lunes, 4 de noviembre de 2013

La Reducción



En el siglo XVIII, un abnegado jesuita defiende su misión guaraní de los esclavistas paulistas. La devoción hacia los feligreses y el amor al prójimo pueden transformarse en los más bajos instintos.

 








Muy afortunado e ilustrísimo Padre Baltasar de Monpiedra, Provincial de las tierras del Paraguay.

Que la gracia, la paz y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo sea con nuestro Santo Padre Benedictus Quartus Decimus para con su excelencia, Ignatius Visconti, General de la Compañía de Jesús y para con vos.

Desde esta misión de Jesús de Tavarangué, en el vigésimo tercer día de cuaresma, en el año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil setecientos cincuenta y dos, el padre Hernando de Trujillo os saluda:

Como es nuestro deseo y vuestra voluntad, remito crónica de los acontecimientos acaecidos durante los últimos meses en la Reducción delegada a nuestra humilde supervisión.

La más importante de las encomiendas de la orden en estas tierras salvajes, la de proclamar la Fe verdadera y la redención para todo aquel que siga a nuestro Señor Jesucristo, prospera, no sin esfuerzo por el padre Graciano Portillo y por nos.

Los mayores progresos en la conversión del pueblo guaraní se dieron cuando finalizaron las disputas con el Karaí, ahora conocido como Tarcisio Tabaré. Tras avenirse a colaborar con nuestra Santa Iglesia Católica, se le han encomendado por nos, labores de diácono de la pequeña capilla de la misión. Este indio se ha mostrado como un gran orador, complementando nuestra labor de evangelización. La Tierra Sin Mal, objetivo último de la arcaica espiritualidad de estos guaraníes, ha ayudado en la comprensión del Paraíso Celestial reservado a los creyentes en la Salvación y Redención de nuestro Señor Jesucristo.

Prosiguiendo con aspectos espirituales, debemos narrarle a su ilustrísima el estado en el que se hallan los trabajos de edificación de la gran iglesia dedicada a la Asunción de nuestra Señora, la bienamada Virgen María. Los indígenas se han descubierto como excelentes artesanos. Trabajan con suma destreza y habilidad la arenisca, dando a los frisos, al púlpito y a las portadas, gracia etérea y elegancia. La casa del Señor estará rematada por una alta torre desde la cual se podrá llamar a Eucaristía a todos los feligreses.

El retablo principal, realizado en robusta madera de urunday, ya se encuentra rematado en su totalidad. Es gozoso observar las finas policromías aplicadas a la multitud de tallas representativas de querubines, serafines y ángeles, así como a la ilustración de pasajes de la Santa Biblia. Estos guaraníes han demostrado tener verdadera destreza en la confección y aplicación de tinturas extraídas del fruto de la jungla.

Nos llena de alborozo comunicarle la buena marcha de la escuela de la misión. Es significativa la capacidad de estos indios para el aprendizaje de las letras y de los números. Aprenden la lengua Castellana con diligencia si bien, para los números, hacemos uso de nuestro dominio del idioma guaraní.

Tratando aspectos más mundanos, debemos reconocer el acierto de su ilustrísima en fijar la jornada laboral de los guaraníes en seis horas, y no de sol a sol, como venía siendo de general aplicación por los terratenientes Españoles. La producción agrícola no se ha visto mermada en lo más mínimo. La principal virtud de esta graciosa medida de su ilustrísima se ha dejado sentir en la dedicación de los indios a los oficios religiosos. Pues ahora asisten más despiertos y participativos.

Singular resulta el virtuosismo con el que los indios reducidos interpretan melodías y cantan alabanzas. Las arpas, violines, flautas, clarines y demás instrumentos, a los cuales se han adaptado los guaraníes con presteza, llenarán de espiritualidad musical la nueva iglesia cuando esta se halle concluida.

El corregidor o parokaitará, como le denominan los aborígenes, colabora de buen grado en el gobierno de la reducción, liberando de muy pesadas cargas los hombros de vuestro humilde servidor. Las malsanas costumbres de algunos indígenas se enderezan con el buen hacer del alcaide, quien se desvela por la decencia y el civismo en la misión. No obstante el entusiasmo de este buen cristiano, varias jóvenes doncellas han debido ser amonestadas por trabajar la tierra vestidas tan solo con el sucinto tanga, prenda habitual antes de la arribada de la verdadera fe.

Bajo las órdenes del alférez real se ha organizado un reducido, aunque voluntarioso ejército, conformado por cuatrocientos soldados de infantería y ciento cincuenta y nueve de caballería.

El número de caballos, asnos y mulos crece óptimamente. Por tal motivo, en breve se incrementarán nuestros efectivos de caballería. Las mujeres guaraníes también colaboran en el engrandecimiento de la reducción, no tan solo trabajando laboriosamente la tierra, cuidando diligentemente de los ancianos y de los niños, también pariendo a buen ritmo, lo que es alborozo para quien le escribe pues incrementa el número de buenos fieles a la madre iglesia, en número de treinta y siete desde nuestra última misiva.

Que nuestro Señor Jesucristo guarde y preserve la muy preciosa vida y muy católica persona de vuestra ilustrísima.

Por siempre vuestro devoto hermano en Cristo.

(Ecce Signum)

Padre Hernando de Trujillo

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Muy afortunado e ilustrísimo Padre Baltasar de Monpiedra, Provincial de las tierras del Paraguay.

Que la gracia, la paz y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo sean con nuestro Santo Padre Benedictus Quartus Decimus, para con su excelencia Ignatius Visconti, General de la Compañía de Jesús y para con vos.

Desde esta misión de Jesús de Tavarangué, en el octavo día después de la resurrección de nuestro Señor, en el año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil setecientos cincuenta y dos, el padre Hernando de Trujillo os saluda:

Acontecimientos acaecidos en la misión hacen imperiosa la necesidad de establecer comunicación con su ilustrísima.

En la víspera de la pasión de Jesucristo, cuando todos los trabajos de preparación para la celebración de la Semana Santa se hallaban concluidos, un nutrido número de bandeirantes paulistas fue divisado a una jornada a caballo de la reducción. Entendiendo quien os envía esta crónica, que devotos cristianos como los portugueses respetarían la solemnidad de la pasión y muerte de nuestro Señor, dispusimos que se acomodase un terreno baldío a las afueras de la misión con el fin de que los fieles que lo deseasen pudieran acudir a los oficios religiosos, pues andaban por esa jungla sin la compañía de capellán alguno.

No obstante nuestra buena fe, dimos orden al alférez real de que dispusiera una milicia para vigía y custodia de los visitantes. Restituto, un tuvichá, que es como conocen los indios a los oficiales de segundo rango, fue apostado junto a doscientos soldados de infantería alrededor del terreno seleccionado para reposo de los portugueses.

