—Si ya sabes que yo siempre soy muy buena… —Su voz de forzada inocencia
me hacía imaginar la carita que debía estar poniendo—. Pues eso, que estudies
mucho. ¡Y nada de darle al manubrio, que mañana prometo ir a despertarte y te
quiero en forma!
—Oye, respecto a eso, que mamá se me ha
quejado, que dice que eres muy escandalosa…
—¡Ah, pues nada; si tu mamá se va a incomodar, no te haré lo que pensaba! Si tu mamá se va a poner de morros, creo
que ni iré a despertarte…
—Venga, no te pongas así. ¿Qué pensabas
hacerme?
—¡Nada, nada! Que tu mamá se iba a quejar… Tú ten contenta a tu mamá.
—¡Hala, tía, no te pongas borde encima! Que me
tenéis entre las dos… Y el que se queda estudiando soy yo, y tú te vas de marcha. Ven a despertarme mañana y te
prometo que serás muy escandalosa
aunque no quieras…
—Me lo pensaré… ¿Y tu mamá?
—¡Que le den!
—El que le tiene que dar es tu padre, que me parece
que no le da desde hace… Y, claro, luego me oye a mí y… me odia un poquito más.
—Tras una pausa, cambió de tono—: Está bien, iré a despertarte. Hasta mañana,
estudia mucho…
—Hasta mañana, sé buena y diviértete…
—O una cosa o otra…
—U otra.
—Lo que vuacé
diga. ¿Qué hago?
—Harás lo que te dé la gana, para variar…
Hasta mañana.
—Seré
buena… Hasta mañana.
Colgué el teléfono recordando la frase de Mae
West. ¿Quién le había enseñado a ser mala?
Me encantaba cuando lo era, pero ‘eso’ no se aprende porque te lo cuenten o lo
veas en una peli porno. Esas cosas
solo se aprenden si alguien te las enseña. No me decía “¿por qué no intentamos
esto, a ver lo que sale?”, sino “vamos a hacer esto” con la seguridad de que
iba a salir.
O sea, que mi querida novia me los debía poner
bien puestos desde hace días. Yo encerrado en casa, estudiando como un cabrón
para sacar esas putas oposiciones y poder tener un futuro juntos, y ella follando
con algún sibarita que le enseñaba cositas
que luego practicaba conmigo. ¿Quién sería el cabrón?
Pasada medianoche, el mosqueo me invadía por
completo. Mis padres ya se habían acostado hacía un buen rato, pero yo llevaba más
aún mirando los apuntes sin ver nada, imaginando a mi novia siendo instruida en el sexo por algún gurú. Era una noche calurosa y, por la
faringitis de fumador de mi padre, el aire acondicionado estaba vetado en aquella
casa.
Salí a la cocina a beber algo y al pasar por
el dormitorio de mis padres les oí. Desde
el pasillo, la puerta les tapaba y solo se veía los pies de la cama, así que a
veces la dejaban abierta, para que hubiera corriente y se ve que se habían
animado. Era la primera vez en mi vida que les oía y me sentí culpable, como si
los estuviera espiando. Además, tenía la sensación de que los grititos
escandalosos de mi novia tenían algo que ver con aquello. En la cocina, no me
atreví a encender la luz; abrí la nevera lo mínimo para coger un botellín y
volver a mi habitación.
Al acercarme de nuevo a su dormitorio, el flop-flop de sus carnes entrechocando sonaba
tan intenso como obsceno y vulgar. Además, por si fuera poco, mi padre resoplaba
mientras mi madre gemía con creciente ansia. Me sentí aturdido, excitado y
avergonzado, como si fuera yo quien estuviera haciendo algo indebido al oírlos.
Sabía que no podían verme y, normalmente,
recorrer el pasillo debería costarme tres segundos, pero debí tardar casi un
minuto en volver de puntillas a mi habitación, con el corazón en la boca,
temeroso de hacer algún ruido que me delatara. Aunque quería no oírlos, tener
que estar alerta ante cualquier indicio de que detectaran mi presencia, hacía
que no me quedara más remedio que ser atento testigo de su progresiva
excitación, lo que retroalimentaba mi marasmo y mi suplicio.
Una vez en mi cuarto, comprobé que estaba
empalmado, descentrado y cabreado con todo y con todos, especialmente con mis
padres y conmigo. Eché un buen trago y me asomé a la ventana. Todo dios
follaba, ¡hasta mis padres! Y yo allí, como un cabrón, estudiando (o intentando
estudiar) mientras mi novia… ¿qué estaría haciendo mi querida novia? ¿Quién la
estaría instruyendo?
¡A la mierda! Me vestí de calle, apagué la luz
y entreabrí la puerta yo también, tumbándome en la cama. Como suponía, al cabo
de poco rato oí la puerta del baño, luego otra vez y luego… nada. Esperé un
tiempo prudencial y me aventuré por el pasillo. Les oí roncar a gusto. Me iba a
costar volver a mirar a mi madre, después de esa noche. Siempre he sabido cómo
me hicieron, claro, pero oírla gemir así me había roto muchos esquemas…
Pensé en coger las llaves del coche de mi
padre, pero decidí que era mejor no dejar rastros de mi escapada. Mi novia
llevaba el mío porque el de ella estaba de nuevo en el taller, por el maldito bollo-móvil de siempre, que esta vez se
había trasladado a la aleta posterior izquierda…
Tomé un taxi y fui a la discoteca donde estaba
con sus amigas. Como era agosto y la gente estaba en la playa o en el pueblo,
no había demasiado ambiente, a pesar de ser buena hora. Busqué por las mesas a
la pandilla de mi novia y no vi a nadie. Me acerqué a la pista donde solían
ponerse a bailar y ni rastro de ellas. Miré en todas partes, con idéntica
suerte.
La discoteca era un palacete antiguo y tenía una
especie de zona VIP al otro lado del amplio jardín interior. No iban nunca
allí, pero me acerqué, por si acaso… Y allí estaba, sin sus amigas pero tampoco
sola: era la reina de la pequeña pista, montando un numerito de twerking a lo Miley Cyrus con dos
maromos que no conocía, pero que parecían conocerla
bien, por la complicidad que se palpaba entre los tres. Bueno, los que palpaban
eran ellos; yo solo intuía…
¿Y sus amigas? Para mi alivio, no había
ninguna. Como en mi casa, me sentía aturdido, avergonzado de nuevo, como si
fuera yo quien estuviera haciendo algo incorrecto. Antes de que me descubriera,
volví al jardín, que tenía barra propia. Me acerqué, pedí la consumición
incluida en la entrada y me dejé caer como un zombie en una silla ante una mesita vacía.
Estaba convencido de que me engañaba en secreto con algún hombre maduro (¿de
dónde habría sacado esa ridícula idea?) y resulta que me los ponía a la vista
de todos con dos tíos de mi edad. “Si no eres casto, al menos sé cauto” decían
los curas. Por patético que pueda resultar, todavía encontraba soportable ser cornudo anónimo, pero que me los pusiera
tan públicamente… Ser el hazmerreír de todo el mundo, empezando por sus amigas,
que era obvio que la tapaban…
Abrumado y con la autoestima por los suelos,
estaba dando el último trago al destornillador
cuando sentí que la silla era sacudida bruscamente y sonó en mi oreja un
“¡Joder, lo que faltaba!” que me hizo volverme, sobresaltado… y encontrarme con
un par de tetas a escasos centímetros de mi cara, balanceándose sobre un escote
abolsado.
