claro, entrenar la excitaba. No era por atracción a sus compañeros; había algo que la transformaba en una fiera y le hacía desear a su hombre.
Amanda tenía problemas con su pareja, pero nunca hablaban de ello. La solución residía en que cuando ella volvía cachonda y cansada del gimnasio, sintiéndose sucia, su pareja la follase de mil maneras distintas con aquella polla dura e irresistible hasta que lograse dejarla dormida.
Pero eso no sucedía: John le pegaba unos polvazos, sí. Pero cada vez la follaba con menos ganas hasta el punto de dejarse hacer. Entendía la rutina como principal problema, pero no era lo que le molestaba.
—Entrenar me excita -susurró en la oreja de él antes de comenzar a morderla-. Y en mi casa me espera mi hombre.
— A tu hombre este ritmo le agota -contestó tajante.
— ¿Qué propones? -Algo iba mal y ella lo sabía. John no era el tipo de hombre que le gustase ir de frente; muy hombre para follársela pero, para todo lo demás, nada. Le gustaban las sutilezas y las indirectas; guiar a la persona hasta el punto donde él quería llegar para que conducirle a su propia conclusión. Además, John tenía la tendencia a evitar el contacto visual cuando sabía que la conversación iba a acabar en discusión.
Tras un momento de silencio, acobardado y dubitativo, el hombrecillo soltó la bomba.
— Que dejes de ir a entrenar -musitó con una tímida sonrisa en los labios, provocada por los nervios. En ese momento si la miró, seguramente sorprendido de que ella no contestase. Pero Amanda lo miraba incrédula.
— ¿Quieres que deje de entrenar? -John asintió-. ¿Permanentemente? -volvió a asentir-. Porque… ¿Me pone demasiado cachonda? -Pero esta vez John no se movió, alarmado por la falta de respuesta emocional de su pareja.
— John… -susurró antes de callarse. Intentó
contener la rabia que la corroía por dentro. Mucho se había callado desde que
estaba con él, pero esta petición egoísta fue la guinda del pastel. Lo fulminó
con la mirada antes de ponerse a gritar:- ¡Eres un maldito imbécil! -explotó de
la peor de las maneras posibles. Agarró una almohada y comenzó a aporrearle con
ella. Su acobardada pareja se protegió bajo las manos al tiempo que suplicaba
que se calmase, pero no sirvió de nada, estaba histérica-. ¡¡Eres un cobarde!!
¡¡Y eres un egoísta!! -entre acusación y acusación lo atizaba con la almohada,
con descensos que formaban arcos sobre la cabeza de John-. ¡Vaya combinación,
porque encima de egoísta no me dices las cosas a la cara!
Tiró la almohada, pero no se iba a detener. Siempre había querido ponerle los puntos sobre las ies, y había llegado el momento. Su pareja, a la que tanto quería, siempre le minaba la moral. Había aprendido a asumir que su pareja era un cobarde, un celoso y un egoísta. Un hombre que veía a su pareja feliz por practicar un deporte que le gustaba, y la única razón para pedirle que lo dejase era por celos.
Intranquilo de que otros hombres entrenasen de ella, porque además era desconfiado. Amanda entendía que tuviese dudas, pero ni se había molestado en hablar con ella. John había decidido tirar tierra sobre el problema para evitar una discusión en la que pudiesen llegar a un acuerdo; para él era mucho más fácil que ella dejara de entrenar y que se sintiese vacía.
La mujer siempre cedía, se preocupaba por él y no quería que lo pasase mal, pero estaba más que harta: De ceder, de conformarse y de callarse.
— Estoy harta de ti. ¿Me entiendes? Harta. Harta de tus celos, de tu egoísmo y estoy harta de tus excusas. Estoy harta de tu cobardía. Estoy hasta las mismísimas narices de ser la que siempre acabe cediendo -La boca de la joven era una metralleta de palabras hirientes con gran cadencia de fuego que se clavaban sobre la sensibilidad de su pareja-. Venga. Dime porque no quieres que vaya a entrenar al dojo. Porque los dos sabemos que no es solo por el sexo.
— Y… Yo no…
— Quiero saber tus grandes motivos para que me pidas hacer algo que sabes de sobra que me encanta.
— ¿Te encanta estar rodeada de tíos sudados que te manosean con la excusa de que entrenáis? -una bofetada aterrizó en el pómulo de John.
— Me acabas de llamar puta. ¿Eso soy para ti? ¿Una puta?
— No eres…
— Perdona -se disculpó sarcásticamente alzando sus manos en un ademán conciliador-. Tal vez sea más adecuado decir que soy tu puta privada. ¿No? -esta vez no le pegó. Esta vez le soltó un empujón que lo obligo a salir de la cama quedándose al borde de ella, de pie y estupefacto-. Soy una perra que, si tiene la menor oportunidad se cepilla a medio dojo. ¿No? -Su novio abrió y cerró la boca sin saber que decir-. Si hubieses sido listo, habrías dicho que estabas celoso de que estuviese cerca de otros hombres, y lo habría entendido. Te garantizo que habríamos encontrado una solución para que eso no pasase; pero eres un cobarde hasta para ser sincero con tu propia pareja. Nunca piensas en lo que quiero y en lo que deseo, te escudas en tonterias para no llegar a lo importante.
— Amanda…
— No me interrumpas -La aludida escupía cada palabra impregnándola de veneno. Sabía que se iba a arrepentir, pero pensaba disfrutar de cada segundo de aquella discusión. Era su momento; John había despertado al dragón-. ¿Te pone celoso que vaya a entrenar… y que me ponga cachonda que los hombres del dojo y me miren las tetas y el culo por encima de la ropa? ¿Te pone celoso que, cuando me agarran para pelear, aprovechen para magrearme? -Más peligrosa que nunca, Amanda suavizó el tono de sus palabras, emulando el ronroneo de los gatos. Gateó sobre la cama hasta su pareja, el cual aparentaba estar aliviado al creer que ella se había tranquilizado… Ingenuo-. ¿Te pone celoso pensar que, una vez acaba el entrenamiento, cada uno de esos hombres aprovecha para ligar conmigo?
Hizo una pausa antes de continuar, y añadió:
— Pues ahora piensa en que si estaba tan cachonda no era por ellos, sino porque en mi casa me esperaba el hombre al que amo y deseo. Y que todo lo que esos hombres puedan pensar, decir o hacer no tiene más efecto que conseguir que te folle como una loca en esta cama. ¿Pero sabes qué? -dijo Amanda mientras llegaba gateando al borde y se ponía en pie a su lado fuera de la cama. Le cogió las manos con delicadeza, le miró a los ojos con mirada seductora y se mordió el labio para rematar:- Que lo he pillado. Necesitas espacio te tengo agobiado.
— Yo no…
— No. Lo entiendo, de verdad -Amanda reía mientras se alejaba andando de John. Inmóvil al lado de la cama-; y como te quiero tanto y tampoco quiero dejar de entrenar en el dojo, te voy a dar todo el espacio que necesitas. Te prometo que te voy a dejar con las ganas hasta que crea que has sufrido bastante. Puedes desahogarte tú mismo o aguantarte, pero no me vas a tocar hasta que considere que has redimido esta cagada tan monumental -abrió la puerta y salió. No sin antes volver a asomarse por un lado del marco- ¡Ah! Y no te creas que esto se va a solucionar con intentar seducirme. Si lo intentas, ya sea insistiendo o presionándome, te arrepentirás. Vas a desear no haberme hecho elegir entre ti y algo que me gusta.
Dicho esto, sonrió y se fue. Esa noche sería Amanda la que dormiría en el sofá pero, joder… Que bien iba a dormir.
Capítulo 06: Hambre de lujuria no es gula.
Tiró la almohada, pero no se iba a detener. Siempre había querido ponerle los puntos sobre las ies, y había llegado el momento. Su pareja, a la que tanto quería, siempre le minaba la moral. Había aprendido a asumir que su pareja era un cobarde, un celoso y un egoísta. Un hombre que veía a su pareja feliz por practicar un deporte que le gustaba, y la única razón para pedirle que lo dejase era por celos.
Intranquilo de que otros hombres entrenasen de ella, porque además era desconfiado. Amanda entendía que tuviese dudas, pero ni se había molestado en hablar con ella. John había decidido tirar tierra sobre el problema para evitar una discusión en la que pudiesen llegar a un acuerdo; para él era mucho más fácil que ella dejara de entrenar y que se sintiese vacía.
La mujer siempre cedía, se preocupaba por él y no quería que lo pasase mal, pero estaba más que harta: De ceder, de conformarse y de callarse.
— Estoy harta de ti. ¿Me entiendes? Harta. Harta de tus celos, de tu egoísmo y estoy harta de tus excusas. Estoy harta de tu cobardía. Estoy hasta las mismísimas narices de ser la que siempre acabe cediendo -La boca de la joven era una metralleta de palabras hirientes con gran cadencia de fuego que se clavaban sobre la sensibilidad de su pareja-. Venga. Dime porque no quieres que vaya a entrenar al dojo. Porque los dos sabemos que no es solo por el sexo.
— Y… Yo no…
— Quiero saber tus grandes motivos para que me pidas hacer algo que sabes de sobra que me encanta.
— ¿Te encanta estar rodeada de tíos sudados que te manosean con la excusa de que entrenáis? -una bofetada aterrizó en el pómulo de John.
— Me acabas de llamar puta. ¿Eso soy para ti? ¿Una puta?
— No eres…
— Perdona -se disculpó sarcásticamente alzando sus manos en un ademán conciliador-. Tal vez sea más adecuado decir que soy tu puta privada. ¿No? -esta vez no le pegó. Esta vez le soltó un empujón que lo obligo a salir de la cama quedándose al borde de ella, de pie y estupefacto-. Soy una perra que, si tiene la menor oportunidad se cepilla a medio dojo. ¿No? -Su novio abrió y cerró la boca sin saber que decir-. Si hubieses sido listo, habrías dicho que estabas celoso de que estuviese cerca de otros hombres, y lo habría entendido. Te garantizo que habríamos encontrado una solución para que eso no pasase; pero eres un cobarde hasta para ser sincero con tu propia pareja. Nunca piensas en lo que quiero y en lo que deseo, te escudas en tonterias para no llegar a lo importante.
