—Buff, me arde el coño —dice Nelly, la pequeña
colombiana, tumbándose en el sofá de la sala de descanso del puticlub— Esta
noche he tenido diecisiete clientes y ninguno con ganas de hablar.
Sus cuatro compañeras rieron su ocurrencia.
—¿Y sabéis lo peor? He recibido una carta de
la oficina del censo electoral; tengo que presidir una mesa el día veintiséis.
Si lo llego a saber no adopto la nacionalidad. En mi país era mucho más
sencillo allí eran los políticos los que elegían; o plata, o plomo.
Esta vez la risa fue estruendosa.
—La verdad es que es un coñazo volver a votar.
—añade Sveta, una checa con unas curvas que quitaban el hipo— Esos cabrones se
van a volver a gastar una millonada en contarnos lo que ya sabemos todos de
sobra. Deberían dejar que nosotras nos follásemos a los candidatos y luego decidiésemos
quién es el más adecuado para ser
presidente, ¿Os lo imagináis? Se puede saber mucho de un tío por la manera en
la que fornica.
—Ya lo creo. Me imagino cepillándome al
presidente, —dice Heidi, la transexual más guapa de toda la ciudad con
diferencia—mejor dicho a su pito, que asomaría por una agujero en la pared y yo
solo podría ver su cara y escuchar sus gemidos de satisfacción a través de un
plasma.
El salón estalló en nuevo coro de risas y
aplausos.
—Yo me veo más con el jefe de la oposición, —interviene
Bety, una cordobesa muy cachonda—ya sabes, tan formal; me follaría en una lecho
de rosas rojas, respondiendo a todas mis peticiones con un "como desees",
y justo cuando estuviese a punto de ponerme en órbita, aparecería mi
compatriota presidenta, haciendo fotos y amenazando con hundirle si no sigue
sus instrucciones para salvar el país.
—A mí el que me va es el coletas —dice Nina
una cuarentona superoperada— Me lo imagino cogiéndome por la espalda y follándome
duro contra un espejo. Mientras me lo hace, se observa su reflejo, se arregla
el pelo y lanza besos a su imagen.
—Yo me lo montaría con el ciudadano. —añade
Carla, una morena de ojos azules y cuerpo cubierto de tatuajes— Estaría
totalmente desnudo, con la corbata ceñida a la frente, sodomizándome a la vez que me azota las nalgas con una fusta y grita
burradas como un universitario borracho. Mmm, eso sí es amor.
—Pues a mí me gusta el jovencito de la barba. —interviene
Sveta de nuevo con su denso acento
nórdico—Me lo imagino tan resuelto y audaz como corto de crédito. Le obligaría
a comerme el chocho, a hacerme cosquillitas en mi botoncito con su barbita y a
llamarme mi reina continuamente...
Muy divertido, chicas, —les interrumpe Mateo,
el segurata que estaba leyendo el periódico en un silla, en la esquina del
salón— pero lo único que vamos a elegir en este nefasto acontecimiento es por
dónde nos van a colgar: por el cuello o por los cojones.
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