El desierto paseo marítimo adquirió
su aspecto habitual, al llenarse de transeúntes que curioseaban el ajetreo de
las embarcaciones que se disponían a zarpar. Un majestuoso SUV negro se detuvo frente
a la barrera de acceso al puerto deportivo, del que se apeó Marcos, un hombre
de mediana edad y gran corpulencia. Caminó grácilmente hacia la oficina de información,
de la que salió, minutos más tarde, con un sobre de papel manila en las manos y
una permanente sonrisa en el rostro. Regresó al vehículo y ocupó el asiento del
conductor; una vez acomodado, miró a Silvia, su esposa, quien tenía los ojos vendados.
—Ya hemos llegado –expuso, colocando
su mano derecha sobre el muslo izquierdo de su compañera.
Silvia se sobresaltó por el
inesperado contacto y respondió:
—Entonces, ¿ya me puedo quitar
esto? ‒preguntó, refiriéndose al pañuelo que cubría sus ojos.
—Aún no, ten paciencia.
—¿Acaso tengo otra opción?
Marcos bufó con frustración y
puso en marcha el vehículo. Meditó unos segundos antes de continuar el recorrido
y dibujó una mueca traviesa al imaginar la cara de Silvia al ver lo que tenía
preparado. Dirigió el vehículo al amarre que le habían indicado en recepción y estacionó
en la zona reservada. Volvió a apearse y bordeó el automóvil; a continuación,
abrió la portezuela del acompañante y ayudó a Silvia a bajar del vehículo, la
cual se movía con torpeza al no poder ver nada.
La tomó de las manos y la condujo
hasta situarla frente al Fantasía, un lujoso Sunseeker 75 yatch, de poco más de veinte metros de eslora.
Le retiró el pañuelo de los ojos y la mujer parpadeó repetidamente, solo el
tiempo que necesitaron sus pupilas para adaptarse a la luz. Miró extrañada
alrededor y preguntó:
—¿Qué hacemos aquí? ¿Dónde
está la sorpresa?
Marcos señaló la embarcación y
añadió:
—Ha llegado el momento de
compensarte por todas mis meteduras de pata.
—¿Me has comprado un barco?
—Ya me gustaría, pero no; lo
he alquilado. En el trabajo llevan tiempo hablando maravillas de Ecos del pasado, dicen que no solo
alquilas un yate, si no que contratas una aventura.
‒‒¿Vamos a navegar? ‒preguntó Silvia,
a la que se le activaron todas las alarmas.
—Efectivamente –respondió,
orgulloso, asintiendo enérgicamente con la cabeza–. Tenemos por delante unas pequeñas
vacaciones en alta mar. ¿Qué te parece la idea?
—La verdad es que pinta bien,
pero siendo una recomendación de tus amigotes… Bueno, bueno, no quiero sacar
conclusiones precipitadas.
Dieron por finalizada la
conversación y trasladaron el equipaje del vehículo a la embarcación; seguidamente
iniciaron los preparativos que los llevaría a surcar las profundas aguas del
inmenso mar que se mostraba ante ellos.
Tras varias horas de travesía,
que transcurrieron sin contratiempos, Marcos inició la maniobra de fondeo,
terminada la cual, dirigió sus pasos a la cubierta de proa, donde se encontraba
Silvia tomando el sol. Se despojó de la ropa, saltó por la borda y nadó en las cristalinas
aguas ajeno a las palabras de Silvia, que desde su posición, le reprendía
constantemente por su falta de juicio.
Bien entrada la tarde, con la
luna haciendo su aparición, junto a las miles de estrellas que salpicaron el cielo
con sus destellos, decidieron poner fin al día con un reconstituyente baño
caliente, preámbulo de una ligera cena que remataron en la calidez del camarote
principal.
—He de reconocer que esta vez
has acertado –indicó Silvia, acercándose melosa a su compañero.
—Celebro oír eso, pero aún…
—Shhh… –le interrumpió–.
Hablas demasiado.
