Un joven nini lleva por la calle de la amargura a su madre, que se pondrá en contacto con la iglesia para conseguir ayuda.
Nota
del autor: Siento decir que, lamentablemente, he tenido que autocensurarme
modificando las edades de los personajes para poder publicar en TodoRelatos
-¡Aya!
Aunque
seguía sin hacerle ninguna gracia que la llamara de aquella forma despectiva,
Soraya no daba muestras de su enfado. Con templanza y seguridad contestó al
mocoso que la reclamaba a lo lejos.
-¿Qué
quieres, Pol?
Mientras
se dirigía a su propio cuarto, de donde provenían los gritos del joven de 18
años, oyó la maleducada contestación.
-¿No
tienes ni un puto tanga? ¡Vamos, no me lo puedo creer!
Soraya
se quedó en la entrada de su habitación, apoyada con resignación en el marco de
la puerta observando al chico moreno, de pelo rapado, que le había desordenado
el cajón de la ropa interior.
-¿Se
puede saber qué haces?
-Quiero
hacerme una paja con tus bragas – la desafió, sereno.
-¿Y
crees que esta es la mejor forma de hacerlo? ¿No has pensado que sería mejor
pedir permiso antes de venir aquí e invadirme la intimidad?
Se
dirigió hacia el rincón del cuarto donde el chico rebuscaba en el cajón y se
dispuso a recoger las prendas que estaban tiradas en el suelo.
-Esta
es mi casa y hago lo que me sale de los huevos… nunca mejor dicho – sonrió al
darse cuenta que pensaba manchar las bragas de la inquilina precisamente con el
semen que le saliera de los testículos.
-Esta
no es tu casa. Es la casa de tu madre y es ella la que me ha abierto las
puertas. No tienes ningún derecho a…
De
repente, al agarrar la prenda que Pol sujetaba, ambos forcejearon por quedarse
con la braga. La fuerza del chico era mucho mayor que la de la atractiva
treintañera, que no se acobardó, cayendo finalmente sobre la cama con todo el
peso de su oponente sobre ella.
-Esto
me va a ayudar a fantasear mientras me la meneo – le susurró a escasos
centímetros del rostro de Soraya.
-No
tengo tangas, así que búscate otro jueguecito - le soltó sin amedrentarse ni
apartar la mirada.
Pol
subió su mano, adornada debido al tatuaje que le recorría todo el brazo, por la
parte externa de la estilizada pierna de la mujer.
-Te
juro que algún día me correré en tu cara.
Soraya
empujó con todas sus fuerzas al chico, quitándoselo de encima y quedándose en
su poder con la braga por la que habían forcejeado. Se alzó y lo miró desafiante.
-Ya
sufrí vejaciones y amenazas en el pasado. No me va a asustar un niñato como tú.
Lárgate de mi cuarto. Y cuando quieras unas bragas mías me las pides con
respeto. Si así lo haces igual te las regalo y no me importa lo que hagas con
ellas – se giró para seguir recogiendo la ropa interior desperdigada.
-Pero
la gracia está en que vuelvas a ponértelas – sonrió el chico con malicia
mientras se alejaba abandonando la habitación sin lo que había ido a buscar.
Soraya
se estiró sobre la cama. No llevaba ni medio año en la casa así que supuso que
era normal que Pol aún no mostrara claros síntomas de mejoría. Con cierta
tristeza recordó cómo había empezado todo.
-¿Pol? – su madre lo llamó con delicadeza, asustada –
Pol, ¿puedes acercarte un momento, por favor?
Soraya estuvo tentada de intervenir, pero se contuvo. No
quería empezar mal y prefería causar buena impresión al muchacho.
-Disculpe, hermana, debe estar en el cuarto con la música
– se excusó la desvalida madre.
-No se preocupe, Silvia. Y puede tutearme – le sonrió
afablemente.
-De acuerdo – le devolvió la sonrisa - ¡Pol! – ahora
gritó más, recuperando al instante el semblante sombrío.
De repente, de la nada, apareció un chico malhumorado,
caminando con los brazos ligeramente separados del cuerpo, desafiante.
-¿Qué coño quieres? – le gritó a su madre.
-Mira, esta es Soraya.
El joven la miró y, al momento, comenzó a reír.
-¿Se puede saber de qué te ríes? – le preguntó la
invitada, con seguridad.
Aunque la monja no vestía el hábito tradicional, era
fácilmente reconocible por el tocado que cubría su cabeza.
-¿Sor Soraya o sor Aya? – recalcó la broma.
-Soraya a secas está bien – sonrió aparentando que le
había hecho gracia el comentario.
-Pues te llamaré Aya, sor Aya – y rió a carcajadas.
-Disculpa sus modales – se excusó Silvia.
De repente, el chico se puso como una fiera.
-¡¿Qué putos modales?! ¿Es que acaso he dicho algo mal?
¡Ostia puta! – y alzó la mano amenazando a su madre.
Soraya se interpuso entre ambos.
-¿Pol, verdad? No creo que quieras hacerlo.
-¿Y qué coño sabrás lo que yo quiero o dejo de querer?
La madre del descontrolado adolescente comenzó a sollozar
mientras la monja intentaba calmar al muchacho.
-No creo que pegar a una madre sea algo de lo que te
puedas sentir orgulloso.
-Es que no la aguanto – se mordió la lengua, mostrando la
rabia que estaba conteniendo.