Su dueña estaba inclinada con una mano apoyada
en la mesa y la otra masajeando su tobillo, en la postura óptima para brindarme
una visión completa de sus tetas. Modestia
aparte, no eran tan espectaculares como las de mi novia, pero estaban bien puestas. Lo suficiente como
para mantenerme embobado observándolas, como un pasmarote.
Cuando me di cuenta, temí levantar la vista y
encontrarme con la previsible mirada de desaprobación de la chica, pero decidí
que seguir mirando donde lo hacía era peor, así que me armé de valor y le miré
a los ojos.
Si la inopinada visión de sus tetas me había encandilado,
la de su rostro me provocó, literalmente, una sacudida que me dejó paralizado, en
un estado de grato estupor. No es que fuera un bellezón, sin ser fea en
absoluto; igual mi novia era incluso más guapa, pero había algo en ella que me
fascinaba de una forma que me hacía sentirme desbordado. Y con lo expresivo que
soy, seguro que debía ser muy evidente el impacto que me provocaba.
Si creyera en el Destino, sin duda habría
interpretado aquel estremecimiento como una señal de que era ‘la mujer de mi
vida’, pero soy demasiado escéptico para semejantes cuentos de hadas.
Para mi sorpresa, también ella parecía
impresionada, porque su mirada, dura como me temía, se dulcificó en seguida, quedándose
fija en mí, mientras su rostro adquiría un aspecto de pasmo similar al que
imaginaba en el mío, aunque iluminado en su caso por una sonrisa franca que deseaba
contagiosa.
Para salir del impasse, se me ocurrió preguntar:
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien, gracias —contestó, un tanto
confusa, girando el tobillo para comprobarlo.
—No seas modesta… ¡Estás muy bien! —me oí responderle, con una intención que me asombraba.
¡Le estaba tirando los tejos! En mi situación, con la que estaba cayendo, le
estaba tirando los tejos…
¿Quién era aquel tipo y qué hacía dentro de
mí?
Ella rio un instante, enrojeció levemente y
amagó una graciosa reverencia a la par que estiraba lateralmente su falda a
medio muslo y decía con gentileza: “Gracias, caballero…” para añadir con sorna:
“Además, lo dices con conocimiento de causa…”.
Ahora fui yo el que enrojeció, aunque no me
pareció percibir reproche en su voz. Decidí tomar las riendas de mí mismo,
aunque me sentí obligado a seguir lo empezado.
—Bueno, es que tienes unas causas… —bromeé—. Por cierto, me llamo Andrés…
y estoy preparando oposiciones. —Nada más decirlo, me sentí imbécil por haberlo
hecho. ¿Se puede ser más…? ¡Pues sí, se puede! Y para demostrarlo, añadí—: He
venido a darle una sorpresa a mi novia, y la he pillado pegándomela con dos
tíos.
Quizás no había sido tan buena idea retomar el
control de mí mismo… Para mi asombro, en vez de salir huyendo ante tan patética
presentación, estrechó la mano que le tendía y me contestó:
—Yo, Dani, estoy acabando Económicas y mi chico
me acaba de mandar a tomar pol culo…
Y allí estábamos, de pie en aquel jardín,
mirándonos encandilados, dándonos la mano y sonriendo como si tuviéramos
motivos. Todo tenía un aire irreal. O surreal.
—¿Dani no es nombre de chico? Mi amigo del
Colegio se llamaba Dani…
—Es que soy travesti. ¿No te has dado cuenta?
Había forzado la voz, para que sonara
exageradamente grave, pero la malicia de su sonrisa no contribuía a disipar
dudas, sino a crearlas. Mi mirada se fue instintivamente a su entrepierna pero
el vestido, aunque ajustado, obviamente no lo era tanto.
—¿Y la nuez? —reaccioné rápido.
—No sabía que tuviera ahí la garganta… —respondió entre risas.
—¡Mujer, no iba a…! —dije, mientras hacía
gesto de palpar los bajos.
—¡No, claro! Un opositor tan serio… —Su tono
de burla me descolocó.
—¿Querías que…?
—Yo no quería
nada —me cortó, seria. Pero inmediatamente añadió—: Aunque confieso que no me
habría enfadado, si te hubieras atrevido. Pero tú no eres de los que se
arriesgan, ¿verdad? Solo hay que ver cómo vas vestido. Tú nunca echarías mano ahí, sin saber lo que te ibas a
encontrar…
Me sentí agredido por su tono de sorna. ¿A qué
venía esa súbita bronca por no haber sido grosero? ¿De verdad le habría gustado
que le echara mano al coño? ¿Y qué tenía de malo mi ropa? La magia se había
disuelto de golpe.
Para acabar de arreglar las cosas, desde el
rincón en que estábamos vi salir a la terraza a mi novia con sus dos lapas
sobándola al unísono, comiéndole uno los morros y otro, el cuello. Retorné al ‘modo
zombie’ y solo pude balbucir, remedando involuntariamente a E.T.:
—Mi… novia…
Dani se volvió y exclamó:
—¿Ese putón es tu novia? Es muy famosa por
aquí… Siempre va con tres tíos. Hoy solo lleva dos, debe estar con la regla… —Nada más decirla, se arrepintió de la
burrada y añadió—: Perdona, me he pasado… —Pero la verdad es que en aquellos
momentos, ni la pillé.
No sé la cara que debía tener, aunque siempre
me han dicho que soy demasiado
expresivo. El caso es que tiró de mi muñeca, sacándome de la terraza y yo me
dejé llevar. Al cruzar la discoteca, me di cuenta de que miraba con rabia hacia
un rincón, pero estaba en un estado de estupor tal que solo mucho después
comprendí que allí debía estar su pareja.
Salimos fuera de la discoteca y, ya en la
calle, me dijo:
—No hagas tonterías, por favor. Vete a casa y…
mañana será otro día. ¿Vale?
—¿Y tú? —le respondí. Articular esos dos
monosílabos me costó dios y ayuda, en el estado semi catatónico en que me
encontraba.
—Yo también. Aquí ya no pinto nada.
Su sonrisa y su simpatía habían desaparecido.
Ahora estaba triste, dolida, rabiosa… Nuestras miradas se cruzaron y sentí de
nuevo el embrujo de cuando la había visto por primera vez. Volví a salir del
‘modo zombie’ y retornar al ‘modo fascinación’.
—Mi coche lo tiene ella. He venido en taxi, y
conseguir uno ahora va a ser… ¿Me llevas?
Puse mi mejor cara de perrito abandonado y
pareció funcionar porque, tras unos momentos de duda, se encogió de hombros y
echando a andar, dijo:
—Primero tengo que recoger a mi hermana, que
está en un botellón. ¿Dónde vives?
Le di mi dirección y pareció sorprenderse.
—Te imaginaba en una zona más pija.
—¿Te parezco pijo?
—¡Noo, señor
opositor… qué va!
—Bueno, si burlarte de mí te hace sonreír de
nuevo… Me gusta tu sonrisa.
