sábado, 11 de junio de 2016

¡Siéntate bien!

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Aún siendo niña, sentada en el primer banco de la iglesia, ya te diste cuenta de que a Don Matías se le trababa la lengua cuando se te “olvidaba” mantener las rodillas cerradas. Siempre fuiste muy espabilada para estas cosas. Seguiste investigando la materia durante tu adolescencia y comprobaste el poder que sobre los hombres ejerce un cruce de piernas, sobre todo cuando se deshace. Sharon Stone te pareció una aficionada invadiendo un territorio que tú ya dominabas cuando le mostró a Michael Douglas lo que escondía bajo su falda. Desde los 12 años no te has vuelto a poner un pantalón. Los “leggins” te parecen una prenda grosera, nada comparable a unas medias enfundando tus largas piernas, trabajadas con esmero en el gimnasio para mantenerlas en perfecto estado a tus envidiables cuarenta y cinco febreros.
Por eso ahora estás desconcertada. Jugar con el precipicio que marca el borde de tu falda es tu negociado, podrías impartir un “Master” sobre cómo sentarse en el taburete de un bar con las rodillas juntas, tal y como mandan los cánones, para en un momento dado estirarte en un escorzo imposible para alcanzar las servilletas haciendo enmudecer a la parroquia masculina “descuidando” por un momento el recato propio de tu sexo y mostrando durante un instante fugaz la blancura de tus bragas entre tus piernas.

Por eso ahora no puedes comprender por qué se te traba la lengua y no puedes apartar la mirada las piernas de Nuria, la nueva becaria, que masca chicle con descaro mientras toma las notas que le dictas sentada ante tu mesa, descuidando la postura, dejando entrever bajo su minúscula falda una leve línea negra que bien podría  ser un tanga o su vello púbico.

Y te ha puesto patas arriba tus cuarenta y cinco años, cazadora cazada en su propia trampa. Tú, que jugaste este juego miles de veces, te has transformado en la víctima de esa niñata que disimula haciendo como que no se da cuenta, pero sabes que sí, que lo hace adrede, te muestra y te esconde y se divierte con tu desconcierto ¡la muy…! Y te avergüenzas esta noche, recorriendo tu cuerpo con tus manos imaginando que son sus manos las que te acarician, hundiendo tus dedos en tu sexo soñando que es su sexo el que profanas, frotándote con lascivia, besando tu muñeca cuando llegas al orgasmo fantaseando que son sus labios los que besas. 
La deseas, ¡ay, cómo la deseas! ¡Maldita niñata! Darías lo que fuera por poder escarbar con tus manos bajo su falda y por primera vez, en tu madurez, atisbas a comprender como se sintieron los hombres que se pusieron colorados y sudaron como cerdos cuando les dejaste entrever el secreto que esconde tu falda. Ya lo dijo “La Orquesta Platería”: “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida ¡ ay, Dios!...”

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