Con el 1… ¡la
locura! Como todo buen portero que se precie.
Toño llevaba horas en
el bar. Aquella era su quinta cerveza y cada vez tenía menos ganas de ir al
partido.
Con el 5… ¡la
potencia! Una auténtica fuerza bruta sobre el campo.
Iago iba conduciendo
camino del pabellón donde jugaban. Esta vez iba acompañado. A su lado, dándole
conversación, iba su esposa.
Con el 6… ¡la
juventud! Es más rápido, ágil e incansable que cualquiera.
Alfonso había estado
toda la tarde en el gimnasio y a última hora estaba ultimando la quedada para
salir de fiesta por la noche.
Con el 7… ¡la
experiencia! El talento puro al servicio del equipo.
Jordi estaba
apurando hasta los últimos segundos en el trabajo antes de plegar. Tenía que pillar
el coche y pasar a recoger a Toño y Alfonso.
Con el 8… ¡la
inteligencia! Un capitán siempre debe ser cerebral.
Ya en el vestuario,
Richard se estaba cambiando pensando en el equipo. Se pregunto qué es lo que
habían hecho mal. Tenía claro que la plantilla era un despropósito.
Iago y Richard eran
amigos de toda la vida. Habían jugado juntos a fútbol desde pequeños. Ellos dos
y Jordi eran los últimos integrantes del equipo de veteranos que habían formado
hacía un par de años. Desde entonces el equipo se había ido desmembrando poco a
poco debido a los compromisos ineludibles que se van adquiriendo con la edad. Cada
vez más habituales asuntos familiares, dificultades para llegar a fin de mes o
la llegada de algún que otro bebé habían sido algunos de los motivos por los
que finalmente se habían visto los tres solos.
Jordi había sido
quien había traído a Toño y Alfonso, dos primos a los que conocía del barrio.
El portero solía tener siempre alguna excusa para no acudir a los partidos y,
cuando no la encontraba, era frecuente que se presentara en incipiente estado
de embriaguez. Por su parte, el más joven de todos, un veinteañero caprichoso,
solía ser foco de problemas debido a su irritante chulería. El día que no se
enfadaba porque no le pasaban un balón, se mosqueaba porque nadie podía ir a
recogerlo.
—¡Vengo «tó morao»! —soltó
con orgullo Toño al entrar al vestuario donde ya se encontraban Iago y Richard.
A los dos amigos no
les hizo mucha gracia el comentario, pero le siguieron el rollo para no
enturbiar el ambiente.
—Dice que se ha
tomado diez cervezas —dijo Alfonso, riéndose de las gracias de su primo mayor.
—¡Venga, va! Que el
equipo contrario ya está calentando —les apremió el capitán.
—Es el puto Jordi,
que siempre apura, el cabrón —se quejó el veinteañero.
—¡No me hagas
hablar! —replicó el aludido, pensando en el tiempo que había perdido
convenciendo a Toño para que no les dejara tirados una vez más.
El partido no fue
del todo bien. A pesar del gran trabajo de Iago, el buen juego de Jordi y los
goles de Alfonso, el equipo se fue a los vestuarios con una nueva derrota.
Richard era el que
se veía más afectado por los malos resultados. En silencio, sentado en el banco
del vestuario, introdujo una mano dentro de los pantalones para, de forma
instintiva, estirarse el pene con la intención de que no pareciera tan pequeño
como realmente era antes de desnudarse para ir a la ducha.
El capitán no pudo
evitar echar un vistazo a sus compañeros a medida que se iban desvistiendo. No era
la primera vez que lo hacía, simplemente, por comparar.
El primero en el que
se fijó fue en su amigo, con el que tantas veces había compartido vestuario.
Iago era alto y corpulento. Estaba fuerte, aunque sin necesidad de marcar
musculatura. Completamente depilado, tenía un pene de tamaño medio,
circuncidado.
A su lado estaba
Toño. El portero, que llevaba perilla, era bajito y cabezón. Aunque era delgado
no se veía enclenque. A veces iba rasurado, pero últimamente se había dejado
crecer en el pubis una abundante mata de pelo que hacía que su buena
herramienta, con un glande desproporcionadamente grueso, perdiera
espectacularidad.
Jordi, el más
veterano, tampoco era demasiado alto y su fisonomía era más bien redondeada. Sin estar gordo, tenía un
cuerpo voluminoso. Igualmente, no iba depilado, pero su pene sí era pequeño.
Eso reconfortaba a Richard.
El primero en
avanzar hacia las duchas, completamente desnudo, fue el más joven del equipo.
El capitán se fijó en él. Era casi tan alto como Iago, aunque mucho más
estilizado, con un cuerpo completamente fibroso. Se empezaban a notar las horas
de gimnasio. El veinteañero era moreno y, por lo que él decía, un triunfador
con las mujeres. Richard le creía, sobre todo si tenía en cuenta lo que le
colgaba entre las piernas. El pene de Alfonso era alargado y grueso, bastante
más grande que el de su primo. Las bromas sobre su tamaño eran habituales en el
vestuario.
—¿Has quedado para
salir esta noche? —Iago, que fue el siguiente en ir a las duchas, se dirigió
amablemente a Alfonso.
—Sí, claro —contestó
como si no fuera posible ninguna otra posibilidad.
—Luego dices que no
tienes pasta para pagar la liga —se quejó Jordi, irrumpiendo en la
conversación.
—Tú cállate, viejo —replicó
el aludido, molesto por la verdad que acababan de decirle—. Y vete a casita con
tu mujer —soltó con evidente intención de menospreciar su vida hogareña.
—Al menos yo duermo
acompañado —se defendió.
—Sí, pero yo seguro
que esta noche follo —bromeó Alfonso, haciendo reír a su primo.
Iago, que ya se estaba
vistiendo, prefirió no volver a entrar en la conversación mientras Richard, que
se había duchado con premura, escuchaba asqueado las pullas que se lanzaban
unos a otros.
—A la que pilles
esta noche la vas a hartar de rabo —rio Toño, bromeando sobre el tamaño del
miembro viril de su primo.
—Todos hemos tenido
tu edad, Alfonso —argumentó Jordi—. Yo también he tenido mi época.
—¿A cuántas te has
tirado? —preguntó el joven mientras regresaban de las duchas.
—Bueno, gente, nos
vemos —se despidió Iago.
—Chao.
—Nos vemos.
—Venga…
—Espera, que salgo
contigo. —Richard guardó con prisa la toalla y la ropa sucia en la mochila y se
marchó junto a su amigo.
—Pues no sé… me
habré calzado a más de treinta —Jordi continuó la conversación por donde la
habían dejado, provocando las carcajadas de Alfonso.
—¿Y eso son muchas? —siguió
riendo—. Yo me habré tirado a cientos.
—¡Venga ya! —el
veterano del equipo no se lo creyó.
—Si este cada vez
que sale, moja —apuntó Toño—. Y, a veces, con más de una.
—Te estás tirando el
moco —insistió Jordi.
—Tío, que yo puedo
follarme a la que quiera. Puedes ponerme a prueba. Dime una tía que esté buena
y me la tiro.
—¡Qué hijo de puta! —rio
Toño con estruendo.
—Bah, vacílale a
otro —sonrió Jordi.
—En serio, tío, a la
que quieras —dibujó una sonrisa de suficiencia.
—Venga, vale —aceptó
al fin el reto—. La mujer de Iago —soltó, mostrando una mueca victoriosa.
—No sé ni quién es.
¿Está buena?
—Que si está buena…
tío, tú no has estado con una mejor —aseveró Jordi.
—Pero será mayor,
¿no? —el veinteañero no las tenía todas consigo.
—¿Y? —intervino el
portero—. ¿¡No me digas que no te has fijado en ella!?
—¿Ha venido al
partido? Yo me he fijado en una… la única que estaba buena…
—Pues esa.
—¡No me jodas! ¡Puto
Iago, si esa tía está buenísima!
—¡Fóllatela! —le
instó Toño, descojonándose de risa.
—Déjalo, Alfonso,
esa mujer no es la típica niñata que te encuentras saliendo de marcha. No está
a tu alcance —le advirtió Jordi.
—No hay mujer en el
mundo que se resista al rabo de mi primo —afirmó el portero, en tono de broma.
—Me juego lo que
quieras a que no eres capaz de hacer nada con ella —insistió Jordi, convencido
de que la mujer de Iago era inalcanzable.
—La pasta de la liga
—apostó finalmente el veinteañero, seguro de sí mismo.
—Vale. Tienes hasta
final de temporada.
—Trato hecho —concluyó
Alfonso, saliendo del vestuario sin perder el gesto de suficiencia.
Iago le había
propuesto a Richard que fuera a cenar a casa y el invitado había aceptado.
Mientras Sara
preparaba la cena, Richard se quedó mirando a la mujer de su amigo. Era rubia,
con una melena larga y cuidada. Estaba envuelta en una elegante camiseta de
color rojo y unos vaqueros ajustados. De espaldas, eran apreciables las curvas
de sus caderas y el perfecto volumen de su trasero. Cuando se dio la vuelta,
sonrió al hombre que la miraba, mostrando su precioso rostro, ligeramente
maquillado. Richard bajó la mirada, fijándose en la silueta de sus admirables
pechos, ni muy grandes ni muy pequeños, que se adivinaban firmes a pesar de no
estar sujetos por ningún sostén.
—Esto ya está listo.
¿Me ayudas a preparar la mesa?
—Claro —soltó
Richard, despertando de sus peligrosos pensamientos.
En los años que
hacía que Sara y Iago estaban juntos, Richard y la mujer de su amigo habían
construido una gran amistad llena de confianza y complicidad que se reflejaba
mayoritariamente cuando estaban solos. Ella no quería que su afecto por Richard
fuera malinterpretado por Iago y él temía que alguien descubriera lo que
realmente sentía por Sara, incluido ella.
—Dime, antes de que
vuelva Iago con el pan, ¿cuándo podremos quedar a solas? —le preguntó Richard.
—Uf —resopló—. Ya
sabes que es complicado…
—Bueno, si no
quieres… —se resignó.
—Claro que sí
quiero, tonto. Pero no es fácil encontrar un hueco en el que no esté Iago.
—Me vas a hacer
odiarlo.
—¡Anda! —rio—. No
seas exagerado.
—No lo soy…
—Bueno, seguro que
algo podremos hacer —concluyó cuando escuchó la puerta del piso—. Mientras,
disfrutemos de esta noche —sonrió.
Al mismo tiempo que
los tres amigos se divertían conversando durante la cena, Jordi acababa de
acostar a sus dos hijas pequeñas y se arremolinaba en el sofá junto a su
esposa. Hacía tiempo que no hacían el amor y le dio rabia pensar que Alfonso
tuviera razón. Era más probable que esa noche el veinteañero tuviera sexo antes
que él, a pesar de estar casado.
Con disimulo, Jordi
palpó uno de los orondos muslos de su mujer, que se dejó hacer, alimentando las
esperanzas del hombre cercano a los cuarenta. Animado, subió la mano por el
rollizo cuerpo femenino, alcanzando los enormes senos, donde se entretuvo palpándolos.
—¿Qué haces, Jordi? —se
quejó ella—. Que las niñas están durmiendo.
—Por eso. Lo hacemos
con cuidado, en silencio.
—¿Y si se
despiertan?
—Estamos atentos.
—Es que si hemos de
hacerlo prestando atención a las niñas…
—Pues vamos a la
habitación.
—No me apetece…
quiero ver Sálvame deluxe.
—¡No me jodas! —se resignó
al fin, sabiendo que, una vez más, se iba a quedar sin polvo.
Jordi miró hacia el
televisor, pensativo. Volvió a acordarse de Alfonso y, con rabia, se preguntó
qué estaría haciendo.
Después del partido,
Toño había decidido acompañar a su primo de marcha. Primero habían ido a un
garito a beber para hacer tiempo hasta la hora de ir a la discoteca donde
Alfonso había quedado con unos amigos que les pagarían las entradas a cambio de
consumir LSD.
Toño estaba solo,
sentado en un sofá retirado del ambiente de música y color que fluía en el
resto del recinto. Tenía los ojos completamente abiertos y solo los cerraba
cuando creía ver el enorme monstruo que rondaba por los alrededores. Estaba
teniendo un mal viaje.
