martes, 23 de abril de 2013

Hotel California


Esto podría convertirse en el cielo o el infierno.







 “On a dark desert highway
Cool wind in my hair
The warm smell of colitas
Rising up through the air”.

“No esa canción, no de nuevo”. Me hacía recordar esa verdad dolorosa asomándose cada vez que la metanfetamina me abandonaba. 

Observé los agujeros negruzcos dispuestos alrededor de la vena más rebelde de mi brazo. Parecía la puta constelación de la Osa Mayor. Me hacían ver que, por más lejos que escape, siempre tendré fundidos los recuerdos, encadenados ahí en la vena que quería llevarme a su falsa tierra del olvido.

Cuando el vértigo me hacía suyo, cuando reventaba un vaso sanguíneo más, cuando me tumbaba en el asiento con los ojos en blanco y los labios grisáceos para sentir la sangre desperdigándose. Siempre moría por breves segundos esperando encontrar esa tierra prometida con la que podría olvidar. Nunca la encontré. Jamás olvidé. “You can´t never leave”.  

“No esa canción”. Y apagué la radio.

Una y media de la madrugada. Aparqué el coche en un costado de la ruta acompañado solamente por el cielo estrellado y una molesta polvareda propia de la zona. Estaba todo tan a oscuras que me sentí observado, siendo el vehículo uno de los pocos puntos luminosos en todo el lugar.

En el horizonte la ciudad irradiaba como un lejano domo verdoso. Tan lejana y silenciosa. Había pasado gran parte de mi vida allí pero últimamente me sentía alienado. Ya no era parte de ella, no extrañaría sus calles perfumadas con flor de coco ni el cantar de las cigarras en cada esquina.

Encendí un cigarrillo antes de salir. El mechero estaba en las últimas, pero pareció dar un esfuerzo postrero para contentarme. Le sonreí. “Tú también” le dije antes de tirarlo por la ventanilla.

Agarré el hacha que estaba en el asiento del acompañante. Pertenecía a la oficina: “En caso de emergencia rompa el vidrio”. Y vaya sí lo hice, solo dudo que los demás estuvieran de acuerdo con mi concepto de emergencia.

Ya afuera, contemplé el  hermoso Mercedes de último modelo en el que vine. Había perdido un poco el brillo por el polvo de la ruta, pero seguía luciendo como para mil y una fotos con putas desnudas lamiendo cada rincón.

Mis dedos se fundieron con el mango del hacha. Aflojé mi corbata y el cuello de mi camisa con la otra mano, tomando respiración lentamente, contemplando las sinuosas curvas tanto del automóvil como las del humo de mi cigarrillo.

Y atiné a dar un par de enérgicos golpes contra la puerta. Solo yo y el violento crujir del metal. Luego otros golpes en el cristal trasero y un par más para reventar los faroles. Esbocé una sonrisa de maniático, con el pitillo aprisionado entre mis labios y el arma como una extensión más de mi brazo. Es que siempre había querido hacerlo: destrozar algo valioso en mi último día de vida. Y qué mejor manera que con el coche de mi jefe.

Salté hacia el capó, y luego de reventar todo el cristal frontal, di otro brinco hacia el techo. Me deshice del hacha, lanzándolo junto al mechero. Allí en la nada, en los arbustos.

El coche ya estaba lo bastante desfigurado, ya sin curvas sinuosas, ya sin putas. Aunque aún no había terminado la faena.

Pero el brazo empezó a doler y mi mano parecía encallecer, por lo que decidí acostarme en el techo para perder la mirada en ese cielo que cabrilleaba. Por algún castigo del destino el dar tantos golpes terminó por encender de alguna manera la radio… Y la canción volvió a hacerse presente.

¿Pero qué más daba? Todo estaba por acabarse, al menos para mí. Iría en búsqueda de esa tierra prometida, tierra de lo indoloro y olvido. Allá, más lejos de lo que la marihuana y las jeringas pueden.
El cigarrillo sería el verdugo, el encargado de hacer arder todo el combustible que bañaba el asiento trasero. Solo sería cuestión de tirarlo hacia allí. Y arderíamos. Gracias y adiós.

Y mientras buscaba la Osa Mayor en ese cielo perlado, una estrella fugaz irrumpió la noche. Qué conveniente fue, como si alguien me ofreciera un último deseo antes de irme del mundo. ¿Pero acaso valdría la pena lanzar una petición sabiendo que con mi muerte no podría atestiguar y disfrutar de ella?

¿Qué clase de deseo podría pedirte un hombre que se despide de la vida? ¿Recuperar las ganas de vivir? Bah. ¿Pedirte que la canción “Hotel California” deje de sonar? —Otra bocanada y posterior danza sutil del humo.

Tras esfumarse el hálito en el aire, noté que la estrella fugaz paró su marcha, y estática, empezó a brillar más fuerte. Levanté mi brazo y culpé las alucinaciones a mi Osa Mayor. Con una sonrisa observé de nuevo al supuesto astro, extrañamente más grande. Y le lancé una carcajada a ella, a mis vasos rotos y al veneno en mi cuerpo. ¿Se estaba acercando hacia mí?... Sí, y rápidamente. Puta ponzoña que frió mi cerebro. Más grande, más cerca y más violenta. 

En un acto reflejo me cubrí ante lo que pensé iba a ser un inminente choque de aquello contra mí. Un ruido terrible, similar al de un motor de avión aunque a menores decibeles, estuvo a punto de destrozarme el tímpano al mismo tiempo en que una luz cegadora me rodeó.