— Amanda…
— No me interrumpas -La aludida escupía cada palabra impregnándola de veneno. Sabía que se iba a arrepentir, pero pensaba disfrutar de cada segundo de aquella discusión. Era su momento; John había despertado al dragón-. ¿Te pone celoso que vaya a entrenar… y que me ponga cachonda que los hombres del dojo y me miren las tetas y el culo por encima de la ropa? ¿Te pone celoso que, cuando me agarran para pelear, aprovechen para magrearme? -Más peligrosa que nunca, Amanda suavizó el tono de sus palabras, emulando el ronroneo de los gatos. Gateó sobre la cama hasta su pareja, el cual aparentaba estar aliviado al creer que ella se había tranquilizado… Ingenuo-. ¿Te pone celoso pensar que, una vez acaba el entrenamiento, cada uno de esos hombres aprovecha para ligar conmigo?
Hizo una pausa antes de continuar, y añadió:
— Pues ahora piensa en que si estaba tan cachonda no era por ellos, sino porque en mi casa me esperaba el hombre al que amo y deseo. Y que todo lo que esos hombres puedan pensar, decir o hacer no tiene más efecto que conseguir que te folle como una loca en esta cama. ¿Pero sabes qué? -dijo Amanda mientras llegaba gateando al borde y se ponía en pie a su lado fuera de la cama. Le cogió las manos con delicadeza, le miró a los ojos con mirada seductora y se mordió el labio para rematar:- Que lo he pillado. Necesitas espacio te tengo agobiado.
— Yo no…
— No. Lo entiendo, de verdad -Amanda reía mientras se alejaba andando de John. Inmóvil al lado de la cama-; y como te quiero tanto y tampoco quiero dejar de entrenar en el dojo, te voy a dar todo el espacio que necesitas. Te prometo que te voy a dejar con las ganas hasta que crea que has sufrido bastante. Puedes desahogarte tú mismo o aguantarte, pero no me vas a tocar hasta que considere que has redimido esta cagada tan monumental -abrió la puerta y salió. No sin antes volver a asomarse por un lado del marco- ¡Ah! Y no te creas que esto se va a solucionar con intentar seducirme. Si lo intentas, ya sea insistiendo o presionándome, te arrepentirás. Vas a desear no haberme hecho elegir entre ti y algo que me gusta.
Dicho esto, sonrió y se fue. Esa noche sería Amanda la que dormiría en el sofá pero, joder… Que bien iba a dormir.
Capítulo 06: Hambre de lujuria no es gula.
Cuando los tres compañeros del
dojo aparecieron en su casa invitados por Daniel, su madre no se lo tomó nada
bien.
— ¡Chicos! ¿Q…Qué…? ¿Qué hacéis aquí? -preguntó al tiempo que se recogía un mechón de pelo tras la oreja. Daniel se pronunció para informar que los había invitado para merendar-. Pues… La próxima vez me avisareis. ¿Entendido? No tengo problema en que vengáis pero… -La madurita no dijo en voz alta lo que tenía en mente, pero últimamente se había aficionado a pasear en paños menores por la casa para fastidiar a su pareja.
— No te preocupes, Amy -aseguró con expresión solemne Minyo.
— Id al sofá. ¿Queréis tomar algo?
— Un bocadillo para cada uno estará bien -declaró Sergio sonriendo como siempre.
— Tendrás morro. Anda, tira. ¡Tira! -contestó mitad en broma, mitad en serio la madre de su amigo.
Hacía una semana desde la discusión con su pareja. Y desde entonces, Amanda había descubierto su faceta exhibicionista. Le estaba encantando ir con poca ropa por la casa siempre que estuviese John y al tiempo no hubiese peligro de ser descubierta por Daniel. No había nada mejor que ver la cara que ponía su novio al descubrirla de esa manera; la hacía sentirse sobradamente deseada y, como tenía toque de queda en lo referente al sexo, no le quedaba otra que joderse y aguantarse.
No eran demasiadas las veces en las que John se ponía cariñoso y se acercaba para intentar hacer algo, pero para su desgracia Amanda siempre encontraba la manera de escurrir el bulto.
Desde entonces, había adquirido el hábito de complacerse ella sola; buscando la intimidad de sus piernas para que, cuando John estuviese delante, la excitación y el deseo no la sobrepasasen. La estrategia por el momento le estaba funcionando bien. Sin embargo, cada vez era más frecuente que ella fantasease con dejarse violar por John en uno de sus calentones.
— ¡Chicos! ¿Q…Qué…? ¿Qué hacéis aquí? -preguntó al tiempo que se recogía un mechón de pelo tras la oreja. Daniel se pronunció para informar que los había invitado para merendar-. Pues… La próxima vez me avisareis. ¿Entendido? No tengo problema en que vengáis pero… -La madurita no dijo en voz alta lo que tenía en mente, pero últimamente se había aficionado a pasear en paños menores por la casa para fastidiar a su pareja.
— No te preocupes, Amy -aseguró con expresión solemne Minyo.
— Id al sofá. ¿Queréis tomar algo?
— Un bocadillo para cada uno estará bien -declaró Sergio sonriendo como siempre.
— Tendrás morro. Anda, tira. ¡Tira! -contestó mitad en broma, mitad en serio la madre de su amigo.
Hacía una semana desde la discusión con su pareja. Y desde entonces, Amanda había descubierto su faceta exhibicionista. Le estaba encantando ir con poca ropa por la casa siempre que estuviese John y al tiempo no hubiese peligro de ser descubierta por Daniel. No había nada mejor que ver la cara que ponía su novio al descubrirla de esa manera; la hacía sentirse sobradamente deseada y, como tenía toque de queda en lo referente al sexo, no le quedaba otra que joderse y aguantarse.
No eran demasiadas las veces en las que John se ponía cariñoso y se acercaba para intentar hacer algo, pero para su desgracia Amanda siempre encontraba la manera de escurrir el bulto.
Desde entonces, había adquirido el hábito de complacerse ella sola; buscando la intimidad de sus piernas para que, cuando John estuviese delante, la excitación y el deseo no la sobrepasasen. La estrategia por el momento le estaba funcionando bien. Sin embargo, cada vez era más frecuente que ella fantasease con dejarse violar por John en uno de sus calentones.
Pese a todo, su pareja también se masturbaba
y mantenía bajo control sus instintos más básicos, por lo que nunca llegó a ser
lo suficientemente convincente para hacerle perder el norte.
En las tres semanas que Amanda llevaba entrenando en el dojo; había mejorado notablemente si se comparaba con el momento en el que empezó. El ejercicio físico no le resultaba tan fatigoso y podía centrarse en mejorar su técnica. Pero, pese a todo, sus compañeros la continuaban derrotando con increíble facilidad; en los combates de suelo, el único que había intentado tocar más de la cuenta era Sergio y no le parecía tan preocupante teniendo en cuenta que era un chico que estaba en aquella edad.
***
En las tres semanas que Amanda llevaba entrenando en el dojo; había mejorado notablemente si se comparaba con el momento en el que empezó. El ejercicio físico no le resultaba tan fatigoso y podía centrarse en mejorar su técnica. Pero, pese a todo, sus compañeros la continuaban derrotando con increíble facilidad; en los combates de suelo, el único que había intentado tocar más de la cuenta era Sergio y no le parecía tan preocupante teniendo en cuenta que era un chico que estaba en aquella edad.
***
Amanda llevó un plato con
cuatro bocadillos, cuatro bebidas y cuatro servilletas de tela al comedor;
absteniéndose de sumarse ella también a la merienda. Miró ansiosa como comían
gustosos su porción; como los envidiaba.
Se percató de que su hijo reía y participaba en las bromas pese a que fuese de manera forzada. Los tres agradecieron la comida de manera educada mientras Amanda se sentaba en su sillón individual.
— ¿Estás preparada para la paliza de hoy? -preguntó Sergio burlón como siempre.
— Algún día seré yo la que os de la paliza, abusones -contestó fantaseando con esa opción mientras le devolvía una sonrisa provocativa.
— Di lo que quieras, pero falta mucho para eso. Por mucho que entrenes, nosotros entrenamos más.
— Entrenamos lo mismo -le corrigió orgullosa, no iba a tolerar que le pasaran la mano por la cara.
— Entrenamos más -insistió Sergio dejando de sonreír-. Tú vas tres días por la tarde. Nosotros vamos algunos días además por las mañanas y por las noches.
— Anda, fantasma -Amanda no se lo terminaba de creer, pues en los horarios que le había ofrecido la directora del dojo no constaban entrenamientos por la mañana ni por la noche.
— Es de manera no oficial -replicó Minyo, Antonio asintió-. Como somos cinturones negros, tenemos que entrenar más. Así que podemos entrenar fuera de horas.
Amanda entrecerró los ojos de manera imperceptible, buscando encontrar algo con la vista que se le hubiese pasado desapercibido en la conversación.
— No sabía que se pudiese hacer.
— Puedes hacerlo si sabes cómo. Si algún día te quedas con ganas de más, podemos entrenar fuera de horas.
— Pero no vas a alcanzarnos nunca, somos demasiado buenos -añadió Sergio con una carcajada-. Puedes venirte tú también, Dani. ¿Qué me dices? Madre e hijo contra nosotros tres.
— Me parece bien -Fue la madre quien contestó en lugar del hijo, cortante-. Invitaré a mi pareja y así seremos tres contra tres -Le pareció entender las intenciones presuntamente ocultas de esos tres, pero se iban a quedar con las ganas antes de que les diese la oportunidad.
Se percató de que su hijo reía y participaba en las bromas pese a que fuese de manera forzada. Los tres agradecieron la comida de manera educada mientras Amanda se sentaba en su sillón individual.
— ¿Estás preparada para la paliza de hoy? -preguntó Sergio burlón como siempre.
