jueves, 11 de octubre de 2012

Maldita Crisis [EROTIKA]




Rosa cogió el telefono:
-       ¿Diga?
La masculina y segura voz de Cristian le ordenó:
-       ¡Desnudate!
-       ¿Cómo sabes que voy vestida? – preguntó ella.
-       ¡Desnudate! – repitió él – Aquí el que manda soy yo, obedece y punto, desnúdate y esperame desnuda, estaré ahí en cinco minutos.
Cristian colgó el telefono y ella también lo hizo, para acto seguido obedecer la orden que Cristian le había dado y desnudarse.
En cuanto estuvo totalmente desnuda sonó el timbre. Se acercó a la puerta y abrió, era él.
-       Toma, ponte esto – le ordenó Cristian dándole una bolsa.
Rosa cogió la bolsa, entró hasta el comedor y sacó una caja de la bolsa, al abrirla vió un body negro de cuero. Se lo puso. Le quedaba perfecto, Cristian la conocía muy bien, pero dejaba al descubierto su sexo y su pechos.
-       Perfecto – dijo Cristian acercandose a ella – Ven – dijo cogiendola de la mano y llevándola hasta la balconera que daba al patio.
Cristian abrió las cortinas y miró enfrente.
-       Perfecto, el cabrón de tu marido ya está preparado. Vamos a darle el espectaculo.
Rosa ya empezaba a estar excitada, pero aunque se moría de ganas por abrazar y sobar a Cristian se dejó hacer. Era él el que decidía, el que tenía que ordenarle, y hacerlo como Alberto, su marido, les había explicado. Cristian la colocó con las manos apoyadas en la balconera, el cuerpo ligeramente separado de esta y las piernas abiertas. Acto seguido empezó con el guión, se arrodilló tras ella, y empezó a acariciarle el culo, primero suavemente,  y luego, pegándole pequeñas palmadas a la vez que le decía:
-       Eres una niña mala que se deja follar por cualquiera. Necesitas un castigo.
-       ¡Ah, si! – gimió empezando a excitarse Rosa.
¡Zas! Una sonora palmada cayó sobre la tierna piel de su culito.
-       Y además dejas que te folle delante de tu marido.
¡Zas! Otra palmada a la que le siguió un placentero:
-       ¡Ay, si!
Rosa empezaba a excitarse, no podía creer que aquello estuviera sucediendo, que ella estuviera allí en la balconera de su casa con su amigo Cristian, mientras su marido los observaba desde el edificio de enfrente. Cristian dejó de palmear su culo y llevó sus dedos hasta el sexo de ella, lo acarició, lo sobó a su antojo, haciendo que Rosa se excitara, introdujo uno en aquella húmeda vagina y luego otro, sintiendo como Rosa se estremecía, luego le introdujo otro dedo en el culo. Rosa no había apartado las manos de la cristalera, se retorcía apoyada en esta, sintiendo como el placer la llenaba, como los dedos de Cristian se retorcían dentro de su sexo y su culo, mientras Alberto estaría observándoles.
-       ¡Fóllame, cabrón! – Suplicó la excitada mujer.
-       Sabes que no puedo hacerlo hasta que tu marido me lo diga.
-       ¡Que cabrones sois los dos!
-       No, el cabrón es él y lo sabes.
Cristian introdujo otro dedo más en aquel estrecho culo.
-       Dime que te ha pedido que me hagas – preguntó Rosa, excitada.
-       Lo sabrás a su debido tiempo.
Tras aquella respuesta esquiva, Cristian le puso el collar de esclava que Alberto le había hecho hacer y luego cogiéndola de él, la hizo poner en cuatro sobre el suelo separándose lo más mínimo de la balconera y dando la espalda al edificio que tenian enfrente. Eso excitó a Rosa, que sabia que ahora su marido tendría un visión perfecta de su culito y su sexo húmedo de deseo.
-       Bien putita – Cristian volvió a introducir sus dedos en el ano de la excitada muchacha.
Rosa gimió, se estremeció y sintió como su amante movía los dedos cada vez más rápidamente. Su sexo palpitaba, su cuerpo sudaba y se convulsionaba, estaba cada vez más cerca del orgasmo, pero Alberto sabia cuando debía detenerse y lo hizo. Dejó de castigarla con aquella dulce caricia.  Y entonces sonó el móvil de Cristian; era la señal, solo dos tonos, como siempre.
Rosa se excitó al saber que ya se acercaba el momento álgido. Cristian, abrió aquellas dos preciosas nalgas, se bajó la cremallera del pantalón, luego hizo que Rosa se pusiera de lado, en paralelo a la balconera, para que así Alberto viera toda la acción. Se puso el condón como mandaban los cánones y Alberto, por supuesto, pues el dueño de Rosa, y quien mandaba en aquella extraña relación de tres, era Alberto; todo debía hacerse como él mandaba. De nuevo abrió las nalgas femeninas, acercó su erecto pene y muy despacio la penetró. Rosa gimió, se estremeció al recibirle, y dejó caer su cabeza sobre el suelo. Estaba dispuesta a todo, pero sobretodo dispuesta a disfrutar de aquel placer que sólo Cristian sabia darle. Enseguida Cristian empezó a arremeter contra aquel tierno culito que tanto le excitaba. Rosa gemía, empujaba hacia su amante, mientras Alberto desde el edificio de enfrente y con unos prismáticos observaba toda la escena. Enseguida la pareja empezó la acción salvaje, ambos empezaron a moverse al unísono, el uno contra el otro, sintiéndose. La erecta y gorda polla de Cristian no dejaba de martillear dentro de aquel ano estrecho y excitado. Rosa gemía, y sentía como el orgasmo empezaba a hacer acto de presencia.