Poco a poco el sonido fue apaciguándose. Con el corazón latiéndome a mil por hora y un zumbido terrible, abrí levemente los ojos esperando encontrarme ya en el paraíso o en el infierno. Pero no, allí seguía el cielo estrellado y la música dándolo con todo.

Seguía igual… Excepto por una mujer pelirroja con las piernas apoyadas a mis costados. Llevaba una extraña camisilla blanca de tiras y una falda de mismo color. Me observó con ceño serio, con ojos de color sangre. Como la sangre que hervía y escapaba de mi constelación.

“Welcome to the Hotel California
Such a lovely place, such a lovely face”.

— Dime tu nombre –ordenó, presionando su pie contra mi pecho. Amenazante.

— ¿Qui-quién eres? –pregunté tratando que el cigarrillo no resbalara de mis temblantes manos.

— ¡Yo he preguntado primero! –presionó con más fuerza.

— ¡Argh, diosss! ¡Nathaniel, me llamo Nathaniel!

Era una mujer poco amistosa. Demasiado peligrosa, de hecho. Pero lo que más me inquietó fue no saber de dónde había salido. ¿Me siguió desde que salí de la ciudad?, ¿acaso la envió mi jefe? Si la cosa se ponía difícil, podría tirar el cigarrillo y ambos moriríamos en el fuego. Yo no tenía nada que perder.

Fue cuando ella retiró su pie y cruzó sus brazos. Acto seguido arqueó los ojos para decirse a sí misma:

— Pfff…

— ¿Qué pasa?

— Tienes un nombre aburrido, eso pasa.

— ¿Abur…? ¿De dónde eres? ¿Te ha enviado el Señor Saavedra?

Sin siquiera prestar atención a mis palabras decidió bajar al suelo. Me repuse, pero no quise bajar del techo. Desde allí comprobé que esa mujer no era realmente una persona normal y corriente. Restregué las manos por mis ojos, ¿acaso la última tanda de vicio que me inyecté tenía tanta potencia?

— Me llamo Rubí –dijo de espaldas a mí, entre la polvareda que había levantado.

— Dime que estoy muerto.

— ¿Te gusta mi nombre? Pues claro que sí, es muy bonito.

— Tienes… dos… putas… alas.  

— ¿Ah, estas? – Las extendió, como queriendo lucirlas en todo su esplendor. ¿Había venido acaso para llevarme a mi tierra prometida? Las agitó un poco para sacarse de encima el polvo, antes de hablarme de vuelta:

— Oye, ¿eso que está allí a lo lejos? ¿Es tu ciudad?

— Sí. Sí, lo es.

— Pfff…

— ¿Pero qué problema tienes?

— Será mejor que nos apuremos, Nathaniel.

— Que me apure dices. Ve tú, llegarás rápido volando.   

— Mira infeliz, antes del amanecer comenzará una batalla entre ángeles y demonios. Pelearán aquí. Pelearán en el resto del mundo en búsqueda del líder de dichos demonios, quien engendrará un hijo con una humana. A mí me importa realmente poco, pero parece que a los arcángeles…  ¿Qué…. Qué estás haciendo Nathaniel?

— Estoy mirando mi cigarrillo… Creo que lo he confundido con la marihuana antes de salir. Espera que este tiene un tufillo raro.

— No me estás creyendo.

— Me has perdido cuando extendiste esas putas alas.

Rubí negó al aire con su cabeza, lamentándose haberse encontrado con algo como yo. Y con sus manos reposando en la cintura dio unos pasos alrededor del coche.

— Pertenezco al ejército de los seiscientos mil del Arcángel Miguel. Pero ahora que lo pienso, conviene decir “fui parte de lo que ahora es el ejército de quinientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve…”. He desertado. He concluido que no vale la pena.

— ¿Eres un ángel? ¡Ja! ¿Y dónde está tu aureola?

— ¿Aurequé? ¿De qué estás hablando? Ahora dime, ¿qué haces aquí lejos de tu… tribu?

— ¿Tribu? No creo conveniente contar mis penas a una alucinación mía. Te dejo con tus asuntos, que yo me voy —preparé el cigarrillo.

Suspiró y se acercó para agarrar mi mano. Fue un contacto electrizante, como si mi cuerpo reaccionara a ella y me dijera “Es real”. Subió y acarició un poco mis heridas, ¿sabía acaso por qué las tenía? Pareció entenderlo, o pareció sentir lo mismo que yo, porque al mirarla noté que estaba dibujando una sonrisa leve, tímida pero con unos ojos extrañamente socarrones. Me conmovió, de hecho, así que intenté responderle:

— Mira, estoy aquí po…

Y violentamente tiró de mí, haciéndome caer de bruces contra el suelo y tragar tierra. Pateó con puntería el cigarrillo aprisionado entre mis dedos, haciéndolo volar por los aires, rumbo al coche. Ella lo cogió hábilmente, sin inmutarse, sin siquiera observarlo. Siempre clavando sus ojos sangre en los míos.

Traté de reponerme pero volvió a pisarme el pecho.

— ¡Quieto! No soy tonta, sé lo que has querido hacer. Me importan una mierda los humanos. Me importan una mierda los ángeles, demonios y toda esta guerra en ciernes. Puedes suicidarte si quieres pero no lo hagas conmigo presente.

— Por el amor de dios… ¡Argh!, ¿¡qué estás haciendo!?

— ¿Por el amor de quién? Mucho nombrarlo por aquí y yo no lo he visto nunca. Si hay alguien allá afuera dudo que le importemos demasiado. ¿Quieres un consejo? Yo que tú me replantearía quitarme la vida. No encontrarás el olvido que anhelas.

