BUCLE
Al
levantarme de la cama, miré por la ventana de mi habitación y lo vi.
No sé por qué atrajo mi atención… ¿O…
sí?
Era alto guapo de cabello negro, complexión
fuerte y… No sé… Muuuy atractivo. Estaba junto al semáforo al otro lado de la
calle y miraba hacia mi ventana.
Me duché y
aseé, tenía turno en el hospital donde trabajaba como enfermera y apenas
disponía de una hora para iniciar mi jornada. Mientras me higienizaba puse el
café y al terminar, mientras lo tomaba, miré de nuevo; estaba allí. Supongo que
vería apartarse el visillo y me observaba, como yo a él.
Una vez
vestida y arreglada bajé del segundo piso y al salir a la calle miré hacia el
semáforo y allí seguía… Me sorprendió que, al verme, vino corriendo hacia mí, sin
mirar los vehículos que transitaban, con tan mala fortuna que un coche lo
atropelló, dejándolo tendido en la calzada.
Me llevé un
susto tremendo… ¡Aquello había sucedido por mí!
Detuve el
tráfico y corrí hacia el muchacho que yacía tendido inmóvil; inconsciente.
Comprobé que tenía pulso mientras llamaba a urgencias. Casualmente una
ambulancia circulaba cerca. Eran compañeros míos. Lo inmovilizaron y colocaron
sobre una camilla para subirlo al vehículo, claro está yo con él.
Tras el
chequeo habitual comprobaron que tenía fracturada la pierna y el brazo
izquierdos, además de un fuerte golpe en la cabeza que, gracias a dios, no
había fracturado el cráneo. Eso sí, debería estar al menos veinticuatro horas
en observación tras salir del quirófano donde le escayolaron ambos miembros.
Las fuertes
dosis de calmantes que le administraron lo dejaron durmiendo varias horas. Mi
turno había terminado, pero me quedé con el chico, de alguna forma me sentía
responsable. En sus ropas no encontramos documentación alguna, no podíamos
avisar a ningún familiar, si los tenía. Era joven, unos veinticinco años… Yo
tenía veinte. Su rostro me recordaba a alguien, pero no conseguía saber a quién.
Eran unos
días difíciles en el hospital ya que, debido a un aumento de casos de gripe,
estábamos desbordados. No había suficientes camas, enfermos en los pasillos,
habitaciones con el doble de enfermos de lo normal…
Al
despertar me miro y a pesar del gesto de dolor y sorpresa por sus lesiones,
adiviné un mayor desconcierto al verme junto a la cama, con su mano derecha
entre las mías. Lo calmé y al preguntar qué había pasado le expliqué que había
sufrido un atropello al cruzar la calle donde yo vivía.
— ¿Estabas
esperando que yo saliera a la calle? ¿Querías decirme algo? – Oprimió mi mano
con la suya y vi escapar una lágrima. — Cómo
te llamas – Le pregunté.
—Me llamo
Pablo… Y tú eres Julia ¿no?
— ¿Me
conoces? Por qué yo a ti no.
—No puedo
responderte, Julia. Solo puedo decirte que no podemos estar juntos. Yo solo
quería verte, hablar contigo, conocerte… Nada más.
— ¿Y eso
por qué?
—Solo puedo
decirte que algo muy fuerte nos unirá en el futuro. Por favor no me preguntes
más. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
—Es tu
segundo día hospitalizado y te queda al menos un mes hasta que te quiten la
escayola. ¿Podemos avisar a alguien de tu familia… tu esposa…?
— ¡No es
posible! ¡Que tragedia! ¡¿Qué voy a hacer?! Tengo que salir de aquí… Tengo que
ir a…
—Lo siento
Pablo, no vas a ir a ningún sitio. No sé si te das cuenta de tu situación.
Tienes un brazo y una pierna fracturados, un fuerte golpe en la cabeza que hay
que observar por si ha podido formarse un coagulo en el cerebro con insospechadas
consecuencias…
— ¡No!… ¡No!
¡Tengo que irme, no puedo seguir aquí…!
Lo vi tan
excitado que le administré una nueva dosis de sedante.
Sus ojos
limpios, su mirada sincera me impidieron seguir preguntando. Pero su mano se
acercó a mi mejilla y la acarició con una ternura que me emocionó. Sentía latir
mi corazón como un tambor… Besé la palma y… se durmió.
— ¡Tenemos
que desalojar a este paciente! ¡Necesitamos la cama urgentemente! ¡Julia
llévatelo al pasillo! – Las órdenes las daba el jefe de planta desbordado por
el gran número de ingresos.
