viernes, 4 de octubre de 2013

Las cosas no son tan simples



La bondad del Padre Benito lleva tranquilidad a un convento en el que impera la lujuria



CRUZ.
1. Los dominios del marqués.

El marqués de los Galaches fumaba alegre el cigarro, las volutas de humo volaban en el aire de despacho de su hija: la madre Rosa, superiora del convento de Divina Asunción. Estaba contento, le gustaba celebrar, y el día había sido de dar gracias. La buena cosecha se estaba vendiendo a un precio muy alto, y sobre todo el escarmiento a los que quisieron  robarle el dinero de la compra de la finca de lord Snow, que le convertía en el terrateniente más grande y rico de la zona. Un chivatazo y lo cinco asaltantes habían muerto, hasta el que había traicionado a sus compañeros: los judas nunca acaban bien. Le llenaba de orgullo y satisfacción  escarmentar a los que ponían en duda su poder en la región.

Miró a su hija, la toca sólo dejaba ver su rostro, parecido al suyo, la nariz grande , la boca pequeña, los ojos negros . Pensó : “Es fea. En los hombres la belleza es diferente, le suelen decir que sus narices le dan un aire señorial, de vieja nobleza, en la mujer le hace ridícula y además es grandona, una machorra”. Por eso le montó el convento, edificado en sus tierras, en medio de las vides, y cerca de los olivares, estaba casi abandonado. Unas buenas limosnas y su hija era abadesa. Se la quitó del medio y encima le sacaba todo tipo de provecho.

El capellán anterior le contaba los secretos de sus aparceros, pero había muerto. Sonrió,  llevaba demasiada buena vida el jodido cura. Se atracaba de comer y además , no lo había preguntado, pero se lo debía hacer con alguna de las monjitas.

El nuevo capellán le había gustado, era la primera vez que lo veía y hablaba con él, tras la toma de posesión, apenas tres semanas antes. Decía la misa despacio, parecía saborear el latín de las oraciones. No le gustaban esos curas que tenían prisa en acabar la eucaristía , como algunos de Madrid. Por su hija , ya sabía que no había salido del convento. Sus misas, sus rezos, sus oraciones,.... y leer en la vieja biblioteca, residuo de épocas anteriores de esplendor de la orden.

El capellán había comido con ellos, guardaba las formas, sabía cual era su sitio. Así que le explicó lo que quería de él. Hacer que los trabajadores que vivían en el pueblo trabajaran, que no apareciera ningún agitador, si eso ocurría avisarle para que tomara medidas. En fin tenerle al día de todo lo que pasara.

El cura, con la mejor de sus sonrisas, y con lenguaje zalamero y servil, le dijo que lo entendía, que en el Evangelio, el Señor lo había dejado claro : “A Dios los que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar”.
Que él , el marqués era el Cesar y que a todos convenía que le fuera muy bien, para que a sus súbditos le fuera también bien.

Después se había retirado, el calor era muy fuerte y parecía adecuado descansar.

Al quedarse solo con su hija, ésta le miró sumisa y le confirmó lo que había ido a buscar.

En un rato, la dormidera habría hecho efecto y Sor Angelina estaría a su disposición.

Las ganas le acuden a la entrepierna. -” Vamos, ya he esperado bastante”-

Salieron del comedor por una puerta oculta, un pasadizo acababa en una escalera de caracol, bajaron hasta llegar a una galería escondida paralela a las celdas. La superiora no dudó, bajó una palanca y ante ellos, en su camastro, estaba sor Angelina, un camisón blanco cubría su cuerpo voluptuoso. La  respiración agitada hacía mover la tela que tapaba los grandes pechos.

La madre Rosa desnudó a la joven hermana dormida, tendría veintipocos años,  el matorral de vello negro de su sexo contrastaba con el blanco marfil de su piel. Con mimo la superiora giró el cuerpo, abriendo los muslos marmóreos, acarició el coño de la muchacha, que se abrió en respuesta a los hábiles tocamientos de la mujer.

-“Padre, está preparada”- avisó acalorada , sintiendo la humedad en la entrepierna. Al volverse vio como el hombre se había desnudado de la cintura para abajo y la verga enorme parecía tener vida propia.

