En el siglo XVIII, un abnegado
jesuita defiende su misión guaraní de los esclavistas paulistas. La devoción
hacia los feligreses y el amor al prójimo pueden transformarse en los más bajos
instintos.
Muy afortunado e
ilustrísimo Padre Baltasar de Monpiedra, Provincial de las tierras del
Paraguay.
Que la gracia, la
paz y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo sea con nuestro Santo Padre
Benedictus Quartus Decimus para con su excelencia, Ignatius Visconti, General
de la Compañía
de Jesús y para con vos.
Desde esta misión
de Jesús de Tavarangué, en el vigésimo tercer día de cuaresma, en el año del
nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil setecientos cincuenta y dos, el
padre Hernando de Trujillo os saluda:
Como es nuestro deseo
y vuestra voluntad, remito crónica de los acontecimientos acaecidos durante los
últimos meses en la
Reducción delegada a nuestra humilde supervisión.
La más importante
de las encomiendas de la orden en estas tierras salvajes, la de proclamar la Fe verdadera y la redención
para todo aquel que siga a nuestro Señor Jesucristo, prospera, no sin esfuerzo
por el padre Graciano Portillo y por nos.
Los mayores
progresos en la conversión del pueblo guaraní se dieron cuando finalizaron las
disputas con el Karaí, ahora conocido como Tarcisio Tabaré. Tras avenirse a
colaborar con nuestra Santa Iglesia Católica, se le han encomendado por nos,
labores de diácono de la pequeña capilla de la misión. Este indio se ha mostrado
como un gran orador, complementando nuestra labor de evangelización. La Tierra Sin Mal,
objetivo último de la arcaica espiritualidad de estos guaraníes, ha ayudado en
la comprensión del Paraíso Celestial reservado a los creyentes en la Salvación y Redención de
nuestro Señor Jesucristo.
Prosiguiendo con
aspectos espirituales, debemos narrarle a su ilustrísima el estado en el que se
hallan los trabajos de edificación de la gran iglesia dedicada a la Asunción de nuestra
Señora, la bienamada Virgen María. Los indígenas se han descubierto como
excelentes artesanos. Trabajan con suma destreza y habilidad la arenisca, dando
a los frisos, al púlpito y a las portadas, gracia etérea y elegancia. La casa
del Señor estará rematada por una alta torre desde la cual se podrá llamar a
Eucaristía a todos los feligreses.
El retablo
principal, realizado en robusta madera de urunday, ya se encuentra rematado en
su totalidad. Es gozoso observar las finas policromías aplicadas a la multitud de
tallas representativas de querubines, serafines y ángeles, así como a la ilustración
de pasajes de la Santa Biblia.
Estos guaraníes han demostrado tener verdadera destreza en la confección y
aplicación de tinturas extraídas del fruto de la jungla.
Nos llena de
alborozo comunicarle la buena marcha de la escuela de la misión. Es
significativa la capacidad de estos indios para el aprendizaje de las letras y
de los números. Aprenden la lengua Castellana con diligencia si bien, para los
números, hacemos uso de nuestro dominio del idioma guaraní.
Tratando aspectos
más mundanos, debemos reconocer el acierto de su ilustrísima en fijar la
jornada laboral de los guaraníes en seis horas, y no de sol a sol, como venía
siendo de general aplicación por los terratenientes Españoles. La producción
agrícola no se ha visto mermada en lo más mínimo. La principal virtud de esta
graciosa medida de su ilustrísima se ha dejado sentir en la dedicación de los indios
a los oficios religiosos. Pues ahora asisten más despiertos y participativos.
Singular resulta
el virtuosismo con el que los indios reducidos interpretan melodías y cantan
alabanzas. Las arpas, violines, flautas, clarines y demás instrumentos, a los
cuales se han adaptado los guaraníes con presteza, llenarán de espiritualidad
musical la nueva iglesia cuando esta se halle concluida.
El corregidor o parokaitará,
como le denominan los aborígenes, colabora de buen grado en el gobierno de la
reducción, liberando de muy pesadas cargas los hombros de vuestro humilde
servidor. Las malsanas costumbres de algunos indígenas se enderezan con el buen
hacer del alcaide, quien se desvela por la decencia y el civismo en la misión.
No obstante el entusiasmo de este buen cristiano, varias jóvenes doncellas han
debido ser amonestadas por trabajar la tierra vestidas tan solo con el sucinto
tanga, prenda habitual antes de la arribada de la verdadera fe.
Bajo las órdenes
del alférez real se ha organizado un reducido, aunque voluntarioso ejército,
conformado por cuatrocientos soldados de infantería y ciento cincuenta y nueve
de caballería.
El número de
caballos, asnos y mulos crece óptimamente. Por tal motivo, en breve se
incrementarán nuestros efectivos de caballería. Las mujeres guaraníes también
colaboran en el engrandecimiento de la reducción, no tan solo trabajando
laboriosamente la tierra, cuidando diligentemente de los ancianos y de los
niños, también pariendo a buen ritmo, lo que es alborozo para quien le escribe
pues incrementa el número de buenos fieles a la madre iglesia, en número de treinta
y siete desde nuestra última misiva.
Que nuestro Señor
Jesucristo guarde y preserve la muy preciosa vida y muy católica persona de
vuestra ilustrísima.
Por siempre
vuestro devoto hermano en Cristo.
(Ecce Signum)
Padre Hernando de
Trujillo
*-*-*-*-*
Muy afortunado e
ilustrísimo Padre Baltasar de Monpiedra, Provincial de las tierras del
Paraguay.
Que la gracia, la
paz y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo sean con nuestro Santo Padre
Benedictus Quartus Decimus, para con su excelencia Ignatius Visconti, General
de la Compañía
de Jesús y para con vos.
Desde esta misión
de Jesús de Tavarangué, en el octavo día después de la resurrección de nuestro
Señor, en el año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil setecientos
cincuenta y dos, el padre Hernando de Trujillo os saluda:
Acontecimientos
acaecidos en la misión hacen imperiosa la necesidad de establecer comunicación
con su ilustrísima.
En la víspera de
la pasión de Jesucristo, cuando todos los trabajos de preparación para la
celebración de la Semana
Santa se hallaban concluidos, un nutrido número de
bandeirantes paulistas fue divisado a una jornada a caballo de la reducción.
Entendiendo quien os envía esta crónica, que devotos cristianos como los portugueses
respetarían la solemnidad de la pasión y muerte de nuestro Señor, dispusimos que
se acomodase un terreno baldío a las afueras de la misión con el fin de que los
fieles que lo deseasen pudieran acudir a los oficios religiosos, pues andaban
por esa jungla sin la compañía de capellán alguno.
No obstante nuestra buena fe, dimos
orden al alférez real de que dispusiera una milicia para vigía y custodia de
los visitantes. Restituto, un tuvichá, que es como conocen los indios a los
oficiales de segundo rango, fue apostado junto a doscientos soldados de
infantería alrededor del terreno seleccionado para reposo de los portugueses.
