lunes, 8 de febrero de 2010

El salto atrás de Paco

Un nuevo relato acaba de ser publicado: El salto atrás de Paco por Maricruz.

Al principio no reparé en los síntomas; creí que mi pareja estaba embromándome. Comentaba que encontraba más apetitosos los granos crudos de maíz que el cordero asado y que las orugas eran plato bastante mejor que las angulas de Aguinaga, y yo le decía que sí y sonreía, en lugar de alarmarme y buscar soluciones. Después ha venido todo rodado, y estoy hecha un lío.

Paco y yo íbamos a casarnos. A raíz de lo ocurrido en su despedida de soltero, aplacé la boda y le convencí de que ingresara en una clínica psiquiátrica. No era para menos. Paco estaba convencido de ser un gallo. Se lo creía de verdad. Me di cuenta cuando comenzó a poner el despertador a las seis de la mañana y, en cuanto sonaba la alarma, saltaba de la cama, salía al balcón, y soltaba unos kikirikís tremendos que despertaban a todo cristo en varios kilómetros a la redonda. La policía nos visitaba madrugada sí, madrugada no, a requerimiento de los vecinos, pero yo me excusaba, sonreía a los agentes, prometía que no se repetiría la escandalera, disculpaba a Paco, y achacaba sus rarezas a los nervios por la próxima boda. Luego el problema se agravó: en su despedida de soltero, desdeñó ir con los amigos a un local de striptease, se despidió de ellos y se largó a armarla en una granja avícola, donde aseguró que había mejor diversión. Me quedé de piedra al enterarme, puse el grito en el cielo y él me malinterpretó: "No lo tomes a mal, Maricruz – me dijo -, las gallinas no merecen la fama que tienen. No todas son putas, hay gallinas muy decentes, así que no has de ponerte celosa". Y me lo decía con cara de bueno. Le hubiera estrangulado allí mismo. ¿Pero que se creía Paco? ¿Celosa yo de las gallinas? Puse las cartas sobre la mesa, y también él. Se sinceró entre kikirikís: "Maricruz ¿no ves que soy un gallo?"

Le ingresé de urgencia en la mejor clínica psiquiátrica de la ciudad. Los médicos comentaron que tenían que hacerle unas pruebas y que no emitirían un diagnóstico hasta tres o cuatro días más tarde. "¿Pero Paco tiene cura?" me angustié. "¡Ah! Eso no lo sabremos hasta hacerle las pruebas".

Un día. Dos. Tres. No aguanté más, telefoneé a la Clínica y me llevé una tremenda sorpresa, porque su contestador automático es casi igual que un archivo que corre por Internet. Lo cuento por si alguien no lo conoce: Marco el número del teléfono y me responde una voz que me suelta la siguiente retahila:

- "Gracias por llamar a la Clínica Psiquiátrica de su Ciudad.
Si usted es obsesivo-compulsivo, pulse repetidamente y con fuerza el número 1.
Si usted es co-dependiente, pida a alguien que pulse el número 2 por usted.
Si tiene múltiples personalidades, pulse a la vez los números 3, 4, 5, 6 y 7.
Si usted es paranoico, ya estamos enterados de quién es y sabemos lo que hace y lo que quiere hacer, de modo que espere en línea mientras rastreamos su llamada.
Si sufre de alucinaciones, pulse el 7 en el teléfono gigante de colores que le tiende el enorme elefante a rayas verdes y rosas que se pasea por su mesilla de noche.
Si usted es esquizofrénico, escuche cuidadosamente y una pequeña voz interior le indicara que número pulsar. Si es depresivo, no importa qué número marque. Nada conseguirá sacarle de su lamentable situación. Si sufre de indecisión, deje su mensaje después de... escuchar el tono... o antes del tono.... o después del tono... o durante el tono... En todo caso, espere el tono".

Esperé el tono, claro, porque me sentía indecisa de veras. Cuando conseguí hablar con una persona en lugar de dialogar con una máquina, me citaron para la misma tarde, y allí me tenéis, nerviosa como un flan, frente al Director de la Clínica, mesa por medio, mientras él carraspeaba, mostraba su mejor perfil que no dejaba de ser una ruina total – más bien un remedio contra la concupiscencia -, se ajustaba las gafas, me miraba y comenzaba a hablar.

