viernes, 21 de septiembre de 2012

El Fotógrafo [Vieri32]

No entiendo mucho de móviles, pero cuando el vendedor me dijo que ese Blackberry tenía tantas funciones no me lo pensé demasiado. Impulsivo que es uno. Y sinceramente creo que la impulsividad está en la sangre de mi familia, porque tan delicioso aparato se encontraba en el suelo de la sala con algún pedacito de plástico suelto por ahí. Roto, sí, roto. Y ni un solo día de uso.
¿La razón? Quién iba a ser si no: Abelinda, mi hermana melliza. No tenía el más mínimo interés en ella porque éramos de mundos completamente distintos. Si yo estaba en el cielo, ella… ya saben. De hecho cuando un cura me preguntó cómo creía que se materializaba el diablo en nuestra vida cotidiana, le respondí “en forma de mi hermanita”. Todos se rieron aquella vez… menos yo.
Pero he aprendido a ignorarla y evidentemente ella también aplicó la ley de hielo conmigo. No es que le fuera muy difícil de todos modos pues de toda la vida me ha tratado como un pedazo insignificante de basura.  
Entonces, ¿la razón por la que decidió golpear mi nueva adquisición mientras yo estaba perdiéndome en su menú? El averiguarlo suponía tener que romper mi ley de silencio. Pensé en relajarme y mantener una actitud Zen, pero como dije, la impulsividad corría en mis venas.
— ¿¡Pero qué mierda crees que estás haciendo, perra!?
No cambió su expresión seria. Se acercó peligrosamente a mí, y tomando violentamente del cuello de mi camisa, rompió también aquella implícita ley que habíamos pactado hace años.
—  Todo este tiempo… ¡Todo este tiempo fuiste tú!
— No tengo la más mínima idea de lo que estás diciendo, ¡pero ese aparatito me ha costado lo suyo!  ¡Y me lo vas a pagar!
Hizo un leve gruñido sin apartar sus ojos café de los míos. Tan violenta como me agarró, me soltó.
— Tal vez no seas tú, no tiene el más mínimo sentido que seas tú. O sea, es imposible superar  el nivel de asquerosidad que tienes de todos modos… ¿me… me estás escuchando, Ariel?
— No enciende, no enciende el cabrón…
Mirándola desde el suelo, y con una sonrisa bien puesta le dije:
— 120 dólares.
— Cientov… ¿De dónde has sacado tanto dinero?
— No, no, eso ya no importa. Lo que importa es  de dónde lo vas a sacar tú.
Me dio una fuerte patada y sin darme tregua se abalanzó sobre mí. La muy cabrona sabía algún par de movimientos. Plus, sabía dónde patear. No fue muy difícil quedarse sentada sobre un muy shockeado yo. Con su trasero haciendo presión sobre mi pelvis volvió a tomarme por el cuello de la camisa y, con lágrimas a punto de rebasar sus rabiosos ojos, siguió:
— Ariel, ¡estoy en medio de una crisis aquí, y tú piensas en dinero!
No, si al final yo era el culpable de todo. Pero tenía que ponerlo en perspectiva: sí, he estado distante, pero nada podía quitar el hecho de que esa chica era mi hermana. Mi hermana, por Dios. Y estaba a punto de llorar. Maldita sangre, ¿era algún tipo de sistema biológico lo que me obligaba a interesarme en su situación? Fue poner esos ojos y tenerme ganado.  
—  Bueno, bueno… el dinero puede esperar –Hice un amague para salirme de la situación incómoda en la que estaba, pero ella no se movió un ápice.
— ¿¡Pero por qué crees que voy a contarte a ti mi problema!? — ¿En serio ha dicho eso? Ha tirado mi móvil al suelo y posteriormente a mí. Era evidente que se estaba descargando y no iba a quedarme sin saber la razón.
— ¿Porque me pagarás si te ayudo?
— ¡Ya veo cuáles son tus prioridades! Dinero- dinero-dinero-dinero-dinero.
— Está bien, ¡está bien! ¡Habla y rápido!
La situación se estaba poniendo demasiado incómoda. La perspectiva estaba cambiando, pues Abelinda es una chica muy bella, y si bien somos lo que somos, el hecho de que una chica estuviera sentada así, estaba haciendo que las cosas se revolucionaran mucho en mi entrepierna.