Los paulistas, al mando del capitán Manuel Figueiredo, participaron devotamente de los solemnes actos de la conmemoración de la pasión y muerte del Señor. El domingo de mañana, día de la resurrección, celebramos, como es prerrequisito, la ceremoniosa procesión tras la cual se celebró Santa Misa. A ninguno de estos sagrados actos acudió paulista alguno sin haber manifestado excusa plausible. La justificación a tan impropio proceder de personas piadosas llegó en forma de explosión de metralla de dos piezas de artillería, situadas a ambos extremos de la misión.

Vuestra ilustrísima es conocedor de nuestra piadosa observancia de los rituales preceptivos y de la santa misión de imbuir a los guaraníes de este espíritu piadoso. No obstante, no confiando plenamente de nuestros hermanos portugueses, tomamos la decisión de apostar ciento cincuenta soldados de infantería ocultos en la espesura de la jungla. Dicha decisión se revelaría más tarde como crucial para el devenir de los acontecimientos.

Tras el trueno producido por los cañonazos, llegó el retumbar de la caballería. En orden de trescientos arremetieron contra la guardia de doscientos infantes que se había decretado para el campamento paulista. Restituto Yaguatí mantuvo las líneas aguerridamente, mas doscientos de a pie frente a vez y media de a caballo era batalla desnivelada.

Prestamente, dimos fin a todos los actos religiosos llamando a las armas a la milicia. El alférez real, Isidro Katu, organizó las huestes en un tiempo imposible de no haber contado con el apoyo divino de nuestro Salvador. Nuestros ciento sesenta y cinco soldados de caballería arremetieron contra los paulistas cuando estos terminaban de descoser la tupida defensa de nuestra infantería.

Con los hombres de a pie huyendo en pos de refugio y siendo nuestra fuerza montada inferior a la portuguesa en número de dos a uno, rogamos a nuestro Señor para que nos iluminara con su sabiduría. Pese a lo indigno y poco piadoso de un ataque por la retaguardia, nos vimos obligados a tomar parte en la contienda. Escabulléndonos por la sacristía, logramos contactar con el grupo de ciento cincuenta infantes ocultos en la arboleda. Antes de emprender la marcha, dimos instrucciones a uno de los infantes más veloces en la carrera. Debía informar de la estrategia al alférez real. El objetivo debía ser dividir en dos grupos la caballería portuguesa: uno de ellos debía quedar entre nuestra caballería y la misión; el otro, más al norte, debía quedar encerrado por la tupida vegetación de la selva.

Como en otras ocasiones os hemos manifestado, los hijos de la reducción son hombres valientes y diligentes. Las órdenes fueron cumplidas arreglo a la pauta dada sin el menor contratiempo. Cuando el grupo de bandeirantes situado más al norte se halló al alcance de los arcos de infantería, se atacó con decisión, sin remordimientos por hacerlo a espaldas.

Los paulistas que quedaron atrapados entre nuestra caballería y la misión fueron prestos en emprender la huída, dejando tras de sí numerosos pertrechos y alguna montura. Pese a la destreza militar de los indios y a nuestra solícita organización, no fue un éxito abrumador, pues sufrimos numerosas bajas de las cuales hago cumplida relación a continuación:

Muerte de tres mulos, un asno y doce caballos.

Inservibles para la batalla cincuenta y dos arcabuces.

Pérdida de setenta y ocho buenos cristianos. Veinticinco miembros de la Reducción de Jesús de Tabarangué y cincuenta y tres paulistas. Gracias a la providencia no hay que lamentar rapto de ningún guaraní a manos de los esclavistas portugueses.

Los heridos se cuentan por docenas. Los hay de levedad que con reposo y buenos alimentos pronto andarán por los caminos, y los hay que de buenas medicinas y rezos precisan.

Nos, en este momento, os escribimos desde nuestro lecho en el cual nos hallamos convalecientes por tener dos piernas quebradas, un brazo de igual manera y el otro desencajado. Por este motivo, ruego perdonéis vuestra ilustrísima si la caligrafía no es todo lo legible que su servidor desease.

La abnegada viuda, Juana Yerutí, cuida de nosotros limpiando nuestras heridas y suministrándonos nutritivos guisos de batata con zapallos o porotos. Los conocimientos de este pobre padre acerca de la medicina provienen en su totalidad de la lectura de los ensayos albergados en la pequeña biblioteca de la escuela. Por tal motivo, nos permitimos a la vieja Juana que aplique sus remedios guaraníes, pues pensamos que ningún mal puedan acarrear a nuestra persona, siendo fuente de ancestrales conocimientos. Hemos recibido friegas en nuestras heridas con el vientre del kururú, como se conoce al sapo, lo cual aseguran los indios es de suma eficacia para las infecciones y las altas fiebres. Durante todo el día un incensario con las hojas de la kurupá arde pertinazmente junto a mi lecho, propiciándonos dulces sueños.

Aguardando poder remitirle noticias más propicias, deseamos fervientemente que nuestro Señor Jesucristo guarde y preserve la muy preciosa vida y muy católica persona de vuestra ilustrísima.

Por siempre vuestro devoto hermano en Cristo.

(Ecce Signum)

Padre Hernando de Trujillo

  
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Muy afortunado e ilustrísimo Padre Baltasar de Monpiedra, Provincial de las tierras del Paraguay.

Que la gracia, la paz y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo sean con nuestro Santo Padre Benedictus Quartus Decimus, para con su excelencia, Ignatius Visconti, General de la Compañía de Jesús y para con vos.

Desde esta misión de Jesús de Tavarangué, a siete días de San Jorge en el año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil setecientos cincuenta y dos, el padre Hernando de Trujillo os saluda:

Escasas son las buenas nuevas que os podemos narrar en tan breve transcurso de tiempo. Como es vuestra voluntad conocer al detalle los acontecimientos posteriores al malogrado ataque de los paulistas, haremos un esfuerzo, venciendo el malestar generalizado que nos aqueja y daremos cumplida cuenta de los deseos de su ilustrísima a la cual le agradecemos las oraciones por nuestra recuperación.

El padre Graciano Portillo y el Corregidor Juan Damasceno trabajan diligentemente en pos de la buena marcha diaria de la reducción. Isidro Katu, alférez real que tan valerosamente actuó durante la defensa del día de la resurrección, refuerza el pequeño ejército con la finalidad de poder desarrollar nuevas estrategias como la empleada por vuestro humilde servidor.

Hablando de nuestra pobre persona, debo poner en vuestro conocimiento los excelsos cuidados a los que me somete la viuda Juana. Mujer anciana, con una sola pieza en su desdentada boca y fea sin parangón, pero de gran piedad y sabias manos. Aunque ambas piernas continúan entablilladas e incluso una supura, son mínimas las molestias que sentimos. Las decocciones que nos hacen beber de a cuatro por día y las hierbas que vespertinamente arden humeantes en nuestros aposentos, logran el milagro de alejar el dolor de este castigado y quebrado cuerpo.

