PSICÓTRICO
¡Qué putas son las tías! ¡Todas, no se salva una!
Yo tenía por delante un brillante futuro como registrador de la propiedad, hasta que se cruzaron en mi camino esos chochos con patas y me arruinaron la vida. Porque menuda ruina es tener que pasar, como mínimo, los próximos veinte años en esta mierda de institución psiquiátrica, con sentencia judicial firme, sin apelación posible. A ver si exponiendo mi caso por escrito, y haciéndolo llegar a la página de relatos de mis amores (TR), consigo que se me escuche y poner a la opinión pública de mi parte.
Empezando por el principio, tengo que reconocer que siempre he sido un "pringao" para ligar. ¡No te jode! A ver si se creen que una nota media de matrícula en Derecho y aprobar las oposiciones de registrador al tercer intento, se consigue yendo de botellón y perdiendo el tiempo ligando churris. Eso sí, novias he tenido muchas…tres.
La primera, Helenita, me dejó cuando aún estudiaba en el instituto. La muy puta me llamó "mingafría" y me mando a paseo en mitad de la proyección de Titanic. No vean el pitorreo que tuve que aguantar el resto de la película, escuchando los comentarios de los que habían oído el plantón. También podía haberme ido, como hizo mi ex después de dejarme con tres palmos de narices, pero las entradas me habían costado una pasta y la película me estaba gustando. Vamos, es hoy, y cuando me dijo al oído si nos íbamos y nos dábamos un homenaje en su casa –sus padres se habían ido al pueblo de fin de semana -, no me lo pienso dos veces y la reviento polvos. Pero le dije que si estaba loca y que yo era un tipo formal que no pensaba en guarrerías antes de pasar por la vicaría.
La segunda, Francisca, una chica mucho más formal que la anterior, pero maniática en extremo con el tema del aseo personal, me dio calabazas por una ligera alitosis. ¡Coño, qué culpa tengo yo si me chiflan los bocatas de chorizo y ajo! Yo creo que le sentó mal cuando le respondí que los dedos me olían a pescadilla podre durante toda la semana…después de meterle mano los sábados.
Lo que desencadenó la crisis, quizá porque estaba convencido de que era la mujer de mi vida, fue lo de Yolanda. Después de cinco años de años de noviazgo formal, de habérsela presentado a mis padres, de comer todos los domingos en su casa y aguantado el encierro de tres años preparando las oposiciones, me manda a paseo el día en el que celebrábamos mi ingreso en el Cuerpo Oficial de Registradores de la Propiedad. ¡Eso no se hace!
Estábamos cenando en un restaurante de postín –sin reparar en gastos, como verán ustedes- y, después de armarme de valor con dos copazos de vino, le sugerí que podíamos terminar la fiesta en mi cama. Entornó la cabeza, me dirigió una mirada de desprecio que debería ser constitutiva de delito y me soltó que ya estaba hasta el gorro de un polvo cada mes y medio, que follaba mal y que la tenía pequeña. ¡A voces! Claro, me calenté, le solté una hostia que la tiró de la silla y salí por la puerta del restaurante con la cabeza muy alta; diciendo, también a voces, para que todos los clientes supiesen lo zorra que era, que no se cortase un pelo y que se tirase al primer caballo que encontrase.
¡Me cago en la madre que la parió, decirme que la tengo pequeña!
La citación judicial llegó a la semana siguiente –para que luego digan por ahí que el sistema judicial es lento…según para qué-; menos mal que un amiguete movió algunos hilos y evitó que me detuvieran en casa, o a mi madre le da un patatús. El juicio fue rápido y me libré por los pelos de no dar con mis huesos en la cárcel –no tenía antecedentes penales-, pero nadie le libró al viejo de tener que pagar el pastón de la indemnización. Lo peor fue que me expulsaron del Colegio Oficial de Registradores de la Propiedad, antes de haber debutado en la profesión.
Pillé una depresión de las gordas. Me pasé casi un año encerrado en casa, sin querer hablar con nadie –los pocos amigos que tenía, ni se molestaron en llamar a ver qué tal me iba-, hasta que me hice un firme propósito: convertirme en un semental de esos que aflojan el elástico de las bragas con una sola mirada insinuante. Casualmente, navegando por internet, una de esas tardes de encierro domiciliario, tropecé con la página de TR. ¡Una revelación!
Enseguida me di cuenta, por los testimonios de primera mano que se publican en TodoRelatos, que tenía muchísimo que aprender; así que no perdí el tiempo y me puse manos a las obra. Al principio me costaba bastante entender todo lo que leía –había testimonios muy bestias que chocaban con mis convicciones, y más de una vez acabé con la cabeza dentro de la taza del váter, después de leer alguno particularmente salvaje-, pero perseveré en el empeño y, apenas sin darme cuenta, empecé a leer relatos antiguos, además de todos los que se publicaban a diario. Hubo días en que leí hasta ciento cincuenta. Después pasé a tomar apuntes, anotando todas aquellas conductas que se repetían en los relatos; formulando teorías sobre la manera de resolver cualquier tipo de situación, de forma que siempre terminase bien –follando, claro-, confirmándolas o descartándolas según lo que leía; en fin, y los mil y un detalles que distinguen al follador profesional del resto de los mortales.