¿Cómo supo que mi motivo era olvidar? Pero aquello me destrozó, ¿no había tierra prometida? Retiró su pie, lanzando el cigarrillo junto al hacha y el encendedor. Aprovechando que yo estaba en un estado de shock, se acostó sobre mí, sujetando mis manos con las suyas y dejando su rostro a escasos centímetros del mío.

— Dime Nathaniel, ¿alguna vez has estado encerrado durante ciento cincuenta años? ¿Sabes acaso cómo se siente alguien al liberarse tras tanto?

— ¿Por qué cojones me preguntas eso?

Llevó una mano a su pubis, y mordiéndose los labios me miró lastimeramente:

— Si ellos supieran lo que yo he sentido, me expulsarían. Pero es muy tarde, salí por mi cuenta. ¿Y sabes qué siente alguien cuando, al segundo de estar libre, le ordenan prepararse para una guerra? Ellos tienen determinación en sus corazones, por eso sonríen cuando surge la batalla. Pero yo no sonrío.

— Voy a pretender que te estoy entendiendo, así que preguntaré… ¿Quiénes son “ellos”?

— Ángeles. Hablo de ángeles. Solo piensan en pelear y cazar cuando llega el momento. ¿Y después qué? ¿Nos encerraremos hasta que aparezca otra amenaza? De mi parte he puesto un basta. Quiero huir, humano, eso es lo que quiero. Me he desnudado ante ti, así que dime, ¿por qué estás aquí agujereado en carne y espíritu? ¿Tú también quieres escaparte?

Ojalá supiera cómo hacerlo. You can’t never leave, angel. Pero seguía buscando, persiguiendo el lugar donde no haya recuerdos. Allí donde no me atormenten las muertes de mi esposa e hija. Allí no habrá más cielos estrellados que rememoren la noche en que murieron.

— Sí, a la tierra del olvido, ahí quiero ir, ángel.

Acercó sus labios a los míos. Torpemente dibujó siluetas con su lengua mientras sentía cómo sus alas nos acariciaban. Con ambas manos tomó de mi atónito rostro y se alejó, dejando finos hilos de saliva colgando entre mi pálida boca y la suya.

“Some dance to remember
some dance to forget”.

— Por favor Nathaniel, aunque sea solo por hoy, déjame acompañarte en tu dolor. Llévame a tus tierras del olvido. 

*—*—*—*—*—*—*—*

Vou apresentar uma garota que capturou na periferia, é ouro puro.

Volví a oírlo. Ese sonido metálico de las cadenas corriéndose y librando la puerta. Lo he estado escuchando los últimos días y en cada una de ellas me he preguntado: “¿Será hoy el día en que por fin termine el mundo?” Si fuera así, ya no sufriría más.

Se oyeron las llaves tintinear. Sus voces. Ese acento que me helaba la piel.  Y oí el sonido del pomo de la puerta abrirse.

De vez en cuando me llamaban “Demônio”. Decían que mis ojos tan oscuros y el pelo largo y negrísimo les recordaba a una imagen del diablo. ¿Por eso me mantenían viva? ¿Para mostrarme como un objeto exótico ante sus amigos y camaradas?

No había palabras de piedad que pudieran servirme. No había lugar donde correr de ellos, encadenada del pie izquierdo hasta una gruesa argolla en el centro de la habitación. En los primeros días me rehusé, peleé como fiera. Los harapos que me quedaban colgando eran muestra de ello. Las rajas rojas cubriendo mi espalda y brazos también. Pero ya no podía luchar contra al cansancio, el dolor y la impotencia.

Lanzaron sus armas a un costado de la habitación. ¿Tenían acaso la sangre de los míos? ¿Tenía sangre de inocentes? Deseé que al menos estuvieran impregnadas de aquellos que nos metieron en tan lamentable situación.

— Ei, você, garota, levantese.

¿Qué sentido tenía responderle? Intenté acurrucarme en una esquina pero rápidamente me agarró del brazo, trayéndome a rastras hacia ellos. Observé de reojo las miradas lascivas de esos soldados. Sus sonrisas demoniacas. Vi a uno apiadarse de mí.

— Eu trouxe alguns amigos, espero que você se divertir.

Uno a uno se desvistieron. El más grande se sacó el cinturón y lo dobló en sus manos. Mi corazón se detuvo al verlo, mi piel sabía de memoria la sensación de esa hebilla hundiéndose en mis carnes, quemándome y haciéndome chillar como posesa. No pude evitarlo. Temblé, dejé escapar algunas lágrimas mientras él caminaba a mi alrededor.

Eu não vou usá-lo se você é bom. Suas cicatrizes são testemunhas: você é uma garota difícil de domar.

Lo chasqueó al aire. Gemí lastimeramente y temblé. Ellos rieron. Aquel piadoso no, aún seguía vestido y no parecía tener muchas ganas de despellejar lo que quedaba de mi humanidad. El grandulón volvió a chasquearlo. Mientras yo temblaba como si hiciera un frio demencial, uno de los hombres se arrodilló detrás de mí, abrazándome, haciéndome sentir su sexo palpitante restregándose por mi espalda.

Me besó el lóbulo.

— Se o mundo acabar hoje vou sair com um sorriso, porque eu vou ter com a mulher mais bonita do mundo.

Y mientras me tumbaba contra el mugriento suelo, podía escuchar el ritmo del atabaque, sonando desde afuera de mi celda. Los otros soldados lo hacían todas las noches, danzaban y cantaban al compás del tambor:
TUM TUM-TUM-TUM TUM TUM-TUM-TUM

— ¿Será hoy el día en que por fin acabe el mundo?