—Y mis tetas…
—Bueno, eso también. ¿Te molesta?
Parecía animada de nuevo. Todo volvía a
perecer irreal. Me salió un lado perverso que no sabía que tenía.
—¿O quizás debería atreverme a abrirte el
escote para admirarlas de nuevo?
Me dio un manotazo en la mano que amenazaba
con hacerlo.
—¡Oye, pórtate bien o te vuelves a patita!
Su tono no mostraba enfado; más bien parecía
halagada por mi atrevimiento.
—Tu novio es gilipollas.
—No es ‘mi novio’ y igual tiene sus motivos…
“E igual”, tuve la tentación de corregirle,
pero no me atreví.
—¿Motivos? ¿Para mandar a paseo a alguien como
tú? Un gilipollas, ya te digo…
—A lo mejor alguna ‘buena amiga’ le ha pasado
unas fotos mías comiendo nata…
—¿Comiendo nata? ¿Te ha mandado a paseo por
comer nata? ¿Está a régimen?
—Una despedida de soltera, la primera a la que
iba… muucho alcohol… un stripper…
nata, te aseguro que le cabía muucha
nata… ¿lo vas pillando? Así que se ha cogido un globo de mucho cuidado y dice
que quiere vengarse poniéndomelos, ¿vale? He venido a convencerle de que me
perdone y me ha mandado a tomar pol
culo delante de una guarra que le tiene ganas desde siempre. Ella a él. Y como
él lo sabe…
¡Cojonudo! Volvía a estar dolida y rabiosa. Lo
había hecho de puta madre.
—Lo siento, no quería…
Cedí al impulso de acariciar su mejilla, en un
gesto de ternura, para intentar hacerme perdonar mi torpeza y todo se desmandó.
Antes de darme cuenta, habíamos pasado de la caricia inocente a un beso
apasionado y del morreo a un achuchón en toda regla, empotrándola contra el
coche más cercano.
Una mano se coló en su escote, amasando sus
tetas. No eran tan grandes como las de mi novia (eso ya lo sabía), pero me
sorprendió que sí eran más duras. Sus pezones eran también más pequeños y mis
expertas caricias parecían hacer menos efecto que en los de mi novia, que sabía
muy sensibles. Recordé a los dos maromos comiéndose a mi chica y ataqué la nuca
de Dani, para comprobar que literalmente se derretía, como le pasaba a mi novia
con los pezones. Por instinto, había encontrado a la primera su punto flaco.
—Por favor, para… para… —musitó en ese tono
que usan las tías para decir justamente lo contrario de lo que quieren, aunque
ella no predicaba con el ejemplo. Al contrario, volvió a morrearme con afán
pero, de improviso, puso fin al morreo con un empujón que me mandó casi un
metro para atrás.
—¡Joder! Me gustas, ¿vale? Pero no voy a
follar contigo solo porque nuestros respectivos… —Dejó la frase a mitad y de
mirarme a la cara, exclamando—: ¡Joder, tío, cómo vas!
No había sido buena idea ponerme unos bóxer
con aquel pantalón de lino, y ahora mi erección resultaba tan patente como ridícula.
—Lo siento. Ha sido una… ¡Joder, los dos
estamos…! Quiero decir… Demasiada tensión emocional… O sea… Yo no…
Quería darle demasiadas explicaciones a la vez y, una vez iniciada, todas me
parecían estúpidas.
—Lo que más me gusta de ti es lo bien que te
explicas, chaval.
Reímos con ganas, zanjando el asunto, pero
evitábamos mirarnos, ligeramente avergonzados.
—Mi coche es ese —dijo, señalando uno con
lunas tintadas, tipo ranchera—. Es de mi padre; bueno, de la empresa en que
trabaja. Es representante de artículos deportivos y lleva lunas tintadas para
que no vean el muestrario que suele llevar detrás —añadió, dándome
explicaciones innecesarias, supuse que para distraer la atención de lo que
acababa de pasar.
Entramos en el coche, nos abrochamos los
cinturones, puso el aire acondicionado y arrancó.
—Mi hermana aún no ha aprobado el carné y
todavía me toca hacer de chófer. Mis padres se han llevado el de ellos, así que
hemos cogido el de la empresa. No les hace gracia, pero… Que me compren uno
pequeño, de segunda mano, y así no tendré que hacer de guardián de mi hermana.
Parecía empeñada en hablar de lo que fuera,
para hacer menos incómoda la situación. Al tener delante los mandos del aire
acondicionado, recordé una chorrada que había leído en Internet y decidí poner
mi granito de arena, aportando temas neutros:
—¿Sabías que en los coches con aire
acondicionado la guantera es casi una nevera? Tiene una toma directa de aire
para ella solita, así que si quieres refrescar algo…
Abrí la guantera para escenificarlo, y un
tanga azul se deslizó hasta la tapa basculante.
Lo cogí y, efectivamente, estaba fresquito…
—¿Llevas bragas de repuesto?
—No son las de repuesto… —dijo avergonzada,
con un hilo de voz. Pero luego me miró enfadada y añadió, desafiante—: Iba a
por todas, ¿vale? Y a los tíos os pone…
‘A los tíos’, no sé, pero a mí el saberlo me puso, y mucho. Preferí dejar el tanga
en la guantera y cerrar la tapa. Con el maldito bóxer, debía controlar mis
erecciones. Me hacían sentir ridículo a mí y violenta a ella.
—¿Sabes lo que le jode, lo que de verdad le
jode? —explotó—. Que la tiene normalita, como
tú, y tiene complejo, como todos los tíos, de no tenerla como un actor
porno… o como el stripper. ¡Eso le
jode! Eso… y que a él le pongo mil pegas, porque sabe que no me gusta y al stripper se la chupé de motu propio.
‘Motu proprio’, no ‘de motu propio’, le corregí
mentalmente.
—¿No te gusta? A mi novia le encanta…
—No me entusiasma, ¿vale? Y además, ¿qué
quieres que te diga?, me parece que tengo mejores sitios donde meterme una
polla… —Molesta, al parecer, de darme explicaciones íntimas, pasó a la
ofensiva—: Y a tu novia, ¿es que hay alguna guarrada que no le encante?
En seguida se arrepintió y dijo:
—Perdona, es que… —e hizo un gesto vago con la
mano que no sujetaba el volante. La comprendí—. ¿Qué vas a hacer con ella? Quiero
decir, ahora que lo sabes…
—¡Buf! No lo sé… Si quieres que te diga la
verdad, imaginaba que me engañaba, porque de repente empezó a saber hacer cosas
que no se aprenden viendo porno… Pero
que fuera tan puta, no… —Tras una dolorosa pausa, proseguí—: Aunque, bueno, será
por la mala conciencia de serme infiel pero la verdad es que, desde hace unos
meses, conmigo se comporta como la novia perfecta: es complaciente, me mima, no se mosquea por chorradas, como hacéis
todas normalmente… Así que, la verdad, no sé…
—¿Hablas en serio? ¡¿Estás hablando en serio?!
—Frenó bruscamente y me espetó, colérica—: ¡Fuera de mi coche!
—¡Joder! ¿Qué quieres que te diga? —exploté
yo, a mi vez—. Me parece que ninguno de los dos estamos para pensar con
claridad esta noche. Y es verdad que ahora conmigo se porta… muy bien.