Así que la situación era alarmante. Debía convencerla cuanto antes para que saliese de encima. ¿Y cómo convencerla si de por sí me cuesta entender a las mujeres? De hecho me costaba entender los cambios de ánimo de mi novia. Pero lo he intentado, sí señor, así que decidí aplicar una frase que me ha servido en situaciones mucho peores. Si eres hombre, y estás en las mismas que yo, estaría bien que prestaras mucha atención a mis palabras porque te van a sacar de más de un apuro. La frase en cuestión es:  
— ¿Quieres que te compre algo?
— ¡No quiero nada de ti, mugroso!
— ¿¡Entonces por qué has lanzado mi móvil al suelo, bestia!?
Abelinda gruñó, clavando su mirada en cualquier lugar que no fueran mis ojos. Acomodándose sobre mí, y con sexo despertándose poco a poco, decidió que era hora de tomar acciones.
Se inclinó más y más hacia mi rostro, escrutando ahora sí mi mirada. Mi piel se helaba, ¿es que acaso no han visto pelis de terror? Yo he visto demasiadas. Y juraría que en cualquier momento abriría su boca para hacer salir un alien que me destrozara el rostro.
— Ariel... Quiero que seas mi novio.
Sinceramente no supe en qué perspectiva poner aquello. De hecho, mi miembro se durmió y no tuve que hacer malabares con mi pierna para ocultarlo. Es como si el cabrón me dijera “Vaya… menudo problema tienes, campeón. Nos vemos”.
***

— Te ves muy guapo, cariño —dijo mi hermanita mientras avanzábamos por el Shopping. Íbamos tomados del brazo, porque insistí en no tomarnos de las manos.
— Gracias… tú también estás muy bonita, Abe.
— Mucha gente aquí, ¿no? ¿Es que es día festivo o qué?
— Se llama Black Friday… mega descuentos y eso. Baja de la luna.
— Eso solo hay en los Estados Unidos.
— Pues aquí lo están probando por primera vez. Sinceramente no pensé que tendría tanto éxito, ¡pero cuánta gente!
— ¿Compraste tu móvil aquí?
— Sí…
— O sea que lo compraste a precio reducido y has querido cobrarme el precio total, pedazo de idiota.
— Estás muy bonita, Abe, en serio.
— Vayamos a comprar un cuchillo, cariño.
— ¿En serio crees que en una cita iremos a comprar artículos para cocina?
— ¿Y qué debemos hacer? ¿Qué es lo que haces con esa asquerosa… Sofía?
— Para asquerosa, tú. Vayamos a por un helado.
— A mí no me contentarás con un helado. No soy una chica barata como tu novia.
— O sea, que te hago un favor y además el dineral lo debo gastar yo. ¡Helado o nada!
— ¡No alces la voz, tarugo! ¡Actúa, actúa como debes!
Mientras avanzábamos entre el gentío, decidí recordar cómo es que terminé en aquel infierno. Tuve que volver a mis recuerdos, a aquella tarde en mi casa. Ya no estábamos en la sala, sino en su cuarto. La situación estaba que ardía, mi mente no podía aclararse y cada segundo parecía avanzar como si de una hora se tratase, expectante a la espera de las palabras de Abe. ¿Ser novios? ¿Qué mierda se metió en la cabeza?
 — Pero… Abelinda… somos, somos…
— Deja que inicie el notebook. Y ya cálmate por Dios. No quiero que SEAS mi novio, necesito que FINJAS ser mi novio – Se sentó en su cama con el aparato sobre sus piernas. Hizo un par de golpecitos para invitarme a sentar a su lado.
— ¿Fingir? ¿¡Pero por qué no lo has dicho antes!? —pregunté sentándome.
 
— ¿En serio pensabas que te iba a pedir que estemos juntos? ¿Tan enfermo estás? ¿Con tu propia hermanita, madre santa?
— Serás hija de…
— Ya está encendida. Mira, mira que te lo voy a mostrar —Entró en el navegador web. Pero nada más iniciarse, cerró el notebook y se mordió los labios. Mirándome lastimeramente prosiguió:
— Promete que no se lo contarás a nadie, Ariel.
— ¿Me lo vas a mostrar o qué?
— ¡Promételo!
— Prometido, prometido, vamos.
— Ahora extiende las manos, así.
— ¿Eh? ¿Así?
— ¡Arrestado! —Sacó una esposa y la conectó a mi muñeca izquierda. Era una esposa extraña, pues era felpuda y rosada, y no era corta como la de los policías; tenía una cadena demasiado larga. Aún sin entender qué sucedía, me fijé que el otro extremo de la esposa estaba conectado a la cabecera su cama.
— ¿¡Pero qué haces, Abe!?
— Como te burles de mí, y como te atrevas a no ayudar a tu pobre hermana, voy a gritar muy fuerte. Mamá estará llegando de compras en cualquier momento, ¿y qué dirá cuando te encuentre a ti esposado a mi cama?
