Aparentemente soy un hombre que lo tiene todo, pero si me
conocierais, enseguida os daríais cuenta que hay algo que no acaba de encajar.
Mirándolo en retrospectiva, debo admitir que los errores
fueron la pauta que marcaron mi adolescencia. Escenas bochornosas, incómodas,
en las que me invadía la vergüenza ajena. Como dirían los psicólogos "toda
conducta tiene su origen" y la mía empieza y acaba con un nombre de mujer:
Sara Álvarez, la única capaz de hacerme sentir como una de esas estúpidas
moscas que quieren posarse sobre el tarro de miel que hay al otro lado de una
ventana y no hacen más que chocar contra el cristal una y otra vez sin
conseguir su objetivo... Sí señor, si tuviera que elegir un apelativo que me
definiese, sin lugar a dudas sería "moscón torpe y estúpido".
Pero como casi todo en esta vida, esa etapa pasó –por suerte–,
y ahora, puedo afirmar que soy un hombre de éxito: Acabé mis estudios con
matrícula, vivo en un lujoso apartamento en el centro de mi ciudad y tengo un
trabajo a tiempo parcial bien remunerado, además, soy un as de las finanzas y dispongo
de más dinero del que puedo gastar. Mujeres no me faltan, no quiero pecar de
presuntuoso, pero tras la adolescencia, mi aspecto físico mejoró notablemente; se
fueron los granos, salió la barba y gané un par de palmos de altura.
Después de mucho
sacrificio puedo confirmar que la suerte por fin me sonríe; sin embargo, no consigo
ser completamente feliz, algo oscuro se interpone, un eco del pasado que
resuena sin cesar en mi cabeza, una espina que se clava despiadadamente en lo
más profundo de mi corazón, una soga en el cuello que me estrangula a cada paso
que doy; por más que me cueste, reconozco que no pasa un solo día sin que
piense en la tediosa mujer que hizo mi vida imposible cuando era un chaval,
¿cómo olvidar a quién destripó mi mundo de arriba abajo, haciéndome sentir
inferior en mi momento más vulnerable?
Cierto es que ha llovido mucho desde entonces, pero por algún
motivo mi ira no ha hecho más que aumentar, convirtiéndome en un ser carente de
emociones, frío, distante y calculador.
Aún hoy me pregunto qué pasaría si tuviese el poder de volver
atrás en el tiempo, si pudiese regresar a aquél momento que tanto me marcó y
actuar de forma diferente. Seguramente mi experiencia actual marcaría la
diferencia, no me comportaría como uno más de los estúpidos babosos que solían
rondar a esa mujer con cara de ángel y mente perversa.
Sé que es inútil e infantil pensar eso, pero si tan solo
tuviese una mínima posibilidad de regresar a ese instante y hacérsela pagar, sería
un hombre completamente diferente, estoy seguro; tal vez intentaría intimar con
una mujer más allá de la cama, sería más confiado, tendría más amigos, y todo
eso junto, me haría lo feliz que no puedo aspirar a ser en la actualidad,
¡quién sabe! Cada una de las acciones que emprendemos a lo largo de nuestra
vida, cada una de las decisiones, experiencias, cada una de las personas con las
que tratamos, nos cambian y nos convierten en quienes somos; no hay nada que
podamos hacer para evitar eso.
Dejo a un lado esos dañinos pensamientos y me desnudo frente
al espejo del baño, a continuación, paso lentamente la mano por mis abdominales
perfectamente esculpidos. Las horas de gimnasio también han dado sus frutos y
ahora no hay nada en mi físico que pueda ser criticado.
«Sara Álvarez, maldita seas... Lo que daría por volverte a
ver, puedo asegurarte que esta vez te acordarías de mí, al menos una tercera
parte de lo que yo lo hago de ti cada puñetero día de mi vida...»
Después de asearme me meto en la cama sin dejar de pensar en
ella, en mí, en mi pasado, mi presente... todas las imágenes se amontonan, se entremezclan,
me impiden relajarme... Hoy estoy más susceptible que cualquier otro día, y esa
pequeña mancha en mi historial, ha decidido salir a la superficie con toda su
fuerza.
«Sara Álvarez, arpía sin compasión, bruja, zorra desalmada...»
Cierro los ojos y me abandono, dejo que poco a poco el sueño
me venza, aunque una parte de mi subconsciente sigue torturándome con escenas
del pasado que no puedo controlar.
...
—¿Qué hora es? ¡Joder llego tarde! –me levanto de la cama de
un salto y corro hacia el baño.
Abro la puerta y busco el interruptor con la mano. No lo
encuentro. Decido entrar a tientas, pero choco contra algo, no sé qué es y eso
me aturde. Retrocedo sobre mis pasos y me giro nuevamente hacia la cama.
—¿Qué coño pasa? –susurro rascándome la cabeza.
Me froto los ojos e intento enfocar la vista más allá de la colcha
de cuadros azul y beige. Reconozco la habitación, el escenario, pero nada me
cuadra...
—¿Cómo he llegado aquí?
Enciendo la luz de la habitación y me quedo absorto. No
recuerdo que ayer saliera hasta tarde y viniera aquí por error, es más, no
recuerdo haber dormido en casa de mis padres desde...
