jueves, 5 de octubre de 2017

Vengándome de Sara, por Lepidóptera


       Aparentemente soy un hombre que lo tiene todo, pero si me conocierais, enseguida os daríais cuenta que hay algo que no acaba de encajar.
       Mirándolo en retrospectiva, debo admitir que los errores fueron la pauta que marcaron mi adolescencia. Escenas bochornosas, incómodas, en las que me invadía la vergüenza ajena. Como dirían los psicólogos "toda conducta tiene su origen" y la mía empieza y acaba con un nombre de mujer: Sara Álvarez, la única capaz de hacerme sentir como una de esas estúpidas moscas que quieren posarse sobre el tarro de miel que hay al otro lado de una ventana y no hacen más que chocar contra el cristal una y otra vez sin conseguir su objetivo... Sí señor, si tuviera que elegir un apelativo que me definiese, sin lugar a dudas sería "moscón torpe y estúpido".
       Pero como casi todo en esta vida, esa etapa pasó –por suerte–, y ahora, puedo afirmar que soy un hombre de éxito: Acabé mis estudios con matrícula, vivo en un lujoso apartamento en el centro de mi ciudad y tengo un trabajo a tiempo parcial bien remunerado, además, soy un as de las finanzas y dispongo de más dinero del que puedo gastar. Mujeres no me faltan, no quiero pecar de presuntuoso, pero tras la adolescencia, mi aspecto físico mejoró notablemente; se fueron los granos, salió la barba y gané un par de palmos de altura.
        Después de mucho sacrificio puedo confirmar que la suerte por fin me sonríe; sin embargo, no consigo ser completamente feliz, algo oscuro se interpone, un eco del pasado que resuena sin cesar en mi cabeza, una espina que se clava despiadadamente en lo más profundo de mi corazón, una soga en el cuello que me estrangula a cada paso que doy; por más que me cueste, reconozco que no pasa un solo día sin que piense en la tediosa mujer que hizo mi vida imposible cuando era un chaval, ¿cómo olvidar a quién destripó mi mundo de arriba abajo, haciéndome sentir inferior en mi momento más vulnerable?
       Cierto es que ha llovido mucho desde entonces, pero por algún motivo mi ira no ha hecho más que aumentar, convirtiéndome en un ser carente de emociones, frío, distante y calculador.
       Aún hoy me pregunto qué pasaría si tuviese el poder de volver atrás en el tiempo, si pudiese regresar a aquél momento que tanto me marcó y actuar de forma diferente. Seguramente mi experiencia actual marcaría la diferencia, no me comportaría como uno más de los estúpidos babosos que solían rondar a esa mujer con cara de ángel y mente perversa.
       Sé que es inútil e infantil pensar eso, pero si tan solo tuviese una mínima posibilidad de regresar a ese instante y hacérsela pagar, sería un hombre completamente diferente, estoy seguro; tal vez intentaría intimar con una mujer más allá de la cama, sería más confiado, tendría más amigos, y todo eso junto, me haría lo feliz que no puedo aspirar a ser en la actualidad, ¡quién sabe! Cada una de las acciones que emprendemos a lo largo de nuestra vida, cada una de las decisiones, experiencias, cada una de las personas con las que tratamos, nos cambian y nos convierten en quienes somos; no hay nada que podamos hacer para evitar eso.

       Dejo a un lado esos dañinos pensamientos y me desnudo frente al espejo del baño, a continuación, paso lentamente la mano por mis abdominales perfectamente esculpidos. Las horas de gimnasio también han dado sus frutos y ahora no hay nada en mi físico que pueda ser criticado.
       «Sara Álvarez, maldita seas... Lo que daría por volverte a ver, puedo asegurarte que esta vez te acordarías de mí, al menos una tercera parte de lo que yo lo hago de ti cada puñetero día de mi vida...»
       Después de asearme me meto en la cama sin dejar de pensar en ella, en mí, en mi pasado, mi presente... todas las imágenes se amontonan, se entremezclan, me impiden relajarme... Hoy estoy más susceptible que cualquier otro día, y esa pequeña mancha en mi historial, ha decidido salir a la superficie con toda su fuerza.
       «Sara Álvarez, arpía sin compasión, bruja, zorra desalmada...»
       Cierro los ojos y me abandono, dejo que poco a poco el sueño me venza, aunque una parte de mi subconsciente sigue torturándome con escenas del pasado que no puedo controlar.

...

       —¿Qué hora es? ­¡Joder llego tarde! –me levanto de la cama de un salto y corro hacia el baño.
       Abro la puerta y busco el interruptor con la mano. No lo encuentro. Decido entrar a tientas, pero choco contra algo, no sé qué es y eso me aturde. Retrocedo sobre mis pasos y me giro nuevamente hacia la cama.
       —¿Qué coño pasa? –susurro rascándome la cabeza.
       Me froto los ojos e intento enfocar la vista más allá de la colcha de cuadros azul y beige. Reconozco la habitación, el escenario, pero nada me cuadra...
       —¿Cómo he llegado aquí?
       Enciendo la luz de la habitación y me quedo absorto. No recuerdo que ayer saliera hasta tarde y viniera aquí por error, es más, no recuerdo haber dormido en casa de mis padres desde...
