–Raquel
¿tu has besado a alguien alguna vez? –me preguntó Lara aquel día
mientras leíamos en la cueva de la biblioteca secreta. Lara es mi amiga
desde siempre, es natural si yo soy hija del Reverendo y ella del
Secretario, la mano derecha de mi padre.
–Pues claro, Lara. Muchas veces.
–No, no me refiero a esos besos, sino a los otros.
–¿En la boca y todo eso?
–Si,
esos. Ya sabes que dentro de un año, cuando cumpla los veinte, me
casaré con Manuel Rodriguez. Y me preguntaba cómo son los besos de amor.
–Ya,
pero tu te casarás con él porque así está acordado, como a mi me tocará
hacerlo con el hijo del alcalde de la comunidad. No creo que haya amor
en muchos de los matrimonios de aquí.
–¿Cómo estás tan segura?
–Pues porque las parejas vienen a confesarse con mi padre, el Reverendo, y yo les escucho quejarse unos de otros.
–¿Y qué dice el Reverendo?
–Que
son pruebas que les envía el Señor y tienen que ser fuertes y todo eso
que oímos en las reuniones. Pero yo no creo que sea nada de eso cuando
los matrimonios son concertados desde que nacemos.
–En eso estamos de acuerdo pero ¿qué podemos hacer si somos los únicos seres humanos sobre la tierra?
–Eso
no es seguro –dije un poco irritada– sólo sabemos que hubo una
hecatombe nuclear y que según todas las previsiones, la superficie
quedaría del planeta arrasada y estéril para la vida durante muchos
años.
–Ya me sé la historia.
–Entonces
también recordarás que nuestros tatarabuelos construyeron el refugio
con idea de sobrevivir cien años hasta que se pudiera volver a vivir en
la superficie de la Tierra.
–Y que hace cuatro años salimos del refugio y, desde entonces, vivimos en las casas que se construyeron, y...
–Todo
eso lo hemos vivido –la interrumpí, –lo que te digo es que no sé de
nadie que se haya aventurado a salir de los límites de la Nueva
Humanidad para comprobar si hay más supervivientes. Excepto aquellos dos
hombres desviados que fueron expulsados hace años.
–Ya me acuerdo de aquella historia, pero ¿Tu crees que hay otros supervivientes? –preguntó Lara con los ojos muy abiertos.
–Seguro
que si, pero tendríamos que explorar, empezar por esta región, luego
ampliar a lo que antiguamente fue el país, luego más allá.
–¿Raquel, tu quieres explorar?
–Claro que si, sobre todo porque quiero saber que hay otras formas de entender la vida, como lo podemos leer en estos libros.
–Eso suena a que no crees en esta Nueva Humanidad.
–Lara,
eres ingenua –contesté dispuesta a ganarla para mis pensamientos. –¿tu
crees que es natural que desde que nacemos estamos nosotras
predestinadas a cuidar de nuestros maridos e hijos, no hablar en las
reuniones, aceptar que nos casen con quien quieran y no con quien
nosotras queramos y así un largo etcétera? Todos estos libros nos
muestran que hubo un tiempo en que las cosas eran de otra manera. Yo me
siento asfixiada–. Me puse de pie, y me acerqué a Lara.
–Suenas muy atrevida para ser la hija del Reverendo.
–Me
preguntaste si había besado a alguien –dije acercándome a Lara. –La
respuesta en no, pero ahora voy a hacerlo –, y acto seguido acerqué mis
labios a los suyos.
Estaba desprevenida, pero al cabo de unos segundos, me devolvió el beso. Luego nos separamos.
–Me gusta, Raquel –me dijo. –Me han entrado cosquillas en la barriga. Bésame otra vez.
Si
tuviera que ser sincera, ese arranque súbito fue para demostrar a Lara
que vivíamos en una sociedad extraña, en que los sentimientos no tenían
valor. Lo que ocurrió es que me desbordó la situación y prendimos una
chispa que nos abrasó. Nos estuvimos besando una y otra vez. Al cuarto o
quinto beso me acordé de mis lecturas e intenté lo que pensaba que era
un beso con lengua, abrí mi boca, saqué la lengua y traté de
introducirla en la boca de Lara. Y ella se dejó, colaborando hasta que
los besos de labio a labio se convirtieron en juegos de lenguas que
ambas desconocíamos.