— Esto lo tenías bien planeado, hijaputa. Y tú eres la preferida de mamá…
— Ahora mira —dijo abriendo de vuelta su equipo.
— …
— Y bien, Ariel.
— ¿Por qué me muestras una página porno?
— Eres un idiota.
— Lo soy… ¡lo soy! Por dejarme convencer, por dejarme arrastrar hasta aquí… ¡esposado mientras me muestras una página inadecuada para ti!
— No es una página porno, ¡mira bien!
Dejé mi cólera a un lado y comprobé que efectivamente no era una web porno común. Era un blog. Con porno amateur. Más bien… erotismo amateur, si es que existe algo así. Pero no iba a descifrar la categoría exacta del blog frente a ella. Un par de fotos más y pude comprobar de lo que realmente iba el tema.
— ¿Un blog donde cuelgan fotos de ti?
— Dios, es vergonzoso. Mira ésta, estaba atándome el cordón del calzado luego de salir de casa.
— Te agachaste de más, Abe.
— ¡No mires pervertido! —Bajó la tapa del notebook.
— ¿Qué cojones estás diciendo? Claro que lo estoy mirando, me lo has pedido.
— Tienes que ayudarme, Ariel.
— ¿Sabes quién es la persona que te toma las fotos?
— ¿Crees que si lo supiera me rebajaría a pedirte ayuda? Y mira, te mostraré algo más… aquí, ¿ves? Dice “Soy solo un fan que quiere dar a conocer la belleza de esta joven”… y la página es de pago.
— ¿Te has suscripto?
— Pues claro, zopenco. ¡Y soy la número cuarenta y siete en suscribirse!
— Vamos a ver, recapitulando. Un pervertido te sigue y te toma fotos desprevenida. Las cuelga en internet. Tú, en vez de ir a la policía, recurres a mí.
— Sí, no pienso salir en las noticias.
— Y por qué me pides que finja ser tu novio.
— Quiero que me lleves a una cita, y atrapes a ese bastardo.
— ¿Y por qué no pedírselo a un amigo? ¿Y por qué no una cita con varias amigas?
— ¡Me moriré de vergüenza si se lo pido a un amigo! ¡Tendría que mostrarle este blog! A ti no te conoce ni Dios, y dudo que alguien sepa que somos hermanos. Y amigas… no, no, qué vamos a hacer si lo encontramos… ¿matarlo a carterazos?
¿Matarlo? ¿Se le ha ocurrido matarlo? Tragué un poco de saliva al verla tan rabiosa y decidida. Y si bien he pensado en salir corriendo de su habitación, volví a sentir cómo mi propia sangre me reclamaba.
— ¿Y… y cómo sabrá él que tú tendrás una cita?
— Ya lo he publicado en mi facebook. Hoy salgo de compras. ¡Eso puse, mira!
— ¿Por qué tienes tu facebook abierto a cualquier visitante, merluza?
— ¡Es adrede, paleto!
***
— Helado barato. ¡Qué asco!
— Ya veo por qué no has conseguido novio. No paras de quejarte.
— Ya veo por qué tú tienes a una babosa como novia, ¡si es que tienes dinero!  ¿Mamá sabe de dónde lo sacas?
— Bueno, trabajo en atención al cliente en un local de comidas. Y como no tengo que abonar ni luz ni alquiler…
— Dios, comida rápida, qué vergüenza.
— Búrlate lo que quieras, cuando mamá desvió sus ahorros para mi universidad a otros menesteres, decidí buscarme un trabajo y poder pagármelo yo mismo.
Al parecer he dado en el clavo y logré cambiar aunque sea un poco la percepción que ella tenía de mí.  Abelinda dejó de insultarme, apaciguando su tono de voz y apoyando su cabeza sobre mi hombro.”¿Qué vamos a hacer ahora?” me preguntó dulcemente. Si es que realmente parecíamos una pareja.
— Bueno, a ver… supongo
 — ¡Ahhhhh! —gritó Abelinda. Me soltó repentinamente.
— ¿Qué pasa?
— ¡ABERCROMBIE & FITCH! 65% de descuento.
— ¿¡Qué estás diciendo!?
— TENEMOS QUE IR, ARIEL.
— ¿Por qué me suena ese Abercrombie?
Con un brillo en sus ojos y una sonrisa de lado a lado me dijo: — ¡Es mi tienda preferida!