Los paulistas, al
mando del capitán Manuel Figueiredo, participaron devotamente de los solemnes
actos de la conmemoración de la pasión y muerte del Señor. El domingo de
mañana, día de la resurrección, celebramos, como es prerrequisito, la
ceremoniosa procesión tras la cual se celebró Santa Misa. A ninguno de estos
sagrados actos acudió paulista alguno sin haber manifestado excusa plausible.
La justificación a tan impropio proceder de personas piadosas llegó en forma de
explosión de metralla de dos piezas de artillería, situadas a ambos extremos de
la misión.
Vuestra
ilustrísima es conocedor de nuestra piadosa observancia de los rituales
preceptivos y de la santa misión de imbuir a los guaraníes de este espíritu
piadoso. No obstante, no confiando plenamente de nuestros hermanos portugueses,
tomamos la decisión de apostar ciento cincuenta soldados de infantería ocultos
en la espesura de la jungla. Dicha decisión se revelaría más tarde como crucial
para el devenir de los acontecimientos.
Tras el trueno
producido por los cañonazos, llegó el retumbar de la caballería. En orden de
trescientos arremetieron contra la guardia de doscientos infantes que se había decretado
para el campamento paulista. Restituto Yaguatí mantuvo las líneas
aguerridamente, mas doscientos de a pie frente a vez y media de a caballo era
batalla desnivelada.
Prestamente, dimos
fin a todos los actos religiosos llamando a las armas a la milicia. El alférez
real, Isidro Katu, organizó las huestes en un tiempo imposible de no haber
contado con el apoyo divino de nuestro Salvador. Nuestros ciento sesenta y
cinco soldados de caballería arremetieron contra los paulistas cuando estos
terminaban de descoser la tupida defensa de nuestra infantería.
Con los hombres de
a pie huyendo en pos de refugio y siendo nuestra fuerza montada inferior a la
portuguesa en número de dos a uno, rogamos a nuestro Señor para que nos iluminara
con su sabiduría. Pese a lo indigno y poco piadoso de un ataque por la
retaguardia, nos vimos obligados a tomar parte en la contienda. Escabulléndonos
por la sacristía, logramos contactar con el grupo de ciento cincuenta infantes
ocultos en la arboleda. Antes de emprender la marcha, dimos instrucciones a uno
de los infantes más veloces en la carrera. Debía informar de la estrategia al
alférez real. El objetivo debía ser dividir en dos grupos la caballería
portuguesa: uno de ellos debía quedar entre nuestra caballería y la misión; el
otro, más al norte, debía quedar encerrado por la tupida vegetación de la
selva.
Como en otras
ocasiones os hemos manifestado, los hijos de la reducción son hombres valientes
y diligentes. Las órdenes fueron cumplidas arreglo a la pauta dada sin el menor
contratiempo. Cuando el grupo de bandeirantes situado más al norte se halló al alcance
de los arcos de infantería, se atacó con decisión, sin remordimientos por
hacerlo a espaldas.
Los paulistas que
quedaron atrapados entre nuestra caballería y la misión fueron prestos en
emprender la huída, dejando tras de sí numerosos pertrechos y alguna montura.
Pese a la destreza militar de los indios y a nuestra solícita organización, no
fue un éxito abrumador, pues sufrimos numerosas bajas de las cuales hago
cumplida relación a continuación:
Muerte de tres
mulos, un asno y doce caballos.
Inservibles para
la batalla cincuenta y dos arcabuces.
Pérdida de setenta
y ocho buenos cristianos. Veinticinco miembros de la Reducción de Jesús de
Tabarangué y cincuenta y tres paulistas. Gracias a la providencia no hay que
lamentar rapto de ningún guaraní a manos de los esclavistas portugueses.
Los heridos se
cuentan por docenas. Los hay de levedad que con reposo y buenos alimentos
pronto andarán por los caminos, y los hay que de buenas medicinas y rezos
precisan.
Nos, en este
momento, os escribimos desde nuestro lecho en el cual nos hallamos
convalecientes por tener dos piernas quebradas, un brazo de igual manera y el
otro desencajado. Por este motivo, ruego perdonéis vuestra ilustrísima si la
caligrafía no es todo lo legible que su servidor desease.
La abnegada viuda,
Juana Yerutí, cuida de nosotros limpiando nuestras heridas y suministrándonos
nutritivos guisos de batata con zapallos o porotos. Los conocimientos de este
pobre padre acerca de la medicina provienen en su totalidad de la lectura de
los ensayos albergados en la pequeña biblioteca de la escuela. Por tal motivo,
nos permitimos a la vieja Juana que aplique sus remedios guaraníes, pues
pensamos que ningún mal puedan acarrear a nuestra persona, siendo fuente de
ancestrales conocimientos. Hemos recibido friegas en nuestras heridas con el
vientre del kururú, como se conoce al sapo, lo cual aseguran los indios es de
suma eficacia para las infecciones y las altas fiebres. Durante todo el día un
incensario con las hojas de la kurupá arde pertinazmente junto a mi lecho,
propiciándonos dulces sueños.
Aguardando poder
remitirle noticias más propicias, deseamos fervientemente que nuestro Señor
Jesucristo guarde y preserve la muy preciosa vida y muy católica persona de
vuestra ilustrísima.
Por siempre
vuestro devoto hermano en Cristo.
(Ecce Signum)
Padre Hernando de
Trujillo
*-*-*-*-*
Muy afortunado e
ilustrísimo Padre Baltasar de Monpiedra, Provincial de las tierras del
Paraguay.
Que la gracia, la
paz y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo sean con nuestro Santo Padre
Benedictus Quartus Decimus, para con su excelencia, Ignatius Visconti, General
de la Compañía
de Jesús y para con vos.
Desde esta misión
de Jesús de Tavarangué, a siete días de San Jorge en el año del nacimiento de
nuestro Salvador Jesucristo de mil setecientos cincuenta y dos, el padre
Hernando de Trujillo os saluda:
Escasas son las
buenas nuevas que os podemos narrar en tan breve transcurso de tiempo. Como es
vuestra voluntad conocer al detalle los acontecimientos posteriores al
malogrado ataque de los paulistas, haremos un esfuerzo, venciendo el malestar
generalizado que nos aqueja y daremos cumplida cuenta de los deseos de su
ilustrísima a la cual le agradecemos las oraciones por nuestra recuperación.
El padre Graciano Portillo
y el Corregidor Juan Damasceno trabajan diligentemente en pos de la buena
marcha diaria de la reducción. Isidro Katu, alférez real que tan valerosamente
actuó durante la defensa del día de la resurrección, refuerza el pequeño
ejército con la finalidad de poder desarrollar nuevas estrategias como la
empleada por vuestro humilde servidor.
Hablando de
nuestra pobre persona, debo poner en vuestro conocimiento los excelsos cuidados
a los que me somete la viuda Juana. Mujer anciana, con una sola pieza en su
desdentada boca y fea sin parangón, pero de gran piedad y sabias manos. Aunque
ambas piernas continúan entablilladas e incluso una supura, son mínimas las
molestias que sentimos. Las decocciones que nos hacen beber de a cuatro por día
y las hierbas que vespertinamente arden humeantes en nuestros aposentos, logran
el milagro de alejar el dolor de este castigado y quebrado cuerpo.