El marqués metió su polla en la dormida, la agarró por los tobillos y comenzó un mete y saca salvaje hasta que, saciado su lascivo apetito, se desplomó sobre el cuerpo de la joven. Cuando se retiró satisfecho, chupeteó  los pezones enhiestos de la monja que inconscientemente había respondido a ataque libidinoso.

La superiora se abalanzó sobre la  recién jodida y lamió su sexo chorreante de semen.

Su padre la miró con una mezcla de asco y orgullo, le divertían los vicios de su hija.

2. Los castigos de la lujuria.                                                                                                   

Las veinte hermanas estaban reunidas en la capilla pequeña, la que usaban para el uso interno del convento, la grande  hacía de parroquia de la aldea. Los salmos se elevaban camino del cielo, Sor Angelina avanzó saliendo del coro. Se quitó el hábito quedando en una camisa parda de dril. Se arrodillo y sus manos agarraron con fuerza el brazo del reclinatorio. La madre superiora de pie a su espalda hizo vibrar el látigo. Y con fuerza le dio el primer golpe. La joven chilló, el canto de sus compañeras lo acalló. La madre  Rosa siguió con el castigo: treinta latigazos. Estaba totalmente mojada, sentía como los flujos empapaban su conejo peludo. Pero sabía que debía controlarse, darse placer pero no dejar marcada a la joven monja.  Su padre no se lo perdonaría.

 La ordenó que se levantara y se tendiera en el suelo con los brazos en cruz. Repitió los golpes, concentrándolos en los pechos, que henchían las gruesa saya, y en el sexo. Se notaba al borde del orgasmo, pero tenía que contenerse.

Hace tres años se volvió loca de placer y dejó marcado todo el cuerpo de Sor Inés, una hermosa muchacha hija natural de un amigo de su padre. Entonces las azotaba desnudas, y el cuerpo cimbreante de la monja, con aquel color de cuarterona clara, le había excitado tanto que no pudo contenerse, el látigo había roto la piel y la carne de la mujer, dejándola hecha una masa sanguinolienta.

Aquello tuvo sus consecuencias.

Su padre, enloquecido al ver rota su muñeca favorita, por primera vez le dio cuatro bofetones y con la fusta la golpeó en la espalda hasta que chillo, lloró pidiendo perdón.

Luego , muy serio, dijo: “ Ves cómo se puede pegar sin dejar marcas. Me vuelves a desgraciar a otra monja y te destrozo.”

Sabía lo cruel que era su padre, aprendió a azotar de una manera controlada, quedándose al filo del punto de explosión, luego rezaba hasta que le bajara la calentura un poco y al volver a la celda, llamaba a la hermana Carmela. Era delgada, fuerte , llena de músculos, tan poco femenina que el marqués ni se había fijado en ella, pero sabía dar gusto a la superiora.

Cuando llegó a su dormitorio la estaba esperando desnuda.

-“Madre, ven a que te coma”- le susurró con voz lujuriosa.

La superiora se  quitó la ropa y se tumbó abierta de piernas en la cama. Sor Carmela se abalanzó sobre ella, su boca entró en contacto con el sexo empapado de la mujer expectante y lo devoró. Como una cerda hambrienta, con ansía, chupó y mordió el conejo de la monja que gimió una y otra vez hasta quedar saciada de placer.

- “ Ahora te toca a ti.”- ordenó levantándose del lecho, que ocupo su amante.

Puso sus senos grandes, bamboleantes, con los pezones duros y erguidos en la boca de su compañera, tumbándose sobre ella y llevando la mano al coño peludo de la postrada.

- “¿ Te gusta chuparme las tetas?”-
- “ Si, Madre, son tan grandes, yo no tenga nada y te hacen tan mujer, tan diosa, que me vuelvo loca comiéndolas”-

Rosa, loca de placer, perdía el control de las caricias, cada vez más duras, más rápidas, con tirones y golpes en  el sexo de su compañera de lecho.

- “ Cómame ...Madre...Tómeme.. “-

La superiora se separó , de pie ante su presa, se relamió los labios finos y bajó hasta que su boca encontró la gruta mojada de flujo. Su lengua saltó como la de la boa ante el conejillo, recogiendo el néctar de la hembra. Sus lamidas eran rápidas, profundas, rebañaban el matorral femenino.