Era la situación perfecta para ubicar al maldito pervertido. Si realmente él nos estaba siguiendo, también vería aquel escenario como ideal para quitar fotografías. Porque esta tienda es relativamente pequeña, y ante la masiva asistencia colocaron un par de toldos frente al local. Allí habían apostados varios vendedores y cubículos para que las personas puedan probarse las ropas. Y realmente no había necesidad de buscar deslices, con el simple hecho de mirar la zona de los cubículos uno ya podía toparse con muy gratas vistas, puesto que los cubículos consisten en tres paredes y una cortina… y algunas mujeres no corrían muy bien las cortinas que digamos. Pero la situación también tenía sus contras, ya que sería muy difícil moverme entre tantas personas.
Cuando se alejó en búsqueda de ropas, empecé a recorrer la vista por el lugar. Buscando sospechosos, yendo y viniendo celosamente alrededor del cubículo donde Abelinda comenzó a probarse. Lo único que vi fue un sesentón aprovechándose de la vista, dudo que fuera él, pero de todos modos no lo tenía que perder de vista. No debía perder de vista a NADIE.
Recordé que mi móvil, moribundo, aún funcionaba. Venía con navegador web, por lo que no tardé en acceder al blog.
“Cargando. Por favor, espere”.
“Accediendo”.
“Fotos en VIVO desde el Shopping Vénnica”
Sentí que me habían hecho un placaje brutal al ver que el blog estaba cargando fotos en vivo y en directo. Abe, mejor dicho, la cintura de Abe se encontraba en la primera foto. Luchando contra una faldita roja que se resistía a subir. Se insinuaba un tanga negro.
Miré el cubículo, pero había tantas personas yendo y viniendo, era muy difícil notar alguna persona tomando fotos. Para colmo algunas imágenes que el blog iba cargando demostraban que la persona estaba en movimiento, pues eran terribles. Pero algunas salían muy bien.  
Tan rápido como vino, terminó. Sólo fueron unas pocas fotos, y en ningún momento pude apreciar alguien sospechoso entre el gentío. ¿Podría tratarse de varias personas acaso? ¿Turnándose para pasar desapercibidos?
Agarré un puf y esperé frente el cubículo de Abelinda. Saqué el móvil y volví a repasar las fotos del blog… sin que ella se enterara, claro. Total, la gente ya se había disipado.
— ¿Qué tal me queda? —preguntó al salir del cubículo. Se estaba probando una minifalda blanca demasiado corta. Es mini, claro.
— ¡Precioso! —exclamó la vendedora.
— ¿Y a ti qué te parece, cariño? —me preguntó dando extrañas vueltas frente al espejo del cubículo, como queriendo mirar cómo le lucía el trasero.
— Bueno, ¿no es muy corto? Ma… tu madre se puede cabrear mucho, ¿no?
Además de corto, y aunque no podía fijarme desde mi punto de vista, era evidente que esa faldita blanca dejaría entrever su tanga de color negro, pero claro que no se lo iba a decir. Ah, y gracias a una de las fotos sabía que esa minifalda que quería comprarse tenía una pequeña rajadura hacia la cadera... ya veía este Black Friday y su mega oferta de ropas dañadas.
— ¿Piensas que me lo voy a poner frente a mamá, subn… cariño?
— No, claro que no.
— Va a ponérselo para ti —dijo la vendedora con una gran sonrisa.
—  ¡Me lo llevo! Y las otras selecciones que hice, también.
—  ¡Perfecto! —exclamó la vendedora.
—  ¡Pues sí, ya nos vamos! —sonreí.
—  ¡Y los paga mi novio!
— ¿Que qué?
— Anda, osito de peluche, ya verás lo que vale la pena cuando lo modele para ti.
— En serio crees que voy a gastar más dinero por ti…  
***
De vuelta a la jungla. De vuelta a ese infierno de gente correteando y agolpándose en los comercios. El calor se estaba haciendo demasiado presente, y el hecho de tropezar constantemente contra todas las personas me estaba enfermando. Pero debía permanecer fuerte, máxime con la amenaza presente que se cernía cerca de mí. Y claro, también debía estar atento al Fotógrafo.
— Bueno, prácticamente estoy seco, pero podemos ir al cine, Abelinda —dije intentando señalar las salas. Intentando, pues es difícil levantar el brazo con tanta bolsa.
— ¿Ah, sí? ¿Y qué vamos a ver?
— Bueno, ahí está la cartelera para hoy… está “Amor de Verano”… y está…”Aniquilación Alienígena”… qué me dices Abe, yo creo que está claro.
— Si vamos a fingir, vamos a hacerlo bien. Amor de Verano.
— No pienso entrar a ver una peli romántica contigo, Abe. ¿Qué voy a hacer cuando empiecen a besarse, Dios?
— Madre mía, eres un suplicio, Ariel, ¡se supone que deberías ayudarme! ¡Si tú no vas a hacer nada al respecto, lo voy a hacer yo!
— Qué me estás contando, Ab…
Me tomó de la mano y me llevó hacia paraje desconocido. Intenté protestar pero algo en mí decía “Déjate, a ver qué planea”. Por primera vez en toda la tarde Abe no soltó palabra alguna, se limitó a llevarme. Eso sí, muy torpemente debido a la muchedumbre.  Pensé en pararla, yo tenía más fuerza lógicamente, pero sentí en ella la misma determinación que aquella vez en su habitación: no solo me estaba llevando, sino que me estaba convenciendo a seguirla.
Llegamos al destino. Era un bar conocido como “Seven Garden”, en donde Abelinda llegó a trabajar por alguna temporada. No lo mencionó, ni tampoco temió ser reconocida por su antiguo jefe… o es lo que concluí pues se sentó en una de las tantas butacas del bar, y giró hacia mí con sus piernas sutilmente abiertas frente a mí.  
— Ariel… voy a darle lo que quiere, y voy a hacerlo salir. Y quiero que mantengas los ojos abiertos.
—  ¿Por qué estás tan colorada?
Su mano aún sostenía de la mía. La estiró hacia ella e hizo que yo impactara contra su cuerpo, quedando mi cintura a merced de sus dos piernas. Se acercó nuevamente a mi rostro hasta el punto de dejarme oler su aliento a fresas. Su mano izquierda abandonó la mía y se colgó de la hebilla de mi cinturón. Su mano derecha fue recorriendo mi cuello, jugando con mi cabello entre sus dedos. ¿Qué cojones estaba pasando?
Se acercó dulcemente a mi oído al tiempo en que mi piel se erizaba, ya no de terror sino de excitación. Abe se sabía bien sus movimientos: gráciles, lentos, eróticos. Ese aliento a rosas empezó a invadirme, y a mí ya no me estaba causando pavor como aquella ocasión en la sala de nuestra casa. ¿El público? Alguno que otro ojeaba, pero la mayoría pasaba como locos en busca de ofertas, en su mundo, en su burbuja. Nosotros en el nuestro. Sus labios se posaron en mi cuello, y lentamente subieron hasta mi lóbulo. ¿¡Estaba soñando!?
Tomó respiración. La oí estando tan cerca de mí.  Con fuerza enredó sus dedos en mi cabello mientras que su otra mano atrajo mi cintura contra  la suya, para posteriormente encadenarme con sus rodillas. Aquello era tan surreal, se sentía tan bien, excitante y glorioso pero a la vez tan terrible, tan condenado… tan tabú; se sentía como si demonios y ángeles estuvieran jugando conmigo.
Abe grácilmente golpeó su naricita contra mi lóbulo. Un movimiento animalesco que parecía decir “Préstame atención a lo que te voy a decir”. Mansamente escuché sus palabras:
— Si le cuentas de esto a alguien juro que iré de noche a tu habitación y te cortaré las pelotas.
— Pero qué coj...
Con brutalidad llevó mi rostro hacia sus tetas y las hizo restregar en un baile endemoniado. Fresas, demonios, ángeles y tabúes. Paró su danzar por unos segundos que me supieron a muerte solo para decirme:
— ¡Observa el público, estará viéndonos! ¡Solo toma las fotos cuando ve que vale la pena! ¡Voy a hacer algo que valga la pena!
— ¿¡Me explicas cómo voy a mirar al público con tus tetas restregándoseme!?
— Actúa como mi novio, por dios, lelo – Levantó mi mentón y clavó un beso tímido. Solo de labios. Fugaz. Ella lo sintió, yo también: estábamos jugando con fuego. Pero en ese eléctrico choque pude sentir esas ganas endemoniadas de Abe. Esas ganas en descubrir de una vez por todas quién era el hijo de puta que la asechaba. ¿O eran simplemente ganas de descubrir lo desconocido? Ganas de descubrir lo tabú.
Me miró por breves instantes. Mi sangré leyó sus ojos; “¿Es así como sabe besarse con el diablo mismo?”. Y juraría que ella escuchó mi respuesta incrustarse en sus venas, en sus labios y en cada poro de su piel: “Así sabe tocar el cielo y el infierno al mismo tiempo”.