*—*—*—*—*—*—*—*

¿Cómo era posible que, aun sabiendo que solo quedaban pocas horas para una batalla entre ángeles y demonios, yo solo me veía capaz de pensar únicamente en esa mujer alada? Y unos pensamientos poco morales, he de confesar.

Estaba sentado en el mullido asiento de la sala, contemplando la puerta del baño donde Rubí se había encerrado por unos minutos.

Hasta que por fin salió. Desnuda. Tosiendo también, lo ha hecho torpemente desde que decidió probar los cigarrillos.

— Esta mierda me va a matar –dijo volviendo a darle una bocanada más.

Se acercó a la ventana y descorrió la cortina. Reposando ese macizo cuerpo contra el marco y, perdiéndose en el paisaje, me confesó que unos días antes había visitado otra ciudad junto con un grupo de varios de los suyos. Cuando vio el montón de edificios se sintió conmovida. Era la primera vez que los veía.

— Pensé que eran monumentos –rió débilmente—, pero cuando uno de mis compañeros me contó lo que realmente son, me invadió una sensación sobrecogedora. No sabía que podían llegar tan alto. ¿Qué más me estoy perdiendo? Me gustaría disfrutar de esto solo un poco más antes que quede convertido en cenizas.

— ¿Cenizas has dicho, ángel? —pateé una jeringa ya negra para esconderla bajo el sofá.

— Bueno, para que todo quede destruido será necesario que gane el bando adecuado. Pero yo creo que es posible.

— ¿Entonces no sois inmortales? —otra jeringa, una gomita grisácea también.

— Ápsaras murió hace dos noches. ¿Dónde ha ido, te preguntarás? Eso ya no lo sé. Pero sangramos, si eso es lo que quieres saber.

— Y… ¿Sabes dónde está follando el demonio ése?

— ¿Cómo voy a saberlo? Oye, tú… Nathaniel.

Se acercó a mí. Lanzó el cigarrillo al suelo y lo mató con una pisada. Sin frenar su marcha. Sin quitarme esos ojos amenazantes de encima.

— ¿Qué quieres saber?

— ¿Estoy haciendo algo mal? Mucho preguntar y poco actuar. ¿Te resulto poco atractiva? –Se sentó a horcajadas. Animalesca. Ladeando su cabeza.

— No, no estás haciendo nada mal. Es que, con el miedo de saber que todo aquí será cenizas… Así cuesta pensar.

— A ti no te importa mucho el mundo, Nathaniel. Tú lo odias y has querido abandonarlo –reposó su mano en mi mejilla—. ¿Por qué crees que te elegí a ti? Si voy a pecar como ningún ángel pecó, me gustaría hacerlo con alguien como yo.

Era diferente. Ella, la situación, el ambiente. Todo. Pero me aseveraba que también éramos iguales. Más allá de lo surrealista que pudiera parecer, mi libido estaba “in crescendo” a cada tacto. No lo podía evitar y probablemente Rubí ya podía notarlo.

Con mucho miedo llevé mis manos a su cintura. Ella gimió al sentir mis manos frías y se sujetó de mis hombros. Sus alas antes firmes se destensaron al tiempo en que se inclinó para morder mi cuello. Muy fuerte, sádica casi. Y subiendo a besos, golpeó mi lóbulo con su nariz:

— No las escondas, que te he visto pateándolas. Por favor, llévame allí donde mis alas no pueden. Llévame a tu tierra del olvido.  

Se salió de encima solo para arrodillarse ante mí. Y aun así no parecía una sumisa, con esa mirada desafiante que no dejaba de clavarme. Reposó las manos en su regazo y miró fijamente una jeringa limpia en la mesita de luz.

Suspiré.

— Vas a cavar en tus propias carnes, ángel, y solo para encontrar en el fondo tu triste reflejo. No hay el “nada” que busqué, no lo habrá para ti tampoco por más especial que seas —agarré la jeringa.  

—Eso lo decidiré yo cuando llegue —me extendió su brazo—. ¿Es así, no? Porque he visto tus marcas.

—No, más bien… Es así, tráelo más aquí, eso es… Perfecto.  

Su brazo tensado reposó en mi pierna. ¿Qué iba a buscar ella? ¿Debería permitirlo yo? Pero esos ojos eran similares a los míos, esa determinación y ganas de probar la experiencia, experiencia capaz de hacer sentir el paraíso escurriéndose entre los dedos mientras el cuerpo se quema en el infierno. Éramos distintos pero también iguales.

Y coloqué la gomita alrededor de su brazo mientras su mano masajeaba mi bulto.

— ¡Aghm! ­—ahogó ella.

—Qué pasa, ángel, solo estoy dando golpecitos y ya te duele.

—Idiota, puedo arrancarte el corazón antes de que te des cuenta…

Y se enterró en su vena. Dejó el masaje, arqueó sus ojos y abrió la boca torpemente. El pasaje a la tierra prometida entraba. El cielo en sus dedos, el infierno en las tripas. La muerte sonriéndonos esperando algún paso en falso.

Raudo saqué la jeringa de su brazo, y antes de que cayera contra el suelo, la atraje hacia mis rodillas para que pudiera recostarse en ellas.

Pasaron unos minutos silenciosos. Ya estaba viajando, buscando. Acaricié su cabello, por curiosidad palpé sus alas durante otros minutos más hasta que, respirando débilmente, gimió y volvió. Sudada, confusa, temblante.

— Aghm… No los he encontrado, Nathaniel.

— ¿Qué buscabas, Rubí?

—Dioses. Busqué dioses. Pero no están allí tampoco.