Silvia se colocó a horcajadas
sobre él, reclinó el torso sobre su cuerpo y le ofreció sus pechos, los cuales
Marcos devoró a besos. Minutos después se reincorporó, colocó las manos sobre
el pecho de su compañero y le practicó un suave masaje, trazando leves círculos
que descendieron hasta llegar al exaltado miembro, el cual sujetó con decisión
entre sus manos. Acercó sus labios al sonrosado glande y le obsequió con un
sutil beso en la punta, beso que abrió hasta engullirlo por completo. Acunó el
tronco con la lengua e inició un continuo vaivén, manteniendo su verticalidad
con la mano, la misma que acompañaba esporádicamente el recorrido.
Con el miembro estuvo bien
lubricado, apuntó con él a la entrada de su vagina y descendió lentamente,
hasta que un espasmo de satisfacción recorrió su cuerpo al sentirse llena. Trazó
leves círculos para acomodar al deseado intruso, oscilando levemente las
caderas y aumentando la cadencia a medida que lo hacía su ardor.
Marcos la tomó con sus fuertes
manos de las caderas, no quería perder el compás que Silvia, agitándose con
fuerza, marcaba al evidenciar la llegada del clímax. La atrajo hacia sí y bombeó
con fuerza, como a ella le gustaba. Silvia se arrulló sobre su torso y explotó
en un intenso orgasmo; mientras tanto, él enfatizó el abrazo a la par que cesaba
paulatinamente sus acometidas.
Una vez Silvia se recuperó del
placer recibido, tomó entre sus manos el aún erecto miembro de Marcos y lo
acarició con suavidad. Descendió lentamente hasta quedar entre sus piernas,
sujetó con firmeza el grueso mástil y se lo introdujo por completo en la boca.
Marcos no pudo aguantar por mucho tiempo y terminó derramándose, hecho que
Silvia aprovechó para no dejar escapar ni sola gota de su esencia.
Reinaba el silencio cuando un
agudo pitido, proveniente de la cabina, alertó a Marcos. Hizo a Silvia a un
lado con delicadeza y acudió al origen de la alarma. Al entrar en cabina le
llamó la atención la misteriosa luz que iluminaba la estancia, ya que el cielo
se había convertido en el escenario de un increíble espectáculo de colores, acompañado
por una racheada lluvia que ayudaba a expandir la luz. Fue hasta el puesto de
mando y detuvo el molesto aviso, percibiendo en el recorrido un repentino
aumento de la temperatura. Una espesa bruma purpúrea cubrió la atmosfera y
Marcos sonrió al ser consciente de que el proceso que iniciaría la verdadera
sorpresa, acababa de iniciarse.
Despuntaban las primeras luces
del alba cuando Silvia se percató de la ausencia de Marcos, momento que aprovechó
para curiosear por el camarote hasta que una carta, colocada meticulosamente sobre
una brillante bandeja metálica, llamó poderosamente su atención. Contenía un
escrito y lo que parecía ser la llave de una cerradura de seguridad. Una vez
terminó de leer la misiva, fue en busca de Marcos.
—Cariño, he encontrado una
carta de lo más interesante. Según dice, pronto se desencadenará una extraña
tormenta que nos trasladará al Siglo XVIII, ¿te lo puedes creer? –anunció mientras
subía la escalera que daba acceso al puente.
—¿En serio? ‒respondió fingiendo
sorpresa‒. Hay que ver lo que inventa la gente.
Silvia se situó junto a él, y
apartando los ojos de la lectura, le mostró la hoja de papel.
—Mira, es esta. Deberías leerla,
va dirigida al patrón.
—No hace falta, imagino lo que
pone.
—¿Cómo que…? –Silvia le miró
fijamente, todas sus alarmas internas se habían activado–. Un momento, ¿hay
algo que no me has contado?
Marcos no dijo nada, se limitó
a sonreír de forma traviesa.
—¿Y esa sonrisa? –le interrogó
Silvia–. ¿No irás a decirme que todo lo que pone aquí es cierto?
—Si no te lo crees, mira al
frente.
Silvia obedeció la orden
recibida, quedándose sin palabras al ver que hacia ellos avanzaba un galeón a
gran velocidad; Marcos aprovechó el momento para matizar.
—Ahí tienes la respuesta.
—¿Es de verdad? ‒Marcos asintió
con la cabeza‒. Entonces, ¿todo lo que pone en la carta es verdad?
Marcos volvió a asentir con
una sonrisa de medio lado, orgulloso por haberla sorprendido.
—Entonces deberíamos alejarnos
lo antes posible ‒objetó Silvia, sacando a relucir su lado más conservador‒. En
la carta pone bien claro que no debemos interactuar con nadie.
