sábado, 18 de octubre de 2014

El payaso y la preñada






Recorrer los últimos metros fue una auténtica tortura. Tuve que correr con las piernas muy juntas mientras obligaba a mi chiquitín a que lo hiciera a grandes zancadas, o todo lo grandes que podían ser con aquellas piernecitas. Nada más atravesar las puertas, salió disparado hacia la piscina de bolas donde ya jugaban todos sus amigos, demostrándome así, que aún podía ir más rápido de lo que yo le había exigido. Saludé sobre la marcha, al tiempo que advertía a las madres del resto de niños que enseguida volvería.

-O-

Me miré en el espejo del baño y suspiré de nuevo. Subir neveras hasta un cuarto sin ascensor era una paliza pero, comparado con aquello, casi se podía decir que era una bendición. Seguro que ninguno de mis compañeros de primero de arquitectura valoraba tanto la posibilidad de estudiar como yo. Volví a examinar el maquillaje y las pinturas de guerra, pues lo que ahí fuera me esperaba iba a ser peor que una batalla. Deslicé por mi torso una especie de túnica del rosa más intenso que hubiera visto nunca y me armé de valor para rematar aquella espantosa obra poniéndome una horrible peluca pelirroja y una nariz púrpura que podría servir para regular el tráfico en el centro de la ciudad.

Al menos, nadie había usado el baño de caballeros además de mí. No me hubiera hecho gracia cambiarme y maquillarme delante de uno de los padres. Abrí la puerta de salida y me topé con la visión más espectacular que hubiera podido imaginar. El baño de hombres y el de mujeres quedaban enfrentados y al parecer, el ser más sexy del mundo había decidido salir al mismo tiempo que yo lo hacía.

Había admitido desde siempre que las mujeres de mediana edad me ponían tremendamente burro. También tenía predilección por esas medias melenas rubio oscuro que hacían que se vieran tan elegantes; lo que nunca me había planteado hasta ese momento, era que las curvas de una mujer pudieran ser tan…. Tan… tan… excitantes.

La luz de los halógenos se reflejaba en la transpiración del escote más espectacular que se pudiera imaginar. Si aquellos dos melones estaban así de juntos y de altos era algo digno de investigar por los científicos. Pero si el vestidito veraniego resaltaba sus redondeces superiores también lo hacía con su abultado abdomen. Fue admirar aquella enorme barriga que se adivinaba firme como una roca, para que mi soldadito se pusiera más tieso que el asta de la bandera. Una tía buena me ponía palote, pero aquel día descubrí que una tía buena preñada me ponía tremendamente enfermo.

-O-

“Desde luego que estar embarazada suponía llevar a tu niño dentro y cualquier consecuencia secundaria no debería tener la menor importancia, pero la tenía. No era nada cómodo ir todo el día con aquellos sofocos. Vale que fuese junio, pero nadie pasaba tanto calor como yo. Andar a todas horas haciéndome pis tampoco se podía añadir a la lista de cosas positivas, incluso siempre tenía que llevar un par de braguitas limpias en el bolso porque alguna fuga era inevitable. Tener la libido por las nubes debería ser súper positivo si no fuera porque mi marido me trataba como si fuera de porcelana. Penetraciones suavecitas, no vayamos a dañar al niño, y las tetas ni tocarlas por el calostro. Al menos me hacía unos cunnilingus buenísimos todas las tardes aunque yo hubiera preferido que me follara bien follada. Controlar todo el rato el pis para no acabar meándole en la boca era un suplicio. A lo que no había puesto la menor pega, el muy gorrino, era a untarme cremita y darme masajitos en el esfínter. La verdad sea dicha, yo también comenzaba a disfrutar de aquellas atenciones en mi culito, el picorcillo se terminaba transformando en algo muy agradable. 

Pero sin duda alguna, lo mejor del embarazo era ver el efecto que causaba en algunos hombres. No tenía ni idea el porqué las preñadas despertábamos tanto morbo, pero cuando lo hice aquel día a un yogurín vestido de payaso, fue tan divertido que tuve que aguantar la risa para que no se me escapara el pipí.