       Abro la puerta lentamente y observo todo lo que hay a mi alrededor. ¡Hay que joderse!, parece que el tiempo no haya pasado. Las fotos familiares decoran las paredes de color limón, el parqué del pasillo está recién encerado y, al fondo, el único baño de la casa. Un baño para cuatro, ¡prehistórico! Me dirijo hacia allí con parsimonia, mirando cada pequeño detalle que hay por el camino con desconcierto. Antes de entrar, la puerta se abre y sale mi hermano mayor.
       —¿Emilio? –pregunto boquiabierto, parece haber hecho un pacto con el diablo, ¿dónde está su pelo canoso y esas arruguitas alrededor de los ojos?
       —¿Qué quieres enano? –dice mientras se acaba de abrochar el cinturón.
       —¿Enano? ¡Te saco dos cabezas! ¿De qué coño hablas?
       Emilio desciende sutilmente los párpados y cruza de brazos en actitud chulesca.
       —¡Más quisieras! Por cierto, te he dicho un millón de veces que no salgas de tu habitación sin camiseta, ¡pareces un espárrago, joder! Me das grima.
       —¿Pero qué...? –me miro desde arriba y empalidezco– ¡Me cago en la puta!
       Aparto a mi hermano de la puerta de un brusco empujón para mirarme frente al espejo. Reconozco el reflejo que se proyecta, ¡cómo olvidarlo! Pero esto debe ser una pesadilla. No puedo creer lo que estoy viendo, es... es... imposible.
        Me pellizco intentando despertar, pero con ello solo consigo hacerme morados en los brazos.
       —¡La hostia, soy un puto engendro! –exclamo compungido, mirando atentamente las cuatro espinillas que decoran esta mañana mi rostro, y no mi rostro de siempre, no, ¡el de un niño de diecisiete años!: imberbe, desgarbado, desproporcionado, tembloroso y torpe.
       —Muy bien, Dani, el primer paso es reconocerlo –comenta mi hermano desde el pasillo sin perder detalle de mi expresión.
       Le dedico una mirada de odio infinito y cierro de un portazo.
       «Esto no es real, no puede estar pasando, ¿por qué estoy aquí?»
       Miro el baño con atención y reparo en el calendario que hay detrás de la puerta. Me fijo en la fecha (mi madre siempre se encarga de tachar los días) y descubro con asombro que estamos en mil novecientos noventa y ocho, para ser más precisos, diecisiete de junio de mil novecientos noventa y ocho. ¡Joder, no tengo ni teléfono móvil! ¿Qué voy a hacer ahora?
       Respiro hondo y vuelvo a centrarme. Estoy aquí y soy real. Estoy en casa de mis padres, con veintiún años menos. El pelo a capa –¡putos Back Sreet Boys! Ni siquiera copiando sus loocks me como un rosco–, la frente salpicada de espinillas a punto de reventar, en la barbilla cuatro pelos de mierda que incluso podría eliminar con una goma de borrar, tez de color blanco nuclear y, la guinda del pastel, mi larguirucho y completamente enclenque cuerpo de pardillo.
       «¿Cómo demonios puedo sostener mi propio peso con estas piernas de alambre? Dios mío...»
       Me miro de perfil y profiero un suspiro de asco infinito. «Esto no tiene arreglo, al menos, no por ahora. Harán falta años de autismo inducido, cursos de meditación y un gran entrenamiento físico para volver a ser el que era... o el que seré, no sé qué tiempo verbal es correcto emplear en estos casos».
       Salgo del baño y me visto con mi ropa habitual, intento no mirar demasiado las prendas de mercadillo que acostumbra a comprarme mi madre, ya es lo bastante duro sin eso.
       En cuanto bajo a la cocina no sé si reír, llorar o correr hacia las vías del tren para poner fin a mi patética existencia. Todo está igual que siempre, nada ha cambiado salvo yo. Por alguna razón soy un hombre adulto atrapado en un cuerpo de niño, en el fondo de mi ser sigo pensando que estoy dentro de un sueño, que mañana volveré a despertar y seguiré siendo un hombre respetado e intimidante, pero hoy no me queda otra que aguantar las burlas de mi hermano, las collejas de mi padre y los frenéticos besuqueos de mi madre mientras cojo aire y pienso: «esto no será para siempre, gracias a Dios. Mi vida mejorará en el futuro, sólo debo tener paciencia...».

       En el instituto tampoco había ninguna novedad: la gente, la música de moda, la ropa... Ser nuevamente testigo de lo que estaba de moda en los noventa resulta escalofriante, me hace sentir ridículo...
       —¡Dani, tío! –se acerca Víctor, mi mejor amigo de la infancia, y mi cara se ilumina de repente. Es la única persona que me apetece ver.
       —¡Joder, qué alegría verte! ¿Cómo estás?
       Víctor hace una mueca con la boca, dejando al descubierto su aparatosa ortodoncia, y me doy cuenta de que no ha entendido el porqué de tanta efusividad, seguramente para él sólo hace unas horas que no nos vemos.
       —¿Estás bien? Te noto raro –dice achinando los ojos.
       —Sí, claro –me obligo a disimular–. He tenido una pesadilla esta noche y... en fin –hago un gesto evasivo con la mano– ¿qué tal, algo nuevo?