Todas las mañanas al rayar el alba, la viuda me lava con delicadeza. En un principio nos dio cierto apuro que una mujer pudiera limpiar nuestro cuerpo. De tal guisa, que el padre Portillo se ofreció voluntariamente a ser él quien realizara tan ingrata tarea.

El padre enjabonó con verdadero entusiasmo todo nuestro cuerpo. Incluso podríamos haber jurado ante los santos que las maniobras realizadas en nuestras zonas pudendas fueron excesivas para una ligera higiene. En aquel instante, poco después de la aurora, ningún pensamiento de repulsa cruzó nuestra alma.

Mas debemos confesarle su ilustrísima, que al caer la tarde, nuestras peores sospechas se vieron confirmadas. El padre Graciano Portillo acudió a nuestros aposentos tomando asiento en la silla dispuesta junto al lecho. Nada observamos de extraño en aquella maniobra, mas cuando tomó nuestras manos entre las suyas, una sospecha comenzó a tomar forma en nuestro espíritu. Algo más de una hora estuvo el buen padre acariciando nuestra mano al tiempo que susurraba palabras de amor y devoción a nuestros aturdidos oídos.

Dios, perdone al padre Portillo, que degenerados sodomitas haberlos haylos, pero es mancha indeleble que lo sean en el seno de nuestra madre iglesia. Nuestra integridad ante tal falta de decoro la dejamos en manos de la fuerza de nuestras nalgas. Con ambas piernas quebradas, la tensión para cerrar la puerta trasera era escasa por lo que no fueron pocos los rezos de quien ahora os escribe. Estos ruegos de nuestra persona  parecían enardecer más si cabe al padre, quien acercaba más aún su rostro al nuestro, redoblando la intensidad de los susurros.

Verdaderamente inquieto por la posible violación carnal de nuestra integridad, rogamos al padre Portillo que dejara a Juana, la guaraní, los cuidados de nuestra persona pues muchos son los conocimientos que las viejas Indias albergan sobre plantas y medicinas.

En un principio pensamos que todo se había remediado sin llegar a mayores, mas esta pasada noche, San Telmo ha venido a visitarnos en nuestro lecho de enfermo. Vistiendo su hábito blanco y negro y con su acostumbrada vela en la mano, ha insistido en que cerrásemos los ojos y durmiéramos. Sin querer pecar de blasfemo, aquella visita del patrón de los marinos nos inquietó grandemente. Ya se sabe del mal que aqueja a los navegantes en sus largas travesías sin mozas a su alcance. ¿Por qué cerrar los ojos?, ¿por qué dormir?, ¿podría San Telmo estar en connivencia con el padre Portillo para la sodomización de nuestra angosta retaguardia?

Tras la Santa visita de la noche anterior hemos pedido a la vieja Juana papel y pluma. El esfuerzo que requiere escribir, bien merece poder narrar a vuestra ilustrísima estos hechos que tan acongojados nos tienen.

Aguardando poder preservar la integridad de nuestras carnes, deseamos fervientemente Que nuestro Señor Jesucristo guarde y preserve la muy preciosa vida y muy católica persona de vuestra ilustrísima.

Por siempre, vuestro devoto hermano en Cristo.

(Ecce Signum)

Padre Hernando de Trujillo


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Muy bondadoso Padre Baltasar de Monpiedra, Provincial de las tierras del Paraguay.

Que la paz sea con nuestro Santo Padre Benedicto XIV, para con su excelencia Ignacio Visconti, General de la Compañía de Jesús y para con vos.

Informe remitido Desde Jesús de Tavarangué, en el día diez y seis de Abril, en el año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil setecientos cincuenta y dos, por el padre Graciano Portillo:

Ya conoce vuestra ilustrísima que no soy hombre letrado aunque acudo presto al requerimiento de mis superiores para cumplir con mis obligaciones. 

La reducción marcha bien. Todo lo bien que puede marchar con el padre Trujillo encamado. Su ilustrísima conoce mi devoción, mas no soy hombre de amplias entendederas. Ya lo decía mi madre que en paz descanse: “Graciano, hijo, vete con los franciscanos que los jesuitas son de mucho estudiar”. Mas como soy hombre pertinaz, logré tomar los votos en la Compañía. Algo similar pasóle a mi primo carnal Jacinto Portillo, ahora corregidor de la villa de Valdepeñas. Nadie que hubiere conocido a aquel zagal de narices moqueantes pensare jamás de los jamases que tan alto pudiese llegar. ¿Conoce su ilustrísima la Muy Heroica y Muy Leal villa de Valdepeñas? Si no es así, en cuanto se encuentre en tierras españolas debe andar a probar sus vinos pues de afrutados y espirituosos no los hay igual, aunque debo advertirle que se suben a la cabeza con facilidad y hacen que las lenguas más sensatas se desaten.

Discúlpeme su ilustrísima por no concretar e irme por las ramas. El padre Trujillo se encuentra encamado como ya le dije pero con el brazo medio sano que le queda de seguro que escribe más de corrido que yo y con mejor caligrafía.

Los mejores cuidados son para el padre. Toda la reducción se muestra solícita a cumplir cualquier requerimiento que la vieja Juana solicite para mejor tratar las dolencias de nuestro hermano. Los sapos más raros se han cazado en el cercano Paraná para dar friegas con los vientres de estos sobre las supurantes heridas. De chico, allí en mis tierras de Albacete, cazaba yo muchos sapos, ranas y alguna culebra sin conocer que se pudieren utilizar como remedio de medicina. Disculpe su ilustrísima que me vuelve a embargar la nostalgia y me enredo.

La buena marcha de la misión se debe en grande parte al corregidor Juan Damasceno. Este indio, juicioso y cauto, logra asistirme  eficientemente en los quehaceres diarios de la reducción. En este punto debo abrir mi corazón a su ilustrísima narrándole la verdad. Realmente, el corregidor no me asiste, pues es él y tan solo él quien dirige la misión en ausencia del padre Hernando, pues mi escasa inteligencia no es suficiente para llevar varios pensamientos en la cabeza. Los oficios eucarísticos y los ensayos del coro llevan al límite mi capacidad. Ya lo decía mi anciano padre: “No se puede dormir y guardar la era”. Bueno, él lo decía con palabras que no son adecuadas para la sensibilidad de vuestros oídos.

Por cierto, finalizo la misiva notificándole de algunos hechos desconcertantes en la persona del padre Hernando de Trujillo. Hombre joven y fornido como es, no tardará en reponerse de sus heridas, asistido como está por la viuda Juana y sus remedios de la selva. Digo esto porque no reviste mayor importancia su estado físico. Distinto es si hablamos de su estado espiritual, pues comienza a tener comportamientos erráticos.