- Su pareja – me dijo – sufre de lo que la Cátedra de Psiquiatría de la Universidad de Viena llama "síndrome de Darwin", y la de Berkeley "esquiZOOfrenia -¿aprecia el juego de palabras? - del salto atrás". No crea, es una dolencia relativamente corriente. Usted conoce la teoría de la evolución ¿verdad?

Afirmé con un gesto.

- Los especialistas de la mente – siguió mi interlocutor-, han estudiado las leyendas antiguas y han confrontado historiales clínicos modernos para llegar a una conclusión: Hay individuos que poseen una malformación en su genoma que les produce distorsiones cíclicas tanto en el código genético como en la personalidad. Resultado: esas personas, pese a conservar su apariencia humana, en temporadas de sus vidas retornan a alguna de las etapas evolutivas por las que ha pasado nuestra especie. Son atavismos súbitos, regresiones que aparecen sin previo aviso y que se mantienen durante horas…o durante días, y que se repiten cíclicamente. Es como si, en sus crisis, fueran sus propios antepasados en la cadena de la evolución, por más que conserven su apariencia humana de siempre. Las leyendas griegas nos hablan de hombres-caballo (centauros), mujeres-pez (nereidas) y mujeres-pájaro (sirenas). Que las mismas leyendas nos presenten a esos seres en forma mitad animal mitad ser humano, no es sino un modo gráfico de señalar el fenómeno. También la literatura ha abordado el tema y nos ha hablado de hombres que sufren licantropía y se creen lobos, y de otros que a ratos piensan ser vampiros. La dolencia ha sido objeto de estudio en varios congresos, y en el último, celebrado en El Cairo, se presentó una ponencia que relaciona algunas regresiones con grupos determinados de la nobleza. Los condes rumanos, defendió el ponente, tienden a creerse grandes murciélagos, y los príncipes apuestos suelen convencerse de ser ranas. Las personas, por cuyas venas no corre sangre azul, tienen regresiones de lo más variopinto y no siguen un patrón o norma general. Hay muchos tratados psiquiátricos sobre el síndrome. Como ve, amiga mía, la dolencia de su pareja es de lo más común.

Me pellizqué para convencerme de que no estaba inmersa en una pesadilla. El doctor siguió hablando:

- Hemos tenido suerte, dentro de lo que cabe – sonrió -.Los gallos son relativamente inofensivos mientras no se encuentren con otros de pelea, de modo que el paciente causará escasos problemas, aparte de pavonearse cada amanecer, creer que se le hincha la cresta y soltar kikirikís de los más desafiantes. Más incómodo hubiera resultado para usted que la regresión hubiera llevado, por ejemplo, a su pareja a ser pájaro carpintero o gorgojo del arroz. ¿Se imagina quedarse sin muebles o sin poder comer paella? O aún peor sería que le hubiera ocurrido lo del Archideán de la Abadía de Canterbury, que se creyó cocodrilo y, en una recepción que la Corona Británica ofreció con motivo del jubileo de la Reina, atizó un mordisco tremendo en un muslo a la mismísima Isabel II.

- Pero – interrumpí, un poco mareada por la verborrea del psiquiatra - ¿no hay forma de que Paco vuelva a ser él?

- Bueno – titubeó el doctor -, hay una terapia de choque, consistente en una solo inyectable, de paralajes progresivos asimétricos y equidimensionales, que ha de aplicarse en viernes o en fases de luna menguante, pero todavía es experimental y, aunque produce efectos en el cien por cien de los casos, solo resuelve definitivamente el problema en un escaso quince por ciento.

- ¿Y cómo se explica esa diferencia? – me extrañé yo.

- Muy sencillo. La medicación acelera en todos los individuos enfermos la evolución mental de las especies, pero solo la culmina en un quince por ciento de ocasiones. Le expondré unos casos que no llegaron a buen término. Roberto Castrillo, un abogado mexicano, se creía colibrí y se pasaba el día agitando con rapidez los brazos. Tras medicarse pasó a sentirse mofeta, lo cual no fue buen cambio, ya que, en los accesos agudos de la enfermedad, dejaba de ducharse y se revolcaba en excrementos hasta conseguir un olor que le cuadrara. El homeópata inglés Donald Spencer se consideraba calamar y compraba tinteros cuyo contenido derramaba sobre quienes se acercaban a él. Tras el tratamiento pasó a creerse hipopótamo, se aposentaba cada dos por tres en la bañera de su casa y juraba que no saldría más de allí. La que fue ministra peruana ilustrísima Ernestina Garcibermúdez, primero llama o vicuña – nunca se supo a ciencia cierta si era uno u otro camélido - escupía a todo el mundo como hacen esos simpáticos animalitos. Se trasmutó luego en ratoncillo – aunque no lo parezca, el ratón está más cerca de nosotros, en la evolución de las especies – y, en un episodio de crisis, royó las cortinas del Palacio Presidencial e hizo trizas un histórico y glorioso uniforme militar que perteneció al Libertador Simón Bolívar. Como ve, no todo son éxitos.