       —Pues ahora que lo dices, sí, hay una novedad muy buena.
       —Adelante –le animo sonriente.
       —Hoy es tu día de suerte, tío.
       Le miro extrañado.
       —¿Yo tengo de "eso"?
       Víctor sonríe y me pasa la mano por el hombro mientras me obliga a caminar en dirección a la escuela.
       —He escuchado que van a hacerte una proposición muy especial.
       Alzo una ceja incrédulo.
       —Una proposición... –repito escéptico.
       —Sí. El sueño hecho realidad de todo hombre.
       —¿Angelina Jolie me espera desnuda en la cama?
       —¿Quién? –pregunta frunciendo el ceño.
       Inevitablemente me echo a reír.
       —Nada, nada. Dime, ¿qué es tan especial?
       —Sé de buena tinta que Sara Álvarez va a pedirte una cita esta tarde después de clase.
       Escuchar ese nombre, ese dañino nombre de mujer, hace que se erice el vello de mi cuerpo. Mi actitud cambia y se esfuma todo el buen humor que me acompañaba esta mañana, nadie sabe mejor que yo lo que esa cita significa, lo que va a suceder y la transcendencia que ese suceso tendrá en mi vida adulta; solo de pensarlo me duele. Inevitablemente mi semblante serio confunde a Víctor, no es la reacción que esperaba. No le culpo, años atrás habría actuado diferente, pero ahora, simplemente no puedo.
       —¿Qué pasa? ¿Es que no estás contento? ¡Es la tía más buena del instituto! ¡De la maldita ciudad! Y tienes la suerte de que quiere citarse contigo a solas... ¿Has olvidado la de veces que le has ido detrás, las cartas que le has escrito, los poemas que le has dedicado...?
       —¡Calla, por favor! –le interrumpo presionando el puente de mi nariz con los dedos, ¿Cómo olvidarlo? El problema es que no quiero tener que revivirlo–. Sé lo que he hecho, pero francamente no estoy contento en absoluto.
       —¿Y eso por qué? –Demanda confuso.  
       —Porque sé lo que pasará en esa cita.
       Víctor arquea las cejas, incrédulo.
       —¿Qué? –pregunta con autosuficiencia.
       —Me citará en el Tiki Post, el motel cutre de las afueras, en la habitación 114. Yo iré ilusionado y le compraré unas malditas flores, como un gilipollas. Ella abrirá la puerta y me hará pasar. Hablará de todas las cosas humillantes que he hecho por ella, incluso mencionará esas dichosas cartas y me hará creer que he llamado su atención y le gusto. Me besará y yo perderé el sentido. Seguidamente me desnudará, y de forma sutil evitará que yo la desnude a ella. Luego, cuando esté completamente desnudo y empalmado, sus amigas saldrán del armario y me harán una fotografía. Sus risas serán lo último que escucharé tras cerrar la puerta de ese triste motel, que por cierto, pagaré yo. Mi vida quedará marcada pasa siempre; las burlas, los chantajes, las caricaturas hirientes en las paredes... No volveré a ser alguien hasta que no vaya a la universidad, pero para entonces, estaré tan sumamente jodido que no volveré a mirar a ninguna mujer a la cara sin pensar que es una zorra.
       —Sinceramente, Dani, hoy no te reconozco. ¿Estás enfermo? ¡Eso no va a pasar! ¿Por qué tienes que ser siempre tan derrotista? ¡Es Sara Álvarez! ¡Joder, yo me cambiaría por ti sin dudarlo!
       Me quedo absorto un par de minutos, analizando la situación. Mi amigo tiene razón en una cosa: «Eso no va a pasar». No sucederá porque ya lo he vivido, por algún motivo inexplicable, tengo la oportunidad de cambiar el rumbo de mi historia porque estoy inmerso en esta extraña realidad paralela, y eso es justo lo      que voy a hacer: voy a vengarme de esa arpía porque sé lo qué hará antes de que lo haga.
       Como había anunciado Víctor, Sara vino a hablar conmigo esa misma tarde y me comunicó el día de nuestra cita. Analizándolo desde una perspectiva diferente, es curioso revivir ese momento, pero sin lugar a dudas, una de las cosas que más me impacta es volver a estar frente a la chica que, sin saberlo, marcó mi futuro. Sara era diferente a cuantas había conocido en mi vida (y no me refiero únicamente a mi vida hasta los diecisiete): Su penetrante mirada felina, combinada esos ojos color miel que parecen atraparte, esos carnosos labios sonrosados, tan perfectos que todavía no he visto unos iguales. Su largo cabello castaño con reflejos cobrizos, tan brillante que puede llegar a hipnotizar, y todo eso sin mencionar su cuerpo. Sara era una chica exuberante, se había desarrollado por completo y parecía una de esas mujeres de las revistas para adultos que guardaba mi padre en el desván. No había ropa que no le quedara bien, y, por descontado, tampoco había chico que pudiera apartar los ojos de sus interminables curvas. Recibir tantas atenciones por parte del sexo opuesto fue lo que la hizo crecer, hasta el punto de permitirse el lujo de jugar con los sentimientos de los demás. Ella poseía el don de manipular a su antojo y da lo mismo que fuera una niña, alguien así no cambia nunca, su poder crece conforme sus deseos y aspiraciones aumentan.