—Y con esos tres, mejor… ¡no te jode! Eso es
todo lo que los tíos buscáis en una chica, ¿no?: que os la chupe y os ponga
buena cara…
—Oye, ríete lo que quieras, pero las
oposiciones son un mundo. Tienes que renunciar a llevar una vida normal durante
un tiempo y centrarte únicamente en tu temario, para asegurarte un futuro y,
sin su apoyo, no lo lograría nunca. La necesito.
—Aunque te los ponga…
—Como tu novio a ti… Y tú a él…
Dani acusó el golpe y se me quedó mirando con
resentimiento. Se hundió en su asiento y dijo, sombría:
—Me parece que esta noche vamos a ser cornudos
todos.
—¿Cornudo, yo? Múuu…rmuraciones,
Múuu…rmuraciones…
El viejo chiste de críos logró que la magia
volviera a actuar y los ceños hoscos se transformaran de nuevo en risas
cómplices.
—Sí, está visto que va a ser noche de cuernos…
Mira, hasta la Luna los tiene —dijo, señalando al cielo—. ¿Usté alguna vuelta miró a la Luna? —declamó con un acento que
pretendía ser sudamericano; argentino supongo. Y lo hizo como si yo tuviera que
saber a qué se refería, pero no tenía ni idea y supongo que mi rostro lo
mostraba—. No, claro, los opositores no pueden perder el tiempo en esas cosas,
tienen que asegurar su futuro…
—Yo lo único que sé de la Luna es eso de que
es una mujer, porque siempre engaña… —respondí, molesto de nuevo—. Ya sabes:
cuando dice que crece, decrece y cuando dice que decrece, crece. —Ante su cara
de desconcierto, le expliqué, ayudándome de las manos—: Cuando ves una ‘ce’, es
menguante y cuando ves la parte curva de una ‘de’, es creciente. Crece,
decrece… ¿Te gusta mirar la Luna y no lo sabes?
No contestó. Volvió a arrancar, con la puyita
de ‘las mujeres siempre engañáis’ clavada, porque estuvo seria y callada hasta
que llegamos al parque de los botellones,
a recoger a su hermana.
—Acompáñame —me dijo en un tono neutro, que no
supe si identificar como petición u orden, y salió del coche sin esperar
respuesta. Se me quedó mirando con el mando en la mano haciendo un gesto de “venga,
que tengo que cerrar”, así que me bajé, cerró y echamos a andar en silencio,
hasta llegar a un grupo que ella parecía conocer.
—¿Y Toni? —preguntó a una chica.
—Por ahí… —respondió la interpelada, señalando
con la cabeza una zona oscura que intuí que debía ser el picadero—. Si la ves,
dile que tenga cuidado, que Pavel está de un morro… —añadió, al ver que Dani se
encaminaba a donde ella había indicado.
—¿Noche de cuernos? —le pregunté cuando la
alcancé—. Supongo que Toni es otra travesti
y ese Pablo, un astado más…
No me contestó. Fuera de la zona iluminada, la
oscuridad era bastante intensa. Aunque estaba raso, debían de faltar 2 o 3 días
para la luna nueva, por eso la Luna era solo unos cuernos. Le tomé de la mano
mientras caminábamos despacio.
—Casi da miedo, tan oscuro y tan solos.
—Por eso te he dicho que me acompañaras.
O sea, que me lo había ‘dicho’, ni pedido ni
ordenado: dicho, como hace una madre o una novia. Y además, parecía que me
consideraba una protección, no una amenaza. Iba sin bragas por un paraje oscuro
y solitario, de la mano con un tipo que hace un par de horas ni conocía.
¡Joder! Cuando alguien te muestra tanta confianza, hay que ser muy cabrón para
defraudarla. Y yo no lo era, así que traté de olvidar que iba por un paraje
oscuro y solitario, de la mano con una chica sin bragas que me fascinaba,
mientras mi novia se lo debía estar montando con aquellos dos cabrones…
—¿Y vas a chafarle el polvo a tu hermana?
—¿Te apetece quedarte allí, esperando hasta
que vuelva y se líe parda? Sé adónde suele ir.
Seguíamos algo parecido a un camino y de la
oscuridad llegaban a veces sonidos ahogados inconfundibles.
—El bosque de los gemidos… —susurré en broma.
—No pienses en eso, cerdo… —respondió, dándome
un codazo. ¿Y en qué coño quería que pensara? Pues en el de ella, sin bragas,
claro está… Me dio la impresión de que ya no se sentía tan segura conmigo. Le
empezó a sudar la mano.
Al cabo de un rato, salimos a un claro donde
había un pequeño edificio de dos plantas, con una de sus fachadas débilmente iluminada
por un foco aislado que pendía del tejado. Supuse que habría más, rotos.
Dani se acercó y recorrió las ventanas,
llamándola en cada una con voz sorda: “¡Toni…!” hasta que en la que había justo
debajo del foco, alguien contestó: “¿Qué?”. “Soy yo, Dani. ¿Acabas ya?”. “¿Qué
coño pasa? ¿Qué quieres?”. “Nada, que te espero”. “¡Joder, pesada! Ni follar
dejas…”. Por si había alguna duda, además del tono de voz de la chica, se
adivinada en la penumbra interior una espalda desnuda botando.
Dani y yo nos miramos como diciendo: “Y ahora,
¿qué?”. Y pasó lo normal. La empujé contra la pared, al lado de la ventana y
nos morreamos con ganas. Como ya sabía su punto flaco, pasado el achuchón
inicial, dejé de morrearla para atacar su nuca mientras mis manos subían su
vestido hasta permitirme acceder a su coño sin bragas.
Estaba hinchado y húmedo y sus labios menores debían
serlo solo de nombre, porque al tacto me parecieron el doble de grandes que los
de mi novia; incluso cerradito,
debían asomarle… Tras las caricias exploratorias, busqué su vagina con mi dedo
corazón, mientras con el pulgar masajeaba bajo su monte de Venus, y ella empezó
a culear instintivamente.
Su ronroneo suave pronto fue tapado por los
fuertes gemidos de su hermana, mezclados con los mugidos del chico. Oír a su
hermana correrse pareció sacarla de su embeleso y, otra vez, de un poderoso e
inesperado empujón, se me quitó de encima.
—¡Oye, no seas cabrón! No te aproveches…
—¡Joder, o sea que me estoy aprovechando,
según tú! ¿Sabes?, creo que tienes la puta costumbre de arrepentirte un poquito demasiado tarde, ¿no?…
—Ya te he dicho que no voy a follar esta
noche, ¿vale? —Su tono era más de excusa que de enfado. Le debió entrar mala
conciencia porque añadió, conciliadora, señalando con la barbilla mi erección—:
Si quieres, te hago una paja…
—¡No, gracias! —respondí de mala leche—. Mi
novia ha dicho que pasará a despertarme, y a ella le gusta darme los buenos
días con la boca llena.
Hubiera preferido que le diera una hostia, a
juzgar por la cara que puso. No sé cómo habría acabado el duelo de miradas
asesinas si no hubiera aparecido una cabecita por la ventana, diciendo:
—¡Ya está, cagaprisas! Me visto y salgo.