Abro la puerta lentamente y observo todo lo que hay a mi
alrededor. ¡Hay que joderse!, parece que el tiempo no haya pasado. Las fotos
familiares decoran las paredes de color limón, el parqué del pasillo está recién
encerado y, al fondo, el único baño de la casa. Un baño para cuatro,
¡prehistórico! Me dirijo hacia allí con parsimonia, mirando cada pequeño
detalle que hay por el camino con desconcierto. Antes de entrar, la puerta se
abre y sale mi hermano mayor.
—¿Emilio? –pregunto boquiabierto, parece haber hecho un pacto
con el diablo, ¿dónde está su pelo canoso y esas arruguitas alrededor de los
ojos?
—¿Qué quieres enano? –dice mientras se acaba de abrochar el
cinturón.
—¿Enano? ¡Te saco dos cabezas! ¿De qué coño hablas?
Emilio desciende sutilmente los párpados y cruza de brazos en
actitud chulesca.
—¡Más quisieras! Por cierto, te he dicho un millón de veces
que no salgas de tu habitación sin camiseta, ¡pareces un espárrago, joder! Me
das grima.
—¿Pero qué...? –me miro desde arriba y empalidezco– ¡Me cago
en la puta!
Aparto a mi hermano de la puerta de un brusco empujón para
mirarme frente al espejo. Reconozco el reflejo que se proyecta, ¡cómo
olvidarlo! Pero esto debe ser una pesadilla. No puedo creer lo que estoy
viendo, es... es... imposible.
Me pellizco intentando
despertar, pero con ello solo consigo hacerme morados en los brazos.
—¡La hostia, soy un puto engendro! –exclamo compungido,
mirando atentamente las cuatro espinillas que decoran esta mañana mi rostro, y
no mi rostro de siempre, no, ¡el de un niño de diecisiete años!: imberbe, desgarbado,
desproporcionado, tembloroso y torpe.
—Muy bien, Dani, el primer paso es reconocerlo –comenta mi
hermano desde el pasillo sin perder detalle de mi expresión.
Le dedico una mirada de odio infinito y cierro de un portazo.
«Esto no es real, no puede estar pasando, ¿por qué estoy aquí?»
Miro el baño con atención y reparo en el calendario que hay
detrás de la puerta. Me fijo en la fecha (mi madre siempre se encarga de tachar
los días) y descubro con asombro que estamos en mil novecientos noventa y ocho,
para ser más precisos, diecisiete de junio de mil novecientos noventa y ocho.
¡Joder, no tengo ni teléfono móvil! ¿Qué voy a hacer ahora?
Respiro hondo y vuelvo a centrarme. Estoy aquí y soy real. Estoy
en casa de mis padres, con veintiún años menos. El pelo a capa –¡putos Back
Sreet Boys! Ni siquiera copiando sus loocks me como un rosco–, la frente
salpicada de espinillas a punto de reventar, en la barbilla cuatro pelos de
mierda que incluso podría eliminar con una goma de borrar, tez de color blanco
nuclear y, la guinda del pastel, mi larguirucho y completamente enclenque
cuerpo de pardillo.
«¿Cómo demonios puedo sostener mi propio peso con estas
piernas de alambre? Dios mío...»
Me miro de perfil y profiero un suspiro de asco infinito.
«Esto no tiene arreglo, al menos, no por ahora. Harán falta años de autismo
inducido, cursos de meditación y un gran entrenamiento físico para volver a ser
el que era... o el que seré, no sé qué tiempo verbal es correcto emplear en
estos casos».
Salgo del baño y me visto con mi ropa habitual, intento no
mirar demasiado las prendas de mercadillo que acostumbra a comprarme mi madre,
ya es lo bastante duro sin eso.
En cuanto bajo a la cocina no sé si reír, llorar o correr
hacia las vías del tren para poner fin a mi patética existencia. Todo está
igual que siempre, nada ha cambiado salvo yo. Por alguna razón soy un hombre adulto
atrapado en un cuerpo de niño, en el fondo de mi ser sigo pensando que estoy
dentro de un sueño, que mañana volveré a despertar y seguiré siendo un hombre
respetado e intimidante, pero hoy no me queda otra que aguantar las burlas de
mi hermano, las collejas de mi padre y los frenéticos besuqueos de mi madre
mientras cojo aire y pienso: «esto no será para siempre, gracias a Dios. Mi
vida mejorará en el futuro, sólo debo tener paciencia...».
En el instituto tampoco había ninguna novedad: la gente, la
música de moda, la ropa... Ser nuevamente testigo de lo que estaba de moda en
los noventa resulta escalofriante, me hace sentir ridículo...
—¡Dani, tío! –se acerca Víctor, mi mejor amigo de la infancia,
y mi cara se ilumina de repente. Es la única persona que me apetece ver.
—¡Joder, qué alegría verte! ¿Cómo estás?
Víctor hace una mueca con la boca, dejando al descubierto su
aparatosa ortodoncia, y me doy cuenta de que no ha entendido el porqué de tanta
efusividad, seguramente para él sólo hace unas horas que no nos vemos.
—¿Estás bien? Te noto raro –dice achinando los ojos.
—Sí, claro –me obligo a disimular–. He tenido una pesadilla
esta noche y... en fin –hago un gesto evasivo con la mano– ¿qué tal, algo nuevo?
—Pues ahora que lo dices, sí, hay una novedad muy buena.
