Hacía
poco que Diana había terminado con su novio debido a esta obsesión,
sentía que ya él no la llenaba cada que tenían sexo. Estuviera o
no con él, podía sentir las manos de ese tipo recorriendo su
cuerpo, y su verga entrando y saliendo de su vagina y su ano. Desde
esa misma noche estaba casi segura de su identidad, pero no sabía si
era cierto o no, aún permanecía la duda dentro de ella, necesitaba
saberlo, pero tenía miedo de equivocarse. Por lo pronto, sobrevivía
con sus recuerdos, sus juguetitos sexuales y sus dedos.
Esa
tarde no sería la excepción, había regresado de la escuela y en el
camino se topó con un chico parecido al hombre que la tenía
obsesionada, aquel encuentro la excitó a pesar de no ser él, así
que al llegar a casa y encontrarla sola, decidió aplacar su
calentura. Se sirvió media copa del vino de sus padres, y caminó a
su habitación pensando en aquella cada vez más lejana noche. Tomó
un sorbo y comenzó a desabotonar su blusa, un sorbo más, y la
prenda cayó al suelo, recordando como él la había desnudado en muy
poco tiempo.
Apuró
la copa y la dejó en el escritorio, el vino aunado a sentir el
ambiente en su piel y su torso casi desnudo, estaba haciendo que su
excitación fuese en aumento. Se recostó en su cama, retirando su
brasier y dejando sus tetas al aire con los pezones enhiestos,
lanzando un suspiro de gozo. Las acarició lentamente, formando
círculos en los pezones, haciéndose gemir con los ojos cerrados.
Dejó un segundo sus tetas para ir levantando su falda, con lo que
también acariciaba sus piernas, hasta dejar su pequeña tanga al
descubierto, húmeda de los jugos de su excitación, recordando a su
hombre.
Se
quedó desnuda en la cama, con las piernas abiertas, y acariciando
todo su cuerpo, desde su cuello, pasando por sus tetas, su vientre,
hasta llegar a su rajita, en donde no pudo evitar introducir dos
dedos que entraron fácilmente, haciendo que Diana gimiera con gran
deleite. Así pasaron los minutos, en los que sus dedos le dieron
placer, hasta que explotó en un orgasmo bestial, pensando y
repitiendo el nombre de aquel que la violó y que la hizo disfrutar
tanto, sin saber, sin darse cuenta, que tras la puerta, su madre
Estela la estaba espiando.
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