Y
mientras la besaba, descubría nuevas sensaciones y sentimientos
encontrados. Los pezones se me pusieron duros como cuando tenía frío,
pero de una dureza y sensibilidad extrema. Tuve una comezón constante en
la barriga, y noté húmedo mi sexo, como cuando me masturbo. Y creo que
Lara sintió lo mismo, porque cuando dejamos de besarnos, noté sus
pezones también duros. La pena es que se fuera con alguna precipitación.
Seguro que estaba tan desconcertada como yo.
Había
pasado una semana. Una larga semana en la que cada noche recordaba los
besos que nos dimos, y cuanto más recordaba, más me gustaba, y más
quería a Lara. Nuevamente nos citamos en la cueva de la biblioteca
secreta. Apenas la dejé que entrara cuando me lancé sobre ella labios en
ristre para hacer míos los suyos. Cinco minutos de besos.
–¡Ay! Aparta Raquel, que me asfixias.
–Lara, no me digas que no te gusta.
–Mucho, me gusta mucho. Me gustas mucho. Y siento como un vacío en la boca del estómago.
–Yo también lo siento, pero la atracción es demasiado poderosa– dije llevándola de la mano a un sillón que había.
–Tengo miedo, Raquel. Llevo una semana nerviosa.
–¿Por qué? –le pregunté, como si no supiera las razones.
–Por
todo, porque me besaste y me has besado otra vez –dijo con voz queda.
–Porque me gusta, porque estoy desconcertada, porque dices unas cosas
contrarias a todo lo que nos han enseñado.
–Calma, Lara. Todo irá bien –dije sonando convincente.
Nos
sentamos. Nos besamos otra vez. Aproveché los besos para tocarle las
tetas. Llevaba toda la semana pensando en lo que haría en este momento. Y
decidí no improvisar sino ser directa. Metí una mano por debajo de su
jersey hasta hacerme con uno de sus pechos, estaba suave. No quería que
huyera por ser demasiado brusca, así que le hice un completo masaje
circular al pecho, su pezón duro me indicó su estado emocional, así que
pase al otro pecho. Sin dejar de besarla.
Cuando
juzgué que ya llevaba suficiente tiempo con sus senos, paré las
caricias para dejarla tranquila y sosegarme yo también. Dejamos de
besarnos.
–¿Te ha gustado?
–Si, nunca me habían tocado las tetas como tú lo has hecho.
–Claro, es que el sexo es tabú para esta Nueva Humanidad –dije con sorna.
–Otra vez con tus cosas –replicó un poco alterara.
–No
son mías, es la realidad. Parece que nuestra misión como mujeres es
parir como conejas. Pero el sexo es algo más que eso –ya estaba
desatada.
–¡Ay, Raquel! No se si creerte o no, me asustas.
–Lara, ¿tu te masturbas? –fui directa.
–¿Qué es eso?
–¿Que si te tocas ahí?
–No, ¿tendría que hacerlo?
–Pero
que tonta eres a veces. ¿Nunca has tenido la curiosidad de tocarte el
coño, de meterte un dedo o de darte un masaje en el botoncito?
–Bueno, alguna vez, hace mucho tiempo
–Entonces no sabes lo que te has perdido.
–¿Qué es? –detecté curiosidad en la pregunta.
–Déjame que te lo muestre.
Estábamos
sentadas. Levanté la falda hasta dejar sus muslos al aire, me chupé el
dedo corazón de la mano derecha, con la izquierda ahuequé sus bragas
para poder acariciar la raja de Lara hasta abrir los labios del coño y
descubrir al pequeño que se oculta en ellos. De la misma forma como me
masturbo, es decir con masajes de la yema del dedo sobre el clítoris,
estuve trabajándola. Con gran placer vi que sus pezones se ponían duros y
tiesos, y de su boca entreabierta salían suspiros de placer. De vez en
cuando mojaba mi dedo en las humedades de su sexo, para mantenerlo
mojado y así continuar las caricias de la yema.
