domingo, 18 de marzo de 2012

Canción de despedida

Magela Gracia presenta así su segundo relato: "Si ahora levanto los ojos y te miro de frente es porque una vez mi coño te anheló y no te encontró para saciarse. Poco importa como me dices hoy adios, lo que me duele es que simplemente lo dices."

Se apagan las luces en el fondo y se enciende mi foco. Suelo pulcramente pulido, incluso resbaladizo, sostiene mi cuerpo a punto de derrumbarse. Estrellitas doradas haciendo figuras irregulares corretean por mis pies y suben por el vestido de terciopelo negro, que se desparrama ocultando los tacones que nunca debí ponerme para esta actuación. Me tiemblan los tobillos…

Empieza la música y mi alma cae al suelo, destrozada. No quiero cantar. No es solo que no quiera… tengo pánico de hacerlo. Seguro que tengo la voz rasgada y si abro la boca llorarán mis ojos. La cámara número uno enciende su piloto rojo y me enfoca directamente. No se escucha ya sino la melodía hiriente que me regalaste… Y los latidos desbocados de mi corazón, hecho pedazos.

Tus palabras lo dejan claro… Tú última canción es tajante. No puedes quererme…

Nunca imaginé que me vería cantando mi propio rechazo. No puedo sino lamentar el día que dije que grabaría cualquier cosa que tú escribieses. Mi compositor maldito, ese que me enamoró con las letras que me enviaba y me hacía modular las rimas de amor que imaginaba mías, sin pensar en el engaño en el que me estaba enterrando.

Mi primer éxito, tuyo. Mi primera noche de pasión, sonando una canción más que sensual, escrita por ti, en boca de otra mujer. Lo hice por despecho, entonces. Me dejé seducir y clavar una polla al descubrir que una de tus letras maravillosas había ido a parar a las manos de otra cantante, y que ella ahora te dedicaba su voz como yo antes te había dedicado la mía. Pero diferente. Yo, una niña a la que engatusar; ella, una diosa a la que encumbrar con tu canción maestra. Nunca te pedí exclusividad, porque imaginaba que no me la concederías. Pero esa canción era tan bella…tan horriblemente excitante. Me dejé follar para vengarme… y lo peor es que tú nunca te enteraste.

Nunca contestaste a cualquiera de las cartas que te escribí. Cientos. Vergüenza la mía, que debí sentir al enviarlas, y que nunca apareció. Vergüenza la mía, que debí envolverme en un manto y ocultar la cara al saber que nunca te conocería, que nunca vería tu rostro, que nunca escucharía tu voz. Enamorarse de un ideal es absurdo, pero me pasó. Y ahora me duele la garganta un instante antes de cantar la canción con la que me dices adiós.

La canción en la que tú, mi amante, me cuentas que no me quieres, y que vas a caminar por una senda por la que no deseas que yo te siga.

Me dejas sola. Me dejas perdida.

Esa cámara me espera. Las notas resuenan y el micrófono frente a mis labios anhela la voz que hoy me niego a entregar. Mi boca tiembla de miedo e impotencia, no conseguiría modular una triste nota. Un par de segundos más en empezar con la letra y será el peor inicio de lanzamiento de disco de mi historia… Y lo horrible es que entre los únicos a los que puede importarle que yo fracase no te encuentras… ni yo tampoco. Y no puedo sino coger aire y expulsarlo, sin emitir ningún sonido. Sé que mi representante está entre bambalinas, observando mi agonía, como hace unos minutos me vio llorar, en el camerino. Con la luz apagada y la ropa esparcida por la moqueta del suelo me importaba poco tras todo el sufrimiento que me había visto padecer en los últimos años… por tu culpa…

- No puedo hacerlo. Simplemente moriré allá arriba.

Él me miraba desde el sillón, a un lado. Yo me miraba reflejada en el espejo, tras irse la maquilladora, que había preparado mi rostro para el calor de los focos del escenario.

- Sonó muy bien en el estudio, ya lo sabes. Va a ser tu mayor éxito.

- Y mi mayor desdicha. Voy a echarme a llorar si la canto en público.

¡Cómo cantar mi vergüenza! No me querías, y así me lo decías en tu canción, la última que de ti recibiría…

Mi mayor éxito… Hasta el momento… no había sido tuyo. Había compuesto yo la canción que me había hecho objeto de deseo de todo bicho adolescente… y alguno ya más mayorcito. No era tuya… pero era para ti. No sé si te lo imaginaste alguna vez, pero tampoco te lo confesé por carta. Total, ya empezaba a imaginarme que la había compuesto solo por completar mi indigna venganza.