Dani se acercó a la ventana y le seguí.
Dentro, se adivinaba a una chica delgada, de espaldas, al parecer poniéndose un
tanga, porque en la penumbra se adivinó una línea horizontal oscura cruzando
las nalgas. Se agachó y se puso un sujetador sin tirantes. Una vez puesto, se
dio la vuelta y siguió vistiéndose cara a la ventana mientras hablaba con su
hermana.
—¿Y el empalmao?
¿Le ha gustao el espectáculo? —empezó
diciendo.
Y solo se había asomado un momento… ¡Maldito
bóxer!
—Oye, que no hemos mirado. Y no has sido tú la
que me ha puesto así —le respondí, pero me ignoró. Hablaba con su hermana.
—Es una larga
historia… —le contestó Dani, con un tono de resignación que me mosqueó.
—A mí me
gustan largas… —dijo la hermanita, haciéndose la graciosa.
—A ti te gustan todas —le espetó Dani.
—Y a ti, no, ¡claro! ¿Qué pasa, que tu Sergio
no te ha perdonado que te tiraras al stripper,
verdad? Y claro, cuando tú no follas, a joder a los demás.
—¡No me lo tiré!
—No te acuerdas, que no es lo mismo. Y has
confesado que ‘crees’ que follaste. Tía, no me digas que, aunque estuvieras tan
cocida que no lo recuerdes, luego no
notas si te la han metido o no. Si ‘lo creías’ será porque notabas que te la habían
metido, digo yo. El stripper o quien
fuera, que esa es otra… ¿Has visto siquiera las fotos que le han pasado al Sergio?
También había un chico vistiéndose, claro,
pero no le prestábamos atención. Acabó antes que la chica y ella le despidió
mientras hablaba con un gesto de “te llamo”, sin besarle ni nada. Salió por la
ventana sin mirarnos y desapareció.
—¿Azim? ¿No había otro? —exclamó Dani, cambiando
de tema y pasando a la ofensiva—. No me extraña que Cris estuviera asustada y
me haya dicho que te avise de que Pavel está…
—¡Eso espero! Que se joda, que estaba avisado.
—Pues yo le he visto muy cabreado. Y encima con Azim, con lo racista que es… Mejor que
no vuelvas. Vámonos directamente al coche.
—¿Al coche? ¿Es que nos vamos ya? Oye, que la
noche es larga y yo aún no he acabado…
Salió a la luz y comprobé lo que sospechaba:
lo de vestirse era un modo de hablar.
Su atuendo consistía en un mini vaquero astroso, de cintura tan baja que dejaba
adivinar los hoyuelos de sus ingles y el comienzo de su hucha, y tan corto que entre sus jirones asomaban los bolsillos más
de un par de dedos. Y arriba, un top elástico sin tirantes, que acababa unos
dedos por debajo de sus tetas, tan fino que se apreciaba el relieve de las
costuras del sujetador.
En el siglo pasado había bikinis más pudorosos…
Hasta el bolso que colgó al hombro tenía más tela que cualquier prenda que
llevaba puesta. Resultaba chocante su look
adolescente, cuando su cuerpo decía otra cosa y su hermana me había dicho que
estaba sacándose el carnet de conducir. Quizás quería presumir de tripita
plana.
Si nada más correrse no hay mujer fea, la
hermanita, despeinada y con el arrebol todavía en las mejillas, estaba
preciosa. Se le daba un aire a su hermana y aunque no me produjo, ni de lejos, el
mismo impacto que Dani, tampoco me dejó indiferente.
—Si estás de mala hostia y te quieres ir a
casa, te vas; pero a mí no me jodas la noche. Ya me llevará alguien —insistió
la chica, una vez fuera.
—De eso nada. Tú te vienes conmigo —le
contestó Dani en tono autoritario.
—Soy mayor de edad y no puedes obligarme.
—Nos dejan el coche con esa condición: que
volvamos juntas, y la chófer soy yo. Que si luego te pasa algo, papá me mata,
por dejar tirada a su niña, así que
¡andando! —Uniendo el acto a la palabra, la cogió del brazo y empezó a caminar—.
Algún inconveniente tenía que tener ser la
niña de pá-pá… —añadió con retintín.
La hermanita no contestó y se dejó llevar.
Cuando comprobó que le obedecía, Dani la soltó del brazo. Nos adentramos otra
vez en la oscuridad, lo que hizo que avanzáramos muy juntos, rozándonos casi
todo el rato.
Instintivamente, nos cogíamos de la ropa unos
a otros por la cintura, lo que con Toni era difícil, así que yo cogía a Dani,
que abría la marcha, del vestido y Toni se agarraba a mi camisa. Pero tuve la
impresión de que se pegaba a mí más de lo necesario; vamos, que si yo hiciera
lo propio con Dani, seguro que me echaba una cantada…
Con el calentón que llevaba, los huevos ya
empezaban a quejarse y lo que menos me apetecía era sentir en mi espalda o mi
brazo el roce de sus tetas (que parecían tan bien puestas como las de su hermana), o el de su tripita en mi mano,
pero a la chica parecía divertirle el jueguecito.
—¿Y este quién es? Estaba muy gracioso empalmao…
“Y por eso te has propuesto volver a
empalmarme”, pensé. Aunque le hablaba a su hermana (ignorándome, como desde el
principio), le respondí:
—Me llamo Andrés…
—Es opositor… y cornudo —apostilló Dani, con
la sorna que ya empezaba a resultarme familiar—. Y se ha enterado esta noche. Pero
claro, como se la chupa, dice que no la va a mandar a tomar pol culo…
—Ya… pero sí que se quiere vengar, como Sergio
—dijo la hermanita.
—Lo que yo quiero es irme a mi casa y, como mi
coche lo tiene mi novia, tu hermana se ha ofrecido a llevarme —respondí,
molesto.
—Ya, pero si de paso le echas un polvo a la
taxista… —dijo Toni, dirigiéndose a mí, por fin.
—Si ella quisiera, por mí, encantado; pero no
para vengarme de nadie sino porque me gusta.
—¿Y a quién no? —siguió jugando a los
equívocos, la niña.
—Me gusta tu hermana, no follar —intenté
aclarar, torpemente.
—¿No te gusta follar? No me extraña que tu
novia te los ponga… Pues a mi hermana sí que le gusta, te lo aseguro. Y a mí
también. —Su mano libre sujetaba ahora mi brazo, asegurando así un permanente
contacto con sus tetas y su vientre.
—Vale, dejarlo
ya. Cambiar de tema —terció Dani.
No soporto que usen el infinitivo como
imperativo, pero no era el momento de correcciones gramaticales. Las
provocaciones de una hermana hicieron que buscara desquitarme con la otra, así
que yo también empecé a poner nerviosa a Dani con roces intencionados y un
sobeteo lo bastante discreto como para que no protestara.
Cuando por fin regresamos a la luz, lejos del
grupito de Toni, yo estaba a punto de empalmarme de nuevo, y Dani también
parecía excitada, mientras que su hermanita seguía comportándose con una inconsciencia
impropia de su edad:
—Tía, déjame ir a verle la cara al Pavel, ¡porfa! Y luego nos vamos, te
lo prometo…
—Para que te parta la tuya… ¡Ni hablar!