Allí estaba él, frente a mí, clavando su mirada alternativamente entre mis tetas y mi vientre. Con aquellos labios pintados y la boca entreabierta, resultaba de los payasos más cómicos que hubiera visto jamás. Lo cierto es que pocos hombres me habían impactado tanto a simple vista. No sabía si era algo positivo o negativo, pero había llamado totalmente mi atención.

--También tengo ojos… dos… uno a cada lado de la nariz… --puse aquella sonrisa de medio lado, aquella que a mi marido le parecía de mujer perversa.

--Yo…. Yo… perdón… --No supe si se había sonrojado porque estaba completamente maquillado pero salió disparado hacia la zona de juegos como si le hubiera pinchado en el culo con un alfiler.

--Por no ceder el paso a una dama te has perdido la vista posterior. --¡Dios!, ¿aquella era yo?, vale que era un cervatillo indefenso pero no me consideraba una cazadora y menos tan agresiva. Las hormonas, que diría mi madre, sí, ellas tenían la culpa de todo, las dichosas hormonas.

-O-

Joder, joder y mil veces joder. ¿Cómo se podía ser tan idiota? Me encontraba en el extremo del pasillo de los aseos con el rostro ardiendo de vergüenza, con la mujer más morbosa que hubiera visto jamás a pocos metros detrás de mí y delante de un grupo de niños que me sonreían maliciosamente.

No fue hasta que uno de ellos señaló con su dedo acusador, que me di cuenta de lo que pasaba. Mierda, mierda y mil veces mierda, no se podía ser más estúpido. Giré bruscamente llevando mis manos a la entrepierna. Aquello era lo más bochornoso que me hubiera pasado nunca o, al menos, eso pensaba.

Cegado por la vergüenza, no recordé que tras de mí venía aquel monumento de preñada. El golpe hizo que se tambalease. Había chocado directamente con su vientre impulsándola hacia el interior del pasillo. Ella, instintivamente, alargó los brazos aferrándose a los míos y mi infierno se desató.

Cuando recuperó el equilibrio no se soltó inmediatamente. Se arrimó haciendo que nuestros cuerpos se pegaran. Hasta mi nariz llegó el dulce aroma de su perfume y creí marearme. La diferencia de altura hizo que desde mi posición tuviera una vista inmejorable de la balconada de su escote. Aquellas dos tetas eran una maravilla de la naturaleza. Se apretó más aún y su vientre se refregó contra mi miembro que palpitaba desesperado. Sentir aquella tibia carne aplastada contra mi amiguito desencadenó una catástrofe.

--¿Estás bien? –preguntó ella ante el gemido que yo había creído inaudible.

--Sí… sí… perfec… perfectamente…

--Pues como sigas sudando así se te va a correr el maquillaje.

Otra cosa se había corrido y no era precisamente mi maquillaje.

-O-

Nada más decir aquello, me fijé en la cara de pánico del muchacho y caí en la cuenta de lo que había sucedido. El pobre debía estar pasándolo fatal.

No supe si fue mi instinto maternal, la lascivia que me consumía o las hormonas, sí, tuvieron que ser las hormonas.

--Anda ven, que te habrás puesto perdido –dije mientras le tomaba por una mano y con la otra buscaba las toallitas húmedas en el interior de mi bolso--. Además, habrá que arreglar ese maquillaje.

Tardé un segundo en escoger una de las dos puertas que había a cada lado del pasillo. Que yo supiera, no iba a venir ningún padre aquel día. Pese a ello, opté por encerrarnos en una de las diminutas cabinas. Dios, ¿qué coño estaba haciendo encerrada en el baño de hombres con un chiquillo vestido de payaso? Cuando tuve la cabeza mínimamente despejada para salir de allí y poner fin a aquella locura, todo se torció.

--No… no… llores hombre. –Hice que se sentara sobre la taza y le abracé sintiéndome muy culpable por haberlo puesto en aquella situación. Jodidas hormonas, pero si me estaba entrando hasta ganas de llorar a mí.