La locura de enamorarme de alguien a quien no había visto nunca… al final había acabado mal.

Después de todo, era lo normal. Empezar a cantar con 17 años una primera letra escrita por un intrépido compositor me había dado la fama. Me enamoré perdidamente de esa canción, que significó tanto para mi carrera. Comenzaron a llegarme ofertas de discográficas desde la primera semana en que salí en la radio. La jovencita de voz melodiosa y cara de ángel que daba el aspecto de eterna virgen enamorada del ideal de un caballero andante. Y lo era, era todo eso… y lo disfrutaba.

Yo solo pensaba en volver a dar vida a una canción del letrista que me había cautivado. El hombre sensual que mandaba sus creaciones escritas con su propia letra, a pluma, y rimaba bajo el pentagrama con delicada soltura, me tenía atada a las líneas donde se anclaban las fusas y semifusas. De ese modo, firmé contrato con la que me consiguió sus letras para mis siguientes discos, aunque nunca pude obtener la exclusividad del autor, por más que peleé por ello.

Querías ser libre, y tuve que resignarme a conseguir solo las justas para llenar mis discos. Debí negarme entonces… pero no lo hice.

No pude alejarme.

Tus letras las cantaban otras, y no me quedaba más remedio que escucharlas, y apreciar tu arte. Llorar en silencio cuando me llegabas al alma, que era casi siempre, y buscarte en cada disco que salía a la venta de mis peores competidoras, se convirtieron en mis mejores pasatiempos. Así aprendí a odiarlas a todas… Debiera haber conseguido hacer lo mismo contigo… Estúpida que nunca lo intenté, tampoco.

Me convertí en la cantante más huraña que salía al escenario. Si alguna vez topaba con otra de las que conseguían acapararte en sus gargantas me ponía enferma. Tenía celos. Te imaginaba retozando con ellas, regalando tus atenciones de la forma en la que yo las anhelaba, y no las obtenía. Quería fundirme entre tus brazos como te dibujaba con las que te cantaban, y deseaba perderme en tu boca mientras la mía te recordaba tus versos melodiosos. Esconder mis manos bajo tu ropa y sentir el calor de tu cuerpo al escucharme cantar tus notas. Hacerte estremecer no solo por lo maravilloso de los versos sino porque la cadencia con la que te los devolvía te hacían hervir la sangre. Sentirte desearme, saberte erecto, quererte entregado y anhelante de mis besos.

Me enamoré de ti, mi maldito letrista. Y ahora te lloro…

Maldito el día en que te escribí que te quería.

Te aguardé todos los días desde que por fin no pude negar tu ocupación en mi corazón. Y tras varios meses de esperarte me di cuenta que también te anhelaba mi entrepierna. Me excitaba con tus letras, aunque no fueran eróticas. Pero leer el deseo que se impregnaba en las palabras que enlazabas, y el ritmo que le imprimías que parecía una sonata perfecta para acompañar las caderas unidas en las suaves embestidas empezó a volverme loca. Y creí necesario saciar mi sed de ti, al menos… a solas.

Me masturbaba mientras me escuchaba cantarte, llegaba al orgasmo cuando la música se aceleraba. Imaginaba que eras tú el que con tus manos me arrancabas los gemidos que interrumpían la melodía, tirada en la cama, con la puerta cerrada y la guitarra en el suelo tras tratar de componerte algo que te llegara al alma. Tus dedos eran los que se perdían en mis entrañas calientes y húmedas y me recorrían haciéndome arquear las caderas. Tus labios eran los que apresaban mis pechos y los devoraban con hambre de mil semanas. Tu cuerpo aprisionaba el mío contra la cama y las manos se perdían en las caricias nunca recibidas. Allí abajo, en las nalgas, tus dedos elevaban la pelvis para abrirme a los placeres que solo un miembro erecto, caliente y magnífico como imaginaba el tuyo, podía ofrecerme. Me hiciste el amor tantas veces… Y tantas o más veces me follaste…

Y entonces… aquella letra lo cambió todo. La canción más erótica que nunca había escuchado. Sexo en estado puro, orgasmo arrancado a las puñeteras cuerdas de una guitarra. La solista se desgarraba el alma con cada cambio de sonido, con cada letra rimada con otra, y sus manos recorrían su cuerpo de la forma más sensual que jamás había visto. Sentí más que celos… sentí puro odio, y dolor en el cuerpo. Esa letra era tuya, y no la cantaba yo. No me la habías ofrecido, y me sentí vacía e inútil a tus ojos. No valía para cantarla, seguro que habías pensado eso. La habías entregado a otra discográfica, y me enfadé con el mundo, con la música y conmigo misma por no ser capaz de crear algo que te la pusiera dura al escucharme.