Por su parte,
Alfonso estaba en el centro de la enorme sala, bailando junto a una jovencísima
pelirroja de piel clara. El chico le acarició la melena y sintió el sabor
anaranjado de su textura recorriendo sus papilas gustativas. Se acercó más a
ella, hasta alcanzar su aroma, que le abrazó literalmente. Alfonso sintió cómo
el perfume femenino se aferraba a su entrepierna. Sonrió, divertido con esa
sensación y, sin más miramientos, la besó. Ella reaccionó positivamente y el
contacto físico produjo música. El veinteañero, más allá del tecno que sonaba a
todo trapo, escuchó la canción All my
loving versionada por el grupo Los Manolos.
—¿Vamos fuera? —preguntó
la pelirroja.
—¿Qué dices, tía? No
estás tan buena —rio Alfonso.
—Vete a la mierda,
gilipollas —se marchó, ofendida.
El primo de Toño se
quedó en el centro de la pista, descojonándose, hasta que vio a la
despampanante morenaza que llamó su atención. Se acercó a ella. Era la mujer
con la que acabaría follando esa noche.
A la semana
siguiente, el equipo se volvió a reunir para jugar un nuevo partido de la liga
de fútbol sala a la que estaban apuntados. El encuentro estaba disputado y
habían llegado a los instantes finales con empate en el marcador.
Toño sacó de puerta,
dejándole el balón a Richard, que lo jugó de primeras sobre su amigo. Iago
amagó un par de pases y, tras los movimientos de rotación del equipo, pudo
adelantar el esférico para Jordi. El técnico jugador regateó a un jugador, dribló
a un segundo y filtró un pase entre la desordenada defensa. El receptor fue Alfonso
que, tras un recorte, dejó sentado a su par. Encaró al portero y, con una
perfecta vaselina, salvó la salida del guardameta.
Una gran jugada que
acabó con un extraordinario gol para conseguir la victoria en las postrimerías
del encuentro. La algarabía se adueñó de los integrantes del equipo, que
corrieron en busca del autor del tanto, que extrañamente se dirigió hacia la
grada.
Sara, absorta
pensando en cómo encontrar un hueco con el que poder quedar a solas con Richard
para hablar de sus cosas, no estaba atenta al partido. El amigo de Iago era un
trozo de pan y ella siempre sonreía para sus adentros pensando que era lo más
parecido a tener un amigo gay. De repente, se sorprendió al escuchar los gritos
en la pista. Alzó la mirada y observó a uno de los del equipo señalándole con el
dedo.
—¿Es a mí? —preguntó
ingenuamente, completamente descolocada.
Alfonso aseveró con
un gesto de cabeza y Sara se lo agradeció con una sonrisa, entendiendo que le
estaba dedicando un gol. Por primera vez, se fijó detenidamente en el joven.
Era guapo y eso ayudó a que se sintiera ligeramente halagada debido a su
atrevido gesto, al que no le dio mayor importancia. La dedicatoria quedó en una
anécdota hasta que, una vez finalizado el encuentro, Iago salió del vestuario.
—¡Gran partido! —Sara
corrió a abrazar a su marido, felicitándolo por la victoria.
—Pero si seguro que
has estado pensando en tus cosas en vez de vernos jugar —se quejó, sabedor de
que a Sara no le gustaba mucho el fútbol y solo lo acompañaba porque a él le
hacía ilusión.
—Pues un poco, la
verdad —se sinceró, sonriendo.
—Es más, seguro que
no te habrías enterado ni de que hemos ganado si no te hubieran dedicado un gol
—frunció el ceño, mostrando su disgusto.
—¡Huy! Que esa carita
me la conozco. No me digas que te has enfadado porque el chaval me lo ha
dedicado.
—Es que no entiendo
por qué lo ha hecho si ni te conoce.
—¡Ay, cariño! Pues
porque se lo ha dedicado a la afición y como yo soy la única afición que
tenéis… —bromeó, quitándole hierro al asunto.
—Tal vez tengas
razón —se calmó mientras iban apareciendo el resto de integrantes del equipo.
Alfonso fue el
último en salir. Cuando lo hizo, se encontró con Sara.
—¿Te han dejado
sola?
—Hola. No, estoy
esperando a que mi marido vuelva con Richard, que han ido un momento a sacar
dinero.
—Me presento. Soy
Alfonso.
La mujer evaluó al
chico, que era alto, como a ella le gustaban los hombres. Tenía el pelo corto,
pero lucía un peinado moderno, casi rapado en los costados. La boca era grande
y los labios gruesos. El piercing que
adornaba su nariz, junto a su pícara sonrisa, le daban un aire de pillo. Todo
en conjunto era bastante atractivo.
—Sara. Encantada.
El veinteañero
aprovechó para fijarse bien en el rostro de la rubia antes de darle los dos
besos. Tenía los ojos oscuros, ligeramente verdosos y los pómulos, con una
pequeña ayuda del maquillaje, realzados. Los labios eran finos, pero parecían
carnosos. Y la piel, morena, era tan suave como pudo comprobar al besarla.
—Oye, tu chico no se
habrá enfadado porque te haya dedicado el gol… —soltó jocosamente.
—¡Ah, claro que no!
—Entonces, ¿te los
puedo seguir dedicando? —sonrió, tal y como hacía cuando estaba ligando.
—Bueno, entonces
Iago igual sí que se mosquea un poco —le quiso cortar, pillando rápidamente las
intenciones del veinteañero.
—Lo tendré en cuenta.
—No perdió el semblante—. Por cierto, ¿sabes dónde están Jordi y Toño?
—Creo que te esperan
en el coche.
—Perfecto. Nos vemos
en el próximo partido entonces.
—Sí, si vuelvo —sonrió
para despedirse.
—Tienes que volver.
Si no, nos quedamos sin público —le dedicó la mejor de sus sonrisas antes de
darse media vuelta y marcharse definitivamente.
Y Sara volvió. De
hecho, la mujer de Iago se convirtió en una asidua de los partidos y, en cada
uno de ellos, cuando Alfonso marcaba, aprovechaba para dedicárselo disimuladamente,
ya fuera con miradas clandestinas, gestos encubiertos o conversaciones furtivas
a pie de pista.
Aunque procuraba no
darle importancia, la situación incomodaba a Sara. No quería contárselo a Iago
para que no se enfadara, pero temía que no hacer nada le diera alas a Alfonso.
Pensó en dejar de asistir a los partidos, pero eso suponía buscar una excusa
para su marido y tampoco quería que sus decisiones se vieran afectadas
simplemente por el comportamiento irrespetuoso de un niñato. Así que decidió
hablar con él cuando encontrara el momento.
—Oye, Alfonso…
—¿Sí?
—Quisiera pedirte
que dejaras de dedicarme los goles.
—¿Por? Pensé que era
algo que te podía gustar, no que te molestara… disculpa —se hizo el
sorprendido.
—No es eso. Claro
que me gusta que me dediquen goles, es todo un honor —exageró—. Lo que no creo
que esté bien es que lo tengas que hacer a escondidas.
—Pero si fuiste tú
la que me dijiste…
—Yo te dije que si
me los dedicabas todos, Iago se iba a enfadar.
—Pues eso… lo hacía
para que no se enfadara, perdona.
—Bueno, no pasa
nada. Es que si fuera alguno de vez en cuando… ¡pero es que marcas muchos! —lo
halagó, sintiéndose ligeramente culpable por las disculpas del joven.
Alfonso forzó más la
sonrisa, incomodando a Sara.
—Vale, entonces
hemos quedado que dejas de dedicarme goles a escondidas —quiso concluir la
conversación dejándolo todo bien claro.
—Déjame que te
dedique alguno de vez en cuando, mujer… —puso cara de pena.
—Está bien —sonrió
ante la chiquillería de Alfonso.
—Entonces estate
atenta durante los partidos, pues nunca sabrás cuándo te puedo hacer una
dedicatoria —le indicó con complicidad, alejándose y concluyendo la
conversación sin dejar opción a réplica.
El día en el que
Richard pudo quedar a solas con Sara había llegado. El treintañero tenía que comprarse
ropa y siempre usaba el pretexto del asesoramiento femenino para que ella le
acompañara. Puesto que a Iago no le gustaba ir de compras, tenían la excusa
perfecta.
—¡Hola, guapo! —saludó
Sara al ver llegar a su amigo.
Richard se acercó a
la mujer para darle dos besos, esperando que ella lo abrazara como siempre hacía.
El hombre sintió los brazos rodeando su cuerpo y se dejó llevar por las sensaciones
que envolvían ese gesto: olerla, tocarla, apretujarse contra sus libidinosos
pechos… Le habría gustado que ese momento especial no terminara nunca, pero
ella siempre se acababa separando.
—Venga, a ver qué
necesitas…
Los dos amigos
recorrieron varias tiendas. Él decía lo que precisaba y ella le asesoraba. Él
se probaba la ropa y ella finalmente elegía. Durante el proceso mantenían
conversaciones eternas. Ambos disfrutaban sobremanera de la inestimable
compañía del otro.
—Uhm, esos
pantalones te quedan perfectos —opinó Sara cuando Richard salió del probador
con los tejanos que ella le había recomendado.
La mujer de Iago se
fijó bien en su amigo. Era un hombre del montón, de estatura media y, aunque no
estaba gordo, sí que conservaba un apreciable michelín desde hacía años. Aunque
no era feo, tampoco tenía ningún tipo de atractivo, pero lo compensaba con su
agradable forma de ser. La gran amistad que los unía hacía que Sara, a veces,
casi lo llegara a ver con otros ojos.
—Por cierto, ¿qué te
traes con Alfonso? —soltó Richard, comenzando una nueva conversación.
—¿Qué quieres decir?
—La pregunta la había descolocado completamente.
—Vi en el partido
del otro día cómo te dedicaba un gol disimuladamente.
—¡Ah, es eso! ¿Y
solo lo has visto una vez? —evidenció cierta desgana.
—¿Es que te dedica
más? —el semblante de Richard se tornó serio.
—¿Te molesta? —preguntó,
extrañada.
—Bueno, no sé. No lo
veo muy normal.
—Y no lo es.
—Entonces…
—Es una larga
historia.
—Pues tenemos tiempo
—sonrió.
—Vale, vayamos a
hacer un café —propuso ella finalmente.
—Perfecto. Ya estoy
hasta las narices de tanta ropa.
Sara le contó a su
amigo lo sucedido con Alfonso y los motivos por los que lo había mantenido en
secreto.
—Pero… ¿a ti te
gusta que te dedique los goles? —preguntó Richard, ligeramente atormentado.
—¿Qué pasa, estás
celoso? —bromeó Sara, sin saber que había acertado de pleno—. Por cierto, a ver
cuándo me dedicas tú alguno.
—Si yo no marco
nunca…
—Es verdad. No me
acordaba que eres muy malo —rio.
—Bueno, ¿me
contestas o no? —insistió, ignorando la broma que su amiga acababa de hacer.
—¿A qué? —Sara
realmente no sabía a lo que se refería.
—Si te gusta que te
dedique los goles.
—A ver, Richard, ni
me gusta ni me deja de gustar. Me da absolutamente igual. Ahora bien, si lo que
me preguntas es si ese tío me cae bien, te diré que como el culo.
Al amigo de Iago,
aquellas palabras le sentaron como un bálsamo de aceite. Por un momento había
temido que el indeseable de Alfonso tuviera cierta complicidad con Sara. Los
oídos de Richard se deleitaron escuchando lo que su amiga opinaba del primo de
Toño.
—En seguida lo calé.
El típico chulito fiestero que se cree el amo del mundo. Su juego con las
dedicatorias de los goles me tenía frita. No podía ver el partido
tranquilamente sin que el tío marcara su golito y se regodeara dedicándomelo en
secreto.
—Vale, creo que
estamos bastante de acuerdo al respecto —sonrió Richard.
—Pues como siempre —ella
le correspondió con otra sonrisa.
Él se quedó embobado
mirándola y, como tantas otras veces, se cercioró de que no podía haber nada
más bonito. Como un idiota, dejó de hablar y solo sonrió, sin parar de hacerlo.
