El otro día llegué
a casa y le dije a mi chica:
—¡Cariño, tengo un
amante!
—Pues me parece
perfecto, amor. Disfrútala.
Oye, ni un
reproche, ni una mala cara, todo como la seda. Ahora bien, hoy he llegado y le
he dicho:
—¡Cariño, tengo un
troll!
—¡Eso por encima
de mi cadáver!, ¡aquí la única que despotrica de ti soy yo!, ¿me entiendes?
Vaya sermón me echó
sobre lo de tener un troll. Pero es que es algo que yo no he elegido, él se ha
querido venir conmigo.
Pensaréis que algo
habré hecho, que al menos le habré echado migas de pan. Pues lo cierto que él
ya rondaba por aquí cuando yo llegué. En aquel tiempo, trolleaba a toda la
contornada. Yo no había logrado aún llamar su atención. Os preguntaréis, no sin
razón, ¿qué tiene que ver esto con la ruptura de personalidad? Tranquilos,
tened paciencia que todo llegará como seguramente lo haga mi querido troll.
La verdad que hay
que reconocerle que es muy especial. Cuando coincido en el parque con las demás
personas que tienen trolls, todos presumen de lo guapos que son los suyos, que
no digo yo que el mío no lo sea, incluso me atrevería a decir que mucho más que
los de ellos. El problema es que el mío cambia de forma y sexo a cada dos por
tres, y eso, pues claro, desconcierta un poco.
Oye, que hoy es
una guapa veinteañera y mañana es un tipo cuarentañero y claro, me tiene en un sinvivir.
Pues nada, que de
la noche al día pasó de morder y pegar coces a todos los que por aquí rondamos,
con especial atención a la administradora y al veterano del grupo, a dedicarme
poemas súper bonitos.
¿Que cómo se ha
producido esa transformación?, pues me gustaría pensar que por mi irresistible
sexapil, pero en el fondo creo que no. Lo pienso porque también ha cambiado sus
hábitos. Ya no ataca a la luz del día y yo, personalmente, lloro por las
esquinas su ausencia. Ya no es lo mismo si alguien no me recuerda que mi madre
se tira a todo el barrio, lo que debe disfrutar la mujer a sus setenta años o
era mi pareja la que lo hacía. Es que he de reconocer que no presto demasiada
atención a lo que dice.
Ahora hace una
cosa muy rara: le ha dado por autolesionarse. Sí, como las adolescentes que se
hacen cortes en los brazos para llamar la atención. Mi troll incluso se inventa
lesiones producidas por terceros.
Pero claro, al
igual que las niñas que sueñan con rubíes y esmeraldas, ella se inventa sus
agresores y sus príncipes azules que vienen en corceles blancos a rescatarla.
Hay que ver lo apañado que me ha salido el troll que ha aprendido a alimentarse
él solito.
Que digo yo, que aunque
ya sea mayorcito para pedir comida se echa de menos su presencia, que comer lo
que uno mismo se guisa está bien pero que aquí tenemos comida de sobra por si
quiere que lo alimentemos.
Y me voy, pero
antes de marcharme me gustaría dejar una reflexión abierta sobre la naturaleza
de tan peculiares seres. Los sesudos científicos han estudiado en profundidad
la cuestión, aunque de momento no han logrado unificar criterios, por lo que
las teorías son muchas pero como comprenderéis no me voy a pasar la mañana
buscando en Internet por lo que aquí presentaré dos de ellas:
- Elias Aboujaode: Psiquiatra de la facultad de medicina de la universidad de Stanford.
No me digáis que
no suena seria la cosa. Este señor afirma que un troll tan solo es una
manifestación de nuestra epersonalidad. Según él, todos tenemos una
personalidad diferente en la red. La de esta gente estaría determinada por:
grandiosidad, narcisismo, oscuridad morbosa, regresión a la adolescencia e
impulsividad.
Como cualquier
otra personalidad, al desconectarse desaparece quedando el individuo normal y
corriente que había antes de sentarse frente al ordenador. No me digáis que
esto no es una ruptura de la personalidad en toda regla.
- Erin Buckels y la universidad de Manitoba han realizado otro estudio llamado “Trolls just wanna have fun”.
¿Que dónde está
Manitoba?, ¿que si Erin es fan de Cyndi Lauper?, siento no tener respuestas
para estas preguntas.
La que sí tiene
respuestas es Erin, pues afirma que los trolls no son ninguna personalidad
específica para el entorno de Internet. Según el estudio tan solo se trata de
gente: maquiavélica, sádica, narcisista y psicópata. Un poquito fuerte ¿no?
Aquí obviamente no hay ninguna ruptura de la personalidad, estos la traen rota
de serie.
Pues bien, el
estudio afirma que puesto que es en el entorno virtual donde son menos
peligrosos, es aquí donde hay que saciar su hambre con el fin de que luego no
lo hagan con la gente real de su entorno.
Vamos, que si
dejamos que den rienda suelta a sus necesidades narcisistas o sádicas en la red,
más tarde, en sus casas o trabajos, no la emprenderán a golpes con sus madres o
a insultos con sus subordinados.
¿Vosotros tenéis
alguna teoría?
Yo personalmente
me niego a pensar que mi querido troll sea así. Yo creo que es una persona tierna
y bondadosa. Tal vez no manifieste su afecto como los demás, bueno, cada uno se
expresa como puede, pero en el fondo seguro que tiene un corazón inmenso.
Por eso le pido,
es más le imploro, puesto que sé que me está leyendo, que no me abandone, que
continúe metiéndose conmigo, que me dedique más de esas preciosas poesías y que
me culpe de cuanto malo le ocurra porque sé que de ese modo estoy cerca de su
corazón y es que he de confesarme, amigos míos, sí, en el fondo de mi alma
estoy perdidamente enamorado de mi troll.
Por eso apelo a la
clemencia de todos los webmasters del Universo, de He-man y de Skeletor, para
que no le baneen nunca y así pueda expresar libremente cuantas mentiras y
atrocidades quieran salir de sus virtuosos dedos.
Aguardo ansioso su
comentario en este sentido homenaje que le dedico. Como él bien sabe, yo valoraría
todos sus relatos hasta caer desfallecido si desde hace más de un año no
tuviera bloqueada tal posibilidad. Da igual, aún así, mi corazón brinca de
alegría cada vez que me atribuye uno de sus terribles. Ay, ¡Qué bonito es el
amor!
Espero no
convertirme en uno de esos que no tenéis el lux de tener un troll porque bien
se sabe, ¡si no tienes uno, no eres nadie!, y vosotros ¿tenéis uno?
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