El otro día impidió a la viuda Juana que le lavara el cuerpo alegando que no era decoroso. Su ilustrísima bien conoce que no hay nada de impúdico en los tratamientos de una viuda. El padre Hernando me solicitó ayuda para hacer sus abluciones diarias. Voluntarioso como soy, estuve presto a acometer esta nueva dedicación. Cuando enjuagaba concienzudamente el cuerpo de nuestro hermano, pude percibir… pude notar… ¿Cómo se lo explicaría yo….? Algo entre sus piernas comenzó a crecer y crecer. Como hombre de mundo, soy sabedor de que estas cosas pasan sin proponérselo y no le di mayor importancia salvo por el tamaño de aquel garrote. En mi aldea de Albacete había un joven, Bartolo el tres piernas, que así le llamaban por tener un grande miembro viril. Pues yo, que me bañé en la charca del fraile de cuando chico pudiendo ver la tercera pierna de Bartolo muy de cerca, puedo asegurar a su ilustrísima que la del padre Trujillo casi duplica a aquella.

Anécdotas a un lado, ayer noche me sobresalté de madrugada por oír extraños suspiros como de melancolía. Me calcé bien el gorro de dormir y me eché la sotana por encima del camisón no fuera a tomar frío. Así, con el blanco del camisón y el negro de la sotana, tal cual parecía un dominico, orden a la cual venera mucho mi santa madre pero en la cual no me aceptaron de zagal. Pues bien, me dirigí lentamente hacia el punto desde el cual emergían los suspiros. Se trataba del dormitorio del padre Hernando. Sigilosamente, abrí la puerta para ver si algún mal sueño perturbaba su descanso. La imagen que vieron mis ojos me trastornó hasta el alma. El padre Trujillo, despatarrado sobre la cama, tocaba la zambomba, o así se le conoce en mi pueblo a tocarse uno mismo el miembro endurecido, dando profundos suspiros y emitiendo blasfemias. Gritaba que a él nadie le sodomizaría, que el daría por culo a todos los santos y beatos.

Pese a mis cortos conocimientos de medicina, pienso que tales acciones se deben más a los delirios de las altas fiebres que a la consciencia del hermano, hombre juicioso y de nobles costumbres. Por si los remedios indígenas fueren los causantes de los delirios del padre, he prohibido la quema de las hojas del kurupá.

Mantendré la correspondencia como solicita su ilustrísima dando cumplida cuenta de todo cuanto acontezca.

Por siempre vuestro.

(Ecce Signum)

Padre Graciano Portillo

  
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Muy afortunado e ilustrísimo Padre Baltasar de Monpiedra, Provincial de las tierras del Paraguay.

Que la gracia, la paz y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo sean con nuestro Santo Padre, Benedictus Quartus Decimus, para con su excelencia Ignatius Visconti, General de la Compañía de Jesús y para con vos.

Desde esta misión de Jesús de Tavarangué, en el día de San Jorge, en el año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil setecientos cincuenta y dos, el padre Hernando de Trujillo os saluda:

Gracias su ilustrísima por preocuparse tanto por el bienestar de nuestra persona. En los últimos días nuestra mejora ha remitido, debido a la insistencia del padre Portillo por retirar el incensario de hojas de kurupá de nuestra estancia, pese a las advertencias de la viuda Juana que afirmó que estas inhalaciones son beneficiosas para el cuerpo y el alma.

Desde la semana precedente hemos logrado que el incensario retorne a nuestros aposentos, dulcificando nuestro sueño y aplacando nuestro sufrimiento. Tal ha sido posible por la intervención del corregidor  Juan Damasceno, el cual, retornó a nuestros aposentos el incensario tan beneficioso. Nos informó de la importancia de estos remedios entre los guaraníes. El propio Juan insistió en que recibiera atenciones de la más joven piadosa que se pudiera encontrar, su propia hija enviudada durante el ataque paulista. Así pues se marchó dejándonos a los atentos cuidados de la anciana Juana y de su nueva discípula que atendía al nombre de María.
  

La noticia de la llegada de una joven, que colaboraría en nuestro cuidado, a la casa que habitamos nos intranquilizó grandemente. A pesar de tratarse de una muchacha abnegada y piadosa, su lozanía podría propiciar habladurías entre los reducidos. La anciana afirmó necesitar aquella ayuda, pues requería de brazos fuertes para poder voltearnos y curar nuestras yagas. Rogando porque la joven se supiera comportar decorosamente, accedimos  a que permaneciera junto a Juana el tiempo que necesitasen nuestras heridas, pues si el piadoso Juan Damasceno confiaba en su hija, no seríamos nos quien le contrariara.

Su ilustrísima conoce bien que tan solo tenemos ojos para admirar la belleza de la siempre amada Virgen María. Pues bien, cuando María entró en nuestra estancia portando una palangana y una toalla, algo se removió dentro de nosotros de manera inconsciente. Desconocemos si tal lo causó su larga cabellera azabache, la cual refulgía con la luz de la mañana. Tal vez fueren sus largas pestañas que aleteaban inquietas enmarcando unos almendrados ojos. Pudieron ser aquellas comisuras de la pequeña boca, las cuales se curvaban hacia arriba esbozando una sonrisa tímida. El caso es que la tentación se apoderó de nuestra dolorida alma.

Con fe y determinación, intentamos ofrecer batalla a aquel diabólico sentimiento que nacía en nuestras profundidades. Cuando logramos maniatar y sojuzgar a la bestia, la joven María  comenzó a lavar todo nuestro cuerpo con grande delicadeza. Sus manos eran como pétalos que acariciaran nuestra lacerada piel. Sus dedos revoloteaban aquí y allá buscando y encontrando aquellas zonas de mayor sensibilidad de nuestra persona. El sentimiento de debilidad volvió a apoderarse de nos, pero aquella flaqueza no era tan solo causada por nuestra mente pecaminosa. La joven María de Betania, con su inocente rostro ovalado, nos tentaba al igual que hizo con nuestro Señor. No perfumó nuestro cuerpo con nardo, no enjugó nuestros pies con su larga cabellera, pero la reconocimos nada más entrar en la estancia.

La boca de la joven hermana de Lázaro, se abrió sorpresivamente cuando tomó nuestro miembro viril entre sus manos. Aunque nosotros aferramos su pequeña mano insistiendo en que soltase su presa, la joven agarró con fuerza tan sensible parte de nuestro cuerpo, comenzando a hacer movimientos desconcertantes, mientras repetía como una letanía: “kurupí, kurupí”.

Persona honorable y de bien como somos, intentamos por todos los medios que la muchacha se desasiera de nos. No teniendo suficiente con aferrarse a nuestras zonas pudendas, decidió tomar una de nuestras manos y enérgicamente introducirla bajo sus faldas haciendo que tocásemos sus muslos, sobre los cuales no llevaba enagua alguna como es recomendación entre las buenas cristianas.

