Descorro esta pantalla que me separa de ti y penetro
tu intimidad. Te apuñalo una y otra vez; remedo de psicópata de motel de
carretera. «¡Más!», pides, y más te doy, mi reina del grito. Tus miedos acaban
diluyéndose piel abajo hasta el desagüe que conforman nuestros sexos. Agonizas
de placer bajo la ducha.
A una
vida de aquí la Ciudad duerme un sueño ligero plagado de pesadillas. Gobernada
por momias y científicos locos; urbe zombi. Nos buscará cuando despierte para
chuparnos la sangre una vez más, insaciable. Nunca nos dejará escapar. Su
asfalto infinito intentó atraparnos, pero nuestra salvación estaba escrita en letras
de neón: había vacantes en este edén para dos fugitivos de su madrugada.
La
sesión doble continúa en la habitación. La luz violada del letrero entra
intermitente entre las lamas de la persiana. Veo tu imagen monocromo acercarse,
fotograma a fotograma; espléndida desnudez proyectada en sábanas blancas.
Deshacemos la cama luchando por poseernos. Te mueves
felina; me clavas las uñas, me marcas la espalda. Pero llevas las de perder,
gata salvaje. Conoces el guión: entre nubes brilla una luna en sexo creciente...
Te penetro de nuevo y te revuelves, indomable. Abrazo tus muslos, agarro tus nalgas
y empujo. Aúllo de gusto; devoro tu boca. Sobre nuestro clímax luce la Luna
llena de deseo.
Un
amanecer oscuro nos aguarda. La Ciudad nos ha encontrado y su venganza cae
sobre nosotros. El neón tiñe la lluvia púrpura que nos empapa. Un último adiós
antes de verte ir hacia la luz que te devolverá al zoo humano: una estrella de
tres puntas; una bala de plata que no puede matarme porque mi corazón vive
contigo, mujer pantera. Soy un no muerto enamorado.
Volveremos a vernos: haremos la secuela; sabes que no
miento. Será el próximo plenilunio.
Palabra de licántropo...
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