lunes, 2 de mayo de 2011

Trovadores de la noche (Coronel Winston)

Aquél autocar me llevaba a la paz. Las cumbres de Andorra me esperaban. Siempre estuve enamorado de Andorra. Sus picos, sus valles, su verde…., su armonía.

No era un viaje previsto, fue un viaje relámpago. Salida, sábado. Regreso, domingo. Destino, Andorra.

Bien estudiado, era una paliza, no por la distancia que me separaba del principado, no, si no por la corta estancia que iba a disfrutar en ese pequeño país. Había estado toda la semana escalando en los pirineos franceses junto a un grupo de galos. El día anterior, el viernes noche, hice un alto en mi regreso a Madrid y me detuve en la población de Lérida. Bernard se había ofrecido a trasladarme desde Luz-Ardiden hasta Lérida, lugar en el que vivía junto a Patricia, su novia española. Cuando logré zafarme de su invitación para que pasara el fín de semana con ellos, me alojé en un hotel de Lérida. Comenté con Bernard que a la mañana siguiente, sábado, saldría con destino a mi ciudad, Madrid. Pero ya dice el refrán “El hombre propone y Dios dispone”.

Al llegar al hotel, pude ver una proclama en recepción dónde se anunciaba una excursión a ese bello país. Después de tomar habitación, pregunté en recepción si aún habían plazas disponibles. ¿Sería el destino?, tal vez. Tres plazas quedaban para cubrir el aforo del autocar. Dos las acababan de ocupar…y yo iba a ocupar la última. La salida, sábado a las 06,00 AM, el regreso, domingo 18,00 PM.

Después de la cena, me subí a mi alojamiento para descansar y estar listo a las 05,00 de la mañana.

Instalado en el asiento 32 del autocar, comenzó el viaje hacia Andorra. Mi compañero de viaje era un hombre mayor que, a juzgar por su apariencia, se diría que acudía a su propio sepelio en tan bello lugar. El conductor, tipo entrado ya en la cincuentena, nos obsequió con música. Raphael nos amenizaba con canciones de su repertorio. Una de las melodías era coreada por dos jóvenes sentadas en la fila de la derecha del autobús y en paralelo al asiento que ocupábamos el finado y yo.

“Hoy para mí es un día especial, hoy saldré por la noche, podré vivir lo que el mundo nos da cuando el sol ya se esconde, podré cantar una dulce canción a la luz de la luna, y acariciar y besar a mi amor como no lo hice nunca…”

Ambas jóvenes, coreaban sin pudor alguno la melodía de Raphael. Rubias, de aspecto muy saludable, ambas transitarían por la veintena de años. Como no quería ser descarado, las observaba con el rabillo del ojo. No me pregunten que sentí por aquellas jóvenes, ni yo mísmo lo sé, pero era claro que hicieron que el viaje pasara en un instante. Ambas se miraban, se sonreían y seguían con su coro emocional.

“¿Qué pasará, qué misterio habrá?, puede ser mi gran noche, y al despertar ya mi vida sabrá algo que no conoce…”

Me recluí en mis pensamientos más obscenos. Tras imaginarme agasajado por ambas muchachas, sonreí. Yo sólo era un tipo cansado, apasionado por ese bello país y deseoso de subir hasta Arinsal para empapar mis pupilas con ese hermosísimo paisaje.

Al llegar al hotel, me adjudicaron el apartamento núm. 6. A ellas, el núm. 10.

El apartamento estaba limpio y era muy amplio. Una habitación, una cocina, un baño completo, un salón y una pequeña terraza desde la cual se divisaba lo que yo había ido a buscar, placer para mi vista. Vacié la mochila y me di un baño relajante. Sentí hambre.

Como conocía Andorra, y había frecuentado la estación de Arinsal en varias ocasiones, no había problema en localizar un lugar dónde almorzar.

Mientras devoraba un bocadillo de beicon y bebía un buen “Cim de Cel”, vino de la tierra, las ví llegar. Las dos melenas rubias entraron en el bar. Vi como se acomodaban junto a una mesa mientras Jordi se dirigía hacia ellas. Sus cabellos anunciaban que se habían duchado.

