domingo, 17 de septiembre de 2017

Bucle (autor: Solitario; Ejercicio XXIX)

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                                              BUCLE
            Al levantarme de la cama, miré por la ventana de mi habitación y lo vi.
No sé por qué atrajo mi atención… ¿O… sí?
Era alto guapo de cabello negro, complexión fuerte y… No sé… Muuuy atractivo. Estaba junto al semáforo al otro lado de la calle y miraba hacia mi ventana.
            Me duché y aseé, tenía turno en el hospital donde trabajaba como enfermera y apenas disponía de una hora para iniciar mi jornada. Mientras me higienizaba puse el café y al terminar, mientras lo tomaba, miré de nuevo; estaba allí. Supongo que vería apartarse el visillo y me observaba, como yo a él.
            Una vez vestida y arreglada bajé del segundo piso y al salir a la calle miré hacia el semáforo y allí seguía… Me sorprendió que, al verme, vino corriendo hacia mí, sin mirar los vehículos que transitaban, con tan mala fortuna que un coche lo atropelló, dejándolo tendido en la calzada.
            Me llevé un susto tremendo… ¡Aquello había sucedido por mí!
            Detuve el tráfico y corrí hacia el muchacho que yacía tendido inmóvil; inconsciente. Comprobé que tenía pulso mientras llamaba a urgencias. Casualmente una ambulancia circulaba cerca. Eran compañeros míos. Lo inmovilizaron y colocaron sobre una camilla para subirlo al vehículo, claro está yo con él.
            Tras el chequeo habitual comprobaron que tenía fracturada la pierna y el brazo izquierdos, además de un fuerte golpe en la cabeza que, gracias a dios, no había fracturado el cráneo. Eso sí, debería estar al menos veinticuatro horas en observación tras salir del quirófano donde le escayolaron ambos miembros.
            Las fuertes dosis de calmantes que le administraron lo dejaron durmiendo varias horas. Mi turno había terminado, pero me quedé con el chico, de alguna forma me sentía responsable. En sus ropas no encontramos documentación alguna, no podíamos avisar a ningún familiar, si los tenía. Era joven, unos veinticinco años… Yo tenía veinte. Su rostro me recordaba a alguien, pero no conseguía saber a quién.
            Eran unos días difíciles en el hospital ya que, debido a un aumento de casos de gripe, estábamos desbordados. No había suficientes camas, enfermos en los pasillos, habitaciones con el doble de enfermos de lo normal…
            Al despertar me miro y a pesar del gesto de dolor y sorpresa por sus lesiones, adiviné un mayor desconcierto al verme junto a la cama, con su mano derecha entre las mías. Lo calmé y al preguntar qué había pasado le expliqué que había sufrido un atropello al cruzar la calle donde yo vivía.
            — ¿Estabas esperando que yo saliera a la calle? ¿Querías decirme algo? – Oprimió mi mano con la suya y vi escapar una lágrima. —  Cómo te llamas – Le pregunté.
            —Me llamo Pablo… Y tú eres Julia ¿no?
            — ¿Me conoces? Por qué yo a ti no.
            —No puedo responderte, Julia. Solo puedo decirte que no podemos estar juntos. Yo solo quería verte, hablar contigo, conocerte… Nada más.
            — ¿Y eso por qué?
            —Solo puedo decirte que algo muy fuerte nos unirá en el futuro. Por favor no me preguntes más. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
            —Es tu segundo día hospitalizado y te queda al menos un mes hasta que te quiten la escayola. ¿Podemos avisar a alguien de tu familia… tu esposa…?
            — ¡No es posible! ¡Que tragedia! ¡¿Qué voy a hacer?! Tengo que salir de aquí… Tengo que ir a…
            —Lo siento Pablo, no vas a ir a ningún sitio. No sé si te das cuenta de tu situación. Tienes un brazo y una pierna fracturados, un fuerte golpe en la cabeza que hay que observar por si ha podido formarse un coagulo en el cerebro con insospechadas consecuencias…
            — ¡No!… ¡No! ¡Tengo que irme, no puedo seguir aquí…!
            Lo vi tan excitado que le administré una nueva dosis de sedante.
            Sus ojos limpios, su mirada sincera me impidieron seguir preguntando. Pero su mano se acercó a mi mejilla y la acarició con una ternura que me emocionó. Sentía latir mi corazón como un tambor… Besé la palma y… se durmió.
