Notas del 1 de octubre de 2017
Richard me obliga a tomar las notas del experimento a mano por culpa
del maldito campo electromagnético. Sería más fácil salir del laboratorio y
escribirlo todo en el ordenador de la superficie... ¡pero no! El muy capullo
dice que hay que tomar las notas al momento, no hay tiempo de coger el ascensor
y subir los ocho pisos para escapar del rango de acción del campo.
Él sigue emperrado en conseguir crear un estado cuántico a base de
bombardear los átomos con fotones y esperar que, por obra y gracia divina, la
partícula elemental se divida en dos. Bueno, él no dice “por obra y gracia
divina”, pero su idea va a tener el mismo éxito que si rezáramos pidiendo la
intervención de San Bartolomé para que viniera y creara dos partículas
cuánticas de una elemental.
Llevamos diez meses encerrados en este jodido laboratorio hasta conseguir
crear una película de sólido plasmático de tamaño suficiente para comenzar los
experimentos. Para los ignorantes de esta sustancia, es un material de reciente
creación que nos ha permitido realizar una lámina fina (del grosor de escasas
dos filas de átomos) con aspecto fluido, pero que en realidad tiene una
estructura atómica y un comportamiento de material sólido, gracias a que sus
partículas, pese a estar unidas, vagan y vibran libremente a nivel subatómico,
vulnerando así todas las putas leyes de la física al mismo tiempo.
Al final, la idea del doctor
Tomasson (él dice lo contrario, pero yo creo que inspirada en los pomperos de
los niños) de hacer un aro de dos metros con carga electromagnética y dejar que
simplemente los átomos del sólido plasmático se alinearan en su interior fue
providencial para poder avanzar.
Notas del 3 de octubre de 2017
Odio a Richard Waters, odio el proyecto y odio tener que ser yo quien
escriba las notas.
—Hazlo tú. Tienes letra bonita. Como de niña —me dice cada vez que me
da por preguntar quién va a escribir hoy.
Lo odio mucho. Le golpearía cada vez que me sonríe con esa cara de
anuncio de óptica que tiene. Por lo demás, como siempre, sin avances. No hemos
podido aún conseguir ningún tipo de ligadura cuántica. Estamos malgastando
millones de euros de subvenciones europeas para que Richard dispare fotones a
un campo de sólido plasmático.
Jaqueline se acaba de resbalar y ha caído de culo. Me he reído como
hacía tiempo que no me reía. Richard me ha mirado mal, pero también lo he visto
disimular una risilla. Me he ofrecido a mirar el estado del pandero de la joven
doctora francesa, pero ha desestimado mi proposición de una forma muy poco
elegante para venir de "la ciudad del amor".
Diez meses encerrado son demasiados. Necesito echar un polvo y la
doctora Jacqueline Aurier sería la mejor opción. También está la cincuentona
regordeta de la doctora Fuentes, y a estas alturas hasta estoy mirando con
otros ojos al doctor Tomasson. Es cuestión de tiempo que empiece a tirarle los
trastos al viejo Milletti. Descarto a Waters porque no sería capaz de tocarlo
ni con un palo. No conozco a ningún hijo de puto más grande.
Notas del 4 de octubre de 2017
Me aburro. Pero le estoy cogiendo gusto a esto de escribir. No apuntaba
tantas cosas a mano desde mi época universitaria.
El proyecto sigue sin avanzar y cada vez más compañeros están empezando
a insinuarle al Doctor Waters que quizá lo de los fotones no vaya a resultar
nunca.
Nada reseñable que transcribir.
[Dibujo de un unicornio ensartando a un científico calvo de grandes
gafas]
Notas del 5 de octubre de 2017
Richard ha leído lo que llevo anotado y se ha enfadado conmigo por
escribirlo en español y no en inglés. Luego le ha pedido a Susana Fuertes, la
otra española que forma parte del experimento, que se lo tradujese. Se ha
enfadado más. Me acusa de poco profesional y de tomarme un experimento tan
importante a broma. Que le jodan. Escribiré lo que me salga de las pelotas.
Siguen sin obedecerme con lo de crear dos portales contiguos y ‘sintonizarlos’
a base de microvibraciones. Es sencillo. Si la física cuántica mantiene que una
partícula puede estar en dos sitios a la vez, dos partículas pueden estar en un
mismo sitio. Si conseguimos que la partícula A, en la posición X, esté también
en la posición Y que es donde está la partícula B, automáticamente la partícula
B estará también en la posición X. ¡Es tan sencillo que hasta un niño de cinco
años podría entenderlo! Pero, por lo visto, un científico inglés de cincuenta y
dos no es capaz.
Seguimos sin conseguir la separación de los portales y yo cada vez me
siento más como un maldito pasante. No llevo doce años estudiando física
cuántica para dedicarme a tomar notas. Llevo doce años para… entender… algo
que… entendería un niño de cinco años y… bueno, realmente todo esto tiene mucha
más teoría detrás, no es tan sencillo a fin de cuentas.
Notas del 6 de octubre de 2017
Finalmente Richard me hizo caso y construimos un segundo portal (bueno,
lo llamó ‘portal doble’ para poder atribuirse la idea original) y los pusimos a
vibrar a escala particular. De repente, el campo magnético del primer portal se
formó también en el segundo.
Lo mejor de todo, permaneció ahí aun cuando retiramos la fuente de
vibración. Conseguimos separar ambos portales unos cinco metros antes de que,
aún no sé por qué, el campo se volviera inestable y se apagase.
Sin embargo, es el mayor avance desde hace años y, por supuesto, desde
que nos trasladamos a las instalaciones subterráneas de la base secreta del
CERN en Murcia.
Richard dice que mañana lo probaremos de nuevo y que repase la fórmula
para ver dónde puede estar “mi” error.
—¿Pero la idea del ‘Portal Doble’ no era tuya? —he preguntado lo más inocentemente
que he podido.
—Doctor Robledo, no me gusta nada su actitud durante el proyecto. Voy a
elevar una queja a su gobierno.
—¡Eh, Tomasson! —Le he dicho al doctor que ha venido de la 'Chalmers
Tekniska Ögskola' o, lo que es lo mismo, de una de las mejores universidades
privadas suecas—. Richard te está imitando. Se hace el sueco cuando le hablo…
Ni Tomasson ni Richard han pillado el chiste. Solo Susana, la
investigadora sevillana, ha dejado escapar una risilla sincera desde el fondo
del laboratorio. Odio trabajar rodeado de guiris. Solo salvaría el culo de
Jacqueline de todo ese laboratorio.
Notas del 7 de octubre de 2017
Mi hipótesis era correcta y no había error ninguno en los datos. Hoy
hemos vuelto a sincronizar los portales, y nos ha llevado mucho menos tiempo
que ayer, ha sido prácticamente instantáneo. Al volver a separarlos, hemos
vuelto a perder el segundo campo, imagino que por las vibraciones al mover el
portal, pero entonces Susana ha tenido la idea más genial, simple y absurda que
jamás hemos escuchado ninguno de los científicos allí presentes.
—¿Y si lo apagamos y lo encendemos?
Todos nos hemos mirado, preguntándonos en silencio si habíamos
escuchado tamaña estupidez de alguien que, supuestamente, lleva treinta años
dedicada a la física cuántica.
—No, en serio... ¿Por qué sois tan estúpidos de pensar que al perder la
estabilidad del campo se pierde la ligadura? Que hayamos tardado tan poco antes
significa que ya hay un vínculo creado entre partículas.
Todos nos hemos vuelto a mirar como si nos acabásemos de dar cuenta de
nuestra propia estulticia. Quizá para romper el silencio, me he acercado al
puesto de control, he cortado la corriente y la he reconectado acto seguido.
Con un resplandor casi celestial, los dos campos, separados (unos
cuatro metros) 4'57 m. [Nota en el margen: maldito Waters y su
pejiguería], se han encendido entre la ovación de los científicos.
Ahora mismo Richard está ordenando que separemos los portales lo más
que nos permita este enorme laboratorio en el que estamos, a casi treinta
metros bajo la ciudad de Murcia. Nadie realmente conoce el motivo de por qué se
decidió construirlo aquí, pero yo tengo mi propia hipótesis y no es nada
positiva. Estamos jugando con fuerzas que no se conocen del todo, así que lo
mejor es, por si hacemos alguna cagada que haga explotar media Europa, meter el
laboratorio en una esquina, perder solo la mitad de un país y una parte de
África que a nadie le importa mucho. A nadie excepto a los marroquíes y
tunecinos, pero en fin... Europa es bastante indiferente a los sentimientos de
nuestros vecinos del sur. Si la reacción no es tan potente… bueno, perderíamos
Murcia. ¿Pero a quién le importaría eso?
Hemos vuelto a encender los campos con los portales separados cincuenta
metros, casi toda la longitud del laboratorio, y han vuelto a sincronizarse al
momento. Ahora ya no sé cuál es el portal original y cuál el segundo.