—De eso
nada Tulio – Respondí. – Me lo llevo a mi casa, ya está estabilizado y necesita
tranquilidad y no contagiarse de la gripe…
— ¡Haz lo
que te parezca bien, pero déjame libre la habitación! — Gritó, y se marchó, con
la carpeta que llevaba entre las manos.
Así lo
hice. Aprovechando la salida de una ambulancia a un servicio, nos dejaron a
Pablo y a mí en mi casa. Lo acomodamos en mi dormitorio y yo pasé a ocupar la
habitación de invitados. Él no se enteró. El traslado se realizó mientras
dormía, bajo el efecto de los analgésicos. Esto le evito muchos dolores con los
movimientos.
¿Por qué
hice eso? ¿Qué me ocurría con esa persona a la que apenas conocía? No lo sé.
Pero así fueron las cosas. Despertó al día siguiente. Llamé al hospital y les
dije que me encontraba mal, seguramente me había contagiado con la gripe.
— ¡¿Qué
hora es, que día?! – Pregunto al abrir los ojos.
—Llevas
tres días así, Pablo. Te he traído a mi casa para poder ocuparme de ti… —Me
miró espantado.
—¡No puede
ser! ¡Qué he hecho! ¡Dios mío! … Ya no tiene remedio Julia. Ya no puedo volver
y… — Parecía estar enloquecido… Me asusté.
— ¿Y qué
Pablo? ¿Hay algo que no sé, que te ocurre? ¿Quién eres? ¿Volver adonde?
—Lo siento,
no puedo decirte nada y para ti mejor que no lo sepas.
Oculto su
rostro con el brazo sano y creí oír un sollozo. No entendía nada.
Estuvo
apático, sin mostrar emociones, durante dos días.
Poco después
me reincorporé a mi puesto en el hospital. Durante las dos semanas siguientes
estaba con él en mi tiempo libre y en mis horas de trabajo estaba deseando
estar a su lado. No me hablaba de su vida, yo le contaba todo de la mía. Hablaba
muy poco. En ocasiones tenía la sensación de que sabía cosas de mí que no le
había dicho… Pero sobre todo me enternecía la forma de mirarme, de acariciarme
con los ojos… Mi mente fantaseo con varias posibilidades. Incluso llegué a
pensar que pertenecía a algún grupo terrorista, o a algún servicio secreto.
Pero, sobre todo, me planteaba una pregunta… ¿Por qué yo? ¿Qué interés tenia
para él?
Mejoraba
con rapidez. Una mañana, me levanté me duché, creí oír un lamento, pensé que se
había hecho daño, me puse la toalla enrollada sin ropa interior debajo y corrí
a su habitación. Estaba molesto por la escayola… Se retorcía de los picores que
le producía. Utilicé una aguja de punto para rascarle y se calmó. Decidí
lavarlo, como cada día y mientras lo aseaba, levanté la sábana y pasé el paño
mojado por su pubis, intentaba siempre no mirar directamente, pero algo golpeó
mi mano. Me miró giró su cara para no verme; se sentía avergonzado. Le sonreí…
—Vaya
Pablo, no me digas que te avergüenzas de mí. No te preocupes he visto muchas…
— ¡Por
favor Julia, no sigas! Nosotros no podemos… Tú y yo no…
— ¿No
podemos qué? ¿Tener una relación sexual? No es eso lo que pretendo, pero ¿por
qué una negación tan tajante? ¿No te gusto? ¿Ni siquiera un poquito? Mírame,
¿soy guapa? tengo buen tipo, ¿no? — Mi tono de broma no parecía tranquilizarlo.
—Te lo
suplico Julia, no puedo explicártelo, pero… No sigas.
Aquellas
palabras despertaron mi curiosidad y decidí averiguar hasta donde podía llegar.
Sequé con un paño su vientre, sus muslos hasta llegar a su pene… Lo sequé lo
acaricié y lo sentí crecer entre mis manos. Él intentaba oponerse con su mano
libre, pero cada vez con menos energía…
Era un
hermoso ejemplar. No pude evitar sentir como me humedecía; como un escalofrío
recorría mi espalda. Me acerqué y deposité un beso en la punta donde ya
aparecía una lágrima de líquido preseminal. Él cerraba los ojos. Saboreé, lamí
y chupé aquella maravilla de la naturaleza que se me ofrecía. Su mano ya no se
oponía.