—Adelante –le animo sonriente.
—Hoy es tu día de suerte, tío.
Le miro extrañado.
—¿Yo tengo de "eso"?
Víctor sonríe y me pasa la mano por el hombro mientras me
obliga a caminar en dirección a la escuela.
—He escuchado que van a hacerte una proposición muy especial.
Alzo una ceja incrédulo.
—Una proposición... –repito escéptico.
—Sí. El sueño hecho realidad de todo hombre.
—¿Angelina Jolie me espera desnuda en la cama?
—¿Quién? –pregunta frunciendo el ceño.
Inevitablemente me echo a reír.
—Nada, nada. Dime, ¿qué es tan especial?
—Sé de buena tinta que Sara Álvarez va a pedirte una cita esta
tarde después de clase.
Escuchar ese nombre, ese dañino nombre de mujer, hace que se
erice el vello de mi cuerpo. Mi actitud cambia y se esfuma todo el buen humor
que me acompañaba esta mañana, nadie sabe mejor que yo lo que esa cita
significa, lo que va a suceder y la transcendencia que ese suceso tendrá en mi vida
adulta; solo de pensarlo me duele. Inevitablemente mi semblante serio confunde
a Víctor, no es la reacción que esperaba. No le culpo, años atrás habría
actuado diferente, pero ahora, simplemente no puedo.
—¿Qué pasa? ¿Es que no estás contento? ¡Es la tía más buena
del instituto! ¡De la maldita ciudad! Y tienes la suerte de que quiere citarse
contigo a solas... ¿Has olvidado la de veces que le has ido detrás, las cartas
que le has escrito, los poemas que le has dedicado...?
—¡Calla, por favor! –le interrumpo presionando el puente de mi
nariz con los dedos, ¿Cómo olvidarlo? El problema es que no quiero tener que
revivirlo–. Sé lo que he hecho, pero francamente no estoy contento en absoluto.
—¿Y eso por qué? –Demanda confuso.
—Porque sé lo que pasará en esa cita.
Víctor arquea las cejas, incrédulo.
—¿Qué? –pregunta con autosuficiencia.
—Me citará en el Tiki Post, el motel cutre de las afueras, en
la habitación 114. Yo iré ilusionado y le compraré unas malditas flores, como
un gilipollas. Ella abrirá la puerta y me hará pasar. Hablará de todas las
cosas humillantes que he hecho por ella, incluso mencionará esas dichosas
cartas y me hará creer que he llamado su atención y le gusto. Me besará y yo
perderé el sentido. Seguidamente me desnudará, y de forma sutil evitará que yo
la desnude a ella. Luego, cuando esté completamente desnudo y empalmado, sus
amigas saldrán del armario y me harán una fotografía. Sus risas serán lo último
que escucharé tras cerrar la puerta de ese triste motel, que por cierto, pagaré
yo. Mi vida quedará marcada pasa siempre; las burlas, los chantajes, las
caricaturas hirientes en las paredes... No volveré a ser alguien hasta que no
vaya a la universidad, pero para entonces, estaré tan sumamente jodido que no
volveré a mirar a ninguna mujer a la cara sin pensar que es una zorra.
—Sinceramente, Dani, hoy no te reconozco. ¿Estás enfermo? ¡Eso
no va a pasar! ¿Por qué tienes que ser siempre tan derrotista? ¡Es Sara
Álvarez! ¡Joder, yo me cambiaría por ti sin dudarlo!
Me quedo absorto un par de minutos, analizando la situación. Mi
amigo tiene razón en una cosa: «Eso no va a pasar». No sucederá porque ya lo he
vivido, por algún motivo inexplicable, tengo la oportunidad de cambiar el rumbo
de mi historia porque estoy inmerso en esta extraña realidad paralela, y eso es
justo lo que voy a hacer: voy a
vengarme de esa arpía porque sé lo qué hará antes de que lo haga.
Como había anunciado Víctor, Sara vino a hablar conmigo esa
misma tarde y me comunicó el día de nuestra cita. Analizándolo desde una
perspectiva diferente, es curioso revivir ese momento, pero sin lugar a dudas,
una de las cosas que más me impacta es volver a estar frente a la chica que,
sin saberlo, marcó mi futuro. Sara era diferente a cuantas había conocido en mi
vida (y no me refiero únicamente a mi vida hasta los diecisiete): Su penetrante
mirada felina, combinada esos ojos color miel que parecen atraparte, esos
carnosos labios sonrosados, tan perfectos que todavía no he visto unos iguales.
Su largo cabello castaño con reflejos cobrizos, tan brillante que puede llegar
a hipnotizar, y todo eso sin mencionar su cuerpo. Sara era una chica
exuberante, se había desarrollado por completo y parecía una de esas mujeres de
las revistas para adultos que guardaba mi padre en el desván. No había ropa que
no le quedara bien, y, por descontado, tampoco había chico que pudiera apartar los
ojos de sus interminables curvas. Recibir tantas atenciones por parte del sexo
opuesto fue lo que la hizo crecer, hasta el punto de permitirse el lujo de
jugar con los sentimientos de los demás. Ella poseía el don de manipular a su
antojo y da lo mismo que fuera una niña, alguien así no cambia nunca, su poder
crece conforme sus deseos y aspiraciones aumentan.