Se apartó un momento, enrojecida, con una media sonrisa y el pelo restregado por toda la sudorosa frente. Le aparté un mechón para volver a admirar esos ojos. 

— Aun así me alegra haberlo hecho. No puedo creer que Miguel nos lo prohibió desde el mismo instante en que nos liberaron: relacionarnos y disfrutar aquí. Solo hay encierro para nosotros. Pero he seguido mi instinto, ¿sabes?

Se levantó tambaleándose, extendiendo sus manos hacia mí. Invitándome a pararme también, a acompañarla, a pegarme a su cuerpo.

Me tomó de las manos y las guió, una contra un voluptuoso seno, la otra hacia su boca para besar mis dedos y consolar luego mis heridas. Ella me comprendía. Sí, éramos iguales.

— Vente, humano, aún me queda algo por probar.

Y enredó sus dedos entre los míos, guiándome hasta mi habitación. Nunca dejó de sonreírme. Tal vez ella sí encontró, aunque sea por un momento minúsculo, su felicidad, su olvido. Y solo con eso le bastaba.

Me deshice de mis ropas durante mi torpe caminar, y llegando a la cama, la invité a acostarse sobre mí. Yo estaba a tope, quería hacerla mía y rematar mi última noche. Nuestra última noche. Evité, eso sí, quejarme por sus putas alas rozándome y picándome las piernas y la cintura.

Pero fue cuando amagué entrar en ella cuando me di cuenta que la radio de la cabecera estaba encendida. ¿Acaso alguien me estaba queriendo cargar la situación con esa maldita música de nuevo?

 “And i was thinking to myself
This could be heaven or this could be hell”.

— Me gusta la canción –confesó al tiempo que, con un movimiento de cadera, sus carnes empezaron a recibirme —. Hmmm… Podrá ser toda una maldición ser un ángel, pero me encanta saber todos y cada uno de los idiomas hablados de los humanos. Creo que la primera vez que la escuché fue visitando esa ciudad de los incontables edificios… ¿o fue en ese pueblito hacia los cerros?

Me importaba una mierda, la verdad. Di un envión fuerte, mirándola fijamente. Le dolió un poco, o eso pensé porque arañó mi pecho al son de un grito felino. Rápidamente me devolvió unos ojos amenazantes que parecían decir “No vuelvas a hacerlo”.

— ¡Aghm! —chilló de nuevo. Le había propinado una nalgada sonora que le hizo dar un brinco excitante, quedando un par de plumas revoloteando por la habitación—, ¡Imbécil!, ¿quién te crees que eres?

—Tal vez en tu culo macizo o en el rojo oscuro de tus ojos encuentre mi paraíso, ángel. Salta, salta con más ahínco, que si lo que has dicho es verdad, el mundo se nos acaba enseguida.

Se apretó los labios que poco a poco emblanquecían. Se acercó a mi cuello y me dio el mordisco más doloroso de mi vida. Me quedé pasmado por unos segundos, pero aguanté como un campeón.

— ¿Son acaso esas unas lágrimas de dolor? —rió la muy puta, limpiándolas luego con su lengua—.  Tienes razón, disfrutemos de esta noche sin límites. Pero por favor, como vuelvas a lastimarme juro que te arrancaré los ojos.

*—*—*—*—*—*—*—*

TUM-TUM-TUM TUM-TUM-TUM TUM-TUM-TUM

El sonido rítmico de los tambores acompasó mi vejación. Y lo siguió haciendo todo el resto de la noche.

Me acerqué lo que más pude a la ventana de mi celda. Quise ver una vez más ese cielo estrellado que desde niña me tenía conmovida. Allá afuera estaba mi libertad.

Al otro extremo de la habitación dormían las bestias que me violentaron durante hora y media. Y en la esquina opuesta a ellos estaban tiradas las armas. Eran mi salida. Mi venganza personal también. Aunque estaban tan lejos y la cadena me impedía alcanzarlas.

Pero quise volver a intentarlo. Observé por última vez la constelación de la Osa Mayor. Me armé de valor y a gatas fui avanzando hasta el centro de la celda, hasta esa enorme argolla incrustada en la cadena de mi pie.

Por quincuagésima ocasión volví a removerla, esperando encontrar algún mecanismo mágico que me librara. Pero tuve que dejarlo, máxime si mi objetivo era hacer el menor ruido posible.

Lenta y segura, fui esquivando los durmientes cuerpos hasta que la cadena dio el máximo alcance. Era imposible llegar a las armas, ni siquiera estirando mis brazos. Pensé que tal vez si lanzara mis harapos podría, con suerte, alcanzar el arma más cercana.

Comprobé por última vez que nadie se percatara, que nadie despertara. Me retiré la mugrienta camisilla y la preparé en mis manos.

Al volver mi vista hacia mi objetivo, contemplé atónita las piernas de alguien a escasos centímetros de mí. ¿Estuvo observándome todo este tiempo? Temí la peor de las represalias, cerré los ojos y agaché la cabeza.
Pero el hombre se acuclilló y levantó mi mentón. Era la misma persona que nunca se atrevió a violarme como sus compañeros.

TUM-TUM-TUM TUM-TUM-TUM TUM-TUM-TUM

Essas armas não têm balas. Você… Vos… Tú eres el “Demonio del Yermo” –dijo con esfuerzo.

*—*—*—*—*—*—*—*

Ambos estábamos sentados en unas sillas tipo hamaca instaladas en la azotea del edificio.  Estábamos demasiado cómodos, a decir verdad, esperando al sol, viendo cómo el cielo azul negruzco poco a poco se esfumaba ante una ciudad tranquila, bañada con el cantar de las cigarras y la brisa veraniega.