Aunque grande fue nuestra determinación, tuvimos que sucumbir a la calidez y tersura de su piel. Somos conocedores del gran pecado que hemos cometido, mas en nuestro descargo, debemos mencionar que la joven de Betania poseía las armas del súcubo más perverso. No querríamos extendernos en la firmeza de sus muslos, en la sedosidad de su piel, en el ralo vello de sus ingles, en la humedad de sus partes ocultas. Todo ello nos parece información superflua que tan solo serviría para condenar más nuestra alma.

Sí consideramos información importante la referente a la debilidad de nuestro cuerpo a manos de la joven. Las sutiles maniobras que ejerció sobre nuestro miembro viril y las tenues caricias con su larga cabellera condujeron rápidamente a una enérgica explosión. Su ilustrísima, al igual que nos, habrá sufrido alguna vez de la visita del diablo maligno que causa poluciones involuntarias. Los estertores y convulsiones que padeció nuestro cuerpo a manos de María de Betania no son comparables a polución alguna. Nuestra consciencia casi nos abandona del grande placer que sufrimos. Es arma maligna la que las mujeres pueden emplear contra los hombres de bien, pues los debilita y subyuga de manera atroz.

María, expulsada por nos,  no volvió a la casa hasta cuatro días después. El propio San Juan Evangelista la trajo de la mano. Supimos que era el discípulo de Jesús, pues Juan se hacía llamar, además  vestía de verde y portaba una copa en su mano libre. Carecía  de rostro barbado a diferencia de los demás apóstoles. Nos comunicó unas curiosas palabras:

“En la búsqueda del camino de la perfección es importante comulgar con todos los dones que Tupá ha puesto a nuestro alcance. De este modo, podemos alcanzar la Tierra Sin Mal. Para que se cure pronto, María atenderá tanto su alma como su cuerpo. Está entre nuestro pueblo, deje a un lado el lastre de sus costumbres y beba para calmar sus molestias”.

Prestamente, nos impelimos a San Juan por sus blasfemias, pues en su condición de cronista de Jesucristo, seguro que él no habría hablado así en su presencia, además ¿de qué pueblo hablaba?, ¿el pueblo Hebreo?, ¿acaso San Juan seguía pensando como un judío? La vieja Juana hizo salir al Evangelista de nuestros aposentos dándonos de beber el contenido de la copa, que pronto nos hizo caer en un profundo sopor.

Hoy, día de San Jorge, nos encontramos más despejados y podemos rogarle por el perdón de nuestra atormentada alma. No somos personas de cilicio por lo cual nos hemos afanado al rezo constante de tantos Padre nuestro como podamos con el fin de combatir las malas artes de la joven María así como las tentaciones a las que nos empuja San Juan.

Aguardando nuestra condenación eterna, rogamos porque nuestro Señor Jesucristo preserve la integridad y la virtud de su ilustrísima.

Por siempre, vuestro pecador hermano en Cristo.

(Ecce Signum)

Padre Hernando de Trujillo

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Muy bondadoso Padre Baltasar de Monpiedra, Provincial de las tierras del Paraguay.

Que la paz sea con nuestro Santo Padre Benedicto XIV, para con su excelencia Ignacio Visconti, General de la Compañía de Jesús y para con vos.

Informe Desde Jesús de Tavarangué, en el día veinticuatro de Abril, en el año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil setecientos cincuenta y dos, por el padre Graciano Portillo:

Su ilustrísima insiste en que le haga crónica de lo acontecido en la última semana en la misión. Apelo a su indulgencia para que releve de tan ingrata tarea a quien no es diestro en las letras.

Tras los acontecimientos de la noche de San Telmo, el padre Hernando de Trujillo decidió unilateralmente que debía marcharme de la casa parroquial. Acostumbrado de zagal a dormir en los establos, no tardé en encontrar acomodo entre las bestias de la reducción. Muchos fueron los guaraníes que insistieron en darme cobijo en sus moradas, mas mis flatulencias me impiden reposar en dormitorios comunales. Mi madre, que dios la tenga en su gloria, allá en Albacete, me ponía todas las noches antes de ir a la cama un vasito de agua con vinagre y miel, remedio aprendido a su vez de su propia madre. La viuda Juana también está informada de estos molestos gases que sufro. La sabia anciana me ha recomendado el jugo de la papaya, remedio más eficaz y nutritivo que el utilizado por mi santa madre. Volveré a la cuestión que a su ilustrísima interesa, pues me marcho por los andurriales.

El padre Trujillo parece bien cuidado, todas las mañanas le acompaño rezando por su cuerpo y su alma la cual continúa atormentada por las altas fiebres. Los remedios utilizados por la anciana Juana curan la purulenta herida de la pierna y hacen que desciendan las fiebres que consumen a nuestro hermano mas encienden su lascivia y concupiscencia.

Por precaución tomé la decisión de retirar el incensario de kurupá de las estancias del padre, mas el corregidor afirmó que era necesario para el reposo del enfermo. Por este motivo tuve que permitir de nuevo la quema de las hierbas que pensamos son libidinosas, pues el parokaitará es hombre juicioso y sabio.

Buena muestra de la mala influencia de la kurupá, es el hecho de que María del Dulce Nombre, la ayudanta de la anciana Juana, acusó al padre Hernando de haberle obligado a practicarle tocamientos indecorosos. Este hecho no ha tenido mayor trascendencia, puesto que la denuncia fue ante el corregidor, progenitor de la joven viuda y piadosa, y ante quien le escribe. Ambos hemos podido zanjar el asunto sin que perjudique la buena reputación del padre Hernando.

La muchacha nos relató cómo el padre Trujillo le obligó a posar su mano sobre sus vergüenzas. No estaba preparada para aquella reacción de un sacerdote por lo que se alteró visiblemente. Mas la mayor sorpresa la obtuvo al palpar aquel miembro. La joven viuda reconoció no haber visto ni tocado nunca ninguno de tal largura y grosor lo que le turbó profundamente, haciéndole pensar que el padre Trujillo era en realidad el diablo conocido como Kurupí, aquel que lleva su virilidad, a modo de cinto,  rodeando su propio cuerpo. Después de estos sucesos, el padre Trujillo palpó los bajos de la joven, introduciendo su mano tras las faldas.

Tras estos acontecimientos, tuve que afrontar la difícil misión de poner orden en el desenfreno del padre. Advertí a la joven María del Dulce Nombre que no acudiese más a la casa parroquial. También decidí intensificar mi vigilancia sobre el padre si bien esto último acongoja mi corazón.