Los
gemidos se hicieron más prolongados y profundos. De pronto todo su
cuerpo se tensó y, con un gran suspiro alcanzó el clímax. Se corrió, y
yo seguía insistiendo para mantener el placer. Ella intentaba alejar mi
mano, pero no la dejaba. Cuando consideré que ya tenía suficiente,
retiré mi mano de su sexo, me chupé el dedo, mojado con sus flujos y la
miré fijamente.
–Eso es un orgasmo, y te garantizo que eres de las pocas que en esta comunidad lo ha tenido.
–¿Tan segura estás?
–Segura, y además tengo conocimiento de ello por las mujeres que vienen a consultar al Reverendo.
–Entonces ¿tu también lo has tenido?
–Claro, desde hace tiempo, yo sola me los provoco, eso es masturbarse –dije con voz pícara. –¡Mira!
Y
diciendo eso me levanté, abrí el botón de la falda y la dejé caer al
suelo, luego me quité las bragas, no contenta con ello, me quité la
blusa y el sujetador, para quedarme desnuda completamente. Me senté de
cara a Lara, para que me viera bien. Separé las piernas. Con la mano
izquierda me tocaba las tetas, con la derecha el coño. Una y otra vez
deslizaba mi dedo por el clítoris, y a veces por la raja, en algún
momento llegué a meterme un par de dedos el en coño. Así estuve hasta
que me corrí.
Lara se levantó y otra vez se fue algo alterada. Tal vez la había asustado, pero tenía la seguridad de que volvería.
Al
día siguiente, fui a buscarla al campo donde trabajaba, y pude
convencerla para que viniera a mi habitación para seguir hablando de mis
creencias, aunque también porque quería disfrutar con ella y amarla
definitivamente.
–Mira –le dije mostrando una mochila, –aquí guardo todo lo necesario para ir a explorar el mundo.
–¿Qué tienes? –preguntó Lara con curiosidad.
–Verás. Esto es un contador Geiger.
–¿Un qué?
–Un
contador, sirve para medir la radiación de cualquier cosa. Como sabes,
una de las consecuencias de la hecatombe sería la contaminación
radiactiva de toda la superficie terrestre. Con este aparato se puede
medir si hay radiación. Aunque ya han pasado más de cien años y la
mayoría de las sustancias radiactivas se han desintegrado, no está de
más.
–Muy previsora.
–Estas
son mapas detallados del antiguo país donde vivimos. Junto con esta
brújula podremos saber donde estamos en todo momento –y le mostré la
brújula y la carpeta de mapas. –¿Sabías que hay un antiguo pueblo a unos
veinte kilómetros al sur?
–¿Y sabes manejarla?
–Claro. Pero fíjate en este aparato, es un receptor de GPS
–¿Y eso qué es? Es la primera vez que lo oigo.
–Es
un aparato que te da la posición exacta en la que estás. Funciona con
baterías y me he agenciado un cargador solar para ellas –le expliqué.
–¿Sabías que antes de la guerra había muchos satélites artificiales
alrededor de la tierra? Pues unos cuantos sirven para saber tu posición.
Lo curioso es que, aunque la superficie quedara arrasada, los satélites
siguen estando ahí y funcionan, lo he comprobado al ir por toda la
comunidad con este aparato.
–¿Y de donde lo sacaste?
–De
las cuevas de mi tatarabuelo, el plan de ellos al construir el refugio y
salvarse era volver a salir en esta época para reconstruir la vida del
hombre sobre la tierra, explorando y fundando colonias para repoblar la
tierra, lo que pasa es que mi abuelo decidió que ese plan era una
insensatez, y mejor era quedarse donde estamos.
–Entonces ya sé entonces de donde te vienen esas ganas exploradoras –dijo sonriendo.
–Hay más. Fíjate en esto, es un radiotransmisor, sirve para comunicarse en la distancia con otras personas.
–¿Lo has usado?
–Si, pero sin suerte, tal vez no tenga alcance suficiente.
–¿Eso no es una pistola?
–Si, también tengo un cuchillo y una navaja. Está bien ir explorando pero ¿y si tienes que defenderte de alguien?
–¿Crees que allá fuera hay otros seres humanos dispuestos a hacer daño a sus semejantes?
–No lo sé, pero más vale ir prevenidas, ¿no crees Lara?
–Pero nosotros somos pacíficos.