Y, sobre todo, te odié profundamente, tanto como te amaba.

Me entregué a otro con esa melodía sonando en la radio. En una puñetera fiesta de antiguos alumnos del instituto, donde todo el mundo quería que le firmara un disco y yo solo quería que llegara la hora de poder desaparecer sin llamar descortésmente la atención. Mientras me tomaba una tónica, amargada y queriendo amargarme la garganta, se iniciaron los acordes lascivos y se me cayó el alma a los pies. Tu puñetera obra maestra sonaba en la boca de la guarra que habías elegido para cantarla.

Y a la vez, raro en mí, me puse tremendamente cachonda. Te pensé follando con la cantante, la muy zorra… Te imaginé empotrándola contra la pared de forma salvaje, como si fueras una bestia. Embestida tras embestida, llegando hasta el fondo con la ropa aun medio puesta. La escuché gemir contra tu piel, llamarte por tu nombre, y pedirte más. Cabellos revueltos y carmín manchando su rostro enfebrecido. Te escuché llamarla guarra, decirle que era el mejor polvo de tu vida y que te querías correr en su puñetero culo. Uñas marcando como latigazos la piel de tu espalda, de camino hacia las nalgas perfectas. Me mojé las bragas imaginando tu culo presionando contra sus caderas, el sudor en tu piel, el sonido de los dos cuerpos chapoteando por la excitación del momento. Te vi claramente en la casa de ella, con la ropa interior de seda destrozada en el suelo, con las rayas de coca aun sobre la mesa, que seguro que ella se esnifaba para poder seguir el ritmo frenético que llevaba su carrera. Te sentí correr tras darle la vuelta y encularla, con un par de empujones potentes y gemidos agónicos de ambos. Te derramaste en su interior mientras ella gritaba y te insultaba por el daño que le hacías, y a la vez le tirabas del pelo y le tapabas la boca para sofocar su propio orgasmo. Y no refrenaste el ritmo de tus caderas, ya que necesitabas seguir follándotela porque te ponía como un animal su cuerpo voluptuoso.

Y su jodido coño de puta.

Te había sabido a poco.

Me folló el siguiente chico que me pidió un autógrafo. Le dije de salir fuera, que necesitaba aire. No hizo ninguna pregunta, le importaba poco a donde lo llevara, o cuánto tiempo. Le pregunté si tenía coche y me contestó que había traído el de su padre. Supo lo que quería al instante, y me condujo de la mano hasta un enorme todoterreno negro aparcado a unos cuantos metros en la siguiente calle. Me subí corriendo en el asiento delantero, y puse la radio. Continuaba sonando la maldita canción en su última estrofa. La chica se corría mientras gemía estridentemente.

Se corría con su jodida garganta de puta, que imaginé más de una vez cargada de semen.

Me besó con urgencia; no quiso ni siquiera apartar el coche de la vista. Me devoró y mordió más que besarme. Sus manos corrieron a meterse bajo la camiseta, buscando mis pechos. Los dedos me pellizcaron los pezones, y me estremecí bajo el apremiante castigo. Me besó los labios y el cuello, me lamió la clavícula y retiró ropa sin prestar atención a la calle. Y me dejé hacer… como buena zorrita, hasta que la música dejó de sonar… Paré en seco, dándome cuenta de lo que hacía, de la locura tan horrenda que era follar por despecho. Mi ex compañero de clase me miró, completamente cachondo, gimiendo alterado.

- Tengo el disco, si lo quieres…

Mientras lo buscaba en la guantera llevó su mano a mi entrepierna, y supe que no me importaba con quien fuera si sonaba esa canción para acompañarme cuando me la metieran hasta el fondo. La polla, al fin y al cabo, no era lo importante, siempre que el ritmo fuera el que habías impuesto tú al crearla, al imaginar a la que la cantaría, al masturbarte mientras buscabas las rimas perfectas. Tú querías que la gente se corriera con ella, y yo te iba a dedicar la mía entre las manos de un niñato.

