En realidad ni siquiera es amiga mía
propiamente dicho, simplemente soy el marido de su amiga de la
infancia, pero me da más cariño y atenciones que mi mujer… aunque
a veces se pasa.
Hoy apareció sin avisar, como
siempre.
—¡Hola chicos! —saludó
canturreando como acostumbraba entrando por la puerta— pasaba por
aquí y me he dicho: voy a visitar a mis dos amorcitos a ver qué se
cuentan.
Dos besos acompañados de un cariñoso
abrazo a cada uno era lo más alegre que teníamos en casa esa
mañana. Una caricia furtiva en mi mejilla me regaló mientras
entrábamos al salón.
Durante minutos, ya sentados en plan
familiar sobre el sofá, nos parloteaba sobre lo que había hecho
durante la mañana y lo que le había llevado a visitarnos, habla
mucho, demasiado… yo a las mujeres siempre las escucho paciente,
resignándome, claro.
El teléfono suena, mi mujer se
levanta como un resorte, sabe que a mí nunca me llaman al teléfono
fijo.
—Será mi madre, ahora vuelvo.
Se le oye hablar desde la otra
estancia, efectivamente es su madre, va para rato.
Eva me mira, yo la miro… se sienta
a horcajadas sobre mí y me besa apasionadamente.
—¿Tenemos tiempo? —Su susurro me
derrite y me aterra a partes iguales.
Mi mujer sigue hablando… Eva me
recuesta boca arriba en el sofá tomándose mi espantado silencio
como vía libre. Me baja pantalones y calzoncillos hasta los tobillos
haciendo lo propio con lo suyo.
Se coloca en posición de 69 sobre
mí, poniéndome su bonito coño en mi cara y metiéndose mi asustado
pene en su ansiosa boca, consigue que se ponga rápidamente tieso en
escasos segundos. No me ha dado tiempo a negarme, no he podido.
Considerando que hay prisa chupo el
delicioso chochito de mi Eva querida agarrándole las nalgas con mis
desesperadas manos.
Testículos, glande, perineo… todo
lo mamable es devorado por Eva aceleradamente.
Siento la necesidad de empujar hacia
el interior de su boca, ella lo bien interpreta y frota con más
ansia su coño en mi cara. Irremediablemente nos corremos, a la vez,
eso nunca me pasa con mi mujer en esa postura. He durado poco.
No se la saca de la boca hasta que no
he terminado de sacudirme, supongo que entendió la necesidad que
premiaba el no manchar nada, eso tampoco lo hace mi mujer.
Se oye como mi esposa se va
despidiendo de su madre, Eva se levanta presurosa poniéndose bien la
ropa y sentándose en el lugar que le he dejado libre tras
adecentarme yo también. Aquí no ha pasado nada.
Eva tiene la cara roja, supongo que
yo también. Mi mujer se vuelve a sentar donde estaba antes, Eva se
abanica con un folleto de muebles que había en la mesa.
—Joder tía, que calor hace hoy,
¿tenéis agua fresquita?
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