–Ya, y un poco tontos, si algún día se presenta alguien con armas aquí, no quiero ni pensar lo que pasaría.
–No me metas miedo, Raquel.
–Miedo no, pero si que voy a hacerte otra cosa.
Me
acerqué a besarla de nuevo. A estas alturas, nos conocíamos la boca
como la palma de nuestra mano. Yo me proponía conocerla a fondo. Así que
la puse de pie mientras nos besábamos. Luego separé mis labios de los
suyos. La miré con ternura y con suavidad le alcé la blusa y se la
quité, al tiempo solté los corchetes del sujetador y se lo quité. Ya
conocía sus pechos de acariciarlos, ahora los veía en todo su esplendor,
blancos, suaves y finos, con cierto tamaño y una aureola acorde, los
pezones erectos. Les dediqué un tiempo de caricias linguales, los besaba
y recorría con la lengua. Me detenía en los pezones describiendo
círculos húmedos a su alrededor. Lara gemía.
Luego
abrí la cremallera de su falda, y la hice caer al suelo, lo mismo que
sus bragas. Ella misma se descalzó. Desnuda como estaba la tumbé en la
cama boca arriba, y dediqué las atenciones de mi lengua a su piloso
sexo. Nunca había hecho esto, pero mi deseo vencía la inexperiencia. Mi
lengua hizo las veces de yema del dedo sobre su clítoris, al tiempo que
introducía un dedo en su agujero. Gimió mucho, cada vez que la rozaba
con mi lengua, obtenía un gemido placentero. Un rato estuvimos así, y si
miraba hacia arriba, veía que unas veces sus manos acariciaban sus
pechos, otras veces me cogía la cabeza para apartármela... o no. Se
corrió. Y yo muy contenta.
Me desnudé y me tendí a su lado.
–Raquel, te quiero –dijo con un beso.
–Y yo a ti también, Lara.
–Déjame
que te de placer a ti –me dijo poniéndose a horcajadas sobre mi. Separé
las piernas para facilitarle la tarea. Y allí, en mi habitación, nos
amamos y juramos amor eterno.
Nos convertimos en amantes que se ocultaban. No podíamos eludir lo que pasaría si nos sorprendían. Y ocurrió.
En
mi habitación estábamos, Lara boca arriba en la cama, desnuda, las
piernas separadas, gimiendo, se estaba corriendo. Y lo hacía porque yo
estaba también desnuda, boca abajo y con mi lengua acariciando su húmedo
botón.
De repente se desató la tempestad. El Reverendo entró para decirme algo y nos descubrió.
–¿Qué
coño estáis haciendo? –tronó su entrenada voz. –¡Raquel! Sepárate
ramera y vístete. ¡Y tú también, Lara! Pecadoras, iréis al infierno. El
Demonio habita en mi propia casa...
Se
fue dando un portazo y gritando obscenidades sobre nosotras. Lara y yo
nos miramos y nos temimos lo peor. Después, como en un caleidoscopio de
imágenes y una veloz secuencia de sentimientos, apenas me acuerdo de que
alguien vino a buscarnos para llevarnos a la gran sala donde se reunía
la comunidad para los ritos religiosos, miedo, pánico ¿me separarán de
Lara?. Luego una especie de juicio, con el Reverendo como juez, el
Secretario, el Alcalde, el Policía. Y la sentencia: expulsión de por
vida de la Nueva Humanidad, afortunadamente de las dos. A la mañana
siguiente debíamos partir para no volver nunca más. Apenas nos
permitieron un poco de comida y agua y algunas cosas personales. Desde
luego no olvidé mi mochila de exploradora.
En
silencio partimos, a pie, de allí. Nos alejamos unos cientos de metros
de la cerca exterior, seguidos por la mirada del Reverendo y otros
hombres de la Comunidad.
–Raquel ¿qué será de nosotras? –preguntó Lara con mucho temor en la voz.
–Pues nada, exploraremos el mundo y viviremos juntas, aunque lo primero será buscar otros supervivientes.
–¿Nos han expulsado, no tenemos nada y tú hablas de buscar otra gente?
–Si
–dije con seguridad, –creen que nos castigan, pero en realidad nos han
hecho un favor. Ahora somos libres de hacer e ir donde queramos. Ahora
podemos ser libres, y te demostraré que no estamos solas en el mundo.