—¡Que lo intente! —fanfarroneó.
—¿Pero tú eres tonta o qué te pasa? —tercié
furioso—. ¿De verdad crees que puedes ponerle los cuernos a un tío y a
continuación, así, en caliente, ir a restregárselo por los morros delante de
todo el mundo? ¡Niña, que no tienes catorce años! ¿No dices que eres mayor de
edad? ¡Pues demuéstralo, coño, que pareces una puta cría!
La chica se quedó pasmada de que le hablara
así, se sofocó, frunció el ceño y echó a andar en silencio en dirección
contraria con cara de pocos amigos.
—Por aquí —dijo Dani, guiándonos hasta donde
había dejado el coche.
Anduvimos serios y en silencio. Al llegar,
Toni subió detrás y se tumbó en el asiento, atufada, con la cabeza del lado del
conductor. Yo subí delante.
—Pues que sepas que esta ahora va de formalita, pero a mis años era peor que yo —dijo
Toni, con evidente enfado—. Si yo te contara…
—Pero no le vas a contar —atajó Dani en un
tono disuasorio—. Calladita estás más
guapa, ¿vale?
La amenaza pareció surtir efecto, porque la
hermanita no siguió con sus chinitas.
Para ir a mi casa, debíamos cruzar todo el
centro de la ciudad, aunque a aquellas horas, y en agosto, se hacía rápido. Tuvimos
suerte y ni siquiera encontramos el clásico control de alcoholemia, a pesar de
que Dani parecía no haber bebido nada.
El silencio en el coche era un poco incómodo,
así que puse la radio. Era una emisora de música antigua y, cuando estábamos atravesando
el centro-centro, empezó a sonar el mítico You
can leave your hat on y Toni empezó a tararearla. ¿Quién no recuerda la
famosa escena?
Miré a Dani y me pareció alterada. De repente,
apagó la radio con furia, frenó y dio un volantazo, metiéndose sin avisar en
una pequeña calle lateral de la Avenida Principal por la que circulábamos.
Pensar en aparcar allí, de día, era absurdo, pero de noche, en finde y en agosto, resultó que había un
hueco nada más entrar, delante de una furgoneta. Aparcó en una sola maniobra
con una maestría que me impresionó, se encaró conmigo y me gritó, al borde de
la histeria:
—¡¿Quieres follarme, no?! Llevas toda la noche
igual… Vale, pues me vas a follar, pero a mi modo, señor opositor… ¡Sal del coche!
¿Que llevaba toda la noche acosándola para
follar? No tenía ni puta idea de a santo de qué venía aquella repentina
explosión, que suponía desencadenada por la canción; pensé que probablemente
tenía más que ver con su chorbo que conmigo, pero… mejor no indagar.
Sin apagar el motor, bajó del coche, cerrando
de un portazo, y se dirigió atrás. Me apeé y vi cómo abrió el portón trasero,
que casi rozó la furgoneta de atrás al levantarse, se subió el vestido hasta la
cintura, se sentó en la moqueta y se deslizó al interior mientras trataba de
acabar de sacárselo del todo.
—¡Entra! —me había ordenado cuando enseñaba el
coño en plena calle. Me metí en el maletero, de rodillas y traté de bajar el
portón, pero ella me frenó—: ¡No, déjalo así! —Se había soltado la cremallera y
había conseguido sacarse el vestido, que colgó del respaldo del asiento—. ¡Desnúdate,
sin numeritos! —dijo en tono tajante.
Estaba atónito. ¿Qué le había pasado con esa
puta canción? Parecía haber removido aguas muy profundas… porque allí
estábamos: con ella desnuda, sentada en la postura del loto, a diez metros de
la Avenida, en el maletero de un coche ranchera con el portón trasero
levantado, y su hermanita, alucinada, mirándonos desde el asiento posterior. Y
quería que yo me desnudara allí también.
—¡Va!, que no estoy para historias, ¿vale? —protestó
ante mi pasividad, empezando a desnudarme ella sin miramientos. Mi estupefacción
parecía irritarla y el que mi polla estuviera flácida cuando bajó pantalón y
calzoncillo a la vez, pareció agotar su paciencia, porque me espetó—: ¿Qué
pasa, señor opositor, no llevas toda
la noche queriendo follar? ¿O es que si no te la chupan no funcionas? Pues no
pienso chupártela, pero si tienes huevos —y me dio un toque con los dedos—, ¡aquí me tienes, fóllame!
Menos mal que, según ella, el que quería
follar a toda costa era yo…
—Pero esto es de locos, nos puede ver
cualquiera…
—Exacto, puede…
Ahí está la gracia: en el riesgo. Tú solo vas a lo seguro, necesitas tener todo seguro; si no, no juegas. Pues si quieres
follar conmigo, ¡corre riesgos! ¿Tienes huevos o no, chico seguro? —Me dio otro toque
más fuerte con el envés de la mano, que me hizo daño. Me estaba ‘tocando los
huevos’, literalmente. Y, para rematar su speech,
añadió con la peor intención—: ¿Qué crees que estará haciendo tu novia ahora,
en tu coche?
Fue un golpe bajo, pero efectivo. Sin dejar de
mirarla a los ojos, acabé de quitarme la ropa y me quedé en cuclillas frente a
ella. Encorvados, para no pegar en el techo, parecía que fuéramos a
acometernos. Nos mirábamos con una extraña mezcla de deseo y rabia que hizo que
mi polla se pusiera dura sin tocarla.
—¡Eh, que estoy aquí! —dijo la hermanita—. ¿En
serio vais a…? ¡Qué fuerte! Y yo, ¿qué hago?
—¡Mira y aprende! —dijo Dani, antes de
abalanzarse sobre mí.
Peleamos cuerpo a cuerpo con furia, descubriendo
pronto que la moqueta era demasiado áspera para nuestra vehemencia, así que
esparcimos unos catálogos de zapatillas para cubrir el tatami y proseguimos la lucha sin cuartel de labios, manos y piel
contra toda epidermis enemiga, cuanto más sensible, mejor. Así descubrí que sus
sedosos muslos eran todavía más sensibles que sus tetas; de modo que en ella el
orden era nuca-muslos-tetas, al revés que en mi novia.
Solo dos coches nos separaban de la Avenida, y
justo a la vuelta había unos veladores de los que, en el silencio de la noche,
nos llegaban voces y risas que me sonaban demasiado
cercanas. Y aunque la furgoneta nos tapara bastante, desde la otra acera, en diagonal,
seguro que se nos podía ver por lo que, instintivamente, buscábamos el ángulo
muerto, aunque en nuestro ardor guerrero
recorrimos todo el campo de batalla.
Con los calentones previos, no necesitábamos
muchos preliminares, así que, a riesgo de resultar demasiado romántico, le dije:
—¿Tienes condones? Yo no llevo, Sara se ocupa
de eso…
—No hace falta, llevo DIU.
Los DIU están pensados para evitar embarazos
con tu pareja habitual, no infecciones con extraños; si era promiscua (y, según
su hermanita, muy santa no era), podía pegarme hasta la escarlatina. Lo sabía,
pero… iba a follar a diez metros de la Avenida, en un coche con el portón
abierto. ¿Qué más me daba ese pequeño
detalle?