Resultaba difícil pensar que todo acabaría pronto. Si, estaba confirmado. Traje la radio y escuchamos las primeras noticias al respecto.

Al ser tan temprano, nadie o muy pocas personas se habían enterado de las novedades: Algo avanzaba desde el este haciendo que las comunicaciones quedaran cortadas poco después de ser atacadas. Mucho desconcierto, muchas bromas y muchas teorías.

Pensé en preguntarle a Rubí si sabía algo al respecto, pero inmediatamente dudé que estuviera por la labor de responder. Ya me había dejado claro que solo había venido a vacacionar antes de un probable fin de los tiempos.

— ¿Te gusta el daiquirí, ángel?

— Aham. Mejor que ese vino de hace rato.

— Bien. Mira, cuando caíste del cielo… Antes de aparecerte como una puta cabra ante mí, lanzándome por el suelo y pateándome… Pensé que eras una estrella fugaz, así que pedí un deseo.

— ¿Volver a tener ganas de vivir? Sí, lo he escuchado.

— ¿Pero qué…? ¿Lees la mente?

— Bah, no es tan útil como quisiera. Pero siento curiosidad por saber si al final ha sido concedido tu deseo. ¿Conseguiste un motivo para vivir? Cuéntamelo rápido, que se nos acaba el mundo –dijo tomando los últimos vestigios del daiquirí.

— No, la verdad. 

— Bueno, parece que no habrá final feliz para nosotros —levantó su brazo, admirando la estrellita que nacía en su tímida vena— Entiérramela de nuevo, por favor, que yo estoy en las mismas que tú.

*—*—*—*—*—*—*—*

— Los soldados cuentan historias, las cuentan con cierto miedo.

— ¿Historias? ¿Sobre mí?

Susurrábamos en un rincón. Sin molestar a nadie. Sin despertarlos. Me cedió un abrigo para hacerme sentir algo más cómoda. “Que te sientas más cómoda”… Eso es lo que me dijo. Me reí tan silenciosamente pude.

— Te dicen “Demonio” y “Monstruo” por lo que has hecho. Pero yo, que vivo el día a día de este ejército, sé que en el fondo lo has hecho por amor. Porque lo que les espera a las prisioneras en este lugar no es agradable, y cuando terminemos con este lugar y avancemos, todas aquí morirán.

— Lo que les he hecho.

— Te dicen Demonio porque has matado a tus dos hermanas antes de que fueran capturadas. Pero aquí, y en esta guerra, yo te reconozco como una heroína. Como un ángel.  

— Me importa poco lo que tú me consideres. Llámame como quieras que no quitarás el dolor. ¿Y quién eres tú?

— Solo soy alguien que quiere ayudar –dijo acercando a mis manos una pistola.

— Yo… Mira, hay un centenar de hombres afuera. No va a ser tan sencillo como matar a estos cuatro borrachos ahí tirados.

— Va a ser imposible –dijo con una sonrisa.

— ¿Tienes familia? –pregunté cogiendo el arma.  

— Tengo.

— Entonces desaparece de aquí, si te descubren te tocará algo peor que a mí. Yo voy a causar tantas bajas pueda antes de morir, conozco perfectamente las caras de los hijos de putas que me han tocado.

— ¡Jo! Realmente eres un demonio, garota. Pero dime antes de irte a una muerte segura, ¿cuál es tu verdadero nombre?

Me levanté, apuntando a uno de los que dormían. Primero iba a matarlos y luego podría disparar a la cadena para librarme. Esa noche iban a ver al maldito demonio con el que tanto me han comparado. Miré por última vez al soldado, quien arrodillado aún, esperaba mi respuesta.

TUM-TUM-TUM TUM-TUM-TUM TUM-TUM-TUM

— Me llamo Rubí.

*—*—*—*—*—*—*—*

“¿Para qué sirve la religión si en la hora de las calamidades no presta ningún socorro?…”

“…No es una guerra... No lo ha sido nunca, del mismo modo que nunca hubo una guerra entre los hombres y las hormigas..."

“¿Ángeles… ángeles destruyéndolo todo a su paso? ¿Están reaccionando porque elegimos un Papa argentino?”

— Lo dejo. Estoy harto de pasar el dial, ya no hay ninguna sola emisora que ponga música.

— Lo hacen en vano, Nathaniel —dijo Rubí, recostada sobre mi pecho, débil, mareada y con la mirada perdida en la nada. Para lo único que tenía fuerzas era para sostener el vino.

— ¿Qué hacen en vano?

— Me refiero a esas navecitas que estoy escuchando a nuestro alrededor —se repuso y me señaló una azotea lejana—. Esos soldados que están allí cargando las armas, a ellos también me refiero. Nada va a servir, todo dejará de funcionar.

— ¿Qué estás diciendo, ángel? ¿Cómo van a ha…

La radio que habíamos traído se apagó. ¿Se acabó la batería acaso? Tragué saliva. Rubí cayó sobre mi pecho de nuevo, susurrando un crispante “Te lo dije”.

Y contemplé. Contemplamos.

Las luces de la ciudad se esfumaron como un baile cronometrado, desde el lejano horizonte hasta nuestro edificio. El murmullo leve de la gente en las calles se convirtió en silencio. Como si nos hubiéramos enmudecido al compás de las luces.

Sin nubes de ningún tipo, las estrellas mañaneras y la débil luna desaparecieron del cielo. Se fueron las brisas de verano y el cándido perfume de flor de coco impregnado en el aire, el cántico de las cigarras fue remplazado por el crujir violento de los metales que impactaban en las calles y los gritos desgarradores del gentío, como si estuviéramos en una de esas viejas noches de dictadura.