Notas del 8 de octubre de 2017
Ya son más de las doce, así que abro día nuevo. Obviamente, nadie se
quiere ir a casa. Estamos en un momento culmen de la Historia de la Ciencia.
Richard me ha permitido, en agradecimiento a mi 'pequeña' participación
en la idea que al final nos ha permitido llegar a esto, ser yo quien encienda
el rayo de fotones (un nombre científico que le ha dado el doctor Waters a una
simple lámpara focal con luz LED) hacia el campo. Voy a probar. Para aumentar
la epicidad del momento, he pedido que dejen el laboratorio completamente a
oscuras.
[manchas de líquido en las dos siguientes hojas]
Lo hemos logrado. Hemos teletransportado la materia. Es... ¡JODER, ES
EL MAYOR AVANCE CIENTÍFICO DE LA HISTORIA!
El potente foco de luz dirigido al primer campo surgió del segundo
iluminando la pared, dejando el espacio entre ambos completamente oscuro.
Gritamos, aplaudimos, me abracé a Tomasson y el sobrio, alto y rubio
sueco me devolvió el abrazo olvidándose de su seriedad habitual. Jacqueline,
Susana y alguno que otro de los doctores, repartían efusivos besos en las
mejillas de quien se cruzase por su camino, así que me acerqué sibilinamente a
la doctora francesa para recibir uno de esos húmedos ósculos de labios enormes.
En cuanto restituimos las luces del laboratorio (dos segundos antes de que
intentase tocarle el culo como al descuido a la francesa), comenzaron a rodar
de mano en mano las primeras botellas de champán y vodka (cortesía del gigantón
Tomasson).
No me gusta el champán, así que estoy bebiendo vodka con Tomasson y
Milletti. Estamos acabando la primera botella.
He intentado que Jacqueline se tome un vodka con nosotros, pero tras el
primer sorbito ha decidido volver al champagne. Champán.
Susana dice de sseguir la fiesta fuera. Conoce muchos itios en Murcia.
Richard dice que el lunes a primer hora tenenos tenemos que estar aquí.
Lo apuntaré para no olvidarme. El lunes aquì a primera hora.
Voy a dejar aquí la libreta.
HAsta eL LUNes
Notas del 10 de octubre
Me da vergüenza haber escrito las últimas líneas pero tampoco voy a
borrarlas. Seguiré adelante en mi misión de cronista.
Son las 10:37 del lunes, la mayoría de los doctores aún tenemos una
resaca importante, y hoy vamos a probar el teletransporte con algo que no sea
un haz de luz. Si todo sale bien, en poco menos de dos meses probaremos a
transportar materia viva.
Estamos muy ilusionados.
[tachones, garabatos indescifrables, un intento de dibujo finalmente
tachado]
Estamos acojonados.
Todos.
Algo acaba de atravesar el portal, y no es nada que hayamos lanzado
nosotros por el otro.
A primera vista, parece una simple pelota de papel.
Ha atravesado el portal con un sonido como de 'plop' (debe haber alguna
forma eficiente y científica de narrar esto, pero ahora mismo estoy demasiado
nervioso) y ha rebotado un par de veces en el suelo antes de quedarse quieta.
—¿Quién ha sido el gracioso? —Richard Waters parece enfadado, pero
realmente está tan asustado como el resto. Tanto él como los demás sabemos que
no había nadie cerca del primer portal cuando eso ha salido por el segundo.
No hemos podido ser ninguno de nosotros.
—Sois una panda de cobardes —ha escupido finalmente la doctora
Jacqueline Aurier. Acto seguido, se ha acercado a la pelota de papel ante la que
se había formado un corro de científicos temblorosos y asustados. Ahora sé cómo
se sentían en la Edad Media cuando veían algún tipo de 'brujería'. Nos faltaban
las antorchas y las horcas.
—¡Espera, Jacqueline! No sabemos si puede... —ha comenzado a decir el
doctor Waters, pero la francesa ya estaba agarrando el papel del suelo.
Lo ha alisado con sus manos y su cara ha demudado cuando ha leído lo
que ponía.
—No... tengáis... miedo. Somos vosotros.
Milletti se ha desmayado. Tomasson se ha rascado la cabeza de forma
simiesca y he visto cómo Waters se agarraba a la bata de la doctora Fuentes
como un niño buscando la protección de su mami.
¿"No tengáis miedo"? ¿"Somos vosotros"? El "No
tengáis miedo" es bastante comprensible. ¿Pero qué significa realmente
"Somos vosotros"?
Una segunda bola de papel ha salido de pronto del portal y Jacqueline,
sobresaltada, ha soltado un chillido que ha retumbado en el laboratorio.
"PODÉIS CRUZAR". Ha leído Jacqueline con un hilillo de voz
cuando ha desenredado el papel.
—¡Espera! Hay algo en la parte de atrás del papel -he dicho al ver una
especie de dibujo en el anverso.
—¿Qué...? ¿Qué coño es esto?
Jacqueline se lo ha enseñado a Richard y este a Susana. He tenido que
levantarme para verlo y descubrir que era una ecuación matemática.
—Parece... la conjetura de Hardy-Littlewood para los primos gemelos...
¿Por qué coño ponen eso?
—No, espera, es más larga...
Milletti, que estaba recuperándose de su desmayo mientras Tomasson le
daba aire usando unos papeles de abanico, ha saltado como un resorte de su
asiento y nos ha arrancado el papel de las manos.
—Non mi rompere i coglioni... Figlios di puttana...
—Milletti, en inglés, por favor -solicitó Waters, aunque tanto yo, como
Susana, como incluso Jaqueline habíamos entendido cada palabra del italiano.
—¡Hanno risolto! ¡Lo... lo han resuelto!
—¿Qué?
—Han demostrado que la conjetura no es verdadera... que a partir de
este número —Milletti señalaba a un desorbitante número de, al menos, treinta
cifras— es falsa.
—¿Y por qué nos la mandan? —inquirió Tomasson, reintegrado al grupo.
—Imagino que será una muestra de buena voluntad —dije—. Llevamos
décadas buscando refutarlo y jamás nos hemos siquiera acercado.
—Hay que ir —postuló el italiano.
De pronto, se ha creado un escándalo de voces. Más que científicos, nos
hemos convertido en tertulianos de la prensa rosa en un plató de televisión.
Richard y Milletti parecen los más fuertes en sus respectivas posiciones.
[final de la libreta. Las siguientes anotaciones se encuentran en
distintas hojas recogidas del despacho del doctor Robledo Ortega tras su
muerte]
El debate podía alargarse durante semanas. Pero conociendo a ambos y,
siendo el director del programa Richard Waters, sabía que no iba a permitir
cruzar a nadie. Así que hice aquello que, sin saberlo, estaba esperando hacer
durante toda mi vida. La mayor locura de la Historia.
Me planté ante el portal, deslumbrado por su brillo. Era como una
polilla ante una lámpara. La luz me atraía de forma inexorable.
Una nueva bola de papel salió del portal y cayó directamente en mis
manos. Esta estaba escrita directamente en castellano.
“BIEN HECHO. TE ESPERAMOS. QUEREMOS QUE VEÁIS MUCHAS COSAS.”
—Espera... ¿Y Ortega? —dijo de pronto la doctora Fuentes, una de las
que defendían la tesis de Waters.
Todos se giraron hacia mí mientras yo les sonreía, saludaba y daba el
último paso hacia el interior del portal cuántico.
—¡ORTEGA! —berreó Waters viéndome entrar.
*****
Ciertamente esperaba un viaje alucinante a través del espacio, ver cómo
la realidad se deformaba, estirándose y apretándose antes de salir disparado de
la tierra y pasar rozando Neptuno, ver supernovas, enanas rojas, agujeros
negros y cinturones de asteroides antes de aterrizar en una nave espacial al
otro lado del universo.
Pero fue algo tan simple como entrar de una estancia de la casa a otra.
Nada más que eso. Ciertamente decepcionante.
—¿Hola?
—¡Doctor Robledo Ortega! ¡Bienvenide!
—Frente a mí tenía una enorme sala blanca, con varias mesas y pantallas de
ordenador que parecían colgadas en el aire. Una veintena de personas, vestidas
con una especie de mono blanco que cubría el cuerpo entero a excepción de la
cabeza, me miraban ilusionadas.
La persona que tenía justo delante, la que había hablado y por cuya voz
podía apostar que era mujer, se acercó sonriente. Su pelo cortado casi al
estilo militar, como el del resto de sus congéneres, y sus formas angulosas le
daban cierto aire andrógino, empero.
—Les hemos estado esperando durante mucho tiempo. Creí que este día no
llegaría nunca.
—Eh... ¿Encantado, supongo? —respondí extendiendo el brazo para
estrechar su mano cordialmente.
—¿Qué? Oh, ah, claro...