Entrelazó
sus dedos en el cabello de mi nuca acercándome con dulzura hacia su hombría. Yo
acariciaba su miembro con una mano y con la otra acaricié mis pechos, los
pezones se endurecieron como nunca, provocando descargas placenteras que
partían de la espalda y pasando por las axilas terminaban con explosiones en
las areolas. Bajé hasta mi intimidad, que encontré sin mucho esfuerzo ya que no
llevaba braguitas… Apenas unos roces en mi sensible clítoris y un orgasmo me
doblaron las piernas y me obligó a arrodillarme en el suelo con mi cabeza sobre
su vientre, mientras los disparos seminales de Pablo bañaban mi cara y mi pelo…
Miraba a Pablo y lo que vi me sorprendió… ¡Lloraba! ¡Las lágrimas bañaban su
bello rostro! En silencio, con los ojos entornados…
Cuando me
repuse me limpié con el paño que utilizaba para secarlo.
—Pablo ¿te
encuentras bien? Dime ¿Qué te ocurre? Perdona si me he propasado yo… — Me tendí
a su lado y lo abracé. Nos miramos a los ojos y me perdí en la profundidad de
sus pupilas. Nuestros labios se fundieron en el beso más cálido y tierno que recuerdo.
Jamás en mi vida me habían besado así.
¡¿Me estaba
enamorando?! ¡No, estaba enamorada como una colegiala!
Lo que yo
sentía por aquel desconocido era algo inexplicable, pero muy intenso. Jamás
nadie me había hecho sentir algo tan fuerte.
Limpié el
derrame de su vientre y lo dejé para vestirme y marchar a mi trabajo. Le dejé
el teléfono a mano por si me necesitaba…
Al regresar
lo encontré dormido. Me quedé un rato de pie, mirándolo y sintiendo en mi pecho
sensaciones desconocidas para mí. Como si fuera a explotar, mis ojos se
humedecían… Mi sexo también…
—Pablo, ¿te
parece bien que duerma aquí, contigo? No te estorbaré y podré ayudarte mejor si
me necesitas… Prometo no volver a meterte mano…
—Como
quieras, estás en tu casa y tú eres la enfermera… Me parece bien…
Al caer la
noche, tras la cena, decidí dormir a su lado. Mi cama era grande y cabíamos los
dos cómodamente y así estaría más a mano por si necesitaba algo.
No sabía cuánto
tiempo llevaba durmiendo; la tenue luz de las farolas de la calle entraba por
la ventana. Desperté y lo vi mirándome, con una ternura que me emocionó.
—Te he
despertado, lo siento. He intentado cambiar de postura y me he movido
demasiado.
—No te
preocupes, estoy acostumbrada…
Con su mano
libre apartó un mechón de mi cabello y acarició mi mejilla; sus dedos se enredaron
en mi nuca, peinando mi pelo, se deslizaron por mi barbilla y el cuello, por el
hombro hasta bajar a mi pecho, sobre el camisón… El pezón reaccionó como si
hubiera recibido una descarga eléctrica y se endureció hasta provocarme dolor
que hizo que mi espalda se arqueara. Captó la fuerte sensación y apartó la mano
de mi cuerpo; la sujeté y la llevé de nuevo hasta mi seno. Ya no dolía, ahora
era toda yo un violín con las cuerdas tensas, dispuestas a hacer sonar una
bella melodía. Sentía arder mi cuerpo y me estiré para llegar a su boca que
besé suavemente al principio, pero que pronto se convirtió en un tórrido beso
pugnando nuestras lenguas por penetrar al otro con pasión, con lujuria.
Mi mano se
adentró entre sus piernas hasta llegar a su pene que acaricié y comprobé como
crecía hasta adquirir una dureza extrema. Su mano también buscó mi sexo que ya
segregaba fluidos de forma desconocida para mí. Jamás me había sentido así. No
comprendía como este hombre producía ese efecto en mí.
Le quité el
pantalón corto de pijama que llevaba y me desnudé. Las luces de las farolas de
la calle iluminaban tenuemente la habitación y pude observar su mirada de deseo
al ver mi cuerpo desnudo. Aquello me excitaba aún más. Me coloqué sobre su
cuerpo adaptándome a sus limitaciones. La sensación del contacto de mi vientre
y pecho sobre su torso era inenarrable.
No se aún como ocurrió, pero besándolo
sentí de pronto su falo en mi seno, presionando mi útero… Me sentí llena y un
desconocido placer me desbordó… Y la locura se apoderó de nosotros.