—¡Bah! –exclamó Marcos con
indiferencia–. ¿Qué puede pasar? Además, tengo entendido que hay un arsenal con
munición suficiente para defendernos.
—¿Ah, sí? –replicó Silvia–. ¿Desde
cuándo eres un experto en armas? De poco sirve tener muchas si no sabemos cómo
funcionan.
—No será tan difícil, de todas
formas, ¿no te gustaría conocer a piratas auténticos?
Marcos la miró con ojos suplicantes,
pero Silvia, tal como manifestó sin posibilidad de réplica, no estaba dispuesta
a correr ningún riesgo.
—No ceñirte a las normas, es
lo que suele convertir tus planes en desastre, así que pon en marcha este
trasto y alejemos cuanto antes.
Frustrado por la falta de
apoyo a su propuesta, pulsó el botón de arranque de la embarcación y el motor
empezó a girar impulsado por la fuerza de las baterías, pero sin intención de
mantenerse por combustión. Pasados unos segundos, volvió a intentarlo obteniendo
el mismo resultado.
—¿Qué pasa ahora? –preguntó
Silvia, cuya angustia y nerviosismo crecía por momentos.
—¡Este maldito trasto no
quiere arrancar! –respondió Marcos, renegando–. ¡Me aseguraron que las
revisiones estaban al día!
—¡Vale, vale, pero no te
enfades conmigo! A ver, ¿hay gasolina? Porque como sea eso lo tenemos crudo,
principalmente porque no veo ninguna estación de servicio por aquí; aunque he
de suponer que esas cosas se tienen en cuenta antes de zarpar, ¿no?
Marcos la tomó por la cintura
y la atrajo hacia sí, la miró fijamente a los ojos y respondió:
—No te preocupes por eso,
tenemos combustible para dar la vuelta al mundo –exageró con la certeza de
saber que ese no era el problema.
—Pues ya me dirás qué hacemos,
los tenemos encima.
—Tendrás que entretenerlos
como puedas.
—¿¡Cómo quieres que los
entretenga!? ‒preguntó Silvia, con evidentes signos de irritación.
—Estoy seguro que se te
ocurrirá algo
—¿Ah, sí? Y, ¿qué hago, me los
follo uno a uno?
—No creo que tengas que llegar
a eso, aunque…
Miró a Marcos con los ojos
encendidos de ira y salió a toda prisa a cubierta, donde vio al galeón fondeado
a pocos metros. Habían arriado velas e izado la Jolly Roger, señales que le
hicieron deducir un inminente asalto.
—¡Por todos los demonios, qué
tenemos aquí, una sirena! ‒vociferó el que parecía estar al mando‒. ¡Y bien
hermosa que es!
Desde el yate se podía oír un
gran revuelo, ya que aquellos hombres nunca habían visto a una mujer en
biquini, hecho que Silvia tuvo presente tras escuchar esas palabras. Dio media
vuelta y regresó a la cabina, donde estaba Marcos, leyendo un manual.
—Será mejor que salgas tú a
atenderlos, mi ropa no es la más adecuada para recibirles.
—¿Cómo que no es la…
Se quedó mudo al mirar hacia
la puerta. Silvia caminaba hacia él portando un minúsculo biquini amarillo, que
destacaba con creces sobre su generosa figura de piel morena.
—Tienes razón –continuó–, será
lo mejor. Claro que si me ocupo yo, ¿quién va a poner en marcha el motor?
Silvia meditó unos segundos y
respondió:
—Déjalo en mis manos. Te
avisaré cuando lo tenga todo preparado; mientras tanto, entretenlos como
puedas.
Marcos fue al camarote, se
puso unas bermudas y salió a cubierta. Caminó boquiabierto hasta proa, ya que
se encontraba ante un auténtico barco pirata totalmente operativo.
—Buenos días tengáis, ¿en qué puedo
ayudaros? –saludó cordialmente al llegar.
—¿Ayudarnos? –respondió el pirata
entre risas–. Yo diría que somos nosotros los que deberíamos ofreceros ayuda.
—Se agradece, pero no
necesitamos nada, gracias. Podéis continuar vuestro rumbo, siento mucho que
hayáis venido hasta aquí para nada.
—He dicho que deberíamos, no
que lo vayamos a hacer.