No he sabido nada de ella desde que terminé el instituto, pero
podría apostar, sin temor a endeudarme, que ha conseguido todo cuanto se ha
propuesto sin apenas esforzarse.
Estoy nervioso, ¡para qué negarlo! No importan todos los años que
llevo a mi espalda, soy igual de
inseguro que hace veintiún años y sigo teniendo los nervios a flor de piel, ¿será
por las hormonas?
Me preparo frente al espejo con una sensación de
insatisfacción y nostalgia a la vez, es como si volviera a decepcionarme por lo
que sé que esa arpía va a hacer, y ahora, no puedo permitirme el lujo de
flaquear. Inspiro profundamente y vuelvo a repasar el plan en mi mente; esta
vez, todo acontecerá de forma diferente.
«Sinceramente no es para tanto, no debo estar nervioso, voy a
hacer lo que quiero porque ésta es mi oportunidad, ésta es mi fantasía y no
habrá remordimiento que me impida vivirla plenamente».
Llego antes al Tiki Post y reservo la habitación contigua a la
114. Una vez dentro preparo todo a conciencia. El corazón me va a mil por hora,
por lo que vuelvo a repasar el plan una y otra vez, asegurándome de que lo
tengo todo bien atado para no quedarme en blanco. Incluso hago uso de las
terapias de autoayuda recibidas durante años y me aplico eso de: "sé
decidido", "puedes conseguir cualquier cosa que te propongas si eres
lo suficientemente valiente como para creer en ti", "todo va a salir
bien, no temas, incluso si te equivocas recuerda que cualquier error se puede
enmendar", "hazlo u otro lo hará por ti"... Frases que ahora
cobran todo su significado y me impulsan a hacer cuanto tengo en mente. Y me da
igual que sea moralmente incorrecto, estoy reviviendo esto por algún motivo, debo
hacer algo al respecto.
Salgo de la habitación a la hora indicada y espero escondido
en la acera de enfrente. Tal como esperaba, Sara llega minutos antes a la hora
del encuentro, entra en la habitación 114 con sus amigas y durante el camino no
dejan de reír. Están urdiendo también su plan, salvo que en esta ocasión, soy
yo quien juega con ventaja y tengo las de ganar.
Miro la hora en mi reloj y suspiro. «Vamos allá».
Me dirijo hacia la puerta, en esta ocasión prescindo de las
flores. Llamo con seguridad y espero a que ella me abra. En cuanto aparece
frente a mí, mi mente se bloquea.
—Eres puntual –comenta exhibiendo una cautivadora sonrisa–,
eso me gusta –concluye mordiéndose el labio inferior.
Mis piernas tiemblan y mi voz se atasca, necesito un momento
para encauzar la situación, actuar de forma distinta a como lo hice la otra
vez, pero por alguna razón, esa chica me bloquea y despierta en mí sentimientos
que tenía olvidados. No sé cómo consigo reaccionar a tiempo y, antes de cruzar
el umbral de la puerta, me detengo en seco.
—Tengo algo que enseñarte –digo cogiendo su mano con suavidad.
—Oh, vaya, Dani, no es necesario...
—No, quiero hacerlo –insisto mientras tiro de ella con delicadeza
hacia la habitación de al lado.
—Creo que debemos quedarnos aquí –continúa, y esta vez, es
ella quien tira de mí en dirección opuesta. Lo hace con tanto ímpetu que
nuestros cuerpos se pegan, y con ello, toda mi entereza se tambalea. La
electricidad recorre mi cuerpo, dejándome la piel de gallina mientras un sudor
frío desciende por mi espalda.
Cierro los ojos un instante y revivo en mi mente lo que hizo
la otra vez, cómo me cautivó e hizo conmigo cuanto quiso, convirtiéndome en una
mierda de hombre. Este último pensamiento basta para recobrar la cordura
momentáneamente perdida. Por dentro sonrío; se acabó la inseguridad, soy un
hombre hecho y derecho; no me dejaré atrapar por los fantasmas del pasado.
—¿Te han gustado mis cartas, los poemas que te he dedicado,
las canciones? –pregunto para desviar su atención.
—Me han encantado –dice con voz melosa–, de eso precisamente
quería hablarte...
—Bien, pues... ¿qué te parece si venimos aquí después de que
te enseñe la sorpresa que te he preparado? Si te han gustado mis poemas, esto
te fascinará.
—Oh, Dani, ¡pero qué mono eres! –es increíble cómo soy capaz de
captar la ironía ahora, antes me hubiese derretido ante ese comentario.
Sara me sigue hacia la otra habitación con aire prepotente, la
dejo entrar primero y luego lo hago yo. Una vez estamos dentro, cierro la
puerta y escondo la llave mientras ella mira a su alrededor, intentando
encontrar la sorpresa que le he prometido.
—¿Y bien? –pregunta extendiendo los brazos y girándose en mi
dirección.
No pierdo tiempo, lo cierto es que hace un rato que me muero
de ganas de hacerlo, de liberar mi venganza sobre ella. Así que me lanzo en
picado hacia sus labios que se cierran automáticamente tras recibir el efusivo
impacto de los míos.
—¿¿¿Qué estás haciendo???
–pregunta sorprendida y alarmada a la vez.
Retengo sus manos cuando intenta apartarse de mí y la acerco
hasta sentir la presión de sus senos sobre mi torso.