Todas las mañanas
al rayar el alba, la viuda me lava con delicadeza. En un principio nos dio
cierto apuro que una mujer pudiera limpiar nuestro cuerpo. De tal guisa, que el
padre Portillo se ofreció voluntariamente a ser él quien realizara tan ingrata
tarea.
El padre enjabonó
con verdadero entusiasmo todo nuestro cuerpo. Incluso podríamos haber jurado
ante los santos que las maniobras realizadas en nuestras zonas pudendas fueron
excesivas para una ligera higiene. En aquel instante, poco después de la
aurora, ningún pensamiento de repulsa cruzó nuestra alma.
Mas debemos confesarle
su ilustrísima, que al caer la tarde, nuestras peores sospechas se vieron
confirmadas. El padre Graciano Portillo acudió a nuestros aposentos tomando
asiento en la silla dispuesta junto al lecho. Nada observamos de extraño en
aquella maniobra, mas cuando tomó nuestras manos entre las suyas, una sospecha
comenzó a tomar forma en nuestro espíritu. Algo más de una hora estuvo el buen
padre acariciando nuestra mano al tiempo que susurraba palabras de amor y devoción
a nuestros aturdidos oídos.
Dios, perdone al
padre Portillo, que degenerados sodomitas haberlos haylos, pero es mancha
indeleble que lo sean en el seno de nuestra madre iglesia. Nuestra integridad
ante tal falta de decoro la dejamos en manos de la fuerza de nuestras nalgas.
Con ambas piernas quebradas, la tensión para cerrar la puerta trasera era
escasa por lo que no fueron pocos los rezos de quien ahora os escribe. Estos
ruegos de nuestra persona parecían
enardecer más si cabe al padre, quien acercaba más aún su rostro al nuestro,
redoblando la intensidad de los susurros.
Verdaderamente
inquieto por la posible violación carnal de nuestra integridad, rogamos al
padre Portillo que dejara a Juana, la guaraní, los cuidados de nuestra persona
pues muchos son los conocimientos que las viejas Indias albergan sobre plantas
y medicinas.
En un principio pensamos
que todo se había remediado sin llegar a mayores, mas esta pasada noche, San
Telmo ha venido a visitarnos en nuestro lecho de enfermo. Vistiendo su hábito
blanco y negro y con su acostumbrada vela en la mano, ha insistido en que
cerrásemos los ojos y durmiéramos. Sin querer pecar de blasfemo, aquella visita
del patrón de los marinos nos inquietó grandemente. Ya se sabe del mal que
aqueja a los navegantes en sus largas travesías sin mozas a su alcance. ¿Por
qué cerrar los ojos?, ¿por qué dormir?, ¿podría San Telmo estar en connivencia
con el padre Portillo para la sodomización de nuestra angosta retaguardia?
Tras la Santa visita de la noche
anterior hemos pedido a la vieja Juana papel y pluma. El esfuerzo que requiere
escribir, bien merece poder narrar a vuestra ilustrísima estos hechos que tan
acongojados nos tienen.
Aguardando poder preservar
la integridad de nuestras carnes, deseamos fervientemente Que nuestro Señor
Jesucristo guarde y preserve la muy preciosa vida y muy católica persona de
vuestra ilustrísima.
Por siempre,
vuestro devoto hermano en Cristo.
(Ecce Signum)
Padre Hernando de
Trujillo
*-*-*-*-*
Muy bondadoso
Padre Baltasar de Monpiedra, Provincial de las tierras del Paraguay.
Que la paz sea con
nuestro Santo Padre Benedicto XIV, para con su excelencia Ignacio Visconti,
General de la Compañía
de Jesús y para con vos.
Informe remitido Desde
Jesús de Tavarangué, en el día diez y seis de Abril, en el año del nacimiento
de nuestro Salvador Jesucristo de mil setecientos cincuenta y dos, por el padre
Graciano Portillo:
Ya conoce vuestra
ilustrísima que no soy hombre letrado aunque acudo presto al requerimiento de
mis superiores para cumplir con mis obligaciones.
La reducción
marcha bien. Todo lo bien que puede marchar con el padre Trujillo encamado. Su
ilustrísima conoce mi devoción, mas no soy hombre de amplias entendederas. Ya
lo decía mi madre que en paz descanse: “Graciano, hijo, vete con los
franciscanos que los jesuitas son de mucho estudiar”. Mas como soy hombre
pertinaz, logré tomar los votos en la Compañía. Algo similar pasóle a mi primo carnal
Jacinto Portillo, ahora corregidor de la villa de Valdepeñas. Nadie que hubiere
conocido a aquel zagal de narices moqueantes pensare jamás de los jamases que
tan alto pudiese llegar. ¿Conoce su ilustrísima la Muy Heroica y Muy Leal
villa de Valdepeñas? Si no es así, en cuanto se encuentre en tierras españolas
debe andar a probar sus vinos pues de afrutados y espirituosos no los hay igual,
aunque debo advertirle que se suben a la cabeza con facilidad y hacen que las
lenguas más sensatas se desaten.
Discúlpeme su
ilustrísima por no concretar e irme por las ramas. El padre Trujillo se
encuentra encamado como ya le dije pero con el brazo medio sano que le queda de
seguro que escribe más de corrido que yo y con mejor caligrafía.
Los mejores cuidados
son para el padre. Toda la reducción se muestra solícita a cumplir cualquier
requerimiento que la vieja Juana solicite para mejor tratar las dolencias de
nuestro hermano. Los sapos más raros se han cazado en el cercano Paraná para
dar friegas con los vientres de estos sobre las supurantes heridas. De chico,
allí en mis tierras de Albacete, cazaba yo muchos sapos, ranas y alguna culebra
sin conocer que se pudieren utilizar como remedio de medicina. Disculpe su
ilustrísima que me vuelve a embargar la nostalgia y me enredo.
La buena marcha de
la misión se debe en grande parte al corregidor Juan Damasceno. Este indio,
juicioso y cauto, logra asistirme eficientemente
en los quehaceres diarios de la reducción. En este punto debo abrir mi corazón
a su ilustrísima narrándole la verdad. Realmente, el corregidor no me asiste,
pues es él y tan solo él quien dirige la misión en ausencia del padre Hernando,
pues mi escasa inteligencia no es suficiente para llevar varios pensamientos en
la cabeza. Los oficios eucarísticos y los ensayos del coro llevan al límite mi capacidad.
Ya lo decía mi anciano padre: “No se puede dormir y guardar la era”. Bueno, él
lo decía con palabras que no son adecuadas para la sensibilidad de vuestros
oídos.
Por cierto,
finalizo la misiva notificándole de algunos hechos desconcertantes en la
persona del padre Hernando de Trujillo. Hombre joven y fornido como es, no
tardará en reponerse de sus heridas, asistido como está por la viuda Juana y
sus remedios de la selva. Digo esto porque no reviste mayor importancia su
estado físico. Distinto es si hablamos de su estado espiritual, pues comienza a
tener comportamientos erráticos.