Transcurridos cuatro días, el empeoramiento de la salud del padre Hernando era preocupante. El corregidor Juan Damasceno insiste en que se debe cuidar el alma y el cuerpo del padre y que para tal menester, nadie tan indicado como su hija María. La joven ha caído en decaimiento y tristeza por no haber logrado la sanación de nuestro hermano en cristo. Me apena grandemente la tristeza de la joven y el empeoramiento del padre Trujillo, mas dudo de si juntarlos no provocará daños mayores. En mi pueblo se dice que no hay que dejar a la zorra guardando el gallinero.

Finalmente, entre el corregidor y yo hemos decidido poner a prueba a la joven que desde antes de ayer está de nuevo en la casa al cuidado del enfermo. El padre se mostró reacio al principio, mas al notificarle que también estaría la vieja Juana en todo momento, mostróse más permisivo.

Rezando porque la situación no pase a mayores y todo se pueda resolver sin consecuencias, se despide respetuosamente:

Por siempre vuestro.

(Ecce Signum)

Padre Graciano Portillo
  

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Muy afortunado e ilustrísimo Padre Baltasar de Monpiedra, Provincial de las tierras del Paraguay.

Que la gracia, la paz y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo sean con nuestro Santo Padre, Benedictus Quartus Decimus, para con su excelencia Ignatius Visconti, General de la Compañía de Jesús y para con vos.

Desde esta misión de Jesús de Tavarangué, a tres días de la pascua de Pentecostés en el año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil setecientos cincuenta y dos, el padre Hernando de Trujillo os saluda:

Muchos y complejos son los acontecimientos acaecidos en esta misión durante el último mes. Le escribimos a su ilustrísima desde nuestra silla frente al escritorio. Aunque aún son múltiples las dolencias que nos aquejan, podemos dar cortos paseos por nuestras estancias. Parece ser que la recuperación marcha por buenos cauces y que a no tardar podremos volver a nuestros quehaceres, si su ilustrísima es capaz de perdonar los desatinos a los que la fiebre y las inhalaciones nos llevaron.

Desde que hemos sanado, la viuda Juana ha desistido de los incensarios de Kurupá por lo que nuestra mente se encuentra despejada. El padre Graciano puso en nuestro conocimiento las misivas que intercambió con vos. Hombre piadoso y sencillo, ha sufrido profundamente por nuestro comportamiento errático. No han sido pocas las ocasiones en que le hemos ofendido gravemente, infringiéndole profundas heridas en su corazón mas todo ello ha sido para engrandecimiento de nuestra madre iglesia pues mucho es el pecado y grandes deben ser los conocimientos de quienes lo combatimos.

Recordamos todo lo acontecido como un mal sueño del que por fin hemos despertado. Aún las duras circunstancias y los desagravios a quien bien nos quería, algunos hechos los recordamos con cierta simpatía. Así pues, uno de los días en que el joven Uriel llegó del gran río con un cesto lleno de kururús nos encontrábamos discutiendo con el padre Portillo sobre el virtuosismo de las almas y los cuerpos. Como el padre no atendiera a razones, nos vimos en la obligación, recuerde su ilustrísima que nos hallábamos enajenados por las drogas sanadoras, de lanzarle el cesto repleto de sapos a su dura cabeza. El padre comenzó a bailar y brincar con enérgicos ademanes. Jamás hubiéramos pensado que el padre Graciano poseía tal agilidad de movimientos. Nuestro bienamado Señor Jesucristo nos castigó por nuestra irreverencia haciendo que uno de los sapos se nos estampase en pleno rostro. Cuando las viudas Juana y María lograron adecentar toda la estancia aún permanecía nuestra hilaridad por el pandemónium. Cuando el padre Portillo se pudo sosegar también encontró risible toda aquella situación.

El resto de los encuentros con el padre Graciano fueron para ofenderlo con nuestras hirientes imprecaciones. No querríamos escandalizar a su ilustrísima haciendo una relación de cuantos disparates pronunciamos, pues hemos de asumir nuestra culpa reconociendo que todos ellos fueron execrables, mas es importante conocer las herramientas que usa el diablo para arrastrarnos a sus dominios.

Los hechos narrados hasta el momento no son los pecados que más  nos afligen, pues aunque la ira y la soberbia son pecados capitales, no son los únicos en que ha incurrido nuestra persona. Durante este tiempo de convalecencia la lujuria se ha apoderado de nuestro cuerpo como si el mismísimo asmodeo nos hubiera poseído. En nuestro descargo debemos afirmar que el súcubo que pusieron a nuestro cuidado hizo cuanto estuvo en su mano para quebrantar nuestra fe y nuestra castidad y que nos, por conocer de primera mano las tentaciones del maligno, nos adentramos en aquellos caminos de perdición.

Uno de los primeros días tras el regreso de, quien yo consideraba,  María de Betania, nos despertamos repentinamente por una fresca corriente de aire en nuestros pies. Tras abrir los ojos, alzamos la mirada sin poder otear más allá de las mantas levantadas desde el final del lecho y puestas casi en vertical. Tras tan desconcertante situación llegaron a nuestros oídos tenues risitas juveniles. No comprendimos la naturaleza de aquellas jocosas exclamaciones hasta que sentimos unas frías manos sobre nuestras partes íntimas. “¡Madre del amor hermoso!, hoy está incluso más grande”, dijo una voz femenina. No supimos a qué se refería aquella mujer pues lo siguiente que recordamos es que algo frío y húmedo se adhería a nuestro miembro viril el cual, asediado durante toda la noche por los demonios que atormentan nuestros sueños, se alzaba orgulloso en aquella temprana hora.

El incensario se había sofocado durante la noche por lo que nuestra mente se encontraba lúcida y despejada. Claramente llegaban a nuestros oídos la melodía de las jóvenes risas las cuales intranquilizaban nuestra alma. El tormento era grande. Estábamos impedidos para poder influir en aquella situación, mas como somos persona de gran inquietud intelectual, desconocemos si de haber podido movernos nuestra voluntad hubiera sido suficientemente recta como para intentarlo. Las estremecedoras sensaciones que nos recorrieron todo el cuerpo parecieran cosa hecha por el diablo. Ya se sabe que satanás es embaucador, buscando doblegar el alma de los siervos de Dios. Por tal menester, necesario es que conozcamos las tretas que utiliza.

En aquellas disquisiciones nos encontrábamos: entre gritar auxilio para que la viuda Juana subsanase aquel entuerto o de otro lado ceder a las tentaciones del maligno, degustando el gran placer que se extendía por todo nuestro cuerpo, sintiendo aquellas humedades que se adherían a nuestra virilidad. En aquel instante se escuchó un gran regüeldo que retumbó por toda la estancia. Aunque los gases no son algo inherente a las personas mayores y las hay de jóvenes que también los sufren, no parecía aquel sonido propio de gargantas femeninas.

Lo siguiente y último que recordamos fue cómo algo verde saltaba por encima de la manta e iba a posarse sobre nuestra testa, tras lo cual, de un gran brinco atravesó la ventana. Los gritos y la algarabía que se produjeron tras aquel incidente, despertaron a todas las personas de la casa parroquial. La joven voz resultó pertenecer a María de Betania. En tres días se nos había estampado un sapo en el rostro en dos ocasiones.  

