jueves, 9 de junio de 2016

El cuerpo

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La luz intensa y blanca no disminuye un ápice tu belleza. Me acerco a tu cuerpo desnudo y acaricio tu largo cabello castaño y liso que aun huele a flores muertas. Con mis manos acaricio tus párpados y tus largas pestañas negras y rizadas, tus pómulos y tu nariz un pelín torcida a la derecha.
Recorro con mis dedos tus labios gruesos aun pintados de rojo. Siento un intenso deseo de besarlos, pero me contengo y sigo avanzando con mis manos por tu cuerpo desnudo. Mis manos enguantadas resbalan por tu cuello pálido y avanzan por tu pecho rodeando tu busto, sopesándolo y recreándose en tus pezones pequeños y rosados, por un instante, antes de continuar.
Tu vientre es liso incluso ahora. Inspecciono tu ombligo sin encontrar nada de interés y bajo un poco más hasta llegar a tu pubis perfectamente depilado. Recorro toda la superficie buscando un pelo o un rastro, pero no encuentro nada.
Antes de continuar cojo tus brazos, observo tus axilas, acaricio el fino bello que cubre tus antebrazos y me fijo especialmente en tus manos de dedos finos y largos y en tus uñas pintadas del mismo tono que tus labios.
Con un suspiro dejo tus manos y cojo una de tus piernas, perfectas, largas, esbeltas... Las repaso desde el interior de los muslos hasta la punta de los pies, unos pies pequeños de dedos regulares. Acaricio los juanetes bastante pronunciados, signo de que sueles usar tacones con regularidad y termino cogiendo la etiqueta que cuelga de tu dedo gordo para averiguar tu nombre.
—Mujer de raza caucásica... —digo inclinándome sobre el cuerpo exánime con el bisturí en la mano, rabioso ante la injusticia de verte joven y hermosa, tumbada  inerte frente a mí.
Finalmente me repongo y continuo mi trabajo:
—... de entre veinte y treinta años de edad, sin marcas visibles...

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