El otro día
impidió a la viuda Juana que le lavara el cuerpo alegando que no era decoroso.
Su ilustrísima bien conoce que no hay nada de impúdico en los tratamientos de
una viuda. El padre Hernando me solicitó ayuda para hacer sus abluciones
diarias. Voluntarioso como soy, estuve presto a acometer esta nueva dedicación.
Cuando enjuagaba concienzudamente el cuerpo de nuestro hermano, pude percibir…
pude notar… ¿Cómo se lo explicaría yo….? Algo entre sus piernas comenzó a
crecer y crecer. Como hombre de mundo, soy sabedor de que estas cosas pasan sin
proponérselo y no le di mayor importancia salvo por el tamaño de aquel garrote.
En mi aldea de Albacete había un joven, Bartolo el tres piernas, que así le
llamaban por tener un grande miembro viril. Pues yo, que me bañé en la charca
del fraile de cuando chico pudiendo ver la tercera pierna de Bartolo muy de
cerca, puedo asegurar a su ilustrísima que la del padre Trujillo casi duplica a
aquella.
Anécdotas a un
lado, ayer noche me sobresalté de madrugada por oír extraños suspiros como de
melancolía. Me calcé bien el gorro de dormir y me eché la sotana por encima del
camisón no fuera a tomar frío. Así, con el blanco del camisón y el negro de la
sotana, tal cual parecía un dominico, orden a la cual venera mucho mi santa
madre pero en la cual no me aceptaron de zagal. Pues bien, me dirigí lentamente
hacia el punto desde el cual emergían los suspiros. Se trataba del dormitorio
del padre Hernando. Sigilosamente, abrí la puerta para ver si algún mal sueño
perturbaba su descanso. La imagen que vieron mis ojos me trastornó hasta el
alma. El padre Trujillo, despatarrado sobre la cama, tocaba la zambomba, o así
se le conoce en mi pueblo a tocarse uno mismo el miembro endurecido, dando
profundos suspiros y emitiendo blasfemias. Gritaba que a él nadie le
sodomizaría, que el daría por culo a todos los santos y beatos.
Pese a mis cortos
conocimientos de medicina, pienso que tales acciones se deben más a los
delirios de las altas fiebres que a la consciencia del hermano, hombre juicioso
y de nobles costumbres. Por si los remedios indígenas fueren los causantes de
los delirios del padre, he prohibido la quema de las hojas del kurupá.
Mantendré la
correspondencia como solicita su ilustrísima dando cumplida cuenta de todo
cuanto acontezca.
Por siempre
vuestro.
(Ecce Signum)
Padre Graciano Portillo
*-*-*-*-*
Muy afortunado e
ilustrísimo Padre Baltasar de Monpiedra, Provincial de las tierras del
Paraguay.
Que la gracia, la
paz y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo sean con nuestro Santo Padre,
Benedictus Quartus Decimus, para con su excelencia Ignatius Visconti, General
de la Compañía
de Jesús y para con vos.
Desde esta misión
de Jesús de Tavarangué, en el día de San Jorge, en el año del nacimiento de
nuestro Salvador Jesucristo de mil setecientos cincuenta y dos, el padre
Hernando de Trujillo os saluda:
Gracias su
ilustrísima por preocuparse tanto por el bienestar de nuestra persona. En los
últimos días nuestra mejora ha remitido, debido a la insistencia del padre
Portillo por retirar el incensario de hojas de kurupá de nuestra estancia, pese
a las advertencias de la viuda Juana que afirmó que estas inhalaciones son
beneficiosas para el cuerpo y el alma.
Desde la semana
precedente hemos logrado que el incensario retorne a nuestros aposentos,
dulcificando nuestro sueño y aplacando nuestro sufrimiento. Tal ha sido posible
por la intervención del corregidor Juan
Damasceno, el cual, retornó a nuestros aposentos el incensario tan beneficioso.
Nos informó de la importancia de estos remedios entre los guaraníes. El propio Juan
insistió en que recibiera atenciones de la más joven piadosa que se pudiera
encontrar, su propia hija enviudada durante el ataque paulista. Así pues se
marchó dejándonos a los atentos cuidados de la anciana Juana y de su nueva
discípula que atendía al nombre de María.
La noticia de la
llegada de una joven, que colaboraría en nuestro cuidado, a la casa que
habitamos nos intranquilizó grandemente. A pesar de tratarse de una muchacha abnegada
y piadosa, su lozanía podría propiciar habladurías entre los reducidos. La
anciana afirmó necesitar aquella ayuda, pues requería de brazos fuertes para
poder voltearnos y curar nuestras yagas. Rogando porque la joven se supiera
comportar decorosamente, accedimos a que
permaneciera junto a Juana el tiempo que necesitasen nuestras heridas, pues si
el piadoso Juan Damasceno confiaba en su hija, no seríamos nos quien le
contrariara.
Su ilustrísima
conoce bien que tan solo tenemos ojos para admirar la belleza de la siempre
amada Virgen María. Pues bien, cuando María entró en nuestra estancia portando
una palangana y una toalla, algo se removió dentro de nosotros de manera
inconsciente. Desconocemos si tal lo causó su larga cabellera azabache, la cual
refulgía con la luz de la mañana. Tal vez fueren sus largas pestañas que
aleteaban inquietas enmarcando unos almendrados ojos. Pudieron ser aquellas
comisuras de la pequeña boca, las cuales se curvaban hacia arriba esbozando una
sonrisa tímida. El caso es que la tentación se apoderó de nuestra dolorida
alma.
Con fe y
determinación, intentamos ofrecer batalla a aquel diabólico sentimiento que
nacía en nuestras profundidades. Cuando logramos maniatar y sojuzgar a la
bestia, la joven María comenzó a lavar
todo nuestro cuerpo con grande delicadeza. Sus manos eran como pétalos que
acariciaran nuestra lacerada piel. Sus dedos revoloteaban aquí y allá buscando
y encontrando aquellas zonas de mayor sensibilidad de nuestra persona. El
sentimiento de debilidad volvió a apoderarse de nos, pero aquella flaqueza no
era tan solo causada por nuestra mente pecaminosa. La joven María de Betania,
con su inocente rostro ovalado, nos tentaba al igual que hizo con nuestro Señor.
No perfumó nuestro cuerpo con nardo, no enjugó nuestros pies con su larga
cabellera, pero la reconocimos nada más entrar en la estancia.
La boca de la joven
hermana de Lázaro, se abrió sorpresivamente cuando tomó nuestro miembro viril
entre sus manos. Aunque nosotros aferramos su pequeña mano insistiendo en que
soltase su presa, la joven agarró con fuerza tan sensible parte de nuestro
cuerpo, comenzando a hacer movimientos desconcertantes, mientras repetía como
una letanía: “kurupí, kurupí”.
Persona honorable
y de bien como somos, intentamos por todos los medios que la muchacha se
desasiera de nos. No teniendo suficiente con aferrarse a nuestras zonas
pudendas, decidió tomar una de nuestras manos y enérgicamente introducirla bajo
sus faldas haciendo que tocásemos sus muslos, sobre los cuales no llevaba
enagua alguna como es recomendación entre las buenas cristianas.