-“¿ Quieres más?”- le preguntó viciosa.
- “ Sí , Madre, lléveme ….”- gimoteó Sor Carmela.

Rosa introdujo tres dedos en la gruta femenina, y sin miramientos los hizo avanzar por la vagina lubricada, logró meter la mano como una cuña, bombeó y el puño surgió como una maza que taladraba a la hembra que suspiraba. Entró el antebrazo y sus movimientos violentos hicieron chillar a la hermana como a una cerda en el matadero.

- “ Así, así.........ya....llegué al ..éxtasis”- gritó quedando desmallada.

La superiora se tumbó a su lado y la acunó en sus brazos hasta que la mujer volvió en sí, cubriendo de besos a la hacedora de su placer.

Después tranquilas, fueron desgranando los últimos acontecimientos ocurridos en el convento, especialmente la manera de comportarse del padre Benito, dulce, comprensivo, sin buscar temas retorcidos en las confesiones, algo a lo que era aficionado el capellán anterior. Su emoción al leer los textos de la Santa Misa y la alegría que había demostrado al empezar las clases en la pequeña escuela, donde acudían los hijos de los aparceros cuando no había cosecha en la que tuvieran que ayudar. Antes de retirarse fue la madre superiora la que dijo : “ Parece un santo” a lo que Sor Carmela contestó malévola:  “ O un maricón”. Las dos se separaron riendo.

3.                   El servidor del marqués.

La mirada cargada de lujuria del marqués se fijó en el breve escote de su nuera, apenas el comienzo de el valle de los pechos, pequeñas colinas que desearía lamer. Habían comido bien , la cocinera del convento se había esforzado. Tras las entradas frías y calientes , una deliciosa gallina en pepitoria, seguida de unos postres dulces que estaban paladeando mientras tomaban unas copas de Oporto. Dos niños, alumnos de la escuela, vestidos de pequeños pajes habían hecho de camareros, sirviendo y recogiendo los platos de la mesa.
El padre Benito, sentado entre la marquesa y la esposa de su hijo, apenas había hablado tras la bendición de la mesa. Sólo comentó, ante la impertinencia del marquesito sobre si  no estaban pecando de gula, que Jesucristo se ocupaba de los cuerpos y la comida, siendo su primer milagro el convertir el agua en vino para que los invitados disfrutaran en la celebración de una boda, y cómo se había preocupado en dar de comer a sus seguidores con la multiplicación de los panes y los peces de modo que quedaron todos satisfechos, tanto que sobró .

El marqués había llevado a toda la familia al convento para presumir del Ford T , recién  comprado, el único en la zona,y cómo además sabía manejarlo.

Volvió a mirar a su nuera, una hembra desaprovechada, al imbécil de su hijo se le iban los ojos detrás de uno de los muchachos que les servían, le habían salido los hijos raros.

A la hija  le gustaban las mujeres, y al hijo los jovencitos, debía ser cosas heredadas de su mujer, un pedazo de hembra, aun ahora, con más de cincuenta años, seguía siendo atractiva. Le gustaba cubrirla como el toro a la vaca, dándole unas buenas nalgadas mientras su verga la penetraba con fuerza. La verdad es que podría pedir a su hija un poco de adormidera, y aprovechar para joder bien jodida a su nuera. Sólo pensar en ello, sus labios se curvaron en una sonrisa perversa.

El padre se levantó acercándose a él.

-“¿Puedo hablar con usted en privado un momento? Es un tema delicado pero que creo debe usted saberlo”-le dijo con servil voz baja.

El marqués se levantó y agarró al cura del brazo para salir del salón.

- “¿ Qué es eso tan secreto que tienes que contarme?- le preguntó con aire de suficiencia.
- “ El otro día me enteré en confesión, que a dos de los aparceros, su capataz les había encargado llevar un rebaño de ovejas a la casa de D. Froilán de Vistahermosa. Como me lo contaba, me dio la sensación que el hombre estaba preocupado, había obedecido pero no le gustaba lo que había hecho. 