-¿No la aguantas por intentar ayudarte? ¿Por quererte a
pesar de lo mal que la tratas? ¿Por mantenerte aunque ni estudies ni trabajes?
-¿A qué has venido, a sermonearme?
-He venido a enseñarte que no vas por buen camino y a
ayudarte a salir del pozo hacia el que te encaminas sin remedio.
-¡Vete a la mierda! – se marchó dando media vuelta y
susurrando por lo bajo: - Puta monja…
-¿Estás bien? – Soraya se preocupó por la madre del
chico.
-Sí – mintió mientras se secaba las lágrimas – Ya ves que
tiene un carácter difícil – forzó la sonrisa mientras los labios le temblaban –
Pero en el fondo es un buen chico.
-No lo dudo – sonrió – Ya verás cómo a partir de ahora
todo va ir a mejor. Has hecho bien en ponerte en contacto con la congregación.
-Gracias – y rompió a llorar.
Pol
había sido un crío conflictivo desde bien pequeño. No sabía jugar sin correr y
pegar a otros niños. Aunque no era hiperactivo, tenía la mayoría de sus
síntomas. En el colegio jamás destacó por ser un buen estudiante. Era el típico
gamberro que acrecentaba su maldad a medida que crecía. Sus padres jamás
supieron hacer nada para remediarlo.
De
adolescente ya era un pequeño delincuente. Cuando cumplió los 14 años, edad con
la que perdió a su padre, comenzaron las agresiones a su madre. Primero
verbalmente y, en los últimos tiempos, físicamente. La pobre mujer,
desesperada, pidió ayuda al párroco de toda la vida, quién le puso en contacto
con la congregación religiosa católica cuya actividad estaba enfocaba a ayudar
a familias desestructuradas. Y ahí conoció a la joven monja de 36 años que
ahora vivía temporalmente con ellos.
Aunque
solía vestir de forma discreta, Soraya procuraba hacerlo aún más desde que Pol
había empezado a insinuarse. La monja se sabía atractiva, pero jamás pensó que
eso pudiera llegar a ser un impedimento en su labor.
Mientras
se quitaba el único distintivo que la acreditaba, a la vista, como religiosa,
dudó si debía seguir poniéndose el tocado. De pie, frente al espejo de su
cuarto, recordó la primera vez que Pol se insinuó.
-Deberías pedir permiso antes de entrar a un cuarto que
no es tuyo – se quejó Soraya por la irrupción de Pol en su habitación.
La monja se estaba terminando de arreglar. Vestía una
falda oscura que le cubría hasta los tobillos y un sweater sencillo que se
ajustaba a su torso.
-Si te hubiera pedido permiso jamás te habría visto sin
la mierda esa que llevas en la cabeza.
-Se llama velo. ¿Querías algo?
-No, solo molestar un poco.
-No me molestas – se hizo la amable, esperando que el
chico se marchara y la dejara terminar de arreglarse - ¿Te vas a quedar ahí
como un pasmarote? – preguntó al ver que el muchacho no se movía ni decía nada.
Soraya lo ignoró y se dispuso a colocarse el tocado.
-Me gusta que lleves la mierda esa de velo. Me pone.
La monja se sorprendió ante aquella confesión. No supo
cómo reaccionar. Solo se giró disimuladamente y, de reojo, pudo observar al
joven mocoso sobándose la entrepierna sin dejar de fijarse en ella.
-Será mejor que te marches. Y no vuelvas a entrar aquí
sin permiso. Debes respetar la intimidad de las personas. ¿O a ti te gustaría
que tu madre o yo entráramos en tu habitación sin avisar?
-La cabrona de mi madre ya lo hace. A veces le partiría
la cabeza – gruñó – Pero tú puedes entrar cuando quieras. Igual te llevas una
sorpresa.
-¡Anda! No digas tonterías – reaccionó mientras sacaba al
muchacho de la habitación casi a empujones.
“Debería
haberle parado los pies esa primera vez”, se flageló Soraya terminando de
quitarse el tocado definitivamente.
Esa
noche, mientras todos dormían, la casa estaba en completo silencio cuando
Soraya comenzó a escuchar unos extraños sonidos. Parecían gemidos o lamentos.
Desvelada, se esforzó en concentrarse e intentar discernirlos. Provenían de la
habitación de Pol.
La
monja supuso que el adolescente se había vuelto a quedar dormido viendo una
película pornográfica. No era la primera vez. Se levantó y se dispuso a
corroborar la suposición. Una vez frente a la entrada de la habitación,
confirmó que los gemidos procedían de allí. La puerta estaba entornada así que
la empujó ligeramente y… No se esperaba ver aquello. Sobre la cama, a cuatro
patas, una exuberante pelirroja sollozaba de placer debido a la estaca que Pol
le clavaba con un ímpetu desmesurado.
La
lógica le decía que se retirara, pero instintivamente se quedó observando la
escena, intrigada. La joven muchacha era de piel blanquecina y sus grandes
senos se bamboleaban con cada embestida. Tenía las bragas a la altura de los
muslos, justo por encima de las rodillas, y la camiseta estaba arremolinada
alrededor de su cintura. De ella se agarraba un sudoroso Pol, que usaba la tela
para impulsarse en cada nueva penetración más salvaje que la anterior.
