Natacha era una experta manipuladora. No entendía cómo mi hermano
gemelo, uno de los hombres más poderosos del país, había podido caer en sus
redes...
Natacha era una experta manipuladora. No entendía cómo mi hermano gemelo, uno de los hombres más poderosos del país, había podido caer en sus redes, llegando incluso a desviar un porcentaje de sus ganancias a su cuenta corriente.
—Enseguida
voy –mi hermano colgó el teléfono y me miró –Tengo que irme.
—Eso
ya lo veo, no quiero que llegues tarde a tu cita, pero no irás a despreciar este
Rioja del noventa y siete, ¿no?
Mi
hermano suspiró y aceptó mi copa, ignorando el fuerte sedante que había vertido
segundos antes. No tardó en quedarse dormido.
—Esto
lo hago por ti, Marco –dije cerrando la puerta de la habitación.
Natacha
vivía en el dúplex que mi hermano le había comprado un par de años atrás. Me
armé de valor y llamé a la puerta.
Abrió
una mujer alta, con curvas, pelo oscuro y ojos verdes, pero nada más. ¿Qué
tenía para que todos cayeran rendidos a sus pies?
—Estás
serio, ¿ha sido un día duro? –preguntó sentándose en una butaca e indicando con
la mano la que estaba frente a ella.
Nos
miramos en silencio durante un rato, no sabía qué hacer, ni qué decir, mi
hermano nunca me comentaba nada de lo que solía hacer con ella.
De
pronto sus ojos se achinaron,
evaluándome, luego, se volvieron pícaros.
Se levantó
y se colocó a mi espalda, rodeándome con sus brazos desde atrás.
—Perdona
–intervine separándome ligeramente–, no he venido para....
—Shhhh,
ya lo sé... –susurró antes de acariciar mi nuca con la suavidad de sus labios.
Sus
dedos se deslizaron por mi cuello, introduciéndose dentro de mi camisa para
presionar un punto estratégico bajo la nuez, haciendo que la piel de todo mi
cuerpo se tornara de gallina.
Siguió
acariciando el contorno de mi cuello, palpó la clavícula y descendió lentamente
para desabrochar, uno a uno, los botones de mi camisa. Debí haberla detenido,
pero por otra parte quería averiguar hasta dónde era capaz de llegar con mi
hermano.
Se
colocó delante de mí, sentándose sobre mis rodillas y retirándose por la cabeza
el vestido que la cubría. Descubrí sorprendido que no llevaba sujetador, por lo
que sus senos perfectos y redondos, quedaron frente a mí. Se acercó tanto que su
pezón presionó suavemente el centro de mi pecho.
Prácticamente
no me dio tiempo a pensar, la fuerza de su mirada, su aroma, la suavidad de su
piel, el brillo de su cabello, la pequeña rajita que se dibujaba en su tanga
encajándose sobre mi cubierta erección... todo el erotismo que desprendía me
dejó petrificado. Pese a que seguía ignorando el poder de su magnetismo más
allá de su evidente belleza, confieso que solo deseaba abandonarme, dejando el
interrogatorio para otro momento.
Me
relajé en la butaca y ella descendió suavemente, dibujando con su pezón una
carretera invisible por mi torso. Se escurrió entre mis piernas y las separó
lentamente para encajarse entre ellas. Eché la cabeza atrás, preparándome para
lo que sabía que venía a continuación y disfrutando, a la vez, de esta locura.
Cuando
dejé de percibir su proximidad, abrí los ojos.
Natacha
se acercó a mis labios hasta casi rozarlos, y con la voz más sensual del mundo,
susurró:
—Si
quieres saber lo que podría pasar a continuación, tendrás que hacer algo por
mí... entre otras cosas, dejar de ser quien no eres.
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