— Algún día seré yo la que os de la paliza, abusones -contestó fantaseando con esa opción mientras le devolvía una sonrisa provocativa.
— Di lo que quieras, pero falta mucho para eso. Por mucho que entrenes, nosotros entrenamos más.
— Entrenamos lo mismo -le corrigió orgullosa, no iba a tolerar que le pasaran la mano por la cara.
— Entrenamos más -insistió Sergio dejando de sonreír-. Tú vas tres días por la tarde. Nosotros vamos algunos días además por las mañanas y por las noches.
— Anda, fantasma -Amanda no se lo terminaba de creer, pues en los horarios que le había ofrecido la directora del dojo no constaban entrenamientos por la mañana ni por la noche.
— Es de manera no oficial -replicó Minyo, Antonio asintió-. Como somos cinturones negros, tenemos que entrenar más. Así que podemos entrenar fuera de horas.
Amanda entrecerró los ojos de manera imperceptible, buscando encontrar algo con la vista que se le hubiese pasado desapercibido en la conversación.
— No sabía que se pudiese hacer.
— Puedes hacerlo si sabes cómo. Si algún día te quedas con ganas de más, podemos entrenar fuera de horas.
— Pero no vas a alcanzarnos nunca, somos demasiado buenos -añadió Sergio con una carcajada-. Puedes venirte tú también, Dani. ¿Qué me dices? Madre e hijo contra nosotros tres.
— Me parece bien -Fue la madre quien contestó en lugar del hijo, cortante-. Invitaré a mi pareja y así seremos tres contra tres -Le pareció entender las intenciones presuntamente ocultas de esos tres, pero se iban a quedar con las ganas antes de que les diese la oportunidad.
— Claro, quien sabe. Tal vez venga, lo
pruebe y le guste -concedió Sergio con tono burlón, provocando que ella se
mordiese la lengua. John nunca aceptaría hacer algo así.
— ¿No tienes bastante con abusar de mí durante los combates en horario oficial? -inquirió frunciendo el ceño. Se arrepintió de haber dicho tal cosa al darse cuenta de lo mal que sonaba.
— Como exageras, si nos cortamos mucho contigo.
— Si os cortaseis me dejaríais ganar alguna vez -reprochó ella en broma.
— Así que no quieres estar siempre debajo -replicó el pandillero alzando una ceja. Amanda pilló el doble sentido, pero no lo demostró; si querían jugar ella les daría juego, y perderían.
— Simplemente quiero que no seáis tan bruscos y vayáis un poco más suave.
— Entonces esta tarde no seré tan brusco; y yo que creía que te gustaba. Por cierto -dijo el cani cambiando de tema sin darle a Amanda la oportunidad de contestar-. No paras de mirármelo. ¿Quieres? Todo tuyo -añadió el mozalbete al tiempo que le alzaba su bocadillo. Ambos se miraron unos segundos a los ojos y en respuesta, Amanda levantó el culo del sofá y se inclinó hacia Sergio para, sin quitarle de las manos el bocata, pegarle un mordisco a este sin dejar perder el contacto visual.
Los ojos de Sergio se turnaban a mirar indecisos tanto los ojos de Amanda como el escote que se le había formado en aquella postura. Los otros dos miraban sin cortarse el culo en pompa.
La anfitriona se dejó caer sobre el sofá individual, soltando un sutil y prácticamente imperceptible gemido de placer al degustar el tentador bocado y del movimiento que acababa de hacer. Su hijo, totalmente incómodo, se revolvió en el asiento en silencio, pero nadie se percató de ello excepto Sergio, que con malicia infinita preguntó:
— ¿Qué me dices, Dani? ¿Vendrás con nosotros a practicar fuera de horas?
— ¿No tienes bastante con abusar de mí durante los combates en horario oficial? -inquirió frunciendo el ceño. Se arrepintió de haber dicho tal cosa al darse cuenta de lo mal que sonaba.
— Como exageras, si nos cortamos mucho contigo.
— Si os cortaseis me dejaríais ganar alguna vez -reprochó ella en broma.
— Así que no quieres estar siempre debajo -replicó el pandillero alzando una ceja. Amanda pilló el doble sentido, pero no lo demostró; si querían jugar ella les daría juego, y perderían.
— Simplemente quiero que no seáis tan bruscos y vayáis un poco más suave.
— Entonces esta tarde no seré tan brusco; y yo que creía que te gustaba. Por cierto -dijo el cani cambiando de tema sin darle a Amanda la oportunidad de contestar-. No paras de mirármelo. ¿Quieres? Todo tuyo -añadió el mozalbete al tiempo que le alzaba su bocadillo. Ambos se miraron unos segundos a los ojos y en respuesta, Amanda levantó el culo del sofá y se inclinó hacia Sergio para, sin quitarle de las manos el bocata, pegarle un mordisco a este sin dejar perder el contacto visual.
Los ojos de Sergio se turnaban a mirar indecisos tanto los ojos de Amanda como el escote que se le había formado en aquella postura. Los otros dos miraban sin cortarse el culo en pompa.
La anfitriona se dejó caer sobre el sofá individual, soltando un sutil y prácticamente imperceptible gemido de placer al degustar el tentador bocado y del movimiento que acababa de hacer. Su hijo, totalmente incómodo, se revolvió en el asiento en silencio, pero nadie se percató de ello excepto Sergio, que con malicia infinita preguntó:
— ¿Qué me dices, Dani? ¿Vendrás con nosotros a practicar fuera de horas?
Este lo miró en silencio, pero al percatarse de reojo que su madre también esperaba una respuesta, contestó:
— A mí dejadme en paz… -contestó con un tono más propio de una súplica que de una imposición-. Ya sabéis que a mí no me gusta -debió ser la respuesta que Sergio esperaba, porque dirigiéndose a la madre de su amigo, dijo-. Entonces solo quedáis tu novio y tú, Amanda. ¿Me dejarás abusar de ti fuera de horas un poco más?
— Ya te gustaría a ti -replicó al darse cuenta que el muy gamberro no contaba siquiera con John. Se levantó y se dirigió a la cocina. Muy en el fondo se sentía culpable dado que era ella la que había permitido que todo aquello sucediese, al mismo tiempo se sorprendió al percatarse de lo mucho que disfrutaba dejar a esos tres con las ganas.
***
John roncaba plácidamente a su lado; hacía hora y media se había masturbado mientras le olía el pelo hasta descargar su semilla sobre ella bajo la sabana, pero a la rubia no le molestó. Tuvo tanto la necesidad de apartarlo, pues seguía enfadada, como de acercarse a él y terminar con aquella ruptura temporal. De todas maneras, Amanda no era tan mala como para impedir que su pareja se desahogase, sabiendo muy bien que eso le permitiría dormir tranquilo.
La excitada mujer, víctima del insomnio, giró sobre sí misma y recogió las piernas, pero en aquél momento notó a su novio abrazarla por detrás juntando su entrepierna con su culo, ambas partes desnudas sin prendas que las separasen.
— John, aléjate de… -Pero él le tapó la boca y con el brazo que pasaba por debajo de ella la comenzó a pellizcar las tetas y, por extensión, los pezones. Ella soltó un gemido tanto de alivio como de placer, pues la dominación ejercida por este era lo que más morbo podía darle en aquel momento.
Se resistió mínimamente; meciendo el culo a modo de provocación. La polla de este comenzó a restregarse contra sus nalgas y por si sola se metió entre sus apretujados y lubricados muslos.
No supo cómo logró librarse de la mano que aprisionaba sus labios, pero lo hizo.
— Como me la metas, te arrepentirás -susurró con un hilo de voz <<``Métemela, métemela. ¡Métemela ya y me derretiré!>>
— Am, han pasado dos semanas… Me muero por metértela… Déjame…
— No. Ya te dije que hasta que no te de permiso no vamos a follar, no te lo has ganado -<<``Aunque no tardarás demasiado en hacerlo a este ritmo´´>> pensó sin tener ni idea de cómo podía sonar tan convencida cuando no lo estaba en absoluto-. Pero como has aguantado bien hasta ahora, te dejaré desahogarte con todo mi cuerpo excepto mi boca, mi coño y mi culo… Si no te gusta… -Pero John clavó un beso en su boca; un beso sucio y húmedo, como los que le gustaban. Apretó los muslos en torno a aquella polla que, ocasionalmente, rozaba con los labios exteriores de su vagina y con su clítoris. El frote la estaba poniendo tan mojada que sintió empapar toda la cama bajo ella.
Por iniciativa propia, John clavó sin preliminar alguna los dedos en el interior de su pareja. Haciendo que su gemido desgarrar el silencio de la habitación. Ambos movían desesperados sus caderas hasta que su novio entró en el punto de no retorno y embistió las nalgas de Amanda con fiereza.
Esta fantaseó con que la polla la tenía dentro y dentro se corría, llenándola con su semilla. Pero en su lugar notó una explosión suave y caliente entre sus muslos. Gimió de placer sustituyendo los dedos de su pareja por los suyos y, en aquel éxtasis, se corrió concentrándose en el placer imaginado de John. Su mano libre se aferró al pelo de su amado y lo apretó contra sí, besándolo con pasión.
— Ya te has desahogado, ahora duérmete.
— Quiero más, déjame al menos…
— ¿Quieres que me enfade? No hagas nada más -<<``bésame, muérdeme, acaríciame…´´>> pensó, el orgullo y la soberbia pesaban más e hicieron que se quedase insatisfecha por no reconocer sus debilidades ni sus necesidades. John la respetaba, era una de sus muchas virtudes, así que este se dejó caer sobre la parte de su cama antes de quedarse dormido.
Amanda no tardaría en dormirse después de aquello. Pero una parte de ella, pese a estar satisfecha, quería cada vez más y más, y sabía muy en el fondo que su pareja no se lo iba a poder dar.
Antes de quedarse dormida, aquellos instantes en los que rondan los deseos y las preocupaciones del subconsciente, Amanda fantaseó con una idea subliminal: Un momento ficticio en el que esos tres tenían la ocasión de abusar de ella.