La liga de fútbol
sala siguió su curso y el final de temporada se aproximaba. Y, con él, la
típica cena que solían hacer los del equipo. Sara le había dicho a su marido
que no acudiría al evento. Si podía, prefería evitar a Alfonso. Sin embargo,
Richard la había convencido argumentando que seguramente tendrían tiempo para
charlar los dos solos.
El día de la cena,
sentadas una en frente de la otra, las dos mujeres mantenían una distendida
conversación.
—Pues este verano
nos vamos con las peques a Euro Disney —soltó la esposa de Jordi.
—¡Qué guay! Las
niñas se lo pasarán en grande —se entusiasmó Sara.
—A ver cuándo os
animáis vosotros a buscar el bebé.
La mujer de Iago rio
ante la propuesta.
—Pues que esto no
salga de aquí… pero estamos en ello…
—¡No me digas! —la pareja
de Jordi se alegró ante la confesión de Sara.
Mientras, Iago y
Richard hablaban sobre el final de temporada y lo que harían la siguiente. El capitán
propuso organizar una quedada con todos los del equipo para tomar las
decisiones pertinentes. Ninguno de los dos estaba contento con el grupo que se
había formado, pero tampoco querían tomar medidas sin antes consensuarlas con
el resto.
—Tío, he soltado un «truñaco»
tan grande y apestoso que he salido hasta mareado del lavabo.
El comentario de
Toño provocó las carcajadas de su primo.
—¿Y no le has hecho
una foto? —preguntó Alfonso, secándose las lágrimas de los ojos.
—Sí.
—¡No me jodas! —rio
aún con más ganas.
—Mira —le enseñó la
imagen de la cagada que había soltado en el cuarto de baño del restaurante
donde estaban cenando.
Por su parte, Jordi
iba saltando de una conversación a otra y evaluando las ganas que tenían unos y
otros de salir a tomar algo. Los siete se apuntaron a hacer una copa y, excepto
los padres, que tenían que recoger a las niñas que habían dejado a cargo de los
abuelos, el resto acabó la noche en un pub musical de la zona.
Sara no estaba a
solas en ningún momento, siempre acompañada de su marido y su amigo. Esperando
su ocasión, Alfonso empezaba a impacientarse. No tenía ninguna duda de que sus
encantos eran más que suficientes para seducir a la rubia, pero no había
contado con las dificultades para acercarse a ella.
Richard había bebido
más de la cuenta y estaba con algo más que el puntillo. Aunque no era
consciente de ello, no dejaba de conversar con Sara, casi ignorando a su amigo.
—Tengo que contarte
una cosa… —insistía Richard una y otra vez.
—Tío, pero dile ya
lo que le tengas que contar —se quejó Iago sin maldad, consciente de que su
amigo iba algo bebido.
—No sé, no me lo
dirá porque estás tú delante —bromeó Sara, dirigiéndose a su marido con la
esperanza de quedarse un rato a solas con su mejor amigo para averiguar lo que
quería.
—Pues será eso —rio Iago—.
Me voy a dar una vuelta y luego me cuentas —sonrió a Sara, besándola antes de
dejarlos a solas.
—A ver, Richard,
¿qué es lo que me quieres decir?
A él le habría
gustado contarle todo lo que sentía por ella. Y lo habría hecho sin rubor
debido a lo desinhibido que se encontraba. Sin embargo, no atinaba con las
palabras.
—Estás muy guapa —soltó
finalmente, acariciándole el rostro.
—¿Eso es lo que me
querías contar? —forzó una sonrisa, ligeramente decepcionada al darse cuenta de
que su amigo no estaba para conversaciones demasiado interesantes.
Richard siguió
acariciando a su amiga. Deslizó la mano por el cuello femenino, apreciando la
suavidad de la tersa piel, hasta alcanzar el hombro, desde donde se deslizó a
través de la espalda de Sara que, descolocada, no se esperaba el gesto de su
amigo.
—¿Y esa mano? —reaccionó
al fin, notando cómo se acercaba peligrosamente a su trasero.
—Me gusta tocarte —sonrió
él, provocando un cierto temor en el rostro de la esposa de Iago.
—Ya vale —le sujetó
el brazo, sin perder la sonrisa.
—Tengo que contarte
una cosa… —volvió a insistir.
—¿Otra vez? —se
resignó—. Estás un poquito pesadito… ¡y sobón! —frunció el ceño al sentir la
mano de Richard rodeándole por la cintura.
Sara volvió a detener
a su amigo y alzó la mirada, buscando a Iago, pero no lo encontró. Empezaba a
sentirse incómoda.
—Aprovecha ahora,
que no está el marido —le propuso Toño a su primo pequeño—. ¿Quieres que me
encargue de Richard?
—No. Tú entretén a
Iago. El otro no es ningún problema —dibujó una sonrisa chulesca.
Sara jamás pensó que
la llegada de Alfonso le alegrara tanto. Richard empezaba a resultar algo
molesto y Iago no aparecía por ningún lado.
—¡Hola! —saludó ella
con cierto entusiasmo.
—Hola, preciosa.
Aquel saludo no le
gustó demasiado a Sara, pero prefirió eso a tener que seguir parando las
acometidas de Richard. Observó cómo Alfonso se aproximaba más de la cuenta, arrimando
la cara para decirle algo al oído.
—¿Problemas con el
sobón de tu amigo? —bromeó, provocando una sincera sonrisa en el rostro de la
mujer.
—Un poco —agradeció
la comprensión, sintiéndose levemente reconfortada.
—Escucha, Richard,
¿no crees que has bebido demasiado? —Alfonso se dirigió al capitán del equipo.
—Un poco, sí. Sara… —giró
el rostro hacia ella.
—¿Qué quieres? —preguntó
un tanto asqueada.
Alfonso volvió a
acercarse a la mujer para continuar susurrándole al oído:
—Creo que le gustas.
—¡¿Qué dices?! —se
sorprendió.
Sara no era
precisamente tonta y era consciente de su atractivo, pero jamás se había
imaginado que Richard pudiera verla con esos ojos. Lo peor era que si lo
pensaba, tenía sentido, pero nunca había querido aceptar esa realidad. De forma
inconsciente, le gustaba pensar que tenía al amigo ideal y, tal vez, se había
aprovechado de ello. En ese momento, se sintió ligeramente culpable.
—Te lo digo yo… —siguió
cuchicheándole al oído— que me he fijado en cómo te mira…
—Sara… —Richard
insistió, intentando llamar la atención de su amiga, pero la esposa de Iago ya
no estaba por él.
—Puede ser… —la mujer
empezaba a asumirlo.
—Y, siendo sinceros,
es normal que se haya quedado pillado. Eres muy guapa.
—¿Tanto como pillado?
—preguntó con preocupación, ignorando el piropo.
—Sara…
—Tú lo conoces mejor
que yo… —insistió el joven—. No creo que sea el típico tío que se coge un pedo
en una cena con amigos.
Alfonso le había
abierto los ojos. Aunque en el fondo siempre lo había sabido, Sara nunca había
querido admitirlo. Tal vez necesitaba que alguien se lo dijera tan claro como
estaba haciendo el primo de Toño.
Richard, desesperado
por cómo su amiga le estaba ignorando, alargó la mano, acariciando el costado
de la mujer. Esta vez fue Alfonso el que le retiró el brazo.
—Tío, deja de
meterle mano —forzó una mueca simpática.
—Gracias —se lo
agradeció ella, irradiando una enorme sonrisa—. Y por el piropo también.
—Solo he dicho lo
que pienso realmente. Estás muy buena.
—Pues gracias
nuevamente, entonces.
Richard no volvió a
hablar. Aunque no los escuchaba debido a la música, veía cómo Alfonso y Sara
continuaban la conversación, sin dejar de sonreír ninguno de los dos. Observó
cómo, poco a poco, el joven veinteañero cada vez se aproximaba más a su amiga.
Y con cada milímetro que se arrimaba, sentía una pizca más de dolor que le
oprimía el corazón.
Iago estaba
extrañado con la actitud de Toño. Nunca habían tenido una conversación que
durara más de cinco minutos y ahora llevaban más de un cuarto de hora en la que
el primo de Alfonso no paraba de contarle cosas que no le importaban demasiado.
Por educación, siguió escuchándole y manteniendo el diálogo que aún se alargó
durante un buen rato más.
—Para ser mayor,
eres una tía bastante interesante —bromeó Alfonso.
—¡Oye! —se hizo la
ofendida, provocando las carcajadas del veinteañero.
—Espero que tú te lo
estés pasando tan bien como yo —se acercó aún más, casi rozando los labios con
la oreja femenina.
—Si te soy sincera,
me lo estoy pasando bastante mejor de lo que pensaba —sonrió, dejándose
acariciar por la mano del veinteañero, que se apoyó disimuladamente sobre el
hombro de Sara.
—Es una lástima que
estés casada —le susurró Alfonso, recorriendo con suavidad la longitud del
brazo femenino.
—¿Por? —se hizo la
tonta, divertida por los intentos del joven por ir acercándose poco a poco.
—Porque ahora nos
podríamos ir tú y yo a tomarnos algo a otro sitio. —Alcanzó la mano de Sara,
comenzando a entrecruzar los dedos con los suyos.
La mujer de Iago
retiró la mano y, con total parsimonia, se dirigió a Alfonso con una seguridad
inquebrantable:
—Escucha, las
típicas chiquilladas que seguramente te sirvan con las tías con las que suelas
liarte, no te van a valer conmigo.
Alfonso,
descolocado, retrocedió de forma instintiva, separándose de Sara ligeramente
mientras la escuchaba con el gesto fruncido, no acostumbrado a sentirse
rechazado.
—Y que me lo esté
pasando bien y me hagan reír —prosiguió—, no significa que me vayan a llevar a
la cama —concluyó con una sonrisa triunfante.
Realmente el chico
se lo había currado y Sara se había divertido con él, tanto por sus ocurrencias
como por sus intentos de ligar con ella. Había disfrutado dejándole hacer, observando
cómo desplegaba todas sus armas. Incluso se había sentido ciertamente adulada.
Pero hacer manitas había sido el límite y creyó oportuno acabar con el juego.
Alfonso, herido en
su henchido orgullo, aún acometió una última intentona. Pero bastó que abriera
la boca para que ella le cortara definitivamente.
—Y sí, estoy casada,
pero ni estando soltera tendrías opciones conmigo. A parte de ser un niñato, no
eres más que el típico chulito con el que jamás se me ocurriría liarme. Espero
que te haya quedado claro —sonrió de forma cínica.
—Todo claro —se
resignó, marchándose con el rabo entre las piernas y un enfado más grande que
su chulería.
Mientras observaba
cómo Alfonso se alejaba, fijándose en el bonito trasero del veinteañero, Sara se acordó de Richard. Se giró para
observar a su amigo, que estaba apoyado contra la pared, completamente hecho
polvo.
—Voy a buscar a Iago
y nos vamos para casa, ¿vale, guapo? —fue comprensiva—. ¡Ay, pobre! —le
acarició el cabello—. Te quedas un momento solo —resolvió, marchándose en busca
de su esposo.
Sara no encontraba
por ningún sitio a su marido, así que decidió volver junto a su amigo. De
camino, se topó con Toño.
—¡Hola, loca! —la
saludó efusivamente.
—¿Has visto a Iago?
—¿Y tú a mi primo?
—¿Alfonso? ¿Sí, por?
—frunció el ceño. Se sentía cansada y tenía ganas de llegar a casa.
—¿Ha hablado
contigo? —forzó una mueca de desaprobación.
—Me temo que sí —se
sinceró, intuyendo que Toño sabía de qué iba el asunto.
—Vaya… es demasiado
buen chaval…
—¿Por? —sintió
cierto interés en saber a qué se refería.
—Esto que no salga
de aquí, pero es que me sabe mal por él…
—Al grano —comenzaba
a impacientarse.
—Pues estábamos de
cachondeo, comentando lo buena que estás —Sara, sin decir ni mu, puso cara de
circunstancias—, cuando Jordi ha comenzado a picar a Alfonso para que te echara
los trastos esta noche y mi primo, que es gilipollas, ha entrado al trapo.
—Bueno, creo que no
me interesan lo más mínimo vuestras chiquilladas —afirmó, más molesta que otra
cosa.
—Escucha, mi primo
parece una cosa, pero en realidad no se come una mierda.
