jueves, 7 de julio de 2016

El toro por los cuernos

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Un marido ávido de nuevas experiencias cuenta con su esposa para llevar a la realidad una fantasía sexual. ¿Será como espera?

 


Tenía que sucederme algo así. Delante de mí contemplaba la materialización de una de mis fantasías sexuales, algo que jamás hubiese soñado realizar en la vida verdadera, cuando me asaltaron unas tremendas dudas de carácter existencial. ¿Por qué en aquel preciso instante? Mi pene alicaído parecía querer pensar en las mismas cuestiones que me preocupaban a mí. Venga -me dije para animarme-, este tipo de experiencias solo se viven una vez. Pero pasaban los minutos y allí de pie seguía yo, como un pasmarote, como queriendo creer que lo que estaba teniendo lugar sobre el colchón de la cama de aquel motel era tan solo una ilusión.

Intenté masturbarme pero mi imagen reflejada en el espejo me pareció de una actitud sumamente ridícula, de modo que abandoné todo intento de encontrar un estímulo. Quise convencerme de lo contrario, pero comprendí que aquello no funcionaba porque precisamente se daba en mí lo que temí que en un principio se diese en ella. En Felicia. O sea, el rechazo. Mi rechazo.

A Felicia le pareció una locura lo de montar un trío ya desde que le dije que su mejor amiga, Jana, estaba dispuesta. Una cosa es fantasear con la idea y otra bien distinta llevarlo a cabo -dijo-. Así que se sucedieron varios días de caras largas, un buen número de reproches y algún que otro portazo en las narices. Sin embargo aquella situación de enfado y discusiones no podía continuar; ella lo sabía, yo lo sabía. Ella cogió al toro por los cuernos -maldita expresión- y decidió tener una charla conmigo.

-Está bien -empezó a decirme-, lo hacemos pero con una condición...
-Sabes que te amo -le respondí-, así que haré lo que tú quieras, y has de saber que montarnos un trío no ha de cambiar lo que sentimos uno por el otro.

El ménage à trois estaba en marcha y ver acariciándose a Felicia con otra persona no era precisamente lo que había imaginado ni quizá -¡válgame el cielo!- ni tan siquiera deseado. Mi esposa, evidentemente, me dirigió la mirada invitándome a participar, pero no me lo imploró, por lo que una vez que yo me mostré indeciso ella obvió mi presencia en aquella habitación. A la tercera persona le costó olvidar que yo estaba allí, pero dadas las circunstancias debió convenir que lo mejor era darse al placer con mi mujer.

El toro por los cuernos, pensé. ¿Aquello eran cuernos? Maldita condición la de Felicia:

-Puesto que dices que me amas -me dijo-, y según tú montar un trío no afectará a nuestra relación, estoy dispuesta a que nos metamos en la cama con mi amiga Jana, siempre que primero lo hagamos con un hombre.

Estupefacto como quedé dije que aceptaba. Y más aturdido aún cuando me dijo que quería que fuese con Alex, el marido de Jana, que solo un par de días después en mi presencia, tenía metida la cabeza entre las piernas de Felicia, haciendo que esta gimiese de placer sin mirarme a mi.

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