Dani se colocó en posición, ofreciéndose; me puse sobre ella, emboqué mi glande
entre sus abultados labios menores y se la ensarté de golpe hasta el fondo. Yo
me hice daño, y ella soltó un grito.
—¡Animal!
—Si despiertas a una bestia…
Me miró con temor, preguntándose, como siempre
un poco demasiado tarde, si no había
cometido un grave error. Yo sabía que no, pero me gustó que me tuviera miedo y,
en vez de tranquilizarla, cada poco le sorprendía con una nueva embestida
excesivamente brusca, solo para ver su cara de inquietud. Fue mi pequeña
venganza, pero la progresiva mejor lubricación fue amortiguando el efecto y
pronto cambió su expresión de temor por la de picardía.
Tenía muy claro que en aquel coche estábamos
demasiados: ella, yo, el fantasma de mi novia, el de su lo-que-fuera… hasta su
hermanita mirando. Si no me controlaba, si permitía que nuestra emotividad,
nuestra rabia contra nuestras parejas se desbocara, el desastre era inevitable,
sin necesidad de que nos pillaran. Así que, incluso mientras duró mi pequeña
travesura, tuve buen cuidado de no desmandarme y hacer más gilipolleces.
La sensación casi desconocida de follar un
coño ‘a pelo’ me cautivó. Recordaba haberlo hecho una vez, de crío, con una
compañera de clase, ambos cocidos en una fiesta, de pie en un rincón, en la
experiencia más cutre de mis inicios en el sexo. Y mi novia era de las que, sin
condón, no les metes ni miedo; solo lo había conseguido durante menos de un
minuto, antes de que me montara la
mundial, una vez que ella iba muy pedo; lo malo es que yo también lo iba y
no me acordaba apenas. Me pregunté si sería tan estricta con esos cabrones, o a
ellos les dejaba montarla sin chubasquero.
Así que, sobrio, era la primera vez que sentía
mi polla frotarse contra la deliciosa rugosidad de una vagina y no con un
pedazo de látex, y eran sus fluidos los que suavizaban el roce, no un
lubricante artificial. La estupenda novedad me provocó un estado de exaltada
lucidez en el que creí ser capaz de mantenerme indefinidamente. Quería grabar a
fuego en mi memoria cada sensación como si temiera no volver a sentirlas jamás.
Un manotazo en mi espalda me alertó de que la
uña que araba un lento surco en mi columna vertebral debía ser de la hermanita,
que se aburría de mirar.
Sabía que los polvos emocionales son siempre muy cortos, y me sentí en desventaja,
porque ella estaba acostumbrada a follar a pelo y yo no; si no conseguía
distanciarme emocionalmente de alguna manera, aquello iba a durar demasiado
poco. Intenté hacerlo centrándome en la técnica y variar el misionero clásico en que estábamos,
poniendo sus muslos en mi pecho para así poder profundizar más en mis
penetraciones, pero el duro suelo no ayudaba y ella se quejó:
—Déjate de… florituras… que no soy… la puta…
de tu novia… ¡Fóllame… y vale!
Me molestó, y mucho, que ella metiera a mi
novia en nuestro polvo, insultándola,
además. ¿Quién se creía? ¿Acaso ella era mejor? Me propuse hacer justo lo
contrario de lo que pedía y me tomé como algo personal mostrarle todo lo que la puta de mi novia me había enseñado. Aunque
se notaba que sabía follar, mi novia le ganaba de largo. Y yo estaba
acostumbrado a follar con la puta de mi
novia, lo que compensaba el que ella estuviera acostumbrada a follar a
pelo.
Me dediqué a ensayar con parsimonia todo el
repertorio que había aprendido últimamente con la puta de mi novia, aunque sin salirme nunca del más estricto misionero. Dani se dio cuenta en seguida
de que no tenía intención de acabar pronto, como ella pretendía, sino al
contrario, y trató de imponer su ritmo; pero en la postura que ella había
elegido, el mando lo tenía yo. Si pudiera, se me habría quitado de encima y abortado
el polvo, lo notaba. Pero ya no se sentía capaz de hacerlo y ella lo sabía (lo
que la enrabietaba aún más), aunque tampoco se rendía.
En el estado de excitación en que estaba, Dani
era un libro abierto en el que yo leía al instante cómo le afectaba lo que le
hacía: lo que ‘sí, pero no’ y lo que le volvía loca. Utilicé esa información en
su contra, regodeándome en llevar su deseo hasta el mismo borde del paroxismo, pero
sin rebasarlo. Quería torturarla parando justo antes y volviendo a empezar,
pero…
Infravaloré la situación: los calentones
previos, lo que fuera que removiera la canción de marras, el morbo de estar
follando casi en la calle, en el puto centro de la ciudad, a diez metros de la
gente y delante de su hermana; y el runrún del motor al ralentí, que se
transmitía hasta mi polla a través de ella… Así que calculé mal dónde estaba su
límite y no fui capaz de evitar el excesivo
orgasmo que le sobrevino antes de lo que yo deseaba.
A mi madre le hubiera encantado, y a los que estaban
en los veladores, seguro que también les encantó… Aunque estaba seguro de que exageró
algo, no tendría más remedio que admitir que el señor opositor, con las sabias enseñanzas de la puta de su novia, le había provocado una señora corrida. “Pa chulo, yo y pa puta, mi mujer”, que diría el castizo.
Cuando constaté mi error y vi que su clímax era
ya imparable, con la satisfacción del deber cumplido, aumenté hasta lo
imposible el ritmo de mis penetraciones y, al notar otra vez la uña de la
hermanita surcar la parte baja de mi espina dorsal, exploté física y
emocionalmente en el orgasmo más intenso que recordaba. Con mi novia había
echado polvos mejores, eso seguro; pero tan intensos, no.
Con cada eyaculación, no era solo mi semen lo
que expulsaba, sino que también escupía por mi glande toda la frustración almacenada
desde que empecé a sospechar que mi novia me era infiel; y sentir en mi polla, sin
intermediarios, el acogedor coño de aquella chica que me cautivaba, multiplicaba
el efecto liberador de cada oleada de placer que me sacudía. Acabé exhausto, pero
feliz.
Tardé un buen rato en recuperarme, lo mismo
que ella, y mientras iba recobrando los sentidos, por costumbre, comencé a
jugar con su pezón derecho y besuquear su frente y ojos, como solía hacer con
mi novia. Dani me sonrió, puso cara de “¡Puf, cabrón, menudo polvo!” y empezó a
acariciarme suavemente. Parecía que también ella había tenido su particular catarsis,
y no quedaba ya rastro de la sorda rivalidad que nos había enfrentado durante
todo el polvo. O desde que nos habíamos conocido.
La magia del post-coito, cuando los deseos ya
han sido saciados, es única. Esa ternura desinteresada, agradecida y sincera,
capaz de crear esa complicidad que constituye la argamasa de las parejas… Mi
novia casi siempre se limitaba a dejarse hacer, pero Dani parecía disfrutar
compartiéndola. Las voces de la gente de los veladores seguían sonando demasiado cercanas, pero ya no
importaba. En el mundo solo estábamos ella y yo. Y una infinita ternura.