Sus dedos jugaron con la tela del pantalón y me sintieron mojada. No podían sospechar que era por ti y no por él por lo que me encontraba en ese estado. Tampoco le importaba mucho, con tal de conseguir el polvo con el que nunca se había visto disfrutando. Apretó mi entrepierna sin demasiada consideración y jadeé ante la presión de la palma. Un escalofrío me recorrió la espalda ascendiendo hasta la nuca. Le gustó saberme dispuesta.

Los altavoces me devolvieron tu morbosa presencia y me apresuré a desconectar de la realidad. Me bajó los pantalones torpemente y a cuatro patas me empotró contra el asiento del coche. Observó las braguitas de encaje y sin miramientos las hizo a un lado, sin importarle si podían molestar en el lance. Escuché la hebilla del cinturón al abrirse y la cremallera de su pantalón al bajar. Sabía que un momento después ya tenía la verga en la mano, unos instantes antes de notar el capullo duro contra la vulva mojada. Y la sentí buscar la abertura, rozarme desde atrás frotándose contra las nalgas. Cogí aire, con miedo. Endurecí mi cuerpo y esperé un interminable segundo.

Gimió mientras me la clavaba hasta el fondo. Agarró mis caderas y me destrozó la virginidad sin darse cuenta de que existía. Se restregó contra mi culo una y otra vez, violentamente, estrellando su pelvis contra las carnes redondeadas que se aprestaba a torturar con las manos. Golpeó sin descanso, con la vigorosidad de un adolescente y su inexperiencia. Mis manos se aferraban al asiento, y la tapicería me rozaba los pezones con la camiseta subida y el sujetador descolocado. Me gustaba el contacto del cuero contra mi cara y el torso desnudo. Y el olor a sexo unido al sudor de la piel del asiento.

Jadeaba, ¡Dios! ¡Cómo jadeaba!

Continuó follándome desde atrás lo que creí interminables minutos, aunque sabía que no lo eran porque la canción no había terminado. Pero se me hizo eterna. Esos jodidos versos siempre se me hacían interminables. Y me vi cantando mientras mi cuerpo se amoldaba a su nuevo estado, y gimiendo con cada envite. Al final me estaba gustando ser follada por mi compañero, por poca cosa que me pareciera.

Era cierto lo que decías en tu canción… aunque por supuesto, con otras palabras… No eras tan vulgar, aunque lo pensaras. Un coño era un coño, daba igual la dueña. Para mí… ahora, una polla era verdad que solo era un trozo de carne al que mantenerse aferrada a la realidad más cruda a la que me había enfrentado. Y me gustaba… Su polla me gustaba, igual que cualquier otra.

Metí la mano entre las piernas con dificultad, ya que el pantalón en las rodillas no me dejaba mucho que separar. Me noté hinchada, caliente y empapada. Y necesité saciar mi ansia de tocarme como otras veces lo había hecho, sabiéndote presente en mis fantasías de niña virgen, y ahora de putilla fácil. Lo hice como me gustaba imaginar que me lo harías, con tus manos y tu lengua, con tu polla tiesa golpeada sobre una piel necesitada de tus atenciones. Me sentí morir al masturbarme con una verga dentro. Me gustó horrores.

Y lo disfruté, gemí y me corrí… y lloré durante todo el tiempo que se enterró en mis entrañas, cada vez que me decía que le gustaba, que lo tenía duro como una piedra por mi coño caliente, que estaba a punto de inundarme, que quería correrse sin el puto preservativo. Cada choque, cada caricia torpe, cada palabra salvaje. Lo disfruté todo, como si me fuera la vida en correrme antes de que terminara la letra… y tú conmigo…

- ¡Joder! Nena, me matas de gusto. ¡Qué buena que estás, cabrona!

- Córrete de una puñetera vez.

Sabía que si terminaban los últimos acordes me sentiría sucia, al menos quería correrme antes.

Y, por supuesto, se corrió al momento. Lo sentí regar mis entrañas con la última embestida. Cerré los ojos y te imaginé siendo tú el que lo hacía, que era tu polla la que se anclaba en el fondo con dolorosa presión. Y me corrí con la idea de que me estabas acompañando y lamiendo la espalda en ese preciso instante.