Mientras la conversación fluía
con relativa tranquilidad, Silvia preparaba el escenario para llevar
acabo su plan. Cogió todas las sábanas que encontró y las colocó de manera que
tapasen todo lo posible el moderno mobiliario. Perfumó el ambiente y atenuó las
luces para crear un clima cálido. Una vez terminó los preparativos, fue hasta
la cabina y habló por megafonía.
—Disculpe nuestra falta de
hospitalidad. Sería un honor para nosotros que subiera a bordo.
—¡Por las barbas de Neptuno!
¿Qué demonios es eso? –preguntó el pirata.
Marcos estaba tan descolocado
como él, y no por escuchar a Silvia, si no por lo que dijo, saliendo del trance
al volver a escuchar la voz.
Un bote se acercó al yate, el
pirata desembarcó y el bote regresó al galeón; Marcos presenció la escena
totalmente anonadado, saliendo del trance al volver a escuchar a Silvia.
—Cariño, acompaña a nuestro
invitado al salón.
El aludido obedeció la orden y
lo condujo al interior del yate. Desconocedor de los planes de Silvia, creyó
que esta se había vuelto loca al ver la decoración.
—Gracias, cielo, puedes
retirarte y seguir con tus quehaceres, ya sabes, el motor y todo eso –matizó guiñándole
un ojo–. Mientras tanto le mostraré a nuestro invitado el interior de la nave;
presumiendo que acceda a mi invitación.
—Ya lo creo, damisela –bramó
el pirata–, será un honor teneros como guía.
Puso el brazo en jarra y
Silvia avanzó hacia él. Al pasar junto a Marcos, le susurró al oído:
—Lo tengo todo controlado.
Marcos tardó unos segundos en
reaccionar, para cuando lo hizo, ya habían bajado al nivel donde se encontraban
los camarotes, teniendo total libertad para obrar sin distracciones.
En primer lugar revisó punto por
punto la guía de navegación, constatando que todos los sistemas funcionaban
correctamente, salvo los que requerían de señal GPS, ya que no había satélite
que le ofreciera servicio, aun así, el dichoso motor seguía sin funcionar. Miró
alrededor y posó la vista en la carta que le refirió Silvia, depositada
cuidadosamente sobre la mesa junto a una llave. Tomó el escrito entre sus manos
y esbozó una ligera sonrisa, ya que la mesa también estaba cubierta por una
sábana, y sobre ella, la brillante bandeja metálica en la que reposaban ambos
objetos. Llegó a la conclusión de que esa carta debía ser importante si Silvia se
había tomado tantas molestias, de modo que tomó asiento y la leyó atentamente.
Silvia mostró al pirata
distintas estancias del yate, hasta que llegaron al camarote que había dispuesto
para llevar a cabo su plan. Le hizo desnudarse y meterse en la bañera, orden
que aquel hombre obedeció sin rechistar. Su mente se obnubiló al ver el cuerpo
de aquel hombre, musculatura perfectamente definida y firme, protegida por una
suave capa de piel tersa. Sin ningún tipo de pudor o disimulo, desvió la mirada
hacia su masculinidad, completamente erecta y de tamaño considerable.
Un cosquilleo le recorrió el
cuerpo, acentuándose al llegar a la zona púbica debido al ardor que recorría
sus entrañas. El corazón comenzó a latir con fuerza, los pezones se le
endurecieron y las piernas comenzaron a temblarle. Todos ellos, signos
evidentes de algo inconcebible en una situación como esa: estaba excitada.
Inicialmente su plan consistía
en darle un baño, con su correspondiente masaje, durante el tiempo que Marcos necesitase
para arreglar la avería, pero al ver aquel cuerpo, toda su entereza se fue a
pique y se dejó llevar por sus instintos.
Cogió la esponja, vertió en ella un abundante chorro
de jabón y comenzó a frotar con energía cada centímetro de piel, prestando
especial atención a la importante erección que presentaba. Acarició el miembro
de arriba abajo con una mano, mientras la otra jugueteaba con sus grandes y
duros testículos. Un prolongado gemido brotó de la garganta del pirata mientras
su verga disparaba desiguales ráfagas de semen, impactando varias de ellas en la
fina bata que Silvia llevaba; se despojó de ella y del biquini amarillo.