Sin embargo la idea rápidamente desapareció, como una cortina de humo absorbida por el hueco de la chimenea; una idea que no recordaría haberla tenido en cuanto se levantase por la mañana.
Capítulo 07: Soberbia y lujuriosa madurita
Los siguientes días, la
conversación de indirectas con Sergio y el sexo indirecto con John habían hecho
mella en el subconsciente de Amanda. Eran pensamientos de poco peso, pese a que
iban cogiendo fuerza hasta acaparar la mayor parte de su atención.
El problema estaba en que sobrestimaba sus posibilidades, ella lo sabía muy bien. Era orgullosa y no iba a reconocer que tenía un problema. El rencor hacia John persistía, sí; pero no era solo la abstinencia de sexo lo que la tenía confundida: <<``¿Por qué cuando estás a solas fantaseas con esos tres si sabes que está mal?>>
El problema estaba en que sobrestimaba sus posibilidades, ella lo sabía muy bien. Era orgullosa y no iba a reconocer que tenía un problema. El rencor hacia John persistía, sí; pero no era solo la abstinencia de sexo lo que la tenía confundida: <<``¿Por qué cuando estás a solas fantaseas con esos tres si sabes que está mal?>>
Amanda creía conocer la
respuesta; no era por atracción sexual ni sentimental, y aquello era lo que más
miedo le daba porque, si hubiese sido así, solo habría tenido que alejarse de
ellos. El problema tenía como raíz a John, y eso era algo que no podía cambiar
ni aunque quisiese.
Con el paso de los días, se dio cuenta de que comenzaba a hacer cosas de las que antes habría renegado. Lo que antes eran murallas fictícias imposibles de cruzar, pero a medida que pasaba el tiempo empezaba a olvidar para que existian y las comenzaba a ver como simples rayas en el suelo que delimitaban algo que no comprendía: Llevar ropa más atrevida a los entrenamientos; soltarse durante los combates para buscar más el combate de suelo y, con él, el contacto; cada vez disfrutaba más en dar oportunidades a los tres chicos, y estos no se molestaban en rechazarlas; lo que al principio era disfrutar de los combates y el perfeccionismo se había reducido al mero pretexto de provocarles.
Amanda se sentía confundida: Quería y al mismo tiempo no. Tomaba decisiones de las que se acababa arrepintiendo, pero la siguiente vez intentaba algo peor.
Y sin duda, la peor y que marcaría un punto de inflexión era la que estaba a punto de tomar en aquel momento. Se hallaba de pie, junto a sus compañeros de clase. A la señal saludaron a la bandera y se dirigieron a la salida.
La rubia se sentía pegajosa y sudada, le costaba respirar y estaba agotada, pero había decidido que lo haría y cuando ella se proponía algo, lo cumplía.
— Sergio -musitó ella separándole del resto. El pareció entender que quería algo de él porque con un gesto hizo que los otros dos se alejasen sin preguntar-. ¿Te acuerdas eso que me dijiste de entrenar fuera de horas? -asintió en silencio-. ¿Por qué no lo hacemos? Cuando se pueda, quiero decir.
— A nosotros nos va bien… -Pero la mujer lo interrumpió negando con la cabeza.
— Olvídate. Mi pareja y mi hijo no quieren venir, así que será un uno contra uno.
— Como quieras -respondió él, claramente no era ningún dilema-. Lo haremos esta noche. Pero… Te explico. Jeje… Esto de entrenar fuera de horas digamos que no es legal del todo. ¿Entiendes? -Amanda frunció el ceño y puso los brazos en jarras mientras esperaba una respuesta.
— A ver. Minyo y yo compartimos una llave de la puerta principal que nos dio Venerable, esa es la parte legal. La ilegal sería colarse fuera de horas.
— Es decir, que no es que esté permitido, sino que es allanamiento.
— No es allanamiento -se defendió Sergio-. No vamos a hacer nada malo; no hay sensores de movimiento ni alarmas, solo vamos a entrar un rato y usar el dojo para entrenar un poco, después lo cerramos y problema solucionado.
— ¿Y si nos pillan? -le cuestionó sin terminar de fiarse.
— No nos van a pillar. El maestro trabaja de noche, y duerme de día. Y la dueña del dojo digamos que no va a volver aquí cuando se pasa todo el día durmiendo. Además, solo vamos a entrenar. No te miento, lo hemos hecho muchas veces los tres y no pasa nada.
— Hasta que pasa…
— Ya sabía yo que eras un poco cobarde.
— Yo no... -se apresuró a defenderse Amanda, pero la interrumpió de nuevo.
— Mira, no quiero obligarte a nada. ¿Quieres hacerlo o no? Yo te prometo que si lo hacemos a mi manera no nos pillarán.
— ¿Y cómo lo haremos? -le cuestionó dando por hecho que no quedaba otra que arriesgarse.
— Déjamelo a mí.
***
Minyo y Antonio se fueron tras hablar con Sergio. La madurita tenía claro que se lo estaría contando, pero cuando él volvió negó haberles contado nada. Quizás sería verdad o quizás no, pero poco podía hacer ella al respecto. Sin ducharse en los vestuarios ni nada, se cambió de ropa y salió a la calle, alejándose una manzana esperando en una esquina a que el edificio se vaciase.
Como Sergio le había explicado, la última en salir siempre era la dueña y cerraba con llave. No había alarmas ni cámaras, pues no había nada de valor en el interior y no había riesgo de robo.
— Le he dicho a mi novio que estaré allí a las once, que voy a tomar algo con unas amigas.
— A eso se le llama mentir.
— Es preferible una pequeña mentirijilla a que le diga que voy a entrenar fuera de horas con un compañero del dojo. No va a pasar nada, pero no quiero que se monte sus películas.
— Claro que no va a pasar nada. ¿Quién pensaría eso? -aseguró sarcástico a más no poder.
Esperaron diez minutos a que la dueña no volviese por si se había olvidado algo, cosa que no sucedió. Con única testigo como la luna llena sobre ellos, en un cielo totalmente despejado, entraron de extranjis en el edificio que estaba totalmente a oscuras. Tras de sí, Sergio cerró la puerta con llave para dar más seguridad y bajaron al piso inferior por las escaleras, cada uno entrando a su vestuario.
Con el paso de los días, se dio cuenta de que comenzaba a hacer cosas de las que antes habría renegado. Lo que antes eran murallas fictícias imposibles de cruzar, pero a medida que pasaba el tiempo empezaba a olvidar para que existian y las comenzaba a ver como simples rayas en el suelo que delimitaban algo que no comprendía: Llevar ropa más atrevida a los entrenamientos; soltarse durante los combates para buscar más el combate de suelo y, con él, el contacto; cada vez disfrutaba más en dar oportunidades a los tres chicos, y estos no se molestaban en rechazarlas; lo que al principio era disfrutar de los combates y el perfeccionismo se había reducido al mero pretexto de provocarles.
Amanda se sentía confundida: Quería y al mismo tiempo no. Tomaba decisiones de las que se acababa arrepintiendo, pero la siguiente vez intentaba algo peor.
Y sin duda, la peor y que marcaría un punto de inflexión era la que estaba a punto de tomar en aquel momento. Se hallaba de pie, junto a sus compañeros de clase. A la señal saludaron a la bandera y se dirigieron a la salida.
La rubia se sentía pegajosa y sudada, le costaba respirar y estaba agotada, pero había decidido que lo haría y cuando ella se proponía algo, lo cumplía.
— Sergio -musitó ella separándole del resto. El pareció entender que quería algo de él porque con un gesto hizo que los otros dos se alejasen sin preguntar-. ¿Te acuerdas eso que me dijiste de entrenar fuera de horas? -asintió en silencio-. ¿Por qué no lo hacemos? Cuando se pueda, quiero decir.
— A nosotros nos va bien… -Pero la mujer lo interrumpió negando con la cabeza.
— Olvídate. Mi pareja y mi hijo no quieren venir, así que será un uno contra uno.
— Como quieras -respondió él, claramente no era ningún dilema-. Lo haremos esta noche. Pero… Te explico. Jeje… Esto de entrenar fuera de horas digamos que no es legal del todo. ¿Entiendes? -Amanda frunció el ceño y puso los brazos en jarras mientras esperaba una respuesta.
— A ver. Minyo y yo compartimos una llave de la puerta principal que nos dio Venerable, esa es la parte legal. La ilegal sería colarse fuera de horas.
— Es decir, que no es que esté permitido, sino que es allanamiento.
— No es allanamiento -se defendió Sergio-. No vamos a hacer nada malo; no hay sensores de movimiento ni alarmas, solo vamos a entrar un rato y usar el dojo para entrenar un poco, después lo cerramos y problema solucionado.
— ¿Y si nos pillan? -le cuestionó sin terminar de fiarse.
— No nos van a pillar. El maestro trabaja de noche, y duerme de día. Y la dueña del dojo digamos que no va a volver aquí cuando se pasa todo el día durmiendo. Además, solo vamos a entrenar. No te miento, lo hemos hecho muchas veces los tres y no pasa nada.
— Hasta que pasa…
— Ya sabía yo que eras un poco cobarde.
— Yo no... -se apresuró a defenderse Amanda, pero la interrumpió de nuevo.
— Mira, no quiero obligarte a nada. ¿Quieres hacerlo o no? Yo te prometo que si lo hacemos a mi manera no nos pillarán.
— ¿Y cómo lo haremos? -le cuestionó dando por hecho que no quedaba otra que arriesgarse.
— Déjamelo a mí.
***
Minyo y Antonio se fueron tras hablar con Sergio. La madurita tenía claro que se lo estaría contando, pero cuando él volvió negó haberles contado nada. Quizás sería verdad o quizás no, pero poco podía hacer ella al respecto. Sin ducharse en los vestuarios ni nada, se cambió de ropa y salió a la calle, alejándose una manzana esperando en una esquina a que el edificio se vaciase.