Le  pregunté si antes había tenido que hacer  algo parecido. Me dijo que sí, de vez en cuando les mandaba a llevar vacas, algún toro, a hasta algunos cerdos a la casa de dicho señor. ...Los hombres saben cuando no actúan bien. Y ese pobre hombre tenía la duda que el capataz lo hacía sin el consentimiento del señor Marqués, pero sólo ante Dios se atrevió a exponer sus sospechas. Él no es quien para poner en cuestión las ordenes del capataz del señor Marqués”-

El marqués se quedó pensando, él no había mandado vender nada y menos al cabrón de Vistahermosa. Tendría que investigarlo. La verdad que el cura era buena gente, sabía quien mandaba. Le pasó la mano por el hombro y como el amo que felicita al perro le dijo.

- “ Padre, ha hecho bien. Si se entera de otras cosas que le inquieten me las cuenta”-

Volvieron con los comensales. Mientras tomaban café y fumaba un cigarro le preguntó a su hijo: - “ Tú ¿ has mandado que se venda ganado a Vistahermosa”-

- “ No, padre. A ese ni agua. Siempre quiere ser más que nosotros en la feria.”-

El padre Benito pidió permiso para retirarse, lo hizo cuando se lo concedieron. La familia quedó con una nueva ronda de cafés, acompañados de brandy para los hombres y anís para las mujeres.

Al marcharse en un aparte  el marquesito le ordenó a su hermana la monja:

- “ La semana que viene, el lunes cuando venga padre, yo vendrá con él, Me preparas al mocito ese que nos ha servido  en la mesa:  Jeromín. Y cumple sin hacerte la tonta”-

2. CARA.

A Matías Calahorra no le gusta matar, lo ha tenido que hacer varías veces en su vida. Unas por venganza o por salvarse o por dinero, pero sólo a estos cuatro últimos muertos cree que los ha ajusticiado. Seguro que Leocadio, su compañero, su mentor, se reiría de él. A Leocadio sí le divertía matar, le parecía un juego, un dominar el destino de los otros. Había sido capaz de vivir sin remordimientos con la mujer de uno que había asesinado,  decía con una sonrisa: - “ Es una buen mujer, está  muy buena y lo de su hombre no fue personal, fue un trabajo. No se puede andar tocando los cojones a los patrones”-
Fue Leocadio el que le enseño a manejar a las mujeres. Cuando le conoció no había estado con ninguna. El sexo para él era algo terrible: el abuso al que el superior y su compañero León  le sometían en el seminario. Matías, con sus dieciocho años, menudo para su edad , era su esclavo sexual. Tres noches por semana , desde los dieciséis, le usaban , tenía que satisfacerlos en sus más aberrantes deseos lujuriosos.  Ese día cuando cumplió los años, los mató en la capilla del seminario. A León, más fuerte,el primero, le golpeó con un candelabro de la iglesia, después llamó al padre Juan y mientras miraba asombrado el cadáver de su cómplice también cayó bajo un candelabrazo.
Vació la caja de limosnas , las escondió, y volvió a su celda. La Guardia Civil dijo que había sido un robo. Acusaron a dos pobre gitanos a los que ajusticiaron al intentar huir o defenderse.

A los seis meses, Matías dejó el seminario, recogió el dinero y marchó para Zaragoza.

Allí conoció a Leocadio, le salvó dejando sin sentido de un taburetazo a un hombre que iba a acuchillarlo por la espalda, en una pela de taberna. Salieron juntos y se hicieron compañeros.

Leocadio tenía cuarenta años, era ladrón , asaltante y asesino si pagaban, pero para Matías fue el padre que nunca tuvo.

Al enterarse que con veinte años era virgen, le llevó con la Casilda, fue su primera mujer, y le gustó. 
Cuando su amigo vio la afición que tenía a meter la polla entre los muslos de las mujeres con gra alegría de las interesadas, como confesaron entre risas casi todas ellas, le recomendó control. “ Las mujeres son la hostia, pero hay que usarlas. Tienes una pija de oro pero lo más importante es la lengua. Se las seduce con la palabra y tú para eso vales”-
Y había aprendido a manejar a las mujeres, sabía lo que querían, cómo tratarlas, y también cómo hacerlas gozar como guarras en celo.

Salieron de Aragón  y cayeron en Barcelona. Allí fueron asesinos a sueldo de la patronal, entre los dos debieron matar a unas diez personas. Fue  Leocadio el que dijo que había que darse el piro. Los ricos te usan, pero llega un momento que te conviertes en un incordio, y podía ser que de matadores pasaran a matados. Agarraron la pasta y fueron al sur.