-O-

No se podía ser más torpe. Si hicieran un concurso de torpes seguro que lo ganaba yo. Allí estaba, con el rostro enterrado entre las tetas más maravillosas de este mundo y no era capaz de hacer otra cosa que llorar y desear con todas mis fuerzas que un desmayo hiciera venir a una ambulancia que me alejara de aquella situación. ¡Pero qué cálida y fragante era la piel de aquellas dos preciosidades! Poco a poco fui siendo consciente de que mi cara estaba disfrutando de unas almohadas inmejorables y el sofoco fue dejando paso al deseo por probar aquella fruta madura.

--Payasete, ¿estás lamiendo mi canalillo?, ¿te parece bonito?, yo aquí consolándote como una madre o una amiga y tú aprovechándote. –Aquellas palabras hicieron que mi corazón se detuviera y por supuesto también mi lengua. Cuando sentí que me aferraban de la peluca y encajaban mi rostro aún más en aquel desfiladero, decidí que las palabras tal vez no fueran en serio.

-O-

Me costó mucho autocontrol separar la boca de aquel muchacho de mi pecho pero al fin lo logré. Los ojos que me encontré, me devolvieron una mirada entre confusa y triste. Estaba claro que le acababa de quitar un caramelo de la boca y el pobre no comprendía nada.

--Será mejor que te ayude a adecentarte. –Fue lo único que se me ocurrió para zanjar aquella situación incómoda. No era capaz de controlar mis reacciones y me estaba comenzando a poner muy nerviosa.

Indiqué al payaso que se pusiera de pie y yo fui la que me senté sobre la taza. Intentando emular la naturalidad con que lo haría con un niño pequeño, comencé a subir su túnica rosa para aferrar el elástico de su pantalón arcoíris y lograr que este, junto a su bóxer, se deslizara piernas abajo.

Los ojos como platos adornados con aquel caos de pintura, le daban un aspecto de lo más cómico. Hice un gran esfuerzo por no reírme, de lo contrario seguro que se pondría otra vez a llorar. Un nuevo control de mi risa cuando vi su cosita. Los huevecillos se habían encogido como queriendo desaparecer y la pollita estaba completamente cubierta de lefa.

--¿Te pasa a menudo? –Intenté conversar mientras comenzaba a pasar una toallita alejando de mí el pensamiento de que estaba sobando una entrepierna masculina.

--Eh..., el…., qué…,

--Que te limpie los huevecillos un pibón de tía. –Aquello tuvo el efecto que perseguía, por fin le vi sonreír.

--Pues… nunca… me ha pasado… pero es la hostia. –No pude reprimir una carcajada ante aquel arrebato de sinceridad. El pajarito que tenía entre mis dedos dio una pequeña cabezada como si quisiera revivir.

--¿Y lo de eyacular así, sin tocarte? –Efectivamente, la cosita daba muestras de volver a la vida y comenzaba rápidamente a ganar consistencia y tamaño.

--Bueno…, digamos… que soy de gatillo rápido. Pe… pe… pero… solo con mujeres tan bonitas.

--¿Bonitas?, ¿es el mejor adjetivo que se te ocurre? –pregunté con aquella sonrisa mía de medio lado al tiempo que comenzaba a masajear lentamente lo que ya se había convertido en una polla respetable. Cambié la toallita sucia y, envolviendo el mástil con la nueva, reanudé la tarea. ¡Dios!, qué mal estaban mis hormonas.

--Es… que… no quiero… parecer vulgar…

--Y si lo quisieras ser, ¿qué me dirías? --¡Dios!, no podía ser, le estaba haciendo una paja en toda regla a aquel payasín y me estaba comenzando a poner cachonda.

--Te diría… que… tienes… unas peras impresionantes. –Entre los jadeos y lo que le costó decir aquellas palabras, pensé que le iba a dar un soponcio.

--¿Solo peras?

--¡Joder!, ¡vale ya!, tienes unos melones que son los más bonitos que he visto en mi vida y que moriría por comértelos y ¡estás buenísima! ¿Así mejor? –Asentí con la cabeza mostrando una amplia sonrisa. Incomprensiblemente, aquellas palabras me llenaron por completo. Tal vez mis hormonas solo necesitaran hinchar su ego un poquito.

--Bueno, creo que esta ya está bien limpita. Yo que tú me quitaría el bóxer, se va a empezar a acartonar. –Cuando solté su verga, esta cimbreó como si quisiera agradecerme lo a gusto que había estado dando cabezadas arriba y abajo.