Condujo al hombre hasta la
cama, le instó a tumbarse y se abalanzó sobre su semi erecto miembro, que lamió
y besó hasta que recuperó el vigor perdido. Se colocó en cuclillas sobre él y apuntó
a la entrada de la vagina, descendiendo lentamente para adaptarse poco a poco
al calibre de la herramienta. El pirata posó las manos sobre las caderas de
Silvia, la cual botaba salvajemente sobre él.
Minutos más tarde cambiaron de
postura, Silvia se colocó a cuatro patas y el pirata tras ella, ensartándola
una y otra vez hasta que ambos culminaron en un brutal orgasmo.
A Marcos no le costó mucho
encontrar la avería después de leer el escrito, pero antes de poner en marcha
el motor, quiso informar a su mujer sobre los avances. Bajó a la cubierta
inferior y miró camarote por camarote. Su entereza se vino abajo cuando los
vio, quedándose atónito durante unos instantes observando. No quiso interrumpir
para evitar poner a Silvia en peligro, ya que dedujo que aquel hombre había
forzado a su mujer a hacerlo. Regresó a la cabina y tomó asiento, en su cabeza
no dejaba de reproducirse la imagen vista, aumentando así su sed de venganza.
—Ha sido muy satisfactorio,
bella dama, pero he de regresar con mi tripulación ‒expuso el pirata una vez
terminó de vestirse.
Silvia lo miró desde la cama
con la esperanza de haber conseguido ganar el tiempo suficiente, aun así,
suplicó a aquel hombre que los dejara en paz.
—Me alegra haberos complacido,
espero que esto sirva para que no nos abordéis.
El pirata la miró sorprendido,
cogió su sombrero y se dirigió a la salida. Se detuvo en el umbral de la puerta
y se giró hacia ella.
—No sé de dónde habéis sacado
esa idea, jamás se me pasó por la cabeza tomar esta nave.
—Yo pensé que…
El hombre soltó una risotada y
respondió al comentario:
—Siempre igual, todos decís lo
mismo. No es la primera vez que vemos esta nave, aunque sí que es la primera
que me invitan a bordo.
El pirata expuso sus motivos
mientras Silvia escuchaba atentamente la explicación del porqué se mostraban
pacíficos, una vez finalizó, regresó al galeón y reemprendieron la marcha.
—¿Has conseguido solucionar el
problema? –preguntó Silvia, que había subido a la cabina.
—El del yate, sí, pero todavía
me queda algo por hacer –respondió Marcos mientras golpeaba la gran caja de
madera que tenía a su lado.
—¿Qué hay ahí dentro? –quiso
saber Silvia.
—La solución a mi angustia.
Terminó de decir esto y abrió
el cofre. De él extrajo un lanzacohetes RPG, salió a cubierta y fijó al galeón
como objetivo. Silvia salió tras él, y al ver lo que tramaba, le preguntó:
—¿Se puede saber qué haces?
Ese hombre me ha dicho que no pretendía hacernos daño.
—Es posible…
Marcos accionó el gatillo y el
proyectil salió disparado. La providencia quiso que fuese la bodega donde
almacenaban los barriles de pólvora la que recibiese el impacto, provocando que
el galeón estallase en mil pedazos. Satisfecho con el resultado, volvió a la
cabina y puso en marcha los potentes motores del yate para alejarse.
Silvia vio desmesurada la
actitud de Marcos y se quedó en cubierta contemplando la escena. Perdidos de
vista los restos del galeón, fue hasta donde se encontraba Marcos.
—¿Por qué lo has hecho? Te dije
que lo tenía todo controlado, no corríamos ningún peligro –matizó Silvia al ver
la cara de satisfacción de Marcos.
—Porque no voy a permitir que
alguien se folle a mi mujer y se vaya de rositas.
El rostro de Silvia se tornó
pálido al saber que los había visto en plena faena, lo que Marcos no sabía, era
que no fue el pirata quien forzó la situación, si no que ella, por despecho,
tomó la iniciativa.
La puesta de sol estuvo
acompañada por una fina lluvia y el mismo espectáculo de luces que inició la
aventura, señales que indicaban que la normalidad había regresado a sus vidas. Meses
más tarde, Ecos del pasado cesó su
actividad, ya que por más que lo buscaron, el galeón jamás volvió a mostrarse.
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