Cambiaron de nombre, pusieron un colmado, vendían desde telas a conejos, pasando por latas y vino. Se presentaron como padre e hijo. Matías se había hecho hombre, como decía su amigo. -“Tienes pinta de normal. En una multitud pasas desapercibido. Nadie puede dar un dato que permita te reconozcan”-

Buscaron pareja. Leocadio , la Luisa, una mujer de treinta años, hermosa, morena, de carnes prietas, buena cocinera y mejor compañera de cama. Él se casó con la Julia, una muchacha, hija del dueño del local donde tenían el negocio. Era preciosa, rubia, con ojos azules, delgada, con unos pechos como pequeños cantaros que vibraban con sus besos.

Redondeaban sus ingresos con algún robo, bien planeado, sin dejar huellas. Les iba bien, su compañero tuvo un hijo, una niña él. Se reían pensando en el futuro, en casarlos, se veían de abuelos.

-“No se puede ser blando”- fue el único comentario de Leocadio cuando tuvieron que escapar al irles a buscar la policía.

El asalto a la casa había salido perfecto, las joyas, el dinero estaba en dos bolsas. Oyeron como se abría la puerta, dos jóvenes, un chico y una chica,  les miraron con asombro y miedo. Matías no dudó , les descerrajó dos tiros a cada uno. Salieron con el botín.

Los periódicos contaron el robo a la casa de los Ibáñez Lorenzo, la chica no había muerto. Supo describir a Leocadio. Les fueron a buscar. Sólo pudieron llevarse parte  del dinero.

- “ Hay que rematar. Como en los toros , la puntilla “- repetía una y otra vez el mayor de los dos mientras se perdían camino de Madrid.

Tuvieron que volver a empezar. Matías con treinta y seis, Leocadio con 60. Se habían enterado de la operación del marqués de los Galaches, la compra de la finca de un inglés, un pastón. El hijo había presumido de ella.

Había que bajar a Andalucía y ellos solos no podían. Buscaron a dos antiguos compañeros de correrías en Barcelona, que se habían trasladado a Madrid. El tercero , Luís, les esperaba en Linares, era primo del “Anteojos”, apodo por las gafas que usaba para cometer delitos, no las necesitaba, pero decía que sin  ellas no le reconocía nadie.

No se confiaron, parecía fácil, pero prepararon bien el golpe. No podía fallar. Leocadio se lo había dicho, este era el último golpe, se veía viejo para seguir en los caminos. Matías, con dulzura , le contestó con un “ Si te retiras tú, también lo hago yo”.

Pero les estaban esperando, apenas sacaron las armas, les dispararon. No miró atrás de un salto, salió de la casa, fuera estaba Luís con los caballos. Montaron y salieron de estampida. Les siguieron disparando. A él no le dieron, hirieron a su compañero.

Toda la noche a caballo, despacio, no había luna, no podían seguirlos, a la mañana paró en un pequeño bosque. Un regato le permitió beber un poco de agua. Miró la herida de Luís, una bala le había atravesado el hombro, y otra rozado la cabeza, se había desmayado en el caballo. Matías había tenido que atarle a la silla y llevarle de las riendas toda la noche. Le mojó la cara para que volviera en sí. Le miró con ojos asustados y Matías entendió todo.

-“ ¿ Por qué lo has hecho?- le preguntó con voz suave. No esperó la respuesta. Agarró una piedra y le golpeó en la sien. Comprobó que estaba muerto. Desde lo de León y el padre Juan no había matado a nadie con odio, pero aquel cabrón los había delatado y por él se habían cargado a Leocadio. Pedazo de hijo de puta.

Rebuscó en su ropa, encontró 60 reales y cincuenta duros, pensó que era lo que valían para los que les habían atacado. Se los guardó. Seguro que le estaban persiguiendo, razonó un plan de fuga. No le habían visto la cara, si se cambiaba de ropa, podría acercarse a un pueblo con tren e ir a Cádiz o Sevilla y desde allí,saltar a América. Volvió a montar y bajó hacia el camino real.