Pero si la polla parecía contenta y satisfecha, no pasaba lo mismo con el dueño. El payaso triste miraba mi mano vacía con una profunda nostalgia.

--Creo que te mereces una explicación. –dije poniéndome en pie--. Yo… no… soy así… ¿sabes? Son las hormonas, las putas hormonas. Además de que estás muy sexy vestido de payaso –rematé para intentar que sonriera.
 
Mi cabeza era un torbellino de ideas y emociones. Por un lado, algo me impulsaba a volver a sentarme y engullir aquella polla haciéndole a mi payasete la mejor mamada de su vida; y por el otro, quería abrazarle como a un niñito y disculparme por haberlo puesto tan malito.

--Gracias… ha sido lo más flipante que me ha pasado nunca.

--Ahora…, será mejor que termines tú solito –dije llevando su mano derecha sobre su miembro.

--¿Pu… pu… puedo… pedirte un favor? --preguntó mirando fijamente mis pechos.

--Lo siento, si te dejo que me las toques yo también me pondré tan malita como tú y de verdad que no puedo… no debo…

--¿Y verlas?, solo verlas. Prometo no tocar.

-O-

No había estado tan cachondo en mi puñetera vida. La cabeza me daba vueltas y era incapaz de saber lo que decía o lo que hacía. Creo que por primera vez la miré directamente a los ojos. Eran azul verdosos, con una bonita forma almendrada y me miraban pícaramente. Si era cierto lo que ella insinuaba, estaba al borde de la excitación y tal vez… 

--Anda, siéntate y terminemos rápido antes de que haga una tontería de la que me arrepienta toda mi vida.

Obedecí sin rechistar y esperé acontecimientos. Me sorprendió que no comenzara por quitarse el vestido veraniego que llevaba puesto; por el contrario, llevó sus manos a la espalda y se desabrochó el sujetador. Cuando vi la prenda de encaje celeste aparecer por el escotazo, pensé que dos monumentales tetas como aquellas caerían por efecto de la gravedad, pero me equivoqué. Continuaban tan bien puestas como antes con la mejora de que unos pezones como garbanzos se insinuaban bajo la fina tela del vestido.

Recogí el sujetador de encima de mi cabeza y lo olisqueé con ansiedad. El perfume de aquella mujer me ponía tan cachondo como su mera visión.

Ella aferró el bajo del vestido y se detuvo como pensándoselo. Yo clavé la mirada en su entrepierna, la cual quedaba oculta por su prominente barriga. No sabía si prefería que se quitara antes las bragas o el vestido. Flotaba en un sueño del que no quería despertar.

-O-

Había pretendido ser un poco coqueta quitándome el sostén antes que el vestidito, pero ahora parecía que el payasete también quería mi tanguita. Por suerte para los dos, había dejado de usar bragas de cintura alta y me había resignado a llevar el tripón sin sujeción alguna. No hubiera sido muy sensual arrojarle al rostro una bragafaja.

Introduje mis manos por los laterales de la falda, subiéndolas hasta los elásticos del tanga. “¿Pero qué coño haces?”, me dijo una vocecita en mi interior. “¡Estás casada y felizmente casada!”. “¡Las hormonas, la culpa la tienen las hormonas!”, me respondí mirando aquel rostro de adoración. ¡Por Dios!, jamás me había sentido tan deseada y no iba a hacer nada malo, al menos no llegaría a mayores.

Comencé a tirar del elástico sintiendo cómo mi entrepierna, sudada y a aquellas alturas encharcada, comenzaba a sentir el frescor típico de la liberación. Me incliné, ofreciendo una inmejorable vista de mis tetazas y bajé el tanga hasta mis tobillos.

El payaso se apresuró a sostenerme para que me pudiera incorporar con comodidad y luego él mismo pasó la prenda por cada uno de mis pies hasta que la tuvo en sus manos.

Verle oler y lamer la empapada tela hizo que perdiera las últimas hebras de cordura que me quedaban.

--Venga, quiero ver cómo trabaja esa mano. --Aferré el bajo del vestido y comencé a alzarlo piernas arriba.