—Lo que debí hacer hace mucho tiempo –sentencio.
Saco toda mi fuerza y la empujo contra la pared con brusquedad,
la acorralo para seguir besándola pese a su reticencia.
—Te estás pasando, Dani, ¡suéltame!
—Todavía no hemos acabado, Sara, ¿no era esto lo que querías? ¿Llevarme
a esa habitación para hacer esto?
—No sé de qué hablas, yo no... no...
No la dejo terminar. Trabo mi boca a la suya invadiendo su interior
con mi lengua mientras mi mano derecha asciende por sus prietos muslos desnudos
y se cuela por debajo de la falda.
Sara se yergue rígida, intenta rehuir mi contacto, pero sus
intentos son en vano. Empleo todavía más fuerza para retenerla.
Una de sus manos detiene la mía a mitad de camino entre sus
muslos. Cojo con fuerza su muñeca y la pego contra la pared, hago lo mismo con
la otra mano y, para evitar que me dé una patada, meto una de mis piernas entre
las dos suyas mientras todo el peso de mi cuerpo sigue aplastándola contra la
pared.
—Será mejor que me sueltes o...
—¿O qué? –la reto– ¿llamarás a tus amigas que esperan en el
armario de la otra habitación con una cámara de fotos?
Sus ojos confusos se abren por la sorpresa.
—No sé de qué hablas...
—Yo creo que sí.
Estiro de sus muñecas y le doy la vuelta, estampando su cara
contra la pared. Aprovecho la maniobra para pegar sus dos manos a la espalda y seguidamente
conducirla hacia la cama. Con un movimiento veloz, la tumbo sobre el colchón
boca arriba, extiendo uno de sus brazos hacia el cabezal de la cama y cojo los
extremos de las cuerdas que previamente he preparado.
—Me estás asustando, ¿por qué haces esto? Para, por favor...
—Sara, Sara, Sara... –chasqueo la lengua con fastidio–. No sé
por qué te resistes tanto, no creo ser el primero.
En cuanto termino de atar su mano derecha, repito la misma
maniobra con la izquierda. Su pecho sube y baja preso del pánico, además
respira con dificultad. Puedo sentir su miedo y confusión. Jamás pensé que
fuera capaz de hacer algo así, de pensarlo siquiera. El odio y el resentimiento
cultivado durante años, me ha conducido irrefrenablemente hacia esta situación.
Por primera vez, no soy capaz de reconocerme.
Tras inmovilizar sus manos, decido continuar con mi plan de
venganza, simplemente no dejo que los remordimientos intervengan ¿qué sentido
tiene no dar rienda suelta a tus deseos en un sueño?
Bajo su falda con delicadeza y asoman sus braguitas de encaje
rosas, que se ciñen a su cuerpo como un tatuaje. Me fijo en su vientre plano y
esos hermosos muslos prietos, sin un ápice de grasa. Sin ropa es todavía más
hermosa.
La miro atentamente a los ojos, parece asomar un atisbo de
súplica en ellos, pero en este momento es el deseo el que me guía y me insta
para arrancar su camiseta, dejando al descubierto unos perfectos senos ocultos
tras el sujetador. Ignoro sus protestas y amenazas mientras me deleito con su
cuerpo semidesnudo, ese cuerpo del pecado capaz de hacer perder la cabeza a
cualquier hombre.
Su errática respiración es indicio del miedo que siente al
intuir mis intenciones, y lo cierto es que la visión que ahora tengo de ella me
hace sentir, en cierto modo, culpable de mis actos: sus ojos de cervatillo
dilatados, su alterada respiración, el leve temblor de su cuerpo cada vez que percibe
el calor de mi proximidad... Pero solo soy culpable a medias, no olvido que
tengo acorralado al mismísimo diablo personificado.
—¿Vas a violarme? –pregunta con lágrimas en los ojos– ¿Eres un
violador?
Su pregunta me pilla desprevenido. Hago una pausa para pensar
en la respuesta sin dejar de mirarla. Finalmente suspiro y trazo una línea
sobre su cintura con el dedo índice. Ella se mueve para evitar mi contacto.
—No soy un violador, Sara, soy un hombre despechado, el primer
hombre que ha descubierto tus intenciones y ha decidido pararte los pies.
—De acuerdo –interviene ella rápidamente–. Pues ya me los has
parado. ¿Dejas que me vaya?
Me echo a reír presionándome el puente de la nariz con los
dedos al mismo tiempo. No puedo creer que me siga tratando como a un estúpido.
¿No entiende que no voy a parar? Estoy viviendo una fantasía, y ya que he
llegado hasta aquí, sobrepasando todos los límites de la moralidad, no pienso
dar marcha atrás sin más.
—Tampoco voy a soltarte.
Su labio inferior tiembla un instante.
—Entonces... ¿Qué vas a hacer?
—Ahora lo verás –sentencio colocándome cuidadosamente encima
de ella.
Su piel se torna de gallina en cuanto percibe el calor que
irradia mi cuerpo. Separo decidido sus piernas con una de mis rodillas y me
dispongo a acariciar su piel temblorosa.
—No quiero que sigas, lo cierto es que tengo que irme, me
están esperando mis amigas y...
—Shhhh... –la silencio e inicio el masaje, acercando mis
labios ligeramente húmedos a su piel expectante.