Las semanas
que siguieron hasta que lo llevé al hospital para quitarle las escayolas fueron
una auténtica locura.
Cuando
estaba trabajando solo pensaba en volver a casa para estar con él, para hacer
el amor con una intensidad y una pasión rayanas en la enajenación. Lo amaba, lo
deseaba incondicionalmente, sin importarme no saber nada de él, de su pasado;
me sentía como una colegiala con su primer amor. Yo había tenido algunas
experiencias con compañeros del hospital, pero nada comparable con mi amor por
Pablo, de quien no conocía ni sus apellidos.
Los dos
meses pasaron volando…
Dos días después de haberle librado de
las escayolas ya se movía con entera libertad…
El tercer
día, tras una agotadora noche de sexo, de caricias, de besos, me miró fijamente
acariciando mis mejillas.
—Julia,
desde que te conocí he vivido la primera y única historia de amor de mi vida.
Pero sintiéndolo mucho… Debo dejarte.
—¡Pero
Pablo ¿por qué?! ¿Qué me ocultas?
—Mi amor, mi vida, por favor no me preguntes
nada, no puedo explicartelo. No me busques, no intentes ponerte en contacto
conmigo. Solo recuerda que eres y serás el único y más grande amor de mi vida.
Sé que nos amaremos eternamente.
Me dejó sin
habla. No comprendía nada, aunque en el fondo temía y sabía que esto ocurriría
tarde o temprano.
Y se
marchó.
Creí morir de dolor. Nadie comprendía
que había perdido a la única persona a quien había amado, a quien amaría por el
resto de mi existencia. Una inmensa angustia oprimía mi pecho… Adelgacé y mis
compañeros temían por mi salud; la vida dejó de tener sentido para mí. Me movía
como un zombi, sin interés por nada ni nadie.
Sin embargo,
un par de semanas después supe que no se había ido del todo… Estaba embarazada.
Nadie puede imaginar la inmensa alegría que tuve al conocer la noticia
Ocho meses después tuve un hijo… mi
hijo… su hijo.
Al nacer lo llamé Pablo, como su padre.
Y a él me dediqué en cuerpo y alma. Lo vi crecer, lo cuidé con todo mi amor y
lo eduqué guardando el recuerdo de aquel muchacho de pie junto al semáforo
frente a mi casa, con el que hice el amor durante dos meses y al que amé toda
mi vida.
Pasaron más
de veinticinco años. Mi hijo poseía una
inteligencia excepcional. Consiguió su primer doctorado en física a los quince
años. A los veinte, con tres doctorados más y varios masters, trabajaba en un
proyecto de máximo secreto. Yo, jamás supe qué investigaba. Solo que estaba
bajo el control del gobierno.
Un día,
como cualquier otro, se fue a su trabajo y no regresó.
Me volví
loca. Llamé a las pocas personas que conocía que pudieran saber qué había
pasado, donde estaba mi hijo. Amigos suyos, militares, a quien en algún momento
me había presentado… Al no recibir respuesta amenacé con llamar a la prensa y
contar “lo que sabía”, que en realidad era nada, pero jugaba con que ellos
tampoco sabían que conocimientos tenía sobre el proyecto en el que trabajaba mi
hijo.
Pasaba el
tiempo y yo seguía sin noticias de Pablo. Pasaron dos meses en los que la
angustia atenazaba mi pecho… Recordaba como desapareció su padre de mi vida,
como me sentía con mi soledad. ¿Se repetía la história?
Una tarde
lluviosa, escuché la llave abrir la puerta de la casa.
Pensé en las posibles represalias de las
personas a quien había amenazado. Quizás habían enviado a un asesino para
silenciarme. Me armé con un cuchillo de la cocina y me acerqué a la entrada. Un
hombre, con una gabardina de tipo militar, me daba la espalda mientras cerraba
la puerta.
— ¡¿Quién
eres?! — Grité.
— ¡Mamá!
Sí, era mi
hijo. Arrojé lejos el cuchillo y me abalancé en sus brazos, llorando gritando,
aporreando su pecho.
— ¡¿Dónde
has estado?! Creí morir si te perdía… —Le gritaba bañándolo en lágrimas y
mocos, besándolo, acariciándolo, peinando sus cabellos con mis dedos.
El me
oprimía con sus brazos y devolvía mis besos, también lloraba.
Poco a poco nos fuimos calmando.