Diez meses más tarde, después de haber leído decenas de miles de relatos, emborronado multitud de cuartillas con apuntes y habérmela cascado compulsivamente en el proceso, se produjo el ansiado milagro: mi polla alcanzó los treinta y cinco centímetros, lo que me capacitaba para salir a la calle y poner en práctica lo aprendido con tanto esfuerzo. Tengo que decir que me apliqué muchísimo más que cuando preparaba las oposiciones.
La mañana de mi debut me sentía eufórico, a pesar de no haber pegado ojo en toda la noche…los nervios, ya se sabe. Le pedí a mamá que me preparase un desayuno a base huevos fritos, bocata de chorizo con ajo, un buen tazón de Cola-Cao con galletas y un copazo de orujo –"¡Benditos los ojos que ven a mi chiquitín en plena forma!", me contestó- y salí a la calle dispuesto a arrasar con todos los conejos del barrio.
¡La leche, ni llegar a la calle pude! La primera pieza del día fue Doña Joaquina, la viuda de militar del quinto. Coincidimos en el ascensor, cambiamos dos palabras de saludo y, antes de darme cuenta, la tenía arrodillada delante de mí, dando gracias al cielo y tratando de tragarse entero mi nabo. Claro, es que ya tenía tan interiorizados los diálogos que ponen cachondas a las viejas, que ni cuenta me di de lo que le decía…pero funcionó.
Dejando un par de pisos de margen para la charla, calculo que debió de mamármela entre el tercero y la planta baja. Como por entonces aún no conocía mi capacidad de aguante en las mamadas –hoy sé que son de nueve pisos en adelante, siempre que no se trate de un cacharro de esos supersónicos que instalan en los rascacielos-, no me corté un pelo a la hora de soltarle un trallazo de leche que la tumbó de espaldas. Salí silbando del ascensor, intentando meter dentro de los pantalones mi polla –por supuesto, sin calzoncillos, como reza el primer mandamiento de TR-, poniendo cardiacas a otro par de vecinas, indecisas entre mirarme el paquete o al espectáculo que en ese momento ofrecía la vieja del ascensor, escupiendo leche hasta por las orejas y dejando el suelo del portal hecho unos zorros.
Más tarde, me dio por pensar que Doña Joaquina siempre fue un adefesio, pero aquella mañana, no sé por qué, tenía el puntito morbosón de las beatas de rosario con hambre de cinco lustros. ¡Quiero decir que me pareció que estaba como un queso, coño!
La que no había duda de que estaba que rompía la pana, era Mari Luz, la camarera del Starbucks de la esquina. La cabrona siempre se descojanaba con mis torpes intentos de antaño de causarle una buena impresión, echados a perder por la dichosa manía que yo tenía de balbucear, cada vez que tenía que dirigirme a cualquier tía follable. Pero eso eran cosas del pasado. Ahora tendría que vérselas con el arquetipo del tío irresistible, el pirata de sangre caliente y polla dura que las pone cachondas cuando sonríe de medio lado y enseña el colmillo, el follador nato de olfato infalible y el tipo de personalidad arrolladora con el que sueñan todas las nenas. ¡O sea, conmigo!
¡Joder, no pude ni tomar el café tranquilamente! No me extraña, después de haberle pedido un café con leche, nata, canela y trocitos de chocolate –asqueroso, pero es lo que recomiendan nueve de cada diez expertos de TR en estos casos-, con mi grave voz varonil –ensayada innumerables veces delante del espejo y con la lengua escocida por un lingotazo de coñac-, a la chavala le flaqueaban las piernas detrás de la barra.
Vino dando saltitos hasta la mesa, dejando parte del uniforme por el camino, me agarró de la mano, me metió en la trastienda, echó a cajas destempladas a un par de compañeras que fumaban a escondidas –eso fue entonces, porque al día siguiente anduve más listo y montamos un cuarteto de flauta- y follamos como leones hasta la hora de comer.
Miento, follamos hasta que debuté por la puerta trasera y le enchufé los cuarenta centímetros de polla por el culo, en seco y de golpe, como les gusta a estas golfas. Sonó a algo roto y Mari Luz quedó desmadejada sobre las cajas de azúcar estuchada. -¡Qué raro!-, pensé –Si, en estos casos, lo normal es que chillen como si las estuvieran matando, aunque es sólo por aparentar, ya que piden más caña si aflojas el ritmo-. Así que seguí dale que te pego, soltándole alguna nalgada, a ver si reaccionaba. Cuando acabé con la enculada, feliz y contento por haber cumplido como un campeón en mi debut, reparé en que tenía los ojos en blanco, espuma en la comisura de los labios y una hemorragia anal de considerables dimensiones. Pero respiraba, así que no debía ser nada grave y me fui a casa a comer y a dormir la siesta. Y no piensen ustedes que soy un tipo egoísta e insensible, porque al día siguiente Mari Luz estaba como una rosa y pidiendo más caña…como debe ser.