Desciendo suavemente mis labios por su cuello, guiándome por
los huesos de su clavícula hasta alcanzar el centro de su pecho. Mis manos se
aferran al cierre delantero del sujetador, que con un ligero "clic", se
desata para descubrir unos pechos redondos y turgentes, la piel que los recubre
es tan suave como la seda. La acaricio con los dedos mientras mi boca no deja
de besarla.
Miro de vez en cuando hacia arriba para estudiar su reacción.
Ha ladeado la cabeza con resignación, sus ojos parecen tristes y ahora no se ve
ni un ápice de amenaza en ellos. Se ha
rendido.
Mis manos siguen el recorrido pincelando su cuerpo,
memorizando cada curva, cada lunar, cada pequeño rincón recubierto de piel. Mis besos se centran ahora en su vientre, que
se agita con irregularidad. Puedo sentir como pese a su resistencia, su piel
reacciona estremeciéndose sutilmente al contacto de las yemas de mis dedos. Es
un pequeño indicio de excitación que me afano en aprovechar para despertar su
interés.
Repaso sus infinitas piernas, desciendo hacia los pies sin
dejar ni un pequeño rincón de su cuerpo por invadir. Lo quiero todo para mí,
sin reservas.
En cuanto acabo de explorar todo lo que hay a mi alcance, asciendo
lo justo para situar mi cara frente a su pubis.
Sara reprime el llanto, resistiéndose a mostrarse vulnerable.
Puede que sí tenga algo de conciencia después de todo, y aunque se me brinda la
oportunidad de hacer frente a mis demonios de una vez por todas y llevar a cabo
mi castigo, no me parece bien hacerla sufrir. Después de todo, a mis ojos sigue
siendo una niña.
Es curioso como una parte de mí quiere dar rienda suelta a mi
"yo" salvaje y simplemente utilizar ese cuerpo divino para darme
placer sin censura, obligarla a realizar todas mis perversiones oscuras, pero
otra, en cambio, busca despertar también su deseo para disfrutar de algo bueno
juntos, sin rencores. ¡Dios! Esta dualidad de pensamiento, y el choque de
emociones, hace que me detenga un instante, llegando a la conclusión de que no
soy tan malo. Puede que ella no dude en destrozar la vida de los hombres, pero
yo no soy así. Recorro con la mirada su cuerpo perfecto y la cordura regresa
nuevamente a mí. Aparto la sed de venganza por la persona que me destrozó la
vida, sólo me apetece disfrutar del cuerpo de una mujer como ella, después de
todo, no siempre se nos presenta la oportunidad de poder hacer realidad parte
de nuestros sueños.
Beso con suavidad su monte de Venus cubierto de fino vello
adolescente. Sonrío para mí al pensar que es la primera vez que voy a follar
con una mujer que no está completamente depilada. Tiro tímidamente del pelo
movido por la curiosidad, y ella da un respingo en respuesta. De sus labios
brota un sofocado gritito que hace que mi miembro palpite de excitación.
Con decisión, abro lentamente sus labios con mis manos y me
inclino lo suficiente para recibirlos con mi lengua. En cuanto siente el húmedo
contacto de mis besos vuelve a estremecerse, incluso me parece intuir que su
resistencia disminuye. Sigo besándola, lamiendo su clítoris, jadeando de gusto
cada vez que sus caderas ascienden de forma involuntaria impulsadas por el placer
que se abre paso en su perfecto cuerpo.
Mi dedo índice inicia la marcha hacia el interior de su
vagina, sus caderas se balancean mientras expando su agujero. A medida que su
deseo crece, sus jadeos me indican que busca más profundidad, por lo que decido
meter dos dedos al tiempo que mi lengua sigue esforzándose por arrancarle más
gemidos.
—Dani para... –suplica con la voz entrecortada.
—¿Por qué? –susurro con la boca pegada a su piel.
—No quiero seguir, no quiero...
Adentro un poco más los dedos en su orificio moviéndolos
rítmicamente mientras mi boca se afana en recoger los jugos que su cuerpo
destila.
—Estás muy excitada, Sara...
—No quiero correrme.
Su comentario me confunde, pero pronto se convierte en mi
principal objetivo. Le falta muy poco para alcanzar el clímax, quiero que llegue
para poder hacer más cosas con ella.
Me arrodillo en el colchón frente a Sara. Su respiración sigue
entrecortada, pero en esta ocasión no es producto del miedo. Me desabrocho el
cinturón, bajo los pantalones, los calzoncillos... me quedo desnudo de cintura
para abajo y vuelvo a pegarme sobre su caliente e inmóvil cuerpo adolescente.
El contacto, piel con piel, nos produce
a ambos un ligero cosquilleo que nos cuesta ocultar.
Presiono mi miembro erecto sobre su pubis. Aprovechando la
fricción entre sus jugos me balanceo de arriba abajo sin llegar a penetrarla, manteniendo
los brazos extendidos para evitar que mi cuerpo aplaste el suyo.
—Dani... –suspira al borde del colapso.
—¿Qué? –pregunto jadeante mientras aprieto el miembro un poco
más.
Mi presión aplasta su clítoris y ella se balancea tímidamente bajo
mi cuerpo rígido.
—Oh... –dice volviendo la cabeza para huir de mí.