La mujer me imitó dubitativamente y juntó su mano con la mía. Casi la
vi dar un respingo cuando cerré mi mano sobre la suya y la sacudí levemente.
—No soléis estrechar las manos, ¿verdad? —dije al caer en la cuenta de
mi error.
—Ya hace mucho tiempo que no. Pero... no se preocupe, entendemos su
situación, no nos tomaremos a mal ningune
de eses coses.
—Muchas gracias. Ahora... ¿Podríais decirme dónde estoy?
Con la misma sonrisa que parecía forzada, pero que creaba dos adorables
hoyuelos en sus mejillas, la mujer me respondió.
—Oh... la pregunta no es dónde está usted, sino ¿Cuándo?
—¿QUÉ?
—“Qué”, no. Cuándo.
—No, ya, sí, pero… me estás diciendo que…
—Bienvenide al siglo veintitrés,
doctor Ortega.
El corazón me dio un vuelco y necesité aferrarme al brazo que ya me
extendía la doctora, como si supiese de antemano lo que me iba a ocurrir.
—No… no puede ser… tengo… tengo que… tengo que verlo todo. ¿Qué ha
pasado? ¿Qué se ha inventado? ¿El Levante ha ganado alguna Liga?
La doctora trató de ocultar una carcajada bajo un gesto indignado, que
relajó enseguida.
—Tranquile… Tode a su tiempo. En breves seguros les
explicaremos.
—¿”Les”? ¿Nos explicaréis?
Casi instintivamente, me giré hacia el portal, donde vi aparecer el
extremo de un palo de escoba, que luego se retiró y, casi automáticamente,
entraron abrazados como niños asustados entrando en la “Casa del Terror” de la
feria del pueblo, la doctora Aurier, el doctor Milletti y, casi escondido tras
ellos, con una extraña cuerda rodeándole la cintura, el doctor Waters.
—Ya han llegado… ¡Bienvenides!
—dijo con una sonrisa la doctora del futuro (o del presente, siendo como estaba
en el mismo arco temporal que yo en ese momento, lo que me convertía en un
visitante del pasado y… uf… demasiado lío).
—¡Doctor Robledo! —El maldito Waters siempre usaba mi primer apellido
cuando quería ningunearme. A pesar de que era más conocido por mi segundo apellido,
el que había heredado de la famosa científica Leticia Ortega, y con el que
firmaba todos mis trabajos, Waters usaba ‘Robledo’ desde que se enteró que mi
padre era un simple cantautor sin fama que abandonó a mi madre cuando yo tenía
un año y acabó muriendo ahogado en su propio vómito dos meses después. Un
‘figura’, vamos.
—Ogtega, ¡estás bien! —dijo
Jacqueline con su sensual acento gabacho.
—Eso… ¿eso es un prolongador eléctrico? —inquirí señalando al extraño
cinturón del doctor Waters y al enchufe que marcaba su final.
—¿Eh? ¿Qué querías que hiciéramos? Necesitábamos un arnés de seguridad…
—Buene, buene —intervino la
doctora del futuro—, ahora que ya estáis todes,
podemos enseñaros nuestro tiempo. ¿Os apetece?
—Sí, sí claro. Solo un momento que avise a nuestros compañeros. —dijo
Jacqueline.
Vi cómo la habitante del futuro hacía un gesto como si fuese a decir
algo, pero decidió callarse.
En cuanto Jacqueline atravesó el portal de vuelta a nuestro siglo, este
pareció cambiar de tonalidad, cortando así el cable que Waters se había atado
sobre la cintura.
—¿Qué…? ¿Qué ha pasado?
—El portal se ha cerrado. Hasta mañana al menos.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué? —inquirió Milletti.
—Todo depende de la velocidad relativa de la Tierra respecto al centro
del Universo. Antes de que digáis nada, sí, se descubrió el punto exacto hace
cincuenta años. La Tierra suma muchos movimientos. La traslación y rotación no
son los únicos.
—Claro, el sistema solar a través de la Vía Láctea, esta en el grupo
local y luego la del superclúster…
—Correcto. Además de la del superclúster alrededor del Megacúmulo
Hawking-Mombaza y este con referencia al Centro Universal. En esta época
sideral, todas estas se suman, llegando justo a los mil quilómetros por segundo
que es la velocidad exacta para abrir un agujero de gusano para la materia.
Pero una de esas velocidades a veces suma y a veces resta. La rotación de la
Tierra. El portal solo se abre doce horas al día. Tendréis que esperaros hasta
entonces para poder volver, si quisierais hacerlo. Aprovechemos este tiempo
para comer y mostraros el nuevo siglo, ¿de acuerdo?
Todos asentimos aunque deseé que hubiera sido Waters el que se quedase
fuera y no la atractiva francesa. Estoy seguro que un viaje en el tiempo nos
hubiera unido mucho.
*****
Mientras avanzábamos por el enorme corredor, los tres científicos
mirábamos a todos lados, temiendo perdernos cualquier adelanto, aunque lo único
que podíamos ver era la blanca pared del pasillo y las suaves luces que lo
iluminaban.
Joy, que así se llamaba la que parecía ser nuestra anfitriona, a duras
penas tenía tiempo de contestar a todas nuestras preguntas en cuanto nos
sirvieron la comida, que consistía en distintos cubos con consistencia de puré,
pero cada uno con el sabor de un ingrediente distinto.
—¿Qué avances ha habido? ¿Energías renovables? ¿Se han recuperado
especies en peligro de extinción? ¿Se ha cerrado el agujero de la capa de
ozono? ¿Hemos salvado el Ártico? ¿Se ha erradicado el cáncer?
—Sí a todes menos une —respondió
displicentemente Joy—. Tode le planeta
se abastece de fuentes de energía renovables desde hace un siglo. Ahora, le ERE (Energía de Radicación Espacial)
nos basta para le ochenta por ciento
de nuestres necesidades, y se
completa con energía solar y maremotriz. Hemos logrado recuperar casi le totalidad de les especies extintas en vuestre
siglo, le mayoría de le época Trump en Estados Unidos, y más
de le mitad de les de le siglo veinte.
En vuestre época le capa de ozono ya estaba cerrándose, y pocos años después se
consiguió regenerar. Desgraciadamente el Ártico fue un sacrificio que tuvimos
que hacer en pos de le nueve región
más fértil del Planeta: Al-Sahara. Le
ingeniería genética y les células primordiales
(aquello que llamabais células madre) acabaron con le cáncer y con muches otres
enfermedades y condiciones.
—¿Hepatitis? ¿Malaria? ¿Dengue? ¿Alzheimer? —Avasallaba a preguntas
Waters.
—Todes elles. Nos honramos de
estar libres de cualquier enfermedad y condiciones incapacitantes en cualquier
parte de le mundo desde hace cuarenta
y siete años.
—¿Cómo erradicásteis el SIDA? —pregunté por, si dado el caso, podría
volver a mi tiempo y hacerme famoso con algo de esa envergadura.
—¿Eh? Ah, esa fue le más sencille. Desapareció a principios de le siglo veintidós cuando se prohibió el
sexo.
—¡¿QUÉEEEEE?!
—Oh, disculpe, creo que debería haber sido más diplomátique o a le menos
haber tenido más tacto. Tras le invención
de les úteros artificiales a mediados de le
siglo veinte, y le progresive
implementación de estes para le procreación, le sexo perdió su razón principal y, en pos de acabar con muches enfermedades, se acabó
prohibiendo finalmente hace casi cien años. Hoy día, al cumplir 13 años, a les adolescentes se les extrae una muestra de semen u óvulos, y luego son castrades químicamente sin que
interfiera con le fase final de su
crecimiento.
La utopía de Joy se acababa de convertir en algo peor que el 1984 de
Orwell elevado a la quingentésima potencia.
—¿Entonces? ¿Lleváis un siglo sin follar? —me horroricé— Vale, ya sé
suficiente, devolvedme a mi tiempo. Llevaos el portal a la jodida Australia y
activadlo.
Me levanté, visiblemente indignado, y tiré la servilleta de tela sobre
mi plato ya vacío.
—Oh, vamos, doctor Robledo Ortega, es como le Ártico. Une pequeñe
sacrificio en pos de le mejoría de le humanidad. Gracias a ello y… bueno, a
usted… somos une utopía.
—Mira, ya bastante me toca los santos cojones el coñazo ese del
lenguaje inclusivo que usáis —comencé a gritar, casi fuera de mí, mientras Joy
se horrorizaba de mi lenguaje tan poco igualitario, hasta que de pronto caí en
la cuenta de lo otro que había dicho—… ¿perdona? ¿Gracias a mí?
—Acompáñenme.