Aunque grande fue
nuestra determinación, tuvimos que sucumbir a la calidez y tersura de su piel.
Somos conocedores del gran pecado que hemos cometido, mas en nuestro descargo, debemos
mencionar que la joven de Betania poseía las armas del súcubo más perverso. No querríamos
extendernos en la firmeza de sus muslos, en la sedosidad de su piel, en el ralo
vello de sus ingles, en la humedad de sus partes ocultas. Todo ello nos parece
información superflua que tan solo serviría para condenar más nuestra alma.
Sí consideramos
información importante la referente a la debilidad de nuestro cuerpo a manos de
la joven. Las sutiles maniobras que ejerció sobre nuestro miembro viril y las
tenues caricias con su larga cabellera condujeron rápidamente a una enérgica
explosión. Su ilustrísima, al igual que nos, habrá sufrido alguna vez de la
visita del diablo maligno que causa poluciones involuntarias. Los estertores y
convulsiones que padeció nuestro cuerpo a manos de María de Betania no son
comparables a polución alguna. Nuestra consciencia casi nos abandona del grande
placer que sufrimos. Es arma maligna la que las mujeres pueden emplear contra
los hombres de bien, pues los debilita y subyuga de manera atroz.
María, expulsada
por nos, no volvió a la casa hasta cuatro
días después. El propio San Juan Evangelista la trajo de la mano. Supimos que
era el discípulo de Jesús, pues Juan se hacía llamar, además vestía de verde y portaba una copa en su mano
libre. Carecía de rostro barbado a
diferencia de los demás apóstoles. Nos comunicó unas curiosas palabras:
“En la búsqueda
del camino de la perfección es importante comulgar con todos los dones que Tupá
ha puesto a nuestro alcance. De este modo, podemos alcanzar la Tierra Sin Mal. Para
que se cure pronto, María atenderá tanto su alma como su cuerpo. Está entre
nuestro pueblo, deje a un lado el lastre de sus costumbres y beba para calmar
sus molestias”.
Prestamente, nos
impelimos a San Juan por sus blasfemias, pues en su condición de cronista de
Jesucristo, seguro que él no habría hablado así en su presencia, además ¿de qué
pueblo hablaba?, ¿el pueblo Hebreo?, ¿acaso San Juan seguía pensando como un
judío? La vieja Juana hizo salir al Evangelista de nuestros aposentos dándonos de
beber el contenido de la copa, que pronto nos hizo caer en un profundo sopor.
Hoy, día de San
Jorge, nos encontramos más despejados y podemos rogarle por el perdón de
nuestra atormentada alma. No somos personas de cilicio por lo cual nos hemos
afanado al rezo constante de tantos Padre nuestro como podamos con el fin de combatir
las malas artes de la joven María así como las tentaciones a las que nos empuja
San Juan.
Aguardando nuestra
condenación eterna, rogamos porque nuestro Señor Jesucristo preserve la
integridad y la virtud de su ilustrísima.
Por siempre, vuestro
pecador hermano en Cristo.
(Ecce Signum)
Padre Hernando de
Trujillo
*-*-*-*
Muy bondadoso
Padre Baltasar de Monpiedra, Provincial de las tierras del Paraguay.
Que la paz sea con
nuestro Santo Padre Benedicto XIV, para con su excelencia Ignacio Visconti,
General de la Compañía
de Jesús y para con vos.
Informe Desde
Jesús de Tavarangué, en el día veinticuatro de Abril, en el año del nacimiento
de nuestro Salvador Jesucristo de mil setecientos cincuenta y dos, por el padre
Graciano Portillo:
Su ilustrísima
insiste en que le haga crónica de lo acontecido en la última semana en la
misión. Apelo a su indulgencia para que releve de tan ingrata tarea a quien no
es diestro en las letras.
Tras los
acontecimientos de la noche de San Telmo, el padre Hernando de Trujillo decidió
unilateralmente que debía marcharme de la casa parroquial. Acostumbrado de
zagal a dormir en los establos, no tardé en encontrar acomodo entre las bestias
de la reducción. Muchos fueron los guaraníes que insistieron en darme cobijo en
sus moradas, mas mis flatulencias me impiden reposar en dormitorios comunales.
Mi madre, que dios la tenga en su gloria, allá en Albacete, me ponía todas las
noches antes de ir a la cama un vasito de agua con vinagre y miel, remedio
aprendido a su vez de su propia madre. La viuda Juana también está informada de
estos molestos gases que sufro. La sabia anciana me ha recomendado el jugo de
la papaya, remedio más eficaz y nutritivo que el utilizado por mi santa madre. Volveré
a la cuestión que a su ilustrísima interesa, pues me marcho por los
andurriales.
El padre Trujillo
parece bien cuidado, todas las mañanas le acompaño rezando por su cuerpo y su
alma la cual continúa atormentada por las altas fiebres. Los remedios
utilizados por la anciana Juana curan la purulenta herida de la pierna y hacen
que desciendan las fiebres que consumen a nuestro hermano mas encienden su lascivia
y concupiscencia.
Por precaución
tomé la decisión de retirar el incensario de kurupá de las estancias del padre,
mas el corregidor afirmó que era necesario para el reposo del enfermo. Por este
motivo tuve que permitir de nuevo la quema de las hierbas que pensamos son libidinosas,
pues el parokaitará es hombre juicioso y sabio.
Buena muestra de la
mala influencia de la kurupá, es el hecho de que María del Dulce Nombre, la
ayudanta de la anciana Juana, acusó al padre Hernando de haberle obligado a
practicarle tocamientos indecorosos. Este hecho no ha tenido mayor
trascendencia, puesto que la denuncia fue ante el corregidor, progenitor de la
joven viuda y piadosa, y ante quien le escribe. Ambos hemos podido zanjar el
asunto sin que perjudique la buena reputación del padre Hernando.
La muchacha nos
relató cómo el padre Trujillo le obligó a posar su mano sobre sus vergüenzas.
No estaba preparada para aquella reacción de un sacerdote por lo que se alteró
visiblemente. Mas la mayor sorpresa la obtuvo al palpar aquel miembro. La joven
viuda reconoció no haber visto ni tocado nunca ninguno de tal largura y grosor
lo que le turbó profundamente, haciéndole pensar que el padre Trujillo era en
realidad el diablo conocido como Kurupí, aquel que lleva su virilidad, a modo
de cinto, rodeando su propio cuerpo. Después
de estos sucesos, el padre Trujillo palpó los bajos de la joven, introduciendo
su mano tras las faldas.
Tras estos
acontecimientos, tuve que afrontar la difícil misión de poner orden en el
desenfreno del padre. Advertí a la joven María del Dulce Nombre que no acudiese
más a la casa parroquial. También decidí intensificar mi vigilancia sobre el
padre si bien esto último acongoja mi corazón.
Transcurridos
cuatro días, el empeoramiento de la salud del padre Hernando era preocupante.