- ¿Entonces?

- ¡Ah! – se encogió de hombros el psiquiatra -. Eso usted verá. Solo le digo una cosa: La Seguridad Social no paga el tratamiento.

- ¿Y es muy caro?

- Tres mil euros.

Tres mil euros. No soy rica por casa, por las mañanas voy a la Universidad y por las tardes trabajo de secretaria en un bufete de abogados, pero Paco gana de sobra, y teníamos un dinero ahorrado que daba para el tratamiento, de modo que pensé lo que pensé, hice de tripas corazón, respiré hondo, me despedí mentalmente de los tres mil euros y dije que bueno, que adelante.

- Magnífico – convino el psiquiatra, sonriendo de oreja a oreja -. Ahora mismo le inyectamos el medicamento experimental, ya que tenemos la suerte de que hoy sea viernes. No es preciso que el paciente permanezca ingresado en la Clínica, puede seguir el proceso de reacción en su domicilio. No se extrañe que, cuando la medicina haga efecto, su pareja pase aceleradamente por distintas etapas de la evolución en la primera crisis, hasta ralentizarse el progreso y detenerse al final de la segunda. ¡Ojala llegue a la fase de persona y no le ocurra lo que a un notario pamplonés que se quedó en toro bravo y hoy se dedica, cuando le afecta el síndrome, a correr arriba y abajo por la calle de la Estafeta intentando cornear al personal!

En fin, terminó la entrevista y Paco y yo volvimos a casa, él bastante mareado a causa de la inyección recién recibida, yo con el corazón en un puño y deseando con todas mis fuerzas que la terapia fuera un éxito, y los dos con tres mil euros menos. Las siguientes dos semanas Paco se comportó con normalidad y no soltó ni siquiera un kikirikí. Luego, al cumplirse el día diecisiete desde que le inyectaron el remedio, tuvo una recaída en su dolencia, hizo como si ahuecara las plumas y salió a la calle. Le seguí sin que lo advirtiera. Fue al parque, recogió tierra que remojó en la fuente, volvió a casa y lanzó una pella del barro que recién había fabricado al techo de la salita, donde quedó apegado. "¿Qué haces?" me alarmé yo. "Un nido ¿es que no lo ves?" me contestó muy digno. "¡Pero si los gallos no hacen nidos!" "¿Los gallos? ¿Por qué me hablas de gallos? Yo soy una golondrina."

Me puse de los nervios al comprender que la terapia comenzaba a producir efectos, al tiempo que aprendí que las golondrinas alcanzan un mejor puesto que los gallos en la cadena evolutiva. El hecho de que Paco, un rato después, se colocara un lazo en el pelo y me preguntara "¿Y cómo harás por la noche?" me convenció de que el tratamiento seguía su curso: Paco era ahora la ratita presumida.

¡Ah, que no se me olvide! Hay algo importante que todavía no he dicho. Cuando Paco volvía en sí tras sus episodios de regresión, no recordaba detalles de lo sucedido en ellos, pero sí experimentaba sensaciones de agrado o desagrado. Viene esto a cuento porque, a continuación de creerse ratita, pensó que era carnero, si bien por poco rato, ya que de inmediato se recuperó de la crisis. Fue entonces cuando me miró de arriba a bajo y me preguntó con solemnidad: "Maricruz ¿no me has puesto nunca los cuernos?"

El segundo episodio de regresión, el definitivo que debía sanar a Paco o hacer que, al menos, su síndrome se adscribiera a una etapa evolutiva lo más cercana posible a nosotros, comenzó un martes por la mañana. Me percaté de ello al comprobar que Paco, todavía en carnero, se comía la tapicería del tresillo de la salita. Después, de golpe, pareció empequeñecerse, rebuscó en la despensa hasta dar con la botella del vinagre, la colocó en el centro del cuarto de baño y se puso a dar vueltas y vueltas a su alrededor sin proferir sonido alguno. Creí que se había vuelto rematadamente loco, mucho más de lo que estaba antes. Alarmada, llamé a la Clínica, soporté la murga del contestador automático y, cuando conseguí que se pusiera al aparato el director, le narré mis cuitas.