       No he sabido nada de ella desde que terminé el instituto, pero podría apostar, sin temor a endeudarme, que ha conseguido todo cuanto se ha propuesto sin apenas esforzarse.

       Estoy nervioso, ¡para qué negarlo! No importan todos los años que llevo a mi espalda, soy  igual de inseguro que hace veintiún años y sigo teniendo los nervios a flor de piel, ¿será por las hormonas?
       Me preparo frente al espejo con una sensación de insatisfacción y nostalgia a la vez, es como si volviera a decepcionarme por lo que sé que esa arpía va a hacer, y ahora, no puedo permitirme el lujo de flaquear. Inspiro profundamente y vuelvo a repasar el plan en mi mente; esta vez, todo acontecerá de forma diferente.
       «Sinceramente no es para tanto, no debo estar nervioso, voy a hacer lo que quiero porque ésta es mi oportunidad, ésta es mi fantasía y no habrá remordimiento que me impida vivirla plenamente».
      
       Llego antes al Tiki Post y reservo la habitación contigua a la 114. Una vez dentro preparo todo a conciencia. El corazón me va a mil por hora, por lo que vuelvo a repasar el plan una y otra vez, asegurándome de que lo tengo todo bien atado para no quedarme en blanco. Incluso hago uso de las terapias de autoayuda recibidas durante años y me aplico eso de: "sé decidido", "puedes conseguir cualquier cosa que te propongas si eres lo suficientemente valiente como para creer en ti", "todo va a salir bien, no temas, incluso si te equivocas recuerda que cualquier error se puede enmendar", "hazlo u otro lo hará por ti"... Frases que ahora cobran todo su significado y me impulsan a hacer cuanto tengo en mente. Y me da igual que sea moralmente incorrecto, estoy reviviendo esto por algún motivo, debo hacer algo al respecto.
       Salgo de la habitación a la hora indicada y espero escondido en la acera de enfrente. Tal como esperaba, Sara llega minutos antes a la hora del encuentro, entra en la habitación 114 con sus amigas y durante el camino no dejan de reír. Están urdiendo también su plan, salvo que en esta ocasión, soy yo quien juega con ventaja y tengo las de ganar.
       Miro la hora en mi reloj y suspiro. «Vamos allá».
       Me dirijo hacia la puerta, en esta ocasión prescindo de las flores. Llamo con seguridad y espero a que ella me abra. En cuanto aparece frente a mí, mi mente se bloquea.
       —Eres puntual –comenta exhibiendo una cautivadora sonrisa–, eso me gusta –concluye mordiéndose el labio inferior.
       Mis piernas tiemblan y mi voz se atasca, necesito un momento para encauzar la situación, actuar de forma distinta a como lo hice la otra vez, pero por alguna razón, esa chica me bloquea y despierta en mí sentimientos que tenía olvidados. No sé cómo consigo reaccionar a tiempo y, antes de cruzar el umbral de la puerta, me detengo en seco.
       —Tengo algo que enseñarte –digo cogiendo su mano con suavidad.
       —Oh, vaya, Dani, no es necesario...
       —No, quiero hacerlo –insisto mientras tiro de ella con delicadeza hacia la habitación de al lado.
       —Creo que debemos quedarnos aquí –continúa, y esta vez, es ella quien tira de mí en dirección opuesta. Lo hace con tanto ímpetu que nuestros cuerpos se pegan, y con ello, toda mi entereza se tambalea. La electricidad recorre mi cuerpo, dejándome la piel de gallina mientras un sudor frío desciende por mi espalda.
       Cierro los ojos un instante y revivo en mi mente lo que hizo la otra vez, cómo me cautivó e hizo conmigo cuanto quiso, convirtiéndome en una mierda de hombre. Este último pensamiento basta para recobrar la cordura momentáneamente perdida. Por dentro sonrío; se acabó la inseguridad, soy un hombre hecho y derecho; no me dejaré atrapar por los fantasmas del pasado.
       —¿Te han gustado mis cartas, los poemas que te he dedicado, las canciones? –pregunto para desviar su atención.
       —Me han encantado –dice con voz melosa–, de eso precisamente quería hablarte...
       —Bien, pues... ¿qué te parece si venimos aquí después de que te enseñe la sorpresa que te he preparado? Si te han gustado mis poemas, esto te fascinará.
       —Oh, Dani, ¡pero qué mono eres! –es increíble cómo soy capaz de captar la ironía ahora, antes me hubiese derretido ante ese comentario.
       Sara me sigue hacia la otra habitación con aire prepotente, la dejo entrar primero y luego lo hago yo. Una vez estamos dentro, cierro la puerta y escondo la llave mientras ella mira a su alrededor, intentando encontrar la sorpresa que le he prometido.
       —¿Y bien? –pregunta extendiendo los brazos y girándose en mi dirección.
       No pierdo tiempo, lo cierto es que hace un rato que me muero de ganas de hacerlo, de liberar mi venganza sobre ella. Así que me lanzo en picado hacia sus labios que se cierran automáticamente tras recibir el efusivo impacto de los míos.
       —¿¿¿Qué estás haciendo???  –pregunta sorprendida y alarmada a la vez.
       Retengo sus manos cuando intenta apartarse de mí y la acerco hasta sentir la presión de sus senos sobre mi torso.