El corregidor Juan Damasceno insiste en que se debe cuidar el alma y el cuerpo
del padre y que para tal menester, nadie tan indicado como su hija María. La
joven ha caído en decaimiento y tristeza por no haber logrado la sanación de
nuestro hermano en cristo. Me apena grandemente la tristeza de la joven y el
empeoramiento del padre Trujillo, mas dudo de si juntarlos no provocará daños
mayores. En mi pueblo se dice que no hay que dejar a la zorra guardando el
gallinero.
Finalmente, entre
el corregidor y yo hemos decidido poner a prueba a la joven que desde antes de
ayer está de nuevo en la casa al cuidado del enfermo. El padre se mostró reacio
al principio, mas al notificarle que también estaría la vieja Juana en todo
momento, mostróse más permisivo.
Rezando porque la
situación no pase a mayores y todo se pueda resolver sin consecuencias, se
despide respetuosamente:
Por siempre
vuestro.
(Ecce Signum)
Padre Graciano Portillo
*-*-*-*-*
Muy afortunado e
ilustrísimo Padre Baltasar de Monpiedra, Provincial de las tierras del
Paraguay.
Que la gracia, la
paz y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo sean con nuestro Santo Padre,
Benedictus Quartus Decimus, para con su excelencia Ignatius Visconti, General
de la Compañía
de Jesús y para con vos.
Desde esta misión
de Jesús de Tavarangué, a tres días de la pascua de Pentecostés en el año del
nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil setecientos cincuenta y dos, el
padre Hernando de Trujillo os saluda:
Muchos y complejos
son los acontecimientos acaecidos en esta misión durante el último mes. Le escribimos
a su ilustrísima desde nuestra silla frente al escritorio. Aunque aún son
múltiples las dolencias que nos aquejan, podemos dar cortos paseos por nuestras
estancias. Parece ser que la recuperación marcha por buenos cauces y que a no
tardar podremos volver a nuestros quehaceres, si su ilustrísima es capaz de
perdonar los desatinos a los que la fiebre y las inhalaciones nos llevaron.
Desde que hemos
sanado, la viuda Juana ha desistido de los incensarios de Kurupá por lo que
nuestra mente se encuentra despejada. El padre Graciano puso en nuestro
conocimiento las misivas que intercambió con vos. Hombre piadoso y sencillo, ha
sufrido profundamente por nuestro comportamiento errático. No han sido pocas
las ocasiones en que le hemos ofendido gravemente, infringiéndole profundas
heridas en su corazón mas todo ello ha sido para engrandecimiento de nuestra
madre iglesia pues mucho es el pecado y grandes deben ser los conocimientos de
quienes lo combatimos.
Recordamos todo lo
acontecido como un mal sueño del que por fin hemos despertado. Aún las duras
circunstancias y los desagravios a quien bien nos quería, algunos hechos los
recordamos con cierta simpatía. Así pues, uno de los días en que el joven Uriel
llegó del gran río con un cesto lleno de kururús nos encontrábamos discutiendo
con el padre Portillo sobre el virtuosismo de las almas y los cuerpos. Como el
padre no atendiera a razones, nos vimos en la obligación, recuerde su
ilustrísima que nos hallábamos enajenados por las drogas sanadoras, de lanzarle
el cesto repleto de sapos a su dura cabeza. El padre comenzó a bailar y brincar
con enérgicos ademanes. Jamás hubiéramos pensado que el padre Graciano poseía
tal agilidad de movimientos. Nuestro bienamado Señor Jesucristo nos castigó por
nuestra irreverencia haciendo que uno de los sapos se nos estampase en pleno
rostro. Cuando las viudas Juana y María lograron adecentar toda la estancia aún
permanecía nuestra hilaridad por el pandemónium. Cuando el padre Portillo se
pudo sosegar también encontró risible toda aquella situación.
El resto de los
encuentros con el padre Graciano fueron para ofenderlo con nuestras hirientes
imprecaciones. No querríamos escandalizar a su ilustrísima haciendo una
relación de cuantos disparates pronunciamos, pues hemos de asumir nuestra culpa
reconociendo que todos ellos fueron execrables, mas es importante conocer las
herramientas que usa el diablo para arrastrarnos a sus dominios.
Los hechos
narrados hasta el momento no son los pecados que más nos afligen, pues aunque la ira y la soberbia
son pecados capitales, no son los únicos en que ha incurrido nuestra persona.
Durante este tiempo de convalecencia la lujuria se ha apoderado de nuestro
cuerpo como si el mismísimo asmodeo nos hubiera poseído. En nuestro descargo
debemos afirmar que el súcubo que pusieron a nuestro cuidado hizo cuanto estuvo
en su mano para quebrantar nuestra fe y nuestra castidad y que nos, por conocer
de primera mano las tentaciones del maligno, nos adentramos en aquellos caminos
de perdición.
Uno de los
primeros días tras el regreso de, quien yo consideraba, María de Betania, nos despertamos
repentinamente por una fresca corriente de aire en nuestros pies. Tras abrir
los ojos, alzamos la mirada sin poder otear más allá de las mantas levantadas
desde el final del lecho y puestas casi en vertical. Tras tan desconcertante
situación llegaron a nuestros oídos tenues risitas juveniles. No comprendimos
la naturaleza de aquellas jocosas exclamaciones hasta que sentimos unas frías
manos sobre nuestras partes íntimas. “¡Madre del amor hermoso!, hoy está
incluso más grande”, dijo una voz femenina. No supimos a qué se refería aquella
mujer pues lo siguiente que recordamos es que algo frío y húmedo se adhería a
nuestro miembro viril el cual, asediado durante toda la noche por los demonios
que atormentan nuestros sueños, se alzaba orgulloso en aquella temprana hora.
El incensario se
había sofocado durante la noche por lo que nuestra mente se encontraba lúcida y
despejada. Claramente llegaban a nuestros oídos la melodía de las jóvenes risas
las cuales intranquilizaban nuestra alma. El tormento era grande. Estábamos
impedidos para poder influir en aquella situación, mas como somos persona de
gran inquietud intelectual, desconocemos si de haber podido movernos nuestra
voluntad hubiera sido suficientemente recta como para intentarlo. Las
estremecedoras sensaciones que nos recorrieron todo el cuerpo parecieran cosa
hecha por el diablo. Ya se sabe que satanás es embaucador, buscando doblegar el
alma de los siervos de Dios. Por tal menester, necesario es que conozcamos las
tretas que utiliza.
En aquellas
disquisiciones nos encontrábamos: entre gritar auxilio para que la viuda Juana
subsanase aquel entuerto o de otro lado ceder a las tentaciones del maligno,
degustando el gran placer que se extendía por todo nuestro cuerpo, sintiendo
aquellas humedades que se adherían a nuestra virilidad. En aquel instante se
escuchó un gran regüeldo que retumbó por toda la estancia. Aunque los gases no
son algo inherente a las personas mayores y las hay de jóvenes que también los
sufren, no parecía aquel sonido propio de gargantas femeninas.