—¿Quieres que pare?
—¡No! –responde sorprendiéndome– Bueno... –rectifica–, si tú
quieres...
Sonrío y vuelvo a moverme, me restriego contra ella siguiendo
su ritmo, imitando los movimientos de sus caderas, a veces más lentos, otras
más rápidos, y dejo que se corra a gusto sintiendo el duro contacto de mi
herramienta. Aguanto estoicamente las ganas de entrar en su sexo y poseerla, espero,
paciente, a que disfrute de su orgasmo.
Se muerde el labio inferior y libera un grito ahogado al
tiempo que cierra los ojos. Su cuerpo se agita espasmódicamente, incluso puedo
sentir la presión de su abultado clítoris pegado a mi miembro junto a la fuerza
de sus caderas restregándose contra mí para darse placer. En cuanto sus
movimientos se ralentizan, observo su piel perlada de sudor evidenciando que ha
terminado.
—¿Has disfrutado, Sara? –pregunto aguantando las ganas de
embestirla.
Ella emite un largo gemido en respuesta.
Sonrío y giro su cuerpo sobre la cama con movimientos más
bruscos de lo que pretendía. No le he soltado las manos, por lo que siguen atadas
al cabezal, con lo que al ponerla de espaldas a mí, sus brazos se cruzan. Observo
su cuerpo a cuatro patas. Sus nalgas me resultan tan apetecibles que no puedo
reprimir el impulso de darle un sonoro azote.
Su cuerpo cede hacia delante por la inercia y emite un grito,
pero nada me detiene.
Cojo su largo cabello castaño con fuerza y tiro de él para
alzar su cabeza.
—Me haces daño –se queja.
—Créeme, es menos que el daño que tú me has hecho a mí.
Beso su cuello y la cuadro delante de mí. Sujeto su cabello en
una fuerte cola que enrosco a mi muñeca para tirar a mi antojo. Oigo sus
gritos, puedo sentir la mezcla de placer y dolor que se abre paso en su
interior, algo que posiblemente no ha experimentado hasta la fecha.
Sin pensármelo demasiado, acomodo su trasero a mi entrepierna
y la penetro de una sola estocada. Su cuerpo cede hacia delante y grita por la
impresión de sentir toda la fuerza de mi miembro invadiendo su vagina de golpe.
Tiro de su cabello para volver a escuchar un grito y empiezo a
bombear con fuerza, a follarla sin miramientos. Percibo el caliente abrazo de su
interior alrededor de mi falo. Está muy estrecha, y en esta postura de sumisión
me parece aún más sexy. Saco la lengua para acariciar su espalda sin dejar de
perforarla, solo escucho sus gemidos y los sonoros chapoteos de nuestros sexos
en perfecta sintonía mientras me muevo una y otra vez con fuerza.
Una, dos, tres, cuatro...
Vuelto a tirar de su cabello y sigo penetrándola tan fuerte,
que el cabecero de la cama choca contra la pared siguiendo un ritmo constante.
Querría que este momento no acabara nunca, que pudiera prolongar estas
embestidas mucho más tiempo, pero mi miembro está a punto de explotar y la
visión de su cuerpo perfecto y las nalgas firmes y sonrosadas no ayudan a poder
prolongar más el momento, solo deseo liberar ya toda la carga dentro de ella.
En un momento de lucidez, reúno la fuerza necesaria para sacar
mi miembro de su interior, deslizándolo suavemente entre sus nalgas para acabar
corriéndome sobre ellas.
Abrazo a Sara desde atrás con fuerza, no me importa sentir la
calidez de mi semen deslizándose por su trasero y muslos hasta perderse entre
las sábanas, quiero sentir una vez más las perfectas curvas de esta mujer,
retener cada detalle de su anatomía antes de volver a la brusca realidad.
¿Qué pasará a partir de ahora? Mi destino es incierto. ¿Me
denunciará? ¿Volveremos a repetir? ¿Me odiará? ¿Tendremos más encuentros
similares? Por primera vez, no tener respuesta a esas preguntas me hace feliz.
Me visto con prisa, tal vez la sensación que tengo en este
momento sea arrepentimiento, pero no me permito pensar demasiado en ello.
Cuando estoy preparado desato las manos de Sara. Ella
permanece callada, pensativa tal vez. Su rostro sigue reflejando una infinita
confusión y contradicción, agradezco que no tenga nada qué decir.
La miro una última vez más, está recogiendo tímidamente su
ropa mientras se cubre los pechos, como si tratara de recomponer su dignidad,
preservar ese tesoro que ya he degustado.
Cierro los ojos y me voy. La dejo allí sola, recién follada, en
la lúgubre habitación de un motel cualquiera.
Por increíble que parezca, mientras emprendo el camino a casa
rememorando lo ocurrido, cesan los remordimientos. En realidad me siento nuevo,
pletórico por haber dado su merecido a una niña malcriada. Tengo la certeza de
que a partir de ahora se lo pensará dos veces antes de utilizar sus encantos
para destrozar la vida de los chicos que tengan la mala suerte de cruzarse en
su camino.
...