            — ¡Tenemos que desalojar a este paciente! ¡Necesitamos la cama urgentemente! ¡Julia llévatelo al pasillo! – Las órdenes las daba el jefe de planta desbordado por el gran número de ingresos.
            —De eso nada Tulio – Respondí. – Me lo llevo a mi casa, ya está estabilizado y necesita tranquilidad y no contagiarse de la gripe…
            — ¡Haz lo que te parezca bien, pero déjame libre la habitación! — Gritó, y se marchó, con la carpeta que llevaba entre las manos.
            Así lo hice. Aprovechando la salida de una ambulancia a un servicio, nos dejaron a Pablo y a mí en mi casa. Lo acomodamos en mi dormitorio y yo pasé a ocupar la habitación de invitados. Él no se enteró. El traslado se realizó mientras dormía, bajo el efecto de los analgésicos. Esto le evito muchos dolores con los movimientos.
            ¿Por qué hice eso? ¿Qué me ocurría con esa persona a la que apenas conocía? No lo sé. Pero así fueron las cosas. Despertó al día siguiente. Llamé al hospital y les dije que me encontraba mal, seguramente me había contagiado con la gripe.
            — ¡¿Qué hora es, que día?! – Pregunto al abrir los ojos.
            —Llevas tres días así, Pablo. Te he traído a mi casa para poder ocuparme de ti… —Me miró espantado.
            —¡No puede ser! ¡Qué he hecho! ¡Dios mío! … Ya no tiene remedio Julia. Ya no puedo volver y… — Parecía estar enloquecido… Me asusté.
            — ¿Y qué Pablo? ¿Hay algo que no sé, que te ocurre? ¿Quién eres? ¿Volver adonde?
            —Lo siento, no puedo decirte nada y para ti mejor que no lo sepas.
            Oculto su rostro con el brazo sano y creí oír un sollozo. No entendía nada.
            Estuvo apático, sin mostrar emociones, durante dos días.
            Poco después me reincorporé a mi puesto en el hospital. Durante las dos semanas siguientes estaba con él en mi tiempo libre y en mis horas de trabajo estaba deseando estar a su lado. No me hablaba de su vida, yo le contaba todo de la mía. Hablaba muy poco. En ocasiones tenía la sensación de que sabía cosas de mí que no le había dicho… Pero sobre todo me enternecía la forma de mirarme, de acariciarme con los ojos… Mi mente fantaseo con varias posibilidades. Incluso llegué a pensar que pertenecía a algún grupo terrorista, o a algún servicio secreto. Pero, sobre todo, me planteaba una pregunta… ¿Por qué yo? ¿Qué interés tenia para él?
            Mejoraba con rapidez. Una mañana, me levanté me duché, creí oír un lamento, pensé que se había hecho daño, me puse la toalla enrollada sin ropa interior debajo y corrí a su habitación. Estaba molesto por la escayola… Se retorcía de los picores que le producía. Utilicé una aguja de punto para rascarle y se calmó. Decidí lavarlo, como cada día y mientras lo aseaba, levanté la sábana y pasé el paño mojado por su pubis, intentaba siempre no mirar directamente, pero algo golpeó mi mano. Me miró giró su cara para no verme; se sentía avergonzado. Le sonreí…
            —Vaya Pablo, no me digas que te avergüenzas de mí. No te preocupes he visto muchas…
            — ¡Por favor Julia, no sigas! Nosotros no podemos… Tú y yo no…
            — ¿No podemos qué? ¿Tener una relación sexual? No es eso lo que pretendo, pero ¿por qué una negación tan tajante? ¿No te gusto? ¿Ni siquiera un poquito? Mírame, ¿soy guapa? tengo buen tipo, ¿no? — Mi tono de broma no parecía tranquilizarlo.
            —Te lo suplico Julia, no puedo explicártelo, pero… No sigas.
            Aquellas palabras despertaron mi curiosidad y decidí averiguar hasta donde podía llegar. Sequé con un paño su vientre, sus muslos hasta llegar a su pene… Lo sequé lo acaricié y lo sentí crecer entre mis manos. Él intentaba oponerse con su mano libre, pero cada vez con menos energía…
            Era un hermoso ejemplar. No pude evitar sentir como me humedecía; como un escalofrío recorría mi espalda. Me acerqué y deposité un beso en la punta donde ya aparecía una lágrima de líquido preseminal. Él cerraba los ojos. Saboreé, lamí y chupé aquella maravilla de la naturaleza que se me ofrecía. Su mano ya no se oponía.