Venía un carricoche, se acercó despacio y saludó con un “ A la paz de Dios”-

- “Sea bendito y alabado”- le contestaron . Era un cura el que conducía el carrito. Con sotana nueva, sonriente, de la misma edad que Matías. Se dio cuenta que tenía la solución a mano, cuando el cura le preguntó:

-“¿Sabe si queda mucho para la aldea lo Galaches?, soy el nuevo capellán del convento de la Asunción.”-
 -“Padre, hacia allí iba yo. Le acompaño”-

El curita era hablador, en apenas cinco minutos le contó su vida y milagros. Fue sencillo. Un golpe, quedó desmayado. Se cambió la ropa con él.. Buscaban a dos hombres, si los encontraban dejarían de buscarle. Y el convento era un buen sitio para esconderse una temporada, con un poco de cuidado podría hacerse pasar por un cura, recordaba algo de latín. Le volvió a golpear. Lo montó en su caballo y lo acercó a la salida del bosque donde había estado escondido. Lo dejó tirado, tras comprobar que estaba muerto. Se montó en el carricoche y marchó hacia su destino.

Matias Calahorra está tranquilo, no le gusta matar, sólo lo había hecho por dinero o necesidad, excepto a Luís , a León y al padre Juan. En esos casos había sido por venganza, pero no se había dejado llevar por la ira.

Ahora no sabía bien porque lo había hecho. Había sido fácil, un par de tiros al marqués y a su hijo, cuando venían hacia el convento en su Ford T a follarse a alguna monja y a dar por culo al chaval, al Jeromín. Era eso lo que le había sacado de sí. Debía ser por lo que había sufrido de joven,  pero no aguantaba a los que abusaban de los niños. Con las mujeres valía todo, pero con los niños no. Al volver al convento, tenía decidido qué hacer.

Cargarse a la superiora no le costó nada. La encontró en una de las galerías secretas, en lo alto de una escalera, venía de dejar dormido al muchacho e iba a hacer lo mismo con Sor Angelina. Dos golpes y un buen empujón, comprobó que estaba muerta, como decía Leocadio, si es necesario la puntilla. Sólo quedaba esperar.

Matías no sabe bien por qué se ha cargado a la familia al pleno, pero lo ha hecho. Y encima no ha salido nada mal. Como decía Leocadio , tenía mano con las mujeres. Se acurda mucho de él.
Costó encontrar a la madre Rosa, superiora del convento, sólo con la ayuda de Sor Carmela, que confesó la existencia de galerías secretas, lograron descubrir el cadáver. Se había caído por la escalera, consecuencia lógica de posición y golpes.

La marquesa contó, a la Guardia Civil , las sospechas de su marido sobre el capataz. El cabrón no les vio bien cuando fueron a por él, y salió corriendo. Los picoletos no suelen fallar al disparar. Aclararon el asesinato de los marqueses con tres disparos. Nadie les llevó la contraria.

Sonríe Matías pensando en la extraña justicia que le ha permitido vengar la muerte de su mentor. La elección de superiora, de acuerdo con la marquesa, tuvo la dificultad de encontrar quién era digna. Lo hicieron entre los dos. Sor Jesusina, hija natural de un primo de la marquesa , el convento era un abrevadero de hijas naturales o no queridas, fue la elegida. No era lista, no era tonta, y era tranquila.

La marquesa descansaba en él , sus consejos para controlar la hacienda y a su nuera, fueron tomados con interés. El sacerdote demostraba tener buen corazón, pero también un conocimiento de los seres humanos importante. La marquesita debía seguir siendo viuda, por si acaso. Y ...¿si se casaba y el nuevo marido intervenía en la administración de las fincas? Podía dejar mal económicamente a la señora marquesa y a sus nietos.

Matías sonríe, ha tenido que multiplicarse. El convento y la gestión de la hacienda han sido sus trabajos cotidianos. Y siempre rodeado de mujeres... no puede evitarlo...le gustan...y las entiende.

La marquesita se va a quedar tres días de ejercicios en el convento, es muy buena con los números, toda una ayuda, se puede confiar en ella en los temas de la pasta, una lince, que además está feliz al sentir que aprecian su trabajo, tanto que en confesión le ha contado que a ella lo que le gusta de verdad son las mujeres. Sor Carmela está en deuda, cuando se entera cómo debe pagarla, se relame. La marquesita saldrá satisfecha del convento.