       —Lo que debí hacer hace mucho tiempo –sentencio.
       Saco toda mi fuerza y la empujo contra la pared con brusquedad, la acorralo para seguir besándola pese a su reticencia.
       —Te estás pasando, Dani, ¡suéltame!
       —Todavía no hemos acabado, Sara, ¿no era esto lo que querías? ¿Llevarme a esa habitación para hacer esto?
       —No sé de qué hablas, yo no... no...
       No la dejo terminar. Trabo mi boca a la suya invadiendo su interior con mi lengua mientras mi mano derecha asciende por sus prietos muslos desnudos y se cuela por debajo de la falda.
       Sara se yergue rígida, intenta rehuir mi contacto, pero sus intentos son en vano. Empleo todavía más fuerza para retenerla.
       Una de sus manos detiene la mía a mitad de camino entre sus muslos. Cojo con fuerza su muñeca y la pego contra la pared, hago lo mismo con la otra mano y, para evitar que me dé una patada, meto una de mis piernas entre las dos suyas mientras todo el peso de mi cuerpo sigue aplastándola contra la pared.
       —Será mejor que me sueltes o...
       —¿O qué? –la reto– ¿llamarás a tus amigas que esperan en el armario de la otra habitación con una cámara de fotos?
       Sus ojos confusos se abren por la sorpresa.
       —No sé de qué hablas...
       —Yo creo que sí.
       Estiro de sus muñecas y le doy la vuelta, estampando su cara contra la pared. Aprovecho la maniobra para pegar sus dos manos a la espalda y seguidamente conducirla hacia la cama. Con un movimiento veloz, la tumbo sobre el colchón boca arriba, extiendo uno de sus brazos hacia el cabezal de la cama y cojo los extremos de las cuerdas que previamente he preparado.
       —Me estás asustando, ¿por qué haces esto? Para, por favor...
       —Sara, Sara, Sara... –chasqueo la lengua con fastidio–. No sé por qué te resistes tanto, no creo ser el primero.
       En cuanto termino de atar su mano derecha, repito la misma maniobra con la izquierda. Su pecho sube y baja preso del pánico, además respira con dificultad. Puedo sentir su miedo y confusión. Jamás pensé que fuera capaz de hacer algo así, de pensarlo siquiera. El odio y el resentimiento cultivado durante años, me ha conducido irrefrenablemente hacia esta situación. Por primera vez, no soy capaz de reconocerme.  
       Tras inmovilizar sus manos, decido continuar con mi plan de venganza, simplemente no dejo que los remordimientos intervengan ¿qué sentido tiene no dar rienda suelta a tus deseos en un sueño?
       Bajo su falda con delicadeza y asoman sus braguitas de encaje rosas, que se ciñen a su cuerpo como un tatuaje. Me fijo en su vientre plano y esos hermosos muslos prietos, sin un ápice de grasa. Sin ropa es todavía más hermosa.
       La miro atentamente a los ojos, parece asomar un atisbo de súplica en ellos, pero en este momento es el deseo el que me guía y me insta para arrancar su camiseta, dejando al descubierto unos perfectos senos ocultos tras el sujetador. Ignoro sus protestas y amenazas mientras me deleito con su cuerpo semidesnudo, ese cuerpo del pecado capaz de hacer perder la cabeza a cualquier hombre.
       Su errática respiración es indicio del miedo que siente al intuir mis intenciones, y lo cierto es que la visión que ahora tengo de ella me hace sentir, en cierto modo, culpable de mis actos: sus ojos de cervatillo dilatados, su alterada respiración, el leve temblor de su cuerpo cada vez que percibe el calor de mi proximidad... Pero solo soy culpable a medias, no olvido que tengo acorralado al mismísimo diablo personificado.
       —¿Vas a violarme? –pregunta con lágrimas en los ojos– ¿Eres un violador?
       Su pregunta me pilla desprevenido. Hago una pausa para pensar en la respuesta sin dejar de mirarla. Finalmente suspiro y trazo una línea sobre su cintura con el dedo índice. Ella se mueve para evitar mi contacto.
       —No soy un violador, Sara, soy un hombre despechado, el primer hombre que ha descubierto tus intenciones y ha decidido pararte los pies.
       —De acuerdo –interviene ella rápidamente–. Pues ya me los has parado. ¿Dejas que me vaya?
       Me echo a reír presionándome el puente de la nariz con los dedos al mismo tiempo. No puedo creer que me siga tratando como a un estúpido. ¿No entiende que no voy a parar? Estoy viviendo una fantasía, y ya que he llegado hasta aquí, sobrepasando todos los límites de la moralidad, no pienso dar marcha atrás sin más. 
       —Tampoco voy a soltarte.
       Su labio inferior tiembla un instante.
       —Entonces... ¿Qué vas a hacer?
       —Ahora lo verás –sentencio colocándome cuidadosamente encima de ella.
       Su piel se torna de gallina en cuanto percibe el calor que irradia mi cuerpo. Separo decidido sus piernas con una de mis rodillas y me dispongo a acariciar su piel temblorosa.
       —No quiero que sigas, lo cierto es que tengo que irme, me están esperando mis amigas y...