            Entrelazó sus dedos en el cabello de mi nuca acercándome con dulzura hacia su hombría. Yo acariciaba su miembro con una mano y con la otra acaricié mis pechos, los pezones se endurecieron como nunca, provocando descargas placenteras que partían de la espalda y pasando por las axilas terminaban con explosiones en las areolas. Bajé hasta mi intimidad, que encontré sin mucho esfuerzo ya que no llevaba braguitas… Apenas unos roces en mi sensible clítoris y un orgasmo me doblaron las piernas y me obligó a arrodillarme en el suelo con mi cabeza sobre su vientre, mientras los disparos seminales de Pablo bañaban mi cara y mi pelo… Miraba a Pablo y lo que vi me sorprendió… ¡Lloraba! ¡Las lágrimas bañaban su bello rostro! En silencio, con los ojos entornados…
            Cuando me repuse me limpié con el paño que utilizaba para secarlo.
            —Pablo ¿te encuentras bien? Dime ¿Qué te ocurre? Perdona si me he propasado yo… — Me tendí a su lado y lo abracé. Nos miramos a los ojos y me perdí en la profundidad de sus pupilas. Nuestros labios se fundieron en el beso más cálido y tierno que recuerdo. Jamás en mi vida me habían besado así.
            ¡¿Me estaba enamorando?! ¡No, estaba enamorada como una colegiala!
            Lo que yo sentía por aquel desconocido era algo inexplicable, pero muy intenso. Jamás nadie me había hecho sentir algo tan fuerte.
            Limpié el derrame de su vientre y lo dejé para vestirme y marchar a mi trabajo. Le dejé el teléfono a mano por si me necesitaba…
            Al regresar lo encontré dormido. Me quedé un rato de pie, mirándolo y sintiendo en mi pecho sensaciones desconocidas para mí. Como si fuera a explotar, mis ojos se humedecían… Mi sexo también…
            —Pablo, ¿te parece bien que duerma aquí, contigo? No te estorbaré y podré ayudarte mejor si me necesitas… Prometo no volver a meterte mano…
            —Como quieras, estás en tu casa y tú eres la enfermera… Me parece bien…
            Al caer la noche, tras la cena, decidí dormir a su lado. Mi cama era grande y cabíamos los dos cómodamente y así estaría más a mano por si necesitaba algo.
            No sabía cuánto tiempo llevaba durmiendo; la tenue luz de las farolas de la calle entraba por la ventana. Desperté y lo vi mirándome, con una ternura que me emocionó.
            —Te he despertado, lo siento. He intentado cambiar de postura y me he movido demasiado.
            —No te preocupes, estoy acostumbrada…
            Con su mano libre apartó un mechón de mi cabello y acarició mi mejilla; sus dedos se enredaron en mi nuca, peinando mi pelo, se deslizaron por mi barbilla y el cuello, por el hombro hasta bajar a mi pecho, sobre el camisón… El pezón reaccionó como si hubiera recibido una descarga eléctrica y se endureció hasta provocarme dolor que hizo que mi espalda se arqueara. Captó la fuerte sensación y apartó la mano de mi cuerpo; la sujeté y la llevé de nuevo hasta mi seno. Ya no dolía, ahora era toda yo un violín con las cuerdas tensas, dispuestas a hacer sonar una bella melodía. Sentía arder mi cuerpo y me estiré para llegar a su boca que besé suavemente al principio, pero que pronto se convirtió en un tórrido beso pugnando nuestras lenguas por penetrar al otro con pasión, con lujuria.
            Mi mano se adentró entre sus piernas hasta llegar a su pene que acaricié y comprobé como crecía hasta adquirir una dureza extrema. Su mano también buscó mi sexo que ya segregaba fluidos de forma desconocida para mí. Jamás me había sentido así. No comprendía como este hombre producía ese efecto en mí.
            Le quité el pantalón corto de pijama que llevaba y me desnudé. Las luces de las farolas de la calle iluminaban tenuemente la habitación y pude observar su mirada de deseo al ver mi cuerpo desnudo. Aquello me excitaba aún más. Me coloqué sobre su cuerpo adaptándome a sus limitaciones. La sensación del contacto de mi vientre y pecho sobre su torso era inenarrable.