Reunidos en cónclave, el corregidor, El padre Portillo y nos, decidimos someter a castigo a la díscola muchacha. Las propuestas que se escucharon fueron las que a continuación se detallan:

El corregidor, al que yo completamente fuera de mis cabales continuaba viendo como San Juan Evangelista, propuso darle de zurriagazos pues tenía un látigo nuevo para arrear al ganado y no veía el momento de probarlo en carnes más finas como las de María. Esto nos extrañó grandemente pues es sabido que la profesión de San Juan era la de pescador mas no estaba nuestra mente para disquisiciones tan complejas.

El padre Graciano, por su parte, bondadoso como es, optaba por el rezo de veinte ave María para que fuera nuestra bienamada Virgen quien la perdonase.

Finalmente, optamos por el camino intermedio. Azotaríamos a la revoltosa muchacha mas no con el zurriago sino con nuestras propias manos. Para aquel entonces podíamos permanecer incorporados en el lecho con la ayuda de Juana y de María, por lo tanto, seríamos nos quien suministrase la azotaina.

Por todo cuanto narremos a continuación es por ello que nuestra alma clama piedad por las atrocidades de nuestro cuerpo, pues aunque todos nuestros actos los hicimos para mejor conocer al enemigo, tal vez puedan ser mal interpretados. A su ilustrísima juro ante la Sagrada Biblia que tan solo el afán de conocimiento y la persecución del mal motivó nuestros actos potenciados con la adición de las hierbas sanadoras.

Cuando caía el sol, llegó a la casa parroquial María del Dulce Nombre, o María de Betania como pensábamos nos. Juana la hizo pasar a nuestros aposentos y dejando una fina vara sobre nuestro regazo, se retiró. Invitamos a María a que se acomodase sobre nuestras rodillas. Como el armazón del lecho era alto y la muchacha no quería dañar nuestras piernas, tuvo que trepar con sumo cuidado hasta poner su trasero al alcance de nuestro brazo derecho, único que conservaba algo de salud. La joven tuvo miramientos y se acodó liberando nuestro regazo de cualquier presión de su torso.

Decidimos no usar la vara pues podría marcar de forma indeleble la piel de la joven. Alzamos las faldas de María pasando sin más dilación a subir las enaguas. Podríamos justificar nuestra acción en el embotamiento de nuestros sentidos, en la afectación de las hojas de la kurupá o en la fiebre que rebelde se negaba a remitir por completo. Nada de todo eso podría justificar nuestro indecoroso comportamiento. En cuanto aquel pequeño y redondeado trasero se encontró a nuestra vista, todo se nubló a nuestro alrededor. Tan solo fuimos capaces de soltar el primer azote, mas una vez hubimos tocado la tersura de la bronceada piel, no pudimos volver a separar nuestra mano de aquellas prietas nalgas, pues el demonio conspiraba contra nos para la perdición de nuestra alma.

Con deleite, manoseamos y amasamos aquellas dúctiles carnes. Sin ninguna coerción por nuestra parte, la muchacha se arrodilló rebuscando entre las mantas. Una vez hubo localizado aquello que le interesaba, volvió a agachar el torso abriendo desmesuradamente la boca. Si acariciar aquel sublime trasero era como tocar el cielo, cómo le podría explicar a su ilustrísima las sensaciones que recorrieron nuestro cuerpo cuando poco a poco nuestro miembro viril fue devorado por las fauces de la de Betania. La cabeza se movió arriba y abajo durante unos segundos. La llama de la vela hacía brillar la negra cabellera cada vez que esta ascendía y descendía, acariciando las henchidas bolsas de nuestra entrepierna. Recuerde que nos habíamos propuesto conocer los ardides que utiliza Satanás para corromper a los hombres honestos, pues estos son sutiles y hay que andarse con cuidado para no sucumbir ante ellos. 

No fuimos conscientes del crecimiento de nuestro miembro hasta que María del Dulce Nombre, ahora sabemos que se trataba de ella,  tuvo que retirarse paulatinamente pues tanta carne la asfixiaba. La joven mentó varias veces a Dios y a Kurupí sin dejar de mirar fijamente aquel pedazo de carne erecta. La muchacha escupió varias veces sobre nuestro duro zurriago, tras lo cual lo aferró con ambas manos, saboreando la gorda cabezota que pugnaba por liberarse de su manto de piel.

En aquel instante, nuestra voluntad estaba completamente quebrada y pisoteada. Aunque nuestros esfuerzos eran grandes, las armas del diablo lo eran más y poco a poco, fuimos perdiendo tan crucial batalla. Nuestra mano, guiada por Asmodeo, comenzó a hurgar entre los muslos de María. No tardaron las yemas en encontrar un húmedo desfiladero el cual atraía con fuerza nuestros incautos dedos. Aquella cálida gruta empapaba nuestras manos de una densa melaza que enardecía nuestro espíritu. Avanzamos recorriendo aquel valle, recreándonos en la tersura y calidez de las laderas, hasta llegar al final, donde  un diminuto montículo se erguía desafiante. Nada más rozarlo con nuestros dedos, las caderas de la joven comenzaron a moverse espasmódicamente. Atemorizado ante aquella reacción que parecía dañar a la guaraní, retiramos raudamente la mano de tan deliciosa zona.

María de Betania se detuvo desconcertada. Le rogamos que todo aquello terminase pues el maligno acechaba en las sombras, dispuesto a llevarse nuestras almas. Ella nos miró fijamente con aquellos luminosos ojos y nos rogó que continuáramos con el castigo pues si el maligno se hallaba cerca no sería bueno dejar las reprimendas sin ejecutar. Finalmente, concedimos en proseguir el aleccionamiento, suministrando cuantos azotes fueran necesarios. La joven viuda nos rogó que continuáramos frotando aquella pequeña lentejita pues era grande el dolor que producía y cuanto más sufrimiento, antes expiaría la culpa por sus malos actos. “Padre, fróteme fuerte y que las llamas del infierno nos consuman”, gritaba la muchacha entre lametón y lametón a nuestra dura estaca.

Progresivamente nuestra alma comenzó a elevarse hacia el cielo. Cuando pensábamos que más alto ya no podía llegar sin salirse de nuestro pecho, una repentina explosión expandió nuestro miserable espíritu por doquier. María se introdujo cuanto pudo de nuestra virilidad y succionó ávida de alimentarse de nuestra esencia, la cual desbordaba su pequeña boca yendo a caer sobre su barbilla.

Una vez saciada, la joven se mostró sorprendida con nuestro miembro viril. Ella esperaba que tras la eyaculación, el tamaño se hubiera reducido entrando en una fase de letargo, mas la vara seguía tan acerada como en momentos precedentes.