Matías sabe lo que es el amor, lo ha vivido con  Julia , la madre de sus hijos, por Inés no siente lo mismo pero le agrada hacer el amor con esa cuarterona a las que las cicatrices le confieren una extraña belleza. Es tan ardorosa, tan tierna, tan dulce que le tranquiliza muchas noches.

Entra la marquesa, de negro, la blusa vaporosa se hincha con sus senos grandes, que se mueven al compás de la respiración. Matías ha encargado un chocolate con churros, y unas copitas de anís, se sientan en la mesa en el mismo sofá. La mujer moja el primer churro y se lo lleva a la boca, lo come despacio, se le manchan los labios de chocolate. Se ríe nerviosa.

-“Parezco una niña, con la boca negra”-

Matias toma la servilleta de fina batista y delicadamente la pasa por los labios de la mujer, deja que ella sienta la caricia de los dedos. No puede más, agarra un dedo y lo chupa a través de la tela.

-“Ayy...padre”- lanza un suspiro que se refleja en los pechos que suben y bajan con vida propia.
-“Hija, ¿ qué te pasa?...¿ Te cuesta llevar la viudez?”- le pregunta el padre Benito con voz cargada de bondad y sugerencias.

La marquesa no dice nada, sólo se recuesta en el sacerdote. Él la pasa el brazo por los hombros y la acuna como si fuera una niña.

-“ Hija, entiendo lo que te ocurre. Es dura tu vida, teniendo que llevar las responsabilidades de la familia. Estás sin nadie a tu lado. Eres una mujer hermosa...en la flor de la vida...tu cuerpo necesita descargar la enorme potencia de tu alma... eres como un río que corre impetuoso jugando con las piedras del cauce, haciéndolas cantar ...y esa música resuena en tus oídos...y te das cuenta entonces de tu inmensa soledad.”-

-“ Padre es cómo usted lo cuenta...ese río que me acalora ….y me sube.... y me baja. ...Y no sé qué hacer.”- toma la mano del cura que descansa en su hombro y la coloca sobre  el pecho. Los pezones , duros como piedras se sienten a pesar de la blusa, la combinación y el corsé.- “ Ay ...padre ...no sé qué hacer...Sólo le tengo a usted”-

El padre Benito acaricia la teta a través de las telas.

 - “ Jesucristo nos habla del amor, de dar de comer al hambriento y de dar de beber al sediento....De darnos a los demás...La alegría que da a... Marta, a... María, a... Magdalena “-

La marquesa no aguanta más se gira , agarra la cara del cura y le besa con ansia. Cuando se separa, al no ver rechazo en el sacerdote, se desabrocha la blusa y saca con las manos los pechos grandes, con los pezones como dedos enhiestos. Los acerca a la boca del padre Benito y le suplica. “ Son suyos” - y apenas siente la boca que succiona , casi llorando le ruega: “ Ayyyyy...padre....fólleme “

 Matías Calahorra piensa el dicho de vivir como un cura, cuando levantándose la sotana penetra a la mujer desnuda  que le espera ansiosa a cuatro patas , mientras él, al tiempo que la folla , se come un churrito mojado en anís.

El Bien piensa: “A veces, El Mal se esconde detrás de mí, como aquel día en que el hipócrita de Abel se hizo matar por su hermano Caín para que éste quedara mal con todo el mundo y no pudiera reponerse jamás. Las cosas no son tan simples.” A.M.

1 comentario:

doctorbp dijo...

Primero quisiera pedir perdón al autor por leer el relato con este catarro que seguro no me ha dejado disfrutar de la lectura como debiera. Y es que no me ha gustado mucho.

El inicio me parece un pequeño despropósito. Creo que el reto de este tema (sexo con religiosos) está en hacer creíble algo inverosímil y no convertir un convento en un burdel.

La segunda parte me ha gustado más. La trama en la que se desenmascara al nuevo párroco es todo un acierto, aunque creo que incluso podría haber dado más juego.

La idea no me parece mala: una historia de venganza con relativa sorpresa en tiempos pretéritos. Pero creo que la ejecución no ha sido brillante.

Sexo forzadísimo y surrealista. Fallos ortográficos que se podrían haber evitado revisando el texto y un cambio de tiempos verbales que, por lo menos a mí, ha hecho que me doliera la cabeza más de lo que ya me dolía al empezar jeje

Creo que un buen intento, pero fallido.