Seguimos a Joy hasta un elevador que nos llevó en escasos segundos a la
superficie. No me entretendré en detallar las virtudes de aquella megalópolis
que se nos abrió ante los ojos en cuanto salimos del futurista recinto. Todo
emanaba un aire de blancura, limpieza y orden casi perfecto. Enormes vehículos
volaban a toda velocidad sobre nuestras cabezas, en lo que parecía el mejor y
más eficiente sistema de transporte público jamás soñado. Un peatón cruzó la
calle hasta llegar a una papelera que juraría que fue a su encuentro en cuanto
lo vio con un envoltorio de algo parecido al plástico pero menos brillante en
la mano. Las calles, sin coches que necesitaran avanzar por el suelo, se habían
convertido en exuberantes jardines de una belleza que casi quitaba el aliento,
mientras lo que parecía un robot jardinero se encargaba de que hasta la última
brizna de hierba estuviera perfectamente igualada con sus congéneres.
Milletti no pudo evitar dejar escapar un “ohh” de asombro mientras
tanto Waters como yo parecíamos abrumados y sobrecogidos por la utopía cívica
que se nos presentaba. Aquello era el cielo. Sobre todo porque los ángeles no
tenían sexo.
Cruzamos la calle-jardín en dirección a otro enorme edificio de paredes
acristaladas.
“GRAN BIBLIOTECA DE LE URBE DE MURCIA. Le mayor biblioteca de le mundo”
rezaba una enorme pantalla sobre la puerta. Tras el mensaje en castellano,
apareció en otros cuatro idiomas cíclicamente.
—¿Esto sigue siendo Murcia? —inquirí, asombrado.
—La capital cultural del mundo desde el año 2195. —apostilló la
doctora.
—Este siglo está loco —dije, sacudiendo la cabeza. La última ciudad de
La Tierra de la que me esperaría eso—. ¿Y lo de los idiomas?
—Les idiomas de su siglo
están desaparecides. Hoy día solo se
usan en todo le mundo cinco idiomas. Castellane, inglés, chine, ruse y árabe. Se
aprenden todes en le enseñanza básique en todes y cade une
de les ciudades de le planeta.
Entramos en la Gran Biblioteca y nos dirigimos a la que parecía ser la
sala central. Se me hizo un nudo en la garganta al leer la dedicatoria. “Sala
Robledo-Ortega de le Futuro y le Pasado. En honor de le científique
cuyo libro logró cambiar le mundo.
Sin elle no hubieran acabado las
guerras que sangraron durante siglos a le
humanidad”.
En el centro de la gran sala, una pequeña vitrina guardaba en su
interior una cantidad nada desdeñable de apuntes y papeles, entre los que
resaltaba una pequeña libreta con anotaciones a mano. La reconocí al instante.
Era la misma libreta en la que había comenzado a escribir las anotaciones del
experimento que nos había llevado hasta allí.
—Eso es…
—Le manuscrito de esto.
—respondió Joy enseñándome una especie de papel brillante.
Tomé la lámina en mis manos y me encontré con la portada de un libro.
“HE VISTO EL FUTURO. Por Joaquín Eleuterio Robledo Ortega”. Sin casi darme
cuenta, rocé con la yema de los dedos la lámina y esta, con un efecto visual tan
conseguido que parecía real, emuló la imagen de pasar página y me encontré ante
un prólogo escrito de forma algo atropellada pero en el que advertía a mis
contemporáneos de que lo que les iba a contar era increíble pero cierto y que,
si en algún punto de la Historia querían lograr una sociedad justa y perfecta,
debían dirigir todos sus esfuerzos en dirigirse hacia la civilización que les
iba a detallar.
—Esto lo… ¿Lo he escrito yo? Bueno… ¿lo escribiré yo?
—Doctor Ortega —dijo respetuosamente el doctor Waters—. Usted va a
cambiar el mundo.
—Así es —intervino Joy—. Lo escribirá cuando vuelva a su tiempo, aunque
tardará en encontrar alguien que lo publique, pero lo logrará. Como ha dicho le doctor Waters, sus palabras
cambiarán le mundo.
La repentina losa de la responsabilidad me cayó de pronto sobre la
espalda. Podría jurar que hasta me quedé sin aire.
—Nece… necesito leerlo.
—Por supuesto, Doctor. En le
libro usted narra que se lo dejamos leer. Pero no tenga prisa. En nueve horas,
antes de volver a su siglo, tendrán todos una reunión con nuestre presidente. Hasta ese momento son libres de ver aquelle que les apetezca. Si quieren,
les puedo guiar.
—No. Necesito leerlo. Ahora. Llévese a Milletti y Waters. Voy fuera, a
cualquier jardín…
—Pe… pero…
—¡Dejadme solo! —gruñí.
Estaba temblando entre el nerviosismo y el miedo. ¿En serio yo había
escrito algo tan importante? Salí de la biblioteca y me senté en mitad de la
calle, ante la mirada inquisitoria del robot jardinero, si es que ese cúmulo de
metales y cables podía tener una mirada inquisitoria. Parece ser que no estaba
acostumbrado a que alguien se sentase en el césped.
Empecé a leer vorazmente. Pasé por encima del primer capítulo, que
simplemente era una trascripción de mis notas del laboratorio, y me sumergí en
la historia a partir de atravesar el portal. Mi mente científica no había
dejado pasar la oportunidad de escribir la posible ecuación bajo la que parecía
operar el portal. Todo dependía de la velocidad a la que se cruzase el portal.
La luz, al ir a velocidad de la ídem, había reducido el tiempo a cero, por lo
que simplemente parecía una teletransportación. Pero yo, y mis compañeros, al
entrar a una velocidad despreciable en comparación, habíamos pasado a través
del agujero de gusano que se abría a mil quilómetros por hora, la tricentésima
parte de la velocidad a la que había pasado el rayo lumínico.
Leí sin darme cuenta del tiempo. Cuando me quise dar cuenta, estaba
anocheciendo y yo había leído más de cuatrocientas páginas de bondades y
virtudes de la sociedad en la que me encontraba.
—¡Estabas aquí, Ortega! ¡È magnifico!
—Hacia mí caminaba el otrora taciturno y reumático doctor Milletti, con una sonrisa
de oreja a oreja— ¡Están completamente avanzados en… en todo realmente! Hemos
visto cosas que no creerías… Control absoluto del clima, reservas energéticas
para cinco años, cultura libre y patrocinada…
Y las matemáticas… cielo santo… ¡Se han pasado las matemáticas nivel
experto! No se puede decir de otra manera… Lo han resuelto todo… Esto… esto es
una utopía, doctor, una utopía.
—¿Le ha sido útil la lectura, doctor Robledo-Ortega? —dijo Joy, que
seguía al italiano con una sonrisa aún más grande si cabe—. Sus compañeres han disfrutado mucho, cosa
que me alegra, mi únique misión es
que estén convencides de les bondades de nuestre civilización antes de su cita con le presidente.
—Lo, lo cierto es que en el… en le
libro —me corregí, esforzándome por adoptar su irritante forma de hablar—…
parece que me he enamorado de esta civilización… a pesar de la ausencia de
sexo. —añadí con una sonrisa algo forzada.
—Oh, doctor Ortega —se sumó Waters a las alabanzas—, debería haber
venido. Esta sociedad es un milagro. No hay fronteras, no hay enfermedades, no
hay discriminación ninguna, no hay una sola guerra desde hace un siglo y… y no
hay religiones. La gente solo tiene fe en la ciencia. Ciencia pura y verdadera
en la que por fin creen los políticos.
De pronto, una especie de descarga eléctrica recorrió mi espina dorsal.
El rostro me cambió y comencé a pasar las páginas electrónicas del libro que
tenía en mis manos.
—¿Le pasa algo, doctor Ortega?
Ignoré las palabras de Joy y continué mi desesperada búsqueda.
Finalmente en la página 314 encontré lo que buscaba:
“Esta sociedad es un milagro. No hay fronteras, no hay enfermedades, no
hay discriminación, no hay una guerra desde hace un siglo. Y no hay religiones.
La gente solo tiene fe en la Ciencia. Ciencia pura y verdadera en la que por
fin creen los políticos.”
A medida que había ido leyendo, nunca me había creído del todo que yo
hubiera escrito todo eso. Muchas construcciones me parecían demasiado
esquemáticas, y con un léxico abrumador pero… bueno, ahí estaba mi nombre, debía
haber sido yo.
Pero si de algo estaba seguro, es que jamás, NUNCA JAMÁS EN MI VIDA,
hubiera citado al doctor Waters. Antes hubiera puesto una cita de Rafa Mora o
el Chapulín Colorado antes que a ese bastardo.
Miré rabiosamente a Waters, luego a Joy, dejé caer la lámina y me
dirigí de nuevo hacia la biblioteca a paso rápido.
—¡Doctor Robledo-Ortega! ¿Dónde va? ¡Están cerrando ya! —me gritó la doctora, antes de pedirles a mis
compañeros de siglo que la esperasen allí y salir tras de mí.