–¿Qué haremos?
–De
momento iremos a donde los mapas indican que había un pueblo,
tendríamos que localizar algún sitio donde resguardarnos por las noches,
luego regresaremos a una cueva que conozco en busca de un medio de
transporte.
–¿Otra cueva secreta?
–No,
es algo más. En sus previsiones, el tatarabuelo escondió en otra mina
abandonada una serie de materiales que creyó que harían falta cuando
saliéramos del refugio para reconstruir un cierto nivel tecnológico y
facilitar la expansión y búsqueda de supervivientes.
–¿Y quien sabe eso además de ti?
–El
Reverendo lo ha sabido siempre, y también las personas más cercanas a
él, pero como no quieren saber nada de esto... –dije mirando al cielo.
–De allí pienso coger un coche.
–¿Un coche? ¿Y eso qué es?
–¡Qué
tonta eres a veces Lara! Es un artilugio mecánico, que creo poder
manejar y que nos permitirá ir a cualquier lado. Pero primero vayamos al
pueblo.
–¿Qué crees que encontraremos?
–Señales
de los tiempos posteriores al holocausto, encontraremos muchas cosas,
algunas malas –comenté con seguridad. –Imagina lo que pudo ser aquél
momento tras la guerra: saber que la temperatura bajaría, que no habría
sol en meses, que la lluvia esparciría la radiactividad y contaminaría
todo, que gran parte de la vida desaparecería o resultaría dañada y
enferma. Seguro que fue un caos, encontraremos destrucción y señales de
lo que fue aquello. Algunas cosas no serán agradables. Pero también
encontraremos los restos de lo que fue la vida del hombre hasta
entonces.
–¿Y si no encontramos nada que nos sirva?
–Pues iremos a otra población, y luego a otra.
–¿Qué buscaremos?
–Pruebas de la existencia de supervivientes.
–¿Por donde?
–Lo
he pensado durante bastante tiempo. Si nosotros somos los herederos de
unos supervivientes, debe haber otros, ¿donde? En sitios favorables,
como el emplazamiento de la Nueva Humanidad: sitios lejanos a objetivos
que se atacaron con bombas, como bases militares, poblaciones grandes,
centros estratégicos, también sitios lejanos a grandes ciudades, donde
el caos y el desorden harían peligrar un refugio.
–Seguro que ya sabes donde.
–Creo
que si, afortunadamente, la orografía de este país y su situación como
aliado menor de unos de los bandos, permite que haya bastantes sitios
así. Por eso necesitaremos transporte.
Llegamos al pueblo.
–¿Cómo se llamaba el pueblo?
–Aldea Nueva del Río, por aquel río que ves allí, tenía unos dos mil habitantes
Ya
estábamos acostumbradas al silencio, desde que saliéramos del refugio,
sólo se oían algunos pájaros, el rumos del viento y los ruidos que
hacíamos nosotros. En aquel pueblo fantasma, el silencio era más
elocuente. Si bien la vida había renacido, tantas cosas se habían
perdido en aquella inútil guerra, que el silencio casi dolía.
Entramos
en la primera casa que hallamos, yo delante, con la pistola en la mano.
Claro que no esperaba a nadie, el silencio es, también, delator. La
casa estaba bastante bien conservada, para tener los años que tenía, los
cristales rotos y las puertas abiertas. Todo el interior estaba
revuelto, pero lleno de polvo, señales de aquellos tiempos. La
registramos entera. Algunos armarios contenían ropa, unos cuadros con
unas fotografías seguían en la pared. Por supuesto no vimos señales de
nadie, ni vivo ni muerto. En el garaje encontramos algo horrible: tres
esqueletos dentro de un vehículo, salimos espantadas.
–¿Has visto eso, Raquel? –me preguntó Lara con el semblante demacrado.
–Un
suicidio, los dueños de la casa se suicidaron entonces –dije igualmente
blanca. –Esperaba hallar cosas así, pero me ha espantado. ¡Imagínate
aquellos momentos! ¡Pensar que no hay futuro o que si vives morirás
lentamente, debió de ser espantoso!.
–¿Y encontraremos más cosas así?