Conozco a Jordi de otras ocasiones. Es un camarero inteligente, educado, perspicaz y muy eficiente, y si bien no nos une una gran amistad, al menos nos agradamos. En otras ocasiones, cuando he visitado el bar en el que trabaja, siempre acabé entablando conversación con él. Como yo también soy muy observador, no me pasó desapercibida la larga charla que mantuvo con las rubias cuando las llevó unos bocadillos de calamares y unas cervezas. Mi curiosidad me hizo preguntar.

-¿Qué pasa, estás ligando con las rubias?. Pregunté.

-Noooo, ¡qué va!. Les estaba explicando lo de la fiesta de ésta noche. Me contestó un tanto aturrullado.

-¿Una fiesta?, ¿Aquí?.

-Esta noche, el francés-Su jefe es francés y él le llamaba así-, ha montado una fiesta. Dice que este verano hará un par de ellas por mes. Por eso hablaba con las rubias. Intentaba convencerlas para que asistan.

-¿Y vendrán?. Pregunté con sumo interés.

-¡Por supuesto!. Se han mostrado muy dispuestas.

-He venido desde Lérida con ellas en el autocar. ¿Sabes?, he estado en Francia, en Luz Ardiden, y a mi regreso me he alojado en un hotelito de Lérida. Allí surgió ésta excursión. Se alojan en los apartamentos Velvet, como yo.

-Lo sé. Me lo han dicho.

-Y… ¿A qué hora es esa fiesta?

-A las 10 de la noche. Sube un chaval de San Juliá para ayudarme con el lío. De todas formas vendrá poca gente. ¿Acaso vas a venir?.

-Pues…no lo sé. Depende de lo cansado que esté. Mañana salimos para Lérida a las 6 de la tarde.

-Bueno, pues si vienes, aquí me encontrarás. Te dejo, voy a atender a aquellos gabachos que acaban de entrar.

-Ve, ve. No hay problema. Toma-Dije dejándo dinero sobre la barra-, aquí te dejo 10 euros. ¿Hay bastante?.

-Si. Son 8,25…

-Quédate con la vuelta. Me voy a dar un paseo.

Salí del bar y, al pasar cerca de las rubias, eché un último vistazo. Una de ellas luchaba contra la elasticidad de un calamar. La otra, “pimplaba” cerveza como una jabata. Sonreí de nuevo y salí a la calle.

Ya en el exterior, aspiré aquél aire limpio. Lo que quedaba de mañana transcurrió muy deprisa. Estuve andando por los alrededores hasta que llegó la hora de la comida. Había decidido comer en los apartamentos. La cafetería sería un lugar tranquilo y tal vez pudiera ver de nuevo a esas dos hembras cantarinas.

Cuando daba fin al helado con el que me había obsequiado, maldije mi mala suerte. No habían ido a comer a la cafetería. Tal vez hubieran bajado a San Juliá, tal vez lo hubieran hecho en su apartamento, tal vez….

Distraído mientras pensaba en ellas, las vi. Nuestras miradas se encontraron. Me sonrieron ambas. Bajé mi cabeza sin ni siquiera pensar que su sonrisa iba dirigida hacia mí. Cuando la levanté, estaban de pies junto a la mesa que yo ocupaba.

-Hola. Me saludó una de ellas.

-Hola. Contesté sin moverme y lleno de sorpresa.

-También venimos de Lérida. Vinimos juntos en el autocar. Esta mañana. ¿No nos recuerdas?

-“! Oh, si!....ibais sentadas en la fila de la derecha.

-Si. Íbamos cantando- Dijo a la vez que sonreía de nuevo-, yo me llamo Ana y ésta es mi amiga Julia.

Me levanté de la mesa. Sonreí de nuevo a la vez que me presentaba.

-Encantado. Yo me llamo Gustavo. ¿Os queréis sentar?. ¿Habéis comido ya?

-Si hemos comido en el apartamento. Son grandes ¿Eh?. Hemos venido a tomar un café. Contestó Ana.

-Pues en ese caso, permitirme que os invite. Dije tratándo de ser cortés.

-De acuerdo. Dijo Ana a la vez que ambas se sentaban a la mesa.

