Aquella tarde nos reunimos en la sala común sin querer llamar la atención. Era una tarde como cualquier otra y nosotros éramos los mismos de siempre, salvo por la presencia de Moi... quien había entrado a N.A.F demasiado tarde y además se rumoreaba que por enchufe.
En cuanto la señora Rosalía, la vieja urraca que siempre andaba por allí-- alcahueta con aires de mojigata, cotilla a más no poder y molesta más si cabe-- volvió a su garita después del reparto diario de cafés con leche, nos pusimos manos a la obra. Nos habíamos propuesto un objetivo y teníamos que conseguirlo... si querían guerra la iban a tener. Sería un atentado contra el sistema, un vuelco al capitalismo y una putada para el gobierno, para qué negarlo... por no hablar del botín que el acto comportaría; botín que esconderíamos en alguna isla perdida del Caribe, por supuesto.
Todo se nos ocurrió como quien no quiere la cosa. Un buen día, Oscar, el más hacendoso entre nosotros, reventó. Precisamente él, tan colaborador y amable... lo recuerdo como si lo estuviera viendo:
"Estoy harto de vivir de la dádiva del poderoso, harto del puré de zanahoria, de las sobras de la humanidad... ¡escombros!"
Evidentemente, quedamos estupefactos. Una reacción así podría esperarse de Rorro, por ejemplo, un hombre con un oscuro pasado al que sus propios padres habían abandonado en un desguace... pero no de Oscar. Por dios, si le llamábamos El Santo.
Después de aquella declaración, una cosa llevó a la otra y planeamos el atraco. El plan era genial: nos las ingeniaríamos para escaquearnos el fin de semana, cogeríamos el vehículo de Beto, y con las herramientas en ristre llevaríamos a cabo nuestro propósito.
Decidimos contar con Moi porque no había habido manera de despegárnoslo, básicamente. Moi es un poco anormal, un tipo difícil de describir; en realidad tiene algo parecido a esquizofrenia, no sé bien qué es... de vez en cuando se le va la olla y dice cosas sin venir a cuento, palabras extrañas que sólo él comprende—"tuercebotas" "tragaldabas" "follapuertas" "cortapichas"-- pero aún así, sabiendo él cada detalle de nuestra misión, nos daba miedo dejarle ahí y que por lo que fuera cantase.
Lamentablemente, aunque no había posibilidad de fallo—teníamos hasta un mapa de las entrañas de la ciudad-- todo salió mal. Conseguimos llegar sin ser vistos a nuestro destino, pero aquel engendro cibernético se atascó cuando le di con el martillo y no sé por qué, de pronto comenzamos a oír las sirenas de la policía sobre nuestras cabezas.
Y es que... ¿Quién carajo dijo que era fácil atracar las máquinas expendedoras del metro de Madrid?
El pobre Moi sólo acertaba a declarar paridas, sin abandonar su recurrente jerga, cuando la policía le interrogó: "zarrapastro, robaperas, cabezalberca, destripaterrones". Trincaron la bici de Beto.
Oscar jamás podrá realizar su sueño de ir al Caribe... y todos, aunque quizá hubiéramos preferido ir a la cárcel, fuimos enviados de vuelta a NAF... Nuestro Amado Frenopático.
Fugados. Dark Silver. Categoría: Otros Textos | ||
Resulta muy difícil en estos tiempos darle una patada al sistema. |
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