No se aún como ocurrió, pero besándolo sentí de pronto su falo en mi seno, presionando mi útero… Me sentí llena y un desconocido placer me desbordó… Y la locura se apoderó de nosotros.
            Las semanas que siguieron hasta que lo llevé al hospital para quitarle las escayolas fueron una auténtica locura.
            Cuando estaba trabajando solo pensaba en volver a casa para estar con él, para hacer el amor con una intensidad y una pasión rayanas en la enajenación. Lo amaba, lo deseaba incondicionalmente, sin importarme no saber nada de él, de su pasado; me sentía como una colegiala con su primer amor. Yo había tenido algunas experiencias con compañeros del hospital, pero nada comparable con mi amor por Pablo, de quien no conocía ni sus apellidos.
            Los dos meses pasaron volando…
Dos días después de haberle librado de las escayolas ya se movía con entera libertad…
            El tercer día, tras una agotadora noche de sexo, de caricias, de besos, me miró fijamente acariciando mis mejillas.
            —Julia, desde que te conocí he vivido la primera y única historia de amor de mi vida. Pero sintiéndolo mucho… Debo dejarte.
            —¡Pero Pablo ¿por qué?! ¿Qué me ocultas?
—Mi amor, mi vida, por favor no me preguntes nada, no puedo explicartelo. No me busques, no intentes ponerte en contacto conmigo. Solo recuerda que eres y serás el único y más grande amor de mi vida. Sé que nos amaremos eternamente.
            Me dejó sin habla. No comprendía nada, aunque en el fondo temía y sabía que esto ocurriría tarde o temprano.
            Y se marchó.
Creí morir de dolor. Nadie comprendía que había perdido a la única persona a quien había amado, a quien amaría por el resto de mi existencia. Una inmensa angustia oprimía mi pecho… Adelgacé y mis compañeros temían por mi salud; la vida dejó de tener sentido para mí. Me movía como un zombi, sin interés por nada ni nadie.
            Sin embargo, un par de semanas después supe que no se había ido del todo… Estaba embarazada. Nadie puede imaginar la inmensa alegría que tuve al conocer la noticia
Ocho meses después tuve un hijo… mi hijo… su hijo.
Al nacer lo llamé Pablo, como su padre. Y a él me dediqué en cuerpo y alma. Lo vi crecer, lo cuidé con todo mi amor y lo eduqué guardando el recuerdo de aquel muchacho de pie junto al semáforo frente a mi casa, con el que hice el amor durante dos meses y al que amé toda mi vida.

            Pasaron más de veinticinco años.  Mi hijo poseía una inteligencia excepcional. Consiguió su primer doctorado en física a los quince años. A los veinte, con tres doctorados más y varios masters, trabajaba en un proyecto de máximo secreto. Yo, jamás supe qué investigaba. Solo que estaba bajo el control del gobierno.
            Un día, como cualquier otro, se fue a su trabajo y no regresó.
            Me volví loca. Llamé a las pocas personas que conocía que pudieran saber qué había pasado, donde estaba mi hijo. Amigos suyos, militares, a quien en algún momento me había presentado… Al no recibir respuesta amenacé con llamar a la prensa y contar “lo que sabía”, que en realidad era nada, pero jugaba con que ellos tampoco sabían que conocimientos tenía sobre el proyecto en el que trabajaba mi hijo.
            Pasaba el tiempo y yo seguía sin noticias de Pablo. Pasaron dos meses en los que la angustia atenazaba mi pecho… Recordaba como desapareció su padre de mi vida, como me sentía con mi soledad. ¿Se repetía la história?
            Una tarde lluviosa, escuché la llave abrir la puerta de la casa.
 Pensé en las posibles represalias de las personas a quien había amenazado. Quizás habían enviado a un asesino para silenciarme. Me armé con un cuchillo de la cocina y me acerqué a la entrada. Un hombre, con una gabardina de tipo militar, me daba la espalda mientras cerraba la puerta.
            — ¡¿Quién eres?! — Grité.
            — ¡Mamá!
            Sí, era mi hijo. Arrojé lejos el cuchillo y me abalancé en sus brazos, llorando gritando, aporreando su pecho.
            — ¡¿Dónde has estado?! Creí morir si te perdía… —Le gritaba bañándolo en lágrimas y mocos, besándolo, acariciándolo, peinando sus cabellos con mis dedos.
            El me oprimía con sus brazos y devolvía mis besos, también lloraba.
Poco a poco nos fuimos calmando.