Como Sergio le había explicado, la última en salir siempre era la dueña y cerraba con llave. No había alarmas ni cámaras, pues no había nada de valor en el interior y no había riesgo de robo.
— Le he dicho a mi novio que estaré allí a las once, que voy a tomar algo con unas amigas.
— A eso se le llama mentir.
— Es preferible una pequeña mentirijilla a que le diga que voy a entrenar fuera de horas con un compañero del dojo. No va a pasar nada, pero no quiero que se monte sus películas.
— Claro que no va a pasar nada. ¿Quién pensaría eso? -aseguró sarcástico a más no poder.
Esperaron diez minutos a que la dueña no volviese por si se había olvidado algo, cosa que no sucedió. Con única testigo como la luna llena sobre ellos, en un cielo totalmente despejado, entraron de extranjis en el edificio que estaba totalmente a oscuras. Tras de sí, Sergio cerró la puerta con llave para dar más seguridad y bajaron al piso inferior por las escaleras, cada uno entrando a su vestuario.
Mientras se desvestía, Amanda
ya se estaba arrepintiendo, pero al mismo tiempo sentía la irrefrenable
necesidad de hacerlo debido al morbo y deseo, fruto de la curiosidad insana.
En más de una ocasión había reflexionado sobre los pecados capitales y cuál de ellos poseía ella. Sin duda alguna la lujuria y el orgullo eran sus mayores dos defectos, pero en las últimas semanas había descubierto uno más: La soberbia.
El defecto de la arrogancia por excelencia; el cual hace creer al pecador que está por encima de los demás y le hace ascender a alturas vertiginosas, crea una falsa sensación de seguridad y acto seguido empuja en una larga y dolorosa caída. Sobrestimarse a sí misma y subestimar las posibilidades de otra persona, esas eran las dos caras de una moneda que representaba el más absoluto de los pecados capitales porque, sí… El resto de pecados eran graves, pero la vanidad es la única que no permite reconocer al necio equivocarse. ¿Y cómo va a aceptar su ignorancia si no hace más que enorgullecerse de una sabiduría que, en realidad, es inexistente? El vanidoso cae por no calcular bien y se da cuenta cuando ya es demasiado tarde
Y allí se encontraba, con la ropa a sus pies, en sujetador y tanga de hilo empapados en sudor. Se había prometido a sí misma que solo accedería a entrenar fuera de horas con uno de ellos si se limitaba a hacer eso mismo, entrenar; sin más edulcorantes ni aditivos.
Se prometió a sí misma no cruzar las últimas líneas rojas que le quedaban intactas, y que dejaría hacer al joven que la esperaba arriba siempre y cuando él tampoco las cruzase.
Sentía todavía aquel sudor fantasma entorno a su piel, que ya hacía mucho que se había evaporado; se sentía cansada y su corazón le palpitaba fuerte ante la incertidumbre de si conseguiría mantener el control de la situación o no. Fuera como fuese, ella no se había rendido. Estaba segura de poder mantener el control a ese jovenzuelo.
En más de una ocasión había reflexionado sobre los pecados capitales y cuál de ellos poseía ella. Sin duda alguna la lujuria y el orgullo eran sus mayores dos defectos, pero en las últimas semanas había descubierto uno más: La soberbia.
El defecto de la arrogancia por excelencia; el cual hace creer al pecador que está por encima de los demás y le hace ascender a alturas vertiginosas, crea una falsa sensación de seguridad y acto seguido empuja en una larga y dolorosa caída. Sobrestimarse a sí misma y subestimar las posibilidades de otra persona, esas eran las dos caras de una moneda que representaba el más absoluto de los pecados capitales porque, sí… El resto de pecados eran graves, pero la vanidad es la única que no permite reconocer al necio equivocarse. ¿Y cómo va a aceptar su ignorancia si no hace más que enorgullecerse de una sabiduría que, en realidad, es inexistente? El vanidoso cae por no calcular bien y se da cuenta cuando ya es demasiado tarde
Y allí se encontraba, con la ropa a sus pies, en sujetador y tanga de hilo empapados en sudor. Se había prometido a sí misma que solo accedería a entrenar fuera de horas con uno de ellos si se limitaba a hacer eso mismo, entrenar; sin más edulcorantes ni aditivos.
Se prometió a sí misma no cruzar las últimas líneas rojas que le quedaban intactas, y que dejaría hacer al joven que la esperaba arriba siempre y cuando él tampoco las cruzase.
Sentía todavía aquel sudor fantasma entorno a su piel, que ya hacía mucho que se había evaporado; se sentía cansada y su corazón le palpitaba fuerte ante la incertidumbre de si conseguiría mantener el control de la situación o no. Fuera como fuese, ella no se había rendido. Estaba segura de poder mantener el control a ese jovenzuelo.
Ya entonces se subió los pantalones del kimono y después se abrigó con la chaqueta. El cinturón blanco fue la última parte en decorar su uniforme. Se calzó las sandalias y salió del vestuario, comenzando a subir por las escaleras.
Cada escalón que ascendía, era una vez que se repetía que iba a mantener el control de la situación. Y se lo repitió una vez más al hallarse frente a la puerta del dojo, repitiéndolo por última vez al hacer a un lado la puerta corredera pero…
<<``¿Servirá de algo que lo repita mil veces?´´>> pensó mientras miraba al interior de la estancia. Pues sabía que en el interior de esta le esperaba el más cerdo y desvergonzado de los tres niñatos del dojo.
***
Cuando abrió la puerta corredera y miró en el interior de la sala, no vio las luces encendidas… Todo lo que vio era la sala rectangular de siempre; pero con las paredes, el techo y algunas zonas del tatami teñidas de negro por la falta de alumbrado. La única iluminación entraba por las persianas del lado derecho, las cuales estaban abiertas y por las cuales entraba una lúgubre y blanquecina luz lunar que daba de pleno sobre algunas zonas de tatami. También, aunque menos intensas, entraban por la ventana los lejanos rayos lumínicos de las farolas, con un efecto ámbar que chocaba contra las paredes de la estancia.
De todas maneras, el dojo podía dividirse únicamente en dos partes: La zona que estaba ligeramente iluminada y la zona que no.
Amanda entró en la sala, se descalzó y saludó antes de pisar el tatami, como era costumbre. Le pareció entrever una silueta sombría al final de la clase. Se dirigió a un lado y dejó el móvil antes de ponerlo en silencio, por si recibía alguna llamada.
— No has puesto velas -bromeó para romper el hielo.
— No, que eres capaz de ponerte tonta -contestó Sergio también en broma al tiempo que se ponía en pie y caminaba hacia una de las zonas iluminadas-. No podemos encender las luces porque los vecinos sospecharían, y he cerrado las ventanas para que no oigan tus gritos.
— Mira que amable. Aunque creo que los únicos gritos que van a parar las ventanas son los tuyos.
Ambos se detuvieron cuando estaban separados por dos metros de distancia; los dos se saludaron.
— No te has puesto kimono -observó Amanda en cuanto se hubo acostumbrado a la oscuridad.
— No me hace falta para pelear contra ti -hizo una pausa-. Voy a cobrarte lo que me has hecho en el entreno de esta tarde.
— Que rencoroso eres -dijo mientras recordaba como había logrado imponerse hacía unas horas. En un descuido de Sergio, Amanda utilizó su propio cinturón y Sergio se vio obligado a picar y, por tanto, a rendirse. Toda la clase la había felicitado, menos él-. Estoy deseando ver cómo te vengas -Lo animó poniendo énfasis en las dos últimas palabras.
— ¡ORRAAA! -exclamó Sergio al tiempo que pegaba un salto y lanzaba una patada aérea que a duras penas ella consiguió parar. La fuerza del empujón hizo que Amanda cayese de espaldas, pero lejos de rendirse aprovechó la fuerza del impulso de la caída y, rondando en el suelo, volvió a ponerse en pie.
El segundo maestro del Dojo, Mau, le había explicado que aquel grito tenía dos objetivos: El primero canalizar la energía y la tensión en el golpe, y la segunda era tan simple como intimidar al contrincante. Ignoraba si lo de canalizar funcionaba, pero la rubia estaba segura de que lo de intimidar había dado en el clavo.
Además, ambos carecían de elementos protectores como guantes, botas o espinilleras, por lo que el golpe la dejó paralizada del dolor a pesar de que Sergio solo estaba marcando. No vio venir la segunda patada que impactó en su barriga y la lluvia de golpes con la palma de la mano que, lejos de hacerle daño, la agobiaban y la hacían retroceder. En un acto de desesperación, Amanda cargó a ciegas hacia adelante para derribarlo, pero no funcionó. La cinturón blanco lo escuchó alejarse, pero no lograba ver donde estaba.
Cuando se quiso dar cuenta, escucho un ruido que lo delató detrás y dándose la vuelta lo más rápido posible se colocó en guardia a pesar de que no sirvió de nada.
Sergio corrió hacia ella y se cayó, o eso le pareció percibir a ella, pero un instante después se dio cuenta de que este se había tirado con los pies por delante para deslizarse hacia sus piernas. La planta del pie izquierdo de Sergio se pegó al tobillo izquierdo de Amanda, y la derecha, pasando por delante de la pierna izquierda de ella, se enroscó entre sus dos muslos.
La madre de Daniel notó como la pierna que presionaba su tobillo lo hacía palanca y la segunda pierna le hacía perder el equilibrio, derribándola con una zancadilla perfecta.
Una vez en el suelo, Sergio le dio la vuelta y la aplastó boca abajo contra el suelo, sentándose sobre su culo al tiempo que con una llave policial de Judo selló las manos de ella a su espalda. Amanda quedó suprimida en el suelo, pecho a tierra sin poder moverse un centímetro sin poder evitar gemir de dolor. El pandillero se inclinó hacia ella y le susurró al oído:
— Me lo voy a pasar muy bien contigo si me lo pones así de fácil.
Ella gritó al tiempo que giró sobre sí misma aprovechando que él había bajado la guardia, pero este volvió a asegurar su guardia colocándose entre sus piernas y pegó su pecho al suyo, aplastándola. Ella comenzó a sentir dificultades a la hora de respirar y poco podía hacer.