-O-

No sabía si pellizcarme u hostiarme para comprobar que todo aquello no era un sueño. Bueno, y si lo era, ¿qué más daba?

Tras admirar unas torneadas piernas de piel brillante por la transpiración, comencé a ver la curva inferior de aquella barriga tan redondita. Poco a poco, aquella piel, tensa como el cuero de un tambor, fue mostrándoseme en toda su plenitud. ¡Joder!, mi polla se acababa de poner más dura aún.

Mi bellísima desconocida hizo una pausa para que admirara su tripa antes de mostrar sus dos impresionantes tetas. Alargué mi mano izquierda, la que no estaba sobre mi rabo, para intentar tocar aquella impresionante barriga. Una mirada enérgica y una negación con la barbilla lograron que retirara la mano a toda velocidad.

--Pe… perdón… es preciosa….

Ella sonrió y continuó alzando el vestidito. La pancita inferior de sus tetas quedó al aire. Tuve que detener el movimiento de mi mano para no correrme antes de tiempo. Ya me había pasado una vez y no quería repetir el bochorno.

El vestido se detuvo unos segundos mostrando el comienzo de las areolas; oscuras, rugosas, invitaban a desear ver más allá. Mi amiguito cabeceó confirmándome que él también deseaba ver aquellos pezones que se intuían gigantes. Y por fin llegó el momento.

Más que como garbanzos casi parecían alubias. Eran enormes y estaban durísimos. Me apuntaban directamente como si me invitaran a probarlos, cosa que sabía que no iba a pasar. No me percaté de cuándo se quitó completamente el vestido y de cuándo tomó aquellas tetazas entre sus manos mostrándomelas orgullosa.

-O-

Sentirme completamente desnuda salvo mis sandalias y ver aquellos desorbitados ojos, lograron hacerme sentir la mujer más sensual de la tierra. Deseaba que me tocase aquel muchacho, pero no podía permitirme llegar tan lejos. Sostuve mis tetas entre mis manos y las mostré en su plenitud. ¡Dios!, me dolían los pezones de lo duros y sensibles que los tenía.

El payaso volvió a amagar con estirar el brazo hacia mi tripa y un escalofrío recorrió mi espalda. Sabía que no debía, que aquel derecho era de mi marido, pero… deseaba tanto que me acariciara mi vientre…

Tomé su mano con la mía y la acerqué hasta posarla con delicadeza sobre mi ombligo. Nada más liberarla, comenzó a moverse lentamente por toda la superficie de mi barriga. Estaba al borde del orgasmo y sin pensármelo dos veces, llevé mi mano libre a mi vulva la cual en aquel momento estaba abierta como una flor.

Me penetré con dos dedos mientras presionaba mi clítoris con la palma de la mano. Mi otra mano no debería estar tironeando de aquel modo de mis sensibles pezones, luego me dolerían toda la tarde, pero el descontrol también le había afectado y la mezcla de dolor y placer me estaba llevando a una corrida monumental.

La mano del payaso ascendió hasta aferrar el pezón que quedaba libre. No tardó en tener los dedos tan empapados de leche amarillenta como los tenía yo.

La otra mano, la que agarraba su polla, se había detenido, imaginé que intentando aguantar algo más que la otra vez. Aún así, aún sin movimiento alguno, la cabeza púrpura comenzó a escupir trallazos de semen que por mi proximidad cayeron sobre mi vientre.   

Aquello no hizo más que incrementar mi lívido. Solté mi teta y utilicé la mano para extender la lefa por toda mi barriga. La leche amarillenta de mis pechos y la blanquecina de los huevos de mi payasete se mezclaba sobre mi piel llevándome al borde de un abismo.

Comencé a penetrarme con mucho más brío del que había utilizado hasta aquel momento. A medida que me clavaba los dedos en las entrañas, el picor en mi ojete comenzaba a aumentar. Siempre me pasaba igual, al excitarme, aquel ligero escozor comenzaba a importunar.

No tenía la pomada milagrosa ni los hábiles dedos de mi marido, pero necesitaba atenciones allí atrás. Desnuda como estaba, cubierta de sudor, lefa y calostro y jadeando como una guarra, poca dignidad me quedaba por perder. Dándome la vuelta, apoyé en la puerta la mano que había extendido por mi tripa todo tipo de fluidos y comencé a agacharme. Él pareció entender la invitación y comenzó a amasarme el culo.