–Seguro
que si, muchos se debieron quitar la vida entonces –añadí, –pero
también otros intentarían seguir viviendo. Es el instinto de la especie.
Pero busquemos un lugar para pasar las noches mientras registramos este
pueblo.
Tres
casas más y encontramos una que no estaba demasiado arruinada. Elegimos
una habitación que conservaba las puertas y las ventanas enteras. La
limpiamos lo mejor que pudimos. Buscamos una cama y ropa para vestirla.
Incluso hallamos unas velas para alumbrarnos.
Las
sombras de la luz de las velas, aquella noche, proyectaron las sombras
de nuestros cuerpos al follar. Era nuestro primer día en libertad,
nuestra noche, libres al fin, sin tener que ocultarnos, solo nosotras
dos y el tiempo. La sombra del cuerpo de Lara mientras, encima del mío,
me besaba y se deslizaba para atrapar mis erectos pezones. Cómo se veía
en la pared que ella seguía deslizando hasta atrapar mi sexo, el
movimiento de la sombra de la cabeza evidenciaba el trabajo sobre mi
clítoris. El movimiento de mi sombra, al cabo del rato, demostraba mi
placer. Todas las sombras se arqueaban con mi cuerpo cuando las
descargas placenteras subían y subían. Luego las sombras fundieron dos
cuerpos, los nuestros, cuando Lara se tumbó a mi lado. Mi sombra levantó
el cuerpo porque, además de lamer un pezón, mi mano jugaba con el coño
de mi amante. Tanto el dedo que le metía para humedecerlo en su coño,
como cuando acariciaba su botón, no producían sombras distinguibles,
porque nuestros cuerpos eran una única sombra.
Al
día siguiente planeamos volver sin que nos vieran al territorio de la
Nueva Humanidad, a la mina de materiales para hacernos con el vehículo.
Hicimos tiempo explorando por la mañana el pueblo. Vimos más señales de
suicidios colectivos, señales de los que decidieron vivir cómo hacían
acopio de todo lo que tenían aquellos que habían tomado la decisión
contraria, y también de cómo acabaron por irse o morir. ¿cuanto pudieron
resistir aquellos que decidieron vivir pese a todo? No lo supimos, pero
vimos alguna casa llena de desechos, de latas, de basura que el tiempo
ya hubo olvidado, aunque no vimos señales de aquellas personas.
Por
la tarde nos acercamos con sigilo a nuestro antiguo hogar. Yo sabía
donde estaba la mina que buscábamos, así que fuimos esquivando a todos
los habitantes hasta llegar al lugar. La entrada estaba cerrada, pero yo
me había hecho con una llave que guardaba en mi mochila, la verdad es
que algún material de la mochila había salido de allí. Nuestros
antepasados habían guardado material que no necesitaran en el refugio
pero si para cuando saliéramos, no sólo algunos vehículos y sus
combustibles y repuestos, sino otros materiales pesados, como por
ejemplo un generador eólico, varios grupos generadores, mucho
combustible, armas y munición...
–¿Sabes manejar esa cosa?
–Esa
cosa es un coche todoterreno– le dije un poco airada, y añadí con
seguridad –y si, lo sé manejar, he estado aquí muchas veces, me he
sentado en el puesto de conductor, he arrancado el coche y dado unos
pasos.
–Raquel, aún me sorprende lo que sabes.
–No
nos iremos en marcha, hace bastante ruido y atraería a alguien. Ven,
ayúdame a cargar estas latas de combustible, no querrás que nos quedemos
paradas en medio de algún lugar.
Cargamos
una docena de latas de combustible. Preveía que tendríamos para un buen
camino y, como no sabía si podía encontrar más allá por el mundo
destruido, prefería llevar todo lo que pudiera. Calculaba que tendríamos
para tres o cuatro mil kilómetros, suficiente para una búsqueda
inicial. Sacamos el vehículo empujándolo hasta la entrada. Desde allí
era cuesta abajo hasta alejarnos lo suficiente para arrancar sin que el
ruido hiciera que nos descubrieran. Cerré la puerta y montamos. Dejé
caer el vehículo por el camino, cuando juzgué que no había peligro
arranqué el motor y nos dirigimos al pueblo abandonado.