Tenía el cuello de Sergio a pocos milímetros de la boca, su olor y su sudor le impregnaba la nariz; tuvo el antojo de morderle el cuello, pero eso solo lo habría provocado y era lo último que quería.
— Ya te lo dije esta tarde. Las mujeres estáis echas para abriros de piernas.
— Maldito niñato… imbécil -se quejó dándose por vencida. Si no se detenía en aquel momento, la situación se le saldría de las manos. Picó anunciando su rendición, pero este se limitó a retirarle el peso del pecho para que pudiese respirar.
— Este niñato va a hacer que grites mucho.
— Ya te gustaría a ti.
— No, eso es lo que tú quieres. ¿Por qué has venido aquí si no?
Se quedó en blanco. Se intentó levantar, pero a pesar de tener poco peso le superaba en fuerza. Al segundo intento él la dejó inclinarse, pero antes de que esta lograse ponerse en pie, Sergio se ubicó a su espalda y la rodeó con un brazo a modo de estrangulación pese a que no apretó en absoluto. En aquel momento fue ella la que quedó sentada entre sus piernas. Amanda notó como se le ponía dura entre sus nalgas a pesar de que había unas cuatro prendas que separaban su piel de la suya.
La mano libre del cani se clavó en la boca de ella, tapando sus labios e impidiendo que dijese nada más.
— ¿No respondes? Te diré porque estás aquí -susurró con voz suave al oído de su prisionera. Ella cerró los ojos y aguardó su respuesta, intentando mantener la calma.
Sin embargo, le pilló por sorpresa que la mano del brazo que había aprisionado su cuello en primer lugar, en aquel momento reptase hacia su entrepierna sin que ella tuviese tiempo a reaccionar y, cuando lo hizo, ya era tarde. Su mano acarició muy superficialmente los labios exteriores de su vagina antes de meterse en el interior-. Porque tienes hambre de pelea. Eso y que eres una calientapollas. Pero a mí no me vas a dejar más con las ganas, eso se acabó.
Ella forcejeó para librarse de la mano que la acallaba, no sin antes gimotear ante el cosquilleo y el placer que le producían aquellos dedos, aparentemente tan expertos, bajo la tela del pantalón. Hizo todo lo posible, no quería que la situación se le saliese de control, pero sabía muy bien que eso hacía tiempo que había pasado. Hasta entonces solo se había estado mintiendo así misma fingiendo que su fuerza de voluntad y su calidad como pareja fiel eran muy altas. Había sido una estúpida.
Intentó suplicar que parara, una lagrima de impotencia recorrió su mejilla. Sin embargo, pese a lo que pudiese parecer, no era Sergio quien la aprisionaba… Era ella misma.
Lamio y mordió para que le quitase la mano de la boca, pero él no la retiró.
— Ah, sí. Es verdad. Vale todo. ¿No? -dijo antes de pegarle un mordisco en el cuello. Una mezcla entre bocado y beso; ella puso los ojos en blanco, pues el cuello y sus muslos siempre habían sido las zonas más sensibles a los besos.
Sus piernas se abrieron, invitando a aquel grato intruso a explorarla más afondo, a pesar del ``no sigas´´ que se escapó de su boca.
— Tu boca dice no y tu coño dice… -Sin previo aviso los dos dedos más largos de aquel bravucón se colaron de nuevo entre el tanga de hilo para incrustarse en aquel coño lujurioso.
No había justificación posible: Había sobreestimado su fuerza de voluntad y había subestimado a Sergio. Si no hacía nada, iba a dominarla con facilidad, algo con lo que ella ya había fantaseado, pese a que en esa ocasión no era ningún sueño. Amanda no estaba segura de querer resistirse y lo único en contra era su moralidad sobre la monogamia y la infidelidad…
— Suéltame -ordenó mientras su mano agarraba un montón de pelo de Sergio, el cual mordía apasionadamente su cuello. Ella se gimió y se mordió el labio; su cadera ascendía y bajaba al son de aquellos dedos que la tenían hipnotizada-… Suéltame te digo…
— No quiero -dijo al tiempo que dejaba su cuello.
— Te voy a compensar si lo haces…
— ¿Cómo? -inquirió desconfiado.
— Te ayudaré a que te desahogues. Pero no quiero que me toques más -<<``Mentira, mentira y mil veces mentira. Quiero que me folles aquí mismo. ¡Fóllame!´´>> pensó con el corazón a mil por hora mientras se apartaba de él y lo miraba a los ojos. No espero a su respuesta; se desabrochó el sujetador y lo lanzó a un lado, dejando sus pechos colgando bajo la chaqueta del kimono. A cuatro patas gateó hasta él y le abrió la cremallera sin dejar de mirar hacia unos ojos que, debido a la oscuridad, no veía. Agarró una polla tan larga como la de su pareja, pero mucho más gorda-. No parare hasta que te corras… Pero no haremos nada más -aclaró mientras comenzaba a masturbarlo.
— Cállate y cómemela, guarra -ordenó agarrando por las sienes a la madre de su amigo. Situó su miembro erecto que desprendía un olor fuerte y penetrante, meneándola de un lado para otro. La mujer estaba perdida en su sentido del olfato, y muy pronto en el del sabor <<``¿Qué haría si esto entrase dentro de mí? ¿Qué haría…?´´>>. Con una mano agarraba el miembro y lo fijaba frente a sus labios <<``Si se la chupo no habrá vuelta atrás pero… ¿Hay vuelta atrás? Se la mamaré tan fuerte que no querrá repetir´´>> pensó decidida mientras comenzaba a devorarla.
Si el olor hizo que se mojase todavía más, el sabor a polla sudada y que no era para ella precisamente desagradable, hizo que su vagina tocase las palmas. Le costaba meterse la mitad del miembro en la boca, pero ella solo podía pensar en que el lugar de esa polla estaba entre sus piernas. <<``La quiero, la quiero, la quiero. Métemela y párteme con ella…´´>> Pero sabía que no debía permitir que aquello ocurriese, por mucho que lo desease.
Sergio llevó una mano a uno de sus pechos y le pellizcó un pezón.
— Que duro lo tienes y aquí abajo estás muy mojada -la delató mientras palpaba el pantalón con su pies-. ¿Seguro que no quieres polla?
Amanda tuvo que morderse la lengua para no confesar lo que quería.
— La única polla que necesito es la de mi pareja -contestó decidida. Sergio le pegó un azote en el culo al inclinarse hacia adelante, mientras ella continuaba chupándosela él metió la mano por la parte trasera del pantalón y toqueteó el sudoroso ano y un coño humedecido que un pantano.
— Miéntete a ti misma mientras estás de rodillas chupándomela, pero a mí no me engañas. Quítate los pantalones. No, no voy a hacerte nada, solo quiero ver tus hermosas piernas mientras me la chupas -Claramente él mintió, pero Amanda a pocas cosas podía negarse en aquel momento. Un instante después se encontraba sin chaqueta ni pantalón, lo único que cubría sus vergüenzas era el tanga del hilo, sin consistencia alguna.
En aquel momento, Sergio la obligó a estirarse boca arriba y, poniéndose de cuclillas sobre su boca, le metió la polla mientras daba besos y mordisquitos en los muslos de ella. Amanda, fuera de sí, agarró con ambas manos por la nuca para atraer al pandillero a su harem privado.
Sin sutileza alguna y olvidándose del protocolo del menos a más, Sergio clavó sus labios en el coño de la madurita y lo devoró impregnándolo de su saliva. Aspiraba y emulaba el mismo beso que usaba en los cuellos para hacer chupetones; mordisqueaba y roía tanto el clítoris como los otros labios; por último metía la lengua lo más profundo posible y saboreaba los jugos más íntimos de ella.
Con esa brutalidad y constantemente a punto de correrse, Amanda tenía una boca follada por aquel pollon extragrueso que amenazaba con eyacular todo el amor que el joven podía ofrecerle.
Se estaba asfixiando, ya que debido a la presión la polla entraba a presión. Y con últimas embestidas, Sergio alzó la cabeza y descargó toda su leche en el interior de la boca de Amanda, que recibió gustosa a pesar de no haberse corrido. <<``Esto significa el final. Después de esto no se va a poder correr pronto. Iré a casa y me follaré a John sin demora…´´>>
— Ponte a cuatro patas -ordenó Sergio dejándole paso para que se levantara.
— Te dije que te ayudaría a desahogarte, una vez.
— No dijiste que solo fuese a ser una vez, fuiste muy inespecífica. Además, me la has chupado muy poco, no te importará que te disfrute un poco más. ¿No? -argumentó mientras se quitaba los pantalones y la camisa- Te propongo algo.
— Miedo me das -dijo en voz queda.
— Lo que pase aquí no saldrá de aquí, y no volveremos a repetirlo.
— Eso no te lo crees ni tú. Ninguna de las dos cosas -replicó mordiéndose el labio. Él le metió dos dedos por debajo del tanga, cuya humedad evidenciaba lo mucho que le quedaba por hacer. La cabeza le daba vueltas. Agarró con ambas manos el brazo que de la mano que le toqueteaba por dentro en un último intento de resistirse.
— Lo digo de verdad. Tú quieres polla y yo quiero follarte. ¿Qué hay de malo en eso?
Lo único que se oía en aquella sala era el chapoteo y las salpicaduras que provocaban los dedos de Sergio en su interior.
Pese a titubear, Amanda se dirigió a donde había dejado el móvil y agarró un mini-bolso donde había dejado dos condones por si las moscas.
— Veo que vienes preparada.
— S…Siempre llevo condones en el bolso por lo que pueda pasar.
— ¿Solo tienes dos? Entonces solo necesitas hacer que me corra dos veces más para sentirme dentro de ti, a pelo.