       —Shhhh... –la silencio e inicio el masaje, acercando mis labios ligeramente húmedos a su piel expectante.
       Desciendo suavemente mis labios por su cuello, guiándome por los huesos de su clavícula hasta alcanzar el centro de su pecho. Mis manos se aferran al cierre delantero del sujetador, que con un ligero "clic", se desata para descubrir unos pechos redondos y turgentes, la piel que los recubre es tan suave como la seda. La acaricio con los dedos mientras mi boca no deja de besarla.
       Miro de vez en cuando hacia arriba para estudiar su reacción. Ha ladeado la cabeza con resignación, sus ojos parecen tristes y ahora no se ve ni un ápice de amenaza en ellos.  Se ha rendido.
       Mis manos siguen el recorrido pincelando su cuerpo, memorizando cada curva, cada lunar, cada pequeño rincón recubierto de piel.  Mis besos se centran ahora en su vientre, que se agita con irregularidad. Puedo sentir como pese a su resistencia, su piel reacciona estremeciéndose sutilmente al contacto de las yemas de mis dedos. Es un pequeño indicio de excitación que me afano en aprovechar para despertar su interés.
       Repaso sus infinitas piernas, desciendo hacia los pies sin dejar ni un pequeño rincón de su cuerpo por invadir. Lo quiero todo para mí, sin reservas.
       En cuanto acabo de explorar todo lo que hay a mi alcance, asciendo lo justo para situar mi cara frente a su pubis.
       Sara reprime el llanto, resistiéndose a mostrarse vulnerable. Puede que sí tenga algo de conciencia después de todo, y aunque se me brinda la oportunidad de hacer frente a mis demonios de una vez por todas y llevar a cabo mi castigo, no me parece bien hacerla sufrir. Después de todo, a mis ojos sigue siendo una niña.
       Es curioso como una parte de mí quiere dar rienda suelta a mi "yo" salvaje y simplemente utilizar ese cuerpo divino para darme placer sin censura, obligarla a realizar todas mis perversiones oscuras, pero otra, en cambio, busca despertar también su deseo para disfrutar de algo bueno juntos, sin rencores. ¡Dios! Esta dualidad de pensamiento, y el choque de emociones, hace que me detenga un instante, llegando a la conclusión de que no soy tan malo. Puede que ella no dude en destrozar la vida de los hombres, pero yo no soy así. Recorro con la mirada su cuerpo perfecto y la cordura regresa nuevamente a mí. Aparto la sed de venganza por la persona que me destrozó la vida, sólo me apetece disfrutar del cuerpo de una mujer como ella, después de todo, no siempre se nos presenta la oportunidad de poder hacer realidad parte de nuestros sueños.
       Beso con suavidad su monte de Venus cubierto de fino vello adolescente. Sonrío para mí al pensar que es la primera vez que voy a follar con una mujer que no está completamente depilada. Tiro tímidamente del pelo movido por la curiosidad, y ella da un respingo en respuesta. De sus labios brota un sofocado gritito que hace que mi miembro palpite de excitación.
       Con decisión, abro lentamente sus labios con mis manos y me inclino lo suficiente para recibirlos con mi lengua. En cuanto siente el húmedo contacto de mis besos vuelve a estremecerse, incluso me parece intuir que su resistencia disminuye. Sigo besándola, lamiendo su clítoris, jadeando de gusto cada vez que sus caderas ascienden de forma involuntaria impulsadas por el placer que se abre paso en su perfecto cuerpo.
       Mi dedo índice inicia la marcha hacia el interior de su vagina, sus caderas se balancean mientras expando su agujero. A medida que su deseo crece, sus jadeos me indican que busca más profundidad, por lo que decido meter dos dedos al tiempo que mi lengua sigue esforzándose por arrancarle más gemidos.
       —Dani para... –suplica con la voz entrecortada.
       —¿Por qué? –susurro con la boca pegada a su piel.
       —No quiero seguir, no quiero...
       Adentro un poco más los dedos en su orificio moviéndolos rítmicamente mientras mi boca se afana en recoger los jugos que su cuerpo destila.
       —Estás muy excitada, Sara...
       —No quiero correrme.
       Su comentario me confunde, pero pronto se convierte en mi principal objetivo. Le falta muy poco para alcanzar el clímax, quiero que llegue para poder hacer más cosas con ella.
       Me arrodillo en el colchón frente a Sara. Su respiración sigue entrecortada, pero en esta ocasión no es producto del miedo. Me desabrocho el cinturón, bajo los pantalones, los calzoncillos... me quedo desnudo de cintura para abajo y vuelvo a pegarme sobre su caliente e inmóvil cuerpo adolescente. El  contacto, piel con piel, nos produce a ambos un ligero cosquilleo que nos cuesta ocultar.
       Presiono mi miembro erecto sobre su pubis. Aprovechando la fricción entre sus jugos me balanceo de arriba abajo sin llegar a penetrarla, manteniendo los brazos extendidos para evitar que mi cuerpo aplaste el suyo.
       —Dani... –suspira al borde del colapso.
       —¿Qué? –pregunto jadeante mientras aprieto el miembro un poco más.
       Mi presión aplasta su clítoris y ella se balancea tímidamente bajo mi cuerpo rígido.
       —Oh... –dice volviendo la cabeza para huir de mí.