A
decir verdad, no sabía bien llevar ese vehículo, todo lo que había
hecho era arrancarlo e ir un poco marcha adelante y marcha atrás,
conducir al aire libre, de noche, era otra cosa. Aún así llegamos al
pueblo, paré delante de nuestra guarida y nos fuimos a dormir.
A
la mañana siguiente cargamos todas nuestras cosas en el coche y nos
fuimos de allí. Íbamos por los restos de las carreteras de antaño. Un
centenar de años sin cuidado las tenían llenas de tierra, levantadas en
parte, puentes derrumbados. Nuestro objetivo era una zona a unos
cuatrocientos kilómetros donde esperaba encontrar supervivientes, si los
había, pues la zona prometía: lejos de objetivos, buen terreno, agua en
forma de ríos, clima favorable, al menos antes de la guerra. Tardamos
tres días. Al cuarto entramos en un pueblo.
Parecía
un pueblo como todos por los que habíamos pasado: fantasma. Señales de
la catástrofe: vehículos oxidados por todos lados, casas semiderruidas,
ni un alma. Paramos en lo que sería la plaza principal.
–Raquel, otro pueblo deshabitado.
–Ya lo veo, y eso que prometía.
–Pues ya ves. Anda vayamos a explorar un poco.
Anduvimos registrando el lugar, viendo lo mismo que en otros lugares. Nada nuevo, hasta que...
–¡Vaya,
Vaya! ¿Qué tenemos aquí? Dos palomitas fuera de alguna jaula –dijo una
voz masculina a nuestra espalda. Nos giramos, yo con una sonrisa, por
fin, otro superviviente, mi teoría era verdad. Sin embargo la sonrisa
despareció cuando contemplé la escopeta que nos apuntaba. –¿Quienes
sois?
–¿Y quien eres tu? –respondí envalentonada.
–Dani el Conseguidor –dijo sin dejar de apuntarnos.
–Raquel –dije señalándome y luego añadí –y Lara. Dinos ¿de donde eres?
–Silencio, aquí las preguntas las hago yo –dijo el tipo moviendo el arma como para mostrar que él mandaba. –¿De donde venís?
–De
un sitio llamado La Nueva Humanidad, en los valles al sur de la
cordillera norte –dije. Noté que Lara me miró como diciéndome ¿por qué
se lo has dicho?.
–No lo conozco, y eso que he recorrido todo el país.
–¿Hay muchos supervivientes?
–Treinta
o cuarenta asentamientos, pero dejémonos de charla, creo que me
divertiré con vosotras, hace tiempo que no... –. De nuevo alzo el arma
como para indicarnos que nos moviéramos. –Id delante de mi, y no hagáis
tonterías.
–¿Qué quieres hacer con nosotras? –preguntó Lara bastante inquieta.
–Ya lo he dicho, divertirme. Entrad en esa casa.
Obedientes
en parte por el arma y en parte porque quería que nos contara más cosas
de los grupos de supervivientes, hicimos lo que nos pedía. Ya en la
casa nos llevó hasta un dormitorio que parecía usado recientemente.
–Ahora
tu, Raquel, deja tu mochila en el suelo, coge esas cuerdas que hay en
el mueble y atale las manos a la espalda a Lara, y luego los tobillos
–ordenó con un ademán elocuente de la escopeta.
No
tuve más remedio que hacer lo que ordenaba. Tomé un trozo de cuerda,
miré a Lara e hice que me diera la espalda, puso las manos por detrás y
como pude até sus muñecas. Luego con otro trozo uní los tobillos de mi
amante. A estas alturas dudaba poco lo que el tipo querría hacer con
nosotras, aunque podía más mi ansia de saber que el miedo a la
violación. Cuando la tuve atada, dejé la mochila en el suelo y me aparté
cuando me lo indicó moviendo el arma. Se acercó a comprobar las
ligaduras y parece que aceptó lo que vio. Hizo que Lara se sentara en el
suelo y luego dedicó toda su atención a mi.
–Antes de divertirte dime ¿qué es un conseguidor? –mi táctica era hacerle hablar, quería información.
–¡Vaya!