Lo siguiente y
último que recordamos fue cómo algo verde saltaba por encima de la manta e iba
a posarse sobre nuestra testa, tras lo cual, de un gran brinco atravesó la
ventana. Los gritos y la algarabía que se produjeron tras aquel incidente,
despertaron a todas las personas de la casa parroquial. La joven voz resultó
pertenecer a María de Betania. En tres días se nos había estampado un sapo en
el rostro en dos ocasiones.
Reunidos en cónclave,
el corregidor, El padre Portillo y nos, decidimos someter a castigo a la
díscola muchacha. Las propuestas que se escucharon fueron las que a
continuación se detallan:
El corregidor, al
que yo completamente fuera de mis cabales continuaba viendo como San Juan
Evangelista, propuso darle de zurriagazos pues tenía un látigo nuevo para
arrear al ganado y no veía el momento de probarlo en carnes más finas como las
de María. Esto nos extrañó grandemente pues es sabido que la profesión de San
Juan era la de pescador mas no estaba nuestra mente para disquisiciones tan
complejas.
El padre Graciano,
por su parte, bondadoso como es, optaba por el rezo de veinte ave María para
que fuera nuestra bienamada Virgen quien la perdonase.
Finalmente,
optamos por el camino intermedio. Azotaríamos a la revoltosa muchacha mas no
con el zurriago sino con nuestras propias manos. Para aquel entonces podíamos
permanecer incorporados en el lecho con la ayuda de Juana y de María, por lo
tanto, seríamos nos quien suministrase la azotaina.
Por todo cuanto
narremos a continuación es por ello que nuestra alma clama piedad por las
atrocidades de nuestro cuerpo, pues aunque todos nuestros actos los hicimos
para mejor conocer al enemigo, tal vez puedan ser mal interpretados. A su
ilustrísima juro ante la
Sagrada Biblia que tan solo el afán de conocimiento y la
persecución del mal motivó nuestros actos potenciados con la adición de las
hierbas sanadoras.
Cuando caía el sol,
llegó a la casa parroquial María del Dulce Nombre, o María de Betania como
pensábamos nos. Juana la hizo pasar a nuestros aposentos y dejando una fina
vara sobre nuestro regazo, se retiró. Invitamos a María a que se acomodase
sobre nuestras rodillas. Como el armazón del lecho era alto y la muchacha no quería
dañar nuestras piernas, tuvo que trepar con sumo cuidado hasta poner su trasero
al alcance de nuestro brazo derecho, único que conservaba algo de salud. La
joven tuvo miramientos y se acodó liberando nuestro regazo de cualquier presión
de su torso.
Decidimos no usar
la vara pues podría marcar de forma indeleble la piel de la joven. Alzamos las
faldas de María pasando sin más dilación a subir las enaguas. Podríamos
justificar nuestra acción en el embotamiento de nuestros sentidos, en la
afectación de las hojas de la kurupá o en la fiebre que rebelde se negaba a
remitir por completo. Nada de todo eso podría justificar nuestro indecoroso
comportamiento. En cuanto aquel pequeño y redondeado trasero se encontró a
nuestra vista, todo se nubló a nuestro alrededor. Tan solo fuimos capaces de
soltar el primer azote, mas una vez hubimos tocado la tersura de la bronceada
piel, no pudimos volver a separar nuestra mano de aquellas prietas nalgas, pues
el demonio conspiraba contra nos para la perdición de nuestra alma.
Con deleite,
manoseamos y amasamos aquellas dúctiles carnes. Sin ninguna coerción por
nuestra parte, la muchacha se arrodilló rebuscando entre las mantas. Una vez hubo
localizado aquello que le interesaba, volvió a agachar el torso abriendo
desmesuradamente la boca. Si acariciar aquel sublime trasero era como tocar el
cielo, cómo le podría explicar a su ilustrísima las sensaciones que recorrieron
nuestro cuerpo cuando poco a poco nuestro miembro viril fue devorado por las
fauces de la de Betania. La cabeza se movió arriba y abajo durante unos
segundos. La llama de la vela hacía brillar la negra cabellera cada vez que esta
ascendía y descendía, acariciando las henchidas bolsas de nuestra entrepierna.
Recuerde que nos habíamos propuesto conocer los ardides que utiliza Satanás
para corromper a los hombres honestos, pues estos son sutiles y hay que andarse
con cuidado para no sucumbir ante ellos.
No fuimos
conscientes del crecimiento de nuestro miembro hasta que María del Dulce Nombre,
ahora sabemos que se trataba de ella, tuvo que retirarse paulatinamente pues tanta
carne la asfixiaba. La joven mentó varias veces a Dios y a Kurupí sin dejar de
mirar fijamente aquel pedazo de carne erecta. La muchacha escupió varias veces
sobre nuestro duro zurriago, tras lo cual lo aferró con ambas manos, saboreando
la gorda cabezota que pugnaba por liberarse de su manto de piel.
En aquel instante,
nuestra voluntad estaba completamente quebrada y pisoteada. Aunque nuestros
esfuerzos eran grandes, las armas del diablo lo eran más y poco a poco, fuimos
perdiendo tan crucial batalla. Nuestra mano, guiada por Asmodeo, comenzó a
hurgar entre los muslos de María. No tardaron las yemas en encontrar un húmedo
desfiladero el cual atraía con fuerza nuestros incautos dedos. Aquella cálida
gruta empapaba nuestras manos de una densa melaza que enardecía nuestro
espíritu. Avanzamos recorriendo aquel valle, recreándonos en la tersura y
calidez de las laderas, hasta llegar al final, donde un diminuto montículo se erguía desafiante.
Nada más rozarlo con nuestros dedos, las caderas de la joven comenzaron a
moverse espasmódicamente. Atemorizado ante aquella reacción que parecía dañar a
la guaraní, retiramos raudamente la mano de tan deliciosa zona.
María de Betania se
detuvo desconcertada. Le rogamos que todo aquello terminase pues el maligno
acechaba en las sombras, dispuesto a llevarse nuestras almas. Ella nos miró
fijamente con aquellos luminosos ojos y nos rogó que continuáramos con el
castigo pues si el maligno se hallaba cerca no sería bueno dejar las
reprimendas sin ejecutar. Finalmente, concedimos en proseguir el
aleccionamiento, suministrando cuantos azotes fueran necesarios. La joven viuda
nos rogó que continuáramos frotando aquella pequeña lentejita pues era grande
el dolor que producía y cuanto más sufrimiento, antes expiaría la culpa por sus
malos actos. “Padre, fróteme fuerte y que las llamas del infierno nos consuman”,
gritaba la muchacha entre lametón y lametón a nuestra dura estaca.
Progresivamente
nuestra alma comenzó a elevarse hacia el cielo. Cuando pensábamos que más alto
ya no podía llegar sin salirse de nuestro pecho, una repentina explosión
expandió nuestro miserable espíritu por doquier. María se introdujo cuanto pudo
de nuestra virilidad y succionó ávida de alimentarse de nuestra esencia, la
cual desbordaba su pequeña boca yendo a caer sobre su barbilla.
Una vez saciada,
la joven se mostró sorprendida con nuestro miembro viril. Ella esperaba que
tras la eyaculación, el tamaño se hubiera reducido entrando en una fase de
letargo, mas la vara seguía tan acerada como en momentos precedentes.