Desvió su mirada y reposó su cabeza bajo mi mentón. Ella miraba el público, resguardada bajo mi barbilla, observaba, buscaba, acariciaba. Yo la consolaba, mis dedos buscaban consolarla del pecado que estábamos cometiendo, observando al público con el corazón latiéndome a mil por hora. Observando, condenándome, muriéndome. Fingiendo.
Mis manos ya no eran mías. Fueron buscando sus piernas mientras ella luchaba por equilibrarse en la butaca. Gimió, ronroneó, gozó por unos instantes gracias a mis manos. No, ya no eran mis manos. Un ángel controlaba grácilmente mis dedos, un demonio les indicaba el camino a seguir.  
—  Recoge un poco la falda, Ariel — jadeó —, ¡y sigue observando!
Inmediatamente me abofeteó. No me dio tiempo a asimilar aquella frase “recógeme la falda”; boquita de ángel, voz de diablesa.
—  No me toques ahí… mejor lo hago yo... — concluyó. Suspiró mientras aquellas manos que ya no eran mías se mecían bajo su remerilla. Fue un acto reflejo, fue lo que haría en una situación similar si una chica estuviera en las mismas. Inmediatamente retiré las manos. Abe no era una chica cualquiera.
Despierta. Despierta. Me lo repetí mil y un veces mientras su faldita se replegaba y regalaba a mi vista más y más de lo que no debería ver. Estábamos dando un espectáculo para El Fotógrafo, y lejos de estar pendientes de él, nos dedicamos a explorar ese averno que olía a rosas.
— Ya está, ya está. No puedo más... Y deja de balbucear, idiota —Me golpeó Abelinda mientras se deshacía de mis brazos, de mis piernas y de mi cuerpo. Levantándose por fin de la butaca.
— Dios... Eres la persona más rara que he conocido en mi vida, Abe. Cuando pensé que no podría tener una tarde más terrible vienes tú y te luces… aún así, siento que he salido muy bien parado…  
— Mfff… Al menos alguien ha salido bien parado con todo esto. No me has ayudado en NADA. No he atrapado a ese bastardo, ¿acaso has prestado atención para ver si estaba por aquí?
— Disculpa pero no puedo escucharte muy bien con tanta ropa que te he comprado. ¿Quién no ha salido ganando aquí? Además, sí, he estado observando el lugar y los alrededores, no hay NADIE que levante sospechas, ni un solo hombre. 
— ¿Hombre? Ése es tu problema, Ariel. Te crees que todos los pervertidos son como tú; hombres. ¿No te has detenido a pensar que tal vez sea una mujer?
— Mujer… no lo he pensado la verdad. Solo me he fijado en los hombres… ¿entonces quién pudo haber tomado esas fotos del cubículo?
— Pues claro que puede ser una muj… discúlpame, ¿acabas de decir “fotos del cubículo”?
— Te ha estado quitando fotos mientras te probabas las ropas. Las ha subido en la sección “Live Streaming” de su blog. ¡En frente de nuestras narices!
— ¡En serio eres un bueno para nada!
— ¿Pero por qué gritas? ¿No ves que ya ha tomado las fotos?
— ¡Pero Dios mío, y tú has visto las fotos, eres una auténtica desgracia!
 — ¿Me llamas desgracia por ver unas putas fotos? ¿Te has olvidado de lo que me acabas de obligar a hacer?
— ¡No parecías muy incómodo haciendo lo que hacías, pervertido! El Fotógr…
— No hay ningún fotógrafo, Abe, por dios… no hay un solo hombre que levante sospechas… Si no es hombre, quién mujer pued… ¡La puta vendedora!
— ¿Lo dices en serio? Si era tan amable ella… ¿Crees que se hizo pasar por vendedora para atenderme a mí?
No le hice caso. El montón de bolsas los dejé allí en el suelo y fui corriendo directo hacia la tienda. ¿Gente? De nuevo a montones. Pero ella, la vendedora, podría ser la responsable de mi mala tarde.
Mis ojos se posaron en una mujer que tomaba una soda. De espaldas. Pero la reconocí por esa coleta y ese culito respingón. La muy miserable ha sido la causante de la desgracia de mi hermanita, invadiendo su privacidad e incluso cobrando a los pervertidos que gustaran de verla… por Dios, iba a placar a una mujer.
El público se volteó para ver el espectáculo. Dos cuerpos tumbados en el suelo. Yo encima, con algo de soda sobre mi chaqueta. La pobre mujer no tuvo chances de girar.
— Te atrapé —gruñí.
— ¡Increíble! —gritó una señora.
