Bajo los
escalones con cuidado; son más pequeños de lo que recordaba. Lo hago con una
mano precavida en la barandilla y con la otra intentando retener a la niña que fui
y que, revivida por este lugar, quiere arrastrarme a la nostalgia. Está feliz
de volver aquí, a sus recuerdos; a su colegio.
La última vez que estuve fue… ayer, hace casi diez
años, como alumna. En unas semanas lo haré como profesora novata. El conserje
me estaba enseñando el edificio, ahora vacío, pero cuando le he dicho que estudié
aquí me ha dejado que prosiga sola, guiada por mi memoria. Conozco el sitio
mejor que él, un hombre joven que no tiene nada que ver con el portero gruñón
de mi infancia. Es uno de los cambios que advierto. La mayoría son lógicos,
porque la escuela es antigua, pero lo fundamental sigue aquí: cerámica, madera,
forja, vidrieras... Alma, en definitiva. Se puede sentir.
Desciendo el último tramo de
escalera, el que lleva al sótano; una gruta misteriosa cuando éramos crías. Jugábamos
a ver quién tenía el valor de bajar a su oscuridad deslizándose por el
pasamanos de la escalera. ¡Cuántos recuerdos me trae! Lo acaricio al bajar. Está
tan suave y desgastado como siempre.
Aquí abajo solo están la caldera y el gimnasio, no hay
nada más, pero aún sabiéndolo siento un escalofrío. La cría que llevo conmigo
tira de mí para que volvamos. Le hago caso a medias. Subo hasta el rellano y
miro si hay alguien. El conserje me dijo que curiosease sin prisa. Tengo tiempo
para una pequeña travesura; una deuda pendiente. Arremango mi falda y monto a
horcajadas sobre la barandilla. Siento el frescor de la madera en mis muslos. Resbalo
por ella… ¡Desciendo más rápido de lo que creía…! Cojo velocidad y ¡salgo
lanzada hacia atrás, a punto de caer de culo! Contengo la risa; no recordaba lo
divertido que era. Mi niña interior va dejando a un lado sus temores y quiere jugar:
vuelvo a intentarlo. Siento que algo está despertando en mí. Algo que olvidé
hace mucho...
Mi tercer intento ya no es tan inocente. Mis bragas
están húmedas. Esta vez agarro bien la barra y me dejo caer apenas medio metro,
para luego remontar y repetir la operación. Bajo y subo; me deslizo y recupero
una y otra vez… Llega un punto en que las bragas me sobran. Me las quito sin
dudarlo, junto con la falda, la blusa, el sujetador… Vuelvo a montar,
totalmente expuesta. Jadeo. Mi vulva palpita, excitada, a punto de estallar
como aquella primera vez, cuando el portero me descubrió y salí corriendo sin
saber qué era esta sensación estupenda. Hoy me resarciré; llegaré al orgasmo.
Lo noto ya esperándome ahí abajo. No aguanto más. Me suelto y desciendo hacia
él…
Todavía jadeante al pie de la
escalera, veo como mi fantasma sube a clase, completamente feliz. Se cruza con
el conserje, que me mira absorto. Desnuda de miedos, asciendo los peldaños…
Esta vez no huiré.
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