— Eso no va a pasar -Amanda se quitó el tanga y quitó uno de los condones de su envoltorio. Sergio se sentó apoyado en la pared y se colocó el condón que ella misma le dio. Con la polla apuntando al techo, Amanda se ubicó sobre ella y se dejó caer lentamente hasta que el glande engomado dio pequeños besos entre sus muslos. Los fluidos vaginales que adornaban los muslos de la excitada mujer como si de tela de arañas se tratase, evidenciaban lo deseosa que estaba de recibir aquella polla. <<``Estúpida. Levántate y vete, o te vas a quemar; te vas a quemar, te vas a…´´>> pensaba al tiempo que se empalaba lentamente sobre aquella polla. La barra de carne y látex la atravesó con facilidad provocando que ella soltase un gemido que estremeció hasta las paredes del Dojo.
<<``Definitivamente me lo follaré, me correré y me iré. Y no volverá a pasar nada más…´´>>
Cuando faltaban unos diez centímetros por introducir; el pandillero pegó una embestida ascendente que lo metió de sorpresa; Amanda en trance, comenzó a cabalgarlo despacio. Era tan grande que le dolía, pero era el tipo de dolor que gustaba; un dolor que se toleraba con facilidad y que prometía mucho placer.
Amanda rodeó con sus brazos los hombros y el cuello de su compañero iniciando un trote suave.
No se reconocía a sí misma, pues ella ya había tenido en cuenta el tiempo que llevaba sin catar el miembro de su pareja, pero no había tenido en cuenta su propia reacción ante el deseo y la necesidad; como una persona a dieta que le ponen al frente su plato de comida favorita después de un duro mes de abstinencia. Y el plato que ella se estaba comiendo era una dura, grosísima y jugosa polla; pero no eran todo ventajas, pues el condón disminuía el morbo. <<``¿Pero qué le digo? ¿Qué se lo quite? Ya le gustaría. Es suficiente así´>> pensó mientras clavaba su nariz en el pelo de Sergio y aceleraba ligeramente el ritmo de su trote; en lugar de círculos comenzó a mover el culo hacia delante y hacia detrás.
Pero ella se follaba aquella polla, y no daba muestras de que fuese a terminar pronto.
— ¿Te falta mucho? -le preguntó a Sergio.
— Ni me acerco. Si pudiese quitarme el condón…
— Ni lo sueñes.
— Estoy limpio, y no me correré dentro.
— Te he dicho que ni lo sueñes. ¡No insistas!
— Pues va a ser una noche muy larga -declaró este al tiempo que la agarraba de los tobillos y la hacía caer de espaldas al suelo. Él se ubicó entre sus piernas de cuclillas y comenzó a follársela con violencia. La rudeza era perfecta, pero ella solo podía pensar en ese maldito condón sobraba.
Amanda se mordió de nuevo el labio, decidió darle la oportunidad de explayarse; lo empujó con los pies hacia atrás, ella misma se dio la vuelta y se puso a cuatro patas, como si quisiese ir hasta su móvil.
El otro debió verlo claro, porque se situó tras ella y apoyó su polla engomada en su culo mientras se inclinaba a susurrar algo a su oreja.
— ¿Te la meto?
— ¿Y si te digo que no?
— No te la meteré.
— … -Tardó unos segundos en debatirse entre hacerse la difícil o ir directamente al grano, pero a aquellas alturas todos los caminos llevaban al mismo sitio-. ¿Pretendes que te suplique?
— Suplícame y muéstrame cómo eres realmente -ordenó mientras le soltaba un azote con la polla en una nalga que estaba necesitada de cariño. Mientras él esperaba una respuesta, el joven se decantó a comerle su oreja y susurrarle lo guarra que era por mucho que lo ocultase, eso la hizo decidirse.
— Métemela… No aguanto más.
— Te la meteré sin condón.
— No… -<<``Sí… Clávamela sin piedad, por favor…´´>> suplicaba ella demasiado
orgullosa para reconocerlo en voz alta. Provocó al hombre sobre ella moviendo
el culo en círculos. Amanda notó como este se quitaba el condón y lo tiraba
sobre la espalda de ella-. ¡No, sin el condón no! -suplicó manteniendo su rol
de mujer abusada. Sin decir nada él se agarró el miembro y apuntó su glande
hacia el orificio de entrada de la rubia. Ya había entrado el glande y solo eso
la hizo poner los ojos en blanco-. No… Por favor -repitió. Y como respuesta
Sergio se la metió entera.
— ¡Ahhhhhh! -El grito que desgarró la sala fue placentero, seguido de una oleada de embestida cada cual diferente a la anterior y cada una de ellas conseguía arrancar a la madurita un gemido desgarrador. Los testículos del joven aporreaban el humedecido clítoris de ella y, sin poder evitarlo, se excitaba al pensar que estaba desnuda sobre aquel tatami con un gamberro abusando de ella. El sonido húmedo que provocaba el chapoteo igualaba sus gemidos.
— ¡Ahhhhhh! -El grito que desgarró la sala fue placentero, seguido de una oleada de embestida cada cual diferente a la anterior y cada una de ellas conseguía arrancar a la madurita un gemido desgarrador. Los testículos del joven aporreaban el humedecido clítoris de ella y, sin poder evitarlo, se excitaba al pensar que estaba desnuda sobre aquel tatami con un gamberro abusando de ella. El sonido húmedo que provocaba el chapoteo igualaba sus gemidos.
En cuanto ambos pillaron el
ritmo, Sergio le obligó a apoyar la mejilla y las tetas contra el tatami mientras con tono imperativo
ordenaba: << ¡¡Levanta el culo, perra!! >> y ella lo levantaba,
recibiendo una oleada de azotes antes de apretar y amasar ambas nalgas y
acribillar el interior de su coño a pollazos tan profundos que le pareció notar
que llegaban a su útero.
Todo eso quedó eclipsado por su móvil, a pocos centímetros de ella, vibrando e iluminándose anunciando la llamada de su pareja.
— P…Para. ¡Para! Me está llamando mi novio -dijo Amanda intentando incorporarse llevándose el móvil a la oreja sin descolgar.
— Que llame. Esta noche es mía y tu coño me pertenece. Cógelo si quieres, pero hasta que no me canse de ti tú no te vas.
— Lo voy a coger… Dame un momento… para que… hable… con él… ¡Ahh! ¡Ahh! -intentó reprimir aquellos gemidos, pero acabó cediendo en cuanto Sergio aumentó la intensidad de las embestidas con malicia.
— Me dijiste que no te correrías dentro. ¿Te acuerdas, no?
— No lo haré.
— Vale… No hables por favor -dijo antes de aceptar la llamada-. ¿Sí? Dime cariño -John le preguntó dónde estaba y por qué tardaba tanto <<``Estoy follándome a un amigo de mi hijo, y como me está gustando… ¿Por qué me siento tan mal?´>>´-. Ya te dije que me había ido a tomar algo con una amiga… Pero he comido tanto… -<<``Una gran polla´´>>- … que para bajar la comida me voy a correr -<<``Estoy a punto´´>> John le preguntó si se encontraba bien y que no se fatigase demasiado. Preguntó también por un ruido que oía de fondo que no debía ser otra cosa que el chapoteo.
Sergio comenzó a hurgar con su dedo gordo en el sudado ano de la rubia. Un escalofrío le recorrió la espalda y se le erizó de manera involuntaria.
— ¡Ahhh! No. ¡No! Fuera… ¡Fuera! -exclamó ella aporreando la mano de Sergio lo más disimuladamente posible. Al menos, pensó ella, había detenido las embestidas para centrarse en su culo. Esperó que John no se diese cuenta de lo que pasaba, pero este se limitó a preguntar qué era lo que pasaba- Un perro… No sé dónde demonios está el dueño… No para de seguirme y olerme… y...
El pandillero imitó unos ladridos de perro mientras reía entre dientes. Incrustó más el dedo gordo en su culo y reanudo la follada. Hurgada por los dos agujeros, la madurita perdió el norte. Acercándose el final, Sergio redujo la velocidad de las embestidas para sustituirla por potencia y brutalidad en los empujones de cadera, buscando llegar más profundo.
— Es… Un perro… Me está acosando… -se excusó Amanda a su pareja. Como las embestidas eran más rudas y exageradas, hasta John las estaba escuchando-. Es el perro… Es un perro muy… No veo a su dueño… Cariño, tengo miedo… -John le preguntó dónde estaba, pero Amanda solo podía pensar en que le daba miedo correrse mientras hablaba con él. En que Sergio, el muy gamberro, aprovechase para correrse dentro.
— Este perro es muy malo, eh. Este perro va a vaciarse en el interior de la perra en celo -le susurró al oído que tenía libre. Ella forcejeó como una loca mientras John hacía preguntas absurdas. Sergio imitó los ladridos de un perro mientras aceleraba las embestidas y acortaba su alcance. <<``Si se corre dentro, voy a correrme como una loca… No, como una perra. Y John se va…´´>> pensó la madurita mientras intentaba idear una manera de salir airosa de aquella situación, pero estaba en blanco.
— Perro… Bonito… -gimió totalmente fuera de sí-. Fuera… ¡Fuera!... Vete… -puso los ojos en blanco al notar el cañonazo de leche densa inundándola por dentro. Sergio la besó en la boca para callarla mientras azotaba su interior con unos últimos espasmos que eran más embestidas. Ella se corría también, su interior se inundaba de espasmos involuntarios al aceptar aquel semen en su interior. Una sensación que llevaba mucho tiempo esperando.
— ¡Ahhh! -gritó de placer mientras el móvil se le resbalaba de las manos y caía sobre el tatami boca arriba tras dar varias volteretas. Sergio lo que ella no pudo y detuvo la llamada al tiempo que presionaba su pubis contra la extenuada entrepierna de ella, exprimiendo hasta la última gota en su interior.
— Te dije que te corrieses fuera…
— Encima me echaras la culpa. No he sido el único que ha continuado follando, estabas avisada. Y has sido tú la que me ha exprimido las pelotas -se excusó mientras extraía su polla y se la estampaba en la cara. Ella tardó unos segundos en reaccionar, pero ya le daba igual. Impregnada toda de semen, con su cuerpo más que satisfecho, abrió su boca y se tragó hasta la última gota.