Esto…creo que he dicho cuarenta centímetros –y conste que no soy nada puntilloso con la talla, pero en TR, un quítame allá un centímetro es motivo suficiente para tirar de navaja; así que haz lo que vieres-, cuando antes eran treinta y cinco. Es que, con la práctica, la cosa aumenta. Ahora son sesenta y cuatro.
Allí estaba yo, roncando feliz mientras echaba una siesta, cuando me despertaron unos gritos espeluznantes…que procedían de la habitación de mi querida mamá. Temiendo que hubiera sufrido un accidente –o algo peor…no sé, que se hubiera colado en casa un indeseable y la estuviera violando-, volé por el pasillo, con sólo el pantalón del pijama puesto. Ya saben ustedes que esas prendas no tienen unas braguetas muy de fiar, así que no tuvo nada de raro que me colara en la habitación de mamá con la polla asomando y colgando –en estado de reposo, veinticinco centímetros de colgajo-.
La que chilló entonces fue Adelita, la empleada de hogar, que parecía tomarse muy en serio el trabajo de ponerle el culo morado a mamá, a base de zurriagazos de fusta. Y, cosa curiosa, en lugar de indignarme y armar un escándalo de cojones con la escenita –había que ver lo bien que le sentaba a mamá el corsé negro-, lo que me cabreó de verdad fue descubrir que me había mentido, cuando, un par de años antes, pregunté por la fusta –para ir a montar…al picadero…a montar mi yegua…¡La de cuatro patas, coño!- y me dijo que hacía tiempo que no la había visto.
Pues nada, que esa tarde debuté en el rollito sado-maso, en el de filial, en el de travestismo –el corsé de mamá me queda divino- y en el de cerdo explotador de la clase obrera –a ver cuándo ponen en TR la categoría correspondiente-.
Enseguida empezó a correrse por el barrio el rumor, el teléfono no paraba de sonar, y raro era el día que no me encontraba una manifestación de marujas desesperadas, chillando enloquecidas a la puerta de casa: "¡Toda tuya, cabrón! ¡Mátame de gusto! ¡No quiero un hijo tuyo, quiero una familia numerosa!" El caso es que me pareció ver, más de una vez, a una tipa con un sospechoso parecido a "Espe"…y era de las que más énfasis ponía gritando.
Para ir abreviando, porque una pormenorizada exposición de los hechos daría para un tocho de novela, diré que, en poco más de dos semanas, la fama del menda traspasó fronteras. Traspasé coños, culos bocas, sobacos, canalillos de tetas y, un día que estaba particularmente inspirado, la ventanilla de un taxi. Es que detrás, con la boquita abierta y la lengua fuera, había una taxista empeñada en cobrar en especie la carrera…pero la muy puta se olvidó de bajar el cristal.
Y cuando me quise dar cuenta, me vi otra vez delante de un juez, acusado de múltiples agresiones sexuales –la cola de testigos, todo tías, daba la vuelta al juzgado-, consumadas o en grado de tentativa. Eso me cabreó, porque donde pongo el ojo pongo la punta del nabo. -Así que dejémonos de chorradas. Apúntemelas todas en la cuenta, porque las rondas de polvos nunca bajaron de dieciocho diarios- le solté a la cara al juez y a la fiscal; pero a esta ya le había soltado antes un par de corridas benéficas…es que me pareció que la cara de estreñida de la moza tenía que ver con un prolongado periodo de abstinencia. ¡No vean lo contenta que se la veía mientras duró el juicio!
Y aquí estoy ahora, pudriéndome en vida en un loquero de mierda, sin que nadie me haga caso cuando digo que es una vergüenza desaprovechar mis cualidades –con lo falto de amor de anda este mundo y lo mucho que yo puedo dar-, que me han condenado injustamente con testigos amañados -¡Coño, ninguna se quejó cuando les hacía el favor!...vale, alguna sí, pero casi siempre coincidía con una enculada-, y que estoy hasta los huevos de que me pongan el culo como un bebedero de patos, un día sí y al otro también.
¿No decía al principio que todas las tías son cabronas y putas? ¡Juzguen ustedes!
Ahora, que lo que más me jode, es la rompehuevos de la psiquiatra, tratando de convencerme de que sufro un episodio de personalidad disociativa, con delirios de grandeza y desconexión de la realidad. ¡Me cago en la leche! El día que le pueda echar el guante, se va a enterar ésta de lo bien que sienta que te disocie el coño con una polla como la mía, va a delirar con el polvazo, me va a decir que soy el más grande y que no quiere volver a la triste realidad que la espera en casa. ¡Al tiempo!
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Masulokunoxo nos advierte en este escrito sobre las consecuencias del consumo abusivo de relatos. O quizá no...y está animándonos a darnos un atracón. |