Con suma
delicadeza, María del Dulce Nombre se incorporó pasando una pierna por encima
de nuestras caderas y acomodándose a horcajadas sobre nuestro regazo, se dejó
caer delicadamente. Con una pequeña mano aferró la estaca colocándola a las
puertas de lo que luego descubriríamos era el cielo. Lentamente, la joven se
fue empalando a medida que a nuestra vara llegaban agradables sensaciones
producidas por el fuego que ardía en el interior de aquella cueva. Aunque a
oídos de su ilustrísima pueda parecer herejía, creemos que la joven, llamada
María del Dulce Nombre, tuvo que tener una epifanía justo en el momento en que
los dos palmos de mi virilidad la llenaron por completo. Afirmamos esto por
haber visto por nosotros mismos cómo los ojos de la joven se ponían en blanco
mirando hacia su interior al tiempo que pronunciaba: “¡Che
Dios, oiké opakatú1!".
Creemos que poco después, tras algunos brincos y saltos sobre nuestras caderas,
el éxtasis le alcanzó igual que a Santa Teresa pues comenzó a emitir alaridos
en el nombre del Señor. Su cuerpo era presa de fuertes espasmos como si estuviera
poseída. Rasgó su propia blusa mostrándonos sus pequeños y firmes pechos. La
joven viuda aferró nuestras manos y las condujo a cada uno de sus senos, al
tiempo que gritaba: "Ejú,
túva, ha´usé ndéve2". Nuestra
mano derecha amasó la carne trémula mas la izquierda, entablillada como se
encontraba, tuvo que limitarse a pellizcar la dura cúspide de aquellos tiernos
montículos.
Muchas tuvieron
que ser las cuestiones que se revelaran a la joven, pues estuvo como cinco
minutos gritando poseída por la divinidad. Rogó por todos los santos, por la Virgen y por el niño Jesús.
Por nuestra parte, hemos de afirmar que alcanzamos el cielo y deambulamos por
el paraíso. De entre los dones que nuestro Señor ha puesto a nuestro alcance,
este de la cópula es ciertamente placentero. Si es tentación del demonio, si
nos conduce directamente a las llamas
del infierno, es cuestión a la que tan solo su ilustrísima puede dar respuesta.
Nosotros humildemente pensamos que algo tan gozoso no puede ser obra del
diablo.
Durante el último
mes nos hemos dejado tentar por el maligno con el fin de conocer bien las armas
que utiliza para mejor combatirle. Podemos asegurar que ninguna de las
maniobras de la cópula nos son desconocidas, habiendo sido todas ellas
profundamente estudiadas, pues una vez por la mañana y otra por la tarde la
viuda María y nos practicamos diferentes tentaciones. No queremos incurrir en
el grave pecado de la soberbia mas creemos que con nuestros conocimientos
podríamos instruir a nuestros hermanos en la defensa contra tales tentaciones. Todo
esto siempre y cuando no se admita la cópula como creación divina y no
diabólica.
Aguardando
incrementar nuestros conocimientos sobre el maligno y sobre la cópula carnal
entre diferentes personas, rogamos porque nuestro Señor Jesucristo no lo someta
a las tentaciones que hemos tenido que soportar nos.
Por siempre,
vuestro hermano en Cristo.
(Ecce Signum)
Padre Hernando de
Trujillo
*-*-*-*-*
Muy bondadoso
Padre Baltasar de Monpiedra, Provincial de las tierras del Paraguay.
Que la paz sea con
nuestro Santo Padre, Benedicto XIV, para con su excelencia Ignacio Visconti,
General de la Compañía
de Jesús y para con vos.
Informe Desde
Jesús de Tavarangué, en el día de nuestra Señora del Rocío en el año del
nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil setecientos cincuenta y dos, por
el padre Graciano Portillo:
He de comunicarle
buenas nuevas a su ilustrísima. La misión se encuentra recuperada completamente
del ataque de los paulistas y el proceso de recuperación del padre Hernando se
halla casi concluido.
El padre Trujillo
ha retomado sus tareas con ansiedad, dedicándose de sol a sol a profundos
estudios teológicos. Nuestras cortas entendederas no nos permiten profundizar y
colaborar en tan importante tarea mas el padre asegura que dominar las herramientas
para combatir al maligno es tarea fundamental de cualquier cristiano devoto.
Cierta tristeza
nos aflige por no poder dominar las estrategias necesarias para expulsar al
demonio de los cuerpos de las jóvenes indias como así lo hace el padre Trujillo.
De seguro que entre los dos siervos de Dios podríamos exorcizar un número mayor
de muchachas.
Según el padre,
mucha maña hay que tener para dominar todos los pasos de tan complejo
conocimiento, pues someter al demonio que habita en las cavidades femeninas no
es cosa baladí.
Definitivamente,
tal vez tuviera razón mi santa madre y no sirva para la Compañía pues siento que
no puedo aportar tanto como otros hermanos. No he sabido dirigir la reducción
durante la convalecencia del padre Hernando, no tengo valor ni conocimientos
para enfrentarme frontalmente al maligno, cosa que debe alborozar los corazones,
pues desde mi dormitorio en el cual os escribo esta misiva, se escuchan las
alabanzas a Dios y a la Virgen
que el padre Trujillo e Isabel, la mujer del alférez, profieren mientras luchan
desaforadamente contra Satanás.
También yo
desearía participar en la batalla mas no creo tener el valor necesario y el
padre no me dejaría puesto que carezco de los conocimientos exigibles. En
ocasiones mi alma se atormenta pensando que mis manos no son necesarias en la
reducción y que mi trabajo es prescindible. Mi madre ya decía que soy un poco
cenizo y que debo afrontar las cosas con optimismo, mas allí en mi tierra todo
era más sencillo.
Esperando que las
nubes que oscurecen mi ánimo se disipen, se despide respetuosamente:
Por siempre
vuestro.
(Ecce Signum)
Padre Graciano Portillo
Nota: Se suele
representar a Juan el Evangelista de rostro rasurado y vestido de verde. Iconos
que suelen representarlo son: El águila, el libro y la pluma o una copa de la
cual sale una serpiente.
(1): ¡Dios mío, entró
todo!
(2): Ven padre,
que te quiero comer.
Un besazo muy
húmedo para mi experto en cultura guaraní.
1 comentario:
No se puede negar que tras el relato hay un curro bastante grande. Y es una lástima que el resultado sea un poco aburrido de leer, sobre todo al principio. Luego, no sé si por la costumbre o por los temas tratados, es cierto que la lectura se hace más amena.
La historia es graciosa. Por momentos pensé que acabaría siendo un relato de humor, pero finalmente se convierte en un relato serio con ciertos toques graciosos.
La gran losa es lo mismo que lo hace único: la narración mediante misivas.
Lo bueno: que la sensación final es mucho mejor que la que tenía al empezar o a la mitad de lectura.
Por cierto, me parece que en algunos momentos las descripciones usadas por los religiosos en las cartas son demasiado poéticas, lo que saca un poco de contexto.
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