—¿No? Pues apunta
maneras —confesó Sara, provocando las carcajadas de Toño.
—En realidad el
problema es el complejo que tiene.
—¿Qué complejo? —se
interesó al instante, pero en seguida se dio cuenta de que no le importaba en
absoluto.
—Eso es algo de lo que
deberías hablar con él directamente.
—Bueno, ¿has visto a
Iago? —insistió, cortando bruscamente la conversación y sintiéndose ligeramente
culpable por ello.
—Sí. Está con
Richard.
—Gracias. Y que no
sea nada lo de tu primo —se despidió con una sonrisa maliciosa.
La noche acabó sin
mayores consecuencias, pero Sara se había quedado preocupada por lo que había
descubierto sobre Richard, así que se las ingenió para quedar con su mejor
amigo lo antes posible y dejar las cosas claras.
—No sabes lo que he
tenido que hacer para que pudiéramos vernos a solas —le sonrió antes de
abrazarlo como normalmente.
La mujer de Iago se
fijó en cómo Richard le correspondía. Jamás se había dado cuenta de la ternura
con la que le rodeaba con los brazos. Complacida, alargó el contacto sutilmente
más que de costumbre.
—¿Estuve muy pesado
la otra noche? —soltó casi con un hilillo de voz.
—¡No me digas que no
te acuerdas! —sonrió, divertida.
—Creo que estuve un
poco pesado, pero no lo tengo muy claro —forzó el gesto, en señal de vergüenza.
—¿Y no te acuerdas
de haberme metido mano?
—¡No jodas! —se puso
rojo como un tomate, provocando las risas de Sara.
—A ver si ahora vas
a mostrar toda la timidez que no tenías la otra noche.
—Disculpa, tía…
—¡Ay! —Sara, cariñosa,
acarició el rostro de Richard.
—¿¡Qué!? —sonrió,
enamorado, al ver cómo su amiga se lo quedaba mirando fijamente.
—¿Qué es lo que
sientes realmente por mí?
—¡¿Cómo?!
Richard no se
esperaba para nada esa pregunta. No creía estar preparado para confesar sus
sentimientos. Temía la humillación del evidente rechazo. Sara no solo era una
mujer inalcanzable, además era la esposa de su amigo. Un amor completamente
imposible.
—Escucha, he sido
una idiota por no darme cuenta antes. Y quisiera pedirte perdón por ello.
—No, no, no te
confundas. —Richard intentó salvar la situación.
—No deberías avergonzarte
de tus sentimientos. Es precioso que sientas algo por mí y me siento
tremendamente halagada…
—Pero…
—Pero evidentemente
no puede pasar nada entre nosotros. —El rostro del hombre se apagó, confesando
con el gesto—. Aunque te puedo asegurar que, en otras circunstancias, me
encantaría —Sara sonrió, pero no consiguió cambiar el semblante de su amigo.
—Ya…
—Piensa que hemos coincidido
en una época equivocada. Si nos hubiéramos conocido en otro momento…
—Estarías con alguien
más guapo que yo.
—¡No digas
tonterías! Yo estoy con Iago porque es buena gente, me quiere y estamos bien el
uno con el otro. Y esas cualidades tú también las tienes.
—Ya, pero el que
está contigo es él.
—Sí. Y si no
estuviera con él, estaría contigo. No lo dudes.
—¿Ves como al final
me vas a hacer odiarlo?
Sara rio, provocando
un cambio en la expresión seria de Richard, que volvió a sonreír.
—Eres un cielo. Y te
aseguro que me siento súper agradecida por tus sentimientos.
—Prométeme que si
algún día decides ser infiel, yo seré tu amante —bromeó, ahora provocando las
carcajadas de Sara.
—Eso tenlo por
seguro. No está en mis planes engañar a Iago, pero si lo hago, te prometo que
será contigo. —Se arrimó a su amigo para besarlo en la mejilla.
A pesar del dolor
que la realidad había aflorado, Richard no pudo evitar una sonrisa de oreja a
oreja, reconfortando a Sara, que había temido que la conversación pudiera
suponer el final de la gran amistad que los unía.
En el preciso mismo
instante en que los dos amigos aclaraban sus sentimientos, Jordi se estaba
tomando unas cervezas con los dos primos de su barrio.
—El final de
temporada ha llegado —bromeó Jordi, victorioso.
—¿Y? —se quejó
Alfonso.
—Pues que has
perdido la apuesta —confirmó el ganador—. Me debes la pasta de la liga.
—No tengo para pagar
mi parte, cómo para pagar la tuya también… —se negó, enfadado.
—¡Joder, qué mal
perdedor! —le chinchó Jordi.
—¡Danos un poco más
de tiempo, loco! —intervino Toño.
—¿Y tú qué pintas en
esto?
—Yo soy el asesor de
mi primo —bromeó, riéndose de la situación.
—Lo siento, la
apuesta era follarse a la mujer de Iago antes del final de temporada. Te dije
que era demasiada mujer para ti —se dirigió al perdedor.
—¡Vete a la mierda,
cabrón! —se picó Alfonso definitivamente, marchándose sin pagar.
—Tío, déjale en paz —terció
Toño—. Tendrás tu pasta, pero no le atosigues. Bastante jodido está ya por no
haberse podido tirar a la zorra esa.
—Si yo paso de la
pasta. Lo que mola es ver cómo se le bajan los humitos —Jordi rio con ganas.
Tan solo unos días
después, antes de las vacaciones estivales, tal y como había organizado
Richard, los integrantes del equipo decidieron reunirse para hablar sobre la siguiente
temporada.
—Cielo —Iago se
dirigió a su esposa—, te acuerdas que hoy vienen los del equipo a casa, ¿verdad?
—Sí, sí, ya me he
organizado la tarde para dejaros a solas.
—¿Por? Puedes
quedarte si quieres.
Sara había
descartado esa opción desde el primer instante. Lo último que quería era volver
a ver a Alfonso después de su último encuentro, durante la noche de la cena de
final de temporada. Además, no dejaba de darle vueltas a la posibilidad de
aprovechar la situación para quedar un rato a solas con Richard. Su amistad
seguía siendo tan fuerte como siempre, pero tras los últimos acontecimientos,
habían empezado a aflorar ciertos sentimientos confusos en la mujer de Iago
respecto a su amigo. Sin duda, lo quería al menos un poquito más que antes.
—Creo que
aprovecharé para ir de compras —contestó sin revelar sus verdaderas
intenciones.
—Como quieras —afirmó
él sin darle mayor importancia.
Toño, que llevaba un
buen rato esperando, vio cómo Sara salía de casa. A una distancia prudencial,
la siguió, procurando no ser descubierto.
La mujer de Iago
caminaba con el pulso acelerado. Incomprensiblemente, se moría de ganas de ver
a Richard. Había quedado con él antes de la reunión del equipo. Quería hablar
con su mejor amigo, dejarse engalanar por sus atenciones y disfrutar de su
presencia. Sabedora de sus sentimientos y de la incapacidad de corresponderle,
se sentía ligeramente culpable, pero no podía evitar las ganas de estar a su
lado. Solo tenía que girar una esquina para encontrarse con él.
Al verlo en la
distancia, de pie, esperándola a ella, sintió cómo una oleada de agradables
sentimientos la inundaban. Le pareció mucho más atractivo que normalmente y se
acercó a él con unas ganas tremendas de abrazarlo.
—¡Hola, guapo! —sonrió
antes de achucharlo.
Richard se dejó abrazar,
disfrutando del contacto con los senos que se restregaban contra sus pectorales,
provocándole una incipiente excitación. Se extrañó al ver que el abrazo se
alargaba más de lo habitual y aprovechó para deleitarse con el magreo. Inexplicablemente,
la mujer de Iago se arrimó aún más, aproximando la cadera a la cintura
masculina. Richard sintió cómo ambos pubis se frotaban entre sí y no pudo
evitar la erección.
—¡Joder, Sara!
Menudo recibimiento… —soltó, separándose de su amiga, avergonzado y ligeramente
encorvado intentando disimular la empalmada.
La mujer rio,
divertida con los gestos de su amigo.
—¿Te has excitado? —siguió
riendo.
—Pues claro… —confirmó,
sonriente y nuevamente sonrojado.
—Pues que sepas que
a mí también me ha gustado —confesó, risueña y llena de complicidad.
Los dos amigos se
dirigieron a un bar a tomar algo. Aprovechando el buen tiempo, se sentaron en
una terraza para charlar. El encuentro fue breve, pues Richard debía asistir a
la quedada con los del equipo, pero intenso. Más que nunca, entre los dos
amigos afloraron sentimientos. Él le explicó con todo lujo de detalles lo mucho
que la quería y ella no dejó de agradecerle todo el amor que atesoraba,
maldiciendo no poder corresponderle.
Sara, aún sentada en
la silla de la terraza, se quedó observando a su amigo a medida que se alejaba.
Descruzó las piernas y reprimió unas leves ganas de tocarse. El sentimental
encuentro la había alterado más de lo debido. Se sintió culpable al pensar en
Iago, pero tremendamente desdichada al no poder acostarse con el hombre que se
alejaba y del que había descubierto cuánto le quería.
Tras tomarse una
tila para calmar los nervios, la rubia abandonó el local y se dirigió a la zona
comercial más cercana para entretenerse haciendo shopping y quitarse a Richard de la cabeza. Había pasado una hora
desde que se despidiera de su mejor amigo y no había podido dejar de pensar en
él ni un instante.
—¡Sara! —Toño llamó
su atención.
—Hola. ¿Qué haces
por aquí? —se extrañó—. ¿No estás con los del equipo?
—¿No te has
enterado?
—¿De qué?
—Al final no nos
reunimos en tu casa.
—¿No?
—No, al final es en la
mía. Ahora iba para allí, que llego tarde – rio él solo.
—Qué raro… Iago no
me ha dicho nada.
—Es que lo acabamos
de hablar. He preparado algo para cenar y estáis todos invitados. Tú también.
Sara dudó. No le
apetecía en absoluto conocer la casa de Toño, asistir a la reunión para oírles
hablar de fútbol, ni ver a Alfonso. Pero por encima de todo ello, estaban las
ganas de volver a ver a Richard. Se enfadó consigo misma por excitarse
nuevamente pensando en su mejor amigo, pero no pudo evitar aceptar la
invitación sin querer darle muchas más vueltas.
El piso de soltero
de Toño estaba patas arriba. La sensación inicial de Sara fue bastante
desagradable: el suelo pegajoso, muebles con polvo acumulado, desorden
generalizado, ropa tirada por varios sitios de la casa o restos de comida en el
comedor y la cocina. Pero la mayor sorpresa fue no encontrar a nadie en el
piso.
—¿Y los demás? —preguntó,
extrañada.
—Estarán viniendo.
Dame eso —el anfitrión se ofreció a guardar el bolso de Sara en una de las
habitaciones—. Mi primo está dentro.
En cuanto Toño soltó
esas palabras, Alfonso apareció por el pasillo. Iba sin camiseta, mostrando
toda su musculatura, únicamente ataviado con un pantalón corto de deporte. Sara
se fijó a conciencia en el veinteañero, deleitándose con su tremendo atractivo.
No pudo evitar sentirse atraída por la agradable visión del joven cuerpo
masculino. Supuso que su reciente calentón con Richard influía en la forma en
la que se estaba devorando con la mirada a Alfonso.
—Me alegro de volver
a verte —saludó el chico, aparentando una falsa timidez.
—Espero poder decir
lo mismo —contestó ella, con mayor dureza de la que hubiera querido demostrar.
—Mi primo quería
pedirte perdón por lo de la otra noche —intervino Toño al regresar al salón.
—¿Qué pasa, que él
no tiene boca para hablar? —le recriminó.
—Que sí, que lo
siento —dijo Alfonso al fin.
—Yo… te… perdono —bromeó
la mujer de Iago, extendiendo la mano primero sobre uno de los hombros del
joven y luego sobre el otro, interpretando un gesto de solemnidad.
Palpando la fuerte
musculatura del veinteañero, Sara, instintivamente, aprovechó para manosear con
disimulo el deltoides masculino, que poseía una envidiable dureza. Le gustó el
tacto, pero en seguida retiró la mano, ligeramente arrepentida.
—Qué raro que aún no
hayan llegado, ¿no? —desvió la atención.