--Por… porfa… por favor… cómeme el ojete.

Tardó unos segundos en reaccionar pero enseguida sentí cómo una cálida humedad hacía que se marchasen todos los picores logrando que la excitación se redoblase.

Reanudé con energía la impresionante paja que me estaba haciendo. Desde mi posición, veía cómo mis enormes tetas se balanceaban. Estaba hecha una auténtica puerca y me encantaba. Aquella lengua estaba haciendo maravillas en mi anillito. Saqué los dedos de mi empapado coño y los atrasé hasta toparme con la lengua del payaso. La sensación de sentir su humedad y luego tocar mi propio esfínter me puso a mil.

Mi propio dedo ayudó a masajear la zona mientras él continuaba dando profundos lametones. Con la yema iba presionando en lugares estratégicos que lograban que un cosquilleo agradable me recorriera desde el culo hasta la espalda. La lengua se retiró y yo aproveché para ir más allá en mis investigaciones. Introduje el dedo hasta la primera falange en mi culo y la sensación fue maravillosa. No sentía el más mínimo escozor y una sensación muy excitante me impulsaba a comenzar a moverlo. Hice caso a aquella insistente voz y fui follándome el culo muy despacito.

Una mano, que no tenía necesidad de preguntar a quién pertenecía, acarició mi vientre y mis tetas colgantes. Mi excitación aumentaba y aumentaba sin descanso. Mi dedo ya se movía mucho más rápido adentro y afuera de mi culito.

-O-

Aquella visión de mi embarazadita follándose el culo me puso palote otra vez. Fue comenzar a sobarle la barriga y las tetas, que como las de una vaquita se bamboleaban adelante y atrás, para que la erección fuera la más dura que había tenido nunca.

Me la agarré con la otra mano e inicié una lenta paja. Acariciar aquella tersa piel cubierta de semen y leche y ver cómo aquel dedo desaparecía dentro del ano, me estaban poniendo fatal y era capaz de cualquier locura.

Si lo hubiera meditado, no me habría atrevido en la vida, pero en aquella situación, también mis hormonas habían tomado el control. A medida que mi mano descendía por su vientre hacia su almejita, mi rabo se iba acercando cada vez más a su culo. Ambos contactos fueron simultáneos; mis dedos se apoderaron del clítoris y mi capullo golpeó con el entreabierto esfínter.

Con mi mano libre, aparté su dedo y empujé hasta que la cabeza de mi polla comenzó a adentrarse.

--Para… para…

Pero no paré. Si realmente hubiera querido que parase, se habría incorporado o se habría movido hacia adelante.

-O-

Al principio sentí más sorpresa que dolor. Había leído que era molesto pero lo cierto era que había sido más suave de lo que imaginaba. Llevé mano de nuevo hasta mi culo y toqué el trozo de polla que quedaba fuera y cómo se adentraba abriendo mi esfínter. Me excitó tocar cómo aquella polla, de nuevo durísima, taladraba mi culo de aquella manera. Desde luego que también ayudaba a la lascivia la paja que me estaba haciendo el payaso con la mano.

Sin saber muy bien por qué, tuve deseos de que toda aquella polla estuviera dentro de mis entrañas. Relajé el anillo todo lo que pude y comencé a empujar. Era también una cuestión de orgullo; sería yo quien me follase con su polla y no él quien me follara el culo. Fui sintiendo cómo cada vez más carne dura se adentraba en mi recto. Con la mano palpaba cuánta polla quedaba por entrar lo cual me encendía muchísimo.

Finalmente, mis dedos tan solo pudieron tocar los huevos que se aplastaban contra mi perineo. ¡Estaba toda la polla en mi culo!, una especie de euforia y excitación me invadió llevándome al orgasmo más salvaje que había tenido hasta aquel momento. A mis gemidos se sumaron los profundos suspiros que daba el payaso. Él también se estaba corriendo como todo un campeón, bendita juventud.