            —Mamá, cálmate, déjame explicarte. Vamos a sentarnos en el salón. — Pasó su brazo sobre mis hombros, no le era difícil, medía un metro ochenta y yo apenas uno sesenta. Nos sentamos, no podía creerlo, por fin había recuperado a mi querido hijo.
            —Necesito saber en que trabajas Pablo. Y sobre todo que puedo hacer si vuelves a desaparecer.
            —Te lo diré todo, pero debes prometerme que aceptaras lo que te voy a contar sin reproches. Ahora escucha y no me interrumpas hasta que acabe.
            —Te lo prometo Pablo.  Si te tengo a mi lado no necesito nada más.
            —Hay algunas explicaciones técnicas que tendrás que creerte. Mi campo de estudio es la Teoría de Campo Unificado, más concretamente la Teoría del Todo.  O sea, una ecuación que engloba los parámetros del campo gravitacional con la Relatividad General y la Mecánica Cuántica. Especializándome en las Teorías de Cuerdas. Imagina un grupo de tres vectores que definen una posición en el espacio tridimensional y que su vez se deslizan sobre una línea, o cuarto vector, que definiría la cuarta dimensión, o sea, el tiempo.  Encontré una anomalía en la teoría de la Relatividad desarrollada por Einstein que introducía errores en los cálculos tensoriales que desarrolló. Una vez definida la ecuación, cosa que conseguí hace un año, el trabajo consistió en alterar unos campos manteniendo otros fijos, de esta forma se logra un deslizamiento hacia atrás en el tiempo.
            —Pablo, me das miedo, creo que no me va a gustar lo que me vas a decir.
            —Es posible mamá. Pero sigo… La cuestión es que todos pensaban que introducir esos desequilibrios implicarían un enorme consumo de energía, pero no era así. Aunque todo se hacía bajo la supervisión del ejército y en el más estricto secreto, logré engañarlos y escapar a su vigilancia. Tras varias experiencias conseguí controlar la variación en el tiempo y poco a poco afinar los saltos temporales con gran precisión. En uno de los saltos me dejé llevar por mi curiosidad y me desplacé hasta una fecha en la que yo suponía que estuviste con mi padre… Quería, necesitaba conocerlo… Para ello vigilaba la vivienda en la que vivías, pero tuve la desgracia de que un coche me atropellara y…
            —¡No! ¡No sigas por favor! ¡Pablo…! ¡No me digas que tú…!
            —Sí mamá.  Solo quería conocer a mi padre y ahora ya sé quién es. 
            — ¡¡YO SOY MI PADRE!!
            —¿Y sabes lo que es mejor? Que ahora mismo estoy enamorado de aquella Julia a quien conocí, hace veinticinco años y que me vi obligado a abandonar hace apenas unas horas, sin saber que llevaba un hijo en sus entrañas, conmigo, en su, tu, vientre, para volver a estar contigo, mi amada, mi madre… Y te aseguro que mis palabras de amor de ayer, de estos dos meses que he estado contigo, eran verdaderas. Te sigo amando y así será hasta que un nuevo BUCLE nos separe para unirnos de nuevo.
            Nos abrazamos llorando como dos niños. Sus ojos me transmitían amor, pasión, toda una serie de emociones que me aterraban y al mismo tiempo me hacían sentir bien, en paz. Por fin pude saber lo ocurrido con mi gran amor.
            —¿Y qué vamos a hacer ahora Pablo? Yo te sigo amando como esposo, pero eres mi hijo. A partir de ahora no puedo verte con los mismos ojos…
            —¿Y cómo quieres verme? ¿Cómo esposo, aunque no nos hubiésemos casado? ¿O como hijo, que ama a su madre con toda la pasión del tiempo universal? Porque yo te sigo amando Julia. Solo hace unas horas te dejé llorando en tu casa, sabiendo que sufrías, pero también que podría tenerte en mis brazos horas después. Aunque para ti hayan pasado veinticinco años. Y no sé qué pensarás tú, pero yo te deseo y siento por ti, además de mi amor como hijo, la pasión de haber sido tu amante. Yo necesito tenerte, abrazarte, besarte y…
            Sus dedos peinaron mi nuca, sensaciones que antaño me derretían de emoción, venían de nuevo a mi mente, a mi cuerpo. Mi entrepierna se humedeció. Mi corazón latía a toda velocidad y mi boca ansiaba ser devorada por la suya. Y no se hizo esperar…

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