—No sé —contestó el
dueño del piso—. Dale un toque a tu marido, a ver por dónde andan.
Sara le pidió que le
trajera el bolso, donde guardaba el teléfono móvil. Cuando Toño se lo acercó,
se extrañó al no encontrar el Smartphone.
—¿Ocurre algo? —se
preocupó Alfonso.
—No está el móvil.
—¡No jodas! —exclamó
el anfitrión—. ¿No te lo habrás dejado en casa?
—No sé… —se preocupó
ella, preguntándose si se lo habrían robado en el bar donde había estado con
Richard.
—¿Quieres que te
llame para ver si lo escuchamos? —se ofreció Alfonso.
Sara estaba casi
segura de que no se lo había dejado en casa y no creía haberlo sacado del bolso
como para poder habérselo olvidado en algún sitio. Tampoco era consciente de
cuándo se lo podían haber quitado. La idea de Alfonso de llamarla no era mala,
pero no le apetecía en absoluto darle su número de móvil, así que, para
evitarlo, evidenció indiferencia ante lo ocurrido.
—Es igual, no te
preocupes. Seguro que me lo he dejado en casa —se esforzó en quitarle hierro al
asunto.
—Déjame que le pegue
un toque a Jordi, entonces —propuso el primo de Toño.
En casa de Iago, la
reunión del equipo se vio interrumpida por la melodía del teléfono móvil que
comenzó a sonar.
—Un segundo —se
disculpó el veterano del equipo ante el resto de asistentes—. ¿Sí? —contestó a
la llamada.
—Tío, ¿dónde estáis?
—comenzó Alfonso.
—¿Cómo que dónde
estamos? ¿Dónde estáis vosotros?
—Yo ya estoy en casa
de Toño.
—¿Qué coño dices?
—Y Sara está aquí
con nosotros esperando a su marido.
—¡¿Qué?! —se
sorprendió al comprender lo que realmente estaba sucediendo—. Disculpad un
momento —se excusó ante Iago y Richard para alejarse de ellos y hablar con más
tranquilidad.
—Así que aún
tardaréis un poco… —continuó Alfonso.
—Tío, ¿qué hostias
estás haciendo? La apuesta ya la has perdido.
—Pero os esperamos,
¿no?
—Alfonso, no hagas
el gilipollas, que es la mujer de un amigo.
—Perfecto. Pues nos
vemos en un rato. —Y colgó.
Jordi, alterado,
volvió junto a sus compañeros y les anunció que los dos primos finalmente no acudirían.
Iago y Richard no los echaron de menos precisamente.
—Están los tres
juntos —Alfonso se dirigió a Sara—, pero al parecer aún tardarán un poco. Se
han encontrado con no sé quién.
—¡Qué
impresentables! —soltó Toño de forma jocosa.
Sara dudó si
marcharse. Pero el más pequeño de los primos la convenció diciéndole que su
marido ya sabía que estaba en el piso y esperaba encontrarla cuando llegara.
Una vez tomada la decisión de quedarse, se dispuso a intentar pasar el mal rato
lo mejor posible y, apartando una camisa arrugada que había sobre el sofá, tomó
asiento junto a Alfonso, aceptando la cerveza que le ofreció el anfitrión.
—Bueno, Sara, tú ya
sabes lo que pensamos de ti —Toño sonrió con malicia—, pero nos gustaría saber
lo que tú piensas de nosotros.
—Mejor no quieras
saberlo —bromeó, un poco más relajada.
—Venga —intervino
Alfonso—, para que veas que no es tan difícil… vamos a decirte algo que no nos
guste de ti —le propuso a la mujer.
—Uhm… casi prefiero
escuchar lo que sí os gusta —coqueteó sin intención, provocando las risas de
los dos primos.
—Vale, empiezo yo —dijo
Toño—. Lo que me gusta… que estás muy buena. —Sara sonrió, sabiendo de antemano
por dónde iban a ir los tiros—. Y lo que no me gusta… que estás casada.
—Bah, demasiado
previsible —se quejó la mujer—. Ahora tú —se dirigió a Alfonso—, a ver si me
sorprendes.
—Lo que me gusta… —el
joven la miró a los ojos con intensidad, llamando la atención de la
treintañera, que estaba expectante por lo que tuviera que decir— los labios, cuando
te tiemblan porque alguien te ha hecho sonreír.
Sara quedó
gratamente sorprendida, no pudiendo evitar una sincera sonrisa, que se alargó
al comprobar cómo Alfonso se fijaba en su boca. Le gustó el piropo.
—Bien. ¿Y lo que no
te gusta? —preguntó, no queriendo darle mayor importancia a la anterior
adulación.
—Que tengas más de
treinta tacos.
—¡Eres un capullo! —se
quejó, sorprendida al descubrir que pudiera afectarle tanto lo que el
veinteañero pudiera pensar—. Con lo bien que habías quedado, ya la has cagado.
—Te toca —instó Toño
a la mujer.
—Pues tú estás un
poco loco, para bien y para mal.
—¿Y mi primo? —preguntó
el anfitrión.
—Lo que no me gusta
ya lo sabe —le guiñó un ojo al aludido, sin guardarle rencor—. Y lo que me
gusta… —Sara volvió a fijarse en el fuerte y joven torso— hay que reconocer que
estás bastante bueno. —Y, tras unos segundos de silencio, añadió—: A pesar de
ser un niñato.
Alfonso, con el
orgullo hinchado, miró directamente a los ojos de la mujer de Iago, cruzándose
con su mirada. Reconoció el típico brillo que había observado en tantas otras
mujeres antes de follárselas. Pensó que Sara estaba receptiva y concluyó que
todo el paripé que habían montado había valido la pena.
La rubia se quedó observando
al chico al que acababa de piropear y lo vio aún más guapo que en otras
ocasiones. Era más que consciente de las intenciones de Alfonso y, aunque tenía
clara la imposibilidad de que lograra su objetivo, le gustó sentirse deseada
por el varonil muchacho. Esa idea, unida a las ganas de volver a ver a Richard,
le provocaban los cada vez más asiduos sentimientos de culpabilidad al pensar
en su marido.
Tras unos segundos,
Toño fue el que rompió el juego de miradas entre Sara y Alfonso, proponiendo
que cada uno dijera lo que menos le gustaba de sí mismo.
—Empiezo yo —convino
el mayor de los primos—. No me gusta ser tan guapo —bromeó, provocando los
abucheos de los otros dos—. En serio, tener tanta tía alrededor acosándome es
un sin vivir.
—Va, ahora yo —soltó
Sara, empezando a sentirse bastante cómoda—. No me gusta ser tan sentimental. —Pensó
en Richard una vez más y en cómo los sentimientos hacia ella de su mejor amigo
la habían afectado tanto.
—Eso no es algo
precisamente malo —terció Alfonso, acariciando el brazo de la mujer,
mostrándose comprensivo.
—¿No? No sé —sonrió,
observando la mano masculina que aún seguía en contacto con su piel—. Gracias.
¿Y tú? —se dirigió al dueño de las caricias.
—Tengo un pequeño
complejo.
—¡Ostras, es verdad!
¡Que tenías un complejo!
—¿Cómo lo sabes? —se
hizo el ofendido.
—¡Huy, perdón! No
sabía que era un secreto —se dirigió a Toño.
Alfonso simuló
enfadarse con su primo mayor, hasta que Sara los interrumpió para preguntar:
—¿Y qué complejo
tienes? Si se puede saber… —mostró un interés sincero.
—No te lo puedo
decir…
—¡Venga! —se quejó
ella.
—¡Que lo cuente, que
lo cuente! —gritó Toño, provocando que la mujer se uniera a la petición.
—Está bien…
Sara estaba expectante.
Hacía tan solo unas horas no le hubiera importado en absoluto nada que tuviera
que ver con Alfonso y, en esos momentos, se moría de ganas por saber cuál era
el complejo que podía tener un atractivo veinteañero con ese cuerpazo y el
resto de virtudes que le había demostrado durante la noche de la cena de final
de temporada.
—… tengo un pene
bastante pequeño —concluyó.
La mujer de Iago no
pudo evitar reír a carcajadas. Aunque le supo mal, no se esperaba en absoluto
que ese pudiera ser el complejo de Alfonso y la sorpresa la hizo reaccionar de
ese modo, sintiendo cierta lástima del cabizbajo veinteañero.
—No lo dices en
serio… —reaccionó al fin, aún sonriendo.
—Si te dije que no
triunfaba con las tías, tenía que haber algún motivo —intervino Toño—. Suelen
reírse cuando le ven el micro pene.
—¡Venga ya! —Sara no
podía dejar de reír.
—¡Pero si tú lo
estás haciendo y ni siquiera me lo has visto! —se quejó el aludido.
—Vale, tienes razón,
perdona —intentó controlar la risa, sin poder conseguirlo del todo.
—¡Enséñasela! —propuso
Toño—. A ver si se sigue riendo.
—¿¡Qué dices, tío!? —se
quejó Alfonso—. ¿Quieres que me siga humillando?
—No, no, oye, lo
siento —Sara se mordió el labio, esforzándose por no reírse.
—¿No te descojonarás
si te la enseño? —intentó mostrar preocupación.
—Claro que no —afirmó
sin poder dejar de sonreír, incapaz de ver la trampa en la que estaba cayendo.
Alfonso no alargó
más el momento. Se agarró el pantalón de deporte por la cintura y, alzando
ligeramente el pompis, tiró hacia abajo, deslizando la tela a través de las
piernas. Se inclinó hacia delante, ocultando sus vergüenzas, para sacarse la
enrollada prenda a través de las extremidades.
Sara se estaba secando
las lágrimas de los vidriosos ojos debido a la risa cuando el chico se enderezó.
Esperando ver un pene diminuto, no estaba preparada para observar lo que
apareció ante sus ojos. La sonrisa se le borró inmediatamente. El grosor y,
sobre todo, la longitud de la extraordinaria verga la dejaron impresionada.
—¡Qué idiota! —se
quejó, golpeando a Alfonso en el brazo, al sentirse completamente engañada.
La mujer de Iago, absorta
observando el pollón del veinteañero, tardó unos segundos en reaccionar,
forzándose a retirar la mirada. Sin embargo, de forma disimulada, no podía
evitar echar un vistazo de vez en cuando.
Sara empezaba a
sentirse tremendamente incómoda y no precisamente por considerar desagradable
lo que estaba viendo. Había empezado el día deseosa de ver a su enamorado
amigo. Tras pasar la tarde con él, había comenzado a sentir la excitación que
los encomiables sentimientos de Richard le provocaban. Sin dejar de pensar en
su mejor amigo, al que había esperado ver en breve hasta ese momento, se había
deleitado observando el cuerpazo de Alfonso, lo que no le había permitido disminuir
su libido. Pero el descubrimiento de los magníficos atributos que ahora se
exhibían ante ella había provocado que, por primera vez, comenzara a dejar de
pensar en Richard.
—¿Qué te parece mi
complejo? —preguntó el orgulloso dueño de aquello, levantándose del sofá para
ponerse de pie.
La enorme verga
quedó colgando entre las piernas masculinas, ligeramente abiertas. Sara, aún
sentada en el sofá, volvió a desviar la mirada hacia el miembro que quedó a la
altura de su rostro. Aunque estaba flácido, la mujer calculó que debía ser casi
el doble de grande que el de Iago y mucho más grueso. La abundante piel del
prepucio ocultaba el glande y, tras el tronco, le colgaban los testículos,
descansando en unas grandes y relajadas bolsas escrotales.
—¿No pensarás
quedarte así? —se quejó ella.
—¿Te molesta? —preguntó
con suficiencia.
—¿También vas a
estar desnudo cuando lleguen tus compañeros de equipo? —ironizó.
—Estamos
acostumbrados a vernos en los vestuarios —bromeó Toño, caricaturizando la
situación.
—Eso es cierto —corroboró
su primo.
—Es verdad… —Sara
sonrió con malicia al venirle una alocada idea a la cabeza—. Tengo curiosidad
por saber el tamaño de la de Richard —solicitó, transformando la sonrisa en una
mueca más lasciva.
Los dos primos
comenzaron a reír a carcajadas y la treintañera aprovechó para observar cómo la
gruesa verga de Alfonso se bamboleaba al ritmo de sus risotadas.
—¡Ese sí que tiene
un picha ridícula! —Toño siguió riendo.
—¡Venga ya! —se
quejó ella, sin poder evitar sentirse ligeramente decepcionada con su amigo.
—En serio —confirmó
Alfonso.
—¿De verdad? —Volvió
a fijarse en el pollón que tenía en frente y sintió cómo las ganas de volver a
ver a Richard disminuían al mismo tiempo que aumentaban las ganas de que aún
tardaran un poco más en llegar los que faltaban—. Oye, ¿y Jordi? —preguntó por
curiosidad, ya totalmente desinhibida.
—¡Otro mini pito! —afirmó
Alfonso.
—¡Sí, claro, qué
casualidad! —se quejó ella, intuyendo que tal vez no le estaban diciendo la
verdad—. Va a resultar que todos la tienen pequeña menos vosotros. Ahora me
dirás que tú también la tienes grande —se dirigió a Toño.
—Puedes comprobarlo
tú misma —soltó, llevándose las manos a la bragueta.
Antes de que Sara
pudiera reaccionar, el dueño de la casa se desabrochó los pantalones, metiendo
una mano en la abertura para sacarse la polla en estado morcillón.
—Vaya cabezota más
gorda… —resaltó la mujer, ya sin sorprenderse demasiado.
—Mi primo siempre ha
sido muy cabezón —bromeó Alfonso, provocando las exageradas risas del dueño del
piso.
Aunque la verga de
Toño no la había impresionado como la de su primo pequeño, sí lo había hecho el
grueso glande, que parecía casi irreal. Por lo demás, aunque no se la había
visto entera, tampoco parecía una mala polla. Definitivamente, se convenció de
que estaba bastante cachonda.
—¿El baño, por
favor? —preguntó Sara, queriendo salir de ahí cuanto antes.
—Al fondo del
pasillo, a la derecha —la guió el dueño del piso.
—¡No vayas a
tocarte, eh! —le advirtió el más joven—. No al menos sin nuestra presencia. —Los
primos volvieron a reír.
—Ni lo sueñes, chavalín
—se esforzó en parecer convincente.
Si el piso estaba
hecho un asco, el cuarto de baño aún era más desagradable. La taza del retrete
estaba llena de meados, el suelo cubierto de pelos y un par de toallas sucias
estaban tiradas en la bañera.
Sara, con bastante grima,
echó el pestillo y se dispuso a desnudarse. Al bajarse las bragas pudo
comprobar los hilillos blanquecinos que se quedaron adheridos entre la tela y
su lubricado coño. Buscó un poco de papel para limpiarse cuando se dio cuenta
de que el rollo estaba vacío. Maldijo no haberse percatado previamente. Antes de
avisar a los primos, prefirió probar fortuna buscando ella misma en el cuarto
de baño, pero lo único que encontró fue un bote sin etiqueta lleno de
pastillas, un par de cajas de preservativos y una cuchilla de afeitar casi
oxidada.
—¡Toño! —gritó.
—¿Qué quieres? —preguntó
Alfonso—. Mi primo ahora no puede atenderte.
—¿Me podrías
conseguir un poco de papel?
—¿Quieres liarte un
canuto ahora? —bromeó.
—¡Bah, no seas
idiota! —se quejó.
—Vale… un segundo…
Sara aprovechó la
espera para deslizarse un dedo por la entrepierna. Sintió la viscosidad de los
labios vaginales y cómo un chispazo de placer recorría su cuerpo. Gimió
levemente y se esforzó en no volver a tocarse.
—Ya está. Abre —le
instó Alfonso.
—Voy.
La mujer, con las
bragas medio bajadas, se apoyó contra la puerta, dejando caer todo el peso para
evitar que el veinteañero hiciera alguna tontería. Quitó el cierre y abrió,
dejando el espacio justo para que cupiera un rollo de papel higiénico.
—¿Me lo pasas?
—Cógelo tú misma.
La mujer de Iago no
pudo evitar sonreír al ver la enorme polla de Alfonso rodeada por el tubo del
papel higiénico.
—¿Y esto? —preguntó,
más divertida que otra cosa.
—Pues lo que me has
pedido —respondió él con doble intención.
Sara, procurando no
tocar a Alfonso, agarró el cilindro de papel con cuidado, tirando para intentar
sacar el tubo. Mas, la verga, aún a pesar de estar flácida, entraba ajustada en
el caño y el rollo no se movió ni un milímetro.
—¡Madre mía! ¿Te las
has incrustado o qué? —volvió a tirar.
—Tendrás que probar
de otro modo —sugirió el chico a través de la puerta.
Sara era
completamente consciente de lo que estaba ocurriendo. Si había decidido no
engañar a Iago con su mejor amigo, era imposible que lo hiciera con un
indeseable como Alfonso. Sin embargo, excitada como estaba, no pensaba dejar
escapar la oportunidad que el joven le brindaba. Aunque podría haber cogido solo
el papel que necesitaba sin mayor complicación, decidió recuperar todo el rollo,
aprovechando para tocar un poco de carne. Luego se limpiaría y esperaría a la
llegada de su marido. Pensó que ya no debían tardar mucho más.
Agarró nuevamente el
rollo con una mano y, con la otra, rodeó la polla de Alfonso. Aunque el tacto
era blando, le encantó la sensación de abarcar algo tan grueso. Cerró la mano
y, en una primera intentona, empujó el papel desplazándolo tan solo unos
milímetros.
—No tardes mucho o
reventaré el tubo —bromeó Alfonso, provocando las risas sinceras de Sara.
La mujer volvió a la
carga, pero esta vez cerrando la mano a la altura de la base de la verga. Se
deslizó a través de todo el tronco, acariciándolo, hasta que volvió a empujar
el rollo, sacándolo por fin definitivamente.
—Gracias —soltó
Sara, complacida.
—A ti —replicó el
primo de Toño, sin moverse ni un ápice.
—¿Piensas quedarte
asomando la patita? —bromeó la esposa de Iago.
—Si no te importa…
—No me fío… a ver si
vas a entrar sin mi permiso… —La mujer, sin pensar, golpeó con el dedo índice
el alargado falo, que parecía haber adquirido cierta altivez—. Anda, no seas
malo y vete —le rogó mientras observaba cómo se tambaleaba la grandilocuente verga.
—Está bien.
Sara observó el
pollón alejándose a través de la abertura de la puerta del baño y suspiró. Se
palpó el muslo derecho, notando las humedades de los flujos vaginales que se
habían deslizado desde su coño. Se limpió con el papel higiénico y, al frotarse
la entrepierna, estuvo a punto de provocarse un orgasmo.
—¡Puto niñato! —maldijo,
ya sin acordarse en ningún momento de su mejor amigo.
Mientras tanto, en
casa de Iago, los tres integrantes del equipo que habían asistido a la reunión
habían acordado que la temporada que acababa de concluir sería la última que
disputarían.
El marido de Sara,
consciente de que más tarde o más temprano sería padre y dedicaría la mayor
parte del tiempo al bebé y a la madre, pensó que lo mejor era no continuar. Por
su parte, Richard no se vio con ánimo de seguir si no lo hacía con el amigo con
el que siempre había compartido vestuario. Por último, Jordi, que era el único
dispuesto a continuar jugando, al verse solo, optó por seguir los pasos de sus
compañeros.
Tras la difícil
decisión tomada, los tres se habían servido unas cervezas y charlaban
amistosamente sobre la temporada, el fútbol en general y la familia.
—¿Pero aún estáis en
bolas? —se quejó Sara al salir del cuarto de baño y encontrarse con los dos familiares
completamente desnudos.
—Menuda sobada le
has pegado a mi primo —sonrió Toño.
La treintañera se
fijó en el dueño del piso. Era un hombre peculiar, tanto en el físico como en la
forma de ser. En circunstancias normales jamás se habría fijado en él, pero al
verlo desnudo no pudo evitar escudriñarlo a conciencia. Ahora sí pudo observar la
totalidad de su polla, que seguía a media asta. A pesar de la desaliñada
pelambrera del pubis, parecía algo más grande que la de Iago y, aunque era
gruesa, no lo parecía tanto al compararse con la de su primo.
—Oye, estos tardan
mucho, ¿no? —se preocupó Sara, ignorando lo que el anfitrión le había dicho.
—Es que hay algo que
no sabes, loca. —Toño se acercó a ella.
—¿El qué?
—Si me la sobas como
a este —señaló a su primo—, te lo digo.
—¿Tú te crees que yo
soy idiota? —sonrió ante lo que creía que era una ruin artimaña.
—¿Cuándo te he
mentido yo? —enfatizó de forma exagerada.
—¡Joder! Hace un
momento, con lo del complejo de tu primo.
—¡Ah! Es verdad —rio
a carcajadas.
—Pues nada, entonces
te quedarás sin saber por qué no han llegado aún —intervino Alfonso.
—¡No me jodáis! —empezó
a exasperarse.
Sara comenzó a
dudar. Lo cierto es que no era muy normal que tardaran tanto. Pensó en
marcharse, pero si les había pasado algo y los dos primos lo sabían, no quería
perder la oportunidad de enterarse. Disimuladamente echó un vistazo a la
entrepierna del más joven. Sin duda, seguía cachonda.
Desvió la mirada
hacia Toño. Sara nunca había sido infiel ni había tenido la necesidad de serlo,
pero la adrenalina generada, tan solo al pensar en la posibilidad de volver a
acariciar un pene que no fuera el de su marido, la convenció finalmente y, muy
a su pesar, con gusto, aceptó la propuesta del primo mayor, convencida de que sería
lo último que haría.
—Anda, ven aquí —le
indicó—. Pero solo un poco.
La mujer se
arrodilló, luchando contra la repugnancia que le supuso sentir las rodillas
adhiriéndose al pegajoso suelo. Hundió la mano en la pelambrera del pubis de
Toño, rodeando la base de la polla. A medida que subía por el tronco iba
aumentando la presión ejercida, hasta llegar al orondo glande, que, estrujándolo
con todas sus fuerzas, se hinchó aún más, llenándose de sangre y adquiriendo un
tono rojizo. A Sara le gustó el tacto del carnoso bálano.
El dueño de la casa
no tardó en empalmarse y la esposa de Iago pudo cerciorarse de que la verga que
estaba acariciando era ligeramente más grande que la de su marido.
—Bueno, ya está —dejó
de masturbarlo, no sin esfuerzo.
—¿Ya?
—No te quejes, que
te he tocado más que a tu primo.
—Pues tendrás que
compensar. Sóbasela a él también y te contamos lo que pasa.
—¡Tío, no se puede
confiar en ti! —le recriminó la mujer.
Alfonso se acercó a
Sara, lo suficiente como para dejar la verga a su alcance. La esposa de Iago
pensó que pajear a uno no podía ser peor que a otro. Lo había hecho con el
primo mayor y, puestos a elegir, prefería hacerlo con el más pequeño. Decidió
no quedarse con las ganas y, alargando el brazo, agarró el flácido falo,
sopesando su exagerado volumen. Presionó algo más y movió la mano, estirando la
piel, hasta retirar el prepucio, descubriendo un blanquecino glande.
—¿Cuánto te mide? —preguntó
en tono cariñoso.
—No sé… ¿Más de
veinte? —respondió con sinceridad, sin saber cuánto le medía realmente.
—Uhm… —Sara suspiró,
excitada.
Sin dejar de
masturbar a Alfonso, la mujer de Iago volvió a acariciar la verga de Toño,
pajeándolos a ambos. Mientras se la cascaba a los dos primos, comenzó a
reflexionar sobre la locura que estaba cometiendo. Se había auto engañado,
pensando que podía jugar un poco con ellos y parar cuando quisiera. Pero lo
cierto es que el calor uterino ya era incontrolable.
Ya casi no se
acordaba de su marido y, por supuesto, ningún otro hombre ocupaba sus
pensamientos más allá de las dos pollas que tenía entre manos. Tan solo le
afligía la idea de que apareciera el resto del equipo en cualquier momento.
—No van a venir,
¿verdad? —concluyó Sara.
—Claro que no —ratificó
Alfonso.
La mujer pensó que
la confirmación de sus conclusiones la atormentaría, por dejarse engañar, por
sentirse como una idiota y por tener que irse sin terminar de disfrutar de los
dos machos que la habían puesto como una moto. Sin embargo, extrañamente, saber
que no la interrumpirían le dio la tranquilidad suficiente como para desatarse
definitivamente, sin tener que luchar contra sus miedos, proporcionándole la
libertad para llevar a cabo lo que jamás pensó que acabaría sucediendo.
La esposa de Iago y
mejor amiga de Richard, alzó el inmenso pollón del joven Alfonso, que ya estaba
morcillón, acercándoselo a la boca. Sin dejar de subir y bajar la mano a lo
largo del tronco, le dio un primer lametón, degustando su intenso sabor. Giró
el rostro, acercándose a su primo, y se metió la verga de Toño hasta la
campanilla, sintiendo cómo la carne del abultado glande se adaptaba a las
formas de su faringe.
El alocado
guardameta acarició el rostro femenino, deslizando con suavidad el pulgar a lo
largo del moflete de Sara, que sonrió sin dejar de mamarle la verga. El hombre
movió la mano con lentitud, hasta alcanzar el cuero cabelludo. Agarró la
preciosa melena rubia y comenzó a mover la cadera muy ligeramente, golpeando
con la punta de la polla el fondo de la garganta femenina.
A Sara no le
entusiasmaba que la dominaran y no le gustó demasiado el gesto de Toño. El
hombre cada vez se movía más, empezando a perforarle la boca de forma
desagradable. La esposa de Iago tuvo que alzar una mano hasta el vientre
masculino para disuadirle un poco. A pesar de que el ímpetu del dueño de la
casa no disminuyó, Sara se distrajo al sentir la mano que se coló bajo su ropa.
Alfonso era
consciente de que la esposa de Iago debía estar a mil si había sucumbido a la
encerrona. Conocía bien a las mujeres y sabía que Sara necesitaba aliviar su
fuego interno. El veinteañero se agachó, introduciendo la mano, a la altura de
la cintura, bajo las prendas femeninas. Palpó el vientre plano, sin un ápice de
grasa, y se excitó con el placentero contacto.
Mientras oía el
incremento de los suspiros de la mujer, el menor de los primos desabrochó el
pantalón de Sara y coló la mano dentro. Se topó con la tela de las bragas y las
sorteó hincando los dedos en la piel, deslizándolos a través de un pubis cubierto
por una fina capa de cuidado vello. Al alcanzar la vagina, se pringó los dedos,
cerciorándose de lo que había supuesto. Acarició los resbaladizos labios
vaginales, provocando los continuos jadeos de Sara, que separó las piernas
instintivamente.
La esposa de Iago se
estaba deshaciendo. Por la boca le resbalaban las babas que la fricción con la
polla de Toño habían generado. Al mismo tiempo, el coño, expertamente tratado
por Alfonso, se le hacía agua. Con el enorme glande rasgándole el paladar, un dedo
penetrándola y otro presionando su clítoris, Sara explotó en una monumental
corrida.
—¡Uf! Hijos de puta…
—fue lo primero que dijo cuando se recompuso.
Más relajada tras el
orgasmo, Sara volvió a pensar en Iago y, de repente, se acordó de Richard. Un tremendo
malestar se apoderó de ella. Le dolía engañar a su marido y, más aún, que no
fuera su mejor amigo el que lo disfrutara. Se alzó, dispuesta a terminar con la
situación, pero al hacerlo, se fijó en Alfonso, sentado en el sofá,
masturbándose.
—¿Te ha gustado? —preguntó
con fanfarronería, sabedor de que había sido el culpable del orgasmo femenino—.
Anda, ¿por qué no me haces una mamada como dios manda?
Sara pensó que el chaval
no era más que un gilipollas, un engreído niñato que… que tenía un extraordinario
pollón. El vaivén del mástil cada vez que el dueño deslizaba la mano, subiendo
y bajando la piel de la verga, la hipnotizó. Miró un poco más allá,
deleitándose con las prominentes abdominales y el marcado pectoral. Un poco más
arriba, se topó con la adorable cara de pillo del veinteañero. Se olvidó de
Iago. Y Richard ni volvió a pasar por su cabeza.
La mujer se acercó
al chico, que abrió las piernas para que ella se arrodillara entre medio.
Alfonso soltó la verga, medio en erección, dejándola caer sobre su vientre.
Sara, con la palma completamente abierta, se la acarició. Se inclinó hacia
delante y sacó la lengua para lamerle los testículos, enganchándose con los
grandes pliegues del escroto. Mientras, rodeó la verga con la mano, comenzando
a masturbarlo. La presencia masculina que sintió a su espalda, no la descentró.
Toño se había
acercado a Sara, comenzando a sobarla. El anfitrión, deshaciéndose de la parte
superior de la ropa femenina, rodeó el cuerpo de la mujer, alcanzando sus
firmes pechos. El siempre agradable tacto de las tetas le sobrexcitó.
El mayor de los
primos bajó las copas del sostén, no queriendo aventurarse a desabrocharlo. Con
los senos liberados, primero los palpó con la palma de la mano, como
sopesándolos. Después se deslizó por ellos, amasándolos, intentando abarcarlos
completamente, pero fue incapaz debido a su buen volumen. Por último, se
concentró en los duros pezones, con pequeños roces iniciales, para continuar
magreándolos y, finalmente, dedicarles dolorosos pellizcos, provocando las
quejas femeninas.
El pollón de Alfonso
ya estaba completamente duro y su tamaño era impresionante. Sara apenas podía
introducírselo en la boca, así que se limitaba a chuparle la punta y lamerle el
tronco sin dejar de masturbarlo.
Los pantalones de la
mujer de Iago seguían desabrochados, así que Toño no tuvo muchos problemas para
deslizar la prenda hacia abajo, pudiendo sobar el perfecto culo femenino. A
pesar de la edad, las nalgas de Sara estaban recias y en su sitio. El hombre
asió los costados de las bragas y tiró de ellas hacia abajo. La tela, pegada al
empapado coño, se resistió a abandonar a su dueña.
—¡Loca, estás tan
cachonda que te vamos a follar aunque no quieras! —gritó, entusiasmado.
Sara giró el rostro,
molesta, pero consciente de que el compañero del equipo de fútbol de su marido
tenía razón. Por mucho que lo quisiera evitar, ya le era imposible resistirse a
la tentación de que aquellos dos indeseables primos le regalaran una buena
follada.
—Vamos, Sarita, no
te enfades —Alfonso se incorporó ligeramente, acariciando el rostro femenino
mientras aprovechaba para sobar los senos que se bamboleaban ante él.
La mujer no dijo
nada, solo contestó abriendo ligeramente las piernas, invitando a Toño a
acceder a su sexo. Con el semblante serio, volvió a girarse para seguir con la
mamada al menor de los primos.
Toño deslizó un dedo
entre las nalgas, acariciando levemente el ano femenino, haciendo que la mujer
diera un respingo. El hombre siguió su excursión, alcanzando el punto en el que
las mojadas bragas se habían quedado adheridas al coño. Separó la tela,
pringándose los dedos, y encaró la polla al sexo de Sara.
La treintañera
sintió el calor que se aproximaba a su entrepierna. En absoluto se esperaba que
Toño fuera a penetrarla sin permiso, pero cuando quiso reaccionar ya fue
demasiado tarde. Sintió el poderoso glande abriéndose paso por los pliegues de
su vagina y, de repente, un empujón, colándose toda la polla en su interior.
Antes de que pudiera protestar, un nuevo impulso. Sara sintió los descuidados
pelos del pubis masculino arañándole las nalgas.
Los envites de Toño
eran cada vez más exagerados, impidiendo que la pareja de Iago pudiera
continuar practicando sexo oral a Alfonso. El dueño del piso agarró nuevamente
la cabellera femenina, tirando de ella. La oyó gritar y eso le dio aún más
brío. La cadera del hombre chocaba con frenesí contra el culo de Sara.
La mujer no se podía
creer que se estuviera calentando con el trato vejatorio de Toño. Encorvada
hacia atrás, intentando evitar el dolor en la cabeza debido al tirón de pelo,
empezó a sentir el placer que las violentas penetraciones le estaban
provocando. Sin poder evitarlo, el coño empezó a lubricar, salpicando flujos
debido a los enardecidos movimientos. Aumentando los decibelios de los gritos,
Sara acabó corriéndose mientras era salvajemente penetrada.
—¡Menuda zorra, joder!
—gritó eufórico Toño, dejando caer al suelo a la desfallecida esposa de su
compañero de equipo.
Sara, prácticamente
desnuda como estaba, se sintió casi tan sucia como el mugriento suelo en el que
se encontraba. Dañada, tanto física como moralmente, se alzó, con las piernas
temblorosas.
—Si te ha gustado lo
de mi primo, aún no sabes lo que te espera —sonrió Alfonso.
—Pero más suave, por
favor —imploró, temerosa.
—Conmigo verás las
estrellas al ritmo que tú quieras, preciosa.
El veinteañero se
acercó a la mujer para besarla. Sara disfrutó de los gruesos labios masculinos
y la juguetona lengua que se movía con destreza. El morreo aumentó la libido
que el reciente orgasmo le había rebajado. Pero fueron los magreos a la joven y
fuerte musculatura los que la encendieron nuevamente. El roce del pollón por encima
de la cadera fue lo que la incitó definitivamente a empujar a Alfonso hacia el
sofá.
El muchacho quedó
sentado, con el miembro apuntando al techo, desafiándola. Sara se puso a
horcajadas sobre él, sintiendo cómo la punta de la inhiesta verga le rozaba los
pegajosos labios vaginales.
El primo de Toño se
agarró el falo con una mano y, con la otra, magreó el trasero femenino. El
joven movió su mástil, restregando la punta a lo largo del coño, que, acuoso,
empezaba a gotear nuevamente. Sara intentó bajar el cuerpo, pero Alfonso se lo
impidió, jugando con su desesperación.
—Por favor… —suplicó
ella.
—Tienes que desearme
más —sonrió con altanería.
—Te deseo mucho… —sollozó.
—Demuéstramelo.
Sara lo besó con una
pasión desmedida, saboreándole la lengua y mordiéndole el carnoso labio
inferior. Él rio y ella se inclinó hacia atrás, deslizando una mano por el
grandioso tronco de la juvenil verga, hasta alcanzar los testículos. Se los
acarició con ternura, recibiendo el vehemente morreo del joven futbolista.
Alfonso volvió a
agarrarse la polla y le dio un par de golpecitos a la rubia en el coño,
provocando los gemidos de Sara y el chapoteo debido a los fluidos vaginales que
salieron disparados con el gesto. El chico agarró a la hermosa mujer por la
cintura y, ahora sí, la forzó a bajar, entrando en contacto con el durísimo falo.
La esposa de Iago no
dejó de gemir a medida que, con parsimonia, centímetros y centímetros de rabo
se introducían en su interior. Jamás había estado con un hombre tan bien dotado
y, antes de descansar sobre los huevos de Alfonso, sintió que el miembro viril
la llenaba por completo.
—Puto cabrón… —se
ahogó en sus propias palabras, sintiendo cómo el veinteañero comenzaba a
moverse.
Alfonso ya había
hecho los cálculos necesarios así que, sabiendo dónde estaba el límite de Sara
para no lastimarla, comenzó a sacar y meter el pollón de su interior. Primero
poco a poco, facilitando que la dilatación femenina se adaptara a sus
exageradas medidas, para después, aumentando el ritmo, acabar regalándole el
tercer orgasmo y el mejor polvo que recordaría en mucho tiempo.
Exhausta, con la
incandescente polla del veinteañero aún en su interior, Sara sintió cómo trasteaban
con su culo. Era Toño. Cansada, le dejó hacer, hasta que notó cómo comenzaba a
hurgar entre sus nalgas.
—Con eso no se juega
—resopló.
—¿Por qué? —preguntó
el aludido, llevándose la mano a la nariz—. Huele a mierda. ¿Por eso no
quieres? —rio, divertido.
—Entre otras cosas…
—¡Calla ya! Si lo
estás deseando.
Toño metió de golpe un
dedo en el orificio anal, provocando los quejosos alaridos de Sara. El hombre
se fijó en cómo un hilillo de excrementos comenzó a brotar. La mujer quiso
reaccionar, pero Alfonso la sujetó y ya no se pudo zafar.
—Relájate y no te
dolerá —le susurró el primo menor.
—No… —suplicó ella,
sin conseguir darles pena.
El anfitrión, con un
paño sucio que estaba encima de la mesa, limpió los primeros restos de caca.
Siguió hurgando en el esfínter de Sara, que, poco a poco, se iba relajando,
permitiendo la progresiva dilatación anal. Toño hizo un primer intento, pero el
abultado glande era demasiado para el inexperto culo, provocando los exagerados
alaridos femeninos.
—¡Chis! Tranquila… —le
iba murmurando Alfonso al oído, intentando calmarla.
Tras unos largos
minutos trabajándose el ano, Toño por fin fue capaz de encular a Sara, que no
pudo evitar el grito inicial, pero finalmente consiguió soportarlo. El glande
del hombre era excesivamente gordo como para que la rubia no sintiera como si
la desgarraran, experimentando una sensación nueva para ella.
Doblemente penetrada
por los dos primos, no estaba segura de si lo estaba disfrutando, pero tampoco
podía decir que fuera desagradable. De hecho, el placer llegó poco a poco, in crescendo, hasta alcanzar cuotas casi
desorbitadas. Oyendo las respiraciones entrecortadas de los dos machos y
escuchando sus propios jadeos, Sara alcanzó un nuevo orgasmo.
El primero en
abandonar la postura fue Alfonso, para no mancharse cuando Toño se separara de
la mujer. Al hacerlo, un reguero de heces se deslizó por el enormemente
dilatado ano.
—¡Se te cae la
mierda! —bromeó el anfitrión, riéndose a carcajadas, aunque a la aludida no le
hizo ninguna gracia.
Pero menos le gustó
que volviera a agarrarle de la melena, obligándola a arrodillarse nuevamente en
el asqueroso suelo. Sin liberarla, Toño comenzó a masturbarse la sucia polla delante
de ella, apuntando hacia su rostro. Sara, molesta con la actitud del portero,
frunció el ceño, hasta que recibió el inesperado manotazo.
—¡Abre la puta boca!
Y sonríe un poco…
El guantazo no fue
ni mucho menos fuerte, tan solo un pequeño golpe en el pómulo, suficiente para
enfadarla sin llegar a asustarla.
—¡Que te jodan! —se
quejó la treintañera, antes de escupir sobre el enorme glande.
—Eso es, zorrita… —Y
le dio otra bofetada.
Sara, queriendo
evitar un nuevo sopapo, hizo caso al hombre, sonriendo antes de abrir la boca
con un gesto lascivo, provocando los sonoros gemidos de Toño, al que pareció
gustarle la mueca de la mujer.
—¡¡¡Loca!!! —gritó
justo antes de empezar a eyacular.
Los primeros chorros
de esperma cayeron sobre el precioso rostro femenino. El grumoso semen le
manchó la frente y una de las mejillas. El resto se quedó adherido a la punta
de la polla. La mujer de Iago expulsó la poca leche que se le había colado en
la boca, dejándola resbalar por su barbilla.
Alfonso, sin dejar
de acariciarse el pollón, se acercó Sara que, a pesar de tener el rostro
manchado con la lefa de su primo, se la chupó una vez más al veinteañero,
sustituyéndole en la masturbación. El joven parecía controlar con suma
facilidad el orgasmo, así que la treintañera se esforzó en satisfacerlo. Abrió
la boca todo lo que pudo, intentando meterse la mayor cantidad de verga
mientras se trabajaba el glande con la lengua, le pajeaba con una mano y con la
otra le acariciaba los colgantes testículos.
La mujer sintió la
convulsión del pollón, pero no estuvo a tiempo de desincrustarse el enorme falo
de la boca y el primer lechazo fue a parar directamente a la garganta de Sara,
que no se atragantó gracias a su experimentado buen hacer.
La corrida del
semental se fue acumulando en la boca femenina, que comenzaba a llenarse.
Cuando el semen comenzó a rebosar, la mujer se separó de la verga
definitivamente y los siguientes chorros, aún enérgicos, apuntaron
descontrolados hacia el cuerpo femenino. El cuello, uno de los senos, el
vientre y ambos muslos fueron las zonas de la anatomía de Sara que se mancharon
con la abundante lefa de Alfonso. La esposa de Iago tragó, engulléndose la
mayoría del semen que le colmaba la cavidad bucal.
—¡Joder, macho! —quedó
fascinada por la cantidad de esperma que el chico había soltado.
Sara, aún
maravillada, besó y lamió el semirrígido cipote del Alfonso mientras le
acariciaba los huevos a Toño.
Tan solo media hora
después, los dos primos se encontraban solos en el piso.
—Toma —el dueño de
la casa le lanzó el móvil de Sara al veinteañero.
—Es un BQ —confirmó—.
¿Crees que se lo podremos vender a alguien?
—Algo nos darán.
—Oye… —Alfonso,
agradecido, remarcó la pausa, buscando las palabras adecuadas, para finalmente
añadir—: Gracias.
—¡Ha sido la hostia!
—sonrió el mayor de los primos.
Sara se sintió
culpable nada más salir del piso, justo tras oír la puerta cerrándose a su
espalda, abrigando una terrible sensación de vacío. Incómoda, de camino a casa
con el esfínter dolorido, se sentía sucia tras haberse lavado mínimamente
debido a la repulsión que le provocaba el cuarto de baño de la casa de Toño.
Tampoco ayudaba ir sin bragas, pues no había sido capaz de encontrarlas entre
todo el desorden que abundaba en el piso del portero.
Pero lo que más le
dolía eran los remordimientos al pensar en los cuernos que le había puesto a
Iago y, sobre todo, al recordar la promesa que le había hecho a Richard de que
si alguna vez era infiel sería con él. Una primera lágrima brotó de la pupila
de Sara, deslizándose por su mejilla.
Cuando llegó a casa
ya era tarde y, por suerte para ella, Richard y Jordi ya se habían marchado.
Iago estaba en la cocina, preparando la cena, lo que Sara aprovechó para
deslizarse rápidamente hasta el cuarto de baño de la habitación de matrimonio
para asearse como es debido.
—¿Ya estás en casa,
cielo? —preguntó el hombre al escuchar el ruido de la puerta.
—Sí. ¿Cómo ha ido? —se
interesó desde la distancia, intentando aparentar normalidad.
—Bien, aunque Toño y
Alfonso no se han presentado.
Sara creyó morir.
Tragó saliva, saboreando un regusto amargo a esperma, y, con la voz
entrecortada, contestó a su cornudo marido.
—Pues mejor, ¿no?
—¡Claro que sí! Oye,
¿y tú qué tal?
—Mal —confesó
mientras se desnudaba.
—¿Y eso?
—Me han robado.
—¡No jodas!
—El móvil y dinero.
—¿Y cómo ha sido?
—Pues ni idea. Estoy
agotada y necesito relajarme —se excusó—. Me doy una ducha y ahora te cuento.
—Vale. —Y antes de
oír el agua cayendo desde el grifo de la ducha, Iago añadió—: Por cierto, ya
hemos disuelto el equipo. Ahora podré centrarme totalmente en ti y el bebé.
La esposa de Iago no
pudo contener las lágrimas nuevamente. Mordiéndose el labio, procurando que no
se escuchara el llanto, pensó en la locura que había cometido, preocupándose
por las posibles consecuencias de haberse acostado con los dos primos sin usar
preservativo justo cuando estaba buscando el embarazo. Recordó los condones que
había visto en el cuarto de baño de la casa de Toño y se vino abajo.
La mujer abrió el
grifo de la ducha y dejó que el agua caliente se deslizara por su cuerpo desnudo.
Sara jamás se había frotado tan a conciencia cómo ese día, queriendo borrar
toda huella de una infidelidad que la acompañaría de por vida.
Al día siguiente, Alfonso,
deseoso de ver a Jordi, no tardó en quedar con él.
—Aquí tienes la
pasta —le pagó la apuesta con el dinero que le habían robado a Sara, forzando
un semblante serio.
Jordi tuvo una
sensación de alivio al imaginarse que finalmente el primo de Toño no había
conseguido liarse con la mujer de Iago.
—Y aquí las bragas
de Sara —continuó Alfonso, lanzándole la prenda que la dueña se había dejado en
la casa de su primo.
—¡No me jodas! —Jordi
alucinó, provocando las carcajadas del veinteañero—. ¿Son de ella?
—¿Tú qué crees? —sonrió
con chulería.
—¡Eres un suertudo,
hijo de puta! —le recriminó, no pudiendo ocultar su envidia—. Usarías condón,
¿no?
—¿Por? —preguntó,
despreocupado.
—¡Porque están
buscando un hijo, inconsciente!
—Me la pela. Alguien
tenía que hacer el trabajo por el impotente de Iago —rio nuevamente.
—Eres un
descerebrado.
—¡Que te jodan,
envidioso de mierda! —Y se marchó, dejando a Jordi con la palabra en la boca.
Sentada en la misma
terraza donde se despidieron por última vez, nerviosa, Sara esperaba a su mejor
amigo. Había vuelto a mentir a su marido para poder quedar con Richard, puesto
que sentía la necesidad imperiosa de volver a verlo a solas. Y cuando lo vio,
se le cayó la cara de vergüenza.
No hubo saludo
cariñoso, ni abrazo lascivo. Solo silencio. Richard lo captó en seguida. Se
sentó junto a su amada y aguardó a que estuviera preparada.
—Tengo que contarte
algo… —comenzó.
2 comentarios:
Perteneciente al Escuadrón De Comentaristas Voluntarios (por doctorbp, el junior del Escuadrón)
Es de admirar el esfuerzo del autor por traernos una historia llena de conflictos en la que una mujer casada acaba acostándose con quien menos se podía imaginar en un principio.
Sin embargo, en el momento culmen, creo que falla. Y es una lástima porque hasta entonces todo iba realmente bien.
Lo que quiero decir es que se me hace raro que Sara acepte con tanta facilidad hacer las pajas a los dos primos. Me imagino que lo más normal habría sido que, al salir del baño y verlos desnudos, saliera corriendo. Entiendo que el motivo por el que no lo hace es la excitación, pero me habría gustado un poco más de tira y afloja :)
Por lo demás, quitando ese pequeño aspecto, el relato me ha gustado.
Como anécdota, me ha chocado que un equipo de fútbol sala estuviera formado únicamente por 5 jugadores. ¿No hay suplentes? ¿Qué pasa si uno se lesiona? ¿Y cuando el portero no acudía?
En lo técnico, aunque me ha parecido ver algún error puntual, está realmente bien escrito. También hay un par de descuidos por falta de alguna última revisión.
Perteneciente al Escuadrón De Comentaristas Voluntarios.
Lo mejor: El principio presentado a los personajes como si fueran jugadores que se incorporaran al campo de juego, la descripción tan visual que hace de los cinco amigos en la ducha y el ritmo que es un no parar en los diálogos.
Lo peor: He visto los personajes muy arquetipos, los momentos escatológicos que son completamente superfluos (si se ha intentado dar un poco de humor con ello, no se ha conseguido pues me ha sonado muy inmaduro, al consabido “cacaculopedopis” de los críos) y el uso de sinónimos poco acertados para referirse a los personajes (veinteañeros, treintañera que se ha repetido mucho, familiares, alocado guardameta, etc,) para no repetir sus nombres.
Aunque no me ha disgustado del todo (la historia está muy bien llevada en su mayor tiempo), tampoco me ha gustado. Me ha dejado un sabor extraño su lectura. Lo del sexo anal y los excrementos es de muy mal gusto, entre otras cosas porque es muy poco habitual que pase eso que cuentas (de gramática no tendré muchas nociones, pero de eso te puedo asegurar que sé un poquito más). Luego a ella no me la termino de creer, no es infiel con alguien por quien se siente atractiva y lo es con dos niñatos que no la tratan adecuadamente.
Suelo destacar siempre un párrafo de los relatos que comento, de este lo único que se me ha quedado grabado es el momento del sexo anal, por los motivos que he expresado arriba. Así que no lo voy a destacar.
Creo saber quién es el autor, como creo que no se va a enfadar he sido un poco más duro que de costumbre. A veces se acierta y otras no. En este caso, sintiéndolo mucho, conmigo ha sido prueba no superada.
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