—Mamá,
cálmate, déjame explicarte. Vamos a sentarnos en el salón. — Pasó su brazo
sobre mis hombros, no le era difícil, medía un metro ochenta y yo apenas uno
sesenta. Nos sentamos, no podía creerlo, por fin había recuperado a mi querido
hijo.
—Necesito
saber en que trabajas Pablo. Y sobre todo que puedo hacer si vuelves a
desaparecer.
—Te lo diré
todo, pero debes prometerme que aceptaras lo que te voy a contar sin reproches.
Ahora escucha y no me interrumpas hasta que acabe.
—Te lo
prometo Pablo. Si te tengo a mi lado no
necesito nada más.
—Hay
algunas explicaciones técnicas que tendrás que creerte. Mi campo de estudio es
la Teoría de Campo Unificado, más concretamente la Teoría del Todo. O sea, una ecuación que engloba los parámetros
del campo gravitacional con la Relatividad General y la Mecánica Cuántica. Especializándome
en las Teorías de Cuerdas. Imagina un grupo de tres vectores que definen una
posición en el espacio tridimensional y que su vez se deslizan sobre una línea,
o cuarto vector, que definiría la cuarta dimensión, o sea, el tiempo. Encontré una anomalía en la teoría de la
Relatividad desarrollada por Einstein que introducía errores en los cálculos
tensoriales que desarrolló. Una vez definida la ecuación, cosa que conseguí
hace un año, el trabajo consistió en alterar unos campos manteniendo otros
fijos, de esta forma se logra un deslizamiento hacia atrás en el tiempo.
—Pablo, me
das miedo, creo que no me va a gustar lo que me vas a decir.
—Es posible
mamá. Pero sigo… La cuestión es que todos pensaban que introducir esos
desequilibrios implicarían un enorme consumo de energía, pero no era así.
Aunque todo se hacía bajo la supervisión del ejército y en el más estricto
secreto, logré engañarlos y escapar a su vigilancia. Tras varias experiencias
conseguí controlar la variación en el tiempo y poco a poco afinar los saltos
temporales con gran precisión. En uno de los saltos me dejé llevar por mi
curiosidad y me desplacé hasta una fecha en la que yo suponía que estuviste con
mi padre… Quería, necesitaba conocerlo… Para ello vigilaba la vivienda en la
que vivías, pero tuve la desgracia de que un coche me atropellara y…
—¡No! ¡No
sigas por favor! ¡Pablo…! ¡No me digas que tú…!
—Sí
mamá. Solo quería conocer a mi padre y
ahora ya sé quién es.
— ¡¡YO SOY
MI PADRE!!
—¿Y sabes
lo que es mejor? Que ahora mismo estoy enamorado de aquella Julia a quien
conocí, hace veinticinco años y que me vi obligado a abandonar hace apenas unas
horas, sin saber que llevaba un hijo en sus entrañas, conmigo, en su, tu, vientre,
para volver a estar contigo, mi amada, mi madre… Y te aseguro que mis palabras
de amor de ayer, de estos dos meses que he estado contigo, eran verdaderas. Te
sigo amando y así será hasta que un nuevo BUCLE nos separe para unirnos de
nuevo.
Nos
abrazamos llorando como dos niños. Sus ojos me transmitían amor, pasión, toda
una serie de emociones que me aterraban y al mismo tiempo me hacían sentir
bien, en paz. Por fin pude saber lo ocurrido con mi gran amor.
—¿Y qué
vamos a hacer ahora Pablo? Yo te sigo amando como esposo, pero eres mi hijo. A
partir de ahora no puedo verte con los mismos ojos…
—¿Y cómo
quieres verme? ¿Cómo esposo, aunque no nos hubiésemos casado? ¿O como hijo, que
ama a su madre con toda la pasión del tiempo universal? Porque yo te sigo
amando Julia. Solo hace unas horas te dejé llorando en tu casa, sabiendo que
sufrías, pero también que podría tenerte en mis brazos horas después. Aunque
para ti hayan pasado veinticinco años. Y no sé qué pensarás tú, pero yo te
deseo y siento por ti, además de mi amor como hijo, la pasión de haber sido tu
amante. Yo necesito tenerte, abrazarte, besarte y…
Sus dedos peinaron mi
nuca, sensaciones que antaño me derretían de emoción, venían de nuevo a mi
mente, a mi cuerpo. Mi entrepierna se humedeció. Mi corazón latía a toda
velocidad y mi boca ansiaba ser devorada por la suya. Y no se hizo esperar…
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