Mientras Sergio se subía los pantalones, una parte de Amanda dijo: <<``Se ha quedado con ganas de más. Y yo también… Solo una vez más´´>> pero fue esta vez la parte racional de ella la que respondió con dos palabras, logrando callar a la otra: <<``Cállate, Zorra´´>>. Se dejó caer sobre el móvil, llamó a John para extender la mentira. Explicando que el perro había estado a punto de morderle pero que había aparecido el dueño y estaba bien, que ya iba de camino a casa.
La noche ya había terminado, y para bien o para mal, ella había disfrutado. No se arrepentía de nada salvo, quizás de haber traicionado a John, pero ni de eso estaba segura.
Capítulo 08: Peccatum humanum est
— ¡Mirad a la bandera! ¡Meditad! ¡Saludad! Buen fin de semana a todos -se despidió el maestro del dojo. Amanda fue la primera en dirigirse a la puerta, pero fue atajada por Minyo y los otros dos.
— Te apuntas a entrenar esta noche fuera de horas. ¿No?
— No -contestó tajante mientras se calzaba, rememorando la última vez que había jugado a ser dueña y señora de la soberbia, la lujuria y el orgullo. Había jugado con fuego y se había quemado; pero seguía siendo pirómana y seguía gustándole el juego. Así que les guiñó un ojo-. Hoy no.
Amanda seguía siendo humana; porque todos los humanos pecan. Y mientras continuase siéndolo continuaría siendo una pecadora, pero no lo sería ninguno de esos tres nunca más.
Todo eso quedó eclipsado por su móvil, a pocos centímetros de ella, vibrando e iluminándose anunciando la llamada de su pareja.
— P…Para. ¡Para! Me está llamando mi novio -dijo Amanda intentando incorporarse llevándose el móvil a la oreja sin descolgar.
— Que llame. Esta noche es mía y tu coño me pertenece. Cógelo si quieres, pero hasta que no me canse de ti tú no te vas.
— Lo voy a coger… Dame un momento… para que… hable… con él… ¡Ahh! ¡Ahh! -intentó reprimir aquellos gemidos, pero acabó cediendo en cuanto Sergio aumentó la intensidad de las embestidas con malicia.
— Me dijiste que no te correrías dentro. ¿Te acuerdas, no?
— No lo haré.
— Vale… No hables por favor -dijo antes de aceptar la llamada-. ¿Sí? Dime cariño -John le preguntó dónde estaba y por qué tardaba tanto <<``Estoy follándome a un amigo de mi hijo, y como me está gustando… ¿Por qué me siento tan mal?´>>´-. Ya te dije que me había ido a tomar algo con una amiga… Pero he comido tanto… -<<``Una gran polla´´>>- … que para bajar la comida me voy a correr -<<``Estoy a punto´´>> John le preguntó si se encontraba bien y que no se fatigase demasiado. Preguntó también por un ruido que oía de fondo que no debía ser otra cosa que el chapoteo.
Sergio comenzó a hurgar con su dedo gordo en el sudado ano de la rubia. Un escalofrío le recorrió la espalda y se le erizó de manera involuntaria.
— ¡Ahhh! No. ¡No! Fuera… ¡Fuera! -exclamó ella aporreando la mano de Sergio lo más disimuladamente posible. Al menos, pensó ella, había detenido las embestidas para centrarse en su culo. Esperó que John no se diese cuenta de lo que pasaba, pero este se limitó a preguntar qué era lo que pasaba- Un perro… No sé dónde demonios está el dueño… No para de seguirme y olerme… y...
El pandillero imitó unos ladridos de perro mientras reía entre dientes. Incrustó más el dedo gordo en su culo y reanudo la follada. Hurgada por los dos agujeros, la madurita perdió el norte. Acercándose el final, Sergio redujo la velocidad de las embestidas para sustituirla por potencia y brutalidad en los empujones de cadera, buscando llegar más profundo.
— Es… Un perro… Me está acosando… -se excusó Amanda a su pareja. Como las embestidas eran más rudas y exageradas, hasta John las estaba escuchando-. Es el perro… Es un perro muy… No veo a su dueño… Cariño, tengo miedo… -John le preguntó dónde estaba, pero Amanda solo podía pensar en que le daba miedo correrse mientras hablaba con él. En que Sergio, el muy gamberro, aprovechase para correrse dentro.
— Este perro es muy malo, eh. Este perro va a vaciarse en el interior de la perra en celo -le susurró al oído que tenía libre. Ella forcejeó como una loca mientras John hacía preguntas absurdas. Sergio imitó los ladridos de un perro mientras aceleraba las embestidas y acortaba su alcance. <<``Si se corre dentro, voy a correrme como una loca… No, como una perra. Y John se va…´´>> pensó la madurita mientras intentaba idear una manera de salir airosa de aquella situación, pero estaba en blanco.
— Perro… Bonito… -gimió totalmente fuera de sí-. Fuera… ¡Fuera!... Vete… -puso los ojos en blanco al notar el cañonazo de leche densa inundándola por dentro. Sergio la besó en la boca para callarla mientras azotaba su interior con unos últimos espasmos que eran más embestidas. Ella se corría también, su interior se inundaba de espasmos involuntarios al aceptar aquel semen en su interior. Una sensación que llevaba mucho tiempo esperando.
— ¡Ahhh! -gritó de placer mientras el móvil se le resbalaba de las manos y caía sobre el tatami boca arriba tras dar varias volteretas. Sergio lo que ella no pudo y detuvo la llamada al tiempo que presionaba su pubis contra la extenuada entrepierna de ella, exprimiendo hasta la última gota en su interior.
— Te dije que te corrieses fuera…
— Encima me echaras la culpa. No he sido el único que ha continuado follando, estabas avisada. Y has sido tú la que me ha exprimido las pelotas -se excusó mientras extraía su polla y se la estampaba en la cara. Ella tardó unos segundos en reaccionar, pero ya le daba igual. Impregnada toda de semen, con su cuerpo más que satisfecho, abrió su boca y se tragó hasta la última gota.
Mientras Sergio se subía los pantalones, una parte de Amanda dijo: <<``Se ha quedado con ganas de más. Y yo también… Solo una vez más´´>> pero fue esta vez la parte racional de ella la que respondió con dos palabras, logrando callar a la otra: <<``Cállate, Zorra´´>>. Se dejó caer sobre el móvil, llamó a John para extender la mentira. Explicando que el perro había estado a punto de morderle pero que había aparecido el dueño y estaba bien, que ya iba de camino a casa.
La noche ya había terminado, y para bien o para mal, ella había disfrutado. No se arrepentía de nada salvo, quizás de haber traicionado a John, pero ni de eso estaba segura.
Capítulo 08: Peccatum humanum est
— ¡Mirad a la bandera! ¡Meditad! ¡Saludad! Buen fin de semana a todos -se despidió el maestro del dojo. Amanda fue la primera en dirigirse a la puerta, pero fue atajada por Minyo y los otros dos.
— Te apuntas a entrenar esta noche fuera de horas. ¿No?
— No -contestó tajante mientras se calzaba, rememorando la última vez que había jugado a ser dueña y señora de la soberbia, la lujuria y el orgullo. Había jugado con fuego y se había quemado; pero seguía siendo pirómana y seguía gustándole el juego. Así que les guiñó un ojo-. Hoy no.
Amanda seguía siendo humana; porque todos los humanos pecan. Y mientras continuase siéndolo continuaría siendo una pecadora, pero no lo sería ninguno de esos tres nunca más.
Así que saludó a la bandera, y se fue.
***
Amanda estaba frente a los fogones en la cocina, llevaba puesto el delantal y nada más. Lo estaba esperando cuando notó a John abrazarla por la espalda. Le plantó un beso en la mejilla y otro en la boca.
Ella ya no estaba enfadada con él; sin saberlo, había pagado con creces las cosas que le había hecho.
La pareja de John no tenía intención de repetir lo que sucedió aquella noche en el Dojo, y por eso se había dado de baja sin decirles nada a los chicos.
El hombre la manoseó mientras le comía la oreja.
— Jon… Estoy cocinando.
— Tu hijo a invitado a sus tres amigos a pasar la tarde y parte de la noche -Amanda abrió los ojos ante lo que para ella era la primera noticia-. Tenemos que aprovechar.
Los tres gamberros iban a invadir su hogar. ¿Y qué iba a poder decir ella para que no fuesen? ``No soy envidiosa, y sé controlar mi ira, no soy perezosa y he desechado mi soberbia, mi orgullo y la gula, pero… ¿Puedo contra mi lujuria? Al final, al parecer, todo se resume en eso´´
En cuanto llegasen esos tres, descubriría si seguía siendo humana o había dejado de serlo. Por el bien de John, más le valía que así fuese.
— Por cierto. No te lo había dicho hasta ahora, pero sé que no fue un perro lo que te hizo gemir la otra noche -le susurró John con voz calmada. Amanda se quedó paralizada hasta que notó como desde su espalda le agarraba del cuello y le daba un fuerte azote en el culo-. Si te folló un perro, es que no eres una perra y voy a tener que castigarte. Tú me castigaste sin follar, pero serás responsable y aceptaras que mereces un castigo -Amanda notó la polla dura contra su ano. Su mano se aferró al cabello de su pareja.
— Sí… Castígame de todas las maneras que quieras, soy tu perra -suplicó excitada al tiempo que notaba el glande presionar contra su culo virgen. Excitada porque sabía que John no iba a dejarla por aquel desliz, pero tampoco iba a pasárselo por alto y, al ser un pacifista, ella estaba segura de que canalizaría toda su rabia y frustración en la única cosa que se le daba bien… follársela.
— Esto solo va a ser el comienzo, pero pasará mucho tiempo hasta que decida que has pagado por esta cagada tan monumental -Dicho esto, se la metió a presión en una polla ya lubricada y Amanda solo pudo hacer una cosa.
— ¡Ahhhhhhhhh!
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