La luz intensa y blanca no disminuye un ápice
tu belleza. Me acerco a tu cuerpo desnudo y acaricio tu largo cabello castaño y
liso que aun huele a flores muertas. Con mis manos acaricio tus párpados y tus
largas pestañas negras y rizadas, tus pómulos y tu nariz un pelín torcida a la
derecha.
Recorro con mis dedos tus labios gruesos aun
pintados de rojo. Siento un intenso deseo de besarlos, pero me contengo y sigo
avanzando con mis manos por tu cuerpo desnudo. Mis manos enguantadas resbalan
por tu cuello pálido y avanzan por tu pecho rodeando tu busto, sopesándolo y recreándose
en tus pezones pequeños y rosados, por un instante, antes de continuar.
Tu vientre es liso incluso ahora. Inspecciono
tu ombligo sin encontrar nada de interés y bajo un poco más hasta llegar a tu
pubis perfectamente depilado. Recorro toda la superficie buscando un pelo o un
rastro, pero no encuentro nada.
Antes de continuar cojo tus brazos, observo tus
axilas, acaricio el fino bello que cubre tus antebrazos y me fijo especialmente
en tus manos de dedos finos y largos y en tus uñas pintadas del mismo tono que
tus labios.
Con un suspiro dejo tus manos y cojo una de tus
piernas, perfectas, largas, esbeltas... Las repaso desde el interior de los
muslos hasta la punta de los pies, unos pies pequeños de dedos regulares.
Acaricio los juanetes bastante pronunciados, signo de que sueles usar tacones
con regularidad y termino cogiendo la etiqueta que cuelga de tu dedo gordo para
averiguar tu nombre.
—Mujer de raza caucásica... —digo inclinándome
sobre el cuerpo exánime con el bisturí en la mano, rabioso ante la injusticia
de verte joven y hermosa, tumbada inerte
frente a mí.
Finalmente me repongo y continuo mi trabajo:
—... de entre veinte y treinta años de edad,
sin marcas visibles...
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