Por si fuera poco, las primeras luces del sol desaparecieron del horizonte. Nunca vi una noche tan negra.  

— Te contaré un poco sobre el pasado que yo quiero olvidar –dijo Rubí, acomodándose sobre mí, acomodando su culo entre mis piernas como si fuera la más puta en la tierra, contemplando serena la infinita oscuridad que se expandía. Guardó el vino en una hielera a nuestro costado, y prosiguió:

— ¿Sabes por qué me encanta esa canción? Habla sobre un círculo vicioso del que no puedes salir. Puedes intentar huir pero no conseguirás desprenderte nunca de los recuerdos, ni siquiera en otra vida.

—“You can´t never leave”.

Yo aún retengo mi pasado, Nathaniel. Aquel que mueve los hilos se ha encargado de hacérmelo recordar día tras día, pues ha coloreado mis ojos y cabello con el color de la sangre de mis víctimas. Y heme aquí, ciento cincuenta años después, recordándolo todo como si fuera ayer.

Pero una fuerte ventisca le interrumpió. Por un instante el cielo se cubrió de un cabrilleo de infinitas estrellas. Atónito contemplé el espectáculo, pero me di cuenta de que ellas no eran realmente lo que aparentaban. Imposible, no podían ser estrellas, allí no estaba la constelación de la Osa Mayor.

Una a una empezaron a caer. Otra danza sincronizada y un brillo infernal, como si hubiera miles de soles llenando el cielo, nos cegaron unos segundos. Tras eso volvió la oscuridad, ya más leve pero nunca menos amenazante.

Se erizó mi piel, se escuchó y se sintió en el ambiente. Estaban entre nosotros. El viento se hizo más fuerte. Demasiado ruidoso. Demasiado oscuro. Ya el aire no olía a flor de coco. Ya las cigarras murieron. Era obvio, llegaron, desperdigados y escondidos en las negruras.

— Ése es Miguel –dijo enredando sus dedos entre los míos, señalándome con su mirada la azotea donde antes estaban los francotiradores. Apenas podía verlo, pero juraría que había un ángel enterrando una espada en la cabeza de uno de los militares.

— ¿Se supone que ellos son los buenos?  

— ¿Buenos? Ellos velan por los suyos y nada más, así que pobre del que se cruce en el camino.   

— Por… ¿Por qué te está apuntando con su espada?

— Yo qué sé, Nathaniel. ¿Acaso se creen que soy el diablo? —preguntó volviendo a coger la botella, sorbiendo el último vestigio de vino.

— Dime que enseguida vendrá un ejército de demonios para distraerlos.

— No he visto ningún demonio. Es gracioso, pero siempre pensé que serían de aspecto perturbador… ¿ya sabes, no? De piel roja y cuernos.

— ¿Gracioso dices? Vamos a pelear contra una legión de ángeles con piedras.

— ¿Quién dijo que vamos a pelear?

Sin apartar la mirada de los demás ángeles que como fieras le apuntaban, decidió levantarse y extender los brazos en cruz. Les estaba rogando el tiro de gracia. Ella lo había entendido: era un ángel caído, una traidora, un punto oscuro en el historial. Una estrellita en una vena. Pero Miguel empezó a volar a nuestro alrededor. Inspeccionando, buscando enemigos, buscando alguna trampa que no teníamos.

Rubí estaba decidida. En todo el mundo parecía desatarse una cruenta batalla, pero aquí en cambio éramos dos contra casi seiscientos mil. Aquí no habría masacre. Aquí no habría edificios caídos y llamas alzándose hasta las nubes. Solo un cielo sin estrellas y sin dioses.

— Óyeme, Nathaniel. En otra vida fui humana. Maté catorce hombres en una sola noche. Todos ellos abusaron de mí durante tres días en los que me mantuvieron encerrada. Primero asesiné a cuatro dentro de una celda… y luego al resto mientras dormían en las afueras… Tres días antes maté a dos niñas para evitar que fueran violadas hasta el hartazgo antes de ser ejecutadas como si de animales se trataran. Así que dime, ¿tú tienes idea de por qué estoy aquí? Porque yo he pasado ciento cincuenta años sin poder respondérmelo.

Di un largo suspiro y miré mi Osa Mayor. ¿Qué iba a saber yo?

Me levanté, aunque parecía que el fuerte viento me tumbaría. Rubí contempló atónita cómo me puse delante de ella como si fuera su escudo. Observé apenas al ejército que nos apuntaba, y con cierta tranquilidad me llevé las manos a los bolsillos. No les temía, ni a ellos ni su oscuridad. Yo también quería morir, y primero. Después de todo ya lo tenía asumido.

— Ya que estamos por la labor… Hace dos años en la misma ruta donde me encontraste. De la nada nos apareció un vehículo pesado… Ugh, dios, ¡entró algo en mi ojo!…  Esto, el camión venía zigzagueando y el choque era inminente. ¿Sabes lo que planeé en una fracción de segundo? Virar mi coche para yo recibir el mayor daño y salvarlas. A mi esposa e hija.

— Pero hete aquí – terminó Rubí. Pude sentir sus brazos rodeándome. Sus alas luego. Reposó su cabeza en mi hombro y, a pesar del tremendo ruido a nuestro alrededor, pude escuchar su llanto. Íbamos a morir juntos en un mundo sin dioses.

