¿Cuánto puede durar
una muerte? Yo llevo diez años muriendo. Diez años en el corredor de la muerte.
Pero la espera ha
finalizado. He saboreado mi última; cena un poco de sopa de marisco y un
chuletón, ya un poco frío.
El médico me visita y me ausculta atentamente. Con una
sonrisa me pregunto si llegarían a suspender el espectáculo por un resfriado.
Dicen que cuando
estás a punto de morir se te pasa toda la vida por la cabeza. Pero debe ser
cierto que no soy un hombre normal.
Mientras me sacan
de la jaula y me ponen los grilletes solo pienso en viajar atrás en el tiempo.
En volver a ese fatídico momento que me ha traído finalmente hasta aquí.
Recorro el largo pasillo entre abucheos y ánimos de mis compañeros de corredor,
deseando volver a aquella calurosa tarde
de septiembre y perdonar...
Ella era así;
hermosa, impulsiva, egoísta... enloquecedora.
El cura de la
prisión me acompaña en los últimos metros y ante la puerta de la cámara reza un
sencillo responso. Yo asiento mecánicamente, pero estoy muy lejos, estoy en
aquella sórdida habitación de motel, observando a ese hombre que apenas reconozco,
que pierde los nervios e insulta a la dulce y casquivana Mona.
Tanto las paredes,
como la puerta, son de frío acero pintado de blanco, con un amplio ventanal
panorámico para que nadie se pierda el
espectáculo.
El interior es
espartano y aséptico, aumentado mi sensación de irrealidad.
La misma sensación
de rabia e impotencia me ciega. Vuelvo a estar frente a Mona, empujándola,
arrinconándola. Ya no percibo la belleza de sus rasgos, ni la suavidad de su
piel o el aroma de su cuerpo cuando hacemos el amor. Lo único que siento es la
rabia y el deseo de venganza. Impotente, me veo levantar la mano por primera
vez, consciente de que ya no podré parar hasta que esté muerta.
Cuando vuelvo al
presente, me doy cuenta de que me ha vuelto a pasar. Los tres guardias que me
flanqueaban se han tenido que emplear a fondo para reducirme, sus rostros están
congestionados y sudorosos por el esfuerzo. Los sorprendo quedándome
súbitamente quieto, pero se rehacen rápidamente y con sonrisas torvas e
insultos susurrados entre dientes, me atan a la incómoda silla metálica ante la
mirada de estupor de los presentes.
Los testigos, ¿Qué
buscan con esto? ¿Justicia? ¿Venganza? Me gustaría disculparme y explicarme,
decirles que la amaba hasta la locura y que precisamente por esto me perdí. La
perdí. Pero soy consciente de que quieren ver en mí el monstruo que arrebató a
su preciosa Mona, así que dejo mansamente y en silencio que me pongan la
capucha que evite a los espectadores el desagradable espectáculo de mi cara contorsionándome
víctima de la agonía.
Finalmente se
cierra la puerta Sé que me quedan instantes. El ritmo de mi corazón se acelera
y el miedo me atenaza. Lo único que puedo hacer para superarlo es pensar en que
la angosta cabina me llevara lejos de todo ese dolor.
Noto el intenso
olor de las almendras amargas. No intento contener la respiración. ¿Para qué?
Nada tiene sentido ya.
Inspiro con fuerza,
deseando vanamente que la muerte me lleve a aquel momento de nuevo, pero solo
noto el ardor de mis pulmones.
Ojala volviese a
aquel momento y escribir un nuevo final para esta historia. ¿Pero qué final?
¿Un final feliz? Me conformaría con un final distinto...
Autor: Alex Blame
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