Dos cafés con hielo fueron servidos. No tuve que iniciar conversación alguna, pues Ana era muy dicharachera. Julia parecía reservada.

-Gus, ¿Te puedo llamar así?-Me pregunto Ana-, ¿Irás a la fiesta de ésta noche?.

-No creo. Estoy cansado. Llevo una semana muy dura. Vengo de Francia. De Luz-Ardiden.

-¿Qué hacías allí?, ¿Vives allí?, ¿Eres francés?. Me preguntó llena de curiosidad aquella chica.

Les expliqué de dónde venía, les mostré mi entusiasmo por Andorra y me interesé por conocer algo de ellas. Atendieron mis explicaciones en silencio. Luego, Ana me reveló algo de ellas.

-Nosotras sómos amigas. Sómos de Barcelona. A través de internet nos enteramos de la excursión. Y aquí estámos, ja,ja,ja. Casi no llegamos a tiempo de sacar los billetes de autocar. Sólo quedaban tres plazas. ¡Imagínate!. Estámos de vacaciones y como estámos cansadas de playa, y aunque era una excursión corta, pensamos que no sería mala idea pasar el fin de semana aquí. Me gusta Andorra. Yo ya había venido alguna vez, pero Julia no lo conocía.

-Volver. Esto es maravilloso.

-Ahora lo haremos sin problemas-Comenzó a decir Ana-, Julia y su novio han roto hace dos meses. Yo rompí con el mío hace dos años, ja,ja,ja. Era un pobre diablo. ¡Y un celoso!. Y además….

Julia interrumpió a su amiga…

-Yo no he roto con nadie. Ya sabes que ha sido él quien me ha dejado. Protestó Julia como si aquello fuera un eximente en aquella relación.

-Bueno, si, vale, ¿Y qué?. Lo real es que ya no estás con él. Aseveró Ana.

-En realidad me parecéis muy jóvenes para andar de novios. Y sobre todo tú, Ana, que dices haberlo dejado hace dos años.

-¿Cuántos nos echas?. Me preguntó Ana.

-No sé. Soy pésimo adivinando. No sé…andaréis por los veinte…treinta….tal vez cuarenta, ja, ja, ja.

-¡Oye guapo!, yo tengo 26 y Julia 27. Protestó Ana.

-Era una broma. Dije excusándome.

-¿Y tú?. Me preguntó Julia mirándome a los ojos.

-37.

-Bueno, al menos no eres un niñato. Reflexionó ella.

-Puedes estar segura que a veces me muestro como tal. Contesté.

-¿Irás esta noche a la fiesta del bar?. Insistió Ana.

-Puede.

-Nosotras estámos en el apartamento 10, pasa a buscarnos a las 11. ¿Te parece bien?. Me preguntó Ana.

Dudé unos instantes ante tal invitación. Quería, de eso no había duda, pero algo me decía “cuidado, Gus” .

-De acuerdo. A las 11 iré a buscaros. Es decir…si no os molesta ir con un tipo caducado.

-¿Estás casado, Gus?. Me preguntó Ana.

-No. Vivo con una chica en Madrid. Llevamos juntos diez años.

-¿No te ha acompañado?. Me preguntó Julia llena de interés.

-No. Ella no escala. Es más de oficina. Yo soy el aventurero. Está trabajando.

-¿Tu no trabajas?. Preguntó Ana.

-Si. Pero estoy de vacaciones. Soy ingeniero. Me he reservado una semana para estar junto a Raquel, así se llama ella, pero no quería dejar pasar la oportunidad de irme con este grupo de franceses a escalar. El lunes ya estaré en Madrid. Y esperaré pacientemente a que llegue el día 22 para irme con ella a alguna playa… al menos una semanita.

-Eso está bien. Bueno, nosotras nos vamos. ¿No buscas a las 11?.

-Lo haré, pero no quisiera chafaros algún plan.

-No estámos interesadas en eso. ¡Se acabaron los novios!, ja,ja,ja. Contestó Ana.

-Si, debéis disfrutar la vida. Tiempo tendréis para formalizar una relación.

-Así es. Dijo Ana.