Repentinamente el viento frenó su mortal baile y un silencio sepulcral invadió la ciudad. ¿O simplemente ya nos recluimos en nuestros pensamientos? “Susana y Elizabeth. ¿Así se llamaban, no? Lo sé, Nathaniel. Y mentiría si te dijera que no he sentido algo o alguien empujarme hacia ese puntito blanco en medio de la ruta, mientras yo volaba sin rumbo fijo. Me susurraron tu nombre”.

Oímos un golpe seco. Luego otro y uno más. ¿Era acaso la muerte así de indolora? Un leve murmullo… y el viento regresó.

“In the masters chambers they're gathered for the feast
They stab it with their steely knifes but they just can't kill the beast”.

El arcángel Miguel cayó fulminado por tres flechazos en el pecho. El cielo bramó. A lo lejos uno de los suyos lo traicionó. Antes que él pudiera darse cuenta, su legión de ángeles se había dividido en dos grupos: Los que nos apuntaban amenazantes… Y los que no.

Un sinfín de gritos y flechas se extendió por esa noche de cielo negro. ¿Acaso esa era la misma batalla que se estaba librando en todo el mundo? ¿Traición entre los propios ángeles? ¿Había algún motivo especial para ello?

Golpe de estado celestial.

Aún sin saber cómo reaccionar ante el panorama, un ángel bajó frente a nosotros. Era el mismísimo que había traicionado a su líder. Acomodó su arco en la espalda, observando de reojo la cruenta guerra que se desataba tras él.

Volvió la vista hacia nosotros y rompió silencio:

— Así que tú eres el ángel caído que ha venido a procrear con un humano. Aquella cuya profecía temen los arcángeles.

Procrear dijo el cabrón. Me reí tan tontamente pude, me reí de mis vasos rotos y venenos otra vez. Rubí probablemente también dudó si todo ello era solo producto de la ponzoña en sus venas. No era posible aquello, ¿acaso era una manera retorcida de darme motivos para vivir? Puta drogadicción, pensé en dejarla cuanto antes.

El ángel dio un paso más y continuó:

— Algunos te hemos observado y nos hemos preguntado lo mismo que tú. Unos vienen a eliminarte, pero otros decidimos unirnos a tu rebeldía. Has reventado un poco los dogmas pero estamos contigo, garota –dijo riéndose.

Se arrodilló ante nosotros y le ofreció una espada para finalizar:

— Nos han mentido. No hay demonios. Solo ángeles, solo miedo a lo que podría pasar si alguien cruzara la línea como tú lo has hecho. Guíanos en esta guerra, por favor.

A nuestro alrededor caían ángeles de ambos bandos. Los que querían libertad y los que querían mantener su pureza. Caía sangre y anhelos rotos: noche de dictadura, noche de golpe de estado.  

Rubí se acercó para tomar esa hermosa espada con diseño de alas en el mango. Por primera vez sintió que tenía un gran poder en sus manos, y algo me decía que ya tenía clara su posición.

— ¿S… Será lo que yo quiera?

— Será lo que tú desees.

Y sonrió. 
*—*—*—*—*—*—*—*

TUM-TUM-TUM TUM-TUM-TUM TUM-TUM-TUM

A los lejos se escuchaba a los soldados danzar y cantar al compás del atabaque. Sus sombras reptaban por mi cuerpo pero nunca fueron capaces de notarme en la oscuridad. Gracias a su ritmo pude disparar a prácticamente todos los violadores sin ser escuchada por sus compañeros.

TUM. Disparo. TUM. Disparo.

Demônio –susurró el último hombre antes de morir, tratando de observar el cañón que estaba entre sus ojos.

— Tu puta madre.   

Terminé mi trabajo con la cara, mano y pechos salpicados con la sangre de todos ellos.

Con las piernas temblándome vi venir un grupo de soldados hacia mí. ¿Acaso fallé el ritmo disparo-tambor? Ya no me quedaban balas para rematarme a mí misma, y odiaría ser capturada de nuevo, así que les amenazaría con mi vacía pistola a fin de que me liquidaran.

Era un buen plan.

Siempre odié a los suicidas, me daban ganas de darles un buen par de tundas para que viesen la ridiculez que cometían. Durante la guerra vi a muchos, incluidos mis propios padres. Pensaba en ellos como unos cobardes… Pero durante aquellos últimos días terminé comprendiéndoles, deseando estar al otro lado, libre de todo, queriendo unírmeles en su triste fin. Unírmeles en una tierra indolora.

Con lágrimas asomando en los ojos, caí de rodillas y con temblantes manos les apunté. Como lobos hambrientos enfilaron sus mirillas en mi dirección. Pero vi destellos de miedo en sus ojos, ¿por qué temían a una chica flaca, sollozante y repleta de heridas?, ¿realmente pensaban que yo era un demonio? Tal vez lo era. Bañada en sangre como estaba. Tal vez.

Les mostré mis dientes.

TUM-TUM-TUM TUM-TUM-TUM TUM-TUM-TUM

  ¡Adelante! Disparen, pero sobre ustedes caerá toda la culpa, porque juro que volveré y de alguna manera conseguiré barrer este mundo de mierda en el que he caído. Les haré pagar, a sus hijos, a los hijos de sus hijos y a todo aquel que disfrute de la paz conseguida tras esta y todas las guerras habidas. No escaparéis de vuestro destino, hijos de putas.

Relamí la sangre que corría hacia mis labios. Era deliciosa, nunca ese regusto metálico supo tanto a azufre. Nunca unos ojos negros destellaron tanto odio como esa noche… Sí, yo era un demonio.

Y les sonreí.


“Good night said the night man, we are programmed to receive
You can check out anytime you like, but you can never leave”.

Escuchar canción (subtitulada al español): http://tinyurl.com/HotelCaliforniaSub

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