Recuerdo la cara de satisfacción del estúpido al mirarme, creyendo que lo habían elegido porque estaba interesada en sus huesos. O en su polla.

- No sabía que fueras tan zorra,- comentó, limpiándose la corrida con la parte baja de la camiseta. Estaba más interesado en vigilar si había manchado la tapicería del coche de su padre que en preguntarse si yo tomaba algún anticonceptivo.

- Ni yo que fueras un capullo.

Por suerte nadie nos había visto y no había fotógrafos cerca que dejaran constancia de la bochornosa escena. Pero ya se encargó él de gritar a los cuatro vientos que me había follado como a una perrita en su coche mientras escuchábamos música. Al final no fue sino la excusa perfecta para dejar de aparecer por las fiestas de compromiso. Una polla, al fin y al cabo… era solo una polla. No me importaba lo que dijera la gente, en algún momento tenía que dejar de ser la virginal cantante de baladas en la que me habías convertido… Te dediqué aquel primer polvo, y tú ni te enteraste.

Y por suerte también me vino la regla.

Me corrí acordándome de tus muertos… a los que no conocía y que ni culpa tenían que fueras un puto cerdo.

Yo quería una verdadera letra, una salida de tu bragueta. Quería ahora ser la mujer que te dejara sin aliento al escucharme gemir contra el micrófono, susurrar obscenidades y contorsionarme sobre el escenario. Podías ser el autor… pero no me hacía falta. Ahora solo pretendía que me oyeras tú… que me buscaras. Se había acabado la niña tonta que te enviaba cartas pidiendo conocerte. Aquella chiquilla se había quedado empalada en el asiento delantero de un coche mientras lloraba por no tener tu polla restregándose contra su cuerpo. La mujer que ahora se levantaba de la cama por las mañanas era una diva que solo quería atraer tu atención con la mayor de las indiferencias hacia tus letras. Busqué nuevos autores, canté nuevos estilos, aprendí nuevos bailes. Fui nueva, y hasta pensé en cambiar de nombre.

Y llegó el día en que la gente se masturbaba con mi voz gracias a las canciones que aprendí a componer para ti, en silencio. Sabía que me tenías que escuchar a la fuerza... ningún hombre se me resistía. Ese era el puto plan, que me desearas como todos, que al escucharme se te pusiera dura. Llegué a componer la más sexual de las melodías, la que hacía que los cuerpos anhelaran restregarse en las pistas de baile. Las chicas bajaban sus culos hasta casi rozar el suelo a mi espalda, en la coreografía, mientras mis manos acudían a mi boca buscando manchar los dedos del carmín obsceno que llevaba puesto. Puta… fui puta por ti. Empalmaba a quien quisiera escucharme, que eran muchos. Y te imaginaba con la polla entre los dedos, recorriendo toda su longitud con el ritmo que yo le imprimía a tu mano con el bamboleo de mis caderas. Tú, entre bambalinas, esperando a que terminara mi actuación para asaltarme en el camerino, en aquel primer encuentro en el que serías salvaje y suave, en el que morderías mis labios y besarías mis mejillas, lamerías las lágrimas vertidas y arrancarías más con cada embestida. Me follarías y me harías el amor al mismo tiempo, con cada cambio de ritmo me llevarías al cielo y al infierno, me harías reina y puta, me matarías y me darías la vida. Quería correrme entre tus brazos, quería temblar bajo tu embrujo. Quería tus caderas enterradas entre las mías, sobre el tocador iluminado con decenas de bombillas blancas, y los cosméticos rodando por los suelos enmoquetados.

Te quería mío… sin reservas. Solo mío; ni una cantante más con una letra tuya en sus puñeteros discos…

Y así me lo agradecías… Con esta letra que por fin enviaste, cuando ya no podía gemir más sobre el escenario siendo una triste caricatura de lo que fui cuando tarareaba tus baladas tiernas. Así me lo pagas, así me dejas ahora.

Con esta letra en la que me pones mirando en la dirección contraria a la que tú miras, en la que avanzo alejándome de tu cuerpo, que deseo y me encela. Me haces cantar tu despedida, cuando ya no puedo caer más bajo… Sola, triste y abatida. Así me encuentro en el escenario, tras los focos, mientras la música suena y empieza mi llanto. Y la gente que me mira se asombra de la magnífica puesta en escena de la putilla que desde hacía un año solo gemía un orgasmo tras otro y se tocaba de forma obscena, como si se la estuvieran tirando varios.