—Tomar,
limpiaros… —La hermanita asesinó la magia a golpe de infinitivos, mientras
nos tendía sendas toallitas húmedas. La chica iba preparada para la vida moderna
(y el desprecio por los imperativos parecía ser rasgo de familia).
De evidente mala gana, deshicimos el abrazo,
nos incorporamos y aceptamos las toallitas. Le di las gracias educadamente y me
di la vuelta pudorosamente. Una cosa es que te vean follar y otra que te vean asearte…
—Con Sergio no te corres así… —dijo la
hermanita, supongo que por joder.
Dani la fulminó con la mirada y yo engordé de satisfacción. De algo tenía que
servir tener una novia putón.
Y de repente, se me ocurrió.
Me limpié bien vientre, ingles y muslos, y los
huevos, por abajo, pero no la polla. Se me puso morcillona otra vez solo de imaginar la carita de mi querida novia
cuando me despertara como le gusta y descubriera el sabor de los flujos de otra
donde nunca habían estado los suyos.
Dani tardó en vestirse menos que yo, claro, y
se bajó antes. Cuando lo hice yo y cerré el portón, ella estaba con la puerta
del conductor abierta, discutiendo con su hermana. Al abrir la mía, comprendí
por qué.
Toni, tumbada en el asiento trasero, tenía el
pantaloncito abierto y bajado lo suficiente para dejar su culo al aire y
permitir a su mano derecha acceder libremente a su raja, mientras la izquierda
sobaba sus tetas bajo el top.
—…cortado el rollo y lo he fingido, para que
acabara… y veros a vosotros, me ha puesto… Y como soy una puta-cría… —me dedicó, maliciosa—. ¡Joder, que ha sido muy fuerte! Anda,
que si lo llego a hacer yo… Al lado de la gente y con el portón abierto, tía…
¿Y si pasan unos macarras, os ven y nos violan a los tres? ¿Os lo imagináis?
Y parecía decirlo como si fuera una
eventualidad divertida y excitante. A mí se me encogió el esfínter al darme
cuenta que había sido posible que ocurriera. Dani me miró con cara de
circunstancias, meneó la cabeza, se puso al volante y arrancó.
—Puedes mirar… Yo te he mirado… —susurró,
insinuante, la hermanita.
“Y yo te puedo sacar los ojos, si lo haces” gritaba
la cara de la otra, así que seguí con la vista al frente, tratando de no oírla.
Pero no olerla era imposible. Al volver a entrar al coche me había dado cuenta
del tufo a sexo que habíamos dejado, pero ahora el del chocho de la niña lo invadía
todo. Harían falta litros de desodorante para que su papá no se enterase,
pensé; aunque algo me decía que no debía ser la primera vez que tenían ese problema
y sabrían solucionarlo.
Debía ser verdad que antes había fingido el
orgasmo, porque se corrió en seguida, en un semáforo. Afortunadamente, las
lunas tintadas la protegían de las miradas del coche de al lado, en el que iban
cuatro maromos de bastante mala catadura, y la música a todo trapo que llevaban
les tapó los gemidos sobreactuados de la chica. Si no, igual hubiera visto
cumplida su fantasía…
Meternos en aquella bocacalle nos había
costado tener que dar luego una vuelta tremenda hasta recuperar la buena
dirección, pero por fin llegamos a mi casa y paró en doble fila. Nos miramos y
nos sonreímos un tanto violentos, sin saber bien qué hacer. Dani no hizo
intención de besarme, y yo tampoco; y un simple apretón de manos me parecía
ridículo, así que, simplemente, no nos despedimos. Solté el cinturón y me apeé,
pero antes de cerrar la puerta, le pedí el teléfono.
—Cuando saques las oposiciones… —contestó con
su sorna habitual.
Abrí la guantera y cogí su tanga.
—Si cambias de idea y quieres recuperarlo,
vivo en el 4º B.
—Cuarto… be —repitió la hermanita, con voz ausente.
Me había olvidado por completo de ella.
Con la puerta abierta, los pilotos la
mostraban yaciendo lánguida a lo largo del asiento trasero, con su vientre, blancuzco
y con brillos, ahora expuesto; su
mano derecha en el estómago, sobre el sujetador que había acabado allí, y con
el top medio bajado dejando la aire su teta derecha, cubierta por su otra mano,
entre cuyos dedos se colaba un pezón oscuro y chiquitito. Pero sus ojos pícaros
y su sonrisa maliciosa delataban que ya se había recuperado del orgasmo.
Dani la miró también y algo debió hacerle
cambiar de opinión, porque empezó a decir, sin mucho entusiasmo: “6-1-7…”. Saqué
mi móvil y escribí el número que me dictó, le di a llamada y a los pocos segundos sonó una musiquita en su bolso.
Colgué.
—Ya tienes el mío —le dije—. De todos modos,
confisco las bragas. ¡Buenas noches, que soñéis con los andresitos!
Me metí en mi portal y ellas se fueron.
Y así fue como follé por primera vez con mi
cuñada. Claro que eso, aquella noche, aún no lo sabíamos ninguno de los tres.
2 comentarios:
Pues creo que no tengo nada malo que decir sobre el relato.
Personajes bien perfilados, con unos diálogos inteligentes (con su pizca de humor), una situación disparatada, pero completamente creíble.
Tal vez un poco exagerado el comportamiento de la novia de Andrés. No sé, al tener pocos datos sobre ella y su relación, suena un poco forzado que él intuya que le pone los cuernos y descubra tan fácilmente que lo hace con tres tíos.
También me ha sacado un poco del sexo los pensamientos de él. Joder, para ser un polvo intenso el tío tiene una calma excepcional imaginando todo lo que pasa por la cabeza de Dani.
Enhorabuena, buen relato.
Tú como escritor de series estilo FRIENDS lo petas.
A ver, choca la sinceridad de la muchacha para revelarle su vida y milagros a un completo desconocido. Lo de presentarse como una alocada corneadora me ha parecido tan surrealista como el montón de diálogos y "devoluciones" súper ingeniosas entre ambos. Estamos hablando de una noche en la que los dos están sufriendo de cuernos, puedo entrar en esa situación (ejem) pero no puedo comprender la naturalidad e ingenio que mantienen ambos como forma de desahogo.
Y esto es tan acusado en el momento que llega la hermanita. Parece tan artificioso tirarse esas puyitas ingeniosas entre todos ellos, que casi podía oír las risas enlatadas de fondo. Es decir, parecía un episodio de FRIENDS o Big Bang Theory. Habrá a quien le guste, pero bueno yo esto de los cuernos lo manejo muy mal xD
La historia es original, a mí me ha parecido morboso, los diálogos en buena parte están muy bien y resultan divertidos de leer. Tiene ritmo, la narración es perfecta y adecuada al personaje (aunque que él piense algo así como "En el siglo anterior había bikinis más pudorosos", resulta chocante... y delatador, ejem). El final es ingenioso.
Lo mejor de todo es cómo el hecho de que sus padres tengan sexo hace que toda la trama y pormenores de la noche adquiera un inusitado sentido. Ah, no... menos pajas, caperucita. ¿O cómo era...?
Autor: Ni idea.
Para mí el mejor relato de lo que va del Ejercicio.
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