-Ha sido un placer invitaros al café. Y una charla muy entretenida. Dije a la vez que me despedía.

-Igualmente, Gus. ¿Qué harás toda la tarde?.

-Ni idea. Saldré a caminar un rato, luego me ducharé y cenaré en la cafetería….

-Y luego nos irás a buscar, ¿no?. Continúo Ana.

-Vale. A las 11 llamaré a vuestra puerta. No creo que me pierda en el camino, yo estoy en el apartamento 6.

-Vale pues, nos vemos luego. Ciao, Gus.

-Adiós.

Aún tuve tiempo de tomarme otro café. Recordé a Raquel a la vez que me mordía el labio inferior. “Bueno, una copa, un rato y a dormir. Ellas son jóvenes y sin compromiso. Yo estoy cansado”. Mi pensamiento estaba claro y mis ideas también.

Pasé la tarde dando una vuelta por los alrededores. Después de descansar un par de horas, me duché y me vestí con una camiseta que había comprado en Francia. Me acoplé un pantalón que andaba medio limpio y me dispuse a ir a buscar a aquellas dos rubias.

Al llegar a la puerta del apartamento, llamé al timbre. Rápidamente Julia me abrió la puerta. Mis ojos se clavaron en ella. Ya estaba arreglada. Era impresionante lo que había cambiado tras maquillarse. Su larga melena rubia adornaba aún más su bello cuerpo.

-Pasa. Ana está arreglándose. ¡Anaaaaaa….está aquí Gustavo!. Aquél grito me alarmó.

-Igual he venido muy pronto, dije a la vez que me miraba el reloj.

-No. ¡Ésta, que es una pesada!. ¿Quieres tomar algo?. Tenemos el minibar casi agotado, ja, ja, ja.

Es evidente que algo se había tomado. Julia estaba más desinhibida que aquella mediodía. No estaba ebria, pero puede que “chisposa” si.

-No, gracias. No suelo beber. Si acaso una copa en alguna ocasión.

-Me gusta tu camiseta. Me dijo.

-La compré en Francia. Es la única que tenía limpia.

-Ven, pasa. Nos sentaremos hasta que ésta termine.

Unos pasos más adelante, dos silloncitos acogieron nuestros cuerpos. Sin darnos tiempo a iniciar una conversación, la puerta del baño se abrió y la figura de Ana llenó el pequeño salón.

-¡Hola, Gus!. Me visto y nos vámos.

Es evidente que se tenía que vestir. Ana había salido del baño completamente desnuda. Me quedé estupefacto. No daba crédito a la visión. Julia lo vio en mi cara. Cuando Ana se perdió dentro de la habitación, dejó la puerta abierta. Julia se acercó a mi oído y me susurró…

-Es una exhibicionista. ¿Has visto lo morena que está?, la playa nudista a la que va. Se la comen con los ojos.

Me quedé en silencio. ¿Qué podía decir?. Si la imágen fue sumamente agradable, la revelación de Julia no fue menos interesante.

En apenas cinco minutos su cuerpo salió de la habitación. La camiseta que cubría aquellos pechos que yo había visualizado, y un pantalón ajustado, hacían de su cuerpo un objeto lujurioso. Me sonrió y me preguntó con maldad…

-Gus, ¿Crees que gustaré a los chicos?.

No sabía que decir. Simplemente estaba anonadado ante la belleza de aquellas dos chicas. Al fín, puede articular palabra.

-Estáis preciosas-Dije sinceramente-, pero eso no hace falta que yo os lo diga. Vosotras sois conscientes de ello. Esta noche os saldrán mil planes…

-No necesitamos planes-Contestó Ana-, sólo queremos divertirnos. ¿Nos vámos, pareja?.

Los trescientos metros que separaban el complejo de apartamentos y el bar dónde trabajaba Jordi, lugar de la fiesta, los recorrimos en silencio. Ellas pavoneándose, yo… alucinado.

Al llegar al bar, Jordi me llamó. Un pequeño espacio en la barra había sido convenientemente reservado para nosotros tres.

-Aquí, poneros aquí. Os lo he reservado.

-¿Y cómo sabías tú que íbamos a venir?. Pregunté.

-Ella me lo dijo esta tarde. Dijo mirando a Ana.

-¿Habéis estado aquí ésta tarde?. Pregunté encarándola.

-Si. Dijo ella.

Y como la respuesta fue seca, finalicé mi interrogatorio. En realidad ¿Quién era yo para preguntar a dos hermosas jóvenes dónde habían ido?.

-¿Qué os pongo?-Preguntó Jordi-, el “francés” anda por aquí. Ha venido a joderme. Luego, cuando vea que no va a venir mucha gente, se largará y me comeré el marrón yo solito, pues el chico de San Juliá, ha llamado y dice que no puede venir. ¡Ójala y vengan mil personas!. Así se joderá y tendrá que currar. Pero no, vendrán los que hay.

Efectivamente, eran casi las 12 de la noche y en aquél bar habría cerca de 30 personas en total.

Raquel acudió a mi mente. De pronto me vi en aquél bar, a medianoche, con dos jóvenes de las que deseaba su compañía. Pero algo en mi interior me decía que aquello que estaba haciendo no estaba bien.

Jordi nos sirvió tres copas. Ana y Julia tomaron sendos gin-tonic y yo un ron y cola. Después de dar un par de tragos a su gin-tonic, Ana se lanzó a bailar. Tanto Julia como yo nos negamos a acompañarla. La música estaba demasiado alta. Aquél ambiente me aturdía. A los pocos minutos, Julia acompañó a su amiga.

Entre idas y venidas a la barra, la noche fue pasando con lentitud para mí. Ellas gozaban con el baile y empezaban a desinhibirse debido a los dos gin-tonic que ya habían tomado. Observé que algún chaval quería ligar con ellas. Bailaban un rato y después iban al lugar que yo ocupaba en la barra para refrescar su garganta.

En una de esas idas y venidas, Ana buscó algo más. Mientras bebía, pegó su cuerpo al mío y acercó su boca a la mía.

-¿No vas a venir a bailar con nosotras?. Me preguntó melosamente.

-No. Ya os he dicho que no me gusta bailar.

-¡Ah, claro, lo tuyo es escalar!-Exclamó a la vez que sentí su mano en mi entrepierna aferrando mi paquete-, ¿No escalarías mi monte de Venus?.

No estaba borracha. No estaba fumada. Estaba mostrándose tal como era. Me quedé sorprendido por su acción, y si bien pensé que se trataba de una broma, pronto disipé mi convicción.

-¿Acaso no te gusto?. Me preguntó rozando con sus labios los míos.

-¡Claro que me gustas!. ¿Por qué no ibas a gustarme?

-Pero no te gusto tanto como para que te acuestes conmigo, ¿verdad?.

Ana sabía lo que deseaba, y esa es una cualidad que admiro de la gente. Ana era una chica segura pese a su juventud. Me había dicho bien claro que se quería acostar conmigo, y si bien no lo interpreté con el rigor que era preciso, me descubrí queriendo que sucediera. Raquel, mi compañera sentimental, había volado de mi mente. Y voló aún más lejos cuando Ana posó sus labios sobre los míos y su lengua buscó la mía. El beso cesó y quise más, pero ella se alejó sonriendo a encontrarse con su amiga para seguir con ese baile que ya me mareaba.

Al poco rato fue Julia quien se acercó al lugar que yo ocupaba. Trató de tomarme de la mano para lanzarme al abismo del baile con ellas, pero me resistí como pude con ostensibles gestos de negación con la cabeza. Tan pronto se fue, volvió Ana. Otro trago. Otro beso. Pero en esa ocasión tomó mi mano y la introdujo bajo su camiseta.

-Mira, escalador. Toca estas montañas.

Si. Mi mano se arrebató con aquellos pechos. Mi pene respondió al estímulo. El beso era prolongado. Las lenguas se buscaban con ansia. Mi mano ya era experta y acariciaba sus pezones, su vientre…su piel.

-Quiero follar contigo, Gus.

-Y yo también. Me oí decir mientras nuestros alientos se enfrentaban.

-¡Joder, cómo estoy!...

Que estaba, se notaba. Que yo la deseaba, se veía. Que Julia nos descubrió, se apreció.

-¡Bah, parecéis dos jovencitos en un portal!-Dijo a la vez que se situaba a nuestro lado-, si queréis follar iros al apartamento.

-¿Celosa, Julia?. Preguntó Ana.

-¿Quién, yoooo?. Para nada.

Ana hizo algo que me rompió los esquemas. Aquello me satisfizo plenamente y, aunque me dejó descolocado, me excitó mucho. Los labios de Ana se juntaron con los de Julia y el beso fue espectacular. Oí algún silbido de aprobación procedente de algunos jóvenes que estaban en la barra. Luego, las dos se rieron.

-Vámonos. Dijo muy resueltamente Ana.

-¿Dónde?. Pregunté como un niñato.

-A nuestros apartamentos. El ambiente se ha cargado mucho.

Sacó dinero para pagar las copas de todos. No se lo permití. Quería invitar yo. Ante mi insistencia, Ana dejó que yo pagase, pero compró tres camisetas del local, una para cada uno. Jordi las metió en una bolsa y ella pagó 30 euros por las tres.

Ya en la calle, de camino a nuestro albergue, Ana me echó un brazo por la cintura y su mano descansó en el bolsillo trasero de mi pantalón. Julia caminaba a nuestro lado. Miraba al frente y se cardaba el pelo con sus manos. El silencio de los tres nos sentaba bien. Demasiado bullicio en aquél bar. Me sentía a la expectativa. No sabía lo que iba a ocurrir. No sabía si los deseos de Ana de follar conmigo se habían disipado. Julia podía haberlos cortado. ¿Y si ellas se conformaban con sus besos?. Pero no, esa, al igual que la canción que ellas canturreaban, era mi gran noche.

-Gus. Dijo Ana parando sus pies.

-Dime.

-¿Alguna vez has estado con dos chicas?

Si, era eso. No admitía dudas. La pregunta era directa. Miré a Julia que caminaba unos metros delante de nosotros sin percatarse que nos habíamos parado.

-No. Contesté.

-¿Te gusta Julia?.

-Si, si…-Dije sorprendido-, ¡Cómo no me va a gustar!. Es muy guapa.

-Necesita acostarse con un tío. ¿Te acostarías con ella?.

-¿No eras tú la que quería acostarse conmigo?. ¿Me vas a ceder a tu amiga?.

-No. Pero si quieres acostarte conmigo, tendrás que hacerlo con las dos.

Inaudito. Acostarme con las dos. Reanudamos la marcha, pues Julia se volvió y nos reclamó.

-¿Dónde está la trampa, Ana?. Pregunté.

Ana volvió a detenerse. Tomó mi mano y la guió hasta su cintura mientras ahuecaba el pantalón. Mi mano franqueó la barrera del nylon. La humedad me desbordó.

-¿Qué me dices?. Preguntó.

La besé con pasión. Julia se giró de nuevo y nos volvió a sorprender.

-¡Estáis calentitos, eh!.

-Espera Julia-Dijo Ana a la vez que reanudábamos la marcha hasta llegar dónde se encontraba su amiga-, Gus dormirá con nosotras esta noche. ¿Algo que objetar?.

-No. Se os nota muy calentitos. Supongo que tendréis que acabar.

-¿Y si acabáramos los tres?. Invitó Ana.

-¿Los tres?. Preguntó Julia.

-¿No te apetece, Julia?. Insistió Ana.

-¿Tú que dices, Gus?. Me preguntó Julia.

¿Qué iba a decir?, ¿Qué podía decir yo si ese bello lugar del que estaba enamorado me había puesto a dos jóvenes rubias al alcance para ser por primera vez infiel a mi pareja?. ¿Acaso me iba a vetar a semejantes caramelos?. ¿Raquel iba a merodear por mi mente mientras me follaba a esas rubias?. Había que probarlo.

-Soy poca cosa para los dos, pero se puede intentar. Dije sin reconocerme.

-Nosotras te ayudaremos. Dijo Ana a la vez que su brazo agarraba mi cintura nuevamente y me besaba en los labios.

La entrada a los apartamentos no fue como la salida. Una rubia a cada lado. Mis brazos abiertos abrazando las cinturas de ambas. Caminando en silencio. Sin cantos delatores.

-En el nuestro. Dijo Ana al llegar frente a mi apartamento.

Reanudamos nuestros pasos y la puerta del apartamento 10 se abrió. Al cerrarla tuve la sensación de que cuando saliera de allí ya no sería el mísmo.

No hubo prólogos, ni copas, ni conversaciones, ni…sólo deseo desenfrenado. Las camisetas de las dos rubias volaron hacia lo sillones. Sus pechos balanceándose impactaron en mis pupilas de una manera agresiva. Ana se acercó a Julia y el beso las unió. Yo me quedé mirándolas mientras disfrutaba de esa escena. Verlas unidas por sus bocas, sus pechos enfrentados, sus carnes morenas…y yo, de pies, mirando lejos, muy lejos de Raquel.

Ana desabrochó el pantalón de Julia y ella mísma tiró de el hacia abajo. Aquella prenda rosa ajustada a su cintura me alborotó. Seguían unidas por sus lenguas, como si fueran un solo cuerpo. Estaba claro que el calentón que sentían era abrasador. Yo pensaba en Ana, quería tocar su cuerpo, pero habría de ser paciente. Era su turno, y yo tendría mi oportunidad, pues de lo contrario, no me hubieran invitado a su apartamento.

Como si Ana me leyera el pensamiento, se separó de su amiga y me encaró. El beso se estrelló en mis labios brevemente. Ella misma me sacó la camiseta y sus labios bajaron a succionar y besar mis pequeños pezones mientras sus manos ágiles me libraban de la opresión del pantalón. Tras ella, Julia se afanaba en bajar los pantalones de su amiga. Conseguido el propósito, mientras Julia bajaba la braguita de Ana, ésta a su vez tiraba hacia abajo de mi calzoncillo. Mi pene, duro como una piedra, dio un respingo al sentir la libertad. La mano de Ana lo aferró para acariciarlo mientras me besaba en los labios.

Sentí una mano que acariciaba mis glúteos. Julia se afanaba en inspeccionar con detalle mi piel. Mis dedos, solícitos dónde los haya, se perdieron de inmediato buscando sus orificios, su humedad. Mientras Ana me besaba, Julia mordisqueaba mi cuello, mis lóbulos, mi nuca. Mi dedo más largo resbalaba por los bordes de aquella hendidura suave.

-Vayamos a la cama. Dijo Ana.

Sólo hube de sacar mis pantalones y mi calzoncillo para poder ponerme en marcha. Al llegar a la habitación, Julia abrió la puerta de la pequeña terraza. El silencio y el claro de la luna me embriagaron definitivamente. Mi cuerpo fue empujado sobre la cama y ambas gatas se situaron cada una a un costado de mí. Cerré mis ojos cuando sentí aquellos dos pequeños órganos lamiendo mi pene. Sus manos acariciaban mis piernas, mi vientre, mi pecho. Con mis manos acariciaba sus espaldas. Sentía placer, sentía vértigo. Presentía una eyaculación furiosa y se lo hice saber.

Cesaron en el castigo que me estaban infligiendo. Las ví besarse, acariciarse, abrazarse. Arrodilladas una frente a la otra, sus manos bailaban en el sexo de la otra. Me uní a ellas. Arrodillado yo también, las abracé.

Mis manos alcanzaron sus sexos, mi boca luchaba de un pezón a otro, de un cuerpo al otro. Julia se dejó caer a mi espalda y Ana se agachó frente a mí. Otra vez su boca colmó mi hinchazón. Sentí la humedad de la lengua de Julia en mi periné, sentí su saliva en mi ano. Creí desvanecer.

-Quiero que me folles.

Ana pedía por su boca y yo, lejos de mi Raquel, compañera fiel, no iba a negar nada. Me dejé caer sobre la cama para que Ana se subiera a horcajadas. Tomó mi miembro con su mano derecha y lo aproximó hasta el infierno. Su melena rubia impidió que el claro de la luna me mostrara su rostro, pero el silencio de la noche me trajo sus suspiros y sus ayes de placer. Los movimientos se hicieron cada vez más violentos, parecía tener prisa por correrse, por caer derrotada. La explosión nos sorprendió a los dos, al unísono. Ella se venció sobre mi pecho con mi miembro en su interior y pude sentir las contracciones de su vagina. Mis manos acariciaban su espalda con ternura, su pelo, sus glúteos. Su mejilla reposaba en mi pecho cuando Julia me besó en los labios. El beso era desgarrador, impaciente. Supe qué hacía. Se masturbaba y se corría. Y quería correrse besándome mientras su amiga aún estaba unida a mí. A los pocos segundos se derrumbó en la cama, a nuestro lado.

El claro de la luna nos arropó en la noche. Los trovadores cesamos en nuestros cantos y nos quedamos dormidos.

Con los primeros rayos del sol me follé a Julia. Ana aún dormía y yo me había levantado a orinar. Debí despertarla. La erección matutina no la sorprendió cuando me pilló en el baño. Ligeramente vencido hacia delante, trataba de orinar dentro de la taza. Su mano se puso sobre la mía y entre ambos orientamos el pene. La micción comenzó fuerte. Una vez cesada, Julia me lo pidió.

-Fóllame, Gustavo. Dame lo que….

No la dejé terminar su frase. La empujé violentamente contra los azulejos del baño y la besé. Ella abrió sus piernas y mi vigoroso pene penetró en ese cuerpo hambriento desde hacía unos meses. Unas embestidas con furia fueron suficientes para que Julia se corriera. Mi eyaculación se retardaba y opté por girarla. Cara a la pared la volví a penetrar. En esa postura no tardé mucho en eyacular dentro de ella.

Aún, recuperando el aliento, nos sorprendió Ana. Desnuda y con cara de sueño nos dio los buenos días. Y añadió una pregunta estúpida, pues nuestros cuerpos aún estaban unidos.

-¿Qué hacéis?. ¿Habéis follado?.

No fue necesaria la respuesta. Ana se sentó sobre la taza del inodoro y orinó. Sus bostezos nos llevaron a la cama de nuevo, donde después de dormir hasta las 12 del mediodía, mantuvimos una extraordinaria sesión de sexo, en la cual ambas me obsequiaron con algo que jamás he olvidado, verlas hacer el amor para mí.

Sobre las tres de la tarde me marché a mi apartamento. Tenía hambre y quería comer en la cafetería. Ellas no me acompañaron. Con un “hasta luego, preciosas”, salí de su apartamento y no las volví a ver.

Sentado en el mismo autocar, con el mísmo viejo a mi lado, con el mismo conductor, con la mísma música de Raphael, esperé a ver si sus asientos eran ocupados por ellas. El autocar arrancó rumbo a Lérida, pero faltaban dos rubias. Cuando pregunté al conductor antes de iniciar la marcha, éste me respondió con un lacónico “se quedan”.

Adormilado sobre la ventanilla y pensando en mi amada Raquel, pensando en la infidelidad que había cometido, la canción sonó de nuevo para traer a mi memoria las imágenes de aquella noche. Pero no había coro, no había rubias canturreando como el día de antes. Las recordé cantando, tan risueñas, tan felices. Y mi voz sonó con gravedad… “Hoy para mí es un día especial, hoy saldré por la noche, podré vivir lo que el mundo nos da cuando el sol ya se esconde, podré cantar una dulce canción a la luz de la luna, y acariciar y besar a mi amor como no lo hice nunca… ¿Qué pasará, qué misterio habrá?, puede ser mi gran noche, y al despertar ya mi vida sabrá algo que no conoce…”

El viejo que me acompañaba, el que supuse que iba a morir en Andorra, me miró y me llamó la atención. Rescatado por algún convenio extraño con la muerte, ante mi respuesta optó por escabullirse en el lugar que debieron ocupar Ana y Julia. Mi respuesta, posiblemente, le haría pensar que estaba enajenado.

-Disculpe si le molesta mi canto, pero ¿sabe usted?, me siento un trovador de la noche.

Coronelwinston



Trovadores de la noche
Categoría: Trios

Coronel Winston nos cuenta en el Ejercicio como un inocente viaje a Andorra puede acabar, siendo tres, en la mejor de las noches.

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