-       Sí, sí, si – gimió la mujer.
-       ¡Ah, sí, zorra, córrete! – Gimió el hombre sabiendo que se acercaba el momento cumbre.
-       ¡Siiiiiii! – Gimió ella.
Enseguida sintió Cristián como aquel estrecho culo se contraía sobre su verga dura, señal de que su amante estaba alcanzando el orgasmo y fue en ese momento, cuando también él empezó a sentir el orgasmo que le hizo explotar en un maravilloso éxtasis llenando el preservativo con su blanca leche. Sacó el sexo del tierno culito de Rosa, está se derrumbó sobre el suelo, y él se quedó sentado a su lado.
Pasaron algunos minutos, en los que ninguno de los dos se movió del lugar donde estaba, hasta que la puerta se abrió, y apareció Alberto, sentado en su silla de ruedas.
-       Ha sido espectacular, chicos – dijo a la pareja que aún no había terminado de reponer fuerzas tras aquel momento de placer.
Rosa se levantó deprisa, mientras Alberto cerraba la puerta dándole un empujón con la rueda de la silla.
-       ¿Te ha gustado cielo? – Preguntó la muchacha sentándose sobre las piernas inmóviles de su marido.
-       Sí, cariño, si tuviera sensibilidad en mi polla, te aseguro que se me hubiese puesto tan dura, que ahora mismo te follaría como a una puta – dijo Alberto, a lo que ambos se rieron y luego se besaron apasionadamente.
Acto seguido, Alberto se acercó a Cristian y tendiéndole la mano le dijo:
-       Gracias amigo – y le tendió el cheque mensual  que le correspondía por aquellos servicios prestados a tan hermosa mujer.
-       De nada, pero ya sabes que lo hago solo por el dinero, necesito pagar el piso y con el paro no llego – se justificó Cristian por enésima vez.
Ninguno de los tres dijo nada, pero todos sabían que no era solo esa la razón por la que Cristian había accedido a participar en aquel extraño juego de tres. Aunque obviamente y con la dichosa crisis económica que había, tanto Alberto como Rosa, sabían que realmente a Cristian le iba de perlas aquel dinero que recibía mensualmente por follar con Rosa una vez a la semana.
-       Bueno, tengo que irme.
-       Sí, nos vemos – dijo Alberto – cuídate, amigo.
-       Os llamo – dijo Cristian, terminando de arreglarse la ropa.
Rosa, seguía  semidesnuda, sentada sobre el regazo de su marido. Alberto acercó sus labios a la mejilla de ella y la besó y seguidamente le dio un apretón de manos a Alberto.
Se encaminó a la puerta, y cuando la cerró tras de sí, se maldijo a si mismo una vez más por haber aceptado aquella locura. Era cierto que el dinero le iba bien para pagar la hipoteca, porque desde que había perdido el trabajo hacia un año, con lo que le daban de paro no llegaba a final de mes, pero no era aquella la única razón. ¡Maldita crisis y malditos sentimientos! Porque en realidad, lo hacía para poder estar cerca de Rosa, poseerla; hacerla suya era lo mejor de cada semana, aunque en el fondo sabia que ella lo hacía solo para contentar a Alberto, el cual hacía un par de años se había quedado paralítico de cuello para abajo, con lo que estaba impedido para darle placer a su mujer.
Cristian cada vez que salía de aquella casa recordaba perfectamente y escena por escena el momento en que Alberto le había pedido aquel favor, justo unos meses después de que él perdiera el trabajo.
-       Sé que te hace falta ese dinero y yo puedo dártelo, pero tendrás que hacerme un enorme favor a cambio.
-       Dime, ¿cuál es?
-       Follarte a Rosa una vez por semana.
-       ¿Qué? ¿Me estás pidiendo que me folle a tu mujer una vez por semana a cambio de mil quinientos euros al mes?
-       Sí, ya sabes que yo no puedo darle ese placer, pero la quiero y no quiero perderla, lo he hablado con ella, y está es la mejor solución para que ella pueda estar sexualmente satisfecha. No me digas que no, por favor, amigo; Rosa y yo hemos pasado por momentos muy delicados por culpa de mi impedimento para darle placer sexual y al final ella ha accedido a que sea otro el que la folle, pero sólo lo hará si ese otro eres tú.
Cristian se quedó pensativo y petrificado tras aquella confesión de Alberto, su mejor amigo, su amigo de toda la vida. Pero amaba a Rosa, casi desde el mismo momento en que la había conocido, siempre había deseado que fuera suya, pero ella se enamoró de Alberto y ahora.... ahora podría ser suya una vez a la semana a cambio de 1.500 asqueroso euros. ¡Maldita Crisis!

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