***

Nos expulsaron del Shopping. Algo de “Perturbar la paz pública”. No escuché muy bien lo que me dijeron eso guardias, estaba más bien pensando en esa pobre mujer a la que plaqué con violencia. Esa vendedora, entre lágrimas y rabia, me había explicado que cuando ellos están trabajando no pueden llevar aparatos de ningún tipo, ni siquiera móviles, por lo que “yo no puedo ser una pervertida que toma fotos a tu hermana de mierda, hijo de puta”.
La vuelta a casa se volvió demasiado tensa con mi hermana queriendo matarme. Pero tras todo lo que he pasado en este día lo último que iba a hacer sería volver a interferir en sus asuntos. Y sinceramente mi plan de “quieres que te compre algo” se ha vuelto en mi contra….
Me di una larga ducha en casa mientras Abe discutía por teléfono con alguna amigo. Intenté convencerme por más de media hora que aquello que vivimos era sólo producto de las circunstancias extremas. Aún en mi habitación traté de olvidar esos momentos vividos, pero mi boca aún se resistía a olvidar ese beso sabor rosas y tabú. ¿Soy culpable, señoría?
De la nada Abe entró en mi habitación. Bueno… más bien pateó la puerta de manera muy violenta.
— ¿¡Ahora qué quieres, madre mía!?
— ¡Silencio, Ariel! ¡Y ven conmigo! —Gritó dirigiéndose a su habitación.
¿Qué vendría ahora? ¿Un regaño? ¿Iba a amenazarme con más ímpetu si hablaba sobre nuestra tarde caliente? Me levanté. La seguí como un condenado. Al llegar a su cuarto se encargó de llavear su puerta.
— Siéntate, siéntate en la cama – ordenó.
— Va, va, va. ¿Está bien?
— ¿Qué tienes en tus manos, asqueroso?
— ¿Mis man…?
— ¡Arrestado!
— Eres realmente increíble, Abe —Era la esposa felpuda de nuevo.
— Es hora de que te confiese algo —dijo volviendo a abrir su notebook—, y como no me escuches hasta que termine de hablar…
— ¿Qué? ¿Vas a gritar? Me has gritado toda la tarde...
— No hay ningún fotógrafo.
— ¿Eh?
— Soy yo. Yo soy la fotógrafa.
— T-tú tú tú tú tú…
— ¡Pero he dicho silencio! —Una cruenta bofetada me volvió a la realidad—. ¡Escúchame, imbécil! Sé lo que le has dicho a mamá durante “aquella” conversación cuando ambos nos graduamos. Sé que ella solo tenía dinero para los estudios universitarios de uno solo, y que decidió que tú serías el elegido porque tus notas sobrepasan a las mías por mucha diferencia.
— ¿Te lo ha contado?
— Me lo ha contado llorando. Y me ha contado que tú le suplicaste de rodillas que el dinero lo invirtiera para MIS estudios universitarios. Así que pensé, ¿quién es ese hombre que ha sacrificado sus estudios para que yo pudiera tener un título universitario? ¿Es acaso ese hermano al que nunca he hablado, el mismo que nunca se ha preocupado por mí?
— Dios, Abelinda…
— Mamá ya había hecho los depósitos a mi favor, incluso me adelantó este notebook… así que decidí por mi cuenta que me buscaría un trabajo para pagarte a ti al menos el primer año de los estudios terciarios, y servir de apoyo al dinero que te ganabas por tu parte. Sí, sí, sí, ríete… Por eso trabajé en “Seven Garden”… pero me di cuenta que sería imposible ahorrar tanto dinero. Así que decidí tomar medidas drásticas… por eso he creado el blog.
— ¿Por… por mí?
— ¡Silencio! —parecía apunto de llorar. ¿Por qué yo también estaba a punto de llorar?—  Situaciones drásticas, medidas drásticas, Ariel. En un solo mes he ganado lo suficiente para pagarte los primeros dos años de tus estudios. ¡Así que toma!
Me lanzó una caja blanca. A la cara. Dolió.
— Invéntate algo para decirle a mamá cómo lo has conseguido… ¿¡y sabes lo doloroso que fue no habérmelo gastado en mis tiendas, cabrón!?
— Tú eras la fotógrafa… ¿y aquellas fotos que te quitaban fuera de casa?
— Disparador automático.
— ¿¡Y… y por qué golpeaste mi móvil al punto de casi destruirlo!?
— Se supone que deberías ahorrar para tus estudios y no en tonterías.
Irónico que lo hay dicho tras haberme obligado a gastar ciento tres dólares en toda la tarde. Pero todo cobraba sentido pues el dinero que me estaba dando lo compensaba de sobras.
— ¿Y las fotos del cubículo quién las…?
— Yo misma.