- ¡Pero eso que me cuenta es una magnífica noticia! – se alborozó él -. Si el episodio de regresión continúa unas horas, hay muchas probabilidades de que el paciente sane por completo. Por lo que me dice, ahora piensa ser una mosca del vinagre. Sí, ya sé que parece ilógico, pero las moscas del vinagre tienen un código genético muy similar al humano - por eso se experimenta con ellas en la exploración espacial -, así que estamos a un par de pasos de la curación total.

Me quedé a cuadros. ¿La mosca del vinagre más cercana a nosotros que, por ejemplo, el carnero? ¡Vivir par ver! Y a todo esto, Paco dando vueltas y vueltas a la botella, hasta que, en otra de las mutaciones a las que yo ya me iba acostumbrando, se desinteresó del vinagre, corrió al trastero y sacó de él un bote de pintura roja y una brocha. "¿Una brocha y pintura? - me extrañé - ¿Qué tiene que ve la pintura con la evolución de las especies?"

La respuesta me la dio el mismo Paco sin necesidad de hablar. Se quitó los pantalones y los gayumbos, remojó la brocha en el bote, se pintó el culo de rojo, y luego se colgó de la lámpara con una mano y comenzó a masturbarse con la otra, al tiempo que exclamaba "uh, uh, uh". Enseguida caí en la cuenta: Paco había pasado a la fase chimpancé. Estaba a un solo paso de la curación definitiva. El corazón me latía fuerte. Íbamos a culminar la terapia y formar parte del quince por ciento afortunado. Pero no. No hubo esa suerte. La crisis pasó y Paco se quedó en chimpancé para los restos. ¿Mejor chimpancé que seguir siendo gallo? ¿Valió la pena gastar los tres mil euros? Pues la valió. Ya he dicho que Paco, al terminar cada episodio de regresión, tiene sensaciones, no recuerdos. Yo de gallos no sé una palabra, pero de chimpancés sí. Solo con tener bien provista la despensa de plátanos y cacahuetes, y ponerme a cuatro patas de vez en cuando y ofrecerle el trasero para que me monte, tengo a Paco-chimpancé la mar de feliz y a Paco-hombre de lo más cariñoso y agradecido. Cierto es que lo que más le pone es que me dé un brochazo de pintura roja en el culo, pero bueno, eso tampoco importa demasiado. ¿No me pinto de rojo los labios?

Sí, de acuerdo. Intento quitarle importancia a los inconvenientes que me produce la enfermedad de Paco. Me prefiere con pelos por todo el cuerpo. Primero hice de tripas corazón y dejé de depilarme el chichi, las piernas y los sobacos, pero luego lo pensé mejor y, aprovechando que Paco estaba de buenas, conseguí que me comprara dos abrigos, uno de martas cibelinas y otro de astracán, y me pongo el primero o el segundo, según los días, cuando Paco-chimpancé me requiere de amores y me dice, de todo corazón, que me encuentra muy mona.

Todo lo que he contado es rigurosamente cierto, que conste. Al tener conocimiento de que se había convocado en esta página web un ejercicio de relatos psiquiátricos, no he podido resistirme a exponer mi experiencia, que ojala ayude a quienes se hallen en el mismo caso. ¡Ah, se me olvidaba! Si alguna tiene un novio, con síndrome de Darwin, que se cree chimpancé, ha de ir con cuidado con la pintura roja que se aplique al culo. Concretamente, a mí la pintura acrílica me produce sarpullidos. Es muchísimo más sana la fabricada a base de pigmentos naturales. Esa incluso hidrata la piel y te deja el culito como el de un bebé, cosa que siempre se agradece.


El salto atrás de Paco.
Categoría: Otros Textos

Maricruz29 resume así su relato psiquiátrico: Lo que pasó -y no es erótico- ciando me di cuenta de que mi novio creía ser un gallo.

1 comentario:

Despedidas de soltero Madrid dijo...

Muy Bien Paco eres un gallo, menos mal que te saltastes la boda, disfrutastes mas con la despedida de soltero.