Me acomodo en la butaca de mi despacho sosteniendo una taza de
café en la mano; esta sensación es gloriosa, me encuentro tan bien... y sé el
porqué. Miro a través de la ventana los altos edificios que nos rodean, y por
primera vez, me siento el hombre más afortunado del mundo: tengo todo lo que
quiero. Inspiro profundamente y me llevo el café a la boca. El teléfono de mi
oficina suena y acciono el botón de manos libres mientras pongo los pies en
alto sobre la mesa; lo cierto es que siempre he querido hacer esto...
—Señor Tarner, su secretaria personal ha llegado.
Suspiro con resignación; hay que volver al trabajo.
—¿Me dejasteis su currículum sobre la mesa? No lo he visto.
—Sí señor, dentro de una carpeta amarilla.
Echo un vistazo sobre la mesa y ahí está. Lleva en el mismo
sitio una semana, no he tenido tiempo de ojearlo como es debido.
—Está bien, Gloria, muchas gracias. No he podido mirarlo aún,
pero confío plenamente en vuestro criterio.
—Ha sido la mejor candidata, señor, además, tiene un máster en
el extranjero y habla cuatro idiomas.
—De acuerdo, hazla pasar entonces.
Vuelvo a llevarme el café a la boca, antes de dar un sorbo
inspiro su embriagador aroma, y como un niño, vuelvo a sonreír.
Llaman a la puerta y contesto de pasada, estoy concentrado al
máximo en la mágica sensación de sentirme el ganador de una batalla que me
venció hace años.
La puerta se abre y Gloria hace las presentaciones:
—Señor le presento a su nueva secretaria, Sara Álvarez.
Inevitablemente ese nombre me hace dar un respingo. Retiro los
pies de la mesa con rapidez, y sin querer, la taza se tambalea en mis manos y
acabo manchando mi camisa de café. Me pongo en pie de un salto, mientras
intento limpiarme con torpeza y miro con timidez al pedazo de mujer que hay
frente a mí; sí, es ella.
Gloria abandona mi despacho, dejando a la peor de mis
pesadillas dentro.
—Oh Dios mío, ¡Dani! –Sara se acerca sensual hacia mí–. Hace
siglos que no nos vemos, no sabía que las cosas te habían ido tan bien, ¡mírate!,
eres todo un triunfador...
Carraspeo modesto intentando recuperar parte de la dignidad
perdida, pero algo me dice que es demasiado tarde y que he vuelto a hacer un
ridículo espantoso. No, ¡esto no puede ser! ¡Me niego a que el pasado vuelva a
torturarme! ¡Hace menos de veinticuatro horas que he soñado con esta mujer y en
mi sueño era ella la que sucumbía a mis deseos! Pero eso es todo lo que ha
sido: un sueño. La realidad sigue siendo la misma. La miro de arriba abajo,
constatando, para mi gran desgracia, que es mucho más guapa de como la
recordaba, señal de que la vida la ha tratado bien... hasta ahora... Sonrío para
mis adentros con maldad. Tal vez no sea tan malo que trabaje para mí, pienso
hacérselas pegar de otra forma, la avasallaré a órdenes, le daré los peores
trabajos que se me ocurran, haré que odie haber nacido, la obligaré a pedir la
cuenta por no poder soportar la presión profesional a la que la someteré. Ahora
yo soy el jefe y estoy por encima, pienso cobrarme todo lo que me ha hecho y
esta vez el sueño va a hacerse realidad.
Sara se acerca y sonríe (es aún mucho más guapa cuando lo
hace, esto es frustrante). Extiende su mano y la estrecho, haciéndole percibir
toda mi fuerza, volviendo al puesto que me corresponde. Si ella supiera cómo la
follaba en mi imaginación...
Vuelve a reír, esta vez su risa es acompañada por una pequeña
carcajada. Achino los ojos.
—¿Ocurre algo? –pregunto con superioridad.
—Verás, por un momento pensé que eras muy diferente al chico
que recordaba en el instituto...
Arqueo las cejas sin entender por dónde va a salir ahora.
—¿Es que sigo aparentando diecisiete años? –le pregunto con
sarcasmo, a sabiendas que el tiempo juega a mi favor.
Vuelve a sonreír, y yo, no hago más que pensar en lo mucho que
me gustaría cerrar esa estúpida boca de zorra a pollazos, agarrarla del pelo,
tirarla al suelo y obligarla a...
—Pues de hecho no has cambiado tanto –dice retirándose el pelo
de la cara con los dedos– Sigues siendo igual de desastre, pero tranquilo,
ahora estoy yo aquí para salvarte...
—¿Cómo dices? –pregunto boquiabierto. ¿Quién se cree que es
para hablar así a su jefe?
—Toma –me entrega un pañuelo que extrae de su bolso–,
límpiate, tienes un moco.
Y ya estamos otra vez.
Han pasado varias semanas y me he convertido en un completo
gilipollas. Qué iluso fui al pensar que había cambiado. Lejos de eso, soy aún
más patético que antaño: tartamudeo en presencia de esa dichosa mujer, me ha
vuelto a salir un grano, tropiezo en cada baldosa y las piernas me tiemblan.
Ese sueño que tuve tiempo atrás, no fue más que una premonición edulcorada de
lo que estaba por venir. Intento ser fuerte e imponerme para recuperar mi
posición, ¡por el amor de Dios, soy el jefe! Pero, para qué negarlo, esa arpía está
varios metros por encima de mí.
Sara Álvarez ha sido, es, y será siempre mi talón de Aquiles.
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