Perdí tus besos, tus caricias, tus suspiros contra mi oído. Perdí tu tacto y tu sabor en mi boca, tu lengua recorriendo mis pliegues y lanzándome al abismo más infinito. Perdí el movimiento lento de tu cuerpo contra el mío. Tus dedos descubriendo mis secretos, tus ojos bañándose en mis curvas sedientas de tus atenciones malditas.

Perdí al hombre que nunca me hizo sentir mujer sino cuando me masturbaba infantilmente con una guitarra a un lado. A ese que nunca quiso hundirse entre mis piernas, mojarse en mis humedades cruelmente provocadas por sus carnes prietas. A ese que me regalaba baladas, y que lo único que pedía a cambio era que yo se las cantara. Con otra disfrutaba en la cama, no importaba quien fuera. No era mi coño al que deleitaba, no era mi piel sobre la que se derramaba. Por más que mi boca anhelaba calmar su inmenso vacío con partes de su cuerpo no fui capaz de retener a ese hombre.

No pude atraerte, no pude conservarte.

Y ahora he de secar mis lágrimas, y no sé cómo hacerlo. Porque he de ser la cantante que esperas que sea, esa que se dejaría destrozar la garganta para alcanzar las notas que soñaste, y que deseaste en tus canciones. He de secar las lágrimas que recorren las mejillas y manchan la piel con el rímel, mientras la maquilladora se echa las manos a la cabeza, para poder mirar a la cámara y a tus ojos, tras la pantalla de donde me estés mirando. Porque por más que desee seguirte por la senda que dejan tus pasos, rastrear tu aroma y llevarme tu piel a los labios, he de cerrar los puños sin nada dentro y clavarme las uñas en las palmas de pura rabia. Permitir también que mi cuerpo tiemble ante la soledad que dejará tu ausencia en mis sueños.

Sueños no… rectifico. Pesadillas… sin ti solo habrá pesadillas.

Seco mis lágrimas sin un gemido orgásmico que me acompañe en mi derrota. Nunca me quisiste, nunca me buscaste… Nunca sostuve tu peso sobre mi cuerpo y eso puede que sea peor que perder lo disfrutado. Solo imaginar lo que pudo haber pasado sabe a demasiado poco.

Trago las amarguras de la hiel que me sube hasta la garganta, con las ganas de vomitar lo poco que he almorzado. Las náuseas que por los nervios siento al menos me recuerdan que sigo viva, porque deseaba morir antes de verme vestida de negro infinito como ahora, con la piel cetrina y los ojos rodeados de maquillaje corrido por las lágrimas vertidas. Las uñas mordidas, los dientes sujetando el labio inferior y los tobillos aguantando el tipo sin saber si antes de que se apaguen otra vez los focos hayan cedido ante los temblores y hecho caer mi cuerpo al suelo.

Seco mis lágrimas y aclaro la voz ante los focos.

Levanto la mirada y te miro. Te miro a ti, amante mío, donde quiera que te encuentres, tras la pantalla que te sirve de ventana para verme. Despechada vivo… pero sigo viva. Y voy a mirarte durante todo el tiempo que dure esta tortura, porque si para mí lo es espero que para ti también lo sea verme sufrir de esta manera. Así me has hecho sentir desde que me mandaste la maldita canción directamente a casa, y no a la puñetera discográfica. Tu letra regodeándose en mi nombre artístico, no en el de pila. Tu olor impregnado de la partitura, como si fuera lo único que pensabas dejarme en mi casa tras tu partida. Un rastro con el que no poder seguirte, pero sí recordarte. El olor… el aspecto de una persona que más nos puede evocar su presencia. Allí quedaste, en la entrada de mi casa al abrir el sobre que me entregaba el cartero. Y allí perdurarás… pero no pienso reconocerlo.

Te miro… quiero que sepas que te miro.

Aferra tu verga si esto es lo que te pone, porque pienso darte el espectáculo de tu vida. Si gozas viéndome sufrir… aquí me tienes, dolorida…

Mírame.

Mírame, que si era esto lo que querías… aquí lo tienes.

Empieza, aunque algo tarde, y con la melodía repetida tras el retraso, para poder cantarla desde el primer acorde… tu maldita canción de despedida.

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