Con suma delicadeza, María del Dulce Nombre se incorporó pasando una pierna por encima de nuestras caderas y acomodándose a horcajadas sobre nuestro regazo, se dejó caer delicadamente. Con una pequeña mano aferró la estaca colocándola a las puertas de lo que luego descubriríamos era el cielo. Lentamente, la joven se fue empalando a medida que a nuestra vara llegaban agradables sensaciones producidas por el fuego que ardía en el interior de aquella cueva. Aunque a oídos de su ilustrísima pueda parecer herejía, creemos que la joven, llamada María del Dulce Nombre, tuvo que tener una epifanía justo en el momento en que los dos palmos de mi virilidad la llenaron por completo. Afirmamos esto por haber visto por nosotros mismos cómo los ojos de la joven se ponían en blanco mirando hacia su interior al tiempo que pronunciaba: “¡Che Dios, oiké opakatú1!". Creemos que poco después, tras algunos brincos y saltos sobre nuestras caderas, el éxtasis le alcanzó igual que a Santa Teresa pues comenzó a emitir alaridos en el nombre del Señor. Su cuerpo era presa de fuertes espasmos como si estuviera poseída. Rasgó su propia blusa mostrándonos sus pequeños y firmes pechos. La joven viuda aferró nuestras manos y las condujo a cada uno de sus senos, al tiempo que gritaba: "Ejú, túva, ha´usé ndéve2". Nuestra mano derecha amasó la carne trémula mas la izquierda, entablillada como se encontraba, tuvo que limitarse a pellizcar la dura cúspide de aquellos tiernos montículos.

Muchas tuvieron que ser las cuestiones que se revelaran a la joven, pues estuvo como cinco minutos gritando poseída por la divinidad. Rogó por todos los santos, por la Virgen y por el niño Jesús. Por nuestra parte, hemos de afirmar que alcanzamos el cielo y deambulamos por el paraíso. De entre los dones que nuestro Señor ha puesto a nuestro alcance, este de la cópula es ciertamente placentero. Si es tentación del demonio, si nos conduce directamente  a las llamas del infierno, es cuestión a la que tan solo su ilustrísima puede dar respuesta. Nosotros humildemente pensamos que algo tan gozoso no puede ser obra del diablo.

Durante el último mes nos hemos dejado tentar por el maligno con el fin de conocer bien las armas que utiliza para mejor combatirle. Podemos asegurar que ninguna de las maniobras de la cópula nos son desconocidas, habiendo sido todas ellas profundamente estudiadas, pues una vez por la mañana y otra por la tarde la viuda María y nos practicamos diferentes tentaciones. No queremos incurrir en el grave pecado de la soberbia mas creemos que con nuestros conocimientos podríamos instruir a nuestros hermanos en la defensa contra tales tentaciones. Todo esto siempre y cuando no se admita la cópula como creación divina y no diabólica.

Aguardando incrementar nuestros conocimientos sobre el maligno y sobre la cópula carnal entre diferentes personas, rogamos porque nuestro Señor Jesucristo no lo someta a las tentaciones que hemos tenido que soportar nos.

Por siempre, vuestro hermano en Cristo.

(Ecce Signum)

Padre Hernando de Trujillo


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Muy bondadoso Padre Baltasar de Monpiedra, Provincial de las tierras del Paraguay.

Que la paz sea con nuestro Santo Padre, Benedicto XIV, para con su excelencia Ignacio Visconti, General de la Compañía de Jesús y para con vos.

Informe Desde Jesús de Tavarangué, en el día de nuestra Señora del Rocío en el año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil setecientos cincuenta y dos, por el padre Graciano Portillo:

He de comunicarle buenas nuevas a su ilustrísima. La misión se encuentra recuperada completamente del ataque de los paulistas y el proceso de recuperación del padre Hernando se halla casi concluido.

El padre Trujillo ha retomado sus tareas con ansiedad, dedicándose de sol a sol a profundos estudios teológicos. Nuestras cortas entendederas no nos permiten profundizar y colaborar en tan importante tarea mas el padre asegura que dominar las herramientas para combatir al maligno es tarea fundamental de cualquier cristiano devoto.

Cierta tristeza nos aflige por no poder dominar las estrategias necesarias para expulsar al demonio de los cuerpos de las jóvenes indias como así lo hace el padre Trujillo. De seguro que entre los dos siervos de Dios podríamos exorcizar un número mayor de muchachas.

Según el padre, mucha maña hay que tener para dominar todos los pasos de tan complejo conocimiento, pues someter al demonio que habita en las cavidades femeninas no es cosa baladí.

Definitivamente, tal vez tuviera razón mi santa madre y no sirva para la Compañía pues siento que no puedo aportar tanto como otros hermanos. No he sabido dirigir la reducción durante la convalecencia del padre Hernando, no tengo valor ni conocimientos para enfrentarme frontalmente al maligno, cosa que debe alborozar los corazones, pues desde mi dormitorio en el cual os escribo esta misiva, se escuchan las alabanzas a Dios y a la Virgen que el padre Trujillo e Isabel, la mujer del alférez, profieren mientras luchan desaforadamente contra Satanás.

También yo desearía participar en la batalla mas no creo tener el valor necesario y el padre no me dejaría puesto que carezco de los conocimientos exigibles. En ocasiones mi alma se atormenta pensando que mis manos no son necesarias en la reducción y que mi trabajo es prescindible. Mi madre ya decía que soy un poco cenizo y que debo afrontar las cosas con optimismo, mas allí en mi tierra todo era más sencillo. 

Esperando que las nubes que oscurecen mi ánimo se disipen, se despide respetuosamente:

Por siempre vuestro.

(Ecce Signum)

Padre Graciano Portillo



Nota: Se suele representar a Juan el Evangelista de rostro rasurado y vestido de verde. Iconos que suelen representarlo son: El águila, el libro y la pluma o una copa de la cual sale una serpiente.

(1): ¡Dios mío, entró todo!

(2): Ven padre, que te quiero comer.

Un besazo muy húmedo para mi experto en cultura guaraní.

1 comentario:

doctorbp dijo...

No se puede negar que tras el relato hay un curro bastante grande. Y es una lástima que el resultado sea un poco aburrido de leer, sobre todo al principio. Luego, no sé si por la costumbre o por los temas tratados, es cierto que la lectura se hace más amena.

La historia es graciosa. Por momentos pensé que acabaría siendo un relato de humor, pero finalmente se convierte en un relato serio con ciertos toques graciosos.

La gran losa es lo mismo que lo hace único: la narración mediante misivas.

Lo bueno: que la sensación final es mucho mejor que la que tenía al empezar o a la mitad de lectura.

Por cierto, me parece que en algunos momentos las descripciones usadas por los religiosos en las cartas son demasiado poéticas, lo que saca un poco de contexto.