— Qué complicado habrá sido…
—No, lo complicado fue filmarme en una escena erótica online. Y contigo, además, guarg — me mostró la pantalla de su notebook. Allí estaba yo en un morreo torpe con Abe.
— Qu-qué que qué…  
— Respira, Abe, respira – se dijo a sí misma -. Mira, Ariel, prometí a mis seguidores del blog que iba a despedirme a lo grande, con una filmación en vivo. Claro que para ver la filmación tuvieron que soltar mucha pasta, pero mucho más que lo usual.
—  ¿Fue por eso que me llevaste hasta ese rincón? ¿Para filmarnos? Estás como una puta cabra, ¿me has metido en una puta peli porno?
— ¿¡Qué estás diciendo, Ariel!? Y yo no diría porno, más bien arte erótico…
— ¿Er… erótico? ¿Me vas a explicar cómo nos filmaste?
— Mfff…  Verás, trabajé en “Seven Garden” y sé que el encargado es un pervertido. Como tú. Sé que utiliza la cámara para filmar a las chicas con sus parejas, que se sientan en las butacas frente al local, aprovechando que están algo apartadillas. Así como también sé la contraseña para ver sus grabaciones en vivo desde internet. Solo tuve que enlazar sus vídeos en vivo a mi blog.
¿En serio la que hablaba era mi hermanita Abelinda? ¿Por qué me estaba volviendo a sentir placado? ¿En serio me he dejado atrapar por segunda vez por su estúpido truco de “¡arrestado!”?
— Mira, cualquier asiduo a mi blog sabía algo: Que hoy sería mi última transmisión, y que debía cerrarla a lo grande. Se supone que ahora debo borrar todo el contenido, así que no te preocupes.
— ¿Que no me preocupe, dices? ¿Te has parado a pensar en los contras de tu plan? ¿Las fotos que rondarán por la web por más que cierres el blog?
Aparentemente ella estaba preparada para la tormenta de preguntas que sabía que yo iba a hacerle. Estaba preparada para todas, excepto la última. Se mordió sus labios y cerró el notebook. Tras mirar al suelo por un rato, levantó la mirada.
— Cuando el objetivo es algo noble, ¿acaso importan las consecuencias?  Pero eso no es lo importante Ariel. Verás, yo seguía carcomiéndome en mis adentros: ¿Quién era ese muchacho que se sacrificó por mí? ¿Por qué lo ha hecho? ¿Por qué sentía que debía hacer algo al respecto? ¿Es algún tipo de sistema biológico lo que me estaba hundiendo en la culpabilidad?
— ¿Sistema biológico? ¿Tú también?
— Así que hice al respecto. Creé el blog, era el medio ideal para reunir el dinero. Pero me faltaba lo más importante; quería satisfacer mi curiosidad. Era probable que no quisieras salir ni hablar conmigo por las buenas, así que te he mentido… te he dicho que estaba en apuros, y te forcé a salir conmigo. Porque te quería conocer.
A esta altura de la confesión ella estaba lagrimeando bastante. ¿Yo? Soy un macho. No les voy a confesar que también me tocó el corazón, ni mucho menos diré que mi percepción de la diabólica Abelinda cambió drásticamente. ¿Es posible que fuera un ángel? ¿Es posible que hubiesen cebollas en su habitación y estuvieran causando mis lágrimas?
Volvió a abrir el notebook, e hizo los ajustes finales para cerrar el blog.
— Con esto doy finalizada una etapa absurda de mi vida. Y todo por ti. ¡Qué asco!
— Yo… en serio no sé qué decir, Abe.
— Empiezo a dudar que seas el inteligente de la familia. ¿Un “gracias” quizá? ¿Un “trataré de pasar más tiempo juntos” puede?, ¿un “utilizaré algo de este dineral para llevarte de compras cuando quieras”?
— Gracias Abe… Gracias…
— Bueno, éste es un momento adecuado para abrazarte, y veo que tú también estás predispuesto, pero realmente no creo que sea conveniente con la tarde que te has gastado.
— ¿La tarde que me he gastado YO? ¿Debo recordar quién fue quien me llevó hasta ese lugar para filmar una puta porno?
— ¡Puto pesado! Me voy a la ducha —dijo levantándose y dejando el notebook en la cama. “Borrando contenido. Por favor espere”.
— Claro, claro… podrías quitarme las esposas.
— Claro que podría quitarte las esposas. Pero… verás, prefiero que estés aquí para cuando vuelva.  
— ¿Eh? ¿Estás bromeando conmigo, Abe?
— ¡Dios, realmente eres un tío lento!
Borrado completo.

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