       —¿Quieres que pare?
       —¡No! –responde sorprendiéndome– Bueno... –rectifica–, si tú quieres...
       Sonrío y vuelvo a moverme, me restriego contra ella siguiendo su ritmo, imitando los movimientos de sus caderas, a veces más lentos, otras más rápidos, y dejo que se corra a gusto sintiendo el duro contacto de mi herramienta. Aguanto estoicamente las ganas de entrar en su sexo y poseerla, espero, paciente, a que disfrute de su orgasmo.
       Se muerde el labio inferior y libera un grito ahogado al tiempo que cierra los ojos. Su cuerpo se agita espasmódicamente, incluso puedo sentir la presión de su abultado clítoris pegado a mi miembro junto a la fuerza de sus caderas restregándose contra mí para darse placer. En cuanto sus movimientos se ralentizan, observo su piel perlada de sudor evidenciando que ha terminado.
       —¿Has disfrutado, Sara? –pregunto aguantando las ganas de embestirla.
       Ella emite un largo gemido en respuesta.
       Sonrío y giro su cuerpo sobre la cama con movimientos más bruscos de lo que pretendía. No le he soltado las manos, por lo que siguen atadas al cabezal, con lo que al ponerla de espaldas a mí, sus brazos se cruzan. Observo su cuerpo a cuatro patas. Sus nalgas me resultan tan apetecibles que no puedo reprimir el impulso de darle un sonoro azote.
       Su cuerpo cede hacia delante por la inercia y emite un grito, pero nada me detiene.
       Cojo su largo cabello castaño con fuerza y tiro de él para alzar su cabeza.
       —Me haces daño –se queja.
       —Créeme, es menos que el daño que tú me has hecho a mí.
       Beso su cuello y la cuadro delante de mí. Sujeto su cabello en una fuerte cola que enrosco a mi muñeca para tirar a mi antojo. Oigo sus gritos, puedo sentir la mezcla de placer y dolor que se abre paso en su interior, algo que posiblemente no ha experimentado hasta la fecha.
       Sin pensármelo demasiado, acomodo su trasero a mi entrepierna y la penetro de una sola estocada. Su cuerpo cede hacia delante y grita por la impresión de sentir toda la fuerza de mi miembro invadiendo su vagina de golpe.
       Tiro de su cabello para volver a escuchar un grito y empiezo a bombear con fuerza, a follarla sin miramientos. Percibo el caliente abrazo de su interior alrededor de mi falo. Está muy estrecha, y en esta postura de sumisión me parece aún más sexy. Saco la lengua para acariciar su espalda sin dejar de perforarla, solo escucho sus gemidos y los sonoros chapoteos de nuestros sexos en perfecta sintonía mientras me muevo una y otra vez con fuerza.  
       Una, dos, tres, cuatro...
       Vuelto a tirar de su cabello y sigo penetrándola tan fuerte, que el cabecero de la cama choca contra la pared siguiendo un ritmo constante. Querría que este momento no acabara nunca, que pudiera prolongar estas embestidas mucho más tiempo, pero mi miembro está a punto de explotar y la visión de su cuerpo perfecto y las nalgas firmes y sonrosadas no ayudan a poder prolongar más el momento, solo deseo liberar ya toda la carga dentro de ella.  
       En un momento de lucidez, reúno la fuerza necesaria para sacar mi miembro de su interior, deslizándolo suavemente entre sus nalgas para acabar corriéndome sobre ellas.
       Abrazo a Sara desde atrás con fuerza, no me importa sentir la calidez de mi semen deslizándose por su trasero y muslos hasta perderse entre las sábanas, quiero sentir una vez más las perfectas curvas de esta mujer, retener cada detalle de su anatomía antes de volver a la brusca realidad.
       ¿Qué pasará a partir de ahora? Mi destino es incierto. ¿Me denunciará? ¿Volveremos a repetir? ¿Me odiará? ¿Tendremos más encuentros similares? Por primera vez, no tener respuesta a esas preguntas me hace feliz.
       Me visto con prisa, tal vez la sensación que tengo en este momento sea arrepentimiento, pero no me permito pensar demasiado en ello.
       Cuando estoy preparado desato las manos de Sara. Ella permanece callada, pensativa tal vez. Su rostro sigue reflejando una infinita confusión y contradicción, agradezco que no tenga nada qué decir.
       La miro una última vez más, está recogiendo tímidamente su ropa mientras se cubre los pechos, como si tratara de recomponer su dignidad, preservar ese tesoro que ya he degustado.
       Cierro los ojos y me voy. La dejo allí sola, recién follada, en la lúgubre habitación de un motel cualquiera.
       Por increíble que parezca, mientras emprendo el camino a casa rememorando lo ocurrido, cesan los remordimientos. En realidad me siento nuevo, pletórico por haber dado su merecido a una niña malcriada. Tengo la certeza de que a partir de ahora se lo pensará dos veces antes de utilizar sus encantos para destrozar la vida de los chicos que tengan la mala suerte de cruzarse en su camino.

...