Soraya
estaba estupefacta, pero aún no lo había visto todo. Consideraba a Pol como un
joven macarrilla, pero un niño al fin y al cabo. Y así lo había tratado hasta
ese momento. De repente, el chico de 18 años se separó de la afortunada
pelirroja, dejando ver su enorme verga a la monja que los espiaba tras la
puerta. La mujer, asustada, no quiso ver más. Se retiró hacia su cuarto e
intentó olvidar lo que había contemplado.
Los
gritos vespertinos despertaron a Soraya. Miró la hora y se sorprendió por lo
tarde que era. No había dormido bien. La imagen desnuda del hombre de la casa y
su endiablada verga la habían atormentado durante toda la noche. Enérgicamente
se alzó y corrió hacia la cocina donde se oían los alaridos de Pol, que tapaban
los lamentos de su madre.
-¡¿Se
puede saber qué haces?! – intervino al ver la espeluznante escena.
En
un rincón, arrodillada, Silvia intentaba cubrirse ante las patadas que le
estaba propinando su propio hijo. Pol, con los ojos inyectados en sangre, la
insultaba mientras ignoraba las súplicas de su madre.
Con
la fuerza que el recuerdo de su pasado le daba, la monja empujó con ímpetu al
chico, haciéndolo trastabillar. Él la miró desafiante, envuelto en un halo de
furia.
-No
te metas si no quieres que te dé tu merecido.
-Ni
se te ocurra ponerme una mano encima. Ni a mí ni a tu madre. Como vuelvas a
hacerlo tendrás a la policía esposándote en menos de lo que canta un gallo. ¿Me
has oído?
Pol
dudó un instante y Soraya se creció:
-¿¡Lo
has entendido!? – ahora gritó.
El
chaval contuvo su ira, lo cual aún le enfureció más. Dio un puñetazo a la pared
mientras gritaba:
-¡Hija
de puta! – y se marchó a su cuarto.
-¿Estás
bien? ¿Qué ha pasado? – se preocupó por Silvia mientras la ayudaba a alzarse.
-Muchas
gracias – soltó con un hilillo de voz, avergonzada – Solo entré en su cuarto
para…
-¿Qué
hemos dicho de respetar la intimidad de los demás? – le recriminó.
-Lo
sé – sollozó.
-Está
bien, no pasa nada – la intentó tranquilizar – Habrá algo más, ¿no?
-Estaba
con una chica pelirroja… el niño solo tiene 18 años.
-¡Mujer!
Ya es mayorcito para esas cosas.
-No,
es un crío.
-Escucha,
Silvia, para que tu hijo mejore todos tenemos que poner de nuestra parte. Yo
debo aguantarle todas sus bravuconerías, pero tú debes ser más tolerante con
él. Si tú no me ayudas, yo no podré ayudarle.
Tras
sermonear a la madre, Soraya se dirigió al cuarto de Pol para hacer lo propio
con el hijo.
-¿Se
puede?
-Tú
por lo menos pides permiso.
-Cosa
que tú no haces – le reprochó mientras accedía al cuarto.
-Ni
ella tampoco.
-No
lo volverá a hacer más. ¿Puedo decir lo mismo de ti?
-No.
-¿Y
te parece bien tener más derechos que el resto?
-Pues
sí.
-Mientras
tengas esa mentalidad no llegarás muy lejos en la vida. ¿A dónde quieres
llegar, Pol? ¿Quieres ser alguien respetable o un miserable?
-Yo
me hago respetar con los puños.
-Te
equivocas. ¿Sabes a quién respeta la gente?
-¿A
quién?
-A
Stephen Hawking, un divulgador científico discapacitado incapaz de defenderse
en una pelea. ¿Y sabes a quién no respeta nadie?
Ella
misma respondió debido al silencio del muchacho:
-A
un convicto acusado de agresión, que es el postrecito del resto de presos.
Pol
sonrió y ella siguió con su discurso.
-No
pretendo que cambies de un día para otro. Entiendo tus frustraciones y tu
malestar. Pero lo que sí quiero es que recapacites y te des cuenta de que con
esta actitud estás sentenciado al fracaso. Y, sobre todo, quiero que entiendas
que tanto tu madre como yo estamos luchando para que eso no pase.
El
chico la escuchaba con la cabeza agachada, introvertido.
-Mírame
– le pidió la religiosa.
-No.
-Mírame
– insistió, ahora más bruscamente.
Pol
alzó el rostro levemente. Una lágrima recorría su mejilla. Soraya se acercó a
él y lo abrazó.
-¿Cuándo
echaremos un polvo? – rompió Pol el momento mientras acercaba la mano al
trasero de la monja.
-¿Es
que no piensas en otra cosa? – le recriminó con parsimonia mientras se separaba
del joven.
-¿Eres
virgen? ¿Te gustaría que te desvirgara, Aya? ¿Qué me dices? Podría enseñarte
algunas cosillas…
-No
eres más que un mocoso. No tienes ni idea de mi pasado. Cuando yo tenía tu edad
no era ninguna santa, ¿sabes?
-Ah,
¿no? – puso cara de estar interesado.
El padre de Pol agarraba con firmeza la mano de su
esposa, quién empujaba entre alaridos cada vez que el médico se lo indicaba.
Después de unos minutos de una tensión incalculable, el pequeño Pol comenzó a
llorar tras los golpecitos que el doctor le propinó en el trasero.
Mientras aquel bebé respiraba sus primeras bocanadas de
aire, Soraya paseaba sus hermosas 18 primaveras en una noche cerrada, junto a
uno de sus muchos amigos con los que solía tontear. En aquella ocasión el
afortunado era Joaquín. Antes de entrar en la discoteca se habían metido unas
rayas de coca y se creían los amos del mundo.
-Esta noche estás tremenda – la lisonjeó mientras hacían
cola para entrar.
La adolescente vestía unos pantalones de cuero negro
ajustados y una camiseta ceñida que mostraba un lujurioso escote, producto de
su pecho de la talla 95 y motivo de las lascivas miradas del portero de la
discoteca.
-Tú tampoco estás nada mal – le contestó ella antes de
morrearse mientras Joaquín le manoseaba el culo sobre el pantalón de cuero,
introduciendo los dedos entre las nalgas de Soraya.
Una vez dentro del local, la pareja no dejó de beber.
Mientras él tonteaba con todas las chicas que veía, ella no paraba de bailar y
disfrutar de todos los hombres que se acercaban para intentar robarle un beso.
Alguno lo conseguía, pero únicamente los más guapos.
Cansado de tanta petarda, Joaquín se fue en busca de su
amiga. Quería follársela. No sería la primera vez que lo hacían en los lavabos
de una discoteca. Una nueva rayita y sexo con una diosa. Se le puso dura solo
de pensarlo.
Mientras su amigo la buscaba, Soraya estaba liándose con
un apuesto rubio en la cola de los baños. El chico no había tenido que hacer
mucho para conseguirla, solamente presentarse y ponerla cachonda debido a su
aspecto físico. El desconocido era guapo y estaba cachas, la joven Soraya no
necesitaba más.
Cuando Joaquín los vio, se le encendió la sangre. Sin
mediar palabra los separó bruscamente al tiempo que la insultaba:
-¡Puta!
Acto seguido, le soltó un puñetazo al desconcertado rubio
que aún no sabía lo que pasaba. Lo noqueó de un solo golpe.
Mientras los seguratas echaban del local a la joven
pareja, Soraya confesó a su amigo:
-Me has puesto cachonda.
-Y
ese indeseable acabó convirtiéndose en mi marido – rebeló Soraya a Pol.
-¡Vaya!
Has estado casada y todo. Es una historia interesante. ¿Me contarás más?
-Tú
pórtate bien con tu madre y yo me portaré bien contigo.
-¿Quieres
que le pida perdón? – se rió con aire chulesco.
-No
estaría mal – se alzó para alejarse de la habitación.
-Tal
vez lo haga, Zorraya – bromeó.
Esa
misma noche, Pol habló con su madre. Le pidió perdón por lo ocurrido y juró que
se esforzaría por cambiar siempre que ella también lo hiciera.
Al
día siguiente, Soraya se levantó contenta. Por fin sus esfuerzos con Pol
parecían dar resultados. Quería recompensarle, mostrarle claramente que estaba
en la actitud correcta. Se arregló y salió hacia el cuarto del chico. Esta vez
entró sin avisar. Se encontró a Pol aún acostado, pero despierto. El joven la
miró extrañado y más aún cuando la monja le lanzó la prenda.
-No
es un tanga, pero me las acabo de quitar – y se marchó sin esperar
contestación.
Pol
no tardó en entrar al cuarto de la monja, como siempre, sin pedir permiso.
-Aquí
las tienes – le devolvió las bragas, para sorpresa de la treintañera,
lanzándolas al suelo.
-¿Qué
pasa, no las quieres? – se extrañó, inexplicablemente desilusionada, mientras
Pol se marchaba sin decir ni mu.
La
monja se dirigió a la prenda que yacía en el suelo y, al recogerla, se pringó
la mano de un líquido viscoso, haciéndola sonreír instintivamente. Al
desplegarla, pudo observar que la ropa interior estaba completamente impregnada
del semen de Pol. “Te has corrido rápido”, pensó.
Durante
los siguientes días, tanto Pol como su madre hicieron esfuerzos por intentar
solventar sus diferencias, enorgulleciendo a una Soraya que se sentía
enormemente dichosa. Sin embargo, la actitud del muchacho con la monja no parecía
haber cambiado.
-Dime
que las llevas puestas.
-¿Perdón?
-Las
bragas – tras unos segundos de silencio, concretó: - donde me corrí. Dime que
las llevas puestas.
-Las
tiré.
-No
me jodas… - aparentó decepción.
-Estaban
viejas. Únicamente te las di como premio por tu comportamiento, para que
hicieras lo que quisieras con ellas sin necesidad de robármelas. Nada más.
-¿Y
cuál será mi próximo premio? – Soraya lo miró con incredulidad, ignorando lo
que el chico pretendía insinuar - ¡Vamos! Me estoy portando de puta madre, ¿no
es así?
-Cierto.
-Entonces,
me he ganado un premio mayor. ¿Qué tal si dejas que te sobe un poco?
-Pol,
el premio por tu comportamiento es convertirte en una persona decente y no en
un desecho social.
-Que
pase de mi madre no quiere decir que haya cambiado en absoluto.
-Ah,
¿no? Eras un maltratador en potencia. ¿Eso es lo que quieres seguir siendo?
-¡Qué
sabrás tú!
-Escucha
Pol – se puso completamente seria – lo que te voy a contar no es ninguna broma.
Es mi pasado y, aunque no puedo decir que me alegre de haberlo vivido, gracias
a ello ahora estoy aquí salvando tu vida, la de tu madre y la de la pobre
futura chica que acabara contigo.
Se acercaba la hora y no le daba tiempo. Lo peor es que
contra más tiempo pasaba más nerviosa se ponía, impidiendo concentrarse en las
tareas del hogar que aún le quedaban por hacer. Joaquín estaba a punto de
llegar y si no lo tenía todo listo…
-¡Hola, cariño! – soltó al entrar en casa.
-Hola, mi amor – gritó con la voz entrecortada desde el
cuarto de baño.
-¿Por qué no vienes a recibirme? ¡Joder! Me gusta que mi
mujer me reciba cuando llego a casa después de una dura jornada de trabajo.
-Lo siento, mi amor – se apresuró a acudir a su
encuentro.
-¿Lo tienes todo listo? – preguntó, ignorando la
presencia de la veinteañera Soraya.
-Bueno, estoy acabando de…
-¡¿Acabando?! ¿Tienes todo el puto día para limpiar la
casa y me dices que a estas horas estás acabando?
-Lo siento, he intentado…
-¿Qué coño has intentado? ¿Follarte a un vecino?
-No, por favor, mi amor…
-Ni por favor ni ostias – se enfureció mientras se
desabrochaba el cinturón del pantalón – Enséñame lo que estás limpiando.
Temblando de arriba abajo, Soraya guió a su esposo hasta
el cuarto de baño.
-Solo me falta…
-¿Es aquí donde te lo has tirado? – la interrumpió – Y
ahora estás limpiando las evidencias, eh, puta…
-No…
¡ZAS! De repente un correazo impactó con estruendo contra
uno de los muslos de la indefensa mujer.
-Por favor… - suplicó.
-Haberlo pensado antes de follártelo.
Soraya calló. Sabía por experiencia que era mejor callar
antes que intentar negar sus acusaciones. Se mordió el labio y esperó el nuevo
azote. El segundo fue más doloroso. Siempre era igual.
Tras la paliza de Joaquín, Soraya estaba desnuda, tirada
en el suelo del salón. Tenía magulladuras varias y el labio sangrando debido al
manotazo que su marido le había dado en última instancia.
-¿Te has puesto cachonda?
Sabía lo que ahora tocaba. Aquellas sesiones de sexo la
martirizaban. Era completamente humillante disfrutar de aquel hombre después de
las vejaciones que le había propinado. Pero no podía evitarlo, la follaba tan
excitantemente bien que lo disfrutaba enormemente, y eso la atormentaba.
-Porque yo me he puesto como una moto – se contestó a sí
mismo mientras se deshacía de los pantalones que hacía rato habían perdido la
compañía del maldito cinturón.
Al alzarse del suelo, dándose la vuelta, ante ella
apareció una verga completamente tiesa rodeada de oscuras y verdes venas
palpitantes. Dolorida, abrió la boca tal y como le indicó Joaquín. Sintió la
polla golpeando el fondo de su garganta, provocándole una arcada.
Como siempre, disfrutó demasiado de aquel polvo. Tanto
que cada día perdía el tiempo llorando por desear que llegara ese momento, el
del éxtasis después de haber sido humillada. Se daba asco a sí misma.
-¡Joder,
Soraya! – Pol había quedado impresionado con aquella historia.
-Bien,
me alegra que me llames por mi nombre – sonrió, dejando atrás el semblante
serio que había mostrado durante la explicación de su pasado.
-Dime
dónde cojones está ese hijo de puta, que le parto las piernas.
-¿Es
que no has aprendido nada? Esas no son las formas. Además, Joaquín ya no está
entre nosotros.
-¿Y
eso?
-Durante
años deseé que le pasara algo, que llegara el día que no apareciera por la
puerta después del trabajo.
-Pero
allí aparecía, día tras día.
-Correcto.
¿Sabes? Por aquel entonces yo no era creyente.
-¿En
serio? – se rio a carcajadas – No me jodas…
-En
serio. Pero llegó un momento que mi desesperación alcanzó cotas tan
desproporcionadas, que empecé a rezar. Cada mañana le pedía a Dios que me
librara de aquel castigo.
“Yo no creo en estas cosas, pero si existes de verdad y
eres tal y como dicen, supongo que me escucharás y tendrás en cuenta mi dolor y
sufrimiento. No pierdo nada por hacer el idiota y rezarle a un Dios
inexistente. ¿Quién sabe? A lo mejor existes de verdad y hacer el idiota es no
pedirte ayuda…”
-Y
me dirás que alguien ahí arriba escuchó tus plegarias y se deshizo de tu marido
– Pol se burló de ella.
-Esa
misma semana, a los pocos días, Joaquín no apareció por casa después del
trabajo. Había muerto en un accidente de tráfico.
-¡No
jodas! – el rostro de Pol pareció cambiar de repente - ¿Y cuándo fue eso?
-Mañana
hará 5 años – el joven se quedó pálido - ¿Estás bien?
-Mañana
es mi cumpleaños – susurró como ensimismado – Menuda casualidad – reaccionó al
fin, quitándole importancia al detalle.
-El
placer que me ofrecía el mismo hombre que me degradaba – prosiguió – hizo que
mi interés por el sexo desapareciera por completo. Además, la muerte de Joaquín
tras mis plegarias me cambió la vida. Así es cómo empecé a creer y entendí que
mi destino era ayudar a gente que se viera abocada a la mano de Dios, sin mayor
esperanza. Tal y como me encontraba yo. Tal y como se encontraba tu madre.
-Y
así te hiciste monja…
-A
pesar de estar aún formándome, – afirmó – fue precisamente mi experiencia
pasada con los malos tratos lo que determinó que la congregación me tuviera en
cuenta a la hora de llevar a cabo la santa misión de ayudaros.
-¡Amén!
– se mofó nuevamente.
Esa
noche, cuando Soraya se proponía a cambiarse para acostarse, Pol irrumpió en la
habitación.
-Debo
confesarte algo, Aya.
Aunque
había vuelto a llamarla de aquel modo y seguía con la costumbre de entrar sin
permiso, no pudo evitar reír ante aquel comentario.
-Lo
siento, son los curas los que dan absoluciones.
-No
me jodas, monjita. Te vas a burlar de tu puta madre.
-¿A
qué viene ese tono? – se extrañó.
-Pues
que no tienes ni idea de lo que pasó aquella tarde.
-¿Qué
tarde? ¿Qué quieres decir?
-Te
has vuelto creyente pensando que fue tu querido Dios el que mató a tu marido y
te salvó el culo. Eres gilipollas.
-Oye,
Pol, no te consiento que…
-¡Calla!
¡Joder! ¿Sabes cómo murió mi padre?
-De
un accidente de… ¡No!
-Sí,
¡joder!
-No
me lo puedo creer. Y cómo sabes que…
-Porque
era yo el que conducía.
-Pero
si tendrías…
-14
años recién cumplidos, ¡joder! Por eso me di a la fuga, con el cuerpo de mi
padre estampado contra el puto parabrisas. Dejarme conducir fue su jodido
regalo de cumpleaños.
-Pol…
- intentó ser comprensiva con el muchacho que lloraba ante ella.
-¡No!
¡Mierda! – la apartó cuando ella intentó abrazarlo – No te das cuenta que tu
mierda de devoción no tiene sentido. Es a mí a quien debes devoción. Solo a mí.
Yo soy tu Dios.
-Pero,
¿qué dices?
-¡Cojones!
Yo te salvé de ese hijo de puta.
-Fueron
mis plegarias, Pol.
-No
me jodas, Zorraya, me debes una – sonrió maléficamente – Me debes gratitud.
-No
creo que debamos alegrarnos de lo que pasó aquella tarde.
-¡Oh,
sí! Y tanto que vamos a alegrarnos. Y vamos a empezar ahora mismo…
Pol
se alzó, acercándose a la monja que lo miraba expectante. Parecía fuera de sí.
-No
sé qué pretend…
El
chico la calló con una ostia.
-¿Es
así como te zurraba tu marido?
Por
primera vez desde que conoció al joven delincuente, Soraya sintió miedo. Vio en
sus ojos la misma expresión de Joaquín antes de que el horror comenzara. Un
semblante que no había vuelto a ver jamás, pero que nunca olvidaría.
La
mano tatuada de Pol estrujó con fiereza el rollizo pecho de la monja, casi
haciéndola gritar.
-Quiero
que vuelvas a ser tan guarra como fuiste.
-Pol…
- otro guantazo la volvió a callar.
-Qué
bien lo vamos a pasar – soltó al mismo tiempo que estiraba con salvajismo de la
camisa de la monja, haciendo saltar los botones y mostrando un sostén discreto,
sin florituras.
No
sabía cómo reaccionar. Estaba asustada, pero serena. Ni quería ni creía que volvería
a pasar por eso, pero el recuerdo de Joaquín en la forma de actuar de Pol la
tenía paralizada. Igual que cuando su ex marido le pegaba para luego regalarle
un placer inconmensurable. De repente, recordó a Pol con aquella chica
pelirroja. A la mente le vino la visión de su joven y fornido cuerpo y aquella
verga… Se dejó hacer definitivamente.
El
vándalo tiró de los tejanos de Soraya, que parecía menos guerrera de lo que
aparentaba. Al ver las bragas que ella misma le había dado para que se
masturbara, rió a carcajadas.
-Sabía
que en el fondo eras una verdadera puta – la vejó mientras rasgaba con su dedo
el sexo de la monja, por encima de la ropa interior – ¿Sabes? Estas mismas
bragas sucias olían tan bien que me corrí al instante.
Soraya
lo miró directamente a los ojos. Hizo el intento de hablar, pero únicamente le
salió un gemido. El dedo de Pol y el recuerdo de las dos bofetadas anteriores
tenían la culpa.
-Venga,
te permito hablar – sonrió sin dejar de masajear la ropa interior de la
religiosa.
-No puedo…
- suspiró - …romper… - gimió - …mis votos…
-Tranquila.
Ya los rompo yo por ti.
Pol
acercó el rostro al de Soraya y le robó un beso.
-¡Ah!
– gritó la mujer al sentir el mordisco en su labio inferior.
El
grito se convirtió en gemido cuando Pol retiró la braga a un costado y entró en
contacto con los humedecidos labios vaginales de la monja.
-Estás
bien cachonda, Zorraya – rió con orgullo.
No
mentía. Estaba completamente excitada, una sensación que no recordaba desde
hacía 5 años. El comportamiento del muchacho y, supuso, tanto tiempo sin sexo
habían hecho un cóctel explosivo. Con el dedo de Pol hurgando en su interior,
cerró los ojos, dejándose llevar hasta el orgasmo. Había olvidado lo placentero
que resultaba.
-Eres
una monja mala – se reía mientras se desvestía.
Soraya
lo observaba expectante, arremolinada en la cama, sufriendo las incongruentes
sensaciones de su cuerpo y su mente. Su nuevo mundo, el que le había salvado de
su nefasto pasado, se estaba desmoronando. Estaba asustada de lo que eso podía
implicar, pero deseosa de ver la desnudez de Pol.
-¿Quieres
verme desnudo? Te lo veo en tus ojos – ahora reía a carcajadas.
-Ya
te he visto desnudo – confesó.
-¡Ah!
¿Sí? – se extrañó.
-El
otro día, mientras estabas con la chica pelirroja.
Pol
rió con estruendo.
-Así
que me espías por las noches. ¡Joder! Sabía que eras más guarra que las
gallinas, pero no tanto.
-No
es eso…
-Dime,
¿te gustó lo que viste?
No
contestó.
-¡Dímelo!
Silencio.
El
guantazo de Pol fue considerable. A pesar del pitido que ahora sentía en su
oído izquierdo, escuchó las palabras del chico.
-Si
te doy permiso para hablar es para que hables. Dime, ¿te gustó lo que viste?
-Mucho
– no mintió.
-Pues
estás de suerte – pavoneó al tiempo que se bajaba pantalones y calzoncillos al
unísono, mostrando su esplendoroso pene morcillón.
Soraya
gimió, aún sobre la cama, mientras se revolvía como una gata en celo.
-Chúpemela,
hermana – se jactó con escarnio.
La
mujer se bajó al suelo y, gateando, antes de entrar en contacto con el sexo de
Pol, observó al crío. Cuando sus miradas se cruzaron, sonrió y abrió la boca
acercándose al objetivo, haciendo que el orondo glande entrara en contacto con
la experta lengua de la monja. La mano derecha de la mujer asió el semiduro
pene al tiempo que comenzaba a lamerlo con lujuria.
La
visión de Pol era increíble. El precioso rostro de Soraya, que no dejaba de
mirarlo, envuelto en el tocado negro, se movía sensualmente permitiendo que los
carnosos labios recorrieran la verga al mismo tiempo que la mano de la monja se
la sacudía. La polla se le puso completamente dura en tan solo unos segundos.
-Para
ser tan solo un niñato la tienes bastante grande – le sonrió apartándose de la
polla de 22 centímetros.
Pol
le dio un empujón tan fuerte que la estampó, golpeándola contra la pata de la
cama.
-Como
vuelvas a tratarme sin respeto te juro que te daré una buena paliza – la
amenazó mientras se colocaba el preservativo que había traído consigo
premeditadamente.
El
chico agarró los tobillos de la religiosa, abriéndole las piernas. Ella
forcejeaba, no queriendo ponérselo fácil, pero la fuerza de Pol acabó haciendo
efecto. El adolescente se coló entre las extremidades de la mujer, acercando el
pollón a la incandescente raja de la monja.
Al
sentir el roce en su coño, Soraya se deshizo. El grueso glande que se
restregaba contra sus acuosos labios vaginales le reportó a tiempos pasados,
cuando el sexo era parte primordial en su vida. Dejó de luchar, se relajó y se
preparó para disfrutar de lo que iba a llegar a continuación.
Bruscamente,
Pol penetró a la monja, que no hizo ascos a ese salvajismo. La juventud del
muchacho le confería una energía considerable, la cual usaba para destrozar la
raja de su deseada treintañera mientras retiraba las copas del sostén para
entrar en contacto con los preciosos senos que se mantenían tan firmes como en
su juventud.
Con
la mente obnubilada, olvidándose de los votos, sus creencias y su nueva vida,
Zorraya solo pensaba en alcanzar un nuevo orgasmo. La hinchadísima polla que la
penetraba estaba a punto de regalárselo, pero fue el tierno beso de Pol,
acompañado de sus controlados pellizcos sobre los oscuros y puntiagudos
pezones, lo que hizo que se corriera rodeando con las piernas a su joven
amante.
-¡Joder,
Pol! – blasfemó mientras el niño se salía de su interior, lentamente,
provocándole un dulce cosquilleo en la vagina.
El
pequeño macarra se quedó de pie, masturbándose sin dejar de mirar el precioso
cuerpo desnudo de la monja, que seguía en el suelo, vejada.
-Quiero
correrme en tu cara – confesó mientras se deshacía del condón.
-No
– contestó con firmeza.
-Voy
a correrme en tu puta cara – sonrió con suficiencia.
-He
dicho que no, Pol.
-¿Quieres
que te pegue? Es eso, ¿verdad?
Antes
de que la mujer pudiera contestar, Pol corrió hacia ella, haciendo bailar su
enorme rabo de un lado a otro, para propinarle una patada en el costado. Soraya
se quejó, dolorida.
-Ahora,
por gilipollas, abrirás la boca – ordenó mientras apuntaba su tieso falo al
rostro de la monja.
La
mujer no tuvo más remedio que ser sumisa. Con el enfado dibujado en su rostro y
la boca completamente sellada, alzó el mentón, ofreciéndole la cara al pequeño
delincuente. Pol apretó los carrillos de Soraya con fuerza, hasta obligarla a
abrir la cavidad bucal.
Joaquín
también la obligada a abrir la boca y, aunque no le gustaba el sabor del semen,
se lo tragaba complacida. Esta vez no iba a ser menos.
El
primer chorretón salió disparado sobrepasando el bello rostro de la mujer y
alcanzando el tocado, que quedó impregnado de la viscosa lefa. El siguiente
chorro, menos impetuoso, alcanzó la frente de la monja, resbalándose por la
nariz hasta alcanzar los labios de la boca donde cayó el resto de leche del
muchacho.
Cuando
Pol dejó de meneársela, enajenada, Soraya le succionó el glande, intentando
recoger toda la lefa posible. El chico tuvo un par de espasmos antes de
observar a la monja tragándose todo el semen que había recolectado mientras no
dejaba de masturbarlo.
-Eres
la reencarnación de mi hombre… - bromeó pisoteando todas sus creencias.
-Ya
quisiera ese mierdas de Joaquín… – contestó al tiempo que golpeaba el rostro de
la monja con la polla morcillona – Vístete, que pareces una puta en vez de una
santa.
Y es
lo que era, pensó para su tormento. ¿Qué había hecho? Había vuelto a disfrutar
del sexo con un hombre que la había humillado. Pero esta vez, encima, había
roto el voto de castidad. Se quedó mirando a su joven amante y, con dignidad,
se dirigió a él.
-¿Por
qué lo has hecho?
-No
lo sé – rompió a llorar.
-Te
sientes responsable de la muerte de tu padre. ¿Es eso?
Gimoteando,
incapaz de responder, gesticuló afirmativamente con la cabeza. Soraya se acercó
a él y lo abrazó. Los cuerpos, desnudos, se fusionaron en un tierno abrazo.
Ambos tenían motivos para estar preocupados.
La
monja sintió cómo la polla de Pol golpeaba contra sus muslos. El chico había
tenido una nueva erección y la mujer no pudo evitar sonreír, complacida, al
sentir la joven mano hurgando entre sus nalgas.
-Prométeme
que harás un esfuerzo por superarlo – le pidió la mujer.
-Te
lo prometo. Perdóname tú por haberte pegado.
-Antes
debo darte las gracias por el placer que acabas de regalarme.
La
extraña pareja se besó apasionadamente. Soraya bajó su mano para acariciar la
nuevamente durísima verga del chico mientras se relajaba permitiendo que la
mano del brazo completamente tatuado de Pol accediera más fácilmente a su ano.
Mientras
tanto, Silvia, ilusionada por la nueva relación con su hijo y tremendamente
agradecida a la monja por todo lo que había hecho, se dirigió al cuarto de
Soraya para explicarle lo que había pensado para celebrar el cumpleaños de su
pequeño. Una vez frente a la puerta, asió el pomo y se detuvo un instante,
pensativa.
Si consideras que Silvia abrirá la puerta sin llamar, lee
únicamente el epílogo 1.
Si consideras que Silvia pedirá permiso antes de entrar,
lee únicamente el epílogo 2.
Nota
del autor: Gracias por leer el relato. Me gustaría saber qué opción has
elegido, si crees que la madre de Pol pide permiso o no antes de entrar en la
habitación de Soraya. Así que te animo a que comentes y aproveches para contar
cuál ha sido tu final.
EPÍLOGO
1
El
shock al ver a la monja, prácticamente desnuda, únicamente ataviada con el velo
sobre su cabeza, practicándole sexo oral a su hijo adolescente fue demasiado
para Silvia que sufrió un ataque de nervios en aquel preciso instante.
Tras
la denuncia de la madre de Pol y un juicio surrealista debido a la presión
ejercida por parte de las altas esferas eclesiásticas, Soraya acabó
encarcelada, convirtiéndose en el caramelito de las presas más veteranas.
Pol,
resentido por la reacción de su madre, se convirtió en el maltratador que la
monja estaba a punto de evitar. El joven, a la edad de 36 años, terminó
quitándose la vida después de no poder soportar el peso de la segunda muerte de
un progenitor.
Silvia
acabó falleciendo en el hospital después de una paliza de su hijo, la última de
tantas. En su último año de vida, se habían producido a diario.
EPÍLOGO
2
El
susto que se llevó Soraya al escuchar cómo picaba a la puerta la madre del
joven al que se la estaba mamando fue inconmensurable. Mientras se apresuraba a
vestirse y arreglar el cuarto poniendo alguna excusa, Pol no dejaba de burlarse
de ella.
Tras
la celebración del aniversario del joven, Soraya dejó la casa y, después de
confesar sus pecados, prosiguió su vida religiosa, renovando sus votos
temporales, más convencida que nunca de sus creencias.
Con
la ayuda de un psicólogo, Pol superó los miedos que arrastraba desde el
accidente de coche en el que falleció su padre. Consiguió un trabajo y empezó a
aportar dinero para ayudar a sacar la familia adelante.
Silvia
se sentía orgullosa de su hijo y enormemente agradecida a Dios por haberlo
encauzado. La mujer murió a la edad de 85 años, de muerte natural, mientras
recibía los cuidados de su hijo y su nuera, felizmente casados.
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