Parece que la puta quiere hablar antes de follar –dijo riéndose, parece
que la hacía gracia. Claro que con la escopeta en la mano no debía
tener motivo para dudar que no pudiera lograr sus propósitos. –Satisfaré
tu curiosidad, me dedico a rebuscar entre los restos del mundo cosas
que los grupos de supervivientes pueden querer o necesitar.
–¿Y cuantos supervivientes hay?
–Ya os he dicho que unos treinta o cuarenta grupos dispersos por ahí –dijo, –y cada grupo tendrá unos centenares de personas.
–¿No están en contacto entre ellos?
–Yo y otros como yo somos el contacto –dijo con tono de cansancio. –Basta de charla. ¡Desnúdate!.
El
tipo ya estaba enfadado y ya no iba a esperar más. No me hacía
ilusiones, sabía lo que quería, y él tenía un arma apuntándonos. Me
quité la ropa ¿qué otra cosa podía hacer? Con Lara atada y tirada en el
suelo, poco podía contra un tipo armado y fuerte.
Por
señas me indicó que me tumbara en la cama, boca abajo. No tuve otra
opción. A mi espalda sentí y oí cómo se abría la cremallera de la
bragueta, se quitaba el cinturón y el pantalón, que cayó al suelo con
cierto estrépito.
–Abre las piernas, zorra. Vas a saber lo que es una buena polla.
El
hombre se tumbó encima de mi, sentí algo en la entrada de mi coño, nada
que ver con la lengua o los dedos de Lara... Lara ¡qué estaría
pensando!
Puuummm
¿Un
disparo? ¿el tipo ha disparado? De repente lo noté caer sobre mi ¿qué
es eso caliente que me gotea? ¿Sangre? Al instante se aparta de mi. ¿Se
aparta?
–Raquel, ¿estas bien?
–¡Lara!
¿Que has hecho? –pregunto aún aturdida por lo que acaba de ocurrir.
Miro hacia donde debía estar sentada en el suelo y atada. No lo está.
Está de pie, con la pistola humeante entre las manos.
–Era
él o nosotras. Estoy segura que después de violarte te mataría y luego
iría a por mi. He cortado la cuerda con la navaja –dijo con un aplomo
insospechado.
–¿Te das cuenta que has acabado con uno de los pocos supervivientes?
–¡Bah!
Ya le oíste, hay unos cuantos asentamientos, eso quiere decir que tus
ideas eran acertadas, e individuos como este no son necesarios.
–De acuerdo, me vestiré y buscaremos su vehículo.
Dejamos
al hombre tirado en la cama. Me lavé la sangre que me había salpicado y
me vestí rápidamente. Salimos de la casa. Buscamos por todo el pueblo
hasta dar con el vehículo del Conseguidor. Otro todoterreno, grande, y
lleno de todo tipo de cosas. Tenía un mapa del país donde había anotado
la ubicación de los asentamientos. Nos lo llevamos a nuestro coche, por
fin sabíamos donde buscar.
Titular del Diario de Iberia
TOMA DE POSESIÓN DE LA PRESIDENTA RAQUEL MARTÍN
Hoy
ha tomado posesión de su cargo como presidenta de Iberia Doña Raquel
Martín, que aparece en la fotografía en su casa junto a su mujer y mano
derecha Doña Lara Sánchez, y sus hijos: Silvia, Juan, Inés y Joaquin. La
presidenta, de sesenta años, repite el cargo tras ser reelegida por
quinta vez para un nuevo mandato de cuatro años. Su labor al frente del
gobierno de la Nación, después de la fundación del Estado, se ha visto
reconocida por la población en las elecciones celebradas el pasado
domingo. Su liderazgo, que nació cuando fue capaz de unir a los
cincuenta asentamientos de supervivientes en un proyecto común de país
sobre los restos del estado existente anterior a la guerra nuclear, se
ha visto favorecido por el crecimiento y prosperidad de la población que
ha pasado de los cincuenta asentamientos iniciales y poco más de cinco
mil personas a más de doscientos en la actualidad, con una población de
ciento cincuenta mil habitantes, y la vertebración del territorio con la
limpieza y restauración de algunas carreteras antiguas, modernización
de la producción agrícola, ganadera y pesquera, fundación de industrias
de todo tipo, reparación de fuentes de energía y un sistema de formación
y educación capaz de recuperar parte del antiguo esplendor...
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