sábado, 4 de junio de 2016

Despatarrada

Juan entró en el salón de sus amigos ligeramente preocupado, Toni se encontraba sentado en el sofá con ambos pies escayolados sobre un puff. Le alivió comprobar que solo era eso.
—No sé si reírme o lamentarme de ti viéndote en esa situación, ¿me vas a contar ahora que te ha ocurrido?
Toni agudizó el oído para comprobar por donde andaba su mujer en la casa.
—Es tan absurdo que cuesta creer incluso que haya ocurrido de verdad, que me haya ocurrido a mí concretamente.
Volvió a agudizar el oído y continuó con la explicación.
—La culpa es del camisoncito ese que le regalé a Elena para San Valentín, el que compramos los dos para nuestras respectivas… eso es un peligro mortal.
Juan puso cara de circunstancia, no entendía que tenía que ver esas sugerentes prendas con el hecho de que su amigo haya acabado con los dos pies rotos.
—Llegué de trabajar y me encontré a Elena cocinando con él puesto, estaba irresistible, al acercarme a saludarla con el correspondiente beso no pude con la tentación de acariciarle el muslo y subir… subir al infierno, esas nalgas desnudas son mi perdición.
Juan tragó saliva y esta vez fue él el que agudizó el oído para ver por donde andaba trasteando la mujer de su amigo. Tenían mucha confianza entre ellos de contarse sus aventuras sexuales pero nunca se habían planteado en compartirlas con sus respectivas mujeres.
—No pude pensar mucho, ya sabes Juan… la cogí a pulso y la senté sobre la mesa de la cocina. Sentada con las piernas abiertas, el camisoncito por la cintura, su sugerente tesoro desprotegido… ella era más consciente que yo en ese momento, me advirtió que la mesa no aguantaría su peso.
En la cara de Juan ya se iba reflejando el entendimiento de lo que le había ocurrido a su amigo, no tardaría en surgir la carcajada.
—Me encontraba cegado y no le escuché, me saqué el miembro y la penetré sin pensar y empujé, empujé… armamos una buena escandalera con la mesa golpeando los azulejos de la pared y sus grititos tan sensuales… el frutero se cayó y yo terminé más rápido de lo que nunca me había ocurrido, aunque de todas formas hubiera sido la mesa la que terminaría con la aventura. La mesa cedió, Elena cayó y el dolor más fuerte que he sentido en mi vida me quitó la respiración. Si no fuera porque estaba haciendo un grandísimo esfuerzo por mantenerme vertical con ambos pies aplastados por la mesa me hubiera reído de ver a mi pobre Elena con la cara como un tomate tirada patas arriba toda despatarrada con el chocho bien abierto saliéndosele el semen. Una visión de lo más excitante y graciosísima.
Ahora sí, ambos amigos se rieron, uno recordando la visión, el otro imaginándosela.
—¿Me vais a contar el chiste?
Elena entró en el salón cortando las risas, su cara mostraba que sabía el motivo de la diversión de los dos amigos, pero claramente a ella no le hacía ninguna gracia.

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