       Me acomodo en la butaca de mi despacho sosteniendo una taza de café en la mano; esta sensación es gloriosa, me encuentro tan bien... y sé el porqué. Miro a través de la ventana los altos edificios que nos rodean, y por primera vez, me siento el hombre más afortunado del mundo: tengo todo lo que quiero. Inspiro profundamente y me llevo el café a la boca. El teléfono de mi oficina suena y acciono el botón de manos libres mientras pongo los pies en alto sobre la mesa; lo cierto es que siempre he querido hacer esto...
       —Señor Tarner, su secretaria personal ha llegado.
       Suspiro con resignación; hay que volver al trabajo.
       —¿Me dejasteis su currículum sobre la mesa? No lo he visto.
       —Sí señor, dentro de una carpeta amarilla.
       Echo un vistazo sobre la mesa y ahí está. Lleva en el mismo sitio una semana, no he tenido tiempo de ojearlo como es debido.
       —Está bien, Gloria, muchas gracias. No he podido mirarlo aún, pero confío plenamente en vuestro criterio.
       —Ha sido la mejor candidata, señor, además, tiene un máster en el extranjero y habla cuatro idiomas.
       —De acuerdo, hazla pasar entonces.
       Vuelvo a llevarme el café a la boca, antes de dar un sorbo inspiro su embriagador aroma, y como un niño, vuelvo a sonreír.
       Llaman a la puerta y contesto de pasada, estoy concentrado al máximo en la mágica sensación de sentirme el ganador de una batalla que me venció hace años.
       La puerta se abre y Gloria hace las presentaciones:
       —Señor le presento a su nueva secretaria, Sara Álvarez.
       Inevitablemente ese nombre me hace dar un respingo. Retiro los pies de la mesa con rapidez, y sin querer, la taza se tambalea en mis manos y acabo manchando mi camisa de café. Me pongo en pie de un salto, mientras intento limpiarme con torpeza y miro con timidez al pedazo de mujer que hay frente a mí; sí, es ella.
       Gloria abandona mi despacho, dejando a la peor de mis pesadillas dentro.
       —Oh Dios mío, ¡Dani! –Sara se acerca sensual hacia mí–. Hace siglos que no nos vemos, no sabía que las cosas te habían ido tan bien, ¡mírate!, eres todo un triunfador...
       Carraspeo modesto intentando recuperar parte de la dignidad perdida, pero algo me dice que es demasiado tarde y que he vuelto a hacer un ridículo espantoso. No, ¡esto no puede ser! ¡Me niego a que el pasado vuelva a torturarme! ¡Hace menos de veinticuatro horas que he soñado con esta mujer y en mi sueño era ella la que sucumbía a mis deseos! Pero eso es todo lo que ha sido: un sueño. La realidad sigue siendo la misma. La miro de arriba abajo, constatando, para mi gran desgracia, que es mucho más guapa de como la recordaba, señal de que la vida la ha tratado bien... hasta ahora... Sonrío para mis adentros con maldad. Tal vez no sea tan malo que trabaje para mí, pienso hacérselas pegar de otra forma, la avasallaré a órdenes, le daré los peores trabajos que se me ocurran, haré que odie haber nacido, la obligaré a pedir la cuenta por no poder soportar la presión profesional a la que la someteré. Ahora yo soy el jefe y estoy por encima, pienso cobrarme todo lo que me ha hecho y esta vez el sueño va a hacerse realidad.
       Sara se acerca y sonríe (es aún mucho más guapa cuando lo hace, esto es frustrante). Extiende su mano y la estrecho, haciéndole percibir toda mi fuerza, volviendo al puesto que me corresponde. Si ella supiera cómo la follaba en mi imaginación...
       Vuelve a reír, esta vez su risa es acompañada por una pequeña carcajada. Achino los ojos.
       —¿Ocurre algo? –pregunto con superioridad.
       —Verás, por un momento pensé que eras muy diferente al chico que recordaba en el instituto...
       Arqueo las cejas sin entender por dónde va a salir ahora.
       —¿Es que sigo aparentando diecisiete años? –le pregunto con sarcasmo, a sabiendas que el tiempo juega a mi favor.
       Vuelve a sonreír, y yo, no hago más que pensar en lo mucho que me gustaría cerrar esa estúpida boca de zorra a pollazos, agarrarla del pelo, tirarla al suelo y obligarla a...
       —Pues de hecho no has cambiado tanto –dice retirándose el pelo de la cara con los dedos– Sigues siendo igual de desastre, pero tranquilo, ahora estoy yo aquí para salvarte...
       —¿Cómo dices? –pregunto boquiabierto. ¿Quién se cree que es para hablar así a su jefe?
       —Toma –me entrega un pañuelo que extrae de su bolso–, límpiate, tienes un moco.
      
         Y ya estamos otra vez.
       Han pasado varias semanas y me he convertido en un completo gilipollas. Qué iluso fui al pensar que había cambiado. Lejos de eso, soy aún más patético que antaño: tartamudeo en presencia de esa dichosa mujer, me ha vuelto a salir un grano, tropiezo en cada baldosa y las piernas me tiemblan. Ese sueño que tuve tiempo atrás, no fue más que una premonición edulcorada de lo que estaba por venir. Intento ser fuerte e imponerme para recuperar mi posición, ¡por el amor de Dios, soy el jefe! Pero, para qué negarlo, esa arpía está varios metros por encima de mí.
       Sara Álvarez ha sido, es, y será siempre mi talón de Aquiles.

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