Marinos y caballeros.
Al velatorio de lord Cecil Vallender está acudiendo lo más selecto del
M-16, discretos, casi todos de paisano, enfundados en trajes de lana escocesa
que amortiguan el final del invierno londinense, algunos pocos de uniforme.
Junto a la caja abierta, donde el finado viste sus mejores galas de marino, se
encuentran lady Elizabeth y su hijo , el joven James de apenas 18 años, que
reciben cargados de dignidad y dolor el pésame de los concurrentes.
Los ojos de la viuda se alegran cuando ve entre la gente a un capitán
de fragata que la sonríe con tristeza en la distancia, mientras espera en la
cola para acercarse. Es el joven el que le abraza:
–Tío Graham, gracias por venir.
–Tenía que hacerlo y Gibraltar no está tan lejos. Y tú, Liz ¿ cómo
estás?
–Tranquila, era algo esperado. El accidente fue mortal, sólo su fuerza
vital le permitió sobrevivir una semana. Pasa si puedes por casa después del
entierro. Cecil, cuando vio que iba a morir, te envió una carta que te debe estar esperando en tu
domicilio.
El hombre se retira para dejar paso al siguiente de la fila.
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Graham Olivier abre una botella de güisqui, se sirve un vaso largo de
J.B, sonríe pensando en su tocayo* que es aficionado a la misma marca, carga la
pipa y sentado en el butacón de su departamento mira por la ventana los techos del Museo Británico. Abre el sobre
y empieza a leer.
Si estás leyendo esta carta es que yo he fallecido.
Yo vi venir los torpedos que hundieron el Katherine.
Estaba con mi esposa en cubierta y la doble estela mortífera se marcó en las
aguas hasta entonces tranquilas. Di un grito advirtiendo del peligro, porque yo
era uno de los dos que sabía lo que transportaba el barco: armas, municiones y
explosivos para nuestras tropas bajo la apariencia de cajas de medicinas. El otro era el capitán. No se quiso que
cayeran en manos de los japoneses, ahora pienso que fue una tontería, tenían
armas de sobra , pero en plena guerra nos pareció lo mejor . Yo entonces ya
trabajaba para el M-16 y además de acompañar ese cargamento, tenía la misión de
montar grupos de resistencia en las islas del Índico.
Siempre me he sentido culpable de que la tripulación
no supiera nuestra carga. Podrían haber hecho lo que hice yo, ponerme y
poner a mi mujer el chaleco salvavidas y
saltar al agua antes de la explosión. Eso nos salvó. Habíamos visto un islote
cerca mientras navegábamos y hacia allí nos dirigimos nadando mientras veíamos
como nuestro barco saltaba por los aires. No fue fácil pero al cabo de unas
tres horas logramos llegar extenuados. Nos abrazamos al sabernos a salvo, y
como en una explosión de vida, hicimos el amor sobre la arena, acabando
desnudos como Adán y Eva.
Pusimos nuestra ropa a secar y cogimos unos cocos,
tras romperlos pudimos beber y comer su pulpa. Recuperados comenzamos andar por
la costa, sin salir de la playa, mi esposa había perdido los zapatos, debíamos
investigar cómo era la isla donde estábamos. Al cabo de una hora y al doblar el
cabo que enmarcaba la bahía donde arrumbamos, vimos una cabaña. Nos abrazamos
felices. La isla estaba habitada. Y hacia allí nos dirigimos. No salía nadie
para recibirnos. Lo entendimos cuando entramos en la casa que tenía la puerta
abierta.
Dentro había tres cadáveres, se habían matado entre
ellos. Uno apuñalado y los otros dos por un disparo del revolver que se
encontraba junto a los huesos de la mano del que tenía un cuchillo entre las
costillas. Mi esposa me abrazó asustada, con una mezcla de repugnancia y miedo.
La saqué de allí, sentados en el banco del porche estudiamos nuestro entorno.
Estábamos en la desembocadura de un pequeño río, que surgía entre la selva que
nos rodeaba. Vimos los restos de una chalupa atados a una estaca empotrada en
un pequeño bloque de hormigón y un casetón pequeño que podía servir de almacén.
Lo abrimos, dentro había aparejos de pesca y velamen, queroseno, fósforos,
cajas con munición,aceite y varias botellas de lo que parecía un licor. Había un
mínimo para subsistir. Decidimos volver a la cabaña y entonces te vimos. Venías
como un zombie por la arena al otro lado del arroyo.
Graham bebe un trago, da una calada a la cachimba y recuerda cómo se
enamoró , porque fue eso: un caer en un abismo o subir a una nube cuando vio a
Liz, con la roja cabellera aire y su silueta recortada por la brisa marina. La
había mirado en el barco, le había parecido agradable, pero bajo el sol del
atardecer en aquel momento, sintió que
nunca había contemplado una belleza como aquella , quizás por ello corrió y les
abrazó al llegar junto a ellos, No le importó que fuera un superior ni que ella
estuviera casada. Estaba vivo y se acababa de enamorar.
Luego les contó lo que había pasado. La explosión del barco y él
saliendo por los aires, como el agua le despejó del atontamiento del golpe.
Había otros dos marinos vivos, el resto
ahogados, acompañando el hundimiento de la nave. Cuando el mayor le
preguntó por ellos, sólo dijo que habían muerto atacados por los tiburones. Fue
terrorífico , aparecieron y fueron a por ellos, debían sangrar por alguna
herida y ...él nadó alejándose con todas sus fuerzas, encontró una puerta y se
agarró a ella como salvavidas y empezó a avanzar hacia donde sabía había un
islote. Él también lo había visto mientras navegaban
Desde el primer día se creó un equipo. Aquella tarde
nosotros enterramos los cadáveres, limpiamos la casa, pescamos,trajimos agua en
un pequeño tonel de madera y mientras mi
esposa encendía el fuego y hacía la cena . Al día siguiente, tras investigar el
entorno, te envié a la cumbre del islote para tener más información. Sabía que
tardarías varias horas, preparé aparejos para poder pescar , cuando los tuve,
me puse a ello con éxito. Mi esposa investigó el par de baúles que había en la cabaña. Me dijo
que teníamos ropa limpia para cambiarnos pero que era diferente a la nuestra,
más sencilla. Se fue a dar un baño en el arroyo, y volvió con una camisola y un
pantalón . Cuando la imité, saber que no tenía nada bajo la ropa, me excitó e
hice el amor con ella. Los tres adoptamos ese vestuario y con tu información
que a lo lejos se veía algo que podía ser otra isla empezamos a darle vueltas
como podíamos salir de allí.
Teníamos hachas y velas, decidimos hacer una canoa con
el tronco del árbol más grande, a ello nos pusimos los hombres. Mi esposa ,
mientras, se dedicaba a pescar, base de nuestra alimentación, no se le daba
mal, nunca nos faltó comida y a recoger cocos que nos suministraban vitaminas
vegetales.
Enfrascado en
la construcción de la lancha, me quedé de piedra cuando Liz me hizo ver algo
que yo no sospechaba. Para mí la vida era tranquila, sin problemas. No me había
dado cuenta del odio que te consumía, me odiabas porque yo tenía a LA MUJER y
tú no. Lo entendí y pensé en eliminarte, corría el riesgo de tú me mataras a mí
para quedarte con LA HEMBRA.
Fue mi esposa la que me hizo recapacitar, un hombre
solo no podía hacer la barca, con lo que nunca saldríamos de allí, y además
existía la posibilidad que nos matáramos los dos, y añadió con una sonrisa:
Y que en el
camino , yo también me fuera para el otro barrio, como les pasó a los que
vivían antes aquí.
Sólo había una solución: que los dos la
compartiéramos. Liz y yo nos debíamos
sacrificar , todo pasaría cuando llegáramos donde hubiera gente. Si lo
lográbamos , sería un recuerdo, una pesadilla. Me di cuenta que tenía razón.
Al día siguiente, os dejé solos, subí a la cima de la
isla para estudiar cómo salir, donde ir y no querer ver lo que había aceptado.
Graham vuelve a llenar el vaso, da un trago largo y recuerda cómo
ocurrió todo.
Estaba cortando la madera del interior del tronco, para dar espacio
para los navegantes, cuando Liz, hermosa, riéndose le propuso darse un baño ,
primero en el mar y luego en el río para quitarse la sal. La miró asombrado,
del asombro pasó al deseo más salvaje cuando la mujer se desnudó y corrió hasta
meterse en el agua. Su miembro se levantó como un ariete que dispara su carga.
No tardó ni un segundo en imitarla y zambullirse a su lado. Ella le miraba
divertida la verga dura, él no podía
más. Necesitaba abrazarla, besarla, follarla. Pero se contenía, no sabía qué
hacer. Fue Liz la que se acercó, le abrazó, pegó su cuerpo al suyo y antes de
fundir los labios en un beso ardiente le dijo:
–Hazme tuya.
Y lo hizo. La levantó las nalgas, colocó su vientre contra su polla
erguida, La mujer se colgó del cuello, y deslizó hasta que entró la espada en
su funda.
Graham no recordaba nunca haberla metido en una vagina tan mojada, tan lubricada, que el penetrar de su polla
dentro de la mujer fuera tan suave, tan fácil, como hacerlo en el agua tranquila del mar. Fue
ella la que subía y bajada, deslizando su cuerpo contra el del hombre,
volviéndole loco hasta que no pudo aguantar más y la agarró muy fuerte para
descargarse en ella. Liz chilló al notar la explosión del macho.
Se quedaron abrazados, parados, satisfechos. Graham no paraba de
besarla, era un adorar a su diosa. El abrazo de pasión y amor duró mientras
estuvo dura la verga en la cueva femenina.
Salieron del mar, cogidos de la mano, fueron hacia el río, el agua
estaba más fría, pese a eso , Graham se dio cuenta que volvía a empalmarse. Liz
le agarró la polla, sin soltarla fue hacia la orilla, se arrodilló, le dejó
libre, apoyó las manos, se ofreció como una yegua al semental, y con voz ronca
le rogó:
–Otra vez.
Y otra vez la poseyó. Creía morir al oír sus gemidos, sus jadeos, su
lujuria descontrolada. Esta vez sí apreció los orgasmos de la mujer hasta de
volver a soltar su semen en ella.
Quedaron tumbados, sin hablar, agotados. Ella se levantó primero, entró
de nuevo en el río. Tomaba agua que se echaba sobre el cuerpo, metió la cabeza,
dejó que el cabello se le empapara y cuando la sacó, lo hizo ondear al viento.
Graham pensó que nunca vería algo tan hermoso en su vida, el pelo rojo
al aire, como una bandera, con gotas de agua saltando que se irisaban con los
rayos del sol, los ojos azules brillando, la sonrisa radiante de triunfo, los
pechos con las areolas rosas en las que los pezones parecían fresas, la
llamarada roja del vello en el pubis.
Y su amor se convirtió en adoración. Ella fue hacia él, le tumbó, le
acarició el miembro hasta que estuvo duro, después le cabalgó con un trote que
les llevó a una explosión de placer.
Subí a la montaña, no quería saber, aunque sabía lo
que ibais a hacer. Tenias razón, a lo lejos, en el filo del horizonte se veía
una isla mayor que el islote donde estábamos nosotros. Tarde en bajar, cuando
llegué, tú estabas preparando una madera para hacer el timón, mi esposa pescaba
buscando nuestra cena. Aquella noche, tú te alejaste, en la cabaña le quise
preguntar a mi esposa qué había pasado. No me dejó , me devoró a besos, y como
dominada por una lujuria salvaje hizo que la poseyera varias veces.
Al día siguiente me di cuenta que ella se había
quedado con el revolver, siempre lo tenía a mano, aun cuando fuera a pescar.
Vació dos bidones de aceite , los partió y puso
agua de mar en ellos. Nos dijo que intentaba tener sal para conservar el
pescado del viaje. Y empezó una nueva rutina. Nosotros avanzando con la barca y
ella preparando provisiones para el viaje.
Al llegar la noche sabíamos a quién le tocaba dormir y
hacer el amor con Liz, un día cada uno. Mi esposa me hacía olvidar con su
pasión y una desconocida lujuria que la compartía con otro.
Yo aceleraba los trabajos, quería salir de la isla.
Volver a ser lo que habíamos sido: un matrimonio normal. Por fin acabamos la
lancha, la probamos por la pequeña bahía. No era una joya marinera, pero sí lo
suficientemente buena para llegar a nuestro destino.
Y fue aquella noche a la luz de la hoguera , no había
luna, cuando nos unimos los tres en la celebración , en el rito antiguo de los
pueblos primitivos. Hicimos el amor los dos con mi esposa como si fuera una sacerdotisa del sexo, de la alegría, de la
libertad.
Deja de leer, se levanta, pasea por el salón, vuelve a poner bebida en
el vaso y todo él recuerda aquella noche
maravillosa.
Liz abrió una botella de licor y echó un trago, luego la pasó a su marido,
cuando acabó éste se la dio a él que también bebió. La mujer recuperó la
botella y volvió a beber, ahora se la pasó a él, él al marido. La ronda duró
otra vuelta más. El licor era fuerte, quemaba la garganta y pegaba a la cabeza.
Liz trajo otra botella, la abrió y empezó de nuevo.
Se puso de pie, mientras nos la ofrecía, fue Cecil el que comenzó la
nueva ronda.
La mujer empezó a bailar, sin música, con un ritmo que debía salir de
lo más profundo de su feminidad, porque era una danza erótica, primitiva de la
hembra que excita al macho. Se quitó la camisola, los pechos oscilaban
excitantes a la luz de la hoguera, se acercó a él e hizo que los besara,
luego marchó hacia su marido que
recorrió con sus labios y la lengua los montes femeninos.
Volvió a centro, junto a la hoguera, se bajó el pantalón, y siguió con
bailando con aquel ritmo que llevaba en su coño.
–Desnudaos.
Los hombres obedecieron su orden y quedaron de pie , con las vergas
duras al aire, ansiosos de ella. Les tomó de la mano y les puso juntos, colocó
una camisola en el suelo, se arrodilló y comenzó a mamarles la polla, primera a
su marido, luego a él, en ese orden, una y otra vez hasta que no pudieron más,
él fue el primero que derramó la leche, pero su marido lo hizo prácticamente a continuación,
tras apenas unos segundos.
–Quiero más –les dijo con la boca chorreando su semen.
Bailó ante ellos y se masturbo, sus dedos buscaron el nido rojo de
pubis y jugaron a darse placer. Los pezones parecían querer estallar, Liz
gemía, ronroneaba. La verga de Graham volvió a levantarse.
La mujer le hizo tumbarse, ella despacio se empaló en él. Agarró a su
marido y le puso frente a ella. Le acarició la pija, la lamió, mientras se
movía despacio con el otro macho dentro.
–Mi vida, ahora metémela por detrás.
Inclinó su cuerpo, las nalgas se levantaron dejando el oscuro blanco a
disposición de su esposo. Éste se arrodillo, tanteó con la punta de la verga el
estrecho orificio y despacio la fue metiendo hasta el fondo.
La noche fue testigo del nunca acabar del placer.
A la mañana embarcamos y enseguida el viento hinchó la
vela y enfocamos el camino hacia la isla cercana. La travesía fue relativamente
cómoda, tuvimos que bordearla hasta llegar al puerto donde se enclavaba una
pequeña población, allí desembarcamos. Había una misión con una pareja de
misioneros americanos. Fue a través de su radio como logramos comunicarnos con
la Armada. Vinieron a buscarnos, llegamos a Australia.
Un extraño pacto quedó establecido, nunca había
ocurrido lo que había ocurrido. Era algo de lo que no se debía ni podía hablar,
algo inapropiado a marinos y caballeros.
La vida nos separó, tú volviste a embarcar, nosotros
nos quedamos montando las operaciones de resistencia y espionaje. Nació James.
No quisimos saber nada de ti.
Acabó la guerra, nosotros volvimos a Inglaterra, yo
seguí en el M-16. Tú navegando y ascendiendo en el escalafón de la Marina.
No teníamos hijos, fuimos al médico, allí me enteré
que soy estéril. James era hijo tuyo. Lo
callamos, pero aprovechando que nos encontramos en una recepción volvimos a
vernos. Compañeros de aventura, no de mujer.
Sé que no salgo de ésta, por eso esta carta. Si la
estás leyendo , yo habré muerto.
Obra en consecuencia y cumple con tu deber.
Graham vuelve a llenar el vaso, lo bebe de un trago. Se cambia
vistiéndose de paisano y sale hacia la casa del amor de su vida.
Graham Greene bebía JB
sosteniendo que dado su color pálido parecía que estaba rebajado con
agua.
2 comentarios:
Si algo me gusta de participar en el ejercicio, es que me “obligo” a leer los relatos de los participantes. Te tengo en mis autores favoritos, porque me gusta como escribes, pero por una cosa o por otra, nunca te leo. ¡Sorry!
Este relato es, para mi gusto, la mejor participación que te he leído en el ejercicio (Yo me incorporé en el de “sexo con un sacerdote”). Me ha encantado como has llevado la historia a dos bandas, entre la misiva del finado y los pensamientos del Graham. Un experimento que, para mi gusto, apruebas con nota.
El momento sexual una delicia, sensual cien por cien. No te voy a decir que me haya puesto, pero casi…
Por buscarle alguna falta, algunos errorcillos de nada que no molestan para nada la lectura, pero poco más.
Mi más sincera enhorabuena.
Un besote.
Machi.
Pues este me ha gustado más que el otro, y si al otro le puse un 10 imagínate a este. La verdad es que me gusta tu estilo, directo, sin detalles innecesarios y centrado en la trama. El género epistolar es el que tengo en mente para mi próximo relato, así que algo sacaré en claro del tuyo. Una pega, lo de los cadáveres en la cabaña se me quedó un poco colgado, solo como excusa para que ella se diera cuenta de que debía compartirse con Graham me parece un poco forzado, pero no le quita encanto al relato.
Dos buenos trabajos para el ejercicio. Felicidades a la autora.
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