Cuando sentí el primer trallazo de leche dentro de mi intestino comencé a volverme loca. Me follé el culo como si estuviera poseída. Me adelantaba hasta que más de media polla estaba fuera y luego volvía a empujar con todas mis fuerzas hasta que la verga me llenaba el culo por completo. El picorcillo que se había transformado en gustito, era en aquellos momentos un ardor insoportable, pero un ardor del que, inexplicablemente, quería más y más.

La polla fue menguando hasta que por fin se salió con un sonido sordo. Él no había cesado de masturbarme con la mano y yo estaba a punto de caramelo para un segundo orgasmo. Sin pensármelo demasiado, busqué mi ano con los dedos y dos de ellos penetraron con facilidad llevándome a otra explosión, una muy diferente pero tan placentera como la anterior. Las sensaciones y escalofríos que recorrieron mi cuerpo nacían de lo más profundo de mis entrañas como si estas tuvieran vida propia y se estuvieran contrayendo y expandiendo todo ello al mismo tiempo.

No tuve mucho tiempo de disfrutar del orgasmo, pues unas incontenibles ganas de hacer pipí hicieron que apartara a manotazos al payaso para poderme sentar en la taza.

¡Dios!, tras los dos orgasmos, aquel placer casi se les comparaba. ¡Qué a gusto se queda una!

Aquel insensato se acercaba peligrosamente al hueco que quedaba entre el aro del inodoro y mi entrepierna. ¿Qué pensaba hacer el muy cochino? Con una toallita en la mano aguardó a que saliera la última gotita y me aseó con adoración. Luego, con más toallitas, me refrescó el rostro y me limpió la tripa y los pechos.

Al final había sido yo la mimada como una niña pequeña.

-O-

Estábamos los dos frente al espejo del aseo dándonos los últimos retoques cuando de pronto se abrió la puerta. Mi preñadita, dando muestras de mucha agilidad mental, tomó mi cara entre sus manos y aparentó mirar algo con detenimiento.

--¡Por fin te encontramos! –gritó una treintañera menos agraciada que mi ángel.

--Está perfecta –dijo ella antes de girarse y responder a la recién llegada--. ¡Uf!, lo que ha costado que se le cortara el derrame, era un no parar de fluir.

--Pobrecito, con razón tampoco aparecía él.

--Es que tengo mucha facilidad para que me fluya cuando me pongo nervioso.

--Debe de ser, porque hasta tres veces se le ha salido. Se paraba y enseguida volvía a correr la sangre.

--¿Pero estás bien ahora?

--Mejor que nunca, señora.

-O-

Mi amiga Carmen no hizo más preguntas y pareció convencida con las excusas que le ofrecimos.

El payaso actuó de maravilla. Parecía irradiar una felicidad que se contagiaba a los niños. Yo, por mi parte, me debatía entre el sentimiento de culpa y las fuertes sensaciones experimentadas. Lo más curioso de todo, es que deseaba ver a mi marido con todas mis ganas. Tal vez había actuado como una insensata, tal vez fuera un putón que no se merecía la pareja que tenía, pero lo cierto es que en aquel momento le quería más que nunca. Eso sí, debería demostrarle que su gordi no era de porcelana.

--¿Te molesta el trasero? –preguntó Piluca a mi oído en un tenue susurro. Ella también estaba embarazada y solíamos sentarnos juntas.

--Un poco –respondí yo.

--Uf, yo lo tengo destrozadito.

--Pues ni te cuento cómo lo tengo yo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno. La técnica de la narración en primera persona, en paralelo por los dos personajes está bien sincronizada.
¿Por qué será que las embarazadas son tan excitantes?

doctorbp dijo...

Solo una palabra: excitante.

Genial los personajes: una treintañera embarazada y un joven vestido de payaso. ¿Qué más se puede pedir?
Pues una situación realmente excitante: esa limpieza de bajos por parte de la embarazada ha sido genial.

Tal vez ella sucumbe demasiado rápido, pero la resistencia es suficiente para que el relato sea morboso. Buen uso de la excusa de las hormonas para dar verosimilitud a sus actos.

Al final me he acostumbrado, pero al principio me ha costado ese continuo cambio de personaje en la narración. Eso sí, está perfectamente diferenciado.