Joy no se equivocaba. La biblioteca estaba cerrando sus puertas, pero
estando todo automatizado y en un mundo en el que, tal y como había leído de mi
supuesto puño y letra, la rebeldía ni siquiera se contabilizaba como opción,
estaba claro que no tendrían ni un solo control de seguridad. Pasé por las
puertas sin que nadie me detuviese, aunque ya me había dado cuenta que no había
un solo empleado en esa biblioteca. Joy cruzó las puertas un segundo antes de
que se cerrasen y, tras mirar con un gesto contrariado a mis compañeros que nos
miraban incrédulos, continuó su carrera tras de mí.
Apareció en la sala en el mismo momento en que yo me encontraba frente
a la vitrina.
—¡Doctor Ortega! ¿Qué hace? ¡No se le ocurrirá!
Vaya si se me había ocurrido. Estuve tentado de pegarle un puñetazo al
cristal, pero no tenía muy claro que mis huesos fueran a ser más duros que un
cristal reforzado del siglo veintitrés, así que simplemente agarré la vitrina y
la levanté.
Como esperaba, ni siquiera estaba pegada al pedestal. Tiré el cubo de
cristal al suelo, que cayó con un sonido estruendoso, pero ni siquiera se
agrietó, y agarré los envejecidos papeles que formaban el manuscrito de “He
visto el futuro”.
—¡Por Hawking, doctor Ortega! ¿Qué va a hacer? —berreó la doctora,
agarrándome del brazo.
—¿Lo ves? ¿Lo ves? ¡Lo sabía!
—¿Qué…? ¿A qué se refiere? ¿Se… se ha vuelto loco? En su siglo había
gente que se volvía loco ¿verdad?
No me importó que usara “loco” como un adjetivo sin género. Supongo que
para ella sería un arcaísmo impropio de gente civilizada.
—¡Mire esto!
Planté delante de la doctora dos hojas de papel. Una de ellas,
arrancada de la libreta (casi me muero al reconocer que fue precisamente la
página que escribí borracho de vodka); la otra, de una de los otros folios
mecanografiados en que había más anotaciones al margen hechas a mano.
—¿No lo ves? —A la mente me vino la chavala calva de “Minority Report”
y no pude reprimir un escalofrío. El pelo corto de mi acompañante no ayudó para
nada a mitigar esa comparación— ¿No ves que son letras distintas? ¡Esta! ¡La de
la libreta! Esa es la mía. La de las notas al margen… No. Esa es de Richard.
—¡¿Cómo?! —Joy parecía verdaderamente sorprendida.
—Este libro no lo he escrito yo. Ha sido Richard Waters.
Joy, literalmente, cayó de culo, blanca como la cal.
—No… nonononononono…. Él no…
—¿Qué? ¿Qué pasa con él?
—Yo… yo os podía decir les coses buenes que os pasaban… pero no les
males. Porque eso querréis cambiarlo y entonces no sabemos qué efecto
causaríais en le continuo espacio
tiempo…
—¿Cómo? ¡Pero si habéis intervenido! ¡Habéis mandado los mensajes!
—A ver… yo… Déjame que te explique. Mandamos les mensajes porque teníamos que hacerlo. ¡Tú lo dijiste!
—¿Qué?
—Tu… tu libro. Tuvimos que prepararlo todo para mandar exactamente les mismes
mensajes de los que tú hablabas en tu libro. ¡Nosotres tampoco sabemos qué significa exactamente “Somos
Vosotros”! Pero había que enviarlo así. Porque así lo narrabas. Y si no
seguíamos exactamente lo que tú decías que pasaba, podríamos desequilibrar algo
y convertir este utopía que tanto nos
ha costado en un mundo postapocalíptico.
—Pero no es MI libro. Es el de Waters.
—¡No me le recuerdes!
—¿Pero qué demonios pasa con él? ¿Y qué es eso de las cosas malas que
has dicho antes?
—No… no puedo decirlo.
—Estoy perdiendo las ganas de escribir vuestro puto libro
salva-civilizaciones. Quizá me dedique a los cuentos de niños. Tengo una idea
ya. “Historias de princesas azules para niñas de hoy en día”. Y te aviso. Puedo
escribirlo con una falsa base de feminismo que perpetúe los estereotipos de mi
siglo unas cuantas décadas más.
Joy me miraba como un corderillo asustado, perdida, sin saber qué
hacer. Finalmente, dando un hondo suspiro, comenzó su confesión.
—Total. Ya hemos cambiado la línea. Creo que solo si entiendes
realmente lo que pasó y lo que lograste podremos devolverla a su tiempo. En
fin. Serás famose. Pero no rique. Es más, no serás famose hasta después de morir. Waters te
matará dentro de tres años, cuando publiquéis los primeros resultados de los
experimentos sobre teletransportación.
—¿Qué?
—Estará celoso. En unos pocos meses lo echarán del proyecto, denunciado
por acoso sexual.
—¡Ja! Sabía que ese viejo verde calvorota iba detrás de Jacqueline…
—¿Qué? ¿Jacqueline Aurier? No, no… Fue el doctor Tomasson. Waters
intentó abusar de él, pero alguien lo grabó y llevó el caso a las altas
instancias del CERN. Lo despidieron y te ascendieron a ti a jefe de proyecto.
Dos años y medio después, en plena rueda de prensa para exponer los resultados
sobre la teleportación de la luz (quisiste guardarte el tema del viaje temporal
hasta saber que los políticos harían un buen uso. Cosa que no ocurrió hasta
hace pocas décadas), te pegará un tiro delante de todas la prensa mundial.
—Espera… ¿Waters es gay? Nunca lo hubiera imaginado…
—Perdona, ¿Te estoy diciendo cómo vas a morir y te importa más la
inclinación sexual de Waters?
—Bueno… es todo igual de impactante, ¿pero por qué usó mi nombre? ¿Y
cómo?
—No… no lo sé —Jacqueline se levantó y comenzó a deambular por la sala—.
Tal vez… Sí, debe ser eso. Es une
genio. ¡Une genio!… ¡El doctor Waters
es une genio!
—Oye… que me mató…
—Sí, ya. Pero lo hizo para salvar el futuro.
—¿Qué?
—A ver. Tal y como lo veo, Waters sabía que elle ya no tenía ningune
credibilidad para exponer les
bondades de este tiempo. Sabía que le
únique forma de que en le
sociedad calara le mensaje era que tú
transmitieses ese mensaje. Porque tú eras le
portavoz y tú serías le famose. Pero
también sabía que tú tratarías de cambiar le
futuro para salvar tu querido “sexo”, así que le únique forma de lograrlo era matarte y que encontraran “esto”
—señaló el manuscrito que ahora yacía desperdigado por el suelo— en tu
despacho. Tu muerte no haría más que agrandar tu leyenda.
—Y tú sabes que ya no voy a dejar que me mate ¿verdad?
—Debes permitirlo.
—¿Estás loca?
—No. Ya hace décadas que dejaron de existir les trastornos mentales.
—¡Ya vale con tanta tontería!
¡No me restriegues por la cara todos vuestros supuestos avances! ¡No pienso
morirme para salvar este futuro de mierda!
—¿”De mierda”? —estalló finalmente la doctora. Por primera vez, Joy
parecía verdaderamente enfadada— Mire, Doctor Ortega. Estoy harte. Harte de
escuchar nada más que tonterías de su boca. Llevo dieciséis años, desde que
tenía cinco, fascinada con su siglo. Por eso fui le indicade para daros le bienvenida.
¿Y sabe qué he descubierto? Eso sí era une
siglo “de mierda” —la doctora comenzó a acercarse a mí con una decisión
impropia del servilismo del que había hecho gala hasta ese momento—. Nosotres hemos
acabado con les guerras, con les enfermedades, con le pobreza, con le carestía, con les
adicciones, con le discriminación…
¡Con todo lo que era normal en su siglo! ¿A cambio de qué? ¿De le sexo? ¡Pues muy bien! ¿Sabe? Hasta
hoy le admiraba. Me parecía une mente
científique brillante y… resulta que tode es mentira. No era usted. Usted no
deja de ser une neanderthal más. ¡Un
cerebro demasiado atrasade para
entender tode lo que realmente significa
este siglo!
Su lógica me empezaba a dejar sin palabras. Lo cierto es que, visto en
perspectiva, tenía toda la razón del mundo. Y empezaba a darme cuenta.
—Hemos preparado este encuentro durante décadas. Llevamos años
esperando que alguien atraviese ese portal para darle el mejor recibimiento a
quien considerábamos nuestre héroe.
¡Era MI héroe! Me fascinaba su siglo porque usted venía de allí. Por eso, de todes les personas del mundo me escogieron a mí. Le día que me lo dijeron fue le
más feliz de mi vida. ¡Si ni siquiera me llamo Joy! ¡Le presidente me obligó a decir que ese era mi nombre porque es el
que aparecía en su… en el libro de Richard! Y no me imnportó. Todo sería poco
por conocerle. Jamás pensé que cuando le conociese, acabaría dándome cuenta de
que he desperdiciado mi vida por une neanderthal.
La repentina fuerza de los argumentos de Joy, o como quisiera llamarse,
comenzaba a hacerme mella. No solo sus razonamientos tenían una sensatez
cristalina, sino que las mujeres tan enérgicas y decididas (como la doctora
Aurier) siempre me habían puesto muy cachondo. Sí, sé que era un mal momento
para pensar en ello, pero llevaba casi un año sin poder echar una canita al
aire.
—Me estás insultando demasiado, niñata. No olvides que tal vez no seré
el héroe soñado de tu tiempo. Pero soy necesario. —Ya estaba. Ya había caído en
su juego. Cuando me hablaban tan tenaz y vigorosamente, todo tenía sentido. Más
de una vez había llegado a pensar que, de haber vivido en la época nazi, habría
acabado llevando a cabo experimentos para el Führer.
—¿Qué?
—Si de verdad quieres salvar esta sociedad, debo seguir el hilo de los
acontecimientos. Debo liderar el equipo y llegar a esa rueda de prensa.
—¿Me está diciendo que realmente está considerando morir?
—Pareces sorprendida. Pero tienes razón. Habéis conseguido una utopía.
Hay que mantenerla.
—Vas… ¿Vas a hacerlo?
—Bueno, algo se me ocurrirá. Pero antes quiero algo.
—¿El qué?
—Tú me has enseñado tu mundo, o al menos lo has intentado. Ahora es
hora de que yo te enseñe lo que os habéis perdido.
—¿Qué me está pidiendo, doctor Ortega? —Ja. Como si no lo supiera. Ni
siquiera ella podía ser tan inocente.
—Vamos a follar. Me puedes llamar Chimo.
—No… no... no puede pedirme eso. Está… está prohibido.
—¿De verdad? ¿Estaría rompiendo la ley? No creo que esté legislado… No
es necesario. ¿verdad?
—Pues… le verdad es que no.
—Tómelo como un esfuerzo obligatorio más que le requiere su trabajo.
—Si… si lo hago… ¿Hará todo tal y como se lo he narrado?
—Excepto lo de mi muerte. Eso solo lo fingiré. Pero todo parecerá como
me lo has contado. Lo prometo.
—Yo… yo… ¿No puede hacerlo sin tener que practicar sexo conmigo?
—No. Y como tardes mucho, nos vamos a quedar sin tiempo y puedo
convertir “He visto el futuro” en una distopía huxleyana.
—Yo… yo…
La doctora bajó la cabeza y buscó el cierre de su mono en un costado.
La ajustada prenda pareció hincharse levemente antes de caer partida en dos,
como una piel de plátano que revelase su interior.
Bajo el mono, estaba completamente desnuda. Iba a decir “Tal y como su
madre la trajo al mundo”, pero he recordado que nacería de un útero artificial.
Me sorprendió el color moreno de su piel y la pequeñez de sus pechos.
Pero aún más que ni siquiera su sexo mostrara asomo de vello.
—¿Os depiláis? ¿Para qué? —pregunté con una sonrisa.
—No —Joy evitaba mirarme a los ojos, avergonzada—… Es une efecto secundarie de le
castración químique. Menor desarrollo
de les caracteres sexuales secundaries. No hay vello corporal, y les glándulas sudorípares no se desarrollan tampoco tanto.
—Vaya. —dije, posando mi dedo índice sobre su vientre.
—Um… —suspiró intranquila.
—¿Cómo te llamas?
—¿Qué?
—Has dicho que no te llamabas Joy. —Mientras hablaba, me había colocado
tras ella y comenzaba a acariciarle el vientre con la mano.
—Brienia.
—Joy suena mejor. Pero prefiero llamarte Brienia. —dije antes de
besarla suavemente en el cuello y tener que fortalecer el abrazo que le daba
porque las piernas le fallaron entre temblores.
La mano subió por el cuerpo de la doctora, obligando a apartarse al
brazo con el que tapaba sus pequeños pechos, llegó a su garganta y le cogí de
la barbilla para que girara la cara. Sus ojos brillaban de excitación, la
respiración se le había agitado, instintivamente, sus labios buscaron los míos
y nos besamos con una dulzura casi reconfortante.
—¿Esto…? ¿Esto es sexo? —preguntó Brienia cuando nuestras bocas se
separaron— Es… es raro…
—Ni siquiera hemos empezado.
Me fascinó la facilidad con la que su cuerpo caía en las garras de la
excitación. Supongo que, en una sociedad perfecta donde la moral era ineficaz
por no tener nada contra lo que luchar, no había ningún tipo de restricciones
éticas que pudiesen interferir en una respuesta fisiológica tan básica.
Bajé mis manos hacia sus muslos y, simplemente con rozar su sexo, el
gemido de Brienia se embebió del eco de aquella sala de biblioteca.
De repente, una luz rojiza se encendió en su muñeca, sobresaltándome.
Una voz suave, pero con una cadencia metálica, sonó desde ese punto:
—Ciudadane Brienia Majaloyes
23-13-2200. Sus constantes vitales han variado. No existe en su agenda ninguna
actividad física programada. ¿Se encuentra bien? —Acto seguido, repitió el
mensaje en otros cuatro idiomas.
—¿Qué coj…?
—Implante subdérmico. Todes
llevamos implantado uno. Nos avisa si algo en nuestre cuerpo anda mal y además es nuestre conexión con le sistema.
Llevamos ahí nuestre documentación, nuestre historia, nuestre información actualizade.
—explicó mientras sacaba un menú holográfico desplegable sobre su brazo y
desactivaba las notificaciones.
—Vale, ya calla, ‘Bri’. Luego habrá tiempo de que me cuentes más cosas.
Sacudí la cabeza para quitarme de la mente el Gran Hermano y centrarme
en lo realmente importante. El cuerpo joven y desnudo que tenía en mis manos y
la erección que tenía en los pantalones.
Brienia se encogió de hombros y volvió a buscar mi boca para besarme,
mientras mis manos se volvían más activas y rodeaban su cadera, cada una por un
lado, hasta unirse sobre su pubis lampiño y excitante.
Uno de mis dedos se internó entre sus labios mayores y la joven se
retorció de gusto.
—Ohh… Doctor Ro… Chimo… creo… creo que me estoy mareando…
—No te preocupes, es normal.
—Estoy… estoy muy caliente.
—Se nota. —reí internamente. Sin lugar a dudas la jovencita era ciento
por ciento inocente en estas lides. Sería la primera mujer que desvirgaría
desde mi primera vez con quince años, con Gracielita Moreno, en la cama de su
abuela en plenas fiestas del pueblo.
Mientras la abuelita daba vueltas en la verbena de la plaza, yo
desfloraba a su nieta en tres minutos y medio.
Pensé que, con mi edad, aguantaría bastante más, pero luego recordé que
llevaba un año pasando la mano por la pared de la habitación que compartía con
Milletti en aquel laboratorio.
—Vale, Bri… te voy a enseñar a mamar una polla.
Me arriesgaba a no poder levantar el ariete para una segunda ronda.
Pero había que arriesgarse.
Me deshice rápidamente de mis pantalones y mi pene apuntando al techo
de la sala captó enseguida la atención de la joven doctora.
—Oh, vaya… es… es muy diferente a les
penes de este siglo. Aquí siempre están como…
desinflades. Sí que existe muche material visual de vuestre siglo con… con penes así… pero
son más grandes aún que este.
—Nos ha jodío la niña’l futuro… ¿Te comparo yo a ti con
actrices porno?
—Oh, perdón d… Chimo. ¿Es ofensive
lo que he dicho?
—Mucho. Y más en estos casos. Pero cállate, que vas a usar tu boca para
otra cosa que no es hablar. Hale, arrodíllate, bonica. —Lo cierto es que sí me
volvía mucho más ‘neanderthal’ y machista cuando estaba follando. Quizá,
después de todo, el sexo sí que es una losa para la evolución.
—¿Arrodillarme?... Es cierto entonces que una de les razones de que se prohibiera le sexo es que era discriminatorie.
Sigo pensando que es una costumbre bárbarique.
—Mira. Te voy a pedir un favor. Cállate hasta que termine esto. Si no,
vamos a tener un problema.
—De acuerdo, Chimo. Lo siento.
Tras unas pocas directrices básicas, Brienia comenzó a mamarme la polla
con bastante más habilidad de la que sería natural en alguien de su nula
experiencia. Apostaría un brazo a que se había pasado más tiempo del necesario
examinando ese “material visual” del que hablaba.
Su boca tragaba y devolvía mi polla con rapidez. Tal y como le había
dicho, estaba teniendo mucho cuidado con los dientes y movía su lengua sin
parar cuando mi verga entraba hasta rozar su campanilla.
Sin tener que decirle nada, la joven se sacó mi polla de la boca y
comenzó a lamerme con glotonería el escroto, sin dejar de mirarme a los ojos.
Estaba claro que había visto MUCHO material visual. Su lengua subió y bajó un
par de veces por todo el tronco de mi polla, antes de que sus labios volvieran
a dar amoroso cobijo a mi glande. Todo eso, sin dejar de mirarme a los ojos.
A pesar de la torpeza por la evidente inexperiencia práctica, toda su
teoría estaba siendo puesta en práctica de forma muy positiva, lo que sumado a
la carencia de sexo que arrastraba en los últimos meses, logró que en muy pocos
minutos, al confort del calor de su boca, y sin aviso previo, me empezase a
correr dentro de Brienia con un gemido gutural. Ella, con los ojos como platos
al sentir el líquido caliente derramarse sobre su lengua, hizo ademán de
escaparse.
No lo permití. La agarré de la nuca y empujé mi polla todo lo que pude
en el interior de su boca, asegurándome que los últimos chorros se colaran
directamente por su garganta.
Retiré la polla tras unos segundos y la muchachita aprovechó para
recuperar la respiración y mirarme con rencor mientras tosía y escupía parte
del semen que aún quedaba en su boca.
—Perdón, hacía mucho de mi última vez. —me disculpé, tratando de poner
cara de niño bueno.
—Creí que esto siempre se tiraba encima de les pechos —se disculpó ella mirando los cuajarones de semen y
saliva que habían sobre el suelo. Lo dicho. MUCHO material visual—. Ahora
debería restregármelo, ¿no? Lo hacíais así en vuestre siglo, creo.
—Olvídate de todo lo que has visto, ‘Bri’. Eso son exageraciones.
—Ya, pero…
—¿No te había dicho que te callases?
¡Dios! Estaba siendo uno de mis polvos más complicados e irritantes.
Cada vez que usaba un artículo de “género neutro”, era como si me pellizcase en
las pelotas.
—Perdón, perdón. Me callo.
Le ordené que se tumbase sobre el suelo y abriese las piernas. Hizo de
tripas corazón y obedeció sin abrir la boca. Se estremeció al sentir el frío
del suelo en la espalda y se volvió a estremecer, mucho más fuerte, cuando mis
manos se apostaron en la cara interna de sus muslos.
El coño de Bri estaba brillando y emitía un calor intenso. Tal vez ella
no lo sabía, o no lo entendía, pero estaba cachonda como una mona en celo. Me
postré ante ella y comencé a besarle desde las rodillas, bajando por sus
piernas, mientras en la sala principal de la Gran Biblioteca de Murcia solo se
escuchaba su respiración cada vez más y más agitada. Cuando llegué a su ingle,
salté deliberadamente sobre su sexo sin tocarlo para hacer el camino de vuelta
sobre el otro muslo. Un suspiro y algo que pareció más cercano a un gemido
escaparon de su garganta.
Acaricié sus ingles con la yema de los dedos, sin querer tocar aún su
sexo mientras me encorvaba sobre ella para llegar a sus pechos que, a causa de
la postura, habían desaparecido completamente en su torso, dejando como mera
huella de su existencia dos pezones morenos y henchidos que apuntaban al cielo,
casi rogándome que los cubriese con mi saliva. Apresé uno de ellos entre mis
labios y Brienia tembló como recorrida por una potente corriente eléctrica.
Seguí acariciando los alrededores de su coñito mientras el pezón
parecía querer follarme la boca, subiendo y bajando a una velocidad cada vez
mayor, a causa de la respiración cada vez más rápida de su dueña.
Bri abría sus muslos lo más que podía. Yo me esforzaba en seguir
aumentando su nivel de excitación sin tener siquiera que rozar su rajita, dando
tiempo a mi polla a que, animada por los gemidos cada vez más audibles de la
doctora a pesar de su intento por retenerlos, empezara a resucitar.
Todo fue al mismo tiempo, me vencí más sobre ella, la besé en el
nacimiento del cuello, mi mano izquierda apresó su pezón con suavidad, mi mano
rozó apenas el clítoris que asomaba tímidamente entre los carnosos labios de su
sexo, y mi polla simplemente se situó sobre la entrada a su vagina,
compartiendo con ella el calor que ambas emanaban.
Bri se corrió. Aunque tal vez llamar a eso correrse no sea justo. Sería
como llamar chihuahua a un lobo huargo. Bri tuvo el orgasmo más intenso que
jamás hube presenciado, siquiera en todo el porno que guardaba mi querido
ordenador en mi casa.
—¡Oooohhh! ¡Por todes les
átomos de mi cuerpo! ¡¡Síiiii!! —berreó la joven doctora agitándose
convulsivamente, convirtiendo su cuerpo en un maremágnum de manos y piernas
enloquecidas. Me aparté rápidamente a un lado mientras se agitaba.
Vi el espectáculo como lo que era. No estaba corriéndose solo Bri. A
través de ella, se corrían todas las mujeres que no se habían corrido en un
siglo. Eran miles de millones de orgasmos en uno solo. Cien años de abstinencia
que desembocaban en un orgasmo único y glorioso. Sus gritos no eran solo
onomatopeyas ininteligibles. Eran todas las palabras de placer y juramentos de
amor en todos los idiomas conocidos: los cinco existentes, y también los miles que
habían muerto antes de ese momento.
Cuando la agitación de Brienia paró, se quedó inmóvil en el suelo, como
una muñeca rota. En ese instante temí que hubiera muerto. Tal vez un corazón
del siglo XXIII no estaba preparado para un orgasmo del siglo XXI.
Me acerqué temeroso, tan asustado que hasta la polla, aun tras el
excitante espectáculo, se retrajo lentamente.
—Bri… —Tenía los ojos cerrados y una sonrisa de placidez absoluta en el
rostro. Vale. Me la había cargado. Era el primer asesino del planeta en ciento
quince años. ¿Tendrían pena de muerte? Bueno, realmente era el héroe de toda
aquella gente. Podría decir que Brienia era una terorista peligrosa que
intentaba acabar con la civilización y…
La doctora abrió los ojos súbitamente y yo di un respingo, sobresaltado.
Enloquecida, Brienia se semiincorporó y se lanzó hacia mí, hablando
atropelladamente. Solo pude quedarme paralizado mientras ella me abrazaba,
haciendo que mi polla volviera a encabritarse al notar su cuerpo desnudo sobre
el mío. Solo entonces fue cuando pude entender algo de lo que seguía
farfullando.
—Ese… ese… ese… ¡HA SIDO MARAVILLOSE!
¡HE VISTO COSES! ¡DOCTOR ORTEGA! ¡HA
SIDO ASOMBROSE! ¡Yo… yo… quiero más!
¡Siento haber hablado pero… pero no podía estar callade!
—¿Eh? Cla… claro. No te preocupes, los gemidos y todo lo que quieras
decir mientras te follo no cuentan. Túmbate de nuevo y…
Fuera de sí, Brienia me empujó al suelo y, rápidamente, se empaló con
mi polla. Su sexo estaba encharcado pero era tan estrecho que me dolió. Aún
notaba como si sus paredes vaginales latieran, como si su clímax hubiera sido
tan potente que aún tuviera eco en el tiempo.
La joven comenzó a botar con fuerza sobre mí, con tanto brío que me
hacía daño por todos los sitios posibles. Su coño parecía querer estrujar mi polla
cada vez que la tenía dentro, su culo, algo más huesudo de lo que hubiera
querido, me vapuleaba las ingles con cada embestida, sus dedos se clavaban en
mi pecho. Era una locura en la que tenía que poner orden si no quería que me
acabase desgarrando o partiendo la polla en su desesperación por volver a
correrse.
—Espera —La agarré de las caderas y la retuve para obligarla a
escucharme—. Te he dicho que olvidases todo lo que habías visto —por dios, rezaba
para que no hubiera visto nada de “BDSM femdom”—. Hazlo despacio. Dibuja
círculos verticales con tu culo, con el centro en lo más hondo de tu coño.
Brienia, algo decepcionada por no poder seguir con su frenesí, me hizo
caso y, a medida que sus caderas iban haciéndose al nuevo movimiento, abrió los
ojos mientras boqueaba como un pez.
—Oh… este… así mucho mejor… muchísime…. —murmuró mientras empezaba a
gemir.
Cabalgándome casi elegantemente, con las manos en la cabeza como si
estuviera volviéndose loca (cosa que era lo que realmente parecía), y mientras
yo acariciaba dulcemente sus pequeños pechos, que habían recuperado su aspecto
habitual (no muy grandes, pero al menos notorios), Brienia soltaba el mayor
compendio de gemidos, interjecciones de placer, y extraños rezos científicos
que nadie nunca hubo proferido de forma tan seguida. En esa postura, mi polla
se fue amoldando mejor a su estrecha cavidad y el placer aumentó para ambos.
Yo ya estaba envuelto en sudor, pero la piel de Brienia parecía que
simplemente estuviera de paseo por el campo. No entendía cómo con tanto
ejercicio podía sudar tan poco.
Recordé entonces lo que había dicho antes de que era un efecto
secundario de la castración química, y me pregunté si no sería peligroso ese
nivel de esfuerzo en alguien de su constitución con ese hándicap. Todo me dejó
de importar cuando Brienia gorgoteó un “FUCK ME, BABY” que me sorprendió y me
excitó a partes iguales.
—¿Se dice así? ¿Fuck me, baby? –me preguntó casi fuera de sí sin dejar
de cabalgarme.
—¿Eh? S…Sí… o ‘Fóllame’ en castellano.
—Fóllame —Bri pareció paladear cada sílaba de la palabra—. Sí, suena
mejor. Fóllame, vamos… fóllame… fóllame más.
—Oh, joder…
Brienne aceleró sus movimientos, pero manteniendo la misma secuencia en
la que mi integridad física estaba a salvo. Pero cuando las palabras inteligibles
comenzaron a descender de frecuencia, sustituidas por gritos y gemidos cada vez
más audibles, supe que a mi partenaire se le avecinaba otro orgasmo. Como se
agitase igual en esa posición en la que estaba, acabaría separándome la polla
del resto del cuerpo.
La abracé y la obligué a tumbarse sobre mí, levantando ligeramente el
culo para permitirme a mí mover las caderas. Hice acopio de todas mis fuerzas y
comencé a taladrarla a la mayor velocidad que me permitía mi cintura, y los
gritos de placer de Bri me estallaron en la oreja.
El orgasmo se acercaba. Todo su cuerpo latía al ritmo de su corazón. Su
coño se cerraba cada vez más y sus manos se engarfiaban sobre mis hombros. Azoté
su nalga con una mano mientras la penetraba con fuerza y el aullido de placer
de la joven resonó en la sala con tanta potencia que creí que después de
aquello me quedaría sordo.
La abracé más fuerte y deje mi polla en su interior mientras se agitaba
de la misma forma que antes. Todas las vibraciones de su cuerpo parecieron
dirigirse hacia su vagina. Mi polla recibió prácticamente el mismo tratamiento
que doce horas antes recibía el que luego sería nuestro portal temporal.
Como si también viajase en el tiempo en ese momento, me corrí con el
vigor y la abundancia de un chaval de veinte años. Brienia, al sentir el semen
caliente dentro de ella, gritó de nuevo y se desmayó sobre mí.
*****
Me costó más de media hora que despertase. Intenté activar su implante
de la muñeca a ver si también tenía alguna especie de dispensador de adrenalina
pero no tenía ni idea de cómo funcionaba aquello. Solo pude aprender que
funcionaba única y exclusivamente con el tacto de su dueña y que, a los
diecisiete años, tuvo un suspenso en Cliología.
Esperé pacientemente a que la doctora recobrara la consciencia.
Aproveché para vestirme y buscar si, por algún casual, en aquella época seguía
existiendo el whisky y alguien se había dejado una botella a mano,
infructuosamente por desgracia.
Cuando finalmente despertó, la ayudé a vestirse, visiblemente mareada,
y salimos de aquella biblioteca, cuyas puertas se abrieron automáticamente en
cuanto Brienia acercó la muñeca donde llevaba el implante a uno de los
laterales de las hojas.
Una papelera robot se acercó a nosotros en cuanto salimos y nos
transmitió el mensaje de que los doctores Milletti y Waters nos esperarían en
el laboratorio, investigando más sobre la sociedad actual.
—Deberías ver la de cosas que se pueden encontrar en una tienda de
antigüedades, doctor Ortega. —me dijo Richard en cuanto aparecimos, enseñándome
una botella de whisky escocés de doscientos dieciocho años, de cuyo vientre
imagino había surgido el tostado líquido que llenaba dos vasos sobre la mesa
del laboratorio, mientras que un tercero, vacío, esperaba correr la misma
suerte que sus hermanos.
—Dios os bendiga. —musité con una sonrisa de oreja a oreja. Si no fuera
porque sabía que iba a intentar matarme, en ese momento Waters me habría caído
bien.
—Rápido, Doctor Ortega, el presidente nos espera.
*****
Os ahorraré el tedioso e infernalmente largo discurso que tenía el
señor presidente cuando se reunió con nosotros. Nos alabó, sobre todo a mí, y
reiteró lo importantes que éramos para ellos. Luego nos hizo una pregunta algo
extraña pero que era la misma que yo narraba en los capítulos finales del
libro.
—¿Que… queréis llevaros algo de este siglo?
Estuve tentado de pedirle un almanaque deportivo de mi década para
hacerme rico con las apuestas, pero se me ocurrió una cosa mejor. En el libro,
el doctor Waters jamás llegaba a mencionar qué quería llevarme, lo dejaba en
suspense, y ahora entiendo por qué. Simplemente mencionaba que el presidente,
sorprendido, lo concedía.
—Quiero que la doctora Joy nos acompañe.
Brienia me miró con los ojos como platos y una sonrisa de oreja a oreja
en el rostro. Casi pude notar cómo su coñito se encharcaba pensando en viajar
al siglo del pecado.
El portal se volvió a activar de repente, y los cuatro, después de
largas despedidas, lo atravesamos, dejando atrás aquella sociedad perfecta
solamente para poder hacerla posible.
*****
TRES AÑOS DESPUÉS. O DOSCIENTOS OCHO ANTES, DEPENDE DESDE DONDE
CUENTES:
—Hijo de puta. —Las manos del doctor Richard Waters temblaban de rabia
después de terminar de leer aquella narración. Se había colado en el despacho
para dejar su mecanoescrito de la novela que salvaría al mundo y se había
encontrado con aquel relato de los hechos que, para mayor regodeo del hombre al
que acababa de disparar escasas horas antes, iba titulado “He visto el futuro
de Waters”.
La chimenea, de gas, se encendió automáticamente, como si estuviera
programada, y el fulgor del fuego cubrió la habitación, tiñéndola de tonos
anaranjados y haciendo inútil la linterna que llevaba para atravesar la
oscuridad.
—¡Qué conveniente! —se jactó el científico, un segundo antes de tirar
el manuscrito real de Robledo-Ortega al fuego.
Richard ya había dejado su obra en el lugar de la de Chimo cuando una
pequeña botella de whisky escocés de siete años llamó su atención. Era de la
misma marca y año que aquella que había encontrado en el anticuario del año
2329, bajo la botella, había una carta.
“Te preguntarás, Doctor Waters, por qué te he dejado testimonio escrito
de todo lo que pasó realmente en aquella biblioteca. Obviamente, Bri, o como tú
la conociste siempre: Joy, no estuvo intentando convencerme de que aquella
sociedad sin sexo era la mejor opción posible con un fatigador y extenso debate.
Es cierto que es la mejor opción, muy a pesar de lo que haya ido diciendo estos
años para que siguieras pensando que debías matarme para ponerle mi nombre a tu
“He visto el futuro”, pero después de aquella tarde en la biblioteca, la
muchachita se convirtió en la mayor defensora posible del sexo. Por eso no
podía dejarla en aquel siglo, dejarla allí acabaría por lograr pervertir toda
esa civilización. El sexo es como un virus. La última de las enfermedades
mentales que había que erradicar, pero la suerte que tenemos es que en este
tiempo aún podemos disfrutarlo. Por eso ella se tuvo que venir. Bueno, por eso
y porque había estudiado tan a fondo nuestro siglo que recordaba todos los
campeones mundiales de fútbol. Hasta este momento creías que me habías matado,
pero no es así. Fingí mi muerte (un chaleco antibalas, una bolsa de sangre, un
disfraz de asistente sanitario para Bri y sobornar a un par de personas es lo
único que necesité para que todo el mundo pensase que estaba muerto).
Seguramente ahora mismo yo esté en alguna playa de Bali disfrutando, junto con
Bri, de todo lo que gané apostando al campeón del mundial de hace dos años.
Nadie pensaba que pasarían de la fase de grupos y míralos, venciendo a Brasil
en la final.
En fin, si te he dejado esta nota es para que no mueras pensando que
tuviste que matar a alguien para conseguir tu utopía. No tienes las manos
manchadas de sangre. Eres un jodido genio, algo que nunca supe ver a tiempo y,
lo más importante, eres suficientemente altruista como para sacrificar todo
porque, en un futuro, gente que ni conoces viva el mundo con el que siempre
soñaste.
PD: En el cajón de mi escritorio tienes un pasaporte falso con tu foto
y un billete de ida a Venezuela. Nunca se supo que fue de ti tras dispararme,
así que imagino que lograste escapar. Tal vez fue así. La Eurocopa de este año,
que se juega en dos meses, la gana Italia. Vive una nueva vida. Y